El trabajo infantil en Argentina, por Marta Novick y Martín Campos

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XVII CONGRESO NACIONAL de
DERECHO del TRABAJO y de la
SEGURIDAD SOCIAL
El trabajo infantil en Argentina
Marta Novick – Martín Campos
El trabajo infantil en Argentina
Marta Novick1 y Martín Campos2
Introducción
El derecho y las iniciativas de protección social han mantenido siempre una
relación compleja, con distintas facetas, marchas y contramarchas, consecuencia del
doble rol que el derecho ocupa en una sociedad, en tanto elemento de continuidad y de
cambio, conservador y progresista a la vez. El tema que aquí nos ocupa, el trabajo
infantil, constituyó justamente el objeto de una de las primeras leyes laborales argentinas,
la ley 5.291, que cumplió el año pasado sus cien años de existencia. Visto en
retrospectiva, no puede ponerse en duda el impacto que esa norma contribuyó a provocar
en la existencia de la clase obrera de nuestro país y, más específicamente, de la niñez. En
efecto, fue un fiel reflejo de la voluntad social, recogida por la clase política, de obtener
mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores. Pero decíamos más arriba que el
derecho y la protección social se caracterizan por un vínculo cambiante, y un buen
ejemplo de esto fue la mencionada ley. Como puntapié inicial del derecho del trabajo, fue
el comienzo de una nueva era de intervención estatal, aún cuando limitada; para poder
asegurar su éxito y evitar planteos judiciales de inconstitucionalidad por invadir las
competencias de las jurisdicciones provinciales, la prohibición del trabajo infantil debió
plantearse como una disposición de derecho civil, modificando la libertad de contrato de
1
Subsecretaria de Programación Técnica y Estudios Laborales del Ministerio de Trabajo, Empleo y
Seguridad Social de la Nación
2
Consultor de la Subsecretaría de Programación Técnica y Estudios Laborales del Ministerio de Trabajo,
Empleo y Seguridad Social de la Nación e investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales (FLACSO/Argentina)
modo que no pudieran emplearse, en todo el país, a los menores de 10 años o a aquellos
mayores de 10 que no hubieran terminado la escolaridad obligatoria. Desde luego, ello
impactó en las posibilidades de una aplicación efectiva de la ley. Esa restricción
planteada por nuestra organización constitucional en un sistema federal a la voluntad de
los legisladores y funcionarios de avanzar en la protección del trabajo ha continuado
hasta hoy día, causando un considerable debate que no es nuestro propósito presentar. La
segunda restricción fue una auto-limitación; a instancias del Dr. Nicolás Matienzo,
presidente del flamante Departamento Nacional del Trabajo (DNT), la inspección de las
disposiciones de la ley 5.291 no fue encargada a esa repartición sino al Departamento
Nacional de Higiene, al Consejo Nacional de Educación y a la Municipalidad de Buenos
Aires, “por estar fuera de sus atribuciones y propósitos”, según él manifestó. (Palacios,
1908)
El tema del trabajo de los menores volvió a ser objeto del derecho casi veinte años
después, en 1924, cuando se aprobó la ley 11.317. Según el diputado Augusto Bunge, el
verdadero responsable de la “atenuación del trabajo infantil” que había ocurrido desde
1907 no había sido la ley 5.291, casi no aplicada por aquellas disposiciones “prácticas”,
sino “el progreso económico, los mejores salarios que conquistaron los trabajadores, y el
progreso de la técnica, que lo hizo menos lucrativo”.(HCDN, 1922). Como la ley 5.291
había legislado un mínimo de 12 años de edad para la Capital y territorios nacionales y
uno de diez años para el resto del país a través de la modificación del Código Civil, la ley
11.317 vino a corregir esa falla, a incorporar las penalizaciones que la 5.291 había
omitido incluir y cumplir con los compromisos de la Convención de Washington de OIT
de 1919; llevó la prohibición del trabajo de menores a los catorce años o
excepcionalmente (en trabajos agrícolas) a doce años con autorización de la autoridad de
menores respectiva y siempre y cuando ello no afectara la escolaridad obligatoria. A
diferencia de lo sucedido en 1907, y pese a que se presentaron objeciones similares, la ley
tuvo como ámbito de aplicación todo el territorio del pais, aún cuando se mantuvo una
cierta tolerancia al trabajo de menores en el agro, principalmente en el marco de las
explotaciones familiares. Luego de esta norma, el trabajo infantil comenzó prácticamente
a desaparecer de la agenda estatal. Si bien, como señala Susana Aparicio fue un
fenómeno siempre presente en el agro argentino (Aparicio, 2007), la gradual extinción
del trabajo infantil en las industrias y comercios de los centros urbanos hizo pensar que
era un problema social que formaba parte del pasado. Sin embargo, en los últimos años,
con la crisis económica y social producida por la implementación de políticas
neoliberales de apertura indiscriminada y la subsiguiente desindustrialización, junto con
la pobreza y la indigencia, la problemática del trabajo infantil se convirtió nuevamente en
un tema urgente y urticante. Desde luego esto no fue un proceso exclusivo de nuestra
nación. La Organización Internacional del Trabajo se ocupó de esta cuestión en 1973 con
su Convenio Nº 138, al establecer una edad mínima para el empleo, y luego con el
Convenio 182 que se abocó a las peores formas del trabajo infantil. En años más recientes
(2005) la Argentina incorporó por medio de la ley 26.061 la Convención sobre los
Derechos del Niño y en junio de este año 2008, el Congreso aprobó la ley 26.390 de
Prohibición del Trabajo Infantil y Protección del Trabajo Adolescente, modificatoria
de la ley 20. 744 de Contrato de Trabajo, del Decreto 326/56 que regula el servicio
doméstico y la 22.248 Régimen Nacional de Trabajo Agrario, que lleva la edad mínima
de admisión al empleo a 16 años, prohibiendo el trabajo nocturno de menores de 18 años
y corrige una serie de vacíos legales o inconsistencias presentes en dichas normas, al
incluir una fuerte restricción o prohibición del trabajo de menores de 16 años (y mayores
de 14) en empresas o unidades familiares, tanto en el agro como en la industria.
El primer desafío que enfrentamos es visualizar el trabajo de los niños como un
problema. La vigencia de aspectos culturales, sobre todo en el ámbito rural, y la
naturalización del trabajo infantil no son inmutables. Hacia inicios de siglo el trabajo
infantil en las fábricas y comercios parecía también un hecho normal y acorde a las
tradiciones existentes. La intervención estatal, junto con otros elementos –como el
crecimiento económico y la mejora de los ingresos, la expansión del sistema educativo y
su masificación, las necesidades de la defensa nacional–, lo convirtieron en gran medida
en una rareza, al menos en los ámbitos urbanos. El cambio cultural fue, pues, importante.
Sin embargo, en el campo y nuevamente hoy en la ciudad, las visiones que justifican el
trabajo infantil han recobrado fuerza.
La idea de que los niños pueden incorporar valores de responsabilidad y sacrificio
y evitar el delito o las drogas mediante el trabajo está bastante extendida en la sociedad.
Sin embargo, la percepción de que el trabajo infantil es un problema y no algo natural
emerge rápidamente a partir de la consideración de su impacto restrictivo en el abanico
de opciones disponibles para los niños en relación con su futuro; al verse obligados a
ingresar tempranamente y con escasas herramientas y capacitación al mercado de trabajo,
su rango de posibilidades de inserción laboral de calidad disminuye rápidamente. No
menos importante es (y este es otro aspecto que la naturalización del trabajo infantil
oculta) el daño que le causa a los niños el desarrollo desigual de distintos aspectos de su
personalidad, el impacto físico y los riesgos a los que se ven involucrados durante el
desempeño de sus tareas laborales.
La constante preocupación por parte de las instituciones gubernamentales e
internacionales refleja la magnitud del problema. Como veremos más adelante, ha
adquirido en Argentina una dimensión extremadamente preocupante. En este trabajo
realizaremos una revisión de la situación del trabajo infantil en nuestro país, con la
intención de aportar elementos para el debate sobre sus determinantes e impactos.
Finalizaremos a modo de conclusión con los desafíos que este problema supone para la
política pública.
La gravedad del trabajo infantil en la Argentina3
Las actualizaciones normativas que presentamos en la Introducción no son la
única evidencia de la preocupación pública por el trabajo de los niños y adolescentes. En
1996, la OIT creó el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil
(IPEC) y en ese ámbito creó en 1998 el Programa de información estadística y
seguimiento en materia de trabajo infantil (SIMPOC). La OIT, a través del IPEC, apoyó
la realización de la Primera Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes
(EANNA) que se llevó a cabo en nuestro país a fines del año 2004 ya que, hasta ese
3
Esta sección reproduce parte del capítulo 3 del trabajo de Waisgrais, S. (2007a) y del informe de la
EANNA (2008) correspondiente a los resultados del relevamiento realizado en la provincia de Córdoba.
En lo relativo a los determinantes del trabajo infantil en la literatura internacional, se presenta parte de lo
desarrollado en Novick, M. y Campos, M. (2007).
relevamiento, no existían en la Argentina estadísticas confiables sobre el trabajo infantil y
adolescente.
Con el objetivo de contar con información más precisa en torno a las características
principales de las actividades que desarrollan los niños, niñas y adolescentes de dos
grupos etarios particulares, de 5 a 13 y de 14 a 17 años, se planteó la necesidad de
elaborar una metodología y un instrumento de captación específico que pudiera abordar y
permitiera avanzar sobre los problemas habitualmente señalados por la literatura en torno
al tema.
En términos metodológicos la encuesta realizó diversos aportes. En primer lugar, se
utilizaron técnicas novedosas de indagación para relevar la incidencia del trabajo infantil.
En este sentido, se preguntó acerca de las principales actividades que estos realizan a
través de una secuencia progresiva de preguntas que facilitaran la respuesta. En segundo
lugar, se buscó activamente que el formulario fuera respondido directamente por los
propios niños, niñas y adolescentes.
La encuesta también permitió avanzar sobre las múltiples limitaciones de las
encuestas a hogares tradicionales para analizar el fenómeno del trabajo infantil. Por una
parte, ciertas actividades económicas infantiles no son visualizadas como tales ni por los
miembros del hogar que el niño integra, ni por las personas que conforman su entorno
social inmediato, produciendo una subestimación del fenómeno. También puede
producirse un ocultamiento directo de las actividades económicas de los niños si los
valores del grupo de referencia de la familia y/o los dominantes en la sociedad son
negativos. Asimismo, muchos estudios sobre el trabajo infantil están basados en
encuestas laborales que toman como referencia el mercado de trabajo adulto y urbano. En
este sentido, los instrumentos de recolección de datos tradicionales no permiten dar
cuenta acabadamente de las actividades económicas que realizan niños y adolescentes y
que se caracterizan por ser más fluctuantes que las de los adultos.
El trabajo infantil se ha venido definiendo tradicionalmente como toda actividad
que implique la participación de los niños, niñas y adolescentes en tareas laborales,
independientemente de la relación de dependencia laboral que tenga el niño o la
prestación de servicios que realice. Asimismo, se considera como trabajo infantil aquel
que impide el acceso, la permanencia y un rendimiento aceptable del niño en la escuela, o
cuando el trabajo se hace en ambientes peligrosos, que tienen efectos negativos
inmediatos o futuros en la salud del niño, o cuando se lleven a cabo en condiciones que
afecten su desarrollo psicológico, físico, moral y social.
Ese enfoque se corresponde con una definición restringida que homologa, de forma
aproximada, la actividad económica de los niños con la definición de trabajo para los
adultos. Así, el trabajo infantil incluye toda actividad de comercialización, producción,
transformación, distribución o venta de bienes y de servicios, remunerada o no, realizada
en forma independiente o al servicio de otra persona natural o jurídica, por personas que
no han cumplido los 18 años de edad. Asimismo, esta definición tiene una dimensión
legal ya que la legislación argentina (anterior a la más reciente ley 26.390) prohíbe, con
pocas excepciones, el trabajo de los niños menores de 14 años y fija regulaciones para el
de los adolescentes de 15 a 17 años.
Debido a que existen determinados trabajos que no son considerados como tales en
algunas encuestas e investigaciones, en el caso de la EANNA se ha agregado una
definición sobre las actividades económicas de los niños, que, en alguna medida se sitúa
en los márgenes del concepto de trabajo. En este sentido, se incluyen tareas no dirigidas
al mercado y/o la producción y elaboración de bienes primarios para el consumo del
hogar y la construcción o remodelación de la propia vivienda.
Por último, la OIT elaboró una definición más amplia de las actividades económicas
de los niños que incorpora las tareas domésticas que realizan en el hogar que impidan la
asistencia, la permanencia y un rendimiento aceptable en la escuela básica, conspiren
contra la salud del niño y obstaculicen un desarrollo psicológico, social y moral
adecuado, es decir, cuando atentan contra sus derechos y responsabilidades como niño.
Para dar cuenta de estas dimensiones pueden incluirse las tareas domésticas realizadas
durante un número excesivo de horas en la semana; esta conceptualización de OIT
también ha sido recogida por la EANNA.
Las dimensiones de las actividades infantiles indagadas en la EANNA incluyen así
las actividades económicas orientadas al mercado y también las dirigidas al
autoconsumo del hogar y tareas domésticas.
En cuanto a su cobertura geográfica, en su primer operativo, efectuado a fines de
2004, la EANNA abarcó el área Metropolitana de Buenos Aires, la subregión del Noreste
Argentino que conforman las provincias de Chaco y Formosa, la subregión del Noroeste
que integran las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán, y la provincia de Mendoza. En
términos relativos, en el primer relevamiento se cubrió aproximadamente el equivalente a
un 50% de la población total del país. A fines de 2006 se llevó a cabo un segundo
relevamiento, en las provincias de Córdoba y Misiones, cuya cobertura sumó el
equivalente a un 11% de la población total de Argentina. Los resultados correspondientes
a ambas provincias se publicarán durante lo que resta del corriente año
En lo que sigue, presentaremos los datos de trabajo infantil correspondientes al
relevamiento más reciente, el realizado en la provincia de Córdoba, con referencias a los
resultados obtenidos en el primer operativo de la EANNA. De este modo, procuramos
proporcionar al lector la información más actualizada disponible, a la vez que una visión
de conjunto del problema.
De acuerdo a los datos de la encuesta, se estima que un 8,4% de los niños y niñas en
la provincia de Córdoba están en situación de trabajo, frente a un 6,5% promedio
registrado en las regiones cubiertas por la EANNA-2004. En particular, el trabajo infantil
tiene una incidencia alta entre los varones: uno de cada diez niños trabajó en la semana de
referencia (10,6%), frente a un 7,6% de los niños varones relevados por la EANNA2004. En contraste y en comparación con resultados de la primera encuesta, la proporción
de niñas trabajadoras no resulta tan alta (6,1%), lo que redunda en una brecha de género
importante (4,5 puntos vs. 2,4 puntos porcentual registrado en la EANNA-2004).
Por otra parte, en la provincia de Córdoba el 29.4% de adolescentes de 14 a 17 años
trabajan, esto es nueve puntos porcentuales más que lo registrado para los adolescentes en
las regiones cubiertas por la EANNA-2004, y nuevamente similar a lo que ocurre en la
provincia de Mendoza.
Del mismo modo que sucedió con los niños, la proporción de trabajadores entre los
adolescentes varones es muy alta, 39,2%, superior al máximo nivel regional registrado
por la EANNA-2004, que correspondió a Mendoza (36,9%). Si bien el porcentaje de
trabajadoras adolescentes es también alto (19%), la brecha entre géneros es muy amplia
(20 puntos). Esta diferencia también fue señalada respecto a los niños y niñas y ello
implica una característica particular de Córdoba en cuanto a una muy perceptible división
del trabajo infantil y adolescente por sexo.
La proporción de trabajadores/as adolescentes en las áreas urbanas de la provincia,
28,9%, resulta particularmente alta cuando se la compara con la propia del conjunto de
regiones relevadas por la EANNA-2004 (19,1%) y levemente mayor a la registrada en
Mendoza (26,3%). Por el contrario, el trabajo adolescente en las áreas rurales de Córdoba
(32,5%) no es tan alto cuando la comparación se efectúa con el total regional de la
EANNA-2004 (35,5%) y más aún con su incidencia en las áreas rurales de Mendoza
(45,7%).
En relación con el desarrollo de otras actividades económicas, la proporción de
niños que producen para el autoconsumo (4.0%) y de aquellos que realizan tareas
domésticas intensas -por más de 10 horas semanales- (6,0%) son similares a las
registradas en el conjunto de regiones relevadas en 2004. En el área rural de la provincia,
hay una proporción importante de niños que producen para el autoconsumo, 8,8%, y que
hacen tares domésticas intensas, 7,6%. Sin embargo y nuevamente, en el medio rural
cordobés estas actividades tienen un grado de difusión menor en relación a lo observado
en promedio en la EANNA-2004, que era de 12,8% y 8,3% respectivamente.
En la provincia de Córdoba, una pequeña proporción de adolescentes realiza
actividades productivas para el autoconsumo: 3,7 % y otra algo mayor, 10,7%, tareas
domésticas intensas. La difusión de ambas actividades es menor que la registrada en la
EANNA-2004. En los cuadros siguientes, se grafican las magnitudes y porcentajes
pertenecientes a cada modalidad de trabajo infantil (y sus combinaciones) para los dos
grupos de referencia principales, para Córdoba.
Niños de 5 a 13 años
Que trabajan
Sin AEI:
409.357
81,6 %
31.638
6,3 %
4.704
0,9 %
2.686
0,5 %
3.107
0,6 %
30.073
6,0 %
Que realizan tareas
domésticas
intensas
4.214
0,8 %
15.882
3,2 %
Que realizan
actividades productivas
para autoconsumo
Adolescentes de 14 a 17 años
Que trabajan
Sin AEI:
117.112
55,7 %
48.162
22,9 %
7.022
3,3 %
5.765
2,7 %
1.460
0,7 %
22.776
10,8 %
1.570
0,7 %
Que realizan tareas
domésticas
intensas
6.218
3,0 %
Que realizan
actividades productivas
para autoconsumo
Fuente : EANNA Córdoba 2006
En Córdoba, tal como ocurría en el relevamiento efectuado en 2004, la principal
actividad laboral de los niños y niñas trabajadores de 5 a 13 años es la de “ayudar” en un
negocio, oficina o taller; tareas que efectúan una cuarta parte de los niños trabajadores
(26,3%). Le siguen en importancia el cuidado de niños, personas mayores o enfermos
fuera del hogar (17,6%); la actividad de realizar mandados o trámites para terceros
(14,3%); la venta en la vía pública (9,9%) y el trabajo de cortar el pasto y podar (8,2%).
En su conjunto, las actividades enumeradas agrupan a las tres cuartas partes de los niños
trabajadores de Córdoba (EANNA-Córdoba, 2008)
La actividad laboral principal de los adolescentes es también la ayuda en un
negocio, oficina, taller o finca, actividad que congrega a un tercio de los mismos (33,6%).
En segundo lugar, se ubica la “ayuda en la construcción o reparación de otra vivienda”,
que agrupa a la quinta parte de los adolescentes trabajadores (19,2%) (EANNA-Córdoba,
2008)
Estos datos, de por sí relevantes, deben ser enriquecidos por un análisis más
profundo que oriente mejor la mirada de las políticas públicas. En primer lugar, es
necesario, para poder adoptar una posición definida respecto de este tema, ver algunos de
sus efectos. Una de las características negativas del trabajo infantil es su efecto disruptivo
sobre la asistencia al sistema educativo así como el rendimiento escolar. En el cuadro 1
Waisgrais (2007a) explora las características educativas de la población objeto de
estudio. Las tasas de asistencia son prácticamente universales para los niños y niñas de 5
a 13 años. Si bien aquellos niños que trabajan presentan tasas de asistencia menores, las
diferencias que se encuentran estarían indicando que la exclusión del sistema educativo
todavía no se observa en estas edades. En este grupo de edad, los indicadores más
preocupantes en términos educativos se corresponden con los niños que no asisten y
trabajan (4,2% del total) y con aquellos que no asisten y tampoco realizan una actividad
laboral (2,9% del total). (Waisgrais, 2007a)
Cuadro 1.Asistencia escolar
5 a 13 años
Niños
14 a 17 años
Trabaja
No trabaja
Trabaja
No trabaja
Asiste
95,8
97,1
68,8
88,0
No asiste
4,2
2,9
31,2
12,0
5 a 13 años
Niñas
14 a 17 años
Trabaja
No trabaja
Trabaja
No trabaja
Asiste
96,4
96,9
73,3
90,9
No asiste
3,6
3,1
26,7
9,1
Fuente: EANNA, MTEySS/INDEC
El distanciamiento del sistema educativo se empieza a observar en el grupo de 14 a
17 años, incluso entre aquellos adolescentes que no realizan actividades laborales. En el
caso de los adolescentes varones trabajadores, un 31% no asiste a ningún establecimiento
educativo. La situación educativa de las niñas muestra una relativa mejora, disminuyendo
sensiblemente el porcentaje de aquellas adolescentes trabajadoras que no asisten (26,7%).
Entre las razones por las cuales los niños y adolescentes abandonan la escuela o ven
perjudicarse su desempeño, medido en faltas, llegadas tarde y repitencia, se encuentran
los problemas de aprendizaje (le resultaba difícil, no le gustaba estudiar) y los problemas
familiares y de salud (los decidieron los padres, tenía que atender a sus hermanos u otras
personas de la familia, estaba enfermo o discapacitado) son los dos motivos de abandono
más mencionados por los niños de 5 a 13 años que dejaron la escuela (56,2% y 43,8%,
respectivamente), mientras que los que no trabajaron en la semana previa a la encuesta
los mencionan con menos frecuencia (25,7% y 12,4%) y eligen más reiteradamente a los
“problemas de la escuela”, es decir, cuestiones ligadas a la oferta del sistema educativo,
tales como la escasez de escuelas cercanas, la falta de cupos y la violencia en la escuela
(35,3%), como también a los problemas económicos (20%).4 En el caso de los
adolescentes, los problemas de aprendizaje también ocupan el primer lugar, seguido de la
necesidad de trabajar.
Por otra parte, se pueden advertir otras consecuencias negativas relacionadas con la
inserción laboral temprana de los niños, niñas y adolescentes; en el cuadro 2 se evalúa la
incidencia de las “llegadas tarde”, “faltas” y “repitencia”, según la condición laboral de
los jóvenes. Los resultados indican que aquellos niños, niñas y adolescentes que trabajan
faltan, repiten y llegan tarde a la escuela en porcentajes marcadamente superiores a los
jóvenes que no desarrollan actividades laborales. Por ejemplo, el 16,0% de los niños y el
20,2% de los adolescentes que trabajan señalan que faltan frecuentemente a la escuela,
valores que duplican los correspondientes a quienes no desarrollan una actividad laboral
(Waisgrais, 2007a).
Cuadro 2. Faltas, llegadas tarde y repitencia según condición laboral
porcentaje)
5 a 13 años
Niños
14 a 17 años
Trabaja*
No trabaja
Trabaja
No trabaja
Faltas
16,3
7,1
20,2
11,3
Llegadas tarde
17,9
9,6
17,8
12,9
Repitencia
28,6
14,3
47,4
31,0
Niñas
4
5 a 13 años
14 a 17 años
Estos datos corresponden al relevamiento de la EANNA en la provincia de Córdoba realizado en 2006
(en
Trabaja
No trabaja
Trabaja
No trabaja
Faltas
12,9
6,0
18,2
11,4
Llegadas tarde
15,2
7,8
17,9
10,8
Repitencia
24,7
9,6
34,3
23,8
*
Incluye autoconsumo, actividades domésticas y trabajo.
Fuente: EANNA, MTEySS/INDEC, 2005.
Cabe destacar la magnitud de la repitencia tanto en niños como en adolescentes,
dado que es uno de los indicadores más relevantes al momento de evaluar el rendimiento
educativo. Entre estos últimos, el 47,4% de los varones que trabajan ha repetido algún
curso o grado escolar, si bien también es elevado en este grupo de edad el porcentaje de
jóvenes que sin trabajar repite algún curso.
Entrando ya en el terreno de los posibles determinantes del trabajo infantil, el
primero que surge es el de su relación con la pobreza e indigencia. Según esa hipótesis,
los niños trabajan para asegurar la supervivencia del hogar y de ellos mismos. Pese a que
nunca son bien pagos, se afirma que sirven como contribuyentes principales del ingreso
familiar.
En base a datos de la EANNA, en el gráfico 1, Sebastián Waisgrais calculó la
proporción de niños y adolescentes que trabajan según su condición socioeconómica. En
primer lugar se observa que la magnitud del trabajo infantil y adolescente desciende a
medida que se avanza en los quintiles de ingreso.
Gráfico 1. Niños y adolescentes que trabajan según condición socioeconómica
50
60
45
50
40
35
40
30
25
30
20
20
15
10
10
5
0
0
Quintil 1
Quintil 2
niños
Quintil 3
niñas
Quintil 4
varones
Quintil 5
mujeres
(a)
Fuente: EANNA, MTEySS/INDEC-Waisgrais (2007a)
niños
niñas
varones
Pobre
(b)
No Pobre
mujeres
Waisgrais (2007a) señala que medida la condición de pobreza de los hogares,a
través de la LP (gráfico 1-b), se observa que entre los niños pobres de 5 a 13 años de edad
el 17,0% realiza una actividad laboral, porcentaje que se reduce al 12,2% en el caso de
los niños no pobres.
En otro trabajo que utiliza herramental econométrico, Waisgrais (2007b) destaca
que los ingresos del hogar no proporcionan información significativa sobre las
probabilidades de estudio y trabajo de los menores pero que la incorporación de diversos
proxies de las características socioeconómicas de los hogares –como el acceso a diversos
bienes y servicios públicos y las características de las viviendas y de los hogares– indican
que las situaciones de pobreza y vulnerabilidad son factores determinantes del trabajo
infantil y actúan negativamente sobre la educación de los jóvenes. Podemos nosotros
objetar que esos indicadores, también pueden ser proxies que indican una mayor
dificultad de acceso a escuelas, particularmente de calidad.
Debemos destacar que en el cuadro (b) puede observarse cómo la participación
laboral de niños, niñas y adolescentes no pobres es importante, aún cuando la diferencia
con la de los que son pobres también lo es.
¿Qué dice la evidencia en la literatura empírica internacional respecto de la
incidencia de los ingresos y la pobreza como factor determinante del trabajo infantil?
Apuntan en la misma dirección que los datos de la EANNA; los trabajos que hemos
revisado5 han recogido y sistematizado los resultados de cerca de ochenta estudios
empíricos llevados a cabo en países en desarrollo de cuatro de los cinco continentes. Sus
conclusiones respecto de este tema no son definitivas, aunque una mayoría coincide en
destacar dos aspectos. Primero, que efectivamente existe una vinculación entre ambos
fenómenos, esto es, a mayor ingreso del hogar, menor incidencia del trabajo infantil.
Segundo, que la magnitud de esa relación no es tan importante como suele asumirse, ya
que su forma no es lineal: un primer incremento en los ingresos provoca una reducción en
el trabajo infantil pero, atravesado un determinado umbral, aumentos sucesivos generan
reducciones cada vez menores.
5
Ver Novick, M. y Campos, M. (2007) donde se realiza esta revisión con un mayor detalle.
Del mismo modo, existen datos que muestran la presencia de trabajo infantil en
hogares por encima de la línea de subsistencia, así como que este afecta sólo a una
determinada proporción de los hogares pobres6. Esto lleva, por ejemplo, a Bhalotra y
Tzannatos (2003) a sostener que existen otras razones por las que los niños trabajan. Esto
nos indica la presencia de factores culturales dentro de los causales del trabajo infantil, ya
que la pobreza no puede explicar por sí sola su existencia. La EANNA también muestra
que los ingresos aportados por el trabajo de los niños son muy reducidos (22 pesos
mensuales para los menores de 14 años), incluso para hogares pobres o indigentes. Son
algo más relevantes (97 pesos mensuales) en el caso de los adolescentes.
En relación con lo anterior, la educación de los padres ha sido propuesta como
otro de los factores explicativos de las diferencias que se observan en los hogares con
niños trabajadores según su condición de pobreza. ¿Porque tiene cierta relevancia la
educación paterna? Según Brown, Deardorff y Stern (2001), los padres deciden sobre los
distintos destinos posibles de sus hijos –trabajo o escuela (otros autores han complejizado
las opciones incluyendo ambos o ninguno)– y toman al niño como un “activo” del hogar.
De este modo, una serie secuencial de decisiones vinculadas con la estructura del hogar –
típicamente, primero la de fertilidad (se decide sobre la cantidad de hijos) y luego si
enviarlos a la escuela o a trabajar, a ambas cosas o a ninguna– pasa a estar determinada
por distintas iniciativas consideradas por los jefes del hogar, a su vez, guiadas por
incentivos y restricciones. La principal de estas cuestiones es privilegiar o no el flujo de
ingresos que el trabajo del niño podría aportar para el consumo presente versus los
retornos futuros de su educación7 –es decir, los mejores ingresos que en el futuro podría,
en principio, generar a partir de asistir a la escuela. Dentro de este esquema conceptual, la
cantidad de hijos y la decisión sobre su educación está sujeta a un trade off (Brown,
6
En los estudios suelen encontrarse pocas referencias a la línea de indigencia y su relación con el trabajo
infantil y se privilegia el uso de la línea de pobreza.
7
Pero en ningún caso estas consideraciones serán absolutamente “objetivas”, como lo afirman Cigno,
Rosati y Tzannatos (2002: 18): “Uno debe reconocer que los padres le asignan un peso al flujo de consumo
propio y al de sus niños. La importancia asignada a cada uno de esos flujos y la tasa a la cual los padres
descuentan el futuro puede variar de hogar a hogar, dependiendo del altruismo de los padres y la capacidad
de apropiarse de una parte de los ingresos futuros de los niños”.
Deardorff y Stern, 2001: 3).Esta evaluación, desde luego, está muy atravesada por la
propia percepción que de la educación tienen los padres, la cual a su vez depende del
nivel que hayan alcanzado en el sistema educativo. En este sentido, se afirma que la
presencia de escuelas de mejor calidad significa una mayor acumulación de capital
humano y retornos futuros a la educación en igual tiempo de estudio, lo que desde luego
incrementa el atractivo de la escuela para los padres y desalienta al trabajo infantil
(Cigno, Rosati y Tzannatos, 2002).
Como sucedió en el caso de la pobreza, el efecto de la educación de los padres no
es unívoco. Por ejemplo, en Argentina, en los hogares que no están situados en la pobreza
donde hay niños trabajadores, aproximadamente el 50% de los padres tiene secundario
completo y más. En aquellos hogares situados en la pobreza, entre el 60 y 70% de los
padres no alcanza el secundario completo. (Waisgrais, 2007a) Nuevamente, si bien
existen diferencias, la presencia de trabajo infantil en hogares donde los padres tienen
secundario completo y más muestra que ésta no puede ser considerada un determinante
fundamental.
Otro de los temas destacados en la literatura tiene que ver con la estructura
familiar. Existen modelos analíticos de decisión familiar que asumen que existe una
racionalidad económica detrás de la fertilidad de los hogares y de la determinación de
apelar al trabajo infantil. Cigno, Rosati, y Tzannatos (2002: 35) afirman que existe una
mayor probabilidad de que los padres de un niño que trabaja tengan más hijos, lo cual
sugeriría que están buscando una fuente extra de ingresos, antes que disfrutar de la alegría
de la paternidad. Para Bhalotra y Tzannatos (2003: 40), en cambio, los resultados
empíricos son diversos pero existe una tendencia hacia una asociación positiva entre el
tamaño del hogar y el trabajo infantil, aunque esta no es robusta ni concluyente. En
Argentina, trabajando con los datos de la EANNA, Waisgrais (2007b) encontró que la
presencia de menores de tres años en el hogar incrementa la probabilidad de trabajo
infantil (en cualquiera de sus formas) debido a que los hermanos mayores enfrentan una
carga mayor, sea de trabajo en el hogar (tareas domésticas intensas) sea de trabajo o
producción para el autoconsumo, ante la dificultad del padre/madre de hacerse cargo de
esos menores o de mantener un empleo. En cualquier caso, parece difícil aceptar la
hipótesis de que los padres hacen un cálculo racional al tomar sus decisiones de fertilidad.
Esta revisión de los datos para nuestro país no sería completa sino incluyéramos una
mención a la diferenciación entre áreas urbanas y rurales. Según Aparicio (2007) “…la
EANNA puso en evidencia que el 25,0% de los adolescentes que trabajan no asiste a la
escuela, mientras que en las zonas rurales ese porcentaje llega al 62,0% y en las ciudades,
al 21,0%. Paralelamente, el ingreso temprano a las tareas agropecuarias lleva a que el
10,0%...”. En las áreas rurales la incorporación de los niños al trabajo es aún más precoz
que en las urbanas; si se incorporan las tareas realizadas para el autoconsumo familiar, las
cifras ascienden significativamente en los grupos etarios más bajos: entre 5 y 9 años, en
el campo, trabaja el 20,1% de los niños y niñas, el 39,9% de los que tienen entre 10 y
13 años y el 65,4% de los que se encuentran entre los 14 y 17 años. (Aparicio, 2007)
En relación con las actividades domésticas, Maceira (2007) ha encontrado que la
participación de niños y adolescentes constituye una pauta mayoritaria, involucrando a
poco más de la mitad de los niños y a ocho de cada diez adolescentes entrevistados. Sin
embargo, sólo el 8,5% de los niños y el 16,5% de los adolescentes, realiza trabajo
doméstico intenso. Maceira también señala que “se hace presente una diferenciación
específica de género –que significa, ciertamente, una mayor participación femenina– en
la dedicación de los niños a la actividad doméstica, que se vuelve más sustantiva al
avanzar hacia la adolescencia” y constata también que “la realización del trabajo
doméstico infantil, en general, y la actividad doméstica intensa, en particular, aumenta
entre los hogares menos favorecidos de la estructura social” (Maceira, 2007). Este es un
dato interesante para la política pública ya que se observa que la restricción de recursos
asociada a la pobreza estructural condiciona ciertamente las estrategias familiares
respecto del trabajo de sus miembros, por lo cual entre los hogares pobres hay una mayor
tendencia al trabajo doméstico intenso de niños y adolescentes; esto se acentúa cuando –
como sucede en Argentina- se encuentra más trabajo infantil en los hogares con mayor
cantidad de miembros, donde la convivencia con niños menores de cinco años especialmente cuando los mismos no concurren a guardería o dispositivo similar-,
significa una mayor carga doméstica. Esto abre una nueva dimensión para la intervención
pública, poco discutida y explorada en nuestro país pero muy debatida en los países
desarrollados, que es la necesidad de establecer un sistema institucional para el cuidado
de los menores que aún no se encuentran en edad escolar mientras sus padres trabajan. El
problema del género es central para la comprensión del trabajo infantil; la “división del
trabajo infantil” es equivalente a la de los adultos, y niños y adolescentes varones, por un
lado, y niñas y adolescentes mujeres, por el otro, toman a su cargo responsabilidades y
tareas bien diferenciadas, que inciden de distintas maneras en sus personalidades y en sus
posibilidades futuras.
El tema de la situación ocupacional de los padres como determinante no ha sido
tratado exhaustivamente y, según la información disponible, los análisis se han
concentrado mayoritariamente en el papel materno. En este sentido, algunas posturas
sostienen que cuando la madre participa activamente en el mercado de trabajo se
encuentra complementariedad con el trabajo infantil, esto es, los niños se hacen cargo,
principalmente, de tareas domésticas del hogar (cf. Brown et al, 2001: 11-24; Cigno,
Rosati y Tzannatos, 2002: 44). Otra posición, en cambio, afirma que existe sustitución, es
decir, que una vez que la madre consigue trabajo remunerado se reduce el trabajo infantil
en el hogar y los hijos asisten más a la escuela (cf. Basu y Van, 1998) . Los resultados de
la EANNA muestran que cuando solamente está presente el padre en el hogar aumenta la
probabilidad de que los menores realicen actividades laborales y no asistan al sistema
educativo. Aquellas niñas que tienen sólo a la madre también tienen mayor probabilidad
de insertarse prematuramente en el mercado de trabajo frente a aquellas niñas que tienen
a ambos padres. (Waisgrais 2007b) La presencia de complementariedad entre el trabajo
paterno y el de los niños se evidencia en que un 60,6% de ellos trabaja con sus padres o
familiares y un 31,6% lo hace por su cuenta.
Los desafíos a la política pública
Como resultado de la investigación presentada, hemos observado algunos factores
que inciden en la presencia de trabajo infantil y que nos permiten reflexionar sobre los
desafíos que enfrenta la política pública.
Se destacan tres cuestiones ligadas entre sí. La educación, la pobreza y la cultura
son elementos cruciales para la comprensión del trabajo infantil y, por ende, para pensar
en la definición de la política pública orientada a su erradicación. Como hemos visto,
tanto la experiencia internacional como los datos de Argentina muestran que son
relevantes en la evaluación que los padres hacen a la hora de enviar a sus hijos a la
escuela o a trabajar (o a hacer ambas cosas).
La cultura actúa fundamentalmente sobre el trabajo infantil a través de su
naturalización. Así lo demuestran las continuas referencias de los padres a la importancia
del trabajo como instancia de aprendizaje, capacitación y de compromiso con las
responsabilidades, con base en las tradiciones y costumbres familiares y/o sociales. Lo
consideramos un factor central ya que los datos muestran que el trabajo infantil atraviesa
a hogares con diferentes características (si bien todos ellos pueden reunirse bajo un
denominador común de una cierta vulnerabilidad). En contextos de crisis social como los
que hemos atravesado, que ha traído aparejada una fuerte crisis de valores, desintegración
social, marginalidad, exclusión, apatía, delincuencia, para muchos padres el trabajo de
sus hijos aparece quizás más que como una fuente de recursos como una puerta de escape
hacia valores como el esfuerzo, el sacrificio y la responsabilidad, claro que sin certezas y
por el contrario, a un precio muy alto.
Junto con la cultura, en tanto sistema de valores y normas, el nivel de educación
de los padres puede ser importante aunque no determinante para apreciar
adecuadamente las ventajas que la escuela tiene en el futuro de sus hijos. Las referencias
a las percepciones que los padres tienen respecto de la educación son reiteradas en la
literatura y remiten a un aspecto subjetivo que indudablemente puede y debe ser objeto de
las políticas a desarrollar. La educación familiar es, de todos modos, relevante para
romper con la reproducción intergeneracional del trabajo infantil.
Por otro lado, como hemos visto en nuestro repaso de los antecedentes
internacionales y en los datos de Argentina, la pobreza y la escasez de los ingresos
explican una parte destacada del problema que, sin embargo, no es determinante, ya que
es posible encontrar trabajo infantil en muchísimos hogares no pobres y, a la inversa,
no en todos los hogares pobres el trabajo infantil está presente; reducir la presencia del
trabajo infantil a la pobreza sería sucumbir a una visión simplista del problema, aún
cuando sin duda ella tenga una injerencia; los aspectos culturales y educativos arriba
mencionados pueden tener igual impacto, por lo que debe considerarse una combinación
de acciones públicas conjuntas sobre todas estas variables.
Su importancia puede observarse también en que en una parte mayoritaria de los
casos, según los datos de la EANNA, los niños no trabajan porque sus padres se
encuentran desempleados, sino que trabajan con ellos. Esto echa por tierra una imagen
que es bastante habitual que es la del padre o madre desempleado (o inactivo por propia
voluntad) que envía a trabajar a sus hijos. Sin descartar su existencia, no parece ser la
situación de la mayoría de los niños que trabajan.
Por ende, se deben modificar entonces los incentivos que hacen que algunas
familias privilegien el trabajo de sus hijos por sobre la educación. Esto último incluye
concientizar y educar a los padres sobre las ventajas de la educación de sus hijos, para lo
cual ésta no sólo debe ser de calidad y accesible sino ajustarse a las necesidades y el
contexto en que ellos se encuentran. Asimismo, supone el reemplazo de los, como vimos,
bajos ingresos que la familia puede obtener a partir del trabajo de sus niños ya que la
pobreza puede estar, desde luego, asociada de algún modo a la mayoría de los demás
factores mencionados, como el acceso a las escuelas, la educación de los padres, etc.
Para establecer un sistema de estímulos adecuado, la política estatal debe
continuar trabajando sobre todas estas dimensiones a través del desarrollo y de la
expansión de los programas de becas que atraen hacia la escuela a aquellos niños y
familias que, por un conjunto de razones que exceden la pobreza, han apelado al trabajo
de sus hijos. Tiene que prestarse especial atención en su implementación a la posibilidad
de la convivencia de las becas y el trabajo infantil, tal como muestra la experiencia
internacional. Por esta razón, por ejemplo, el Programa de Erradicación del Trabajo
Infantil en Brasil incluyó las jornadas ampliadas en las escuelas, debido a que se ha
establecido que cuantas más horas pasan en la escuela menos tiempo tienen para
dedicarle al trabajo.
De todos modos, el desafío no se restringe únicamente a una cuestión
presupuestaria. Si bien en los distintos estudios internacionales es una materia casi
ausente, para el caso de Argentina varios trabajos muestran la necesidad de que mejore la
percepción que las familias tienen de la pertinencia y calidad de la formación que la
escuela les ofrece a sus niños, particular pero no únicamente la de la escuela secundaria.
Por ende, los contenidos curriculares pueden volverse tanto o más importantes que los
aspectos antes referidos, y esto se hace especialmente relevante en el ámbito rural.
Por ello, la política pública debe correr por senderos paralelos: el de la adecuación
de los incentivos a la educación y a su percepción como instrumento de cambio personal
y social, el de la concientización y el cambio cultural y el de la inspección del trabajo
para la erradicación de las numerosas circunstancias en que se encuentra trabajo infantil.
Este último es un componente tan relevante como los anteriores. La inspección
tiene un efecto destacado sobre el trabajo infantil, que se relaciona con su capacidad de
detectar esas situaciones y con su efecto indirecto al operar sobre las condiciones de
trabajo de los jefes de hogar. Ciertamente, no puede ser consistente promover la
educación como medio para lograr un mejor futuro laboral de los niños cuando las
condiciones de trabajo de sus padres distan de ser decentes. Es imprescindible predicar
con el ejemplo, mostrar a los niños que en el futuro es posible insertarse en un mercado
de trabajo más formal, donde la protección existe y no es una quimera, y que la educación
puede ser una buena puerta de ingreso a ese mundo laboral.
El mayor reto es, quizás, la necesidad de coordinar la acción de las instituciones
de manera integrada y articulada, de modo de poder operar en forma simultánea sobre la
multicausalidad del fenómeno del trabajo infantil. La intervención estatal ha sido
caracterizada numerosas veces como aislada, poco coordinada, con múltiples agencias
que, en el mejor de los casos, rivalizan entre sí y, en el peor, no responden a las demandas
o ignoran la presencia de otros pares que se ocupan de aspectos de una misma cuestión.
En respuesta, enfrentados con la exigencia de integrar una serie de políticas en
una estrategia común, los organismos estatales han apelado a la formación de comisiones
que permitan nuclear a los distintos actores públicos –y eventualmente privados–
vinculados con un determinado conflicto. En el caso del trabajo infantil, en el año 1997 el
Estado argentino creó la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil
(CONAETI), donde se reúne a casi todos los ministerios nacionales. Su objetivo es el de
coordinar, evaluar y dar seguimiento a los esfuerzos en favor de la prevención y
erradicación del trabajo infantil.
El trabajo en redes ha sido la estrategia fundamental propuesta por la CONAETI y
el MTEySS para la prevención y la erradicación del trabajo infantil. El esquema de
trabajo del Plan Nacional de Erradicación del Trabajo Infantil de la CONAETI
(MTEySS, 2006) se apoya en gran medida en la reproducción de su modelo en el ámbito
provincial con las Comisiones Provinciales de Erradicación del Trabajo Infantil
(COPRETI), y en la vinculación de todas estas instancias entre sí. En este marco, uno de
los aspectos que la CONAETI también ha enfatizado ha sido su papel de promotora de la
difusión de la problemática del trabajo infantil, y así lo testimonian la gran cantidad de
convenios firmados con organizaciones públicas y privadas con el objetivo de
intercambiar información y emprender campañas sobre este tema.
Es importante también señalar que uno de los esfuerzos más importantes de la
CONAETI deberá dirigirse en primer lugar hacia la concientización y el cambio cultural
de aquellos agentes, gubernamentales y no, encargados de producir el cambio. Como lo
señalan Cardarelli et al (Cardarelli et al, 2007), “….la puesta en marcha de una política
orientada a la mitigación y erradicación del trabajo infantil supone llevar adelante un plan
de actividades de sensibilización destinado, por un lado, a los funcionarios y equipos
técnicos involucrados en la gestión de políticas asociadas a la problemática (“áreas de
minoridad”, infancia y familia, desarrollo social, educación, trabajo, entre otras) y, por el
otro, a la sociedad en general. Las organizaciones sociales tienen escasa visibilidad del
problema y, cuando lo visualizan, la mayoría de los entrevistados expresa posturas
ambivalentes que integran, por un lado, opiniones contundentes sobre la necesidad de su
erradicación y, por el otro, consideraciones sobre la inevitabilidad del trabajo infantil. Un
plan de acción orientado a la sensibilización debería operar sobre las percepciones
dominantes que los actores construyen con relación al trabajo infantil y que funcionan
como una barrera en toda política orientada a su erradicación y/o mitigación; estas
percepciones son básicamente que el trabajo no necesariamente vulnera los derechos de
niños y adolescentes y que el trabajo de por sí es bueno, salvador y preventivo de males
mayores, tales como la droga y el delito”.
Para finalizar, podemos afirmar que el desafío para el MTEySS no es menor.
Liderar un espacio de articulación de políticas entre distintas agencias gubernamentales,
tanto del nivel nacional como provincial, es una tarea difícil y novedosa en sí misma; los
obstáculos aumentan en forma considerable si su objetivo es, además, provocar un
cambio cultural, educativo y laboral en relación con el trabajo infantil, una cuestión muy
compleja y con profundas raíces históricas. El MTEySS ha iniciado este camino por el
principio, tomando una posición clara y definida que señala que el trabajo infantil, en
cualquier forma que se presente, es perjudicial para los niños ya que disminuye su
capacidad física y psíquica y su abanico de opciones, limitando su presente y su
desarrollo futuro. El MTEySS ha procurado entonces generar la información sistemática
y el conocimiento necesario para orientar las acciones de política que ha comenzado, y
que apuntan decididamente a avanzar en la erradicación del trabajo infantil, tarea que
numerosos niños de Argentina aún esperan.
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