cuando los estudiantes le pegan a sus maestros

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CUANDO LOS ESTUDIANTES LE PEGAN A SUS MAESTROS
Viene haciendo carrera en los colegios de Bogotá una práctica, que desde todo punto de vista es rechazable,
aunque se llegue al máximo de comprensión de la misma. Un punto de partida que conlleva a encontrar pistas
respecto a la etiología del fenómeno, es preguntarnos ¿Por qué los estudiantes le pegan a los maestros y a las
maestras? El abordaje del interrogante, igualmente tiene variedad de aristas por dónde escudriñarlo; sin embargo,
para efectos de este artículo, trazo unos surcos sobre los cuales legos y neófitos en la las ciencias sociales,
podrán ahondar en el entendimiento y posible salida.
Referentes cercanos
Tres referentes podrían ayudarnos a contextualizar el tema: a Educación Formal, el papel de la Familia y la
incidencia de los Medios de Comunicación. En lo atinente al primer aspecto, sólo basta recordar aquel necrófilo
slogan: “la letra con sangre entra.” En ese esquema de enseñanza, el docente podía castigar física y
sicológicamente al estudiante con la anuencia del Estado, de la familia y de la sociedad. No se conocen hechos
en los cuales los educandos “alzaran la mano contra sus maestro-as”; más bien, el alumno huía del
establecimiento, desertaba antes de quebrantar el autoritarismo o “el respeto” a los adultos.
En el ámbito familiar, la autoridad de los padres y de los hermanos mayores, especialmente de los varones,
ocupaba un lugar preponderante en las relaciones de poder y de saber. A los padres “no se les levantaba la
mano” porque sobre el agresor recaía el castigo humano de inmediato y divino a posteriori. El miedo jugó un
papel fundamental en la formación de la progenie. No obstante, hoy, los padres y las madres de familia, que
incluso hicieron parte de ese régimen, claman ayuda al colegio en la socialización primaria de los hijos, porque “ni
a las buenas, ni a las malas podemos con ellos”, “profe: yo ya no puedo más con ese muchacho… ya se me salió
de las manos”, “esa niña… ¡miren a ver ustedes que pueden hacer por él (o por ella)…ahí se lo-a dejo!”.
Los medios de comunicación, particularmente ciertos programas de televisión, vídeos, CD y DVD, son
enseñanzas que han determinado valores, comportamientos y actitudes en las generaciones que han nacido y
crecido bajo su égida. Lo verdaderamente revolucionario en la televisión, aduce el profesor Barbero, es que ella
permite a los más jóvenes estar presentes en las interacciones entre adultos. “Es como si la sociedad entera
hubiera tomado la decisión de autorizar a los niños a asistir a las guerras, a los entierros, a los juegos de
seducción, los interludios sexuales a las intrigas criminales”. 1
Con base en lo expuesto, se puede arriesgar la hipótesis que los cambios sustanciales en las formas de
enseñanza escolar, las transformaciones que ha experimentado la institución familiar y la incidencia trascendental
de los medios de comunicación, son factores colosales en la educación de los niños, niñas y jóvenes. Puesto en
términos pedagógicos, el peso del currículo nulo y del currículo oculto están poniendo en cuestión el currículo
explicito y todas las relaciones pedagógicas que en su interior se tejen, expresándose ello en síntomas como
aquel en el cual un estudiante vulnera la integridad física, síquica y moral de un profesor, por ejemplo.
La tensión entre los currículos
Desde la perspectiva pedagógica, podríamos valernos del currículo nulo para avivar el debate. Esta topología de
currículo está formada “por aquello que la escuela no enseña… aquello que deja de lado… a las materias,
contenidos y asignaturas que están ausentes en el currículo explícito o de centro como le hemos denominamos
en una reciente investigación. Y la escuela, hasta donde se tiene conocimiento, así haya investigadores que la
cataloguen como violenta, no le enseña a los estudiantes a agredir; por el contrario, aboga por la convivencia, ni
siquiera en las clases de Educación Física, en lo que respecta al Distrito, se practica el boxeo como deporte
favorito.
En Bogotá, ya son varios los casos divulgados por la radio, la televisión, la prensa y por las redes de
conversadores. Pero el asunto no ha pasado de ser una noticia, se ha quedado en la lectura del síntoma sin
excavar seriamente en las causas y las tensiones que lo forjan. En determinadas circunstancias, la salida
pedagógica se ha quedado en la aplicación del Manual de Convivencia; en otras, se ha llegado a los estrados
judiciales, pero el problema a cambio de decrecer tiende a propagarse.
Obviamente, no faltará quien alegue que ese problema es viejo, incluso que además de agredir al maestro o a la
maestra, actores armados han eliminado físicamente a algunos docentes. Eso es verdad, son significativos los
casos en los cuales niños y niñas colombianos han presenciado la muerte de su maestro o maestra en la misma
institución, eso ha ocurrido y de lo que se trata es de que esas dolorosas historias no se repliquen; más aún, se
llegó a saber que uno de los móviles tenía que ver con la postura política progresista del educador.
1
BARBERO, Jesús Martín (1996). Heredando el futuro. Pensar la educación desde la comunicación. En: Comunicación- Educación:
una relación estratégica. Santafé de Bogotá: DIUC, Revista Nómadas Nº 5, sep/96- febrero/97, pp 10-22
Tampoco faltará el criticastro que sostenga, que el asunto es de carácter psicológico, que “es la respuesta a un
estímulo aversivo”. Pero lo que viene ocurriendo en el Distrito Capital es un fenómeno complejo, en cuanto a sus
revelaciones; no se puede reducir a una manifestación actitudinal, de comportamiento individual, pues estamos
frente a un asunto enclocado en el corazón de la familia y de la sociedad, que se está incubando en la escuela y
para lo cual, los maestros y directivos docentes no contamos con las herramientas necesarias y suficientes para
abordarlo, olvidando el Estado y sus gobernantes que la mejora de la calidad de la educación, implica la
formación permanente de los educadores en las exigencias de la cultura escolar.
En todo caso, sea cual fuese la mirada, estamos frente a una relación conflictiva tensional como la define Oscar
Saldarriaga2 al ocuparse de la relación teoría-práctica. Nos hallamos en una encrucijada porque de una parte, los
maestros luchamos así sea de manera mesiánica por educar al pueblo, a los oprimidos, -parodiando a Freire-.
Pero, de otra, nos resistimos a aceptar la escuela como un lugar de custodia, como un recinto de protección y
contención social de las tribus urbanas y al maestro simplemente como un facilitador o como un sujeto heroico
que rescata y reintegra, al estilo del Diseño Instruccional y del conductismo, a unos individuos anómicos en
buenos ciudadanos, forzando la escuela y a la mayoría de sus habitantes a responder preguntas no formuladas
en su seno.
Del currículo de frontera
Tanto el currículo nulo como el explicito son interpelados por un acto como el de la agresión de un escolar a un
adulto o a otra persona. En cualquiera de los casos, los adultos no dudan en imputarle a la escuela, la mala
educación de los niños, niñas, jóvenes y adultos e incluso añoran el periodo de la letra con sangre entra: “Eso es
lo que les están enseñando hoy día… nada parecido a la manera como nos educaron a nosotros”. Pero pese a
estas injustas valoraciones y a las agresiones, el docente no se detiene, sigue explorando salidas, reflexiona,
convoca ayudas y le hace frente al problema con la mente, con el corazón y con su legado pedagógico y cultural;
es decir, va más allá del currículo oculto, del estigma, posesionándose en el concebido currículo de frontera,
asumiendo lo que Giroux, citando a Freire, denomina intelectual fronterizo3.
El maestro y la maestra como intelectuales fronterizos, arriesgan la posibilidad de ser analistas simbólicos, a
partir del lenguaje gestual clave del pensamiento semiótico. Para él y para ella, las emociones primarias hacen
parte del pensamiento semiótico. Comprenden con Russell, que un alumno, un maestro o un padre de familia, en
la angustia, vuelve a los estadios iniciales donde no existe la humanidad sino el yo, que busca ansiosamente
satisfacerse. Un yo que no solamente es del estudiante que le pega a su profesor, sino el padre de familia que
también lo ha hecho con el maestro y con otros escolares dentro y fuera del colegio. Empero lo disímil del asunto,
los maestros y maestras no claudicamos, hacemos brotar al menos dos ideas donde antes había una.
Cuando los estudiantes le pegan a sus maestros o cuando los padres de familia han hecho lo suyo con ellos y/o
ellas, se está atentando contra la dignidad humana, se está vulnerando el derecho fundamental a la integridad, se
está poniendo en riesgo la vida y se le está distorsionando el sentido a una de las instituciones en las que más
creen los niños, niñas, jóvenes y adultos: la escuela. Por eso, es importante generar reflexiones conducentes a
interrogar los hechos, a documentarlos, a cambio de tomar decisiones instrumentales como la simple sanción,
sobre la base de explicaciones simplistas, porque las acciones de violencia no cesan ahí, corren el riesgo de
convertirse en efecto mariposa.
Con base en lo anterior, es pertinente preguntarnos: ¿Nuestra lengua materna no cuenta con las palabras
adecuadas y suficientes para expresar la inconformidad mediante el discurso? ¿Llegar a “esos extremos” no es
un indicador de la pobreza argumentativa de los escolares? ¿La concurrencia de ese fenómeno tiene alguna
relación con la manera como el maestro, la maestra o el directivo docente se relaciona con los estudiantes y con
los padres de familia? ¿Esas manifestaciones cobran sentido por el valor de lo académico? ¿Están relacionados
con otros factores como el de la compatibilidad química o biológica? Mantienen alguna ligazón con problemáticas
externas ante las cuales el maestro es un pretexto desencadenante? ¿Son parte de la degradación humana?
¿Tienen alguna salida desde la pedagogía y la didáctica? ¿Son una demanda implícita de la educación filosófica
que requiere la verdadera democracia? O, en el peor de los casos… ¿Es un anuncio de la intensificación de la
guerra en las aulas y en las escuelas, tal como aconteció hacia la segunda mitad del siglo XIX en el gobierno de
los Radicales liberales con otros matices políticos, históricos y culturales? ¿Qué vínculo tiene un hecho de éstos
con la moral? ¿La libertad sigue siendo una cosa, y las condiciones de libertad otra? ¿Es un llamado para
recordar a los pedagogos antiautoritarios?
José Israel González Blanco. Trabajador Social. Colegio Nuevo Horizonte. Enero de 2006
SALDARRIAGA, Oscar. (2003) “¿Y por fín qué es lo que hacen los maestros? En: El maestro: Pedagogo, intelectual
o… maestro? Bogotá DC: Cooperativa Editorial Magisterio, pp. 302-3003.
3
GIROUX, Henri. A (1996) Placeres inquietantes. Barcelona: Paidos.
2
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