pág. 1 “Los costos de la recarga identitaria. El papel de las migrantes en los mecanismos de socialización en la comunidad transnacional de Cerritos, San Luis Potosí.” Antrop. Amalia E. Campos D. El Colegio de la frontera Norte, Tijuana Maestría en Estudios Socioculturales [email protected] Dr.R. Alejandro Montoya Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades Universidad Autónoma de San Luis Potosí [email protected] Resumen. La ponencia plantea una revisión del papel desempeñado por las mujeres de la comunidad transnacional de Cerritos, San Luis Potosí en el proceso migratorio entre el terruño y los Estados Unidos. Privilegiando una aproximación metodológica histórico-antropológica, se busca reconstruir la participación femenina en dos episodios del pasado de Cerritos, San Luis Potosí. Por una parte, durante las primeras oleadas de cerritenses hacia territorio norteamericano que iniciaron hace un siglo y en segundo término, a partir de la amnistía de 1986 con la cual se han configurado sucesivamente las nuevas generaciones de migrantes. A partir de estas dos aproximaciones temporales al fenómeno migratorio se busca entender los códigos culturales y los mecanismos de socialización que estas transmigrantes han implementado a lo largo de su tradición migratoria como respuesta a la migración colectiva que se genera en las comunidades de Cerritos. Así, a pesar de la supuesta invisibilidad de las mujeres dentro del proceso migratorio potosino, las hijas de Cerritos han construido estrategias culturales en virtud del peso de la diáspora al interior de las comunidades de origen, de manera que, dichas estrategias les han permitido adecuarse a una realidad ‘sin fronteras’, reflejo de su vida transnacional. A inicios del siglo XX, empezamos a notar la presencia de las migrantes potosinas en el vecino y familiar estado norteamericano de Texas. Posteriormente, buena parte del andamio social que apoyó la contratación masiva de cerritenses en el llamado Programa Bracero (1942-9164) fue levantado por la participación de las hijas, esposas y madres de los braceros. Durante esta época, en ambos lados de la frontera, aquellas mujeres que dieron seguimiento a la reunificación familiar, así como las que se quedaron, contribuyeron en conjunto al fortalecimiento de una cultura local que no puede ser entendida sin incluir el fenómeno migratorio. A partir de la década de 1970, con el florecimiento de la migración indocumentada, las mujeres continuaron apuntalando iniciativas de nuevos procesos migratorios, al igual que fortalecieron las incipientes redes de apoyo sustentadas en el sistema de parentesco. En la última porción del siglo XX, consecuencia de la migración familiar promovida por la aministía estadounidence SimpsonRodino, la mujeres empezarían a participar activamente en el proceso migratorio, detonándose así, cambios no solo en las esferas domésticas, sino también en las trasnancionales. De esta manera, las mujeres cerritences lograron resanar las redes de apoyo que databan del Programa Bracero, y las conjuntaron con aquellas sustentadas en el parentesco, cobrando parte de la ‘remesa emocional’ de casi un siglo de experiencia migratoria. Palabras clave: migración México-Estados Unidos, mujeres, San Luis Potosí, región. pág. 2 En el estado mexicano de San Luis Potosí, la migración hacia Estados Unidos ha sido parte de la cultura local en buena parte de los últimos 100 años. El proceso se ha incrustado con tal fuerza al interior de muchas comunidades del Altiplano, Zona Media, Centro y más recientemente en la Huasteca Potosina, que hoy en día es muy difícil imaginar un rincón de la entidad en donde el fenómeno migratorio no haya trastocado la vida cotidiana. A la par de que la migración es uno de los referentes ineludibles para entender la realidad económica y social de San Luis Potosí, el tema ha ido ganando terreno en la arena de discusión académica con lo cual, el caso potosino en muy poco tiempo deberá a su vez ser un referente inapelable en los estudios de la migración de mexicanos a los Estados Unidos. Con la entrada al siglo XXI, se observó un leve giro en la academia potosina de ciencias sociales en el cual la migración al norte ha empezado a llamar la atención de los científicos sociales, primero de historiadores y recientemente de la antropología. Sin embargo, la complejidad del problema es de cierta manera una invitación para tender puentes de entendimiento disciplinar con lo cual muy posiblemente se construya una percepción más amplia del problema y se logre consolidar una metodología de investigación en la cual exista una articulación entre fuentes escritas con testimonios de los protagonistas mismos, así como una integración de información de naturaleza histórica que arroje luz acerca del tema. Sin lugar a dudas, el caso multifacético de la migración potosina a Estados Unidos ofrece la oportunidad de tejer varias hebras teóricas y metodológicas del complejo entramado que se ha conformado en tiempo y en espacio (Montoya, 2008). En la geografía potosina y en especial de la denominada zona media, la cual se concibe como un escalón intermedio entre el altiplano desértico de la entidad y las tierras bajas de la Huasteca oriental, se ubica un municipio que se ha caracterizado por la persistencia y continuidad en su pág. 3 caminar al norte. El municipio de Cerritos, en la actualidad y en el último siglo de historia no puede ser entendido sin incorporar el componente de la migración a los Estados Unidos. Los orígenes del municipio se remontan a los días en los cuales la Intendencia de San Luis Potosí tenía bajo su jurisdicción los territorios de los actuales estados de Tamaulipas, Coahuila, y Nuevo León, incluyendo además la extensión del estado norteamericano de Texas. Con una población mayoritariamente concentrada en el ámbito rural, Cerritos fue el escenario de una agricultura benévola por buena parte del siglo XIX y en el último cuarto del mismo, la articulación de la cabecera municipal con la vía del ferrocarril Aguascalientes-Tampico, impulsó fuertemente la comercialización de los productos cerritenses principalmente en las plazas del norte de México. Pero la llegada del tren significó que solamente muy pocos se beneficiaran del progreso de la modernidad porfiriana ya que en Cerritos como en otras partes del estado, se amplió la brecha entre patrones y empleados, al igual que se agudizaron las diferencias entre los propietarios de las haciendas y sus peones. (Cockroft, 1985) En el municipio, el censo de 1900 indica que la cifra de desempleados era el 50% de la población del ejército laboral y de esta época en adelante, la población del municipio no ha dado muestras de repuntes en su crecimiento en buena medida por la salida masiva de hijos de Cerritos principalmente con rumbo al norte. Desde 1907, algunas mujeres del municipio como María Flor Castillo ya tenían una experiencia migratoria en los Estados Unidos, pero sin importar el tiempo de desarraigo, esta cerritense regresó con su pretendiente a casarse en la parroquia de San Juan Bautista, tal y como lo mandaba la tradición. Antes del estallido revolucionario, que a su vez propició la salida masiva de mexicanos a la Unión Americana, los primeros potosinos emigraron no exclusivamente bajo la perspectiva exclusiva de encontrar trabajo en el norte ni para escapar de la opresión económica. Existía un tránsito muy fluido y natural entre el territorio del estado y el sur de Texas pág. 4 que era un horizonte muy familiar para la gente proveniente de lugares como Ciudad del Maíz, Cárdenas y Cerritos. El persistente caminar a lo largo de un mes, era la principal noción de distancia para alcanzar una línea fronteriza muy difusa hacia varias comunidades texanas en donde se respiraba la cultura mexicana. La diáspora estaba tomando tal ímpetu, que la migración al norte entre los potosinos era vista como un recursos de sobrevivencia a tal grado que empezaba el abandono irreversible de las comunidades que alguna vez se habían sostenido en base al trabajo agrícola y que habían recibido como impulso último la sequía que asoló al campo entre 1907 y 1909 (Ankerson, 1984). Con el estallido de la revolución mexicana, los caminos que conectaban la entidad potosina con la frontera con los Estados Unidos se vieron más contingentes de campesinos, así como de gente proveniente de los centros urbanos, y pertenecientes a distintos sectores sociales. A su lado, empezarían a moverse la marea de migración femenina (hijas, hermanas, esposas encabezando a familias enteras o en vías de la reunificación familiar allende el Río Bravo). El camino a la frontera era largo y complicado, pero igualmente difícil era la permanencia en los estados norteños de México por donde la Revolución había instalado un clima de inseguridad. La población que a manera de refugiados partió de San Luis Potosí a los Estados Unidos, encontró en Laredo y San Antonio, Texas la oportunidad para asentarse (Rosales, 1978:42). Por otro lado, empezó a ser común el enganche de familias enteras para ser trasladadas a trabajos agrícolas en la Unión Americana (El Estandarte, 10 de enero de 1910). Por estos días, las fuentes nos arrojan datos acerca de las primeras familias de cerritenses que se acomodaron en la ciudad de San Antonio, Texas, en la cual empezarían incluso a crecer en tamaño. Felícitas López llegó a este lugar en compañía de su marido y se integraron rápidamente a la creciente comunidad de oriundos de San Luis Potosí quienes bautizaban a sus hijos nacidos en suelo norteamericano en las parroquias católicas. pág. 5 En comunidades texanas cercanas a San Antonio como Selma al igual que en Forsan y Bishop en la cercanía con la frontera con México, las familias de cerritenses empezaron a radicar como si fuera una costumbre habitual. Incluso, habían parejas que una vez casados en el pueblo enfilaron a los Estados Unidos tal y como nos ilustra el caso de la familia Reséndiz Mendoza quienes arribaron a la ciudad de Houston con su hija recién nacida. Sin embargo, familias como esta inculcaron entre sus hijos el apego al terruño que tarde o temprano los hacía regresar a Cerritos ya sea para casarse o bien para residir en la tierra de donde salieron los abuelos. La segunda década del siglo XX en Cerritos fue una época plagada por la incertidumbre económica, la carestía, la escases de comida y las luchas intestinas de los grupos hegemónicos que procuraron arrebatarse los hilos del poder local y regional. El desaliento de estos días, fue a su vez el aliciente para que muchos vecinos, hombres, mujeres o familias enteras tomaran la decisión de migrar a Texas, que no era del todo desconocido para muchos gracias a las noticias que llegaban ininterrumpidamente. Bajo estas condiciones, muchas familias quedaron al mando de mujeres ante la desaparición de los esposos, padres o hermanos que se llevaron las balas o la leva. Para trasladarse a la frontera norte, estas mujeres solicitaron la expedición de salvoconductos y constancias de nacionalidad mexicana para que no tuvieran problemas en el viaje. En los documentos quedaron plasmadas las intenciones abiertas que impulsaban a las viajeras para la reunificación familiar e incluso los deseos de desarraigo (al menos temporal) de Cerritos. Bajo este esquema podemos explicar la partida de la familia de Mariana Matías viuda de Guerra, que comprendía solamente a la porción de su parentela radicada en San Luis (una hija y su nieta Julieta), acompañada también por su empleada doméstica quienes en conjunto se alistaron para viajar a los Estados Unidos con la protección de salvoconductos para todas. El viaje en parte obedecía a la salud precaria de la hija quien sería atendida en la Unión Americana y para que la pág. 6 nieta continuara estudiando en aquel país. La segunda parte de los motivos obedeció a visitar a su hijo Arturo, quien se encontraba radicando al otro lado de la frontera (AHESLP AA, 1918.33, 9 de marzo) Pero así como esta mujer al mando de su familia se desplazó al norte para procurar varios objetivos familiares, para otra potosina, el viaje representó la unificación conyugal, como seucedió con Angelina M. Carrizales (Ibid, 12 de marzo). Similares motivos igualmente impulsaron a Soledad de Muñoz, quien en compañía de su hija Herlinda, intentó reunirse con su esposo Agustín Muñoz, quien era empleado de la firma W.M.A. Parker, dedicada a la industria de construcción y distribución de máquinas de escribir en la ciudad de Laredo, Texas. Pero así como algunas mujeres documentaron ampliamente sus iniciativas para migrar y realizar la reunificación familiar, para muchas otras, quedo igualmente transparente el deseo de irse a radicar a los Estados Unidos. En una solicitud de 1918, Efigenia Ramírez manifestó simplemente su solicitud de obtener el salvoconducto en el deseo de fijar su residencia en el territorio de los Estados Unidos. Sin importar edad, estado civil, ni estatus migratorio era cada vez más notoria la migración femenina detonada por la reunificación familiar, así como resultado de la iniciativa de mujeres al mando de la misma. En la capital potosina se expidieron durante 1918, 229 constancias de nacionalidad mexicana a los viajeros de sexo masculino, mientras solamente 43 constancias se entregaron a mujeres. Entre las familias enteras que emprendieron el viaje a los Estados Unidos, 27 de ellas recibieron su constancia reconociendo que iban encabezadas por un varón, mientras 8 familias fueron encabezadas por mujeres. En algunos casos, las migrantes potosinas que empezaban a abrir los caminos al norte partieron con la certidumbre de trabajo en el norte. La trabajadora doméstica María Martínez, abandonó San Luis con una "promesa de trabajo sólida" para laborar en la casa de Edward T. Cook, en la Willow Brand Farm, en el condado Ross del estado de Ohio. Posteriormente sería secundada por pág. 7 Zenaida Esquivel quien se reunió con ella en el estado del medio oeste norteamericano. Curiosamente, este par de potosinas no serían las únicas en sumarse en los trabajos de servidumbre de esta porción del interior de los Estados Unidos ya que Josefa Quintero viuda de Contreras y su hija Trinidad, partieron contratadas por Spencer Cook al mismo lugar (AHESLP AA 1918.33 f. s/n). Por esta época, la diferencia notoria entre los sueldos ofrecidos en México y los Estados Unidos empezarían a influir también en la decisión de migrar. Esto aunado a la inestabilidad política y económica que se experimentaba en lugares como Cerritos, ejercieron presión sobre una buena porción de la población que recibía noticias o bien era usuarios de las redes familiares y los bastiones de paisanos con experiencia en el norte. Con estos elementos se fue consolidando la tradición migratoria hacia Estados Unidos y para inicios de la década de 1920 en Cerritos y en el resto del estado potosino se empezaría a hacer evidente un descenso de la población ocasionada por los años turbulentos y por la emigración. Incluso, en los datos del censo de 1921, además del notorio descenso de población, empezaba a aparecer con transparencia la residencia de algunos hijos de Cerritos con residencia declarada en los Estados Unidos (Censo General de Habitantes. 30 de noviembre de 1921. Estado de San Luis Potosí). A partir de este episodio en la historia de los potosinos en la Unión Americana, también fue notorio que los mismos empezaron a ampliar su cobertura por la geografía norteamericana y no tanto exclusivamente avecindados en el estado de Texas, aunque este destino continuó siendo la primera opción en cuanto la migración femenina y de índole familiar, como el caso de los Sánchez Nieto (APSJBC PM, libro 25, f. 376). En otras palabras, los migrantes proveniente de San Luis y en particular de Cerritos siguieron el patrón característico de selección de destinos que se observó previo al año de 1930. Hacia Arizona y California se dirigieron habitantes de los estados de Sinaloa, Sonora, Durango y pág. 8 Chihuahua, mientras que a Texas llegaron los de Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y San Luis Potosí (Rosales, 1978: 98). A la cobertura Geográfica se le agregó la diversidad de ocupaciones en las cuales se contrataron a mexicanos Durante la década de 1920 en el área industrial de Chicago al menos 34 potosinos se encontraban enrolados en empleos no agrícolas, sino en los empleos propios de la industria de la fundición de acero que incluye el sur de la ciudad de Chicago, Illinois y Gary, Indiana. A la vez que se consolidaba la inserción de la mano de obra en este tipo de industria, se fue solidificando la comunidad mexicana en la llamada área de Chicago, dentro de la cual se apuntalaron aquellos provenientes del estado potosino, y en especial de la zona media en la cual se ubica el municipio de Cerritos. De nuevo, la búsqueda de mejores salarios en el norte, fue el principal ingrediente para que incluso muchas mujeres enfilaran su caminar al interior de los Estados Unidos (Montoya, 1997). La década de 1930 en la relación México-Estados Unidos posiblemente empezó en 1929 con el derrumbe financiero de la bolsa de valores de Nueva York y en sentido contrario a lo experimentado desde inicios del siglo XX, se daba comienzo a un episodio de retorno forzado de miles de mexicanos asentados en la Unión Americana. En el estado de California, los destierros se llevaron a cabo tanto con individuos como a familias enteras y de ahí, las autoridades migratorias siguieron esta política con la población mexicana avecindada en las áreas rurales y en poblados de Texas (Güerin-González: 1996, 78) Sin embargo, no todos los mexicanos fueron expulsados y los que lograron evadir las deportaciones masivas sentaron las bases de las redes de apoyo en las cuales se habían de apoyar las futuras generaciones de migrantes que se diseminaron por una cobertura más amplia en la geografía norteamericana. (Taylor: 1933, 4) Para estas fechas y antes de la crisis financiera, los Estados Unidos habían permitido la entrada legal de casi 18,000 mexicanos por año, admitidos pág. 9 principalmente por San Antonio y El Paso, Texas, así como en Los Ángeles, California. Dentro de esta cifra, las mujeres representaron el 36 % de los contingentes que habían declarado sus firmes intensiones de radicar en la Unión Americana. (Periódico Acción, 10 de diciembre de 1930, p. 3) En Cerritos, los inicios de la década de 1930 la mayor parte de la población estaba asentada en las zonas rurales del municipio, y en términos económicos habían más gente desempleada que los que aún intentaban arrancarle a las tierras algunos frutos. Las antiguas haciendas prontamente cayeron en desuso y tal pareció que el reparto agrario en el municipio en lugar de estimular el arraigo y el trabajo agrícola, fue un impulso adicional para la emigración con destino al norte (Cabrera Ipiña: 1979). A pesar de quela entidad potosina contaba con un número elevado de ejidatarios, la repartición y tenencia de la tierra no fueron por igual para toda la población rural, ya que solamente el 62% de ésta carecía de tierras. (Ankerson: 1994, 142-143) Este horizonte incierto en la agricultura potosina fue también una fuerte causa de la migración ahora ilegal a los Estados Unidos. Incluso a personajes emblemáticos como Juan Mares “el Agrarista” no les quedó más remedio que prometer un ex voto para que la policía migratoria no lo aprehendiera y deportara. (Cabrera Ipiña, 1979) Similar promesa hizo la potosina Serafina Magaña, quien para librarse del endurecimiento de la frontera, se casó con un ciudadano norteamericano, del cual “ni su nombre sabía escribir correctamente”. En otras palabras, todo era válido para quien tuviera en mente cruzar la línea divisoria con los Estados Unidos y de esta manera aliviar los males experimentados en sus ejidos. La migración en lugares tradicionalmente agrícolas como Cerritos, la migración familiar a ciudades como Chicago, se hizo de una manera más sistemática y en sintonía con las ramas del árbol genealógico que fueron truncadas con la deportación de 1929. Un impulso complementario a la migración en la esfera regional de Cerritos, lo recibiría con la inestabilidad detonada con la pág. 10 rebelión cedillista en la zona media potosina. En la segunda mitad de la década de 1930, en toda aquella familia que tuviera a su padre en el norte, se hizo posible que los hijos continuaran estudiando incluso hasta adquirir una formación profesional. Los que no tenían experiencia de trabajo en el vecino país se quedaban a esperar el agua de las nubes y acumular razones para emprender el camino nada fácil a la frontera ya que desde 1940 el flujo documentado de mexicanos que se internaron en los Estados Unidos, representó una proporción muy reducida en comparación con la gran oleada de 1920 (García y Griego: 1988, 26). En Cerritos, la gente vieja recuerda que los que se iban a trabajar a California, regresaban a contar de la bondad de los trabajos en suelo gringo. Incluso, en el pueblo era frecuente la llegada de mercancías norteamericanas que traían mujeres como Cirila Nieto Zifuentes, quien se encargaba de traer de la distante pero familiar ciudad de Chicago ropa, aparatos eléctricos, juguetes e incluso armas para vender en el pueblo. Pero este camino parece que se hizo más corto cuando la Unión Americana se involucra en la segunda guerra mundial ocasionando el enrolamiento de más de un millón y medio de hombres que se dedicaban a las labores agrícolas, con lo cual se abrió la posibilidad de buscar la intervención de la mano de obra mexicana para evitar el desastre en las cosechas (García y Griego: 1988, 92) Con este antecedente son fácilmente comprensibles las razones que llevaron a la firma de los llamados convenios del Programa Bracero, que entre 1942 y 1964 regularon la entrada sistemática y casi rutinaria de jornaleros contratados en México, para emplearse en la agricultura e industria norteamericana. Con los convenios en marcha se construyó en buena medida el perfil del trabajador migratorio en un esquema legal en el cual no había cabida sino solamente para varones. pág. 11 Las noticias de la contratación de braceros, cuando llegaron a Cerritos despertaron inquietud y esperanza entre los campesinos y gente de las zonas urbanas del municipio. Para los solteros, la decisión fue más sencilla que para los casados, quienes tuvieron que conciliar con sus cónyuges los arreglos del desprendimiento con la familia. Separación que empezaba con el traslado a los centros de contratación y de ahí a los trenes que se llevó a padres, hermanos, hijos y esposos a los campos de cultivo o a las cuadrillas de mantenimiento de la red ferroviaria de los Estados Unidos. Más allá de la habilidades y empeño empelado en el cumplimiento de los contratos, los braceros cerritenses que contaban con una familia, partieron al trabajo migrante con el apoyo de sus mujeres que dejaron tras de sí. Ya fuera que se ausentaran a cumplir contratos por tres o seis meses, a su retorno podían dar cuenta en que se habían usado los dólares que habían enviado como producto de su ahorro. A la dureza del trabajo a que estaban sometidos los braceros, se sumaba la añoranza con la familia y las malas noticias que viajaban más rápido que las buenas. A partir de 1942 Cerritos empezó a despoblarse de hombre y se fue constituyendo en un pueblo de mujeres, viejos y niños por buenas porciones de cada año en que funcionó el Programa Bracero y a pesar de que se facilitará o no, la contratación legal. Para toda mujer de Cerritos que tuviera un bracero en la familia sin importar el grado de parentesco, quedaba prácticamente dos caminos: uno era el apuntalar la migración laborar desde el pueblo, apoyando el desprendimiento por temporadas del padre, el hermano, el o del esposo. La segunda opción era intentar la reunificación familiar en los Estados Unidos ya que los contratos y los periodos de residencia legal para los mexicanos se concentraron principalmente para los varones. Si el bracero tomaba la decisión de enganchar contrato tras contrato y prácticamente quedarse a residir en la Unión Americana, primero debía demostrar su valía como trabajador para ser objeto pág. 12 del otorgamiento de la “mica” con la cual podía tramitar la residencia de los miembros de su familia. Pero muchos braceros, prefirieron no alargar la espera y tan pronto se ubicaban en un trabajo y encontraban alojamiento, regresaron a Cerritos a por sus familias para llevárselas aunque fuera de mojados para el otro lado. Casos como este fue el que vivió la cerritense Maxímina Berrones Ponce, madre del influyente periodista de la cadena televisiva ABC y de rotativos como el Chicago Tribune, quien en pleno periodo de contratación de braceros esperó el retorno de su esposo para ingresar ilegalmente al país que había contratado legalmente a la cabeza de familia para alcanzar a criar a sus hijos en East Chicago, Indiana. Tal pareciera que en lugares como el de nuestro municipio potosino no se alcanzó a interpretar en el marco de la relación binacional, los objetivos y alcances del Programa Bracero, ya que muchos empezaron a lucrar con las plazas disponibles, así como no hubo un descenso de la migración indocumentada (Montoya: 2006) Sin importar el clima en el diálogo binacional, los cerritenses se las arreglaron para encontrar trabajo en los Estados Unidos, por lo general gracias al apoyo de la red de paisanos y parientes en algún grado, que en conjunto sostenían a las nuevas mareas de braceros e indocumentados, pero también contribuyeron a la dolarización de la vida en el terruño. La diferencia entre aquellos que emigraban y los que se quedaban empezaba a ser tan notoria, que incluso en la década de 1950, la emigración en Cerritos en cierta medida fue administrada por el cura local, auxiliado por el telegrafista y el encargado de elaborar la listas de braceros en las oficinas de Monterrey. Al final de los contratos en 1964, muchos braceros cerritenses ya habían logrado consolidar su residencia en los Estados Unidos y apuntalados en esto hicieron más común la migración familiar de reunificación. Los que se sumaron tarde a los contratos o por alguna razón no construyeron un historial laboral en el norte, no les quedó más remedio que intentar cruzar al cobijo de las sombras de la ilegalidad, y bajo este esquema se hizo más notoria la participación pág. 13 de las mujeres. Mujeres que ya no se quedaron a esperar los dólares de los maridos, las noticias de los hijos o las promesas de pretendientes, sino empezaron a construir su propia tradición migratoria hacia la amplia red de bastiones de paisanos y familiares que crecía en los estados norteamericanos. Con el tiempo, incluso llegarían a igualar las cifras representativas de la migración masculina a regiones como el área de Chicago (Montoya: 1997). Quedarse en el pueblo significaba que se debía aprender en un naciente “cementerio de elefantes”, cuando el pueblo empezó a recibir a las primeras partidas de braceros jubilados. En el pueblo, además cada vez fueron más frecuentes las uniones de cerritenses con ciudadanos norteamericanos e incluso, en la Parroquia de San Juan Baustista no fue extraño ver a las novias norteamericanas 100% o bien hijas de Cerritos, pero nacidas al norte del Río Bravo. Durante la década de 1970 y la primera mitad de 1980, la migración a los Estados Unidos, mantuvo su lugar privilegiado en el esquema económico y cultural de Cerritos. Era un fenómeno tan peculiar que todas la versiones de migrantes (braceros, pensionados, pasaporteados, mojados y como se dicen ellos mismos, americans) reprodujeron los significados de la migración así como el carácter binacional del terruño. En 1985, la migración de mexicanos a la Unión Americana entraría en otro momento coyuntural que permitiría ajustes y cambios radicales en los cuales, los cerritenses nuevamente se harían presentes para perfeccionar a un nuevo arquetipo de migrante. A partir de esta fecha, el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, empezaría a dictar un cambio en la agenda migratoria entre ambos países. Por el lado norteamericano, se hizo énfasis en la pérdida de control de la frontera ante una inmienete la invasión de migrantes ilegales. A partir de esta realidad, el tema migratorio se convirtió en un asunto prioritario en la política exterior e interna de la Unión Americana. Al mismo tiempo, esta condición abrió la oportunidad para que se impulsaran iniciativas tal y como lo hicieron en conjunto, el senador de pág. 14 Wyoming, Alan Simpson y el representante de New Jersey, Peter Rodino, con un proyecto de ley conocido como Immigration Reform and Control Act (IRCA) que fue firmado en noviembre de 1986 por el mismo Presidente Reagan (Durand et.al. 1999: 521). IRCA fue la primera legislación en la historia de Estados Unidos creada específicamente para reducir el número de migrantes indocumentados en ese país. Los cuatro puntos esenciales implementados a partir de esta legislación para el control de la migración ilegal fueron: 1) Refuerzo de la Patrulla Fronteriza. 2) Sanciones a los empleadores que conociendo el estatus migratorio ilegal del trabajador lo contrataran. En esta misma línea, el patrón debía llenar la forma I-9 donde asegurará haber visto uno o más documentos que acreditaran la legalidad del trabajador; 3) Ofrecimiento de amnistía a los trabajadores indocumentados que hubieran residido continuamente en territorio norteamericano desde el primero de Junio de 1982, conociéndoseles como Legally Authorized Workers (LAW) y 4) Dentro del programa Special Agricultural Worker (SAW), se les garantizaba amnistía a los trabajadores indocumentados que pudieran comprobar que por 90 días se habían desempeñado en trabajos agrícolas durante 1984-1986 (Donato, et. al., 1992: 93- 96). Más allá del plano político y del reconocimiento del trabajo de los indocumentados en la economía norteamericana, a un nivel personal, la iniciativa de ley repercutió singularmente entre candidatos a apegarse a la misma. Por una parte, las acciones promovidas por IRCA disminuyeron el contacto de los migrantes ilegales con los miembros de sus familias que se encontraran en sus comunidades de origen, pero por otra parte, la puesta en marcha de la nueva ley promovió la reunificación familiar en suelo norteamericano toda vez que los migrantes empezaran a legalizar su condición migratoria. Bajo este nuevo esquema, la migración femenina nuevamente volvió a incrementarse, ya que gran número de esposas e hijas de los beneficiados pág. 15 por la amnistía entraron a territorio norteamericano bajo el amparo de la legalización de los jefes de familia. Concretamente, durante el período Post- IRCA (de 1987 a 1990) del total de migrantes que entraron a territorio norteamericano portando documentos, 50.9% eran mujeres, y entre ellas, el 57.1% eran mayores de 18 años. En sentido opuesto y tal como había sucedido en otros episodios de la historia migratoria de mexicanos al norte entre los migrantes indocumentados que se internaron en los Estados Unidos, 27.8% de ellos eran mujeres, de las cuales 26.6% eran mayores de 18 años (Durand, et. al., 1999:526). En el caso de las mujeres que encontraron una rendija para migrar legalmente bajo el esquema de IRCA, el proceso cobró más fuerza al interior de las comunidades con antecedentes migratorios familiares previos al Programa Bracero (1942-1964). La comunidad potosina de Cerritos representa esta particularidad por lo cual es conveniente explicar el incremento de la migración femenina en relación directa con la amnistía otorgada a algún familiar cercano (Donato, 1999: 58). En otras palabras, IRCA fue la punta de lanza para que Cerritos y sus habitantes se conformaran como una comunidad transnacional, en la cual y en términos generales, los cerritenses beneficiados con la amnistía provenían de familias con profundas y añejas raíces migratorias. Así, la primera generación nacida en los términos del IRCA, carga con una herencia cultural de movilidad, y sobre todo de arraigo. Los “rodinos” de Cerritos han asimilado y pulido las estrategias de movilidad, recarga cultural, negociación de pertenencia y arraigo que sus abuelos y padres han desarrollado para seguir conectados con la comunidad de origen, y sobre todo con los paisanos que permanecen en ella. Cerritos, durante los períodos de retorno de los hijos ausentes se transforma para convertirse en un espacio binacional. Con esta idea adquirida es más fácil entender porqué en las mañanas, pág. 16 durante las temporadas de fiesta, la plaza principal del pueblo se llena de familias y no es difícil escuchar conversaciones salpicadas en el idioma inglés. Así mismo, y a primer golpe de vista se puede detectar los vínculos sociales y las relaciones entre una generación de migrantes y otra en cuanto a sus preferencias linguísticas. Los hijos adolescentes de migrantes, ya sea nacidos o criados en el vecino país del norte prefieren utilizar el inglés como lenguaje coloquial, mientras que los padres oriundos de Cerritos se empeñan en dirigir la conversación en español, así se articulan múltiples charlas en dos idiomas en el que preguntan los padres y en el que responden los hijos. En algunas comunidades satélites de la cabecera municipal de Cerritos, como El Tepozán no resulta extraño ver jóvenes “rodinos” con camisetas que portan la leyenda “Made in Tepozán”, durante los días de las fiestas patronales. Los anuncios en su vestimenta significan su pertenencia simbólica a una comunidad que aunque no los vio nacer, los ha visto crecer y los ha criado en la transnacionalidad. Sin bien en lugares como El Tepozán no se cuentan “embajadores de la buena voluntad migrante”, es decir hijos de migrantes cuya situación migratoria es irregular, éstos no pierden una sola oportunidad para representar a sus padres ausentes en la comunidad de origen. El transporte de estos “embajadores” cuando son menores de edad es llevado a cabo bajo la supervisión o acompañamiento de algún familiar o por un “compadre” qu de preferencia utilizaran los servicios de algún “cartero” para enviar a los menores al pueblo. Cuando los hijos del Tepozán alcanzan la mayoría de edad, la movilidad sigue este mismo patrón de viaje o bien se facilita por la oferta de traslado en los autobuses transfronterizos que tienen oficinas en la cabecera municipal. Sin lugar a dudas, las remesas sociales, vistas como el gran cuerpo de significados compartidos son la clave para comprender la formación de la comunidad transnacional en Cerritos y entender de qué manera los “no migrantes” se ven influenciados por las cargas culturales que pág. 17 transportadas por los “carteros” y por los mismos migrantes cuando regresan durante las festividades (Levitt, 1998:932). Una remesas lingüística que fue bien recibida y adoptada por los no migrantes de El Tepozán es la “…muletilla Oh sí, que no es más que el uso castellanizado del Oh yeah o de un Oh really? anglosajón, muletilla que utilizan para afirmar o preguntar-según la entonación” (Montoya, 2006:23). La comunidad cerritence de El Tepozán, es un microcosmos ideal al analizar los mecanismos de socialización entre los migrantes, y sobre todo entre los “rodinos”, ya que alrededor del 70 % de su población fue beneficiada por el IRCA y por lo tanto residen de manera permanente en territorio norteamericano. Ante esta circunstancia organizan sus casas habitación en función al tiempo de su estadía. Las familias transnacionales de esta comunidad se reagrupan a manera de familia extensa – padres, hijos, tíos, primos, abuelos- y construyen sus viviendas en grandes solares en los cuales levantan tres o cuatro “anexos”, además de la casa principal donde viven los abuelos. Entre comparten una gran cocina situada en un lugar estratégico del solar al que puedan acceder fácilmente los habitantes sin recorrer mucha distancia. La lógica de este agrupamiento habitacional es muy sencilla, por un lado la conveniencia de tener a toda la familia “junta” cuando es temporada de fiesta en “el rancho”, y por otro, el tiempo que permanecen los migrantes no es tan corto como para no tener casa en El Tepozán, ni tan largo como para tenerla por separado. Por un lado podemos apreciar como una de las respuestas del gobierno mexicano ante el IRCA, y sobre todo ante su preocupación de que la naciente generación bajo este esquema, dejara de autoidentificarse como mexicano. Por ello, el 20 de marzo de 1998 entró en vigor la “Ley de la Doble Nacionalidad o de No Pérdida de la Nacionalidad Mexicana”. De esta política entendemos el caso de la vecina de la comunidad de El Tepozán, “Catalina Ávila Rojas”, cuyo padre fue beneficiado con el IRCA y aunque nacida en suelo norteamericano porta orgullosa la etiqueta pág. 18 identitaria “Made in El Tepozán”. La familia de “Catalina” tiene una tradición migratoria que data del Programa Bracero y que después se vio fuertemente influenciada por la amnistía de 1986. De los trece hijos de la familia “Ávila Rodríguez” seis de ellos son “rodinos”, dos están regularizados a partir del matrimonio con una American Citizen, dos más están esperando “ser pedidos”1 por sus hijos nacidos en Estados Unidos, y los últimos tres son indocumentados. Esta familia representa la evidencia del arraigo simbólico de los migrantes y su participación en las organizaciones de oriundos, ya que tres de cinco jefes de familia beneficiados con el IRCA tienen un rol importante en la organización de las fiestas patronales y en la recolección de donativos. En este punto situamos en análisis de Levitt al señalar que la poca o mucha inserción de los padres en actividades transnacionales influye directamente en la participación de la segunda generación, generando lealtad y compromiso moral con las comunidades de origen (Levitt, 2002:137). En esta misma línea, según el análisis de Goldring, la participación femenina en los clubes de oriundos es reducida y a la vez limitada a actividades consideradas como tradicionales de una mujer –preparar y vender comida, reinas de belleza, etc.- (Goldring, 2003: 349). Para el estudio del caso de las rodinas no-migrantes2, habríamos de reconsiderar la primera parte de la hipótesis del trabajo de Goldring, ya que, -al menos cuando que se encuentran en su comunidad de origenestán completamente vinculadas con la realización y organización característica del lado mexicano en cuanto a las fiestas patronales y eventos de recarga simbólica. De esta manera, refuerzan los vínculos emocionales con las oriundas de El Tepo que residen en territorio norteamericano, y a la vez, estas acciones generan entre determinadas migrantes sentimientos de 1 Término coloquial utilizado para referir a la opción en la que los ciudadanos americanos mayores de 18 años pueden utilizar su status adscrito para solicitar la Residencia Americana de sus padres. 2 Que se encuentran es espera de la resolución del trámite migratorio familiar. pág. 19 reciprocidad y simpatía para con ellas, que se podrán utilizar como principios de una red de apoyo femenina desvinculada a la de sus familias. En otro orden de ideas, el establecimiento en la comunidad de destino de los migrantes representa el momento en que la comunidad se aglutina para facilitar la adaptación de los nuevos miembros. En este orden de ideas, la residencia permanente de migrantes mexicanos en territorio norteamericano está marcada por dos elementos: 1) la presencia femenina –en la comunidad de origen o en la de destino-, y 2) la tradición migratoria con que cuenta la comunidad de origen, reflejada en la facilidad de ésta para compartir códigos culturales con sus hijos ausentes (Hondagneu-Sotelo, 1994:18). Específicamente en la estructura económica en las comunidades de destino, las rodinas cerritences madres de familia han continuado con el perfil tradicional, incorporándose al mercado laboral de manera intermitente, -cuidando hijos de otras migrantes, generalmente vecinas o parientes-, quehacer que no les implica una movilización por grandes distancias o salir de casa. De esta manera, las actividades por las que las rodinas han optado les permiten generar sentimientos de reciprocidad entre otras mujeres, y a la vez ser retribuidas económicamente. Así, estas redes de apoyo contribuyen a la solución o aligeramiento de las actividades domésticas de unas, y al desahogo financiero de otras. Para las rodinas, a pesar de vivir permanentemente en suelo norteamericano la ciudadanía mexicana representa un símbolo importante en la autoidentificación como mexicanas, pero sobre todo como cerritences, como lo explica “Marissa” “…yo tenía en mente ‘me voy a hacer ciudadana norteamericana y me van a quitar la ciudadanía de México’, y pos yo no quiero dejar de ser ciudadana mexicana, claro que siempre voy a ser mexicana y de El Tepo, pero le digo a mi mamá, me voy a sentir menos mexicana…”3. 3 Entrevista a “Marissa Martínez Sánchez”, 19 de Marzo del 2007, El Tepozán, S.L.P. pág. 20 En este sentido, uno de los elementos principales de la preservación de la comunidad transnacional y del afecto al terruño es la práctica endogámica que se conserva como una directiva entre cerritences nacidos o no en la misma comunidad de origen. Sin duda alguna, en su rol de transmisoras de la cultura local, son las mujeres las encargadas de instaurar ente sus descendientes los vínculos afectivos hacia una comunidad que a pesar de que no los vio nacer, en muy probable que los verá crecer y al paso de los años reproducir el mismo modelo. En breve, hay dos afirmaciones irrefutables que aplican para la familia transnacional cuyos vínculos los conectan en uno y otro lado de la frontera: 1) tener papeles que acrediten un estatus migratorio legal en territorio estadounidense no implica que su decisión sea quedarse en definitiva en el vecino país, y 2) “regresar de manera definitiva a la comunidad de origen, tampoco significa haber perdido interés en el estatus legal norteamericano…” (Herrera, 2005:228). Siguiendo esta última idea, para los migrantes mexicanos en suelo estadounidense “…la residencia en los [Estados Unidos] es un bien muy preciado, que aún las personas que no creen regresar a vivir a los [Estados Unidos], hacen esfuerzos importantes por conservar y trasmitir este dispositivo a los hijos y conyugues” (Herrera, 2005:229). Hablando de las mujeres transmigrantes cerritences como encargadas de la socialización de las nuevas generaciones nacidas bajo las dos banderas, es importante señalar la labor que realizan estas mujeres al promover que durante “vacaciones prolongadas”-2 o 3 meses- los niños que aún no están en edad de escolar se alojen con sus abuelos –generalmente maternos- en Cerritos permitiendo así que los infantes se adapten tanto al paisaje como al ritmo de vida en la comunidad. Cuando esta generación de transmigrantes se encuentra en edad escolar en suelo norteamericano, principalmente alrededor de los 13-14 años, una de las técnicas que las madres migrantes han venido empleando desde hace aproximadamente 5 años es la de promover que sus hijos estudien al menos un año escolar en Cerritos, como cuenta la rodina “Jazmín”: pág. 21 “pues mi mamá quiso que me viniera a estudiar para acá un año en la secundaria, y pues yo creo que fue para que le agarrara más cariño a Cerritos, y pues estuvo bien porque así pude hacer amigos, y entonces ya cuando vengo pues ya tengo con quien salir y así. Aquí las cosas son muy distintas, la gente es menos atenta de lo que haces o dices para poder ser popular, yo por ejemplo yo era popular porque pues nací allá, pero pues la gente no me trataba como extranjera me trataban como de aquí, porque me ven a cada rato que si en la fiesta, que si en navidad…”4. Bajo esta misma idea, si bien es cierto que, como lo comentamos anteriormente, Cerritos no cuenta con muchos “embajadores de la buena voluntad migrante” los cuales viajan regularmente como representantes de sus padres cuya situación migratoria irregular les impide cruzar la frontera. El tipo de representación que promueven las madres cerritences está más enfocado en “adaptar” al niño a la comunidad de origen, y que durante estas temporadas “vacacionales” refuerce el vínculo afectivo con la misma. Por lo tanto, podemos determinar tres momentos de estancia en Cerritos: 1) durante la edad no escolar de los niños, 2) en plena edad escolar durante todo el período vacacional en el verano – aproximadamente dos meses-, y 3) como lo vimos en el caso de “Jazmín”, durante una parte de la educación media superior. Como lo hemos venido mencionado, la nueva generación transmigrante producto del IRCA nació bajo las dos banderas, y se ha criado tanto en suelo cerritence como en suelo norteamericano. De esta manera, su movilidad hacia Cerritos no es algo nuevo, ya sea alojándose con los abuelos maternos durante largas temporadas mientras no estén en edad escolar, o bien en sus vacaciones de verano o en “intercambios académicos” estos niños y jóvenes han visto consolidar su capacidad de movilidad gracias al surgimiento de empresas de transportes transnacionales cerritences. El camino arado por los ex-braseros en su ir y venir fronterizo, así como la necesidad – principalmente de las madres de familia- de utilizar un medio de transporte seguro por el cual sus descendientes pudieran llegar a su destino, fueron los elementos principales que impulsaron la 4 Entrevista a “Jazmín Ruiz González”. 25 de Junio del 2007. Cerritos, S.L.P. pág. 22 creación del servicio de autobuses transnacionales, los cuales cuentan con salidas y regresos diarios de territorio estadounidense. Las rodinas cerritences se han convertido en usuarias asiduas de este medio de transporte, y esto ha influenciado de manera notoria su concepción de “frontera”, ya que como alguna vez mencionó “Suriel”:“te subes en Cerritos y te bajas hasta Houston”5, es decir para ellas, el trayecto de su origen y su destino -o viceversa según se trate el caso- es lo que constituye la frontera en sí. De manera que, para estas rodinas, el recorrido entre los dos puntos representa por decirlo de alguna manera un mero trámite y son entonces solamente del punto A al B, lo que representa su realidad transnacional fronteriza. Como consecuencia de lo anterior, es prudente reconsiderar que si bien la tradición migratoria en México ha generado respuestas culturales diferentes en cuanto al intercambio simbólico, para el caso del Occidente de México más que generarse una dinámica de aculturación, se ha generado una nueva manera de vivir a “con la migración” (Durand, 1996:165). Este argumento aplicado a la realidad cerritense nos permite entender también la manera en que los transmigrantes de este lugar perciben a la migración como un aspecto adicional en la vida cotidiana. Un aspecto tan familiar que no se deposita mucha atención sobre la dimensión espacial, o en otras palabras, de la distancia geográfica que separa el municipio potosino de los condados norteamericanos. Pero sin duda alguna, la migración al norte constituye un horizonte muy bien definido por la historia del pueblo como por su realidad actual y sin la cual no se puede explicar cabalmente ni entender la el intercambio cultural con los Estados Unidos. 5 Entrevista a “Suriel Pérez Cruz”. 22 de Junio del 2007. Cerritos, S.L.P. pág. 23 BIBLIOGRAFÍA Alanis Enciso, Fernando S. 2004 “Nos vamos al norte: la emigración de San Luis Potosí a Estados Unidos entre 1920 y 1940.” Migraciones Internacionales. 2(004):66-94. Ankerson, Dudley. 1994 El Caudillo Agrarista. Saturnino Cedillo y La Revolución Mexicana en San Luis Potosí. México: Instituto Nacional de Estudios Históricos sobre la Revolución Mexicana. Cabrera Ipiña, Octaviano. 1979 200 Haciendas potosinas y su triste fin. San Luis Potosí, s.p.i. Campos Delgado, Amalia E. 2008 Made in Cerritos. Arraigo y migración femenina en la comunidad transnacional de Cerritos, SLP. Tesis de Licenciatura en Antropología. UASLP-CCSYH. Donato, Katharine M., Jorge Durand y Douglas S. Massey. 1992 “Changing Conditions in the U.S. Labor Market. Effects of the Immigration Reform and Control Act of 1986.” Population Research and Policy Review. 11: 93-115. Durand, Jorge. 1996 Migration mexicaines aux États-Unis. Paris: CNRS Éditions. Durand, Jorge, Douglas S. Massey y Emilio. A. Parrado. 1999 “The New Era of Mexican Migration to the United States.” The Journal of American History. 86 (2):518-536. García y Griego, Manuel. 1988 The Bracero Policy Experiment: U.S.-Mexican Response to Mexican Labor Migration, 1942-1945, Disertación para obtener el Grado de Doctor en Historia, Los Angeles, Universidad de California. Goldring, Luin. 2003 “Gender, Status, and the State in Transnational Spaces. The Gendering of Political Participation and Mexican Hometown Associations.” En Hondagneu- Sotelo, Pierrette (Ed.) Gender and U.S. Immigration. Contemporary Trends. Los Angeles: University of California Press, pp. 341-357. Güerin-González, Camille. 1996 Mexican Workers and American Dream. Inmigration, Repatriation, and California Farm Labor, 1900-1939, New Brunswick, Rutgers University Press. Herrera Lima, Fernando F. 2005 Vidas Itinerantes en un Espacio Laboral Transnacional. México: Universidad Autónoma Metropolitana. pág. 24 Hirsch, Jennifer S. 2000 “En el Norte la mujer manda: Gender, Generation, and Geography in a Mexican Transnational Community” En Foner, N, R. Rumbaut y S. Gold (Eds.) Immigration Research for a New Century. Multidisciplinary Perspectives. New York: Russell Sage Foundation, pp. 369-389. Hondagneu-Sotelo, Pierrette. 1994 Gendered Transitions. Mexican Experiences Angeles/London: University of California Press. of Immigration. Berkeley/Los Levitt, Peggy. 1998 “Social Remittances: Migration Driven Local-Level Forms of Cultural Diffusion.” International Migration Review. 32(4):926-948. 2002 “The Ties that Change: Relations to the Ancestral Home Over the Life Cycle.” En Levitt, Peggy & Mart C. Walters (Eds) The Changing Face of Home. The Transnational Lives of the Second Generation. New York: Russell Sage Foundation, pp. 123-144. Massey, Douglas S., Rafael Alarcón, Jorge Durand y Humberto González. 1991 Los Ausentes. El proceso social de la migración internacional en el occidente de México. México: CONACULTA-Editorial Alianza Montoya, R. Alejandro. 1997 La experiencia Potosina en Chicago. San Luis Potosí: El Colegio de San Luis. 2006 La migración Potosina hacia Estados Unidos de Norteamérica. Antes y durante el Programa Bracero. El caso de Cerritos, S.L.P. San Luis Potosí: Editorial Ponciano Arriaga. 2006b “El estudio de la migración Potosina a Estados Unidos. Un cruce de fronteras teóricas y metodológicas.” En X Congreso Internacional sobre Integración Regional, Fronteras y Globalización en el Continente Americano: San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, pp. 1-17. 2008 “Caminos para entender un persistente caminar al norte. El estudio de la migración potosina a Estados Unidos desde la antropología y la historia”, en Ramírez Bacca, Renzo y A. Betancourt M. (coords.) Ensayos sobre Historia y Cultura en América Latina, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, La Carreta Editores, 2008, pp. 119-136. Rosales, Francisco 1978 Mexican Inmigration to the Urban Midwest during the 1920´s. Disertación Doctoral en Historia, Bloomington, Universidad de Indiana. 1978 “The Regional Origins on Mexico inmigrants to Chicago During the 1920´s”, Aztlán, 7, pp. 5-15. Taylor, Paul. 1933 “Increase of Mexican Population in the United States, 1920-1930”, Monthly Labor Review, 37, pp. 45-48. pág. 25 Archivos. AHESLP AA APSJBC PM Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, Archivo Ayuntamiento. Archivo Parroquial de San Juan Bautista de Cerritos, Presentaciones Matrimoniales. Información de Autores. Antrop. Amalia E. Campos Delgado [email protected] Estudiante de Maestría El Colegio de la Frontera Norte Km 18.5 carretera escénica Tijuana - Ensenada, San Antonio del Mar, Tijuana, Baja California, México, C.P. 22560 Tel: (664) 285-38-47 Tel: (444) 815-14-31 Dr. R. Alejandro Montoya [email protected] Profesor Investigador UASLP-CCSyH Av. Industrias No. 101-A. Fraccionamiento Talleres San Luis Potosí, SLP Tel: (444) 818-24-75