A 30 AÑOS DE LA NOCHE MAS LARGA - LAS

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A 30 AÑOS DE LA NOCHE MAS LARGA - LAS OPERACIONES CLANDESTINAS EN LATINOAMERICA: BOLIVIA - NICARAGUA - HONDURAS
- GUATEMALA - EL SALVADOR
Los secretos de la guerra sucia continental de la dictadura
Entre 1978 Y 1984, Videla, Viola y Galtieri exportaron sus técnicas de exterminio. Ahora,
se revelan documentos de esa cruzada anticomunista que incluyó tráfico de armas y
drogas.
Por María Seoane.
Se trató de la mayor operación secreta a escala continental de la dictadura. Se trató de la
Operación Centroamérica, que se desplegó desde 1977 hasta 1984, después de la Guerra de
Malvinas, y consistió en la exportación de los métodos de inteligencia y las técnicas de la
lucha contrainsurgente, que incluían el uso de la tortura, el secuestro y la desaparición de
opositores usados por la dictadura argentina hacia Nicaragua, Honduras, El Salvador y
Guatemala. Ocurrió bajo los gobiernos de los dictadores Jorge Rafael Videla, Roberto Viola y
Leopoldo Galtieri. Una serie de documentos desclasificados del Departamento de Estado
estadounidense y la entrevista exclusiva realizada por Clarín a Duane Clarridge,el ex jefe de la
CIA en esas operaciones, revelan detalles nunca contados. De estos documentos y de esta
entrevista se deduce que los militares argentinos desembarcaron en Centroamérica como
fuerza legionaria exterior en tanto estaban dispuestos a hacer el trabajo "sucio" que la CIA
estaba restringida de hacer al comienzo del gobierno del demócrata James Carter (19771981); que presionaron para que los EE.UU. tuvieran un rol más activo en las actividades
contrarrevolucionarias y que, al final, se sometieron a su dirección cuando asumió Ronald
Reagan (1981-1989) la presidencia estadounidense.
Del vuelo del Cóndor al Charlie
La participación argentina en Centroamérica tuvo su bautismo iniciático en el denominado Plan
Cóndor, la alianza represiva de los ejércitos de las dictaduras de la Argentina, Chile, Uruguay,
Bolivia y Paraguay para perseguir más allá de las fronteras a quienes eran considerados
enemigos u opositores. Eran tiempos de la Guerra Fría entre los EE.UU. y la Unión Soviética, de
un enfrentamiento impiadoso entre capitalismo y comunismo que había desembarcado en
América latina. La Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN), entonces, alentó los estados
terroristas. Se interpretaba que la seguridad del Estado y hemisférica estaba por sobre la
seguridad de las personas y que para garantizar esa seguridad no había fronteras nacionales. Lo
cierto es que el Plan Cóndor tuvo su esplendor entre 1975 y 1979, pero muchos de los militares
argentinos que allí participaron, luego integraron la comitiva que siguió hacia Centroamérica
para entrenar a los llamados "contras" — diminutivo de "contrarrevolucionarios"—, ex guardias
somocistas nicaragüenses, fugados a Honduras en su mayoría, luego del triunfo de la revolución
dirigida por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en julio de 1979. Y, más tarde,
para entrenar a los oficiales de los ejércitos de El Salvador y Guatemala para prevenir la
extensión de la revolución sandinista y la influencia de la Cuba socialista. Muchos ex
guerrilleros argentinos, de Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) se habían
alistado desde comienzos de 1979 en la lucha del FSLN para combatir al dictador Anastasio
Somoza.
En noviembre de 1979, la Argentina estaba gobernada por Videla, Viola era el comandante en
jefe del Ejército, su jefe de Estado Mayor (EMGE), era el general Guillermo "Pajarito" Súarez
Mason; su inmediato inferior en la inteligencia militar, Jefatura Dos (JII) era el general Alberto
Alfredo Valín; el jefe del Batallón 601 de Inteligencia militar era el coronel Jorge Alberto
Muzzio. El jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) era el general Carlos Alberto
Martínez, el hombre de mayor confianza en Inteligencia para Videla, que lo acompañó a subir
al poder y que diseñó, junto con Viola y Valín, las operaciones en Centroamérica. El Canciller
era el brigadier mayor Carlos Washington Pastor. El responsable de los equipos operativos en
Centroamérica— según señalan todos los documentos desclasificados del Departamento de
Estado de los EE.UU.— era el coronel José Osvaldo "Balita" Riveiro, jefe de la estación Honduras
de los militares argentinos, denominada también Grupo de Tareas Exterior o GTE. Riveiro
reportaba directamente a Súarez Mason, por lo que se construía, además, una red secreta
dentro de las propias operaciones ya de por sí secretas, con el fin de administrar
discrecionalmente los 19 millones de dólares que la CIA aportaría de manera inicial y
encubierta para entrenamiento y compra de armas, según analiza una investigación del
politólogo Ariel Armony. Había otros nombres, el coronel Mario Davico, que reemplazará a poco
de andar a Valín en la JII de inteligencia; y los miembros del Batallón 601, los capitanes
Santiago Hoyas, Héctor Ricardo Francés García, el coronel Jorge de la Vega y el contador
Leandro Sánchez Reisse y Raúl Guglielminetti, entre otros. El embajador argentino en Honduras
para el período fue Arturo Ossorio Arana, al tanto de todas las operaciones paralelas.
Pero la idea de los argentinos de cómo combatir "la subversión comunista" en América Central
no era igual, en ese momento, a la de la administración Carter. Los argentinos bregaban por lo
que se denominó el Plan Charlie, es decir la constitución de un "ejército panlatinoamericano
liderado por la Argentina que desembarcara en El Salvador con la idea de arrinconar a los
revolucionarios hacia Honduras donde serían exterminados", según reveló el libro "Malvinas,
la trama secreta", de R.Kirschbaum, O. Cardoso y E. van der Kooy. Las operaciones clandestinas
ya estaban en marcha, pero se no dejaba de buscar un aval explícito de los Estados Unidos que
se traduciría en dinero y armas. El FSLN había ya denunciado que la dictadura de Videla le
vendía armas (también Israel) a la guardia nacional somocista. Un documento secreto fechado
en junio de 1979 y enviado por la embajada de los EE.UU. en Buenos Aires, a cargo de Raúl
Castro, hacia el secretario de Estado de su país, Viron Vaky, en vísperas de la visita a Buenos
Aires de la CIDH, revela la obsesión de Viola en que los EE.UU. se decidieran a dar fuerza al
Plan Charlie o, en su defecto, a apoyar abiertamente las operaciones clandestinas de los
argentinos. Los argentinos consideraban que EE.UU. había abandonado la defensa del
hemisferio del comunismo y que ellos debían cumplir ese papel. Castro cuenta el encuentro
con Viola, en dos partes. La primera, es esclarecedora de la presión de Carter por los derechos
humanos. En la segunda parte, aparece la verdadera preocupación de Viola . "Durante toda la
reunión Viola me repitió que su intención al querer verme era hablar de Nicaragua. De hecho,
hablamos de Nicaragua. Me dijo que el gobierno argentino (GOA) compartía la opinión nuestra
sobre Nicaragua, pero que temía que enviar una fuerza militar de paz no fuera aceptable para
los países latinoamericanos. Su razonamiento se refería a que los países latinoamericanos
tenían problemas internos y que cada país temía que se estableciera un precedente si se
enviaban unidades militares para resolver problemas internos. Viola dijo que el problema
nicaragüense no podía resolverse a través del diálogo y requería detener la infiltración de
tropas y armas a través de la frontera de Panamá y Costa Rica. Viola dijo que esto se podría
hacer sólo con una fuerza militar de paz, pero que la opinión pública argentina nunca lo
aceptaría (?). Me pareció que tanteaba la posibilidad o esperaba que yo le diera alguna
justificación para enviar una fuerza de paz a Nicaragua, que incluyera a la Argentina." Viola en
realidad tanteaba sobre el envío de una fuerza militar. Pero ya no argumentaba en favor de
una fuerza legal de paz sino sondeaba la disposición de los EE.UU. para avalar una fuerza
paramilitar y clandestina.
Así que en noviembre de 1979, Viola desarrolló en la XIII Conferencia de Ejércitos Americanos
en Bogotá su plan de latinoamericanización del modelo terrorista estatal. Según Viola, el
éxito obtenido por las Fuerzas Armadas argentinas en su combate contra "la subversión
marxista", las habilitaban para exportar la experiencia a otros países de América Latina. Con el
triunfo del sandinismo, con miles de guardias nacionales huyendo en masa de la revolución,
parecía evidente que la política exterior de los EE.UU. en el último año de Carter cambiaría. En
otro memorándum fechado el 15 de febrero de 1980, del Consejo Nacional de Seguridad
norteamericano, remitido por Robert Pastor a los miembros del consejo, como Zbigniew
Brzezinski, David Aaron y Henry Owen, es evidente que los EE.UU. marchan a una
intervención sobre Centroamérica aunque aún buscando vías políticas. "Ha llegado el
momento— se dice en el documento—de hacer que este gobierno se mueva de manera eficaz
para resolver los problemas de El Salvador y Honduras". El documento abunda en
recomendaciones sobre qué hacer en cada país: dividir a la izquierda, neutralizar el golpe de
Estado de la derecha, armar un gobierno de centro cívico-militar. Es la visión de comienzos del
80. Una visión que pronto será abandonada ante la radicalización revolucionaria en El Salvador
a través del Frente Farabundo Martí, y en Honduras, con la llegada masiva de guardias
somocistas y civiles antisandinistas, que pujan por armar una invasión a Nicaragua. De hecho,
Videla y Viola deciden dejar en manos de Súarez Mason, y de manera operativa en manos de
Valín y Riveiro, el comienzo de la formación del GTE y su desembarco en Honduras, sede
principal de operaciones. El grupo tiene su bautismo de fuego en Bolivia, en julio de 1980
cuando participan avalando el llamado golpe del "narcotráfico" que desplaza a la presidenta
Lidia Gueiler y pone en su lugar al general Luis García Meza y al hombre fuerte de su gobierno,
el ministro del Interior y acusado de narcotraficante, Luis Arce Gómez, socio del conocido
como barón de la droga, Roberto Súarez Levy, uno de los principales traficantes de cocaína del
mundo entonces. De ese negocio provendrán parte de los fondos para financiar y enriquecer a
los paramilitares argentinos. De la presencia argentina allí y de la coordinación que ya existía
da cuenta otro documento de la embajada norteamericana en Buenos Aires. El embajador
informa que un oficial de inteligencia de esa delegación se reunió el 16 de junio de 1980 con un
oficial del servicio de inteligencia argentino— presumiblemente el general Valín o Davico— y
que "el principal tema de conversación fue la situación de Bolivia. La fuente avisó que
detuvieron a cuatro argentinos en Perú. Son parte importante de la jerarquía montonera. (...)
Que lo hizo el 601 con la colaboración de la inteligencia peruana. Los detenidos (luego se supo
de que se trataba entre otros de Carlos Maguid) están en Perú, pero serán trasladados a
Bolivia, serán expulsados de Bolivia a la Argentina, donde serán interrogados y luego
desaparecerán". Y en el documento, se dice algo más: "la fuente será enviada a Panamá, Costa
Rica, Guatemala y San Salvador para analizar la situación país por país e informar al 601." Fue
en esos días que Valín viajó a Centroamérica para establecerse allí de manera casi
permanente. En la JII lo había reemplazado el general Mario Davico. Y el jefe del Batallón 601
era Muzzio. Es precisamente en agosto de 1980, cuando en Honduras los EE.UU. y la Argentina
apoyan el ascenso del durísimo general Gustavo Alvarez Martínez, comandante de la Fuerza
de Seguridad Pública (Fusep), la policía política que dependía del Ejército, un militar que había
sido colega de Viola y alumno de Videla en el Colegio Militar de la Nación en los tempranos
años sesenta. La cúpula militar argentina festejó ese ascenso y presintió el cambio de aire
definitivo cuando en octubre de 1980, finalmente, Carter termina autorizando un programa de
acción encubierta de la CIA en apoyo de las organizaciones antisandinistas, enviando un millón
de dólares para financiar a grupos de prensa, sindicales y políticos dentro de Nicaragua que
conspiraban contra el gobierno revolucionario. Según el testimonio dado al Congreso de los
EE.UU. en 1987 por un miembro del 601, Leandro Sánchez Reisse (ver pág 11), al ser detenido
por secuestro, se había instalado entre 1978 y 1981, en Fort Lauderlade, Florida, un negocio
encubierto, centro de operaciones del batallón 601 y a través del cual la CIA colaboraba con
esa unidad de inteligencia con información y recursos. Lo que confirma que "los argentinos
hicieron de la clandestinidad un negocio". Pero, además, que la CIA, pese a los esfuerzos de
Carter en reducir su poder, también clandestinamente financiaba a los contras, como los
dirigentes nicaragüenses Edgar Chamorro y Sam Dillon. Precisamente a mediados de 1980, el ex
director de la CIA, Vernon Walters y un contra nicaragüense Francisco Aguirre se reunieron con
Viola, Davico y Valín para coordinar las actividades en la región.
La cruzada argentina
Ya a fines de 1980, se registran acciones de paramilitares entrenados por los argentinos en
Guatemala, Costa Rica y dentro de Nicaragua. Cuando Reagan asume la presidencia en enero
de 1981, las Fuerzas Armadas argentinas deciden convertirse abiertamente en su fuerza
expedicionaria en América Central. El nuevo secretario de Estado estadounidense es
Alexander Haig, el nuevo embajador en Buenos Aires es Harry Shlaudeman. En Honduras,
desembarca como embajador estadounidense John Negroponte, un halcón de la Guerra Fría. En
Buenos Aires, Viola está por asumir como presidente, en marzo de 1981, y su comandante en
jefe del Ejército es Galtieri. Davico, Muzzio y Valín son ya la plana mayor de la operación
Centroamérica, mientras Riveiro, el coronel Luis J. Arias Duval, el mayor Martín Ciga Correa, y
capitanes como Fancés y Hoya son los enlaces e instructores más prominentes del GTE
argentino. En El Salvador, en tanto, la guerrilla del Farabundo Martí había comenzado en enero
de 1981 una ofensiva militar a gran escala apoyada por el gobierno sandinista. Para
Washington, ya no había tiempo que perder.
Un documento secreto fechado un mes después, el 26 de febrero de 1981, dirigido a Haig de
parte de Vernon Walters, nombrado a la sazón por Reagan como embajador extraordinario para
la guerra en Centroamérica, da cuenta con una precisión hasta ahora desconocida del
conocimiento y aval de los EE.UU. a las operaciones clandestinas de los militares argentinos en
Honduras y El Salvador. También de cómo Viola usaba ese prestigio de ser un aliado clave para
pelear su interna criolla en la junta militar y lograr asegurarse la sucesión de Videla como
presidente. Pero, al mismo tiempo, cómo Galtieri ve en la alianza con los EE.UU. la mayor
palanca para su futuro político. Y pide hacer más y más coordinación con la CIA. Escribe
Walters a Haig— pero vía la embajada en Santiago de Chile, al mejor estilo conspirador—
"Durante mi visita al comandante en jefe del ejército, Galtieri, me informó sobre la ayuda
argentina a los gobiernos de El Salvador y Honduras. a) Argentina había proporcionado
adistramiento de inteligencia a 40 oficiales hondureños a través de 5 a 8 cursos (...) b) El
ejército argentino tenía unos cincuenta oficiales operando en la zona del Caribe.; c)Diversos
oficiales salvadoreños habían sido entrenados por especialistas argentinos antiguerrilla, d)
Argentina estaba dispuesta a hacer más pero debemos tener una reunión para definir quién
debe hacer qué cosa. e) Argentina había abierto dos oficinas de agregados militares en
Centroamérica. Comentario: El ejército argentino claramente emprendió una importante
actividad y haría más. Pidió intercambio regular de información sobre la zona y mantener
reuniones para definir exactamente qué es lo que quisiéramos que haga. Todo lo que tenemos
que hacer es decirle qué hacer."
Un documento secreto del 3 de marzo de 1981, semanas antes de que Viola fuera ungido
Presidente en reemplazo de Videla, el embajador especial de Reagan, Walters informa también
vía la embajada en Santiago a su jefe Haig, de las reuniones ocurridas con los comandantes de
la junta, da el 26 de febrero con Gatieri, el brigadier Omar Graffigna, el almirante Armando
Lambruschini y el general Davico. Walters cuenta que Grafigna lo criticó porque EE.UU. no
había hecho a tiempo, como los argentinos, los deberes contrainsurgentes en América
Central. Y que con Lambruschini le ocurrió lo mismo que con Graffigna. Que con Galtieri, que
estaba acompañado por Davico, el almuerzo fue más distendido. "El insistió en que la
Argentina ayudaría de todas las formas posibles.". Walters dijo que Davico "pidió que
retomáramos las conferencias de inteligencia y el intercambio de información (...)". Lo más
interesante de este documento, sin embargo, no es la ratificación que consigue Walters del
alineamiento argentino en Centroamérica, sino la defensa de Galtieri del narco-gobierno
boliviano. "Hablamos de Bolivia, y en esto estuvo menos colaborador. Dijo que, si se sacaba a
Arce del poder, el régimen no podía durar y que la Argentina no podía tolerar un foco
comunista en la frontera. Dijo que venía mucha más droga de Colombia pero como ésta
mantenía una fachada democrática nadie se quejaba. (...) Dijo que el régimen de García Meza
no podría sobrevivir sin Arce y que, si él se iba, la extrema izquierda tomaría el poder."
Galtieri no lo dijo, aunque después se sabría, que estaba defendiendo los narcodólares que
financiaban parte de las operaciones clandestinas contrainsurgentes. Walters termina el
documento con un comentario que lo muestra feliz por el clima amistoso y franco que vivió.
"Supongo fue una retribución por el espíritu sumamente servicial del presidente Videla y de el
presidente electo Viola". A esas reuniones lo había acompañado el embajador en Buenos Aires,
Shlaudeman.
Lo cierto es que las operaciones clandestinas en Centroamérica en el período en que Galtieri es
jefe del ejército, y luego cuando asuma como presidente en diciembre de 1981, tendrán su
período más álgido. Los últimos documentos desclasificados de junio del 81 y enero de 1982 a
los que tuvo acceso Clarín dan cuenta de las denuncias sobre el tráfico de armas y la entrega
de dinero a la contra nicaragüense por parte de Davico— unos 50 mil dólares— y de las
denuncias internacionales que la Argentina comienza a recibir por casos de tortura dirigidas por
argentinos a hondureños y salvadoreños. Recién un año después de la Guerra de Malvinas, el
gobierno de Reagan tomará abiertamente en sus manos la operación en América Central. La CIA
reemplazará a sus viejos aliados del batallón 601, dispersados y transformados, en tiempos de
Reynaldo Bignone, en los restos agonizantes y corrompidos de esa "gesta internacional" de la
dictadura.
Una historia oscura a ser iluminada
A finales de los años setenta y principios de los ochenta, el régimen militar argentino internacionalizó su
aparato represivo en América Latina. La dictadura trasladó su experiencia en contrainsurgencia a otros
países de la región como parte de una cruzada hemisférica contra el comunismo. Comenzó su intervenir
en Centroamérica durante la guerra civil en Nicaragua (1977-1979). Luego dieron entrenamiento en
contrainsurgencia y asistencia militar a El Salvador, Guatemala y Honduras. Además, en un paso clave en
el proceso de expansión continental, el régimen militar argentino participó en el golpe de Estado en
Bolivia encabezado por Luis García Meza en 1980. La proyección extraterritorial de la dictadura alcanzó su
clímax con la organización y entrenamiento de los "contras" nicaragüenses. Los militares argentinos
"vendieron" exitosamente este programa contrarrevolucionario al gobierno de Ronald Reagan, para el cual
América Central se había convertido en el lugar más peligroso del mundo. Mareados por la soberbia de
creerse actores centrales en el mapa geopolítico del hemisferio occidental, los militares argentinos
creyeron en 1982 que Estados Unidos pondría la guerra anticomunista por encima de su alianza con
Inglaterra en caso de un conflicto armado en Malvinas. La realidad pulverizó los sueños de grandeza de la
casta militar. Pocos temas han sido tan estudiados como el de la última dictadura militar argentina, pero
la brecha entre lo que sabemos y lo que deberíamos saber sobre aquel período es todavía muy grande. La
coordinación represiva que los países sudamericanos establecieron con la creación de la Operación Cóndor
y la proyección de la maquinaria de muerte argentina a Centroamérica y Bolivia sugieren que sería más
apropiado hablar de una guerra sucia a nivel continental que de conflictos aislados a nivel nacional. Como
parte de esta guerra sucia, la Argentina exportó armas, doctrina contrainsurgente y su experiencia en el
terrorismo de Estado, desarrollando una extensa red internacional de inteligencia que vinculaba el
narcotráfico, la venta ilegal de armas y el lavado de dinero con la guerra anticomunista. En esta guerra la
distinción entre combatientes y la población civil se borraba, mientras que las fronteras nacionales se
subordinaban a las "fronteras ideológicas" del conflicto este-oeste.
Para los militares argentinos, no bastaba con aniquilar al enemigo en la Argentina misma sino donde se
hallara: las barreras entre lo local y lo externo debían desaparecer. Documentos de los EE.UU., de
Nicaragua y de la Argentina lo atestiguan.
Contar esta historia es importante para construir una memoria hemisférica que nos permita entender las
conexiones entre los distintos proyectos represivos en América Latina, para compartir esfuerzos con otros
países de la región en la documentación y reconstrucción de los terribles eventos de aquellos años y para
poner frente a la justicia a aquellos individuos responsable por crímenes contra la humanidad. También,
por parte de nuestro gobierno, es hora de pedir perdón a otros países latinoamericanos por el papel
argentino en la barbarie que ellos tuvieron que sufrir.
Por Ariel C. Armony. Profesor y Director del Goldfarb Center, Colby College, Estados Unidos.
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