“Los presbíteros, discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor”

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“Los presbíteros, discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor” DA 191 – 200
+ Pedro Ossandón B.
Obispo auxiliar de Santiago
En la Semana Teológico- Pastoral. Julio de 2013.
1.- ¿Qué quiere Aparecida para los presbíteros? Todo lo que quiere el Documento
de Aparecida en relación a los presbíteros latinoamericanos y de El Caribe es que
puedan renovar la alegría de ser discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor. Los
valora y agradece su testimonio y, sobre todo, les ofrece apoyo en su servicio
ministerial. Y al señalar desafíos en su responsabilidad de transmitir la fe, siempre
quiere aliviarles la carga y ayudarles a redescubrir la fecundidad de su misión
específica. Tanto es así que, al señalar lo que pide el Pueblo de Dios a los presbíteros
(199), lo hace invitándolos a tomar conciencia que la inmensa carga que cae sobre sus
hombros se asume bien cuando se hace consciente de sus limitaciones y las comparte
con humildad y confianza fraterna en la pastoral orgánica y se inserta con gusto en su
presbiterio (cf. 198). Pidiendo, además y expresamente, que se apoye de una manera
nueva y decidida a los sacerdotes con una ‘pastoral presbiteral que privilegie la
espiritualidad específica y la formación permanente e integral’ (200). Es así que en
este sentido del apoyo, todo el documento y la invitación a la Misión Continental del
acontecimiento de Aparecida, bien se puede leer como un don-regalo ofrecido para la
renovación de la misión de los presbíteros al servicio de la NE para la transmisión de
la fe.
2.- ¿Dónde sitúa Aparecida el aporte de los presbíteros? Los padres de Aparecida
dedicarán, además, un numeral específico para desarrollar, en esta línea de la NE, la
identidad y misión de los presbíteros. Son los números 191 al 200. Está inscrito en el
concierto de las vocaciones específicas que se dibujan desde el aporte del Vaticano II
que nos recuerda que somos todos iguales en dignidad, con distintas funciones y que
hay un llamado universal a la santidad. La vocación del presbítero se entiende en el
Misterio de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y pueblo de Dios. Es la eclesiología
de comunión y participación, desde una profunda espiritualidad trinitaria, de
discernimiento eclesial contemplativo y permanente, para el servicio del Reino de
Dios y su justicia, con una renovada pastoral orgánica, en un dinamismo de Iglesia
sinodal, necesitada siempre de conversión personal y pastoral, colaborando en la
transformación de una sociedad más justa, fraterna, solidaria y santa. Es la concepción
de la Iglesia como la familia de Jesús.
3.- ¿Qué pide el Pueblo de Dios a los sacerdotes según Aparecida? Leamos el n.
199: “El Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan
una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor,
dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la
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Eucaristía y de la oración; de presbíteros-misioneros; movidos por la caridad
pastoral: que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más
alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su
Obispo, los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos; de presbíterosservidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más pobres,
comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la
cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de misericordia, disponibles
para administrar el sacramento de la reconciliación” Lo cierto es que aquí
encontramos condensado todo lo que Aparecida ofrece a los presbíteros en vista a la
invitación a renovarse para la transmisión de la fe desde la NE. Es interesante destacar
que los padres de Aparecida hablan escuchando del sentido de los fieles, el que hacen
propio desde su vocación episcopal. Y todo esto lo ofrece siempre en el entendido de
la valoración y agradecimiento a los presbíteros, diciendo de ellos que en su inmensa
mayoría son fieles, modelos de vida cristiana, que se preocupan de formarse
permanentemente y de intensa vida espiritual, alimentada en la Palabra y en la
Eucaristía (cf. 191).
4.- ¿Qué desafíos entrega Aparecida a los presbíteros en relación a su servicio de
transmisores de la fe? Principalmente, son tres los desafíos que señala el documento.
El primero se refiere a la ‘identidad teológica’ del ministerio sacerdotal (193). El
segundo, a ‘su inserción en la cultura actual’ (194). Y el tercero, a ‘situaciones que
inciden en su existencia’ (195). Veamos cada uno:
1) ‘Identidad teológica’. Invocan el Vaticano II, el que recuerda que ‘el
ministerio presbiteral está al servicio del sacerdocio común de los fieles’. Ya
que ‘cada uno, aunque de manera cualitativamente distinta, participa del
único sacerdocio de Cristo’. Gracias a que Cristo Sacerdote nos redimió y
nos participa de su vida divina, somos todos hijos en el Hijo y hermanos. El
presbítero, entonces, no es un ‘delegado’ o ‘representante’ de la comunidad,
sino un don para la comunidad gracias a la Unción del Espíritu y por su
especial unión con Cristo cabeza. Es un consagrado que santifica al Pueblo
de Dios. (193).
2) ‘Inserción en la cultura actual’. Los llama a conocer la cultura ‘para
sembrar en ella la semilla del Evangelio’, es decir, para que el mensaje de
Jesús se pueda transmitir con una interpretación de la fe válida,
comprensible, esperanzadora y relevante para la vida humana, especialmente
de los jóvenes. Se requiere formación permanente. (194).
3) ‘Aspectos vitales y afectivos’. Los invita a cultivar el don del celibato con
una vida espiritual intensa, fundada en la caridad pastoral que se nutre en la
relación con Dios y los hermanos. Para ello, es necesario recrear y, a veces,
sanar, las relaciones con el Obispo, demás presbíteros y con todos los fieles
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laicos. Recuerda que el ministerio sacerdotal tiene una ‘radical forma
comunitaria’ y sólo puede ser desarrollado como ‘una tarea colectiva’ (PDV
72 y 17). Al mismo tiempo, lo anima a ser un hombre de oración, maduro en
su elección de vida por Dios, apoyándose en la confesión sacramental, el
amor filial a la Virgen María, a la mortificación y ‘entrega apasionada a su
misión pastoral’. (195).
4) Otros desafíos: a) valorar el celibato como un don de Dios, don de especial
configuración a Cristo y signo de la caridad pastoral con un corazón
indiviso; b) preocupación por las parroquias grandes, pobres, en extrema
violencia; en diócesis con mala distribución de presbíteros; c) llamados a ser
‘hombres de misericordia y de compasión’ que ama al Pueblo, es cercano y
servidor de los pobres y de los que sufren. (cf. 196 – 198).
5.- Desde estas luces de Aparecida, les invito a considerar algunos puntos de
reflexión que nos ayuden a renovarnos como discípulos misioneros de la NE para la
transmisión de la fe hoy en Santiago de Chile.
1. Para transmitir la fe es necesario dejarse educar en la fe por otros. Así
fue la experiencia de san Pablo con la ayuda de Bernabé. Así agradecemos
todos, la fe que nos transmitieron nuestros padres, fieles laicos. Soy un
convencido que cuando los sacerdotes, los consagrados y los obispos nos
dejamos enseñar por los laicos, se inicia una profunda renovación de nuestra
fe y vida. Aparecida señala que los grandes maestros de la fe son los miles
de peregrinos que cultivan la espiritualidad popular. Es por eso que la
valoración de los consejos pastorales, los movimientos apostólicos y nuevas
comunidades son fuente de renovación de vida de fe.
2. Un signo profético y eficaz para la transmisión de la fe se da en el signo
de la fraternidad. Para superar el individualismo egoísta, propio de una
sociedad de confort, se hace urgente la comunión fraterna para la misión
evangelizadora. Aprender a escucharnos, con respeto y valoración, exponer
con serenidad y preparación en el sano debate y abrirnos a la novedad de
todos los hermanos, sin excepción, rompiendo los círculos cerrados de
interés, saliendo libremente al encuentro del otro, son actitudes que mucho
nos pueden ayudar a explicar con mayor belleza la fe. La soledad de los
sacerdotes o, peor aún, el aislamiento deseado por otros, atenta contra la
alegría ministerial y amarga la existencia propia y la de los demás. Si
valoramos la Iglesia de Santiago, nuestro Obispo, las orientaciones y
servicios pastorales, los encuentros de presbiterio, los consejos pastorales, el
decanato, los espacios de encuentro zonales y, en general, todo lo que nos
convoque para la vida comunitaria, nuestra carga se hará más ligera y
fecunda.
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3. Valoración del encuentro gratuito con el otro así como Jesús se
encuentra conmigo. El encuentro con Cristo se aprende en el encuentro
gratuito con el otro, acercándose al prójimo desde la donación de sí mismo.
Y, al revés, aprendemos a encontrarnos con los demás desde la cercanía de
Jesús hacia cada uno de nosotros, sabiendo que Cristo es el don del Padre.
Esta actitud es el mejor antídoto para superar las relaciones de interés o
funcionales, para expresar el auténtico amor de hermanos que Jesús nos
entrega y para experimentar que somos uno en el mismo Espíritu de Dios
(cf. la ‘espiritualidad de comunión’ de Juan Pablo II en NMI). Es el camino
para recuperar las confianzas entre nosotros y con toda la comunidad
nacional: esto es, el encuentro gratuito con cada persona para ofrecer el don
de la fe.
4. Cultivar la pastoral de la vecindad y del dolor. La etimología del vocablo
‘parroquia’ viene del término vecino, más específicamente, avecindarse,
hacerse cercano y comprometido con la suerte de mi pueblo. Para transmitir
la fe es necesario amar al pueblo, a todos los vecinos, interesarse en su
suerte, abriendo de par en par los muros de la parroquia para hacer propio lo
que viven todos, sin excepción. Participar de los tiempos libres, quedarse
por interés real de los vecinos y, sobre todo, estar atento a los sufrimientos y
dolores de cada uno, es la mejor manera de transmitir la vida de la fe. No se
puede anunciar el Evangelio si no amamos entrañablemente a todos los
vecinos.
5. Para transmitir la fe es necesario caminar con todas las autoridades y
organizaciones sociales. El servicio de la evangelización es un servicio de
la comunión. Las relaciones con los servidores públicos, sus organizaciones
y sus eventos significativos son hitos de la propuesta de un Evangelio que
quiere colaborar en la construcción del proyecto común de convivencia
social y también política. Nada humano nos es ajeno, todo es signo de los
tiempos donde Dios nos habla e invita a entrar en la tarea común de
construir la polis buscando la justicia y la paz.
6. La transmisión de la fe y el servicio a la Vida. Aparecida nos recuerda que
somos servidores de la Vida, tanto como para despertar la Vida de Dios,
engendrándola por la fe y el Bautismo, como en la misión de trabajar por la
dignidad humana y la justicia social. Es la nueva Vida en Cristo, la máxima
realización humana recibida con el don más grande. ‘La gloria de Dios
consiste en que el hombre viva’ decía san Ireneo y nos lo recordó el
documento de Puebla. Se trata de buscar en todo lo que decimos y hacemos
para transmitir la fe la dignidad humana, la liberación de toda esclavitud y la
transformación de la sociedad. Haciéndolo todo al servicio del Reino de
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Dios y de su justicia, la de la santidad y la social con toda la fuerza de la
caridad de Cristo que siempre nos urge. Por eso, la primera preocupación del
sacerdote es buscar los rostros sufrientes con una renovada opción por los
pobres y excluidos.
7. El sacerdote transmite la fe santificando al pueblo de Dios. Finalmente,
estoy convencido que lo propio y específico del don del ministerio del
sacerdocio ordenado consiste en santificar al pueblo de Dios. Todos estamos
llamados a la santidad nos recordó el Concilio Vaticano II y con nuestro
testimonio consagrar toda la humanidad. Pero a los ministros ordenados
Jesús les ha participado su propia misión de santificar con la oración, el
anuncio de la Palabra y los sacramentos toda la vida humana y toda la
creación. Es una misión ineludible y maravillosa. Vocación que no hace al
sacerdote más importante que los laicos, ni tampoco lo eleva a una categoría
de privilegio. Por el contrario, lo transforma en un servidor humilde, porque
no se anuncia a sí mismo y porque para ser fecundo y leal debe morir a sí
mismo. Un servidor de la comunidad y de la misión solidaria que le regala el
inmenso e inmerecido regalo de hacer pasar por sus manos consagradas la
santidad de Dios que se entrega generosa a todos los que la quieran recibir
con sencillez de corazón. Un servidor que recibe la autoridad de Cristo para
engendrar vida.
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