"La Psicoterapia un problema de poder" Lic.Rodolfo Lazzarini “PODER O NO PODER ESA ES LA CUESTION" III º ENCUENTRO LATINO DEL E.C.P. BRASIL1986 EL PODER Y LA PSICOTERAPIA A través de estas líneas me invito e invito a los posibles lectores, a discurrir y meditar sobre el problema del poder en la psicoterapia, de forma de poder visualizar en qué medida en la relación terapéutica de lo que se trata es de resolver un problema de poder.¿Pero qué queremos decir cuando hablamos de resolver un problema de poder? ¿Tenemos claro de qué hablamos al hablar de poder? ¿Qué queremos significar con la palabra poder? ¿De qué poder estamos hablando? Vayamos al diccionario: Poder: 1) Dominio, imperio, facultad para mandar. 2) Suprema capacidad rectora y coactiva del estado. 3) Fuerza, capacidad, posibilidad, poderío. 4) Tener expedita la potencia o facultad de hacer alguna cosa.¡Vaya sorpresa! Esta palabra no parece querer decir siempre lo mismo, hasta podríamos decir que las dos primeras definiciones se refieren a una cosa y las dos últimas a otra, que en estas definiciones aparecen significados que chocarían entre sí.Las dos primeras definiciones hacen mención a la coacción, a la imposición y al dominio y las otras dos nos hablan de facultades, de posibilidades o de potencia de ser o hacer.Es evidente que hablar de poder o del poder puede ser algo bastante ambiguo si no lo aclaramos convenientemente. Por un lado estaríamos hablando del poder como dominio o coacción sobre algo o alguien y por el otro, del poder como capacidad, posibilidad de ser o hacer. Resumiendo podemos hablar de poder de dominio o de poder de potencia. A esta altura me permito postular que estos dos tipos de poderes, mantienen entre sí, una relación inversamente proporcional. A más poder de dominio, menos posibilidad de ejercer el poder de potencia y a más poder de potencia menos posibilidades de que se establezca un poder de dominio. A todo esto, a este punto llegamos a partir de postular, que en la relación terapéutica de lo que se trata es de resolver un problema de poder. La relación terapéutica, se establece, cuando un “enfermo mental”, un “paciente”, un “cliente” o una persona se relaciona con un “psiquiatra” o “psicólogo”, un “terapeuta”, un “facilitador” o una persona para resolver un problema, un problema de poder con toda la ambigüedad que hablar de poder tiene. Y en la relación que se establece también va a aparecer este problema de poder, ya que en el permanente relacionarse que implica la existencia humana, siempre aparece un problema de poder, nacido de esa puja inversamente proporcional que se da entre el poder de potencia y el poder de dominio. De cómo se resuelva esta puja entre estos dos poderes, dependerá la resolución del problema, porque “poder o no poder esa es la cuestión”. EL PODER DE PODER SER En un trabajo anterior (1) habíamos hablado sobre la concepción fenomenológica-existencial del hombre a partir de la visión del hombre como un ser-en-el-mundo y de cómo esta concepción subyace en el Enfoque Centrado en la Persona. Esta concepción a partir de esta estructura básica del hombre como un ser-en-el-mundo, muestra el carácter permanentemente relacional de su ser, a través de la permanente relación con la naturaleza, con el otro y consigo mismo. Al mismo tiempo esta concepción nos muestra al hombre a diferencia de los objetos de la naturaleza, como un sujeto de permanente fluir de su existencia hacia el mundo, es decir como un sujeto que no sufre pasivamente su ser sino que lo ejerce en ese permanente estar emergiendo hacia el mundo, en un proceso de permanente cambio, en el que nunca es del todo nada, siempre está siendo algo, en una continua presentización, en la que el hombre no es, sino que es un “ir siendo”, en ese permanente ir del pasado hacia el futuro pasando por el presente. También observamos como en esa permanente relación que implica el existir, ambos términos de la relación se influencian mutuamente, y como en el ejercicio del ser podemos oponernos, entorpecer, facilitar o enriquecer el libre ejercicio del ser del otro y de uno mismo. En el trabajo antes citado decíamos que ser o no ser esa era la cuestión, esto ahora podríamos verbalizarlo como que poder ser o no poder ser esa es la cuestión. En esa permanente relación que establecemos con la naturaleza, con el otro y con nosotros mismos, postulamos que se da permanentemente un problema de poder. ¿De cuál poder? De los dos poderes del de potencia y del de dominio y de cómo se resuelva la relación, la oposición y la lucha entre estos dos poderes así se va a resolver el problema. (1) Lazzarini R.N., “La Corriente Fenomenológica-Existencial, Carl Rogers y el Enfoque Centrado en la Persona”, trabajo presentado en el IIº Encuentro Latino del E.C.P. - Argentina PODER Y EL PODER Creo que sería deseable que sigamos intentando aclarar la ambigüedad que el término poder nos presenta. Poder de potencia y poder de dominio. ¿A qué apuntan cada una de estas facetas del poder? ¿Qué significan en el desenvolvimiento de la existencia humana? ¿A qué aspectos del ser humano se asocian? ¿Ser sujetos u objetos tendrá que ver con todo esto? ¿Cuál de los dos poderes contribuye o no al desarrollo pleno de ser? ¿Cómo dificultan o favorecen cada uno de estos poderes el desarrollo de relaciones plenas, creativas y enriquecedoras entre los seres humanos? ¿Tendrá esto algo que ver con el problema de la libertad? ¡Cuántos interrogantes! Y seguramente podríamos encontrar muchos más referidos a este problema humano del poder, porque este es un problema del ser humano y con él tenemos que lidiar permanentemente en cada momento de nuestra existencia. En nuestro permanente ser en cada una de las relaciones que establecemos con la naturaleza, con el otro y con nosotros mismos estos poderes se manifiestan. El poder de potencia es el que hace que el ser sea en cada una de sus distintas manifestaciones, es el que nos hace ser lo que somos. Está asociado a la vida misma; es la potencia de ser que hace salir a cada uno de nosotros del vientre de nuestra madre; es el poder de potencia el que hace que la bellota se convierta en roble; es el que hace florecer las plantas para que luego se conviertan en frutos; es el que hace aparear a las distintas especies para perpetuar la vida; es el que hace al poeta ser poeta, es el que hace que una madre amamante a su hijo; es la posibilidad de disponer de nosotros mismos; es la posibilidad permanente de ser sujetos de nuestro propio ser ; es el que nos permite crear y recrear nuestra existencia; está asociado a la vida, al ser sujeto y no objeto; está asociado a la creatividad y por lo tanto a lo imprevisible; está asociado a los procesos de desarrollo y no a la quietud; está asociado a lo dinámico y no a lo estático. Está asociado al amor pero ¿a cuál amor? Desde ya que a aquel amor que respeta el carácter de sujeto del ser amado, es decir el amor no condicionado, es decir el verdadero amor. Como vemos el poder de potencia está asociado al ser, a la vida misma, al ser libremente el que se es; es decir que está claramente asociado a la libertad. ¡Y aquí está el problema! Esa libertad que nos da la posibilidad de ser plenamente el que somos, también nos llena de angustia. Es decir que el ejercicio del poder de potencia, nos enfrenta con la angustia de ser, o dicho de otra manera con el viejo dilema de ser o no ser. ¿Y qué pasa con el poder de dominio? El poder de dominio es el que en el ser-en-el-mundo con la naturaleza, con los otros y consigo mismo, trata de poner bajo control y dominio las distintas fuerzas o potencias que en el establecimiento de estas relaciones aparecen. Es decir que ante la aparición del poder de potencia con todo el cúmulo de imprevistas posibilidades, pero a su vez con toda la carga de angustia que esta potente y libre imprevisibilidad nos provoca, aparece el poder de dominio, para poder establecer un control que mitigue nuestra angustia ante esta potencia imprevisible. Este poder está al servicio del control y al uso de aquello con que nos relacionamos. Por ejemplo en nuestra relación con la naturaleza, todos nuestros esfuerzos por conocerla y estudiarla no responde solamente a un elevado interés cognitivo, sino al intento de controlar sus fuerzas y de hacer un uso de las mismas. No habría ninguna objeción que hacer a este control y uso de la naturaleza, ya que este control y este uso de la naturaleza ha contribuido en gran medida al progreso y mejoramiento de la vida humana, pero a pesar de todo esto no deberían dejar de escucharse los llamados de atención que han surgido en varios puntos del planeta referidos a los problemas ecológicos, algunos de los cuales ya son claros y evidentes, pero que con mucha mayor gravedad podrían aparecer en un futuro no tan lejano si seguimos ejerciendo este poder de dominio y uso de la naturaleza en la forma desmedida en que se lo ejerce y que va destruyendo lenta pero inexorablemente el poder de potencia de la naturaleza. Desde ya que este uso del poder de dominio sobre la naturaleza no siempre está al servicio del ser humano, sino que por el contrario muchas veces sólo en un eslabón de la cadena de dominio con la que nos sometemos los unos a los otros. Este poder de dominio no solamente lo usamos en nuestra relación con la naturaleza, sino también y de una forma muy particular en las relaciones que establecemos con el otro y con nosotros mismos. Cuando el poder de dominio lo ejercemos con los seres humanos, es decir con nosotros mismos, cuando nos relacionamos con el otro, es decir con nuestro semejante, o cuando a partir de una muy particular capacidad del ser humano nos relacionamos con nosotros mismos ejerciendo este poder, dominando, es decir controlando y por lo tanto usando, esta adquiere mucha mayor dramaticidad que cuando lo hacemos con la naturaleza, ya que de esta manera pasa algo que no pasa con la naturaleza, destruimos al objeto de nuestra relación, el ser humano, en una de sus características más esenciales, como es la de ser un sujeto, un sujeto de su ser, lo convertimos en un objeto, en una cosa y como tal lo manipulamos, privándolo de su libertad de ser, de esa libertad que tanto nos asusta, de esa libertad que por imprevisible desarma todos nuestros mecanismos de prevención, o si Uds. quieren nuestros mecanismos de defensa. Lo más tremendo es que este poder de dominio al mismo tiempo que lo usamos con el que está enfrente nuestro, también lo usamos con nosotros mismos, frenando y manipulando nuestra potencia de ser, restringiendo de esta manera las posibilidades que ser plena y libremente el que somos nos proporciona. Este poder de dominio que ejercemos sobre el otro y sobre nosotros mismos puede adquirir distintas formas, desde las más brutales y groseras hasta las más sutiles y refinadas. Desde la agresión o coacción física hasta la caricia. Desde la cadena que ata hasta el almibarado “te quiero si…”. Desde el bien intencionado sermón desde el púlpito hasta la artística propaganda de televisiva. Desde la censura opresora hasta el destape. Desde el nada se puede hasta el todo se puede. Todo es cuestión de anular el carácter de sujeto del ser humano, para poder de esa forma manipularlo o usarlo a nuestro antojo como si fuera una cosa. Una de las formas más sutiles de poder de dominio es la del “conocimiento científico” a través de todas las rotulaciones y clasificaciones que hacemos en nuestro intento de descifrar la realidad. Todo este intento es el que a través de develar los distintos misterios de la naturaleza, nos ha permitido dominar en cierta medida las fuerzas de la naturaleza y hacer uso de ellas y el motivo principal de todo ese esfuerzo apunta a darnos la posibilidad de ese uso. También este hecho ocurre con el hombre mismo, a partir del “conocimiento” científico o no, que sobre él pretende tener, en un intento de, a través de distintas clasificaciones, rotulaciones, calificaciones o juicios, encerrarlo en una afirmación que nos de la seguridad y la tranquilidad de poder preverlo. Juan es… ó María es… con lo que ya podemos quedarnos tranquilos porque ya sabemos cómo es Juan y cómo es María, y por lo tanto ya “sabemos” como actuar, todo ya está bajo control, Juan, María y también nosotros. Claro que todo esto tiene un precio , el de interrumpir el esencial fluir de la existencia humana, encasillándola en moldes que nos dan seguridad y tranquilidad, pero privándonos del quizás angustiante pero al mismo tiempo maravilloso espectáculo, del que a su vez somos principales actores, de ver fluir la vida en toda su potencia de ser. Esta es una elección: ser o no ser, poder o no poder, porque esta es la cuestión. LA PSICOTERAPIA UN PROBLEMA DE PODER La psicoterapia es una forma de relación entre personas para la obtención de una finalidad. ¿Cuál es esa finalidad? De acuerdo a la etimología de la palabra, curar la psique. Desde ya que esta definición deriva de la definición de la medicina tradicional, en la cual el médico tiene el poder de curar la enfermedad del paciente y que si nos remontamos en la historia, nos viene del brujo o hechicero de la tribu, que tenía el poder de enfrentar a todas las fuerzas ocultas y misteriosas de la naturaleza; este viejo poder es el que todavía nos asignan e incluso nos asignamos psiquiatras, psicólogos o terapeutas al establecer relaciones con los enfermos, pacientes o consultantes . En esta relación intervienen por un lado el “terapeuta” y por otro lado el “paciente”. El terapeuta de acuerdo a su nombre sería el que “terapeuriza”, es decir el profesional responsable de que la relación sea terapéutica y por lo tanto de “curar” al paciente y por el otro lado estaría el paciente que sería el que viene a buscar y recibir los beneficios de la acción terapéutica para ser librado de sus males, problemas o como queramos llamarlos. La forma como se va a establecer esta relación y como a su vez se va a desarrollar y resolver va a depender de las actitudes que ambos miembros de la relación aporten a la misma. Si nos adherimos al esquema de la vieja tradición médica, vemos que el paciente se acerca a la relación porque “no puede” con sus males, suponiendo o esperando que la otra parte de la relación, el médico ó terapeuta sí “pueda” con ellos, es decir esperando que tenga los conocimientos que le permita poder con sus males. A su vez el médico ó terapeuta se relaciona con el paciente confiado en tener el poder que el paciente parece no tener. Es decir uno tiene poder y el otro no. ¿Será lo mismo en la relación psicoterapéutica? ¿Estamos operando sobre el mismo terreno? ¿Responde esta relación al viejo esquema médico? ¿Es ésta realmente la relación entre alguien que “puede” con otro que “no puede”? ¿El terapeuta es el que puede y el paciente no? Al comenzar estas meditaciones, dijimos que en la relación psicoterapéutica de lo que se trataba era de resolver un problema de poder. Pero ¿de cuál poder? ¿Del poder de dominio? ¿Del poder de potencia? ¿Un problema de poder de quién? ¿Del paciente? ¿Del terapeuta? ¿De ambos? Comencemos con el terapeuta, que es el que se supone debe encargarse de solucionar este problema. ¿Qué pasa con el terapeuta y el poder? ¿Ejercemos los terapeutas algún poder? Yo me atrevo a afirmar que como el brujo, el hechicero, el médico, el sacerdote, el maestro y todos los que están en alguna profesión de ayuda, ejercemos un poder y creo que es saludable que lo reconozcamos. ¿Pero cuál poder? ¿El de potencia, el de dominio? Este es el dilema y de cómo contestemos estas preguntas va a depender como resolvamos el problema de poder que creo que es el que hay que resolver en un proceso psicoterapéutico. Y aquí se me ocurren nuevas preguntas. ¿En qué condiciones estamos para enfrentar, manejar o ejercer este asunto del poder? ¿Qué es lo que nos ha llevado a estar en el centro de este dilema? Y aquí se me ocurre otra pregunta mucho más concreta: ¿por qué y para qué elegimos estar en esta profesión? La pregunta que se me ocurre y que en principio tiene un valor puramente personal, sé que es polémica y también enojosa, ya que esa es la reacción que he observado cuando la he esbozado en algunos círculos ligados a esta profesión. Creo y en mi caso personal no tengo ninguna duda, que llegamos a esta profesión, como en toda elección vocacional, tratando de efectuar la reparación de algo que en nuestra existencia no pudimos reparar, tratando de encontrar la manera de solucionar el viejo dilema humano de ser o no o de poder o no poder, es decir tratando de encontrar una respuesta a “nuestro problema personal de poder”, y ante este hecho creo que caben tres actitudes: aceptarlo, negarlo o resolverlo. Pienso que de estas tres opciones, la de negarlo es sumamente peligrosa, ya que alimenta la ilusión de una relación en la que el terapeuta al creer no tener problemas de poder, es el que tiene toda la salud, el que no tiene ningún problema, en definitiva el que al no tener problemas de poder tiene el “poder absoluto”, y ya sabemos en qué terminan estas relaciones en las que alguien tiene el poder absoluto. La historia de la humanidad tiene nefastos ejemplos de este tipo de relaciones, sin ir muy lejos desde la Inquisición, el fenómeno nazifascista hasta todas las dictaduras que todos los sudamericanos conocemos muy bien. También si partimos de ese supuesto en la psicoterapia, podemos aunque de una forma muy sutil y por lo tanto más peligrosa, establecer una relación de dominio y dependencia como la del padre paternalista, que amorosamente somete y anula a su hijo. No creo que sea un problema o un obstáculo que estemos en esto por nuestro problema de poder con toda la ambigüedad que este término tiene, ya que si lo aceptamos, esto nos va a permitir comprender con mayor profundidad el problema de quien solicita ayuda ya que sabremos vivencialmente lo que esto significa. Alguien podría decir que lo mejor sería que el terapeuta tuviera resuelto su problema de poder, desde ya que esto sería lo ideal, aunque creo que este es un problema que nunca está resuelto del todo, ya que se nos aparece permanentemente en cada momento de nuestra existencia en ese permanente dilema de elegir ser o no ser o dicho de otra manera de poder ser o no poder ser. ¿Y qué del paciente? El paciente llega a la relación psicoterapéutica desde ya trayendo un problema de poder. ¿De cuál poder? En principio, en general manifiesta problemas de no poder, es decir un problema del poder de potencia y creyendo que el terapeuta sí tiene el poder de curarlo. Es decir que el terapeuta todo poderoso podrá resolverle el poder de poder ser. Si esto fuera así, se establecería una relación entre un omnipotente y un impotente con todo lo que esto significa. Se daría lo que me gusta llamar “síndrome del pedestal” y desde ya que el que estaría en el pedestal sería el “brujo”, perdón el terapeuta y el que estaría inclinado debajo sería el paciente. Esta relación se establecería a través del claro ejercicio de un poder de dominio y si aceptamos aquel postulado inicial de que estos dos poderes (el de dominio y el de potencia), guardan entre sí una relación inversamente proporcional, es evidente que una relación de este tipo para nada favorecería la aparición del poder de potencia. Desde ya que creemos que hablar de “salud” o “enfermedad” o de lo “normal” o “psicopatológico” es hablar de cómo se resuelve la relación entre estos dos poderes. Y así como creemos que nos acercamos a la “salud” cuando nos acercamos a poder ser plenamente el que somos y nos alejamos de ella cuando renunciamos al ser es decir cuando no podemos ser plenamente el que somos, también creemos que la “salud” está asociada al ejercicio pleno del poder de potencia y nos alejamos de ella cuando el poder de dominio no permite la libre aparición del poder de potencia, porque poder o no poder esa es la cuestión. Esa es la cuestión que debe resolverse en el proceso psicoterapéutico, y si el que prevalece es el poder de dominio, estamos entorpeciendo la libre aparición del poder de potencia de ambos, del terapeuta y del paciente, con lo que estaríamos privando a la relación de la potencia necesaria para que esta relación sea plena y enriquecedora para ambos, porque o ambos nos lanzamos a una libre y creativa relación alimentada por el poder de potencia o ambos nos refugiamos en una previsible, no arriesgada, segura y adaptativa relación de dominio, pero que necesariamente nos privará de la angustiante pero maravillosa posibilidad de crecer juntos, al poder sumergirnos en el imprevisible torrente del ser. Esa es la elección o poder de dominio o poder de potencia, o ser o no ser, o poder o no poder y la elección es para ambos. ..oo000oo.. Estoy completamente seguro que todo esto es así; para mí y hasta aquí y ahora