SER DE IZQUIERDA EN EL PERU DE HOY

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SER DE IZQUIERDA EN EL PERU DE HOY
Javier Diez Canseco*
Ser de izquierda resultó un compromiso de vida, una pasión vital, integral y
envolvente. Fue así desde que tomé esa opción, desde que emprendí ese camino. Lo
tengo claro hoy, después de 36 años en que inicié –agobiado por un entorno social y
político intolerable- una aventura existencial que no se ha agotado: la búsqueda de la
justicia social, la equidad, la igualdad de oportunidades.
Ser de izquierda fue, y es, tener el privilegio de abrazar una utopía, una fe, en el
sentido mariateguista. Una utopía que, apoyada en principios firmes y en herramientas
propias del análisis científico, constituye el nervio central de una opción política: una
sociedad de iguales en oportunidades y derechos. Es asumir un extraordinario reto,
una horizonte provocador: la construcción del reino de la libertad, basado en un
vigoroso desarrollo de las capacidades productivas, científicas y técnicas de la
humanidad, en el que cada cual da según sus capacidades y recibe según sus
necesidades. Es persistir –en el horizonte más lejano- en la búsqueda de fórmulas para
resolver la contradicción fundamental que el viejo Marx señalara respecto al
capitalismo: la producción es social, pero la distribución es privada.
Ser de izquierda hoy, en el mundo globalizado, es sostener una vieja opción
internacionalista transformada en la consigna de que una nueva globalización es
posible, una que nos incorpore y no nos margine a la mayoría de los habitantes del
planeta. Una que nos permita compartir y beneficiar equitativamente de los logros de la
revolución científico-técnica, de los instrumentos que ha generado para elevar la
producción y la productividad, para acelerar la comunicación y el transporte,
respetando nuestras identidades e historias nacionales y desechando la imperial
pretensión de imponernos el pensamiento único o el uso unilateral de la fuerza militar.
Ser de izquierda es plantearse exaltar las cualidades estrictamente propias de
los seres humanos: la solidaridad y la racionalidad. Es la expresión de una firme
creencia –ética y científica- en los seres humanos y su capacidad de superar el
predominio del egoísmo más instintivo para ubicarse como individuos al interior de un
colectivo y un entorno determinantes y condicionantes de sus propias posibilidades.
Por ello creo que ser de izquierda es, luego de más de una década de una
asfixiante cultura del individualismo más extremo y de la destrucción de los más
elementales valores comunes que atan a una sociedad, asumir una tarea que va
mucho más allá del afán de incidir o manejar las riendas del poder o la administración
del Estado. Es asumir la tarea de construir un sentido común alternativo, una cultura
alternativa, apoyada en la solidaridad, la justicia, la descentralización del poder y del
desarrollo, la participación ciudadana en una democracia integral, capaz de abarcar no
sólo lo político sino lo social, lo económico y lo cultural.
Pero militar en una opción de izquierda, en el Perú de hoy, es retomar la
responsabilidad de contribuir a reconstituir el tejido social, la organización de los
diversos sectores sociales del país y las instituciones que los representen y articulen:
sindicatos y gremios, asociaciones de productores y movimientos de usuarios, frentes
regionales y asambleas cívicas... Porque una auténtica izquierda tiene –en su centro
mismo- el compromiso con el protagonismo popular en la historia. Aspira a que el mudo
–el marginado, discriminado y oprimido de siempre- tenga voz, tenga la palabra (como
magistralmente señalara Julio Ramón Ribeyro) y alcance la ciudadanía. La izquierda,
en mi concepto, es una fuerza íntimamente comprometida con la construcción de un
país de ciudadanos y ciudadanas, con derechos y deberes, organizados.
Ser de izquierda hoy, a diferencia de un ayer sectario en que nos creíamos
dueños de la ciencia y la conciencia de los trabajadores, es recoger la experiencia y
conciencia de los oprimidos y, a la vez, cultivar la tolerancia dentro de la firmeza de los
principios. Pocos han recogido la escuela viva de José Carlos Mariátegui, que dio
permanente ejemplo de apertura al diálogo con el pensamiento alternativo y las nuevas
ideas, sin perder su identidad y filiación socialista.
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Ello implica autocriticar concepciones, estilos y conductas incorrectas,
alimentadas por una lectura ideológica y política errónea, equivocada.
Hoy, no creo que ser de izquierda sea adscribir a una ideología cerrada y capaz
de explicarlo todo, como fue nuestra inicial lectura del socialismo marxista. No creo que
podamos tratar la opción ideológica como algo simplemente idéntico a una ciencia, que
todo lo explica y comprende. Considero que la izquierda se apoya en una combinación
de principios y valores fundamentales –que pueden provenir de raíces e historias
ideológicas diversas- junto a teorías científicas que nos articulan. Pero que ello debe ir
de la mano con una propuesta programática, una visión de la sociedad, del país y del
mundo que queremos.
A diferencia de las antiguas estructuras políticas de cuadros, profesionalizados o
a dedicación a tiempo completo y de pequeñas células, creo que la izquierda debe
plantearse ser un gran movimiento social, de ciudadanos organizados, apoyado en
comités de base territorial y de especialización sectorial (juvenil, de género, laboral,
agraria, productiva, de consumidores, etc.). Creo en una organización política basada
en el pleno ejercicio de la democracia interna (un militante un voto, elección de los
cargos internos y candidatos a cargos públicos, renovación generacional interna) así
como en la tolerancia a corrientes de pensamiento internas (algo antes impensado
frente a la exigencia de uniformidad ideológica absoluta). Una organización que
acentúe su interés en incorporar mujeres y jóvenes, y dedicar importante espacio a la
formación y renovación de dirigentes. Una organización que practique, en pequeño, la
propuesta de sociedad que postula construir.
Ser de izquierda hoy es abandonar la vieja lectura que tuvimos del centralismo
democrático (conducta única a partir de un centro único de decisión y un todopoderoso
secretario general y Comité Central que lo resuelve todo) para sustituirla por la
democracia interna y la descentralización en la toma de decisiones que –sin quebrar la
unidad en lo fundamental- reconozca que somos un país diverso y heterogéneo, con
regiones y subregiones, ecosistemas y etnias, que tienen personalidades propias e
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identidades que deben ser respetadas, y que deben poder decidir y resolver sobre lo
que les compete.
Ser de izquierda es hacer política desde la vida cotidiana, frente a los problemas
del día a día: la basura, la educación, la salud, el barrio, el centro de trabajo. En cada
uno de estos casos hay propuestas de organización y acción desde una opción
solidaria, justa, equitativa, participativa, descentralista y comprensiva de los diversos
sectores más necesitados, así como desde la visión de un nuevo país, que se
construye combinando la acción cotidiana con la lucha por una alternativa nacional de
gobierno y poder social organizado.
Ser de izquierda hoy es abandonar la idea de que el poder se asalta o
simplemente se conquista electoralmente, y reafirmar un abierto enfrentamiento al
terrorismo en todas sus formas. Es concebir que el poder popular y nacional se
construye en la articulación del movimiento político y social, programático, principista y
participativo. Sólo así una alternativa de izquierda no será engullida –como lo revela la
historia en numerosos casos de políticos que alcanzaron el gobierno- por la maquinaria
del poder establecido de los poderosos de siempre, llevando al fracaso los anhelos de
cambio.
Pero hoy, ser de izquierda es también plantearse la reconstrucción de una
representación y articulación política que venza las barreras del sectarismo y el
hegemonismo, que sume y no reste, que sea capaz de constituir una alternativa real de
gobierno y de poder. Implica una postura constructiva y unitaria, teórica y a la vez
práctica, capaz de vincular pensamiento-organización-acción para hacer posible la
utopía. Ello implica, en lo inmediato, la tarea de reagrupar a buena parte de quienes
vivieron las más extraordinarias oportunidades de la izquierda, desde Izquierda Unida,
y quieren –excluyendo a los sectarios y a quienes hacen de la política un antiético y
corrupto servicio a sí mismos- recuperar voz y presencia, sueños y esperanza,
herramienta y conquista de espacios para una opción popular y nacional.
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Sin embargo, no se trata de reagrupar a los ex izquierdaunidistas o de
reconstruir IU. Se trata también de recuperar un diálogo intergeneracional, con
juventudes de ambos sexos, que vivieron otra experiencia (la del terrorismo senderista
y antisubversivo, la de la debacle alanista y el tecnocratismo –antipolítico, pragmático y
corrupto- del fujimorismo) y hablan un lenguaje que no es el mismo de los que
superamos los 40 o 45 años. Una opción de izquierda tiene que recomponer esta
relación en un nuevo proyecto partidario, que exige redistribuir y compartir
internamente las responsabilidades y el poder. No más juventudes como movimientos
aparte y sin derechos plenos en el partido. No más mujeres en las tareas
administrativas y de apoyo. Equidad de oportunidades y discriminación positiva, para
promover su participación resultan centrales hoy.
Y, claro, se trata ahora de reconocer que fue un error no avanzar hacia UN
partido de izquierda y centro-izquierda, manteniendo la lógica del frente único (IU) sin
esforzarnos por construir una estructura más consistente y eficaz, a nivel partidario.
Este es el esfuerzo que asumimos algunos en la forja del Partido Democrático
Descentralista (PDD) hoy. Y que otros emprenden –con sus especificidades- desde el
PDS o el Partido Humanista. Es el afán de los intentos que impulsan los amigos del PC
y, con sus características propias, los amigos que impulsan la revista Nosotros. Es el
afán de innumerables movimientos regionales como el PDR de Puno y tantos otros del
macro sur, la selva, el centro, y el norte del país.
Estos esfuerzos confluirán en un partido o, más allá, en un bloque político que
deberá tentar ser alternativa de gobierno y poder, ampliándose desde la izquierda y
centro izquierda hacia el centro, como exitosamente lo lograra Lula y el PT en Brasil.
Esto es, para mi, ser de izquierda. El privilegio de contar con una utopía
realizable, un sueño que puede convertirse en realidad. Despertar cada día con un afán
organizativo y de acción, acariciar la esperanza en un país y un mundo que parece
carecer de ella, y –sobre todo- asumir principios y conductas que nos permiten mirar a
los demás a los ojos, dormir tranquilo y saber que nuestros hijos llevan su apellido sin
deshonra.
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Lima, 1 de Julio del 2003
(*) Congresista de la República.
desco / Revista Quehacer Nro. 142 / May. – Jun. 2003
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