Cuestión social, gubernamentalidad y construcción de subjetividad

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"Cuestión social, gubernamentalidad y construcción de subjetividad"
Introducción
El tema de la inseguridad ha pasado a ocupar durante los últimos años un lugar privilegiado en los medios
masivos de comunicación y la opinión pública. El reclamo por una respuesta al problema de la
inseguridad se expresa de una forma cada vez más acentuada en los discursos electorales y en la agenda
polÃ−tica. A partir de esto, se propagan distintos argumentos en cuanto a cuáles deberÃ−an ser las medidas
más adecuadas para realizar una “guerra al crimen” (Wacquant, 2010), entre los cuales la polÃ−tica
represiva ocupa un lugar primordial.
En esta lÃ−nea, en octubre de 2008 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires aprobó la ley de Seguridad
Pública, que establece un plan que se supone integral para llevar adelante este combate contra la inseguridad.
En su artÃ−culo 2º, la ley define a la seguridad pública como “la situación de hecho basada en el
derecho en la cual se encuentran resguardadas la libertad, la vida y el patrimonio de los habitantes, sus
derechos y garantÃ−as y la plena vigencia de las instituciones del sistema representativo, republicano y
federal que establecen la Constitución Nacional y la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires”. Sin
embargo, ahondando en los distintos artÃ−culos de la ley, el concepto de seguridad planteado se presenta
como problemático, ya que las medidas tendientes a asegurar la “paz social” no guardan consonancia con los
ambiciosos objetivos expuestos en esta definición general. De hecho, el eje central de esta ley es la creación
de la PolicÃ−a Metropolitana.
En este trabajo nos proponemos analizar los siguientes documentos:
• Debate parlamentario que concluye en la aprobación de la Ley de Seguridad Pública
• Texto de la Ley 2.894
Al acercarnos a los mismos, exploraremos la emergencia de la PolicÃ−a Metropolitana buscando reconocer
el/los arte(s) de gobernar en el/los que se inscribe la ley, cuáles son los principales discursos que circulan al
debatir la seguridad pública, y cuáles son las condiciones sociales que permitieron que surjan y que
persistan estos discursos (superficie de emergencia).
Marco Teórico
En Seguridad, Territorio y Población, Foucault distingue dos diagramas de poder, el disciplinario y el de
seguridad, que están centrados en diferentes objetivos. Mientras que la sociedad disciplinaria controla la
criminalidad a partir de mecanismos de vigilancia y corrección a nivel individual, la sociedad de seguridad,
enmarcada en el diagrama del biopoder, se centra principalmente en la regulación de las poblaciones,
entendidas como “problema polÃ−tico, como problema a la vez cientÃ−fico y polÃ−tico, como problema
biológico y como problema de poder” (Foucault, 2000: 222).
La biopolÃ−tica es una tecnologÃ−a de poder que “abordará (...) los acontecimientos aleatorios que se
producen en una población tomada en su duración” (Foucault, 2000: 222). Esta tecnologÃ−a actúa sobre
los seres humanos y su medio, a nivel poblacional, atendiendo fenómenos de carácter global, como la
natalidad, la mortalidad, las endemias y la vejez. En palabras de Foucault, este poder “de regularización (...)
consiste (...) en hacer vivir y dejar morir” (Foucault, 2000: 223).
Las tecnologÃ−as de seguridad tienen como objetivo a la población, y para actuar sobre ésta es necesario
actuar directamente sobre el medio: “la seguridad tratará de acondicionar un medio en función de
acontecimientos o de series de acontecimientos o elementos posibles, series que será preciso regularizar en
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un marco polivalente y transformable” (Foucault, 2007: 40). Es importante señalar que el diagrama de
seguridad no reemplaza al disciplinario, sino que pasa a ser predominante sobre el otro. Por eso consideramos
que al analizar el tema de la (in)seguridad es necesario tener en cuenta que hay dos diagramas que actúan
simultáneamente: el de la seguridad, que pretende actuar sobre el medio, o “espacio público”, y el
disciplinario, que incluye tácticas de poder que actúan en los individuos a través de instituciones como la
escuela, la familia y los sistemas judicial y penitenciario.
En este sentido, el concepto de gubernamentalidad alude al gobierno de sÃ− mismo por parte de los sujetos,
quienes se constituyen como tales a través de su paso por dispositivos de poder, por lo que sus visiones
morales, aspiraciones y prácticas llevarán la marca de estos dispositivos (Murillo, 2008). De esta manera,
las concepciones y los reclamos individuales con respecto al tema de la inseguridad estarán signadas por la
presencia del mecanismo de la gubernamentalidad.
A su vez, la gubernamentalidad forma parte del arte de gobernar, definido por Foucault como “la manera
meditada de hacer el mejor gobierno y también, y al mismo tiempo, la reflexión sobre la mejor manera
posible de gobernar” (Foucault, 2007: 17). Funciona como la mediación entre el deber ser del Estado con el
deber hacer del gobierno. El autor sostiene que el arte de gobernar consiste en “manipular, mantener,
distribuir, restablecer relaciones de fuerza, y hacerlo en un espacio de competencia que implica un desarrollo
competitivo. En otras palabras, el arte de gobernar se despliega en un campo relacional de fuerzas”
(Foucault, 2009: 356). Por lo tanto, éste puede transformarse a partir de los cambios históricos en las
relaciones de fuerza, mudando asÃ− sus objetivos.
La economÃ−a de poder del arte de gobierno liberal se basa en la producción, el consumo y la garantÃ−a de
libertad a través de regulaciones gubernamentales. La libertad es una relación entre gobernados y
gobernantes que se da de forma ambivalente entre dejar cierto grado de libertad y a la vez poder moldear a los
individuos. Y la seguridad será el principio de cálculo para garantizar la libertad, y permitirá “proteger el
interés colectivo contra los intereses individuales” y “proteger los intereses individuales contra todo lo que
pueda aparecer, en relación con ellos, como una intrusión procedente del interés colectivo” (Foucault,
2007: 86). De esta forma en el corazón del liberalismo se da un juego entre libertad y seguridad que es
articulada a través de distintos dispositivos.
Si en el arte de gobierno liberal el principio económico del mercado y el principio polÃ−tico del laissez faire
aparecÃ−an como una unidad, en el arte de gobierno neoliberal estos elementos aparecerán disociados. El
mecanismo de la competencia ya no aparece, como para los liberales, como un dato natural que funciona por
sÃ− solo y requiere únicamente de algunos ajustes, sino como una estructura formal artificial que requiere
para su desarrollo de una vigilancia e intervención permanente (Foucault, 2007). En el neoliberalismo, los
seres humanos son concebidos como naturalmente desiguales, pero a su vez libres y racionales. Siendo la
competencia el eje central de este arte de gobierno, los individuos deberán administrar sus competencias, su
“capital humano” (concepto acuñado por Gary Becker), tomando decisiones libres y racionales que los
llevarán al éxito o al fracaso individual (Murillo, 2011).
Wacquant propone una definición sociológica del neoliberalismo, superadora de la concepción
económica, caracterizándolo como “un proyecto polÃ−tico transnacional destinado a reconstruir el nexo
del mercado, del Estado y de la ciudadanÃ−a desde arriba” (Wacquant, 2011: 13), que articula distintas
lógicas institucionales como la desregulación económica; el tropo cultural de la responsabilidad individual
y un aparato penal expansivo, intrusivo y proactivo, entre otras. Este autor se refiere también a una
paulatina transición del Estado social al Estado penal, marcado por la desregulación económica y el
fortalecimiento del Estado penal. En palabras del autor, el “gobierno de la inseguridad social” conjuga “la
mano invisible del mercado y el puño de hierro del Estado” (Wacquant, 2010: 172).
El neoliberalismo reconfigura la relación entre el Estado y el mercado, que se distingue del anterior Estado
de Bienestar. En este sentido, el Estado aparece como un activo garante de la libertad de mercado y la
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competencia. Para ello fue necesario un reordenamiento de la razón gubernamental, en el que adquiere un
papel fundamental la sociedad civil, un sujeto de derecho - sujeto económico, que se habÃ−a venido
construyendo como objeto de gobierno desde el arte de gobierno liberal.
Las transformaciones en las relaciones entre el Estado, la sociedad civil y el mercado son descriptas por
Susana Murillo en su libro Colonizar el Dolor, en el que la autora describe el nuevo pacto social que se gestó
en la década de los setenta, a partir del cual los organismos internacionales comienzan a ocupar el lugar del
Estado nacional en tanto sujeto interpelante que liga lo público y lo privado (Murillo, 2008). La
reconfiguración del rol del Estado se dio de la mano de esta preeminencia adquirida por estos tipos de
organismos, que lanzaron las medidas a tomar para que los Estados se conviertan en actores “eficaces” para
permitir el desarrollo de los mercados y la regulación de la sociedad. La cuestión social se reconfigura,
entonces, dejando atrás el lugar que el Estado habÃ−a ocupado después de la Segunda Guerra Mundial
como garante de los derechos sociales de la fuerza de trabajo.
Las condiciones necesarias para llevar adelante estas reformas hunden sus raÃ−ces en las transformaciones
sociales que tuvieron lugar en las últimas décadas. En este sentido, las dictaduras militares y el terrorismo
de Estado transformaron radicalmente la cultura de la población. Siguiendo a Murillo, el “terror reenvÃ−a
inconscientemente a esa situación de radical indefensión en la que todo sujeto nace” (Murillo, 2008: 95).
En el contexto de una sociedad atravesada por el terrorismo de Estado y la persecución polÃ−tica, esta
sensación vino acompañada de un temor a toda actividad polÃ−tica, que se asociaba directamente a la
muerte. Llegados los años ´90, tras una profundización de las frustraciones polÃ−ticas y económicas, se
gestó lo que Susana Murillo denomina “consenso por apatÃ−a”, un consenso que “ya no se basarÃ−a en
una ley universal, sino en nueva forma de vida práctica centrada en el sÃ− mismo y en el desinterés por
la cosa pública” (Murillo, 2008: 99).
El nuevo pacto social y las reformas del Estado se dieron, entonces, en este contexto y bajo la interpelación
ideológica de organismos internacionales como el Banco Mundial. El Estado pasa a ser “socio” en las
transformaciones económicas, y se espera de él que tenga la capacidad de tomar decisiones “eficaces”.
En la década de los ´70, la pobreza comienza a ocupar un lugar central en las preocupaciones esbozadas
por el Banco Mundial, caracterizándola como un “riesgo” contra el que hay que luchar, ya que encarna una
posibilidad de violencia. Sin embargo, desde la perspectiva de este organismo, la desigualdad puede y debe
reducirse, pero persistirá, ya que es estructural. El papel de los Estados serÃ−a entonces mantener un
equilibrio entre la desigualdad y la gobernabilidad, es decir, reducir la desigualdad para poder gobernar a la
población pero sin pretender eliminarla, ya que esta es parte de la condición humana (Murillo, 2008).
El lugar de la sociedad civil también se vio modificado en relación al Estado. Murillo destaca que, en
Argentina, los estallidos sociales a comienzos de la década del 2000 dan cuenta de una crisis de la
gobernabilidad neoliberal, tras la cual la estrategia discursiva del Banco Mundial introducirá nuevos
elementos. Este organismo hablará entonces de la necesidad de empoderar a la sociedad civil para que
interpele al Estado para llevar a cabo reformas institucionales que harÃ−an falta para superar la crisis de
gobernabilidad. AsÃ−, se construye una nueva estrategia llamada accountability social, o “rendición de
cuentas”. La sociedad civil aparece en ella como un actor activo, que puede (y debe) pedir rendición de
cuentas del desempeño de los gobernantes. Sin embargo, persiste el fomento de la apatÃ−a polÃ−tica, ya
que se estimula a la ciudadanÃ−a a reclamar por problemas especÃ−ficos y de una manera más moral que
polÃ−tica.
En los discursos de los legisladores al momento de la aprobación de la Ley de Seguridad Pública, este
proceso de “rendición de cuentas” aparece en forma constante. Los legisladores hacen referencia una y otra
vez a la necesidad de dar una respuesta a los reclamos ciudadanos por “más seguridad”.
Uno de los puntos centrales de esta nueva ley es la creación de una nueva fuerza policial. Siguiendo a
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Foucault, la policÃ−a es una de las tácticas del arte de gobernar para la regulación de la población. En el
siglo XVII, esta era entendida como “el conjunto de los medios a través de los cuales se pueden
incrementar las fuerzas del Estado a la vez que se mantiene el buen orden de este” (Foucault, 2009: 357).
Para reforzar esta definición, Foucault introduce los comentarios de dos autores de los siglos XVII y XVIII,
que conceptualizan a la policÃ−a como la encargada de mantener el “esplendor” del Estado. Al respecto,
Foucault plantea que el esplendor es “a la vez, la belleza visible del orden y el brillo de una fuerza que se
manifiesta y resplandece. La policÃ−a es, en efecto, el arte del esplendor del Estado en cuanto orden visible y
fuerza resplandeciente” (Foucault, 2009: 358).
En la modernidad, a partir de una resignificación de las formas de control social, la función de la policÃ−a
se reduce a su aspecto negativo: el impedimento de la aparición de ciertos desórdenes (Foucault, 2009).
Entonces, cabe preguntarse cómo se articula esta táctica en el arte de gobernar que impera actualmente.
Análisis de los documentos
Antecedentes
Para analizar los discursos que circularon en el debate que dio lugar a la aprobación de la Ley 2.894,
consideramos necesario referirnos al marco normativo que permitió que este proyecto de ley pudiera surgir.
La reforma de la Ley 24.588 (“Ley Cafiero”), cuyo texto modificado se sancionó en 2007 bajo la Ley
26.288, es un punto central, ya que la eliminación del artÃ−culo 7º de la ley anterior abrió la posibilidad
de que la Ciudad de Buenos Aires cuente con una fuerza policial dependiente del Gobierno Autónomo de la
Ciudad.
Este es un punto que será retomado por varios de los legisladores en sus discursos en el momento de la
aprobación de la ley, defendiendo esta capacidad de la ciudad de tener una policÃ−a propia para garantizar
el ejercicio de su autonomÃ−a. Siguiendo a Alina RÃ−os (RÃ−os, 2011), se puede decir que los conceptos de
autonomÃ−a y de seguridad aparecen en los discursos como dos valores compartidos, pero en tensión. Es
que estas dos nociones, centrales en los debates, serán llenados estratégicamente por las distintas fuerzas
polÃ−ticas.
Otro antecedente que marcó a la creación de esta nueva PolicÃ−a Metropolitana fue el enfrentamiento entre
el macrismo y el kirchnerismo alrededor de la transferencia de la PolicÃ−a Federal Argentina (PFA). El
macrismo reclamó en un primer momento la transferencia, con recursos, de la PolicÃ−a Federal, pedido que
fue negado por el Gobierno Nacional. Entonces, a partir de este no traspaso de la PFA, se creó la
oportunidad de dar lugar a una “nueva” policÃ−a, que se distinga de las policÃ−as anteriores y sus ya
conocidos “vicios” (RÃ−os, 2011).
El movimiento encabezado por Carlos Blumberg tras el asesinato de su hijo, Axel Blumberg, es otro
acontecimiento que puede aportar algunos elementos para comprender a qué se refieren los diputados que
apelan a la urgencia de darle una respuesta a las demandas de “los vecinos”. El discurso de Blumberg
interpeló al Estado a tomar medidas inmediatas para alcanzar una mayor seguridad, que consistÃ−an
básicamente en reformas judiciales, con un endurecimiento del sistema penal. El lugar desde el que realizaba
esta interpelación era el del padre y vÃ−ctima, apelando al miedo a una muerte inminente para justificar la
celeridad con la que serÃ−a necesario llevar adelante estas reformas (Murillo, 2008). En septiembre de 2004,
fueron sancionadas una serie de leyes, consecuencia de este movimiento, que tendieron a endurecer las penas
por delitos simples. Este proceso dio cuenta del funcionamiento del mecanismo de la “rendición de cuentas”
al que nos referimos antes, ya que fue a partir de los reclamos realizados desde la sociedad civil (en este caso,
el movimiento encabezado por Blumberg) que se abrió el camino para la sanción de estas leyes. Este
proceso está enmarcado en la judicialización del Estado, que es propio del nuevo lugar que ocupa éste en
la reconfiguración del pacto social, como el punto de confluencia entre las demandas del mercado, de los
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organismos internacionales y de la sociedad civil (Murillo, 2008). De este modo, el Estado judicializado
tendrá que habilitar las reformas necesarias para responder a dichas demandas.
Otro elemento que aparece en la interpelación realizada por Blumberg es la distinción entre dos tipos de
ciudadanos, que se basa en una concepción más moral o ética que polÃ−tica y social, ya que apela a la
responsabilidad individual de los ciudadanos que viven en la marginalidad y “eligen” delinquir. Tomamos
este movimiento liderado por Blumberg como un antecedente de la sanción de la Ley de Seguridad Pública
porque encontramos que argumentos como éstos son retomados por algunos legisladores, como veremos
más adelante, y, una vez más, con la estrategia de la rendición de cuentas por parte de la sociedad civil, se
toman medidas que tienden a un mayor control de la población para responder al problema esbozado
socialmente de la inseguridad.
Los documentos
Los documentos forman parte del Poder Legislativo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Siguiendo el
método arqueológico de Foucault, estos documentos serán tratados como monumentos, analizándolos
en su materialidad (Foucault, 2010). Los discursos que describiremos deben ser entendidos como producto de
las prácticas discursivas de los legisladores: “estas prácticas constituyen `estrategias discursivas' que no
tienen un `autor', ni una direccionalidad predeterminada, sino que se van conformando en la contingencia de
las luchas” (Murillo, 2008: 16).
Se buscará rastrear las posiciones de los sujetos que emiten los discursos, e identificar a quiénes pueden
estar dirigidos los mismos.
A partir de la lectura de los discursos de la sesión legislativa en la que se aprueba la Ley de Seguridad
Pública, creemos pertinente realizar una división entre tres tipos de discursos que circulan al debatir el tema
de la seguridad, con distintos argumentos y estrategias discursivas.
En primer lugar, reconocemos en los discursos de los legisladores que votan en contra de la aprobación de la
ley una serie de argumentos que aluden a la seguridad en términos generales, haciendo hincapié en los
derechos sociales para todos los ciudadanos, y abarcando temas como el acceso a la educación, a la vivienda
y al trabajo.
En segundo lugar, los discursos de los legisladores del Frente para la Victoria hacen referencia a la
importancia de la prevención en las polÃ−ticas de criminalidad, pero terminan apoyando la creación de esta
ley, argumentando que se trata de una “ley marco” que abrirá las puertas a un posterior desarrollo de una
seguridad “integral”.
Por último, el bloque del PRO (Propuesta Republicana) centra sus argumentos en la urgencia de resolver el
problema de la inseguridad para dar una respuesta eficaz a la demanda social de más seguridad, teniendo
como principales destinatarios a los grupos de “vecinos” que formulan estos reclamos.
Consideramos que en estos tres bloques discursivos dejan entrever distintas concepciones de lo que es la
seguridad. En los próximos apartados intentaremos dar cuenta de cuáles son los conceptos principales que
cada bloque considera al referirse al término seguridad, y en qué teorÃ−as y tendencias internacionales
se enmarcan estas concepciones.
Primer bloque: la seguridad como la garantÃ−a de derechos sociales
Al comenzar su discurso, Julián D´Angelo, legislador por el Partido Socialista, cita una definición de
(in)seguridad esbozada en la Conferencia de Nápoles (2000), que sostiene que la inseguridad “no puede
reducirse únicamente a los problemas de criminalidad (…) Es una problemática compleja que está atada
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a los problemas de sanidad, de medio ambiente, de urbanismo y de formación y es el resultado de las
desigualdades crecientes en el acceso a los recursos”.
Por su parte, Gonzalo Ruanova, de Diálogo por Buenos Aires, argumenta que la ley en discusión no se trata
en modo alguno de un sistema integral de seguridad, sino que se reduce a la mera creación de una ley de
policÃ−a. Asimismo, critica la reforma que tuvo lugar en el 2004, llamada “Reforma de Blumberg” por sus
nulos efectos para reducir los Ã−ndices delictuales.
Tanto en este discurso como en el resto de los bloques discursivos que analizaremos, los términos de
eficacia y eficiencia aparecen como centrales: “Si uno analiza hoy cuáles fueron las consecuencias de esa
reforma, lejos está de haberse disminuido los Ã−ndices delictuales, lejos está de haber modificado y
mejorado el Código Procesal Penal y lejos está de haber construido un modelo de seguridad pública
eficaz y eficiente” (Ruanova).
Este concepto de eficacia proviene del ámbito de la economÃ−a, y su utilización tan recurrente en la
polÃ−tica da cuenta de la extensión de la racionalidad del mercado a otros ámbitos. Además, está ligado
al “nuevo pacto social” descripto anteriormente, en el cual los organismos internacionales promueven y
exigen que los Estados Nacionales aborden los problemas sociales con eficiencia y eficacia. Desde esta
perspectiva, el diagrama de poder neoliberal, realiza un “gerenciamiento de las poblaciones”, buscando
maximizar la eficacia de la relación costo-beneficio a nivel social (Murillo, 2006).
D´Angelo, además, realiza una advertencia sobre las difusas competencias que se le atribuyen a esta fuerza
policial y el peligro de la superposición de funciones con la PFA, advertencia sobre la que no se
pronunciará ninguno de los otros dos bloques.
MartÃ−n Hourest, de Izquierda Socialista, continúa con la crÃ−tica de que la supuesta ley de seguridad
pública se reduce a una ley de policÃ−a, y sostiene que debatir sobre la seguridad implicarÃ−a gestionar
procesos y conflictos que no pueden reducirse a una dÃ−ada “orden-desorden”. Este diputado critica la
construcción discursiva que distingue la existencia de dos tipos de ciudadanos: los “malintencionados” y los
“ciudadanos inocentes”, siendo estos últimos quienes, mereciendo cuidar sus bienes y libertades, tienen la
potestad de aplicar la ley sobre los “otros”. Oponiéndose a esa clasificación, el diputado sostiene que es
necesario entender la inseguridad como un proceso de relaciones inequitativas en torno a la apropiación de
bienes.
También aparecen aquÃ− referencias al espacio público, pero con una lÃ−nea argumentativa totalmente
opuesta a la del bloque PRO, que describiremos más adelante. En este caso, Hourest alude a un estado de
conflicto permanente y degradación de la convivencia social en la Ciudad de Buenos Aires, pero subraya que
estos conflictos de ningún modo podrán resolverse con una mayor cantidad de fuerzas policiales en las
calles. En sus palabras: “no hay Ciudad segura con más policÃ−a, sino que hay una sociedad segura con
más derechos”. Esta concepción de la seguridad en la ciudad se distanciará de la concepción esbozada
por los diputados del bloque PRO, que enfatizan la importancia de la creación de la PolicÃ−a Metropolitana
como una medida clave para brindar más seguridad a “los vecinos”.
Patricia Walsh, de Nueva Izquierda, agrega a las crÃ−ticas ya señaladas el problema de la falta de
oportunidades de los jóvenes, que agudiza la brecha de desigualdad y los pone en una situación de mayor
riesgo de caer en la marginalidad. Desde su punto de vista, se deberÃ−a destinar mayor presupuesto a las
polÃ−ticas preventivas de este tipo de situaciones, como las becas escolares o los programas de promoción
de la inserción laboral. Además, Walsh critica la ausencia en esta ley de un verdadero control ciudadano.
En el artÃ−culo VIII de la ley aprobada se establece una AuditorÃ−a Externa Policial, que dependerá del
Ministerio de Justicia y Seguridad “y tendrá como misión principal realizar controles normativos, de
procedimientos, por resultados y por impactos del funcionamiento de la PolicÃ−a Metropolitana”. Además,
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en el artÃ−culo 55 del mismo capÃ−tulo se menciona una posterior creación de programas de participación
ciudadana para evaluar el accionar de la PolicÃ−a.
Sin embargo, tal como lo señala la diputada Walsh, estos programas son apenas mencionados y se deja su
creación e implementación para un momento posterior. Además, la “auditorÃ−a externa”, al estar dentro
de la órbita del Ministerio de Justicia y Seguridad, no garantizarÃ−a un modelo de transparencia y control
democrático de la institución.
Los discursos de los legisladores de este primer bloque parecen tener como destinatarias a las otras fuerzas
polÃ−ticas que apoyan la ley, actuando en oposición a la sanción de la misma y dando cuenta de las
falencias de la medida que están impulsando.
Segundo bloque: Frente para la Victoria
Los diputados del Frente para la Victoria (FPV) consideran a la Ley de Seguridad Pública como mucho
más que una ley de policÃ−a. Silvia La Ruffa, presidenta de la Comisión de Seguridad de la Legislatura
Porteña, argumenta que con esta ley se terminarÃ−a “con el paradigma del desgobierno civil de las
polÃ−ticas de seguridad que llevaron al fracaso a nuestra región en materia de reducción del delito y de la
violencia”, y sostiene que a partir de la misma se contará con herramientas de prevención y participación
comunitaria. En la misma lÃ−nea, Diego Kravetz sostiene que esta ley apunta a identificar y actuar sobre los
mecanismos sociales que hacen que una persona delinca.
Un punto que aparece tanto en los discursos de los diputados del FPV como en los del PRO es el tema de la
autonomÃ−a. La creación de la PolicÃ−a Metropolitana significarÃ−a la concreción de la plena
autonomÃ−a de la Ciudad de Buenos Aires. En palabras de Kravetz: “vamos a acompañar la norma en el
sentido no mezquino del término (...) lo hacemos porque creemos indudable que la ciudad debe tener una
policÃ−a, para que gane autonomÃ−a”. AutonomÃ−a y policÃ−a, en este caso, aparecen como conceptos
estrechamente relacionados, ya que una fuerza que permite intervenir sobre la población de la ciudad es uno
de los principios que regirán la posibilidad de gobernar autónomamente.
Como en otros discursos antes mencionados, La Ruffa usa el término de eficacia: “si incluimos a la
PolicÃ−a Metropolitana como parte de la administración pública de la ciudad, podemos decir que,
entonces, se aplica el principio de eficacia de la administración (...) que no es eficacia de cualquier manera:
como toda la administración pública, es eficacia dentro de la legalidad”.
Tanto La Ruffa como otro diputado del mismo bloque, Pablo Failde, hacen referencia a los reclamos sociales
de “los vecinos y vecinas” en materia de seguridad, dando cuenta de la importancia de la estrategia de
“rendición de cuentas”. La inseguridad aparece como un problema planteado por la sociedad civil, al que el
gobierno debe responder a través de sus polÃ−ticas.
En esta lÃ−nea, los diputados del FPV se refieren a la posibilidad que abrirÃ−a esta ley para la participación
de la sociedad civil en el “sistema integral de seguridad pública”, a través de la creación de foros
vecinales y mecanismos de control a la institución policial. Ambos diputados advierten que esta ley es una
“ley marco”, y que harán falta una cantidad de otras leyes para alcanzar los objetivos planteados bajo el
concepto de la seguridad pública. Sin embargo, el hecho de que la prioridad sea la creación de la fuerza
policial da cuenta de que el concepto de seguridad acuñado por este bloque discursivo se distancia del
concepto de seguridad más “integral” planteado por el primero de los bloques, que se negaron a votar la ley
si no se incluÃ−an otras medidas que hicieran a la ley de Seguridad Pública algo más que “una ley de
policÃ−a”. También esto podrÃ−a dar cuenta de una salida consensuada del conflicto entre el macrismo y
el kirchnerismo por la transferencia o no de la PFA, bajo la consigna de crear una policÃ−a “nueva”.
Tercer bloque: El PRO
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Este bloque es del mismo partido de Mauricio Macri, quien estaba a cargo del Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires en el momento del debate. Por eso buscaremos contextualizar a esta fuerza polÃ−tica, con sus
antecedentes y relaciones, para poder esclarecer qué tipo de “arte de gobernar” es planteado por el
macrismo.
A nivel internacional, Mauricio Macri, desde que asumió en el 2007 ha venido sosteniendo relaciones
invitando a conferencias a referentes del neoliberalismo que se nuclean en la Fundación Mont Pelerin. Esta
institución fue fundada por Friedrich A. Von Hayek, y es el uno de los principales “think tanks” o “tanques
de pensamiento” internacionales. En el 2011, se llevó a cabo un congreso en el cual el lema fue “El
desafÃ−o del populismo en América latina”, y fue Mauricio Macri quien dio las palabras de bienvenida.
Entre las personalidades más destacadas y socios de la fundación se encontraban Mario Vargas Llosa y
José MarÃ−a Aznar. También asistieron integrantes del Manhattan Institute, autores intelectuales de la
doctrina de “Tolerancia Cero” implementada por ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. Esta doctrina
sostiene que el delito es consecuencia de carencias individuales, desviaciones de la conducta humana, que no
se relacionan con el contexto social. Se implementó en Nueva York, como una serie de “medidas policiales
ultrarrepresivas” (Wacquant, 2010:11) y devino en un proceso de criminalización de la pobreza con el
objetivo de recuperar la libertad (Wacquant, 2010).
Los principales “tanques de pensamiento” o “usinas de ideas” (asÃ− se autodenominan) nacionales en los
cuales se podrÃ−a encuadrar la perspectiva de seguridad del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires son la
Fundación Pensar, del cual es Presidente honorario Mauricio Macri, y tiene como miembros a Eugenio
Burzaco (quien fue Jefe de la PolicÃ−a Metropolitana en sus inicios) y a Gerardo Bongiovann, quien
también preside la Fundación Libertad de Rosario. La afloración de ONG´s articuladas con el Estado
es una caracterÃ−stica del actual diagrama de poder, en el que la sociedad civil está legitimada como sujeto
que interpela al Estado.
Cristian Ritondo, del PRO, resalta la importancia de la ley en discusión para la autonomÃ−a de la ciudad. En
su discurso, asÃ− como en el resto de los argumentos de los diputados de su partido, el tema de los reclamos
sociales por más seguridad tiene un lugar primordial. Este es un punto que aparece también en los
discursos del FPV, pero en el caso del PRO aparece enmarcado en una situación de urgencia, a la cual el
Gobierno deberÃ−a dar respuestas tangibles: “Esta creación (la PolicÃ−a Metropolitana) nos permite
recobrar la creencia en cambios reales, tangibles y positivos para beneficio de la sociedad (...) Hoy, la
seguridad es un tema de debate en toda la Argentina. En buena parte de nuestro paÃ−s hay marchas, y en
nuestro paÃ−s, hoy, la inseguridad atenta directamente con la calidad de vida”.
Este tipo de frases aparecen recurrentemente en el discurso de Ritondo, quien enfatiza una y otra vez la
necesidad de “no perder más tiempo” para “recuperar el espacio público”. Un antecedente teórico de esta
perspectiva tan centrada en el espacio público es la teorÃ−a de la “ventana rota”, en la que se inspira la
doctrina de la “tolerancia cero” descripta por Wacquant en Las cárceles de la miseria (2010). En lÃ−neas
generales, esta teorÃ−a sostiene “que si se lucha paso a paso contra los pequeños desórdenes cotidianos
se logra hacer retroceder las grandes patologÃ−as criminales” (Wacquant, 2010: 34), y propone como un
medio para terminar con los desórdenes “la multiplicación de los efectivos y equipamientos de las
brigadas” (Wacquant, 2010: 35). En esta clave, se puede comprender la preocupación de los legisladores de
este bloque y su propuesta de seguridad, que constantemente hace alusión a los espacios públicos como los
principales focos de la inseguridad. AsÃ− mismo, siguiendo a Wacquant, esta perspectiva de seguridad en la
cual se da una multiplicación de los efectivos en el espacio público con gran equipamiento tecnológico se
asocia a una lógica panóptica, que permite un control pormenorizado del espacio público (Wacquant,
2010).
El discurso de Ritondo también hace una insistente referencia al miedo, a la pérdida de vidas, y a la
imperiosa necesidad de “generar una herramienta para que los ciudadanos puedan defenderse”. Leyendo la ley
se hace evidente que la herramienta a la que se refiere es la PolicÃ−a Metropolitana. En este discurso se
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puede identificar un elemento que habÃ−a aparecido en la interpelación al Estado realizada por Blumberg.
“Que los ciudadanos puedan defenderse” deja latente la pregunta: ¿de quién deben defenderse? Estos
ciudadanos “decentes” deberÃ−an tener una herramienta para defenderse de “los otros”. Esta construcción
de una “otredad” implica a su vez definir quién es aquel “nosotros”. Siguiendo a Murillo (2011) ese
“nosotros” refiere a “ser trabajador, tener familia, honestidad, educación y ser descendiente de inmigrantes
europeos que pudieron crecer merced al esfuerzo realizado en un mÃ−tico pasado argentino, en el cual
existió la libertad y la prosperidad para todos” (Murillo, 2011: 17). Y ese nosotros se autovictimiza respecto
de aquellos que representan “la otredad”, que es percibida como la causa de la inseguridad. La táctica
discursiva utilizada en esta concepción distingue a los “pobres buenos” de los “pobres malos”. Los primeros
son aquellos que son trabajadores y honestos, pero, incapaces de valerse por sÃ− mismos, necesitan ser objeto
de caridad. Dentro del segundo grupo, en cambio, están los pobres concebidos como delincuentes peligrosos,
y sobre los cuales el Estado deberÃ−a actuar. Esta estrategia discursiva va de la mano con un nuevo
paradigma de ciudad, fuertemente impulsado por Mauricio Macri (Murillo, 2011). Aunque no sea el objetivo
de nuestro trabajo, cabe señalar la importancia que tiene tuvo la “belleza” y el “orden” en el espacio
público en la fuertÃ−sima campaña publicitaria llevada a cabo por el PRO en las dos últimas elecciones
para el Gobierno Ejecutivo de la Ciudad. En este paradigma, la preservación del orden público, entonces,
estarÃ−a relacionada a actuar sobre esta “otredad” para controlarla.
VÃ−ctor Amoroso, también del PRO, critica las posturas de otros oradores que habÃ−an planteado la
necesidad de realizar análisis y diagnósticos para avanzar en las polÃ−ticas de seguridad: “Se decÃ−a que
habÃ−a que evaluar lo que sucedió en los últimos 25 años. HabrÃ−a que hacer otro análisis y otro
diagnóstico, pero los vecinos, realmente, están cansados de tanto análisis y tanto diagnóstico”. AsÃ−, en
el discurso de este diputado, uno de los puntos centrales es esta preocupación de darle una respuesta urgente
a los reclamos sociales: “Pero hemos hablado muy poco de los vecinos; fueron muy pocos los oradores que
los nombraron. Somos muy pocos los que nos preocupamos por lo que nos piden los vecinos en nuestros
propios barrios (...) Cada uno de nosotros tiene hoy la responsabilidad de estar sentado acá para darle una
solución a todos los vecinos (...) Es más: a algunos que hablan en forma permanente de la macro y
microeconomÃ−a, que hacen análisis muy profundos, los vecinos no los entienden. No saben de qué
están hablando. Los vecinos quieren la solución de sus problemas”. El discurso de este legislador está
dirigido a los vecinos, planteando la sanción de esta ley como la solución tangible a sus reclamos.
MartÃ−n Borrelli, en respuesta a un comentario del diputado Ruanova que habÃ−a hecho referencia a que se
estaba implementando esta ley de una forma apresurada, en base a “los estados de ánimo”, se defiende, una
vez más, apelando a la necesidad de “los vecinos” vÃ−ctimas de la inseguridad: “No tenemos ningún
derecho a soslayar ni a ofender la memoria de las vÃ−ctimas de la inseguridad en la Ciudad de Buenos
Aires, que poco y nada han sido mencionadas en los discursos, sobre todo en los de la oposición”.
El concepto de seguridad que esboza este legislador está asociado a la garantÃ−a de la libertad. Sostiene que
la ley garantizarÃ−a la libertad de los porteños “de salir tranquilos a la noche, sin temer que un asalto
impida que volvamos a nuestras casas”.
Otro de sus argumentos ataca a la corriente garantista del derecho, ya que invita a algunos de los legisladores
a “sacarse la careta” y asumir que son “abolicionistas del sistema penal”. En su concepción, medidas como
esa sólo acentuarÃ−an “la crisis y la decadencia”. El uso de la fuerza pública por parte del Estado es en
estos argumentos, la herramienta fundamental para garantizar “el orden público y el valor de la libertad”.
Oscar Moscariello, siempre en esta misma lÃ−nea, apela a la sensación de desprotección que sufren los
vecinos de la ciudad, que “es tal que forma parte de nuestro inconsciente”, y caracteriza a la policÃ−a como
el eslabón central para “erradicar la intranquilidad ciudadana”.
La apelación al miedo de los ciudadanos en una forma tan insistente forma parte de la estrategia de
“rendición de cuentas” descripta anteriormente. Y las problemáticas planteadas por la sociedad civil, a su
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vez, estarán determinadas por la gubernamentalidad, que alude al gobierno de sÃ− mismo de cada
ciudadano. En el arte de gobernar neoliberal, los individuos son invitados a ser “empresarios de sÃ− mismos”,
siendo responsables de hacer lo necesario para alcanzar el éxito personal. Y aquellos que consiguen dar con
este modelo de interpelación, forman parte del “nosotros” anteriormente descripto. En cambio, los que no
pueden hacerlo, formarán parte de esa “otredad” que, o bien necesita asistencia del Estado o de la
responsabilidad social empresaria, o bien es criminalizada o abyecta, negada como parte de la sociedad.
Esta construcción se basa a su vez en la historia de la sociedad argentina, que desde hace décadas es
atravesada por la construcción del miedo a partir de hechos como el terrorismo de Estado o la violencia
social. De esta manera, siguiendo a Murillo, “la interpelación ideológica opera en este punto asentada
sobre las capas arqueológicas del dolor de las poblaciones” (Murillo, 2008: 158). El llamado a ser
empresarios de sÃ− mismos para alcanzar el éxito individual es una forma de constituir un “nosotros” que
busque diferenciarse y “defenderse” de los otros, responsables de la inseguridad.
En este marco, es entendible que la medida priorizada para alcanzar la “seguridad pública” sea la creación
de una fuerza policial que de una respuesta inmediata a los reclamos de la ciudadanÃ−a, la cual se inclina “a
exigir seguridad sin mediaciones reflexivas” (Murillo, 2011: 22).
Al igual que el bloque de FPV, el PRO también hace referencia a la prevención del delito, y el control y la
participación ciudadana. Sin embargo, al igual que en los discursos de los legisladores del FPV, estas
medidas son planteadas como un plan a futuro, y en la ley no aparecen reglamentadas.
La ley 2894
En este apartado describiremos los principales contenidos de la ley, resaltando algunos de los puntos centrales
de la misma que fueron discutidos por los legisladores.
A partir de la definición del concepto de seguridad pública (citado en la introducción de este trabajo), en
el capÃ−tulo 2 se establecen los objetivos del Sistema de seguridad pública de la Ciudad de Buenos Aires:
“formulación, implementación y control de las polÃ−ticas de seguridad pública, desarrolladas en el
ámbito local, aquellas referidas a las estrategias sociales de prevención de la violencia y el delito, asÃ−
como a las estrategias institucionales de persecución penal, de seguridad preventiva comunitaria y de
seguridad compleja”.
Este sistema es conducido por el Jefe de Gobierno de la Ciudad, y entre sus componentes se encuentran la
PolicÃ−a Metropolitana, las Juntas Comunales, el Servicio de reinserción social, el Instituto Superior de
Seguridad Pública y los foros de seguridad pública.
Los discursos del bloque del Frente para la Victoria hacen un gran hincapié en la necesidad de aplicar
polÃ−ticas preventivas y promover la participación comunitaria. Sin embargo, este no es un punto central de
la ley. El CapÃ−tulo 5 de la ley, “Participación Comunitaria” tiene apenas dos artÃ−culos que reivindican el
derecho de las/os ciudadanas/os a participar en los asuntos de seguridad pública a través de Foros, que
fueron creados a partir de la sanción de la Ley 3267 en noviembre de 2009.
A partir del TÃ−tulo II, “Sobre la PolicÃ−a Metropolitana”, comienza un apartado de 31 artÃ−culos que
describen detalladamente la creación de la policÃ−a, sus funciones y responsabilidades.
Esta fuerza es caracterizada como una “institución civil armada, jerarquizada profesionalmente, depositaria
de la fuerza pública del Estado en el ámbito de la Ciudad”, que depende jerárquicamente del Jefe de
Gobierno de la Ciudad, a través del Ministerio de Justicia y Seguridad. Su meta, definida en el artÃ−culo
26, es la “preservación y protección de la libertad, los derechos de las personas y el mantenimiento del
orden público”. Los principios rectores de la actuación del personal policial son:
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• Legalidad: el personal policial debe actuar según las normas constitucionales, legales y
reglamentarias vigentes
• Oportunidad: deben evitar toda actuación innecesaria cuando no medie una situación objetiva de
riesgo que “vulnere la vida, la libertad, los bienes y otros derechos fundamentales de las personas”.
• Razonabilidad: “el personal policial evitará todo tipo de actuación funcional que resulte abusiva,
arbitraria o discriminatoria, que entrañe violencia fÃ−sica o moral contra las personas,
escogiendo las modalidades de intervención adecuadas a la situación objetiva de riesgo o peligro
existente y procurando la utilización de los medios apropiados a esos efectos”.
• Gradualidad: los policÃ−as deberÃ−an privilegiar las tareas preventivas y disuasivas antes de hacer
uso de la fuerza
• Responsabilidad: los policÃ−as son responsables de su actuación profesional.
Los preceptos generales que rigen la conducta de los policÃ−as incluyen la responsabilidad, el respeto a la
comunidad, la prohibición de realizar actos de tortura, de corrupción, y la limitación a ejercer la fuerza
fÃ−sica “solamente para hacer cesar una situación en que, pese a la advertencia u otros medios de
persuasión empleados por el/la funcionaro/a del servicio, se persista en el incumplimiento de la ley o en la
inconducta grave y utilizar la fuerza en la medida estrictamente necesaria”. En cuanto al uso de las armas de
fuego, se habilita a los policÃ−as a utilizarlas “solamente en caso de legÃ−tima defensa, propia o de terceros
y/o situaciones de estado de necesidad en las que exista peligro grave, inminente y actual para la vida de las
personas protegidas”.
Vemos que varios de los principios que rigen el accionar policial se asientan en la “razonabilidad” y el criterio
de los policÃ−as al momento de actuar. Es que esta policÃ−a pretende distinguirse de las anteriores por la
formación que recibe su personal. Para ello, se crea el Instituto Superior de Seguridad Pública (art. 56), que
“tiene como misión (...) formar profesionalmente y capacitar funcionalmente al personal de la PolicÃ−a
Metropolitana, a los/as funcionarios/as responsables de la formulación, implementación y evaluación de
las polÃ−ticas y estrategias de seguridad ciudadana y de la dirección y la administración general del
sistema policial”. Sin embargo, con este argumento algunas de las funciones y atribuciones de la fuerza
policial queden sujetas al criterio de los policÃ−as, tal como queda en evidencia en el antes citado “principio
de razonabilidad”. La imprecisión con que son enunciados los atributos y funciones especÃ−ficos de la
nueva fuerza policial en el contenido de la propia ley dan un carácter de legalidad a funciones que aún no
están definidas, representando un riesgo para la población ya que podrÃ−a habilitar prácticas amparadas
en un marco legal “impreciso y difuso”.
El artÃ−culo 30 de la ley hace referencia a que “el personal policial no guardará deber de obediencia
cuando la orden de servicio impartida sea manifiestamente ilegal, atente manifiestamente contra los derechos
humanos, su ejecución configure manifiestamente un delito (...) En estos casos la obediencia a una orden
superior nunca será considerada como eximiente o atenuante de responsabilidad”. En este punto,
consideramos que esta es una caracterÃ−stica que se asienta sobre las capas arqueológicas de la memoria de
los argentinos, ya que la obediencia debida fue uno de los puntos más cuestionados en el momento de juzgar
a los militares de la última dictadura en el paÃ−s. En esta misma lÃ−nea, el artÃ−culo 47 de la ley se
prohÃ−be expresamente que formen parte de la PolicÃ−a Metropolitana personas que hayan sido condenadas
por violación de derechos humanos, o que pertenezcan a las Fuerzas Armadas.
Reflexiones finales
La ley de Seguridad Pública, centrada en la creación de la PolicÃ−a Metropolitana, puede ser situada
dentro de lo que Michel Foucault denomina “diagrama de seguridad”, ya que crea una fuerza policial para
actuar sobre la regulación de la población de la Ciudad de Buenos Aires.
El hecho de que la ley se centre en la creación de una nueva fuerza policial da cuenta de una postura liberal
que contempla un orden al cual se deberÃ−a tender espontáneamente. La ley propone una intervención
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limitada de la fuerza policial, actuando únicamente cuando sea necesaria alguna regulación para garantizar
el orden.
A su vez, la lectura de los discursos de los legisladores deja ver algunos argumentos que podrÃ−an inscribirse
dentro del arte de gobierno liberal. Por empezar, la defensa de la libertad como derecho fundamental de los
ciudadanos da cuenta de que el Estado sigue siendo concebido por algunos legisladores como el garante de las
libertades individuales. Por otro lado, la apelación a los derechos sociales universales por parte del primer
bloque discursivo hace referencia al pacto social caracterÃ−stico del liberalismo, en el que los sujetos son
concebidos como sujetos libres e iguales, portadores de derechos.
Sin embargo, los elementos centrales que encontramos en los documentos analizados dan cuenta de una fuerte
presencia del arte de gobierno neoliberal. El hecho de que el reclamo por más seguridad por parte de la
ciudadanÃ−a sea uno de los elementos centrales mencionados por los legisladores da cuenta de la presencia
del mecanismo de “rendición de cuentas”, propio del arte de gobernar neoliberal. Dicho mecanismo está
inserto en un nuevo contrato social, en el que las prerrogativas de organismos internacionales como el Banco
Mundial tienen una fuerte incidencia en las polÃ−ticas locales. En este sentido, la aprobación de la Ley 2894
sigue la lÃ−nea de lo que el Banco Mundial denomina y aconseja como el “Buen Gobierno”, un conjunto de
“tácticas y técnicas policiales” para construir una “ciudadanÃ−a más dócil” (Murillo, 2006). La
creación de una nueva fuerza policial no pretende subsanar la desigualdad social, y esto también está en
consonancia con el argumento del Banco Mundial de que cierta desigualdad es inevitable en todas las
sociedades.
Indagando en las posibilidades de emergencia de esta ley, cobra importancia el mecanismo de
gubernamentalidad neoliberal. Para llegar a los reclamos por más seguridad en forma urgente, fue preciso
que los sujetos se conciban como “empresarios de sÃ− mismos” y también que se constituyeran
determinadas identidades centradas en la pertenencia a un “nosotros” o una “otredad”. AsÃ−, cada individuo
se considera responsable de administrar su capital humano para poder tener éxito en una sociedad regida
por la competencia, y que tiene como base natural, y aceptada, la natural desigualdad entre los seres humanos.
AsÃ−, quienes forman parte del “nosotros” reclamarán desde un punto de vista moral el control de aquellos
ciudadanos, “los otros”, quienes sin haber sabido administrar su capital humano, atentan contra la libertad y la
propiedad de aquellos identificados como “nosotros”. Estas diferenciaciones se constituirán en el “campo de
luchas” en el que aparecerán mecanismos de inteligibilidad que distinguirán aquellos ciudadanos “que
valen” de los que no (Butler, 2006).
El significante “seguridad” también será rellenado estratégicamente en el campo de luchas. A lo largo
del trabajo vimos una serie de conceptos de seguridad enfrentados, en el que parece haber ganado primacÃ−a
una concepción de seguridad, principalmente esbozada por el bloque del PRO, que define a la misma a partir
de su contracara: la inseguridad.
Las polÃ−ticas de seguridad son acciones ordenadoras que en el arte de gobierno neoliberal buscarán
“corregir los efectos destructivos del mercado sobre la sociedad” (Foucault, 2007: 179), pero precisamente
para garantizar las condiciones de existencia del mercado. De esta forma, la economÃ−a es un juego que
atraviesa toda la sociedad y el Estado aparece como el actor que define las reglas y garantiza la aplicación.
Para ello, las polÃ−ticas de seguridad se focalizarán en el espacio público, buscando actuar sobre el
“medio” o “entorno social”, a través del cual es posible regular la población.
La ley de Seguridad Pública analizada en este trabajo puede ser entendida como un plan que apunta a la
“seguridad ciudadana”, pero se reduce a la prevención y represión de la violencia en el ámbito público y
del delito (Daroqui, 2003). En este sentido, retomando a Pavarini (1983), puede decirse que la polÃ−tica
criminal tiende a convertirse en una polÃ−tica del orden público, del orden en las calles, en práctica
policial difundida sobre el territorio.
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El concepto de seguridad definido a partir de la inseguridad, y en términos de orden público, deja por
fuera una serie de elementos, como el acceso a derechos universales (esbozado en el primer bloque discursivo
analizado), dando prioridad a la preservación de los intereses de los ciudadanos “que valen”. La prioridad de
las polÃ−ticas coactivas para regular el orden público da cuenta de la presencia de un Estado que deja de ser
social para pasar a ser preeminentemente penal. Como señaló Wacquant (2010), en el neoliberalismo el
gobierno de la inseguridad conjuga la “la mano invisible del mercado y el puño de hierro del Estado”.
Enmarcada en esta nueva forma de gobernar lo social regida por una lógica penal, la PolicÃ−a Metropolitana
es una institución capaz de gestionar la distribución territorial de aquellos que “sobran” dentro del espacio
público, con el fin de preservar el orden y garantizar las condiciones de existencia del mercado.
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