SESION INTERCONGREGACIONAL DE RELIGIOSOS HERMANOS SEPTIEMBRE DE 2012 ROMA SABER VIVIR DE FORMA SALUDABLE, HUMANA Y MADURA LAS RELACIONES INTERPERSONALES Casa general de los Hermanos de las Escuelas Cristianas 18 de septiembre de 2012. Introducción Dificultades de relación en la comunidad religiosa La imperfección de sus miembros, la inmadurez, la baja autoestima El individualismo La sed de Independencia La diversidad de personas Los prejuicios ¿Cómo avanzar hacia unas relaciones interpersonales maduras? Tarea de cada hermano Conocimiento propio, reconocimiento y autoaceptación Vivir en sintonía con una escala de valores Afrontamiento y renuncia Sentirnos libres, tener personalidad Armonía emocional y serenidad de ánimo Ser suficientemente transparentes Ser suficientemente flexibles Disfrutar de momentos de liberación de tensiones La satisfacción de las necesidades fundamentales Tarea de la comunidad La fraternidad es posible 1 Introducción La pregunta sobre cómo vivir de forma saludable, humana y madura las relaciones interpersonales se puede asimilar a esta otra: ¿cómo hacer para estar bien en comunidad? Vivimos en la sociedad del bienestar. Quiero aclarar que cuando aquí hablo de bienestar no me refiero a alguna satisfacción efímera sino a la felicidad interior duradera, a la alegría humana profunda y verdadera de quienes valoramos la vocación religiosa como un gran don recibido del Señor y que, con su ayuda, nos comprometemos a vivir con fidelidad. Es sabido por todos que el hombre nunca llega a satisfacer completamente sus aspiraciones. Muy al contrario, es un ser insatisfecho lanzado hacia un horizonte de felicidad siempre huidizo. Cuando piensa que está a punto de alcanzar dicho horizonte, se le abre otro en lontananza. Y así sucesivamente. Queremos saber cómo hacer para vivir en comunidad relaciones saludables, humanas y maduras. Antes de intentar responder a la pregunta quiero subrayar que estas tres cualidades están íntimamente relacionadas. Cada una de ellas necesita de las otras dos. No podemos vivir una relación interpersonal madura sin que dicha relación sea, al mismo tiempo, saludable y humana; tampoco puede ser saludable si no es madura ni humana; finalmente, tampoco puede ser humana si no es saludable ni madura. No es fácil la vida en una comunidad, ya se trate de la familia natural o de la comunidad religiosa. Las dificultades de relación están a la orden del día. Hablaré primero de las dificultades de relación en la comunidad religiosa. Trataré después de responder a la pregunta qué podemos hacer cada uno de nosotros para tender hacia unas relaciones comunitarias cada vez más maduras. En tercer lugar, intentaré esbozar cuál podría ser la aportación de la comunidad para lograr el mismo objetivo. Señalaré finalmente que la comunidad verdaderamente fraterna es una utopía posible. Dificultades de relación en la comunidad religiosa Las dificultades para la vida comunitaria tienen diversas causas. La imperfección de sus miembros, la inmadurez, la baja autoestima La dificultad fundamental es la imperfección de las personas que integramos la comunidad. San Pablo nos presenta el ser humano como una contradicción (cf. Rom 7, 15). La imperfección de las personas se manifiesta a veces en la inmadurez. Debido a la inmadurez, las personas nos mostramos inseguras, celosas del bien de los demás, envidiosas, agresivas y propensas a los chismes; proyectamos así sobre las demás nuestros complejos y nuestras heridas. Íntimamente ligada a la inmadurez está la insuficiente autoestima. La inmadurez se debe, en buena parte, a una historia personal, marcada por experiencias negativas del pasado Estas experiencias engendran a menudo heridas Los caracteres difíciles proceden a veces del sufrimiento y de la incomprensión 2 El individualismo El individualismo es uno de los serios problemas en la vida religiosa hoy. El buen cristiano y el buen religioso emplean frecuentemente el pronombre “nos” y escasamente el pronombre “yo”. Es necesario llegar a un equilibrio entre el respeto a la persona y el bien común. Es necesario dar el paso del “yo” al “nosotros”. La Iglesia afirma al respecto: “La comunidad religiosa es el lugar donde se verifica el cotidiano y paciente paso del ‘yo’ al ‘nosotros’, de mi compromiso al compromiso confiado a la comunidad, de la búsqueda de ‘mis cosas’ a la búsqueda de las ‘cosas de Cristo’” (cf. La vida fraterna en comunidad, § 39). Es difícil pasar del egoísmo al amor, del “yo” al “nosotros”, de la comunidad para mi beneficio a yo al servicio de la comunidad. Hay que pasar por muchas purificaciones y morir a muchas cosas para llegar a la liberación interior que nos permite amar y ser amados1. La sed de independencia Ligado al individualismo está el deseo de una libertad entendida como independencia absoluta. La diversidad de personas No es fácil la convivencia de personas muy diferentes por razón de su lugar de nacimiento, edad, cultura, formación, conocimientos, aptitudes, temperamentos y caracteres. Los prejuicios Los prejuicios son frecuentes entre personas de culturas y lugares diferentes. Los prejuicios nacidos de la diversa interpretación de los hechos históricos y la diversa valoración de las culturas dificultan frecuentemente la vida de las comunidades integradas por hermanos de países distintos. La comunidad es siempre una realidad en construcción. La relación de ayuda y la vivencia de una sana espiritualidad pueden facilitar la superación de las dificultades en las relaciones comunitarias La superación de los conflictos varios requiere de mucha sensatez, de especiales ayudas humanas y divinas, de comunicación interpersonal, de diálogo comunitario sincero y constructivo, de una profunda relación con Dios, de discernimiento, de una buena provisión de bondad y de humildad, de un gran amor fraterno. ¿Cómo avanzar hacia unas relaciones interpersonales maduras? En este apartado afirmo que el progreso hacia la meta de unas relaciones interpersonales maduras en comunidad es responsabilidad de cada hermano y 1 Cf. VANIER, Jean. La communauté lieu du pardon et de la fête. Montréal : Editons Fleurus, 1979, p. 4. 3 de la comunidad. Al mismo tiempo presento el cometido del hermano y de la comunidad para el logro de dicho objetivo. Tareas de cada hermano Veamos, primero, de qué manera cada hermano puede apoyar la buena relación interpersonal en comunidad2. Antes de responder a la pregunta es conveniente recordar algunas ideas básicas. La persona humana es una unidad substancial de cuerpo y espíritu. Por lo tanto, ella se relaciona con sus semejantes con todo lo que es. La salud integral de la persona –física, mental y espiritual-, ayuda al establecimiento de relaciones saludables, humanas y maduras con los demás. De otra manera, el hecho de que la persona esté bien, favorece la calidad de sus relaciones interpersonales: “I am OK, you are OK”. Las heridas no curadas influyen en las relaciones de la persona consigo misma y con las demás. Los religiosos somos personas, y como tales podemos estar sicológicamente bien o mal, sanos o enfermos. La verdad es que todos tenemos alguna pequeña tara. No hay persona sicológicamente perfecta. No hay un religioso completamente maduro. El refrán español dice: “De músicos, poetas…”. La estructura básica del comportamiento de la persona, su madurez o inmadurez, depende de su herencia y de la historia vivida, sobre todo en los primeros años de su vida. Todo lo que favorece la salud “sicosomática-espiritual” contribuye al desarrollo de relaciones positivas. Es importante, por lo tanto, cuidar la salud del cuerpo, la salud síquica y la salud espiritual. La salud física requiere que llevemos una vida ordenada, que tengamos una higiene personal, que nos alimentemos sana y suficientemente, y que dediquemos una parte de nuestro tiempo libre a alguna ocupación estimulante. Estará todavía más asegurada si realizamos algún ejercicio físico apropiado y si efectuamos un oportuno chequeo médico periódico, etc. Por su parte la salud síquica se favorece cuando buscamos el equilibrio entre nuestros pensamientos, sentimientos e impulsos para decidir emprender y llevar a buen término las propias acciones. Depende igualmente de otros muchos factores como: desarrollar nuestras actitudes, mejorar la autoestima, cultivar un espíritu positivo, es decir, estar satisfechos con lo que tenemos en el presente y saber disfrutarlo, tener un éxito suficiente en nuestras relaciones familiares o de comunidad, en nuestras relaciones profesionales, en el apostolado y, en general, en las iniciativas que emprendemos. Además, amar y 2 Algunas de las ideas de este tema han sido tomadas del artículo del Padre Josu Alday, CMF, que se encuentra en GONZÁLEZ SILVA, S. Star bene nella comunità. Milano: Áncora Editrice, 2002, pp. 147-171. 4 sabernos amados, tener algún interés cultural o humanitario, saber asumir los conflictos que no podemos resolver. De la salud espiritual depende en gran parte el que podamos encontrar un sentido a la vida, la alegría de vivir, la confianza, la serenidad, la esperanza, la aceptación de los triunfos y de los fracasos, la perseverancia a pesar de las dificultades, etc. Un religioso sin vida espiritual corre el riesgo de vivir una gran insatisfacción que tratará de sobrellevar con falsas compensaciones. Conocimiento propio, reconocimiento y autoaceptación Para vivir satisfechos con nosotros mismos y, al mismo tiempo, ser capaz de establecer relaciones armoniosas con los demás es necesaria e indispensable la aceptación propia, la autoestima, el amor a sí mismo. Pero el amor no se da sin el conocimiento. Se trata, en primer lugar, del conocimiento objetivo de nosotros mismos. Es decir, de lo que somos (lo que nos caracteriza, nuestro carácter, nuestras cualidades y limitaciones, fortalezas y debilidades, posibilidades y límites) y por qué somos así (las características hereditarias y las experiencias vividas). Para llegar a este conocimiento la vida religiosa ofrece actitudes (viaje hacia el interior de sí mismo, recogimiento, oración, reflexión, etc.); propone medios (examen particular, meditación, proyecto personal, etc.) y determina tiempos (momentos programados para todas estas acciones). El conocimiento propio debe acompañarse del conocimiento de los demás. Se trata también del reconocimiento de lo que somos, de percibir como propios, en el momento en que se manifiestan, nuestros sentimientos, nuestras fortalezas y debilidades, las tendencias y los deseos que se despiertan en nosotros. Significa también aceptar todo eso como propio, de modo que podamos decir: “es cierto, esas características son mías, yo soy así”. El conocimiento y el reconocimiento propios nos conducen a la aceptación propia, a sentirnos satisfechos de los aspectos positivos que forman parte de nosotros mismos. El conocimiento y el reconocimiento nos ayudan a saber aceptar nuestras propias limitaciones, al percibir que ellas no fueron escogidas, no se pudieron evitar y no forman parte de lo que queremos ser y estamos llamados a ser. El conocimiento, el reconocimiento y la aceptación propias son el fundamento de la autoestima personal, de la que hoy se habla tanto y que es tan necesaria para una buena relación con nosotros mismos y con los demás. El conocer y reconocer cualidades y defectos ayuda a la propia autoestima, a aceptarnos más, a perdonarnos. En efecto, dicho conocimiento y reconocimiento facilitan la toma de conciencia del propio valor y ayudan a comprender que defectos y heridas son, frecuentemente, fruto de la herencia o de experiencias que no fueron escogidas ni se pudieron evitar. Al mismo tiempo, el conocer y aceptar lo que en nosotros hay de negativo, nos ayuda a ser más comprensivos con los demás, pues, en buena medida, tampoco ellos son totalmente responsables de sus defectos y heridas. 5 En el caso de ciertas heridas personales es necesaria una relación profesional de ayuda para realizar este proceso de conocimiento, reconocimiento y aceptación propia. En la vida religiosa del pasado no se formaba para la aceptación y la autoestima, pues se trataba de evitar caer en la vanagloria. Cuando alguien reconocía a otro una cualidad o una buena acción la respuesta era: “No es para tanto, estás exagerando”. Una respuesta más adecuada podría ser: “Muchas gracias por tu observación y tu reconocimiento”. Dicen que la humildad es la verdad. Ella consiste en reconocer nuestras cualidades, convencidos de que si hay tanto de bueno en nosotros es, sobre todo, porque hemos recibido mucho de Dios, de nuestra familia, de nuestros amigos, de tantas personas que hemos ido encontrando a lo largo de la vida. La humildad consiste también en reconocer nuestros defectos, sabiendo que son producto de la herencia, del ambiente en el que hemos vivido y de nuestra falta de actitud y de energía para erradicarlos. La humildad nos impulsa a la autocrítica de nuestros defectos y a rectificar nuestro mal proceder. Vivir en sintonía con una escala de valores El bienestar requiere de una vida en sintonía con una escala de valores que orientan nuestra realización en la búsqueda del bien propio y del servicio a los demás. A propósito de éste decía Sören A. Kierkegaard: “La puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla; si uno la empuja, la cierra cada vez más”. Afrontamiento y renuncia El afrontamiento es la actitud que nos impulsa a enfrentar con energía las dificultades que se nos presentan en la vida y a responder con determinación y dinamismo a los retos que encontramos en nuestro camino en pro del bien propio y del de los demás. La persona saludable afronta. La persona enferma huye. El afrontamiento implica aceptar los inevitables fracasos y frustraciones de la vida (es necesario aprender nuestra cruz), así como la renuncia voluntaria a lo que no nos conviene ni conviene a los demás. Sentirnos libres y tener personalidad Ser maduros, tener personalidad, implica sabe decir sí a todo lo que nos conviene y conviene a los demás, y saber decir no a lo que no conviene. En otras palabras, ser maduros es ser libres y responsables. Lo podemos expresar también diciendo que ser maduros es ser capaces de conducirnos, tener autodominio, evitar tanto la impulsividad como la pasividad. Armonía emocional y serenidad de ánimo Para una vida saludable es necesario favorecer las emociones positivas (la satisfacción de las propias necesidades, el disfrute de lo que nos agrada y conviene, el logro de los propios deseos y proyectos, etc.). Las emociones negativas (insatisfacciones, decepciones, desagrados, contrariedades, etc.), al contrario, causan trastornos sicosomáticos. 6 Nuestra serenidad se favorece por la tranquilidad de conciencia, el estar bien con Dios y con los hermanos, la vivencia de los valores evangélicos y la esperanza frente a la adversidad, la enfermedad e incluso la muerte. Ser suficientemente transparentes Ser maduros es ser espontáneos, abiertos, auténticos, y sencillos, dejar transparentar nuestros propios deseos, sentimientos y emociones. No hemos de tener miedo a decir lo que somos, deseamos y sentimos. La persona auténtica se caracteriza por la concordancia entre sus deseos (voluntad), sus sentimientos y sus obras. Aquí entra todo lo relativo al diálogo y a la comunicación con cierta profundidad. Ser suficientemente flexibles Dicho en negativo sería no ser testarudos. Podemos tener el deseo de querer controlarlo todo. Todo tiene que ser como me parece a mí. Saber ganar y perder. Una relación entre A y B en la que A siempre gana y B pierde siempre está condenada al fracaso. Una gran parte de los asuntos de la vida ordinaria son muy relativos. Ser suficientemente flexibles en las ideas, en los comportamientos, en las decisiones a tomar, etc. La flexibilidad es hermana de la capacidad de adaptación. Los “sico-rígidos” constituyen un problema para la vida de comunidad. He conocido religiosos que muchos años después siguen poniendo “palos a las ruedas” para que no se cumplan las decisiones comunitarias tomadas adecuadamente, pero con las que no estaban de acuerdo. La rigidez y la aparente firmeza por no decir inflexibilidad esconden frecuentemente una fuerte inseguridad. La madurez pasa por no creernos infalibles, ponernos en la mente de los demás, encontrar palabras nuevas, examinar nuestra manera de ver, llegar a establecer puntos de acuerdo para llegar a un consenso, saber ceder todos un poco para ganar todos, rectificar el camino, si fuere necesario, y abrirnos a nuevas experiencias. Disfrutar de momentos de liberación de tensiones Para la salud sicosomática es indispensable el ejercicio físico, ya sea por medio del deporte o de trabajos físicos, por ejemplo de mantenimiento de la casa, de la propiedad o de limpieza. Es conveniente tener alguna afición, ya sea artística, recreativa, etc. Las actividades lúdicas o las celebraciones en grupo ayudan también a liberar el stress. El reposo físico y el mental son también fundamentales. Otro aspecto a destacar es el sentido del humor, hasta el punto de reírnos de nosotros mismos y de cosas que parecen importantes. 7 La satisfacción de las necesidades fundamentales Se trata no de la satisfacción externa y efímera de las necesidades sino de la alegría profunda que nace de la paz interior, de haber encontrado sentido a la vida, del gusto de vivir, de la realización del proyecto de vida, etc. Tareas de la comunidad Las buenas relaciones interpersonales al interior de las comunidades son también responsabilidad de las propias comunidades locales y deben ser favorecidas, a todo nivel, por quienes ejercen el servicio de la autoridad. Algunas de las iniciativas que podrían contribuir a reforzarlas en cada comunidad podrían ser: - Organizar en cada comunidad encuentros comunitarios: celebraciones de la Palabra, momentos de retiro, ratos de diversión, reuniones comunitarias, celebraciones, etc. - Favorecer el intercambio de ideas, de sentimientos, de deseos y de proyectos entre los miembros de la comunidad (aquí cabría incluir el tema del diálogo y de la comunicación). - Crear un ambiente en el que sean posibles las relaciones cercanas y familiares, más allá del trato meramente formal. - Promover el reconocimiento a cada hermano por sus valores y realizaciones, de manera que cada uno se sienta apreciado y valorado. - Encomendar a cada hermano las tareas para las que se sienta capacitado y en las que se sienta a gusto. - Apoyar la vivencia de una sana espiritualidad por parte de cada hermano. La fraternidad es posible El amor ágape, la vida según las bienaventuranzas y la fraternidad son siempre posibles. Son metas a las que nos podemos ir acercando paso a paso, con la particularidad de que nunca las alcanzamos del todo, pues siempre estamos en camino. Nos es posible, con la ayuda del Señor Resucitado, construir relaciones interpersonales cada vez más fraternas. Sin Él no es posible liberarnos del hombre viejo egoísta y cerrado a la relación con Dios y con todos sus hijos e hijas; “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Con Él todo lo podemos. Nos es posible llevar una vida comunitaria hecha de comunicación profunda y de relaciones interpersonales de amistad. No se trata tan solo de llamarnos hermanos sino, sobre todo, de ser hermanos amigos, a ejemplo de Cristo que dice a sus discípulos: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15). Nos es posible construir comunidades abiertas a los jóvenes, a nuestros colaboradores, a las personas de nuestro entorno para compartir con ellas el gozo de vivir para Dios, unidos entre nosotros y al servicio de una misión extraordinaria, la de cuidar de los más pequeños. 8 Nos es posible construir comunidades cristianas y religiosas verdaderamente fraternas porque el Espíritu nos ayuda a llevar a su cumplimiento el sueño de comunión del Padre, que se significa y realiza en comunidades cuyo centro es Jesús. Son posibles hoy las comunidades de hermanos unidos en torno al proyecto común de encarnar su carisma en el mundo actual. Es posible, con la gracia de Dios y nuestra colaboración a ella, llegar a formar comunidades fundadas en una cuidada relación con Dios (espiritualidad), que da forma a nuestras relaciones fraternas y a nuestro compromiso misionero de construir la comunidad del Reino; comunidades verdaderamente fraternas, fundadas en el diálogo y la comunicación, con relaciones personales profundas, auténticas y generadoras de vida; comunidades en las que el compartir la fe, la vida y la misión constituye la forma de ser y de devenir comunidad, en un proceso de creciente superación. Con la ayuda del Espíritu Santo es posible la comunión fraterna. En Él se apoyaba la fraternidad de las primeras comunidades cristianas. Él vino sobre los hermanos el día de Pentecostés y los envió a ser testigos (Hch 2, 1ss). En el Libro de los Hechos apreciamos cómo la Iglesia se va desarrollando por la acción del Espíritu. Sus páginas nos presentan a una Iglesia joven, llena de vitalidad, fortalecida en su crecimiento por el aire fresco de la fraternidad; ella se reúne alrededor del pan que se parte y se reparte -el pan de la Palabra y el de la Eucaristía- acompañada siempre por María, la Madre llena de solicitud. Todos recordamos la célebre frase: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Hch 4, 32). Esta imagen ha quedado siempre en la mente de los cristianos como el prototipo de lo que la Iglesia debe ser; ella resume el ideal de toda comunidad cristiana a lo largo de los siglos. 9