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Santaliestra: ¿la nueva cultura del agua?
El procedimiento penal abierto por un juzgado de Madrid contra funcionarios de
la Confederación Hidrográfica del Ebro y del Ministerio del Medio Ambiente, por su
actuación en el proyecto de Santaliestra, ha producido un amplio eco en todas partes y
en particular en la sociedad aragonesa. No es sorprendente por cuanto se mezclan
confusamente noticias técnicas, datos inquietantes sobre seguridad estructural,
alegaciones políticas ruidosas y hechos administrativos que se contradicen entre sí: un
guiso de moda que parece dar placer a ciertos sectores sociales. La receta está en un
manual llamado “nueva cultura del agua” (NCA), como si cuanto se ha hecho hasta hoy
en infraestructuras del agua fuera viejo, obsoleto, desfasado. ¿Es así y tan sencillo?
Hablando claramente, lo que se debate a propósito de Santaliestra son dos modos
radicalmente distintos de entender el desarrollo de Aragón. Uno da por zanjado el
debate regeneracionista de los grandes impulsores de obras públicas y regadíos en
Aragón. Nadie en su juicio se atrevería a negar que esas obras fueron fundamentales
para el bienestar de Aragón. Aquella sí que fue una cultura del agua realmente
transformadora aunque nadie se atreviera a llamarla “nueva”, ya que la “cultura de los
regadíos” y del manejo del agua tuvo asiento durante siglos en esta tierra.
Estamos viviendo aún del impulso de aquellos regeneracionistas y sigue siendo
válido lo que decía el ingeniero Lasierra Purroy: después de Mariano Royo, Joaquín
Costa y Ramón García nadie ha dicho nada original sobre riegos en Aragón. Lo original
es que ahora se empiecen a discutir aquellos planes, en nombre de un súbito fantasma
llamado NCA que aparece como si fuera el manual sagrado de un grupo de expertos que
han visto la luz y fijado unas nuevas reglas revolucionarias sobre cómo debe tratarse ese
recurso natural. Estas reglas, más o menos, son ahorro, calidad, respeto a los cursos
naturales y otras de menor calado. Pero conviene recordar.
En los años setenta, acompañé por Monegros a Francisco de los Ríos y a
Fulgencio Sancho, de quienes oí una evaluación de las primeras experiencias en riego
por aspersión para ahorrar agua y lograr mayor eficiencia en la irrigación. El Instituto
Nacional de Colonización estaba poniendo en marcha, y lo subrayo, un plan de ahorro
de agua. En cuanto a la calidad, no vale la pena insistir en que hace más de treinta años
las Administraciones han ido tratando este problema esencial, sobre la base de técnicos
en la materia.
Cuando el anterior régimen terminaba, un ministro prometió en Monzón que daría
inmediata satisfacción a los regantes aragoneses del Canal de Aragón y Cataluña
iniciando la presa de Campo para regular el Ésera. No era un capricho y formaba parte
de una vieja aspiración de la “cultura histórica del agua”, intentado no pocas veces. La
oposición a Franco encontró una forma cómoda –o menos arriesgada que exigir
derechos abiertamente políticos- en la “lucha popular” contra las centrales nucleares y
los pantanos. Precisión importante, porque ciertos grupos intuyeron que era un filón
contra la dictadura, y se lanzaron de lleno. En el caso del Ésera se usó el lema
“Salvemos Campo de la dictadura”. Y lo completaron con otros trazos. Por desgracia,
uno fue poner la técnica bajo sospecha. Con la democracia, el invento se complicó hasta
el infinito. La autovía de Leizarán fue una oportunidad de los radicales para poner
contra las cuerdas al sistema, y de nuevo fueron los técnicos quienes pagaron el pato.
Tras Leizarán, los radicales explotaron el filón de Itoiz. Para detener la presa se han
usado armas políticas, jurídicas y de todo género, cada vez más sofisticadas. Y llegamos
a Santaliestra. La experiencia en luchas contra una gran obra es notable y ha logrado
hasta ahora el dudoso éxito de frenar su construcción o llegar paulatinamente a la
solución menos rentable.
La aportación del Ésera es de unos 600 hm3, por lo que el río no se regula, aun
contando con Barasona, en Santaliestra, que dispone sólo de 80 hm3. Menos es nada.
Aun así, la NCA, en manos de radicales duchos en esta lid, parece estar ganando una
partida que, digan lo que digan, la perderán los intereses de Aragón. Santaliestra se ha
convertido en símbolo de la NCA –que significa básicamente cancelar las obras
hidráulicas- y ahí los radicales han echado toda la carne en el asador. Han sabido
mezclar lo político y lo técnico y manejar magistralmente a los Tribunales de Justicia,
por la vía administrativa, la penal o por ambas, para anular definitivamente la obra. Lo
de la NCA es la excusa perfecta para justificarlo socialmente.
Este método es radicalmente injusto y perverso. Un ingeniero de Caminos, y
funcionario, tiene la obligación –que cumple a rajatabla- de redactar proyectos y
construir obras seguras y rentables. En el caso de Santaliestra es absolutamente cierto.
En su trabajo pone el mayor celo y dedicación. Lo avalan su experiencia reconocida en
numerosas realizaciones y sus trabajos científicos. Con ello se ha conseguido, en el
orden humano, que al menos cinco ingenieros de Caminos de la máxima
profesionalidad estén acusados penalmente. Es tan desorbitado, que quienes han
posibilitado tal situación deberían reflexionar y llevar su guerra al terreno político, de
donde no debió salir; y, luego, sería bueno que el debate sobre la NCA se estableciera
en el terreno de las formulaciones científicas y de modo solvente.
Ése es el fondo de Santaliestra. Sin terminarse la ejecución de las obras
concebidas durante más de un siglo y resumidas las pendientes en el Pacto del Agua,
surge la otra forma de entender el desarrollo de Aragón: la de quienes dicen que no hay
más que hacer en la materia. Más claramente, la oposición a la presa y el enjuiciamiento
de los profesionales es un acto político, ajeno al fondo del problema: se trata de
oponerse a cualquier tipo de presa. Si lo que se busca es el interés de los ciudadanos, la
NCA no sólo no ha de situarse en contra de ellos, sino que debe reclamarse heredera de
la “vieja cultura del agua” para acometer todas las obras pendientes.
Jesús Collado
Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos
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