La economía política de las banquetas

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La economía política de las banquetas
Las banquetas revelan una parte mínima del carácter nacional. Una seña
particular de las banquetas mexicanas llama inmediatamente la atención de los viajeros
extranjeros: su falta de uniformidad y, a menudos, cuidado. A diferencia de lo que
ocurre en otros países, donde muestran una continuidad y armonía de diseño urbano, en
México las aceras se encuentran a medio camino entre la propiedad privada y la vía
pública. Son un espacio híbrido, una especie de tierra de nadie en donde se permiten los
despropósitos más escandalosos. Los particulares saben que son espacios públicos, pero
creen que les pertenecen; en Estado saben que, como muchas otras cosas, atenderlas es
una obligación que jamás cumplirá y por lo tanto le “concesiona” a los particulares
“sus” banquetas. En mi calle, un vecino decidió revestir la acera frente a su casa de
mosaico blanco; me imagino que el parche de color de horchata es una especie de
alfombra de bienvenida para su automóvil. Más adelante, frente a una vecindad, del
concreto de la acera se ha roto y los transeúntes deben maniobrar para evitar tropezar.
En general, las banquetas presentan una aglomeración caótica de parches de cemento,
asfalto y concreto quebrado. Su ancho no es regular y espacio a la disposición de los
transeúntes varía de acuerdo al capricho de particulares. Quienes transitan las calles
salvan coladeras sin tapas, suben rampas caprichosas, sufren los desmanes de Telmex, y
padecen la basura abandonada en las esquinas. Los temblores han hecho su contribución
al caos aceril, así como los árboles, cuyas raíces muchas veces acaban por levantar y
romper el pavimento. Hasta en Las Lomas las banquetas son una calamidad, aunque ahí
se encuentra en mejor estado que en otras partes de la ciudad. De las jardineras es mejor
no hablar: merecería por derecho propio un capítulo aparte. Para los transeúntes, la
construcción de un nuevo edificio e motivo de zozobra: ¿qué espantosa idea nos
deparan los arquitectos neo art decó?
Las banquetas en México son territorio de impunidad, ejemplifican una crisis de
lo público que nos aqueja desde siempre. Ya en el siglo XIX, Lucas Alemán, ese
observador insuperable de la fisonomía nacional, lo hacía notar. La ciudad de México se
había engrandecido y “hermoseado con magníficas casas, en cuyos almacenes se
ostentan las alhajas más costosas y todos los artículos de lujo más refinado, pues las
calles en que están construidos estos suntuosos palacios, en que brillan tantos diamantes
y sederías, tienen un empedrado en que apenas pueden rodar los soberbios carruajes con
hermosos caballos que por ellas transitan, y muchas son depósito de inmundicias que
forman el más chocante y triste contraste con la hermosura de las casas que en ellas
hay”. Las banquetas dan cuenta, no de la riqueza o miseria de las naciones, sino de su
noción acerca de lo público y lo privado. “ Estas casas y estas calles”, se quejaba
Alemán, “ presentan en compendio al Estado y a la república: todo lo que ha podido ser
obra de las naturaleza y de los esfuerzos de los particulares han adelantado; todo aquello
en que debía conocerse la mano de la autoridad público ha decaído”.
Las banquetas son una metáfora de las áreas grises en nuestra vida pública:
aquellas que supuestamente son comunes ( el sistema bancario, las cajas de ahorro, las
carreteras, etc.), pero que en realidad han sido privatizadas. Las banquetas también
hablan de la incapacidad de los mexicanos para solucionar dilemas de acción colectiva.
Algunas comunidades humanas, ante la falta de una autoridad, logran ponerse de
acuerdo y así lograr ciertas regularidades y consistencias. La incapacidad de encontrar
mecanismo de coordinación y la existencia de un Estado eficaz han permitido que los
lavacoches, los dueños de comercios, los vecinos- y muchos otros personajes de la vida
urbana- secuestran a la vía pública con botes, cartelitos, amenazas y rayadas pintadas en
el pavimento. Las aceras de la ciudad semejan los registros geológicos: en ellas
encontramos rastros antiquísimos de nuestros males seculares. Las fechas de los
despropósitos se hallan inscritas en el concreto. Muchos factores dan cuenta de la
economía política de las banquetas: años de políticas públicas erráticas, las crisis
fiscales de los gobiernos, una nula cultura de lo público, una estructura de incentivos
que induce a la privatización y un Estado ausente, pobre e irresponsable. Nuestras
abigarradas banquetas son una placa de rayos equis de nuestro maltrecho tejido social.
Nadie las ha planeado; no son producto de ninguna conspiración urbana, son el
resultado natural y espontáneo de una sociedad que no se organiza.
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