EVANGELIOS, JUSTICIA Y ECONOMÍA

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EVANGELIOS, JUSTICIA Y ECONOMÍA
Armando Di Filippo
Estas notas proponen algunas provocaciones intelectuales constructivas, derivadas de
una lectura de los evangelios efectuada con ojos puramente laicos pero aspirantes a
explorar una moralidad y una ética católicas. Las referencias se enfocan en los criterios
de justicia que parecen deducirse de su texto, y de su aplicación a la comprensión de los
procesos y teorías económicas contemporáneas.
El concepto de justicia aquí examinado se apoya en la vieja distinción aristotélica entre
justicia conmutativa y justicia distributiva que fue recogida en lo esencial por la
tradición tomista de la iglesia. La primera (justicia conmutativa) más aplicable al ámbito
de los contratos y de las transacciones en general, y la segunda (justicia distributiva)
referida al ámbito de una visión macro social propia del poder político del Estado y
orientada a la búsqueda del bien común.
Creo que la importancia de este tema queda bien expresada en Mateo 6, 33, cuando
Jesucristo observa: “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os
darán por añadidura”.
La prioridad ética y lógica respecto de los criterios de justicia corresponde a la justicia
distributiva que regula por un lado lo que los ciudadanos deben a la comunidad
políticamente organizada donde conviven y, por otro lado, lo que la comunidad
políticamente organizada debe a los ciudadanos1. Sugeriremos que en Mateo 25,
encontramos esta forma de justicia distributiva expresada grosso modo en la formula:
“de cada cual según su capacidad (parábola de los talentos) y a cada cual según sus
necesidades (el juicio final)”.
Si esta interpretación tiene algún asidero es necesario examinarla integralmente, porque
los dos términos aislados de la ecuación no pasan “la prueba del amor al prójimo”. En
efecto si amar significa “desear y hacer lo que es bueno para el otro” con el cual
interactuamos, entonces, la primera condición es hacer todo lo que esté a nuestro
alcance (según nuestra capacidad) y no guardarnos los talentos de que disponemos, y,
segundo, hacerlo por amor al otro buscando lo que es bueno para el otro (según su
necesidad). En consecuencia el bien común, es un amor recíproco comunitario donde
cada uno se empeña por cumplir sus obligaciones (según su auténtica capacidad o
talento) y respetar los derechos de los demás que emanan de sus respectivas carencias y
privaciones (según sus necesidades).
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Su contrapartida, no considerada explícitamente en las formulaciones originales de Aristóteles (pero sí
aceptada en varias fuentes de la doctrina católica) es la justicia legal referida a lo que el ciudadano debe a
la comunidad. Para los fines de este argumento consideraremos a la justicia legal como un componente de
la justicia distributiva o como una consecuencia de la aplicación de la justicia distributiva orientada al
bien común. En efecto la justicia distributiva se refiere no sólo a la distribución de derechos (derivados de
necesidades) sino también de obligaciones (derivadas de capacidades socialmente estimables).
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De otro lado la justicia conmutativa regula los intercambios entre las personas y las
asociaciones u organizaciones atendiendo al respeto exacto de sus derechos
patrimoniales previamente adquiridos. La justicia conmutativa, está supeditada a la
justicia distributiva y ese me parece que es el mensaje esencial de las otras tres
parábolas que hemos examinado en el Grupo Economía y Evangelio del Centro
Teológico Manuel Larraín: (Parábola de los trabajadores de la Viña a los que se les
paga lo mismo (una especie de salario de subsistencia) independientemente del tiempo
que trabajan, Parábola del siervo al cual el rey le perdona su deuda pero que él no
perdona a otro, y Parábola con el fariseo y la mujer pecadora). En las tres parábolas
mencionadas hay referencias a contraprestaciones económicas, y a transgresiones
deliberadas a la norma de la igualdad estricta de las mismas, en atención a otros
factores, sólo explicables en el plano de una justicia planteada a una escala comunitaria
como es, efectivamente la justicia distributiva.
El mensaje de las parábolas citadas es siempre el mismo, hay un mandato de perdón y
amor que está por encima de las deudas u ofensas recibidas. También se expresa una
especie de justicia conmutativa en el pacto entre Dios y los hombres: Dios nos
perdonará a nosotros tanto como nosotros seamos capaces de perdonar a nuestro
prójimo. Por lo tanto la justicia conmutativa que se refiere a los compromisos y
contratos de transacciones cuantificables en valor económico está supeditada a la
justicia distributiva que no mira a las cosas sino a las personas, a sus necesidades y sus
limitaciones reales, y, sobre todo a su buena disposición y buena voluntad.
En la Parábola de los trabajadores de la Viña el Señor promete dar lo justo, y entrega a
todos sus trabajadores un denario, independientemente del tiempo trabajado, o sea el
jornal no es una contraprestación por el valor del trabajo entregado, sino una prestación
que cubre de manera igualitaria las necesidades básicas de cada trabajador.
En la parábola del siervo al cual el rey le perdona su deuda pero él no perdona a otro, el
Señor, opera como mediador o intermediario en las transacciones, y práctica una
“especie de justicia conmutativa divina” consistente en aplicar a cada persona un
criterio de justicia equivalente al que esa persona aplicó con su prójimo (“Siervo
malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú
también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de
ti”?).
Finalmente en la parábola con el fariseo y la mujer pecadora, Jesús premia el amor que
le demuestra una mujer pecadora pero arrepentida. Ella le entrega todo aquello de que
dispone (su perfume, sus lágrimas, su arrepentimiento) y trata de satisfacer las
necesidades de Jesús (le lava los pies con sus lágrimas, los seca con sus cabellos, etc.).
El acto de amor de esa mujer consiste en entregarle todo lo que es capaz en ese
momento sin ahorrar nada (según su capacidad o talentos) y hacerlo atendiendo a lo
Jesús requiere en ese momento (según su necesidad). Pero el punto central lo resume
Jesús: “Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha
mostrado mucho amor”.
El principio distributivo “de cada cual según sus capacidades y a cada cual según sus
necesidades” también se explicita, en la práctica comunitaria de los primeros cristianos
(Hechos 4): “Entre ellos ninguno sufría necesidad, pues los que poseían campos o casas
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los vendían, traían el dinero y depositaban a los pies de los apóstoles, que lo repartían
según las necesidades de cada uno”.
La justicia distributiva mira fundamentalmente a las personas y a sus necesidades
objetivas. De otro lado la justicia conmutativa mira fundamentalmente a las cosas.
Puede traducirse en un código de deberes y derechos patrimoniales, ya adquiridos en un
dado momento y lugar (no sólo a la propiedad de bienes económicos, sino también a
otros bienes de naturaleza ética y cultural). Desde un punto de vista económico, el tema
central de la justicia conmutativa es el del “precio justo” atendiendo al valor de las
contraprestaciones recíprocas en una dada transacción contractual. En otras palabras la
justicia conmutativa en el plano económico se refiere a la propiedad de los recursos, y a
las transacciones, incluyendo las transacciones de mercado que son, siempre,
transacciones entre propietarios de alguna mercancía.
El punto a señalar, para una aplicación de estos criterios a las situaciones sociales
actuales, es que los sistemas económicos capitalistas, por ser economías de mercado con
asignación empresarial de recursos privadamente apropiados y orientada al lucro y a la
acumulación, se apoyan básicamente en la estructura de la propiedad y en los criterios
de la justicia conmutativa. Por ejemplo en materia de salarios (precio del trabajo
potencial) las empresas capitalistas no aceptan pagar remuneraciones mayores a la
productividad generada por los trabajadores contratados. En realidad no podrían hacerlo
y mantener una posición competitiva en los mercados. Es inevitable que la lógica del
mercado mire primero a las cosas y luego a las personas, porque tal actitud está en el
significado profundo y razón de ser propia de las transacciones de mercado.
De otro lado los sistemas políticos democráticos (al menos los compatibles con una
ética cristiana), por estar basados en criterios orientados a defender los derechos
humanos y a hacer cumplir los deberes humanos que les son correlativos, miran ante
todo a las personas y sólo secundariamente a las cosas, y, por lo tanto están basados en
criterios de justicia distributiva. Por ejemplo, se ven constreñidos a atacar las
situaciones de pobreza tratando de completar los salarios insuficientes para la
subsistencia a través de asignaciones complementarias vinculadas al gasto público
social, y a promover la justicia distributiva, por ejemplo mediante un sistema tributario
que permita reducir los márgenes de desigualdad y financiar los políticas redistributivas
hacia las personas o las empresas de menor poder económico. Esto suele perturbar
profundamente las cúpulas empresariales que se preocupan por tener señales
patrimoniales “claras y estables” respecto del presupuesto fiscal, sus fuentes tributarias
y el destino del gasto público social.
Un rasgo esencial de la expansión del capitalismo en la era contemporánea atañe a la
extensión de las transacciones de mercado más allá de la esfera de las mercancías
propiamente dichas para incluir “intercambios” en la esfera política, negociados sobre la
base de prestaciones o contraprestaciones que pueden incluir fallos judiciales, proyectos
de ley, etc. Esto significa que en los concretos modos de operación de la democracia
también operan “transacciones” y “negociaciones”, expresadas en la formación de
cabildeos por parte de los dotados de poder económico, capaces de influir sobre
legisladores y gobernantes más allá del mandato conferido por sus electores y de las
promesas con que lograron ser electos. La justicia conmutativa de las transacciones de
mercado prepondera entonces sobre los principios éticos que deberían regir el modus
operandi de una democracia sustantiva.
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El punto central a ser contestado en las sociedades contemporáneas de Occidente, atañe
al objeto distribuido. ¿Qué es lo que se reparte a través de los procesos distributivos? La
respuesta es que la “sustancia social” que se distribuye a través de los procesos
distributivos vigentes es el poder institucionalizado. El poder institucionalizado alude a
la posición ocupada por las personas en las instituciones políticas, económicas, y
culturales de una sociedad concreta, y da lugar a intercambios económicos, políticos y
culturales que tienen lugar desde esas posiciones previamente adquiridas.
La justicia distributiva que, según mi lectura personal es predicada en el Evangelio, está
referida al amor, que se dona gratuitamente sin esperar contraprestación, y como actitud
personal e intransferible de cada persona a otra persona. El amor es un fin en si mismo
en tanto que el poder es un medio, un instrumento que puede portar amor u opresión. Lo
que el Evangelio reclama son actitudes personales de entrega gratuita. Pero en
sociedades complejas y multifuncionales como las contemporáneas, plagadas de
compromisos interdependientes es necesario fijar compromisos patrimoniales claros,
expresados través de transacciones y compromisos minuciosos escritos tanto en letra
grande como en “letra chica”.
Lo que hace la justicia conmutativa es cumplir la norma legal de los códigos jurídicos o
morales prevalecientes en cada sociedad, tanto la de los códigos establecidos como la
que emana de los contratos voluntariamente suscritos. Lo que pide la justicia
distributiva Evangélica, según yo creo entender los textos, es lograr que la justicia de
los contratos refleje la Ley Superior del amor explicitada en la fórmula (indivisible e
integral) de cada cual según su capacidad y a cada cual según su necesidad.
Frecuentemente cuando hablamos del poder, a secas y sin apellido, estamos hablando
del poder político capaz de crear las normas que regulan todas las dimensiones de la
vida social. Pero estas normas al institucionalizarse adquieren vida propia más allá del
estado de derecho formalmente establecido por las instituciones del Estado y se arraigan
en el sistema cultural. Por lo tanto el poder es una sustancia social difusa y
multidimensional pero arraigada en última instancia en el sistema cultural. En efecto, es
en el ámbito del sistema cultural donde el poder se legitima, y no existe ningún sistema
político capaz de subsistir si su legitimidad se erosiona más allá de cierto punto.
Es en el ámbito del sistema cultural donde las normas se internalizan, para bien o para
mal, con diferentes grados de justicia distributiva.
La idea que sugiero y que no desarrollaré aquí, ahora, es que existe una correlación
fundamental entre las dos formas de justicia y los dos sistemas económico y político
predominantes en las sociedades occidentales contemporáneas. Las instituciones que
regulan la justicia conmutativa son las que necesariamente deben aplicarse al modus
operandi de los sistemas económicos capitalistas. Del mismo modo las instituciones que
regulan la justicia distributiva son las que pueden aplicarse al modus operandi de los
sistemas políticos democráticos. Por lo tanto el ámbito en donde debe plantearse la
lucha por la justicia distributiva es el ámbito político de la lucha democrática.
La democracia es un sistema político que fija las reglas de juego de una sociedad, por lo
tanto es necesario definir de qué clase de democracia estamos hablando. Un rasgo
esencial de los gobiernos democráticos, planteado ya desde La Política de Aristóteles es
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el Estado de Derecho, por lo tanto los principios distributivos justos deben estar
planteados en la Regla de la Ley fuente de derechos y obligaciones legalmente
invocables. Sin embargo, es en el orden moral de los valores culturales donde se libra la
batalla definitiva.
Los valores culturales radican en última instancia en cada persona y sus códigos de
comportamiento concreto, sin embargo lo que predomina en las sociedades
contemporáneas es la letra de la ley, y los intereses creados de quienes la interpretan con
ayuda de competentes abogados que defienden sus clientes buscando a veces la letra de
la ley por encima de su espíritu. Se suele así traicionar la equidad en situaciones
concretas con subterfugios basados en el respeto a la letra pero no al espíritu de la
ley. Ese es el comportamiento que Jesús vituperó haciendo notar, a veces, con
profunda indignación moral, su alto grado de hipocresía.
A pesar de las profundas diferencias estructurales entre las sociedades (judía, romana,
griega, etc.) que vieron nacer los evangelios y las sociedades globalizadas del siglo XXI
hay reminiscencias comparables originadas en aquellos tiempos. La justicia conmutativa
es una forma de justicia que mira a las cosas, a su propiedad legal, y a la letra de las
normas que la regulan. Las obligaciones se traducen en transferencias patrimoniales
calculadas con todo detalle y exigidas con todo rigor, en tanto que la justicia distributiva
mira a las personas evaluándolas en sus capacidades y necesidades. En sus reproches a
la hipocresía de algunos fariseos que ponen a las cosas (ofrendas) por encima de las
personas (Dios y su Altar) dice Jesús: “¡Ay de ustedes, que son guías ciegos! Ustedes
dicen jurar por el templo no obliga, pero jurar por el Tesoro del Templo, sí”. ¡Torpes y
ciegos! “¿Qué vale más el oro mismo o el Templo que hace del oro una cosa sagrada?
Ustedes dicen: “Si alguno jura por el altar, no queda obligado; pero si jura por las
ofrendas puestas sobre el altar queda obligado” ¡Ciegos! ¿Qué vale más lo que se ofrece
sobre el altar o el altar que hace santa la ofrenda? El que jura por el altar, jura por el
altar y por lo que se pone sobre él. El que jura por el templo, jura por él y por Dios que
habita en el Templo. El que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que
está sentado en él”.
“¡Ay de ustedes maestros de la Ley y fariseos que son unos hipócritas! Ustedes pagan el
diezmo hasta sobre la menta, el anís y el comino, pero no cumplen la Ley en lo que
realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe”. Ahí está lo que ustedes debían
poner por obra, sin descartar lo otro. ¡Guías ciegos! Ustedes cuelan un mosquito pero se
tragan un camello”.
La justicia conmutativa es esencialmente formal y sigue al pie de la letra la ley
establecida, en relación con ella dice Jesús: “Ay de ustedes, maestros de la ley y
fariseos, que son unos hipócritas”. Ustedes purifican el exterior del plato y de la copa,
después que la llenaron de robos y violencias. ¡Fariseo ciego! Purifica primero lo que
está dentro, y después purificarás también el exterior”. Lo que “está adentro” es la
persona humana y la persona divina que quedan cosificadas y enajenadas a través de la
justicia conmutativa que sólo mira a las cosas y no a las personas.
El mundo económico de hoy es, más que nunca antes, un mundo de instituciones y
organizaciones empresariales vinculadas entre sí por una inextricable red de
compromisos legales de tipo patrimonial. A diferencia de las personas humanas que son
personas naturales, las organizaciones son personas jurídicas respecto de las cuales no
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cabe predicar derechos humanos porque las organizaciones como tales carecen de
conciencia y voluntad, son meramente instrumentales. Sus derechos y obligaciones son
patrimoniales y están reglados por las normas que regulan los contratos (públicos y
privados) propios de la justicia conmutativa. Incluso aquellas instituciones dedicadas a
satisfacer derechos humanos elementales (organismos de seguridad social, escuelas,
hospitales, etc.) deben adquirir personería jurídica y quedan sujetas a normas
patrimoniales que son fijadas mirando a las cosas que allí se administran y no a las
personas que se benefician de esos servicios.
También por supuesto hay normas que regulan los derechos y deberes de las personas,
códigos familiares y penales, normas morales escritas y no escritas, pero la justicia
distributiva que se debe a las personas esta siempre mediada, en las organizaciones, por
múltiples “costos de transacción” que limitan u obstaculizan su ejercicio.
En el mundo globalizado de hoy, las instituciones que regulan la justicia conmutativa
aplicable a las organizaciones, especialmente a las organizaciones económicas
transnacionales, tienden a predominar sobre las que regulan la justicia distributiva
aplicable a las personas que son ciudadanos de los estados. Las primeras se imponen en
el ámbito de las empresas (que carecen de ciudadanía política) con mucha fuerza a
través del proceso de globalización del capitalismo, en tanto que las segundas sólo
pueden operar a través de los sistemas políticos nacionales (o eventualmente
supranacionales cuando varias naciones se integran para defender sus derechos).
El proceso de globalización del capitalismo es ante todo un proceso de
transnacionalización de las empresas a escala global, o al menos, a escala supranacional,
con la consiguiente consolidación de los cambios en los derechos de propiedad que son
requeridos para un eficiente funcionamiento de la justicia conmutativa. En consecuencia
la justicia conmutativa aplicada a la lógica del capitalismo global predomina sobre la
justicia distributiva aplicable a los sistemas políticos democráticos.
El desafío consiste en crear una cultura democrática consolidada a escala
latinoamericana, atendiendo a las afinidades preexistentes, especialmente aquellas
vinculadas a la común herencia católica que todavía subyace a nuestro ethos cultural. El
objetivo fundamental debería ser el de lograr la prioridad de los derechos humanos y
ciudadanos fundamentales de las personas sobre los derechos patrimoniales de las
empresas. Esto no supone imponer a las empresas, y en especial a las MIPYME, cargas
económicas (salarios mínimos por ejemplo) que no estén en condiciones de pagar, sino
usar los mecanismos de la democracia política para consolidar las dimensiones
económica y cultural de la democracia. También supone la aplicación de medidas
correctoras de carácter redistributivo frente a las enormes asimetrías de poder
económico existentes
por ejemplo entre los grandes grupos económicos
transnacionalizados, y las pequeñas y medianas empresas que tanto contribuyen a la
generación de oportunidades de trabajo.
O dicho de otra manera, se trata de encuadrar las instituciones del capitalismo global en
las instituciones de la democracia inspirada en valores cristianos tanto a escala nacional
como latinoamericana. Dicho aún de una tercera manera, buscar un razonable equilibrio
entre crecimiento económico y justicia social.
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