Montero, Maritza: La autoimagen nacional de los venezolanos.

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LA AUTOIMAGEN NACIONAL DE LOS VENEZOLANOS (extracto)
Maritza Montero
La corriente crítica
La obra de Carrera Damas, analizada en otra parte de este trabajo, puede ser
situada en una corriente crítica. Esto se aplica también a los trabajos de otros autores
contemporáneos que expresan con más o menos fuerza un interés por la identidad
venezolana. Esta preocupación asume tres formas: En primer lugar, la idea de una
identidad en crisis. Idea expresada de manera dispersa y poco sistemática por varios
investigadores sociales contemporáneos tales como R. Quintero, E. Hurtado, R. Briceño
León, R. Escovar Salom, A. Rojas Guardia, así como también por algunos políticos y
hombres de letras. Por ejemplo, Maruja Armada (1980a), retorna el argumento del
racismo ideologizado presentado como explicación científica, con más de siglo y medio
de antigüedad, y analiza sus repercusiones actuales sobre la identidad nacional. Según
Armada, esa argumentación ha impedido una integración definida de la triple herencia
cultural de los venezolanos, lo cual supone "...que, al asumir como lo original o propio,
alguna de ellas, dicha elección suponga, de hecho, la negación o el rechazo de las
restantes. Resulta excepcional una aceptación integrada, aun en el nivel meramente
intelectual, de los logros contenidos en nuestra herencia indígena, conjuntamente con
los de la hispánica y africana" (p. 11).
En otro trabajo (1980b), esta misma autora, aunque estudiando
fundamentalmente la identidad individual y grupal (referida a los grupos pequeños),
considera que la identidad es un logro difícilmente alcanzable, debido a las
contradicciones intra e intergrupales, cuya no resolución "...va ocultando nexos,
posibilidades, oscureciendo y distorsionando la historia y negando el porvenir" (p.
165). Esta afirmación es más bien oscura. Tal vez porque Armada parte en su trabajo
del campo subjetivo, individual, en el cual también define a la identidad como un logro,
como una adquisición. Pero sabemos que lo que puede servir para explicar al individuo
no es necesariamente útil para el grupo. Armada agrega: "Podemos entonces decir que
la identidad lograda por un grupo determinado es la definición de éste, de sus logros y
posibilidades que, en un momento dado, permite la dinámica intra e intergrupal"
(idem). Lo que no hace más claro su planteamiento. Ciertamente, esta autora no trata
el problema de la identidad nacional, pero no obstante ella anuncia ya que tal
identidad "... no debe ser confundida con el componente de la identidad individual que
se refiere a la pertenencia a una determinada nación"; añadiendo que los contenidos
de la identidad nacional "...determinan, en gran medida, los contenidos de la identidad
individual que se refieren a esta características" (ibid., p. 237), por lo cual la concibe
como un "...resultado hacia el cual tiende la articulación progresiva de unidades
sociales de amplitud creciente" y para numerosas de estas unidades (este concepto
pareciera casi sinónimo del de grupo), Armada supone que el modelo grupal por ella
propuesto sería válido, lo cual, después de las afirmaciones anteriormente citadas,
necesitaría una aclaratoria. Al respecto hay que señalar que la vía asumida puede
llevarla hacia un callejón sin salida teórico, ya que lo que se perfila en esta explicación
es un reduccionismo a formas más restringidas de organización social, aun cuando
dicha autora reconozca el carácter dinámico y complejo de la identidad nacional.
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Una manifestación exaltada de la tesis de crisis puede ser hallada en la posición
sostenida por E. E. Mosonyi, cuyas conferencias y artículos de prensa, recogidos en un
volumen titulado Identidad Nacional y Culturas Populares (1982), presentan de
manera militante, la idea a veces confusa, sobre todo porque no se trata de textos
bien investigados y desarrollados científicamente, sino casi panfletarios, de que la
existencia de una identidad nacional es evidente, porque ella sufre de una "crisis
permanente" producida por el capitalismo dependiente, responsable de la angustia y
de la falta de fundamentación antropológica e histórica necesarias para asumir una
identidad que lleve a la transformación social. Para Mosonyi, el problema de la
identidad nacional debe ser tratado políticamente y es necesario hacer de él un
estandarte de lucha para lograr un verdadero desarrollo independiente. Es necesario
señalar que alrededor de este autor se ha constituido una serie de movimientos para la
defensa de las etnias indígenas, así como para el esclarecimiento de la identidad
nacional, rechazando muy especialmente la estereotipación negativa que ha sido
atribuida al indígena venezolano. Otra variación de la corriente crítica que propugna la
crisis es sostenida por Juan Liscano (1981), escritor que considera la presencia de una
identidad nacional en Venezuela, así como en el resto de América Latina, Como
innegable, pero que ella ha sido oscurecida por razones políticas, responsables del
cuestionamiento constante acerca de esa identidad (Liscano no toma en consideración
el hecho de que se trata de un cuestionamiento que data de los comienzos de la
República y parece considerarlo como un fenómeno contemporáneo.
Este autor rechaza la idea de una intervención del marxismo revolucionario,
mágicamente revelador de la identidad, lo cual a su modo de ver, constituye una burda
simplificación de algunas tesis marxistas sobre el tema, a la vez que denuncia el
patrioterismo nacionalista escondido en el problema. Para Liscano, hay que aceptar lo
que está presente, inevitable y que constituye lo que nosotros, latinoamericanos,
somos. Se trata entonces de aceptar "...los fracasos, el desorden, las incapacidades,
las distorsiones provocadas por las dependencias económicas, la improductividad por
carencia de tecnología y de infraestructuras educacionales y sociales" (1982). (Opinión
esta que lo coloca en la corriente negativa). "...Se trata de ahondar en nosotros
mismos para encontrar las causas de nuestra realidad, de la duración (en el sentido
bergsoniano), de nuestro atraso" (idem), y abandonar la idea de que porque no
sabemos quiénes somos, el día en que lo descubramos seremos grandes.
Aún cuando no esté explícito en el texto analizado, Liscano sigue la misma tesis
de Carlos Rangel, ya que también él señala a la colonización española, así como una
guerra de Independencia imitadora de otras revoluciones (francesa, norteamericana),
y seguidamente a las guerras civiles como responsables de una identidad, tan negativa
que resulta insoportable e invita a equivocarse. Total, la enfermedad, y esta es una
conclusión sorprendente, reside para Liscano en ese constante cuestionamiento acerca
de la identidad, y no en el negativismo de la imagen que de ella se desprende, imagen
que debe ser aceptada tal como se presenta.
Esta opinión ejemplifica muy claramente las contradicciones y complejidad que el
tema presenta para los venezolanos, ya que Liscano parte al mismo tiempo de la
imprecisión de los rasgos esenciales de la nación venezolana, así como del efecto
desintegrador del proceso de violencia sufrido por ella. Es decir, que se reconoce la
presencia de ciertas causas y se observa un fenómeno relacionado, pero el nexo entre
unos y otro es negado.
Esta misma idea es llevada más lejos en la segunda forma de expresión de la
corriente crítica. Hubo una identidad venezolana, pero ahora, debido a los efectos de
las transformaciones socioeconómicas sufridas por el país en los últimos cincuenta
años, ya ella no existe. Lo que caracterizaba a los venezolanos ha desaparecido,
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arrastrado por la situación de dependencia, por el consumismo y por el proceso de
urbanización derivados de ella, por la alienación cultural y social, en resumen, por el
subdesarrollo. El venezolano es un pueblo carente de identidad. Este es el argumento
que podemos hallar en el análisis que hace Víctor Córdova (1980) del modo de vida en
Venezuela, bajo el capitalismo y el subdesarrollo. Y ya que la identidad no existe, la
manera de vivir está a merced de las corrientes de influencia que llegan de los centros
imperialistas, reflejando en forma retardada los cambios que tuvieron lugar en el
centro.
Debemos señalar que esta opinión nos parece un poco coloreada por el tinte de
cierta forma de utopía retrospectiva. También ella puede ilustrar lo que Carrera Damas
designa con el nombre de conciencia nacional folklórica, fija en el pasado, y que,
incluso con toda honestidad, y quizás porque las desgracias nacionales y la conciencia
de ellas se hacen más agudas a partir de los comienzos de la explotación petrolera,
quiere creer que antaño todo fue mejor (tan malo es sentido el presente). Al mismo
tiempo, ella indica una necesidad de aprehender los raros elementos que se pueden
definir o reconocer como venezolanos, en la opacidad de una totalidad que se nos
escapa. Leyendo a Córdova, al igual que otros autores que sustentan esta posición,
podría creerse que hubo una época de oro, vagamente comprendida entre el final de la
guerra de la Independencia y un momento cualquiera hacia fines del siglo pasado, en
que los venezolanos vivían felices, llevando una vida bucólica en comunión
perfectamente ecológica con la naturaleza. Visión que se resiente bastante al examinar
la historia del país durante el siglo XIX: guerras internas después de la Independencia;
pobreza; despoblación; condiciones sanitarias ínfimas; carencia de vías de
comunicación; una economía dependiente de los precios fijados en Europa al café y al
cacao, principales productos de exportación; dictaduras y golpes políticos en sucesión.
La tercera forma de expresión del problema de la identidad, se explica por la
tesis que considera que no ha habido todavía en Venezuela una verdadera identidad.
Es esta la posición de Carrera Damas ya mencionada, como también la de ciertos
autores que se ocuparon del tema después de la muerte de Gómez. En aquel
momento; verdaderamente crucial para el futuro desarrollo de Venezuela, un grupo de
sociólogos, políticos y educadores, organizó un coloquio sobre el problema que fue
publicado por la Revista Nacional de Cultura, que acababa de nacer (1938-39). Se
discutió sobre la situación del país, sobre las posibilidades de desarrollo, por una parte
se denunciaba (como siempre a partir de la segunda mitad del siglo XIX), la pasividad
y los efectos perniciosos de la composición étnica del pueblo venezolano, y por otro
lado se rechazaba al racismo, negándose la posibilidad de su existencia en el país
(Rubín Zamora, 1939). Eugenio González (1938), al afirmar la necesidad para
Venezuela y América Latina en general de actuar de manera independiente,
abandonando la imitación del decadentismo europeo, decía entonces que; “...para
saber a qué atenerse en lo que concierne a nuestro destino tenemos necesidad de
conocer nuestra esencia vital". Pero encontraba un dualismo que planteaba el
obstáculo más grave para obtener este objetivo: la separación entre las minorías
blancas, pertenecientes al mismo tronco que todas las clases dirigentes y urbanas de
las sociedades occidentales, y la masa de población. En suma, una disparidad, una
falta de unidad cultural que podría ser superada volcándose hacia la realidad
hispanoamericana, para encontrar en ella ese perfil claro y neto. Era éste un momento
de confusión: los venezolanos salían de un largo período de sombra bajo la dictadura
más terrible de toda su historia. Acababan de quitarse la venda que cubría sus ojos, de
romper las cadenas, y miraban alrededor para saber quiénes eran y no se
encontraban. Sin embargo, necesitaban definirse ellos mismos construirse una
identidad nacional para actuar de manera nacionalista.
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"En realidad, nosotros los latinoamericanos de hoy no sabemos si estamos al final
o al comienzo de un proceso histórico". (E. González, op. cit., p. 11). Ese mismo
problema está presente hoy. Para numerosos venezolanos se trata del final. No hay
nada que hacer. Habría que subirse a un vagón del tren del capitalismo (uno de los
últimos), y dejarse arrastrar por la locomotora de los países-centro, que conocen la vía
y que poseen los mecanismos para la conducción. Para otros, es el comienzo. Y como
los años siguientes a 1936, se trata de buscar una definición, esta vez basada sobre
premisas más claras. Y con una población más esclarecida por la educación, al mismo
tiempo que más alienada.
De manera que, para esta corriente crítica, lo que se observa en la hora actual
podría en resumen ser definido como una forma de autoagresión, de autodefinición,
que se expresa mediante diversos tipos de comportamiento y de pensamientos
destructivos tales como la indiferencia hacia nuestra herencia cultural. Indiferencia
esta que se traduce por la destrucción y el olvido (de la tierra, de las selvas, de los
ríos, de la arquitectura, del lenguaje), y por lo que Efraín Hurtado calificaba de
expresión etnocida, y que Roberto Briceño (1980) explica como la identidad del
colonizado: alienado en sus recuerdos y sus reproches, sobrevalorando la metrópoli al
precio de su propia depreciación.
Esa forma de identidad coexiste con la denuncia de los males que nos afligen y
cuya responsabilidad se les imputa a los individuos, según una tradición ya bien
cimentada en Venezuela (Cf. G. Coronel, 1981, para quien Venezuela y sus habitantes
son "grises", es decir, indefinidos y temerosos de todo compromiso). Paralelamente se
encuentran opiniones como las de G. Tarre (1981), quien señala esta tendencia a la
crítica destructiva y negativa que traduce el pesimismo, haciendo observar que "se
insiste... en señalar los fracasos del país, pero en la forma más deliberada se ignoran
los logros". Tarre califica este fenómeno de "complejo Venezuela" y lo define como la
necesidad de negar todo.
A pesar de toda la amargura que refleja esta corriente de análisis crítico del
problema de la identidad, de la conciencia y de la autoimagen nacional de los
venezolanos, representa en nuestra opinión la esperanza de una reacción que, como lo
habíamos explicado anteriormente, puede ser considerada como el producto de una
nueva identidad, o al menos como el esfuerzo por cambiar la que existe y construir
una nueva identidad en función de los imperativos de una sociedad que ha cambiado y
continúa cambiando. Estos cambios son provocados 'no solamente por inducción de "
fuerzas exteriores, sino también por la crisis atravesada que involucra la intervención
activa del pueblo, estimulado desde el interior y el exterior.
Los resultados de esta investigación nos permiten apreciar que la imagen que se
desprende de los estudios psicosociales no constituye un fenómeno momentáneo: es el
producto de la confusión entre factores socioeconómicos, circunstancias políticas y
teorías específicas aparecidas a lo largo de toda la historia de un país que continúa
buscándose a sí mismo. Ellos permiten apreciar también cómo las crisis de la sociedad
venezolana producen variaciones y recrudecimientos en cuanto al tema de la
autonegación y del cuestionamiento de la identidad y producen, al mismo tiempo, una
forma de identidad dada y una manera particular de hacerla consciente, a la vez que
ponen en duda los modos de conocimiento de la realidad ideologizantes y alienados.
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