EN TORNO DE NUESTRA IDENTIDAD: (Introducción de "Nuestros paisanos los Indios") Por Carlos Martínez Sarasola Existe una serie de mitos "históricos" ("Argentina es un país sin identidad"; "somos europeos"; o más simplemente: "no se sabe que somos" y así hasta el infinito) que conviven con nosotros formando parte de nuestras dudas y nuestros temores. Sin embargo, la propia historia a través de hechos cruciales se encarga de hacer aflorar la verdad subyacente, subterránea de lo que significa la Argentina como identidad étnico – cultural. Pareciera que se necesitara de esos dos acontecimientos para que los argentinos como comunidad y cultura nos encontráramos con nosotros mismos, a través de una identidad que se revela en momentos de crisis o de fiesta. Es como si esos momentos pertenecieran a un tiempo y un espacio sagrados que poco a poco se fueran diluyendo en un tiempo y un espacio y un espacio profanos, los de todos los días. Tenemos dificultades para incorporar y hacer permanecer en la cotidianeidad los resultados de esta revelación. En ésta búsqueda de nuestro verdadero perfil cultural muchas veces olvidamos parte de nuestras raíces. Siempre tenemos presente sucesos como la gran inmigración, o sea el aluvión de europeos que llegó al país entre mediados del siglo pasado y fines de la década del 20. Pero existe una fuerte tendencia a olvidar que esos inmigrantes constituyen la segunda matriz cultural. La primera se desplegó mucho antes, siglos antes, cuando se encontraron los españoles de la Conquista con las comunidades indígenas de nuestro actual territorio, dando origen a ese primer nudo de nuestra cultura, esa primera mestización que fue la matriz original hispano - indígena. En el siglo XVI los indígenas se enfrentaron en esta parte del mundo al conquistador español. Muchos de ellos transformaron su cultura en una cultura de resistencia, permaneciendo libres en sus territorios durante siglos, pero muchos otros ingresaron de lleno en la otra posibilidad de la época: el mestizaje, que unió las dos vertientes étnico – culturales. Esa unión es la primera matriz cultural del pueblo argentino y en general es ocultada cuando no negada. Incluso al final de aquel período se desarrolló la presencia del componente africano que tuvo una incidencia importante hasta fines del siglo pasado para desaparecer luego aunque no para siempre, como lo demuestra el resurgimiento actual de expresiones de su cultura. Lo real es que hasta 1869 vivían en la Argentina 1.736.000 habitantes, criollos, mestizos, negros e indígenas, provenientes todos de la matriz originaria, las comunidades autóctonas y el elemento afro. Entre 1857 y 1926, período de la gran inmigración, entran al país un total de poco más de 5.700.000 extranjeros, pero permanecen en forma definitiva alrededor de 3.000.000. Hacia 1914, los inmigrantes representaban un 30% aproximadamente del total de la población que en ese momento ascendía a casi 8.000.000 de habitantes. Pero la cuestión – que podríamos enriquecer con cifras más actuales – no tiene solamente una faz cuantitativa. Luego de un momento inicial de natural separativismo en el que las dos matrices, la original hispano – indígena y la segunda fruto de la inmigración, se encuentran frente a frente, comienza lo que podríamos llamar la segunda gran mestización, esta vez de vastos alcances culturales, producto de procesos tales como la fusión de los criollos con los inmigrantes, la mutua adaptación, la "argentinización" de todos, las sucesivas generaciones que comienzan a echar raíces en este suelo – con sus valores e intereses desde el país – y que tratan de superar el desgarro que provocan las raíces de los abuelos abandonadas en alguna aldea de Europa. Los distintos fenómenos políticos, sociales y económicos van transformando a la Argentina en una cultura en movimiento: las migraciones internas de las décadas del 40 y del 50 promueven la interrelación constante de los diversos núcleos poblacionales del interior (de ascendencia indígena o hispano – indígena) con los de las grandes ciudades (criollos, extranjeros – mayoritariamente de origen español e italiano – y descendientes de ellos) generándose una dinámica interna, a la que debe sumarse la inmigración de los países limítrofes – factor de arraigo al continente de la población argentina – la persistencia de las formas de vida tradicionalmente abrigadas en comunidades aborígenes convertidas ahora en minorías étnicas, y los núcleos "cerrados" de colonias extranjeras en distintos puntos del país (los turcos en el noroeste, los galeses en el sur, los alemanes y polacos de Misiones, los ingleses de Santa Fe, los recientemente ingresados del sudeste asiático). Todo este segundo gran proceso de mestización, que no necesariamente implica la constitución de un tipo étnico definido, es más bien la aproximación paulatina a una conciencia masiva de pertenencia a una comunidad que es la Argentina y la adhesión a sus peculiaridades. Esa conciencia crece con fenómenos tales como los movimientos políticos de masas, el desarrollo de los medios de comunicación que acerca las regiones entre sí, la ciudad de Buenos Aires como ámbito de reunión de los distintos componentes poblacionales del país, que pierde su carácter de urbe europeizante, y la fusión social en todos los órdenes. Pero no es menos cierto que esa conciencia crece en medio de dramáticas ambigüedades y contradicciones que son una de las claves de nuestra problemática cultural. Es en este marco global en donde se insertan las comunidades indígenas como parte de la cultura argentina. En América Latina y en nuestro país, las comunidades indígenas se constituyen en componentes importantes de los pueblos, ya que han sido históricamente un factor relevante en los procesos de conformación étnico – cultural de los mismos. Aunque es cierto que desde el punto de vista cuantitativo dicha realidad es distinta según el país de que se trate, existe una base común en todos ellos que es la matriz original hispano – indígena. En consecuencia, al dimensionar el valor de las comunidades aborígenes comprenderemos una de las vertientes en la conformación cultural de cada nación. Asimismo, es importante tener en cuenta que esas culturas originarias atravesaron procesos que de alguna u otra manera tuvieron que ver con el devenir global de la sociedad nacional y en ese sentido se relacionaron siempre con los otros sectores de la comunidad. En la Argentina, si bien el componente indígena no tiene la misma incidencia cuantitativa que en otros países americanos, constituye de todas maneras un sector bien definido de la cultura del pueblo. A lo largo de nuestra historia él ha participado en múltiples y decisivos momentos como el del mestizaje biocultural y sus consecuencias en la conformación de las distintas regiones, así como también en hechos que fueron dando forma al país: las invasiones inglesas, el ejército de los Andes, la Independencia y la otra cara de la moneda: la lucha con el Estado naciente por la defensa de los territorios propios, el genocidio, la confinación, el sometimiento y la miseria. En nuestros días, las comunidades indígenas argentinas y su cosmovisión, que es única por estar fuertemente vinculada con la tradición originaria de América, son parte integrante de nuestra cultura y en cuanto a tal deben ser recuperadas, valoradas y respetadas. La "cuestión indígena" fue siempre harto debatida en nuestro país. Cíclicamente fue centro de interés y de innumerables discusiones. Como si fuera menester debatir la idea de dignificar de una buena vez la vida de un sector crónicamente postergado de la sociedad argentina. Es que esto último no siempre se ha entendido así. La misma historia evidencia el desmoronamiento paulatino de nuestra población aborigen, ya sea por acción directa (las campañas militares) o por omisión (la no elaboración y ejecución de políticas, que permitieron la "desaparición natural" de estas comunidades). Salvo excepciones – que siempre coinciden con los interregnos democráticos – los indígenas no fueron considerados compatriotas, aberración que hoy, con grandes esfuerzos, está comenzando a ser superada. La situación actual indica que en la Argentina viven cerca de medio millón de indígenas, la mayoría de ellos en condiciones de extrema marginalidad, en lugares que para el resto de los argentinos sería algo así como el fin del mundo. Devorados por enfermedades de todo tipo que son una bofetada a nuestra sociedad en los umbrales del siglo XXI, alejados de las mas elementales posibilidades de desarrollo, superan el desamparo por propia iniciativa (a través de organizaciones comunitarias y/o asociaciones a nivel nacional) y el apoyo de instituciones del Estado o privadas. En general existen propuestas aisladas, con mayor o menor grado de eficacia, valiosas todas pero sin coordinación entre sí. Creo que es necesario ir pensando en una tarea en común que haga converger las distintas experiencias en un proyecto de alcances nacionales que reúna y contenga en forma definitiva a las comunidades indígenas concebidas como parte indisoluble de la cultura argentina, sin paternalismos de ninguna clase. Ante la "cuestión indígena" varias han sido las corrientes que se han manifestado a lo largo de la historia argentina: la anti-indígena: niega la realidad de las comunidades, la importancia de su cultura y especialmente su dignidad como hombres. Esta concepción llevó en la práctica a la destrucción total o parcial de muchos grupos étnicos, instrumentada a través de genocidios (supresión física) y etnocidios (vaciamiento cultural). La pro-indígena a ultranza: es el otro extremo de la posición anterior. Distorsiona la problemática aborigen a partir de soluciones excesivamente sectoriales, acentuando en lo que divide, porque hace hincapié en las especificidades culturales de los grupos aborígenes que son ciertas, pero deja de lado todos aquellos elementos que son importantes lazos de unión con la comunidad nacional. La indigenista: ejercida por los Estados Nacionales de América Latina, que bajo el pretexto de "integrar" las poblaciones autóctonas a la sociedad nacional, las ha ido llevando a un progresivo estado de aculturación. Frente a estas alternativas, surge cada vez con mayor nitidez la perspectiva de la participación igualitaria, que concibe al indígena y su comunidad como parte de la sociedad nacional, entendiéndolo como un argentino más, portador de una tradición cultural específica que es menester, primero, preservar y, segundo, reactualizar en su protagonismo histórico. Se trata de entender a las comunidades indígenas en el contexto amplio de la cultura argentina. Entender la forma de vida indígena comparte integrante de la forma de vida nacional, que no podrá desarrollarse y crecer a través del accionar aislado de sus distintos sectores sino por medio de la tarea coordinada y cotidiana de todos. Esto se logra a través de una participación plenificante, caracterizada por la comprensión y el respeto mutuos, teniendo en cuenta que el otro, con sus peculiaridades, está alimentando mi propio modo de habitar esta parte del mundo, admitiendo que esta cultura es nuestra y como tal única e irrepetible y "cargando con todo el miedo que arribar a esta conclusión pueda despertar en nosotros: el miedo a ser nosotros mismos". La frase entre comillas no es mía. Pertenece a un investigador infatigable de nuestra cultura que se llamó Rodolfo Kusch. El decía que el problema argentino era reconocerse y asumirse con características propias y que en muchos casos estaba motivado por el miedo a aceptarnos. Ese miedo implica, por ejemplo, reconocer nuestra parte americana, con todo lo que la vieja sangre trae consigo. Que los argentinos aceptemos esa definición de nosotros mismos será un gran paso adelante que conlleva a aceptar las diferencias, aceptar la ambigüedad que provoca ser una síntesis de Europa y América, aceptar el hecho de ser una comunidad "nueva" y no "transplantada" como algunos nos describen, aceptar que nuestra historia es la demostración de una lucha trabajosa por consolidar un pueblo con fisonomía propia y finalmente aceptar las dificultades que aferradas en el interior de cada uno obstaculizan nuestro crecimiento. Esa es nuestra tan buscada identidad: la conciencia de la heterogeneidad. La conciencia de lo multiétnico y lo pluricultural que caracteriza a nuestra forma de vida como totalidad. En ese hallazgo estará la fortaleza cultural de los argentinos. Ese hallazgo será la posibilidad de reconocernos tal cual somos, como cuando en una mañana cualquiera nos quedamos por un instante mirándonos la cara en el espejo. Y ese será el instante en que aceptemos, valoremos y estemos más o menos satisfechos de ser el indígena, el criollo, el inmigrante, el porteño, el del interior, el sureño, el del norte, el vallisto, el isleño, el chaqueño, el mestizo, y tantos otros... Será el momento en que nos demos cuenta que así como otros argentinos pueden aprender de nosotros, también nosotros podemos aprender de los demás. De los paisanos guaraníes, por ejemplo; de nuestros chiriguanos de Salta, más exactamente. Ellos creen en la existencia de una "Tierra sin Mal", una tierra justa y sin dolor. Durante generaciones enteras, durante siglos, la buscaron por todo el continente. Y así llegaron a nuestro territorio. Así se instalaron y se quedaron. El mito guaraní, vivo en la tradición, se confunde hoy con el objetivo de toda la comunidad argentina, que busca su tierra sin mal, que sabe que está bajo sus pies, en el propio suelo mancillado. A través de sus mitos, nuestros hermanos chiriguanos nos ofrecen una enseñanza que cada uno puede recoger a su estilo. Cuando advirtamos que el diálogo solidario entre todas las formas de vida que nutren la Nación es la posibilidad de consolidar una comunidad más armónica y justa; cuando nos demos cuenta de que esa empresa compartida nos hará más libres y más fieles a nosotros mismos, entonces, solo entonces, habremos recuperado realmente nuestra verdadera cultura. Este libro, que aspira a sumarse a esa tarea colectiva, bucea en la identidad de los argentinos. Es cierto que lo hace desde un lugar y una óptica particulares, como lo son el abordar los problemas de las comunidades indígenas, en un intento por echar algo de luz sobre el conjunto. He elegido este camino para que podamos entender un poco mejor nuestro modo de ser como pueblo. Es el camino de las luchas y los desvelos de las culturas indígenas argentinas en la historia de la conformación nacional. Es, por tanto, un camino saturado de violencia, de sangre y de crueldades infinitas; y por eso mismo no debemos olvidarlo. Los indígenas, con las espaldas castigadas por todo ese bagaje de atrocidades que se descargaron sobre ellos, han sido y son parte activa de la historia argentina. He querido rescatar su forma de vida desde el origen, su protagonismo y sus vivencias