Pistas para un acompañamiento espiritual hoy

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Entre la Psicología y la Espiritualidad:
Pistas para un acompañamiento espiritual hoy
José Domingo Cuesta, S.J.
“Ignacio, sin ninguna formación científica, pero sí con mucho sentido común y el don de
observar los cambios de los estados afectivos en sí mismo, junto con la luz del Espíritu,
formuló cuatro siglos antes un modo de crecimiento personal y espiritual que contiene
muchos elementos de las técnicas de la psicología moderna. Ahí está el genio de Ignacio
y su contribución original al bienestar de la humanidad y a la mayor gloria de Dios”.
J. Fuster, 1991.
Introducción
Hoy, son muchos los puntos de vista y posiciones en torno al
acompañamiento espiritual (AE). Algunos se han quedado un poco atrás y
siguen utilizando un método y una forma de dirigir a la otra persona en su
búsqueda de Dios. Otras corrientes más actuales ponen el acento en la
ayuda que se puede ofrecer desde una posición más neutral para que la
persona pueda profundizar en su vida espiritual. Hacia esta última se
centrará nuestra atención.
Nuestro enfoque
En este artículo nos apoyaremos en tres puntos: a) lo que Ignacio
de Loyola ha contribuido para el acompañamiento espiritual, sobre todo
desde los Ejercicios espirituales, resaltando la actualidad de su
experiencia; b) el aporte al acompañamiento espiritual de la teoría de
Carl Rogers y Robert Carkhuff, sobre todo en lo que se refiere a la
relación entre los dos que intervienen en el proceso de ayuda (ambos
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métodos, nacidos en la psicología como instrumentos terapéuticos,
fueron posteriormente adaptados a otras situaciones, como los campos
de la educación, la pastoral y el acompañamiento espiritual), y la
sistematización que hizo de dichas teorías Giordano Bruno; c) el poner
a dialogar los dos puntos anteriores para de ahí ir delimitando pistas
para un acompañamiento espiritual hoy.
Creemos que el modelo ignaciano puede enriquecer los aportes de la
psicología moderna y al revés, en lo que respecta al crecimiento personal y
al papel del facilitador de un proceso. Por tanto, nos apoyaremos en lo que
hemos recogido y aprendido de Ignacio y lo que aporta el modelo de relación
de ayuda para el acompañamiento espiritual, centrándonos sobre todo en la
sistematización e interpretación que de la teoría de Carl Rogers y Robert
Carkhuff ha elaborado para el campo espiritual Giordano Bruno1. Creemos
que la mayor aportación de la psicología a esta forma de ayuda espiritual lo
representa lo que se ha dado en llamar Relación de ayuda. Casi todos los
autores que en los últimos años hablan del acompañamiento espiritual lo
tienen como referencia2.
La Relación de ayuda
¿Qué entendemos por Relación de ayuda? Es toda relación en la
que al menos una de las partes intenta promover en el otro el crecimiento,
el desarrollo, la maduración y la capacidad de funcionar mejor y enfrentar
la vida de manera más adecuada. Es sobre todo Carl Rogers quien más
ha aportado a un tipo de relación con otra persona donde se intenta crear
unas condiciones tales para que el otro salga beneficiado. Lo importante no
son las técnicas que se utilicen, sino la relación y actitudes que se
establezcan con el interesado. Rogers subraya la importancia de una
relación intensa, hecha de aceptación, de respeto y de empatía, de modo
que se permita a la persona entrar en contacto con los propios sentimientos,
expresarlos, ganar confianza en sí misma y tomar decisiones con respecto a
1
2
La bibliografía de Rogers y Carkhuff es amplísima. Un buen resumen y complemento
bibliográfico en: B. GIORDANI, La relación de ayuda: de Rogers a Carkhuff, Bilbao, Desclée
de Brower, 1997. En el campo más espiritual: B. GIORDANI, Encuentro de ayuda espiritual,
Madrid, Atenas, 1992.
Por poner dos ejemplos: A. GONZALEZ-ALORDA, Acompañamiento espiritual. Aportes
psicológicos al diálogo pastoral, Perú, CEI, 1993. Cf. J. SASTRE, El Acompañamiento
espiritual, Madrid, San Pablo, 1993.
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su propia vida. El fin no es resolver un problema particular, sino ayudar a la
persona a desarrollarse.
Además, Rogers es considerado como el maestro psicológico de
todos los autores del asesoramiento pastoral. No existe apenas una obra
sobre el diálogo pastoral donde de algún modo no se adopte al menos una
parte de los presupuestos y métodos rogerianos3. Así como desde un punto
de vista espiritual afirmamos que es Dios quien desde el interior del hombre
lo conduce a la unión con El, por otra parte, el método rogeriano se apoya en
una fuerza que desde los estratos más hondos del ser humano le impele a
ser él mismo con toda su originalidad y potencialidades en ejercicio.
Posteriormente a esta etapa, Robert R. Carkhuff, discípulo de Rogers,
revisa y enriquece el modelo rogeriano proponiendo un modelo de
aprendizaje que busca el desarrollo de la persona como tal, y añadiendo un
cierto directivismo al proceso, de cara a reforzar la persona del ayudado.
Concibe la Relación de ayuda como un exponente del aprendizaje
interpersonal y, en la que están presentes las mismas dimensiones primarias
subyacentes en otros casos de relaciones humanas. Para él, el proceso de
ayuda debe asumir cuatro etapas: acoger, responder, personalizar e
iniciar.
Finalmente, está el autor que nos interesa. Giordano Bruno ha
aplicado la filosofía y el procedimiento de la relación de ayuda al
acompañamiento espiritual. El método que propone4 presenta el
acompañamiento espiritual como un encuentro de ayuda donde se da un
diálogo entre dos personas en orden al crecimiento de una de ellas. Por
tanto, el acompañamiento espiritual se ve en su dimensión de relación
interpersonal, cuya función es ayudar a otro en el crecimiento hacia la plena
madurez de su vida cristiana. Sostiene que en esta ayuda hay que tener en
cuenta una serie de principios: que el verdadero autor del cambio es el
propio individuo; a la persona hay que ayudarla a tomar conciencia cada vez
más de los recursos que hay en él; su crecimiento requiere que se promueva
3
4
Por citar algunas: Y. SAINT-ARNAUD, La consulta pastoral de orientación rogeriana,
Barcelona, Herder, 1972. Cf. A. GODIN, Cómo establecer el diálogo pastoral,
Barcelona, Nova Terra, 1967. También: I. BAUMGARTNER, Psicología pastoral,
Bilbao, Desclée de Brower, 1997.
B. GIORDANI, Una nueva metodología para la dirección espiritual: Seminario 28 (1982)
147-161.
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armónicamente en él tanto sus funciones psíquicas como espirituales y, por
ello, hay que exigirle todo aquello que la persona pueda dar.
Por tanto, su propuesta busca potenciar una experiencia en la que,
con la ayuda del que acompaña, la persona acompañada pueda profundizar
en el conocimiento de sí misma, de la situación espiritual en que se
encuentra y de las energías humanas y sobrenaturales de que dispone para
llegar de esta manera a un programa de vida en cuya realización se
compromete con sentido de responsabilidad.
De entre las metáforas usadas para representar la relación de ayuda,
una de las más elocuentes es decir que consiste en “caminar juntos”; se
expresa así el lado arriesgado y la dimensión de confianza, de pacto y
gratuidad. Las actitudes fundamentales de este método son la
comprensión empática, la aceptación incondicional y la congruencia. La
concepción de la persona que hay detrás supone que el sujeto tiene en sí
mismo la capacidad, al menos latente, de comprender los factores de su
vida que le están produciendo malestar y dolor, y de reorganizarse a sí
mismo hasta vencer estos factores. Esta capacidad llegará a ser eficaz si el
que le ayuda puede establecer con él una relación lo suficientemente
cálida, aceptante y comprensiva.
Por tanto, con este enfoque se aporta una nueva manera de
plantear la relación entre el acompañado y el acompañante. No se
acepta la figura del director que lo sabe todo y no respeta la autonomía
de la otra persona. Es una relación de ayuda donde el que facilita el
proceso debe renunciar a todo intento de guiar a la otra persona hacia
una determinada dirección o invitarle a adaptarse a esquemas
predeterminados.
Formas de acompañamiento
Son muchas las formas de acompañamiento que hoy
encontramos en la vida cristiana: personal, vocacional5, pastoral, de
jóvenes6, adultos, individual, grupal7, para la elección8, así como
5
Cf. J. CARRARO, El acompañamiento vocacional: Vida Religiosa 56 (1984) 95-109. También:
F. IMODA, Acompañamiento vocacional para adolescentes, Madrid, Atenas, 1996.
6 Cf. J.R. URBIETA, Acompañamiento de los jóvenes, Madrid, PPC, 1996.
7 Cf. J. PUJOL, Formas de ayuda en el acompañamiento espiritual: Confer 80 (1982) 703-727.
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diferentes son los análisis que se han hecho del mismo. Siguiendo a
Aubry9, distinguimos tres tipos de “dirección” espiritual: a) la ocasional,
que no supone necesariamente la continuidad ni el encuentro regular,
que se da más bien como una excepción dentro del ritmo ordinario de la
vida (así, por ejemplo, con ocasión de unos ejercicios espirituales, de un
curso de formación, etc.), b) la continuada en la vida ordinaria, en que
se confía toda la propia vida a una persona competente, de una forma
continuada y regular (es la forma más corriente de acompañamiento
espiritual.), c) la intensa, en momentos claves de la vida, en que se
necesita un especialista para un asunto concreto (la elección de un
compromiso cristiano concreto, en momentos fuertes de crisis y en
momentos de llamada interior particular fuerte). Hacia esos tipos de
acompañamiento estará dirigida nuestra propuesta.
Teniendo lo anterior como marco de referencia, así como la
realidad personal y social de nuestro mundo de hoy, nos moveremos
desde tres puntos de vista. En primer lugar, desde la relación de
acompañamiento misma y los factores que intervienen para favorecer el
encuentro del acompañado con Dios. En segundo lugar, desde el sujeto
que es acompañado, los requisitos y cualidades necesarias. Finalmente,
desde aquellos rasgos tanto psicológicos como espirituales del que
acompaña a otro.
1. La relación de acompañamiento
Establecer una relación con otra persona no siempre es fácil.
Generalmente intervienen elementos presentes en nosotros, en el otro y
en el medio ambiente, que pueden facilitar o no dicho vínculo. Lo mismo
ocurre en el acompañamiento espiritual. Además, en éste, suponemos
la intervención de un tercero, Dios, que se presenta como figura central
en el proceso que intentaremos delimitar.
1.1. Factores de inicio de la relación
Al iniciar los Ejercicios espirituales, Ignacio pide al sujeto un “grande
ánimo y liberalidad con su Creador y Señor...” [5]. Como mínimo, todo
acompañamiento que empieza requiere esta disposición inicial dado que los
8
J. VELILLA, Acompañamiento para la elección. Condiciones psicológicas, en: C. ALEMANY J. A. GARCÍA MONGE (edit.), Psicología y Ejercicios ignacianos, I, 195-222.
9
Cf. J. AUBRY, Diversos tipos de dirección espiritual: Misión Joven 75 (1983) 21-24.
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inicios son básicos para los resultados futuros en todas las relaciones
humanas importantes. Para que el acompañamiento espiritual pueda producir
sus mejores efectos se requieren ciertas condiciones que afectan a cada una
de las personas involucradas en el proceso, así como a la relación entre ellas.
a. Elementos generales a tener en cuenta
Creemos importante tomar en cuenta una serie de factores que
puedan favorecer la relación posterior que se vaya creando entre el
acompañante y el acompañado. Como casi todo lo que veremos, estos
factores los consideramos importantes tanto y cuanto ayuden a
favorecer el encuentro con Dios.
1. Determinar por qué viene el sujeto ante nosotros
La motivación inicial es importante, dado que hay personas que
buscan un acompañamiento con ideas poco realistas. Quieren y exigen
resultados rápidos, o piensan que el acompañamiento espiritual es un
mecanismo para solucionar problemas. No es lo mismo la persona que
elige voluntariamente llevar adelante un acompañamiento espiritual que
otra que es enviada por su superior a donde un “director” espiritual para
que le acompañe. Es importante saber quién más, aparte del sujeto, se
interesa por lo que ocurre y cuáles son las esperanzas de esas otras
personas.
2. Valorar las experiencias previas de acompañamiento
Las experiencias anteriores pueden favorecer o desfavorecer el
proceso dependiendo cómo haya sido anteriormente. Además, las
personas tienden a acudir con ideas preestablecidas. No hay que
olvidar que muchas cosas han pasado ya en la vida de esta persona
que se pone en las manos de un acompañante. Por tanto, conocer lo
previo puede ayudar a entender cómo el sujeto enfoca el proceso de
acompañamiento.
3. Valoración de lo que el sujeto espera obtener del acompañamiento espiritual
Es importante ver sus expectativas, ya que si no es así, el proceso
puede verse obstaculizado por la presencia de nociones falsas sobre la
naturaleza de lo que se busca y sobre el papel del acompañante.
Además, la motivación inicial puede ayudar a enfocar por dónde se
quiere ir.
4. En lo posible, dar una definición clara de lo que se pretende
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Se puede partir de la idea que el acompañado tenga (revisar la
relación con Dios, superar obstáculos en la vida espiritual,
comprometerse en un camino determinado, etc.) y definir, a la vez que
especificar los objetivos: lo que pretendemos lograr, lo que buscamos.
5. Indicar el carácter confidencial de la relación
Esto es importante para que la persona comprenda que todo lo que
dice queda entre ellos y se sienta libre de expresarse tranquilamente y sin
resistencia alguna. La discreción y el secreto es algo que se supone en el
acompañamiento espiritual. El que acompaña, debe mantener un estricto
secreto sobre las confidencias del sujeto10 y no revelar información a nadie
sin su permiso. A ello debe comprometerse desde un principio.
6. En lo posible, determinar la estructura del proceso a seguir
Estructurar el tiempo, fecha y hora de la entrevista, así como la
periodicidad de los encuentros (semanal, quincenal, mensual), el lugar
(silencioso, privado, apto para este tipo de diálogo), etc. Es importante que
los encuentros se motiven desde la necesidad del sujeto acompañado.
7. Conseguir que el sujeto se comprometa en el proceso
Es importante que comprenda que casi todo depende de él, dado
que hay personas que piden que se les ayude a cambiar, sin abrigar la
más mínima voluntad de comprometerse en el cambio.
b. La entrevista
Al inicio del proceso
Se esperaría que antes de iniciar un proceso de acompañamiento
surja una entrevista previa que ponga las pautas de lo que se va a
realizar. Aquí estarían incluidos muchos de los diferentes elementos que
he subrayado anteriormente. Así mismo, al inicio hay que conocer el
estado espiritual del acompañado. Es diferente empezar con alguien
que ya ha tenido experiencias previas de acompañamiento que una
persona que es la primera vez. De este primer contacto puede surgir lo
10
“El acompañamiento espiritual tiene que ver con lo más íntimo, personal e inviolable
de las personas”. Cf. J. RAMBLA, No anticiparse al espíritu. Variaciones sobre el
acompañamiento espiritual: Sal Terrae 85 (1997) 619.
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que la persona quiere y la relación que tiene con Dios, aparte de crear
un ambiente de confianza que facilite el camino a seguir.
Algunas características de esta entrevista podrían ser su brevedad
y que el sujeto sea el centro de la misma. Así mismo, el acompañante
deberá evitar una actitud curiosa, formulando preguntas improcedentes;
más bien hay que plantear cuestiones concretas.
Durante el proceso
La entrevista que se establece entre el acompañado y el acompañante
es, antes que todo, una relación personal que busca hallar la voluntad de
Dios. No se trata de aplicar ideas y principios ya aprendidos, sino más bien
establecer una relación que ayude al sujeto a percibirse a sí mismo y a Dios
actuando en él. Es importante la espontaneidad del proceso para que la
entrevista no quede encarcelada sistemáticamente en un horario restringido.
Nos parece sugerente la intuición de Ignacio de que el acompañado
no debe saberlo todo, sino tan solo lo imprescindible para poder decirle al
otro la palabra clave y positiva que le permita avanzar. Lo importante es
poder identificar lo que Dios hace y tener la libertad de confrontar al
acompañado con lo que va descubriendo11.
c. La adaptación a cada sujeto
Tanto al inicio, al medio, como al final, el acompañante deberá tener
presente el adaptar el proceso y a sí mismo según cada sujeto. No hay
algo en que Ignacio de Loyola haya insistido más en los documentos que
nos ha legado que la preocupación constante de adaptarse al otro en todo
sentido, de acuerdo con su individualidad personal. De fondo está la
intuición de que cada persona es diferente a las demás (única e
irrepetible, incluso en la forma de ir hacia Dios)12, aunque en todos existan
los mismos componentes básicos (físico-biológico, social y espiritual).
Además, el ser humano es un todo, desempeña muchos papeles en la
vida. Por ello, el que acompaña debe estar abierto a la novedad de cada
persona y no debe imponer su modelo. Las personas pueden salir por
cualquier lado, y el Espíritu nos puede sorprender con cosas que no nos
imaginamos.
11
12
J. LAPLACE, El camino espiritual a la luz de los Ejercicios ignacianos, Sal Terrae, 1988, 81.
B. GIORDANI, Dirección espiritual: encuentro entre dos: Seminarios 29 (1983) 45.
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51
Por eso Ignacio va a insistir en la acomodación a la disposición y
las necesidades del ejercitante. En todo el libro de los Ejercicios se insiste
repetidas veces en que toda la experiencia se debe adecuar en particular
a la disposición y el ritmo del que los hace, lo cual supone
manifiestamente que el que acompaña lo conoce bien. La insistencia
podemos verla en las Anotaciones [4, 6, 8-9, 11, 13-14, 18-19]. El
acompañante deberá ajustar su conducta a los casos individuales. No
hay que crearse expectativas a priori respecto al ritmo y velocidad del
crecimiento espiritual de la persona a la que se está acompañando. Más
bien se trata de seguir el movimiento del paso del Espíritu en cada
sujeto y esperar a que se haya alcanzado el fruto -la meta- de cada
etapa antes de pasar a la siguiente. Todo lo demás debe ordenarse a
ello. El ritmo lo imprime el sujeto que es acompañado, ya que unos son
más lentos, otros más rápidos, etc., [4]. Y el acompañante debe actuar a
partir del momento en que está la persona.
Además, la Anotación [18] nos muestra que los Ejercicios tienen
un margen de aplicación según la disposición de la persona, es decir,
según su edad o maduración, su cultura y su capacidad de
comprensión. No hay que forzar los procesos personales. Ignacio
considera la posibilidad de una adaptación del método para diversas
personas o circunstancias. El punto central radica en la capacidad del
sujeto para someterse a este método concreto de espiritualidad. En
principio no se excluye a nadie. Es cuestión de adaptarse a cada uno.
Finalmente, la Anotación [19] avanza en una gradación que va de
menos preparación o posibilidad a más, señalando la adaptación a las
circunstancias concretas del ejercitante; se trata de ejercitantes que
tienen suficiente subiecto, pero que no disponen del tiempo suficiente
para liberarse de otras ocupaciones.
1.2. La relación que se establece
El acompañamiento espiritual es, fundamentalmente, una ayuda
que un cristiano presta a otro, y que capacita a éste para estar atento a
la manera personal de comunicarse que Dios tiene con él13. El método
de Relación de ayuda subraya el valor que tiene para la eficacia de la
ayuda que se ofrece, la buena relación que se establezca con el
13
W. BARRY, y C. CONNOLLY, The practice of spiritual direction, USA, 1982, 8.
52
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interesado. ¿Qué características debe tener esta relación? Deberá estar
marcada por el compromiso mutuo, el respeto, la aceptación
incondicional de uno y de otro, y la disposición personal a cooperar en
el proceso que se inicia. Como hemos visto, a ésto también apunta
Ignacio con su conocido Presupuesto [22]: ambos se ayudarán y
beneficiarán de la experiencia; la fuente de la confianza mutua debe ser
la fe en el Espíritu que habita en ellos. El proceso de acompañamiento
se asienta sobre el diálogo mutuo y el que acompaña debe acatar la
voluntad de Dios sobre el sujeto. Éste, a su vez, debe respetar también
la personalidad de la persona que le ayuda sin exigirle actitudes ni
conductas que no vienen al caso.
a. Condiciones particulares
Junto con los factores de madurez humana y espiritual para ambos
sujetos al que nos referiremos más adelante, es importante que el que
acompaña posea una disposición inicial inspirada en la máxima confianza
en los recursos humanos y espirituales del individuo y en la concepción de
que la persona va haciendo un camino y Dios va trabajando en él. Por ello
es importante comprender a la otra persona desde las expectativas que él
o ella abriga dentro de sí en relación con su acompañante: ser acogido
como persona, ser aceptado tal como es, ser comprendido sin
comparaciones con esquemas fijos, ser libre de expresarse y de tomar las
decisiones con responsabilidad personal, estar seguro de que lo que diga
no va a ser utilizado14. Por tanto, en el acompañante debe prevalecer la
libertad tanto en la aceptación de su misión, como en la selección de la
persona a acompañar, así como para alargar o acortar el proceso según
criterios personales: no hay cosa mejor que aceptar los propios límites y
reconocer a tiempo que no se puede ayudar a todos ni se posee la
solución de todo.
Otro factor importante es que se respeten los valores de la otra
persona, sean éstos religiosos o sociales. No es su misión enseñar al
otro un sistema de valores ni una filosofía de vida. Es verdad que no
debe abandonar su propio sistema de valores, su ética profesional y
social; pero debes respetar las opiniones de las otras personas.
14
B. GIORDANI, Disposiciones psicológicas para un encuentro con el Padre espiritual:
Seminarios 31 (1985) 162.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
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Además, hay que tener en cuenta que estamos “guiados por el espíritu
de Dios” (Rm 8, 14), quien señala y conduce en el camino, y que el
acompañamiento a medida que avanza, tiende a disminuir en
intensidad, así como el papel del que acompaña. “Es preciso que él
crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). Que la persona acompañada vaya
creciendo y Cristo en él15. De aquí que sea clave en la relación la
apertura, respuesta y compromiso al Espíritu.
Por de pronto, conviene recalcar para el acompañado la
transparencia y apertura una vez establecida la relación de
acompañamiento. La persona debe ser capaz de descubrir su interioridad
en todo lo que afecta a su vida espiritual a quien libremente escogió para
ayudarle en su proceso personal. Obviamente se esperaría que la libertad
también esté presente en el sujeto a la hora de elegir a la persona que lo
acompañará. El acompañamiento será más provechoso en la medida en
que la persona lo desee sinceramente y esté dispuesta a aceptar las otras
exigencias de transparencia y fidelidad que una tal relación demanda.
Otro aspecto importante en el acompañado es la fidelidad a la
entrevista programada con su acompañante. Esto tiene que ver con lo que
antes hablábamos en relación con el compromiso inicial y durante todo el
proceso. No hay que olvidar que el acompañamiento espiritual es Don y
Gracia para ambas personas que participan del proceso. Ello no quita la
preparación previa y la experiencia que el acompañante tenga para poder
hacerse cargo de su misión.
b. La figura de un tercero: Dios
El proceso de acompañamiento es un coloquio que exige la
presencia interactiva de tres personas: la del acompañante, la del
acompañado y la del Espíritu Santo. La relación acompañanteacompañado está marcada por una necesaria referencia a un tercero.
Dios es el único director y la misión del acompañante humano es saber
discernir en sí mismo y en la otra persona la voluntad de Dios. Esta
visión de fe se presupone explícita y activa en el acompañante y, al
menos, implícita en el acompañado. Sin ella, el acompañamiento puede
convertirse en una asesoría psicológica o académica. El esquema de la
interacción sería:
15
J. RAMBLA, No anticiparse al espíritu..., 620.
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JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
DIOS
ACOMPAÑADO
ACOMPAÑANTE
La relación básica y fundamental es entre Dios (quien toma la
iniciativa y quiere comunicarse al ser humano) y el acompañado (con lo
que quiere y desea). Nos atrevemos a afirmar que casi todo sucede
entre Dios y el sujeto de la experiencia espiritual. El acompañante
ayuda, facilita dicha relación y encuentro, está “en medio como el que
sirve” (Lc 22, 27). Por tanto, ello exige que los dos sujetos del coloquio
se pongan en contacto con el dinamismo de ese tercero y se dejen
conducir por El. El acompañamiento toma su sentido desde aquí, en la
medida en que sus participantes son conscientes de la presencia de
este Otro que actúa en sus vidas. La plenitud de la relación se da
cuando “interviene la palabra extraña (esto es, que no brota de los dos
interlocutores, sino que los supera); cuando los dos toman conciencia
de hallarse delante de Dios”16 La evocación de este tercer miembro
presente en el proceso constituye una invitación a que el acompañante
no olvide su papel de mediador que acompaña y su esfuerzo por
centrarse en la persona del acompañado dejando que entre en diálogo
con Dios. No debe olvidar que en la relación que se establece entra en
juego la Gracia divina. Por tanto, no puede interponerse entre el sujeto y
el Otro que se busca, ni intentar sustituir el “discurso” de Dios por el
suyo; su función radica en facilitar la puesta en contacto de dicha
persona con ese Otro que le habita pero que le trasciende radicalmente.
Tal vez en ningún otro campo, como, precisamente, en el del
acompañamiento espiritual, interdependen tanto entre sí naturaleza y
gracia17.
Giordani insiste también en este supuesto para apoyar su idea de
no directividad por parte del acompañante. Para él, la presencia de la
Gracia compromete al acompañante a “dejar espacio” a Dios en la
modalidad del camino que la persona desea seguir. Desde otro marco
de referencia, también aquí coincide la visión que de la persona tiene
Rogers: todo ser viviente está por naturaleza animado y guiado por
energías intrapsíquicas y autónomas que lo llevan a la plena realización
de sí mismo. El que acompaña, debe por tanto, respetar y estimular
16
17
B. GIORDANI, Encuentro de ayuda espiritual..., 66.
P. BAN BREEMEN, Acompañamiento espiritual hoy: Manresa 68 (1996) 367.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
55
estas fuerzas que actúan en la persona. Lo anterior se entiende desde
la neutralidad que pide Ignacio para “el que da los Ejercicios” [15]. El
que acompaña juega un papel secundario y neutral en el proceso.
c. La comunicación
Aspectos generales
Normalmente entendemos por comunicación el establecer contacto
con otra persona, el dar o recibir información, el expresar nuestros
pensamientos y sentimientos, y el compartir algo con alguien. Se refiere, por
tanto, al proceso por medio del cual algo se comparte. Nos comunicamos a
través del lenguaje hablado: preguntamos, respondemos, contamos,
explicamos. Y, por medio del lenguaje no verbal18: nos comunicamos a
través de los gestos, de la expresión facial y de la actitud corporal; el tono de
voz, incluso las características físicas, la apariencia, etc., guardan mucho
significado.
Es evidente que la comunicación de una persona no puede quedar
restringida a su comunicación verbal. Se habla con todo el cuerpo, por eso
hay silencios repletos de mensaje y comunicación que es necesario
desentrañar. No sólo hay que captar lo que el sujeto me comunica con sus
palabras. También el comportamiento no verbal del que acompaña (y el
acompañado) y los mensajes que comunica por su medio influyen en la
otra persona de manera positiva o negativa. Pueden resultar una invitación
a la apertura, a la confianza, a la exploración de los propios problemas o
por el contrario, pueden promover su cerrazón y desconfianza19. De aquí
que Ignacio se acerque a la persona entera e insista en una serie de
aspectos medioambientales y corporales, intentando poner a su favor
todos los elementos que colaboren con la finalidad que se propone. Por
ello se detiene en detalles como acostarse o levantarse [73-74] y/o
eliminar estímulos [79-81]. No cabe duda que una relación sólo será
buena si es buena la comunicación en que se basa, y que únicamente a
base de compartir es como una persona llega a conocerse a sí misma.
18
Por citar dos libros: M. KANAPP, La comunicación no verbal, Barcelona, Paidós, 1980. Cf. F.
DAVIS, La comunicación no verbal, Madrid, Alianza, 1994.
19 M. MARROQUIN, El acompañamiento espiritual como pedagogía de la escucha, en: C.
ALEMANY - J.A. GARCÍA MONGE (eds.), Psicología y Ejercicios ignacianos, I, BilbaoSantander, Mensajero-Sal Terrae, 184.
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JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
La escucha
Es clara en el proceso de acompañamiento, la importancia, por
parte del que acompaña, de la escucha de Dios, del otro y de sí mismo.
Pero no es fácil sintonizar con la voz de Dios que se presenta a
nuestras vidas, dado el constante ruido tanto interno como externo que
encontramos en nosotros y en nuestro mundo de hoy. La escucha en el
AE puede ayudar a conectar con esa voz interna y externa de Dios tan
difícil a veces de lograr captar.
1) Hay una diferencia entre el oír y el escuchar20. El oír es un
proceso fisiológico que permite percibir los sonidos que nos rodean; se
realiza aun sin, o contra, la intención o la voluntad de la persona. El
escuchar es un proceso psicológico que implica otras variables del
sujeto: atención, interés, motivación, etc. Requiere, por tanto, atención
voluntaria y compromete nuestra vida interior; exige una disposición a la
acogida del mensaje que se nos envía. La escucha presupone el
silencio para poder captar lo que el otro me comunica. Significa
centrarse en la otra persona teniendo en cuenta que hay un mundo más
grande detrás de las palabras. Presupone también la creencia de que
escuchar a una persona resulta muchísimo más comprometedor que
hablar a alguien21. Es una actividad que compromete a toda la persona:
el pensamiento, la afectividad, el comportamiento externo, etc. Roger
afirma que la persona que se siente escuchada reacciona
positivamente: adopta una posición relajada; crece en ella su deseo de
seguir comunicando su mundo interior; disminuye el estado de tensión;
logra ver la situación con ojos nuevos..., y se logra crear un bienestar
emocional que facilita la relación.
2) ¿Dificultades en el escuchar? Pueden intervenir muchos
factores: bloqueos físicos como el cansancio corporal, el clima y el
ambiente en que se está y las distracciones físicas; están también los
bloqueos emocionales: las diferentes emociones que actúan en mí y
que impiden que pueda captar lo que el otro me transmite de una forma
20
C. ALEMANY, Por favor, escúchame: Sociedad y Familia 140 (1994), 2-4. Del mismo autor:
El difícil arte de escuchar: un arte complejo: Sal Terrae, 1995, 55.
21 B. GIORDANI, La escucha: actitud descuidada de la formación vocacional: Seminarios 35
(1989) 62-63.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
57
clara: inquietud, miedo, ansiedad..; finalmente están los bloqueos
mentales: aquellos prejuicios (políticos, morales, etc.) y las ocupaciones de
mi mente durante la escucha del otro. Además está el obstáculo de la
impaciencia, la impulsividad que lleva a algunos a no permitir que el otro se
exprese; la tendencia a predicar, a proponer pequeños “sermones”; la
superficialidad que no entra en los sentimientos del otro y la tendencia a
juzgar.
3) Podemos tener muchas actitudes (respuestas) ante una persona
que nos comunica algo. Hay acompañantes que pueden caer en el error de
imponer, prohibir, persuadir y decirle a la otra persona lo que tiene que hacer
más que ayudarle a que ella misma lo encuentre. Lo importante es intentar
ponerme en el lugar del otro e intentar captar los sentimientos que hay
detrás de sus palabras, hacerce cargo de lo que el otro siente. Esto suele ir
acompañado de respuestas que sugieren una simple aceptación (“ajá,
ujú...”) con movimientos de la cabeza, el cuerpo, etc.; la reiteración (repetir
frases de importancia que el otro esté diciendo) y el reflejo del sentimiento.
Lo importante es que el otro se sienta escuchado y se perciba acompañado.
4) ¿Qué puede facilitar nuestra escucha?: caer en la cuenta de la
importancia y el valor de la escucha; tener presente que no lograremos
escuchar a los otros si antes no nos escuchamos a nosotros mismos;
escuchar y escoger con profundo respeto lo que se nos comunica. Ayuda
escuchar con toda la persona y comprender que la escucha es un arte22,
algo que se aprende, un proceso.
5) La primera tarea del acompañante espiritual es la de escuchar.
Y esta escucha va un poco más allá de la que puede utilizar el
psicólogo. Hay que trascender la realidad del sujeto y preguntarse por la
presencia de Dios en ella. La comprensión de que Dios está en nuestra
vida y nuestra realidad hace de la escucha un factor esencial.
Igualmente, el que acompaña está “afuera” y puede ver la realidad del
sujeto desde otra perspectiva e ir un poco más allá de lo que el sujeto
puede captar. En última instancia, la escucha no se limita a la persona
del acompañado. El oído de uno y de otro se dirigen principalmente a
Dios en orden a captar su voluntad.
22
“Nos han sido dadas dos orejas pero en cambio sólo una boca, para que podamos oír más
y hablar menos” (Zenon de Elea, discípulo de Parménides, siglo V a.c.).
58
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
La comunicación en la relación de ayuda espiritual
¿Cómo alguien puede creer que Dios le habla en la profundidad de sí
si nadie nunca le ha prestado atención? La comunicación se presenta
como un factor clave en la relación que se establece entre los sujetos del
coloquio. El diálogo versará sobre la vida del espíritu y aquellas vivencias
interiores -“mociones” y pensamientos- que el sujeto esté experimentando,
que ayuden a desvelar la presencia del Espíritu en él. Se extenderá por
tanto, a toda la vida de la persona (interior y exterior), dado que todo el
campo de acción del espíritu es “espiritual”: vida individual y colectiva, vida
interior y relaciones con la sociedad, asuntos explícitamente relacionados
con la fe y asuntos profanos. Los temas y contenidos de la entrevista son y
pueden ser múltiples. En su caso pueden girar en torno a estos: proceso
de maduración personal, discernimiento, etc., aunque hay que tener
presente aquellos “puntos sensibles”23 del acompañamiento espiritual: la
pregunta por Dios y su voluntad en mi vida; el acercamiento o alejamiento
a este Dios; el seguimiento de Jesús; el tema de la afectividad y sus
cauces de expresión; la relación con la gente de nuestro alrededor; nuestra
vida de oración y de acción. El papel del acompañante será objetivar lo que
va surgiendo a nivel de la vida de fe (lo que comporta su relación con
Dios), personal (relación consigo mismo), interpersonal (lo que comporta su
relación con los demás), y de la mutua interacción de estos aspectos.
1.3. Obstáculos para una buena relación
Toda relación interpersonal pone inevitablemente en juego
fenómenos psíquicos como atracción, rechazo, agresividades y
malentendidos. Así mismo, en la relación que se establece en el
coloquio de ayuda, pueden surgir diferentes aspectos que entorpezcan
el vínculo en sí y la actuación del Espíritu. No hay que olvidar que en la
relación de acompañamiento intervienen dos seres humanos y, por
tanto, hay espacio para abrir un campo intenso de afección como puede
suceder en otras relaciones interpersonales intensas y donde se ponen
en juego dimensiones profundas de la persona. Una interacción
constante de emociones, sentimientos e ideas lleva, en cada entrevista,
a una comunicación significativa entre las personas comprometidas.
23
J.A. GARCIA, Hombres y mujeres “de dos tiempos”..., 629-640.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
59
a. Las resistencias del acompañado
Llamamos resistencia a todos aquellos aspectos presentes en el
sujeto que se acompaña y que impiden que la relación que se establece
pueda dar el fruto deseado.
Giordani llama la atención al inicio de la relación sobre aquellos
sujetos que se resisten al compromiso24 ya sea a nivel consciente o
inconsciente. En el primer caso, son personas que se encuentran en
una situación incómoda para ellos, pero que a la vez recurren a
motivaciones especiales y a razonamientos torcidos para concluir que
no hay forma de salir de su situación. Por otra parte, en la resistencia
inconsciente están las personas que no tienen conocimiento de esta
fuerza interior que debilita su voluntad. Un ejemplo es la resistencia de
los seguidores de Jesús a sus exigencias: “Deja que los muertos
entierren a sus muertos...” (Lc 10, 38-42). No cabe duda de que el ser
humano tiene una tendencia a la repetición y a lo antiguo, y, por tanto,
una resistencia al cambio. Siempre es molesto tener que manifestar la
propia conciencia y los estados de ánimo, a menudo celosamente
ocultados a los demás, con el fin de ser ayudado. El acompañante
espiritual puede ayudar a que dichas personas se den cuenta de cuanto
se mueve en ellas sin saberlo y a pesar de ellas.
Surgen resistencias también en personas que se oponen a cambiar
porque temen encontrarse consigo mismas. No quieren tomar conciencia
de ciertos rasgos de su personalidad y de aceptarlos como propios. Es el
ejemplo de la proyección como mecanismo de defensa: se desplaza
sobre los otros la parte negativa que se posee. La parábola del fariseo y
el publicano (Lc 18, 9-14) es un modelo elocuente: el fariseo se presenta
como el hombre ejemplar, pero no tiene coraje de mirar dentro de sí, sino
que proyecta sobre el publicano lo que no puede reconocer como
presente en sí mismo. El problema de la proyección es que además de
apartar al individuo de la reflexión de sí mismo, lo lleva a juzgar
injustamente a los demás; es la persona que tiene la tendencia a mirar la
paja que tienen los demás en los ojos, sin reparar primero en los propios
defectos (Mt 7,3). La ayuda del acompañante espiritual irá dirigida a que
la persona se encuentre con su mundo interior y personalice su situación.
24
B. GIORDANI, Disposiciones psicológicas...
60
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
b. Libertad y afectividad en el acompañante
Anteriormente subrayábamos la libertad que se requiere por parte del
acompañante en aceptar acompañar la vida de la otra persona. Cabe
mencionar aquí otros casos que se suelen dar, pero que no contribuyen
positivamente a lo que se pretende. No pocas personas buscan ser
ayudadas para cambiar, pero sin tener la más mínima voluntad de buscar el
cambio.
1) La ayuda a una persona que no la necesita o que no la ha
solicitado25. No siempre seguimos el ejemplo de Jesús quien ante personas
necesitadas que vienen a pedirle ayuda, él les pregunta: “¿Quieres curarte?”,
o bien, “¿Qué quieres que haga por ti?”. El problema se presenta en
aquellos acompañantes que quieren ser “salvadores” a toda costa, corriendo
el peligro de bloquear desde sus comienzos procesos personales.
2) Otro caso más frecuente es el del acompañante que en el fondo no
quiere ayudar a una persona, pero se impone a sí mismo hacerlo. Las
razones de este “rechazo” o malestar hacia alguien pueden ser múltiples; lo
mismo la aceptación de dicha tarea que se considera incómoda. No hay
libertad para asumir una actitud coherente con los propios sentimientos y
convicciones. El acompañante debe conocer sus intolerancias respecto a
determinados caracteres o defectos de los demás: egoísmo, soberbia,
homosexualidad, etc.
3) También está el peligro de que el acompañante lleve al extremo su
papel, bien sea en una frialdad inamovible, bien sea con una excesiva
afectuosidad.
La frialdad indica la falta de afecto e indiferencia hacia la persona
que se ayuda. ¿Qué motivos pueden llevar a tomar esta postura? En
cada caso pueden ser diferentes: la formación, el temor a “mojarse” en
la relación, las defensas (especialmente si la persona acompañada
pertenece al sexo opuesto) y los principios morales. Obviamente, dicho
desapego afectivo puede tener consecuencias negativas en la relación
con la otra persona: sentido de abandono, desconfianza, inseguridad y
la escasa libertad que se tenga para comunicar algo. Por otra parte, la
afectuosidad excesiva también lleva sus peligros: puede ocasionar
25
B. GIORDANI, La riqueza afectiva al servicio de la dirección espiritual: Seminarios 31(1985) 50.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
61
dudas en la otra persona, o la relación interpersonal puede desembocar
en un enamoramiento. Además, cuando la carga afectiva es excesiva, la
persona acompañada puede resultar desorientada sobre qué esperar, o
crear una dependencia afectiva en la relación.
El tema de la afectividad siempre será delicado en una relación de
acompañamiento. ¿Hasta dónde implicarse? ¿Cuáles deben ser los
límites? ¿Cómo debe ser la relación? Son muchos los factores que
intervienen aquí: edad, sexo, la madurez humana, la confianza, el
estado de ánimo del momento, el asunto tratado. ¿Puede haber algún
criterio en todo esto? Corresponde al acompañante evaluar en cada
caso la intensidad y el modo de poner su propia riqueza afectiva a
disposición del sujeto.
Finalmente, no creemos que ayude para el proceso una relación
de paternalismo que pretende más proteger que ayudar a crecer en
libertad y hacer lo que Dios realmente quiere. Tampoco, una relación
demasiada lejana o demasiada cercana. Es preciso mantener un justo
equilibrio de ambas partes; hay que evaluar y respetar la cercanía
auténtica y la distancia necesaria.
c. El fenómeno de la transferencia
El campo de la psicología ofrece éste concepto para explicar lo
que ocurre entre una figura de autoridad significativa (el psicólogo, el
sacerdote, el médico o alguien que acompaña a otro) y una persona que
acude a ellos para una ayuda. Freud hablaría de “transferencia
recíproca” para recordar que la transferencia engloba a las dos o más
personas que entran en una relación y que el pasado deja huellas
emocionales que proyectan su influencia en el presente, sin que uno
tenga conciencia de este influjo.
La transferencia se refiere a un proceso en el que el acompañado,
inconscientemente, desplaza sobre su acompañante modelos de
conducta y reacciones emotivas que fueron originadas en la relación
con figuras significativas de su infancia. Hay transferencias positivas y
negativas. En la primera, se desplaza hacia el acompañante impulsos
tiernos, simpatía, afecto o la concesión de poder. La transferencia
negativa, por su parte, es la expresión de hostilidades, agresividades,
etc., también sobre el acompañante.
62
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
El fenómeno tranferencial está presente en todo tipo de relación
humana, aunque existen algunos encuentros, que por sus características
particulares, hacen que dicho fenómeno se presente con una mayor
intensidad. Entre ellas han sido especialmente estudiadas las relaciones
entre el médico y el enfermo, el alumno y el profesor. Pero no cabe duda de
que es la relación pastoral individual por su carácter de confidencia personal,
así como por los contenidos que maneja, la que se presta más fácilmente al
desarrollo de contenidos transferenciales26. A mayor intensidad emotiva en
la relación, hay más transferencia27. Así por ejemplo, un acompañante puede
quedar sorprendido ante la agresividad inexplicable con que el acompañado
reacciona ante sus indicaciones. Sin saberlo, puede proyectar en él la imagen
de alguna persona de autoridad en su vida. Se reviste al acompañante con las
cualidades de alguna figura importante del pasado y, en consecuencia, siente,
piensa y actúa respecto al acompañante como si fuera el original de esos
sentimientos.
Por otro lado, la contratransferencia supone la respuesta de la
“autoridad” a las defensas y necesidades hechas por el sujeto. Puede estar
determinadas por tres factores28: a) la historia personal del acompañante, b)
por la demanda hecha por el sujeto, y c) la presencia del factor trascendente
en la relación. Conviene que el acompañante adquiera conciencia de ello en el
acompañado y en sí mismo. La respuesta por parte del acompañado de las
exigencias transferenciales de su acompañado puede ser un obstáculo a la
relación. El factor común en toda contratransferencia es la incapacidad del
acompañante para ver el sujeto como realmente es.
El acompañante no debe olvidar su responsabilidad en la relación que
establece con la otra persona, porque “quien dirige un diálogo ejerce siempre
un influjo sobre su interlocutor; influjo que puede ser constructivo o destructivo,
de promoción o de bloqueo en el proceso de maduración. La persona no sale
nunca del encuentro como era antes de entrar en él: o mejora o empeora”29.
26
C. DOMINGUEZ, El Pastor y sus imágenes: la transferencia en el diálogo pastoral:
Proyección 23 (1976) 161. Del mismo autor: Creer después de Freud, Madrid, Paulinas,
1992, 283
27 J. BECKER, Dinámicas sexuales en las relaciones pastorales: Boletín de espiritualidad 48
(1997) 14.
28 C. DOMINGUEZ, El Pastor y sus imágenes..., 165.
29 B. GIORDANI, Encuentro de ayuda..., 75.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
63
El peligro en estos fenómenos viene dado por el no reconocimiento
de los componentes que la transferencia pone en juego, sobre todo en el
que acompaña. Estos pueden fácilmente obstaculizar la relación. El riesgo
en el vínculo es que el que ejerce el papel de facilitador no se abra
realmente a Dios, sino a sus propias necesidades. En este caso, él estará
diciendo no “lo que ha visto y oído al Padre”, sino que estará “hablando de
su propia cosecha”. Lo importante es que el acompañante tome
conciencia de su modo de relacionarse con los demás y pueda corregir su
percepción cuando sea errónea. Como veremos más adelante, la
experiencia, el entrenamiento y la supervisión ayudan a que el
acompañante detecte la presencia de dichas fuerzas en la relación que
establece con el sujeto.
2. El sujeto que es acompañado
Cada persona representa una combinación única de experiencias, y
percibe el mundo exterior de modo diferente a los demás. Cada uno tiene
ideas y emociones que son exclusivamente suyas. No hay dos personas
que tengan las mismas vivencias, aunque estén en las mismas
circunstancias. Por ello, aquí queremos hacer una delimitación muy
general de aquellas características personales que debe poseer el que
busca una ayuda para su vida espiritual. Las disposiciones que se
recomiendan al sujeto en la vida diaria coinciden, más o menos, con las
deseables para el que empieza a hacer los Ejercicios Espirituales [5].
2.1. El sujeto de la experiencia espiritual
a. La concepción de la persona
No cabe duda que según la concepción que tengamos de alguien
ello va a favorecer o no nuestra forma de ubicarnos frente a este sujeto.
El modelo de Relación de ayuda parte de una concepción positiva y
optimista de la persona que se traduce en una confianza hacia él (ella):
el hombre es bueno y busca siempre lo bueno; en lo más profundo de
su ser, todo ser humano tiende hacia el bien. El ser humano está
movido y animado por energías autónomas que lo llevan hacia la plena
realización de sí mismo, aunque a veces se requiere una ayuda externa
a fin de estimular la forma de conciencia en el cambio. Las “tendencias
positivas” del sujeto cristalizan tanto más claramente cuanto más
64
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
comprensiva y aceptadora sea la actitud de encuentro con la persona.
Este es el papel del acompañante que se inspira en la máxima
confianza concedida a las reservas humanas y espirituales del
individuo.
A la concepción del modelo de Relación de ayuda hay que
agregar la dimensión más espiritual. La persona es independiente, pero
a la vez está unida a Dios que actúa en ella. Además, aunque debe
prevalecer la confianza sin límites en la capacidad del sujeto para
resolver por sí mismo sus problemas, no hay que olvidar la dimensión
del pecado. El modelo de Relación de ayuda parece ignorar este factor.
Ignacio lo toma en cuenta desde un principio como aquel impedimento
mayor en la comunión con Dios. Su propuesta en los Ejercicios intenta
liberar a la persona de todas aquellas afecciones desordenadas que nos
impiden buscar y hallar la voluntad de Dios [1].
Ignacio quiere que toda la realidad humana se ponga en juego,
por eso pide para que “todas mis intenciones, acciones y operaciones
sean ordenadas en servicio y alabanza de Dios” [46]; no sólo la
subjetividad, sino la incidencia en la realidad que se pueda tener. Todo
debe estar enmarcado en el Principio y fundamento [23]: el mayor
servicio y gloria de Dios.
b. El potencial humano y espiritual

El acompañamiento espiritual está abierto (o lo debería estar) a todo aquel que
quiera. Ahora bien, tanto en el acompañamiento en Ejercicios como en la vida
corriente se requiere de un sujeto que facilite la misión del acompañante, así
como la actuación de Dios. Por ello es importante detectar si hay potencial en esa
persona a la que queremos ayudar, si puede ser sujeto de sí mismo y cómo está
su disposición personal. Hay que ver si este sujeto está dispuesto a encontrar la
voluntad de Dios en su vida30 y si está dispuesto a ofrecer toda su persona al
trabajo que supone buscar lo que Dios quiere para él.
Desde un principio, Ignacio ve una misión importante en el
acompañante en relación al sujeto de la experiencia. No pide un
diagnóstico del ejercitante, sus capacidades y energías, pero sí que se
30
“Hasta ahora nos habíamos preocupado más bien de hacer la voluntad de Dios; Ignacio
prefiere encontrar esta voluntad (¿Qué es? ¿Dónde está? ¿Hacia dónde se inclina?)...”.
Cf. R. BARTHES, Sade, Fourier, Loyola, Madrid, 1997, 60.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
65
valore cuándo hay o no sujeto de la experiencia espiritual [18], si se es
idóneo o no para emprender dicha experiencia. Como hemos visto, si
bien Ignacio reserva para el acompañante, por lo general, un papel
secundario (los protagonistas son el ejercitante y el Espíritu Santo), en
esta Anotación [18], le atribuye un papel principal en algunos aspectos
concretos. En toda la primera parte de la Anotación le concede la función
de formador en la fe, de maestro. En la segunda parte, su misión es más
delicada: tiene que valorar la capacidad del otro.
Por tanto, sujeto en la concepción ignaciana abarca un conjunto de
condiciones personales y vitales que facilitan o dificultan la experiencia del
encuentro con Dios31. Es alguien que sitúa su vida en la dinámica de la
búsqueda y cumplimiento de la voluntad de Dios, con capacidad de
comunicarse, de decir y dejarse decir; alguien con capacidad de resistencia y
lucha frente a las tentaciones que le puedan venir [13]; una persona
comprometida con su ser y con el presente de su vida, capaz de una opción
personal y unificada interiormente. En lenguaje de hoy, hay que ver si existe
equilibrio psicológico y madurez humana, a la vez del componente espiritual,
para emprender un camino. Dejar a una persona que se embarque en
experiencias “espirituales” un poco especiales si no tiene un psiquismo
sólido, sería exponerla a muchas decepciones.
2.2. Disposición personal
a. El grande ánimo y liberalidad inicial


31
San Ignacio es claro en concebir cómo Dios se regala y entrega en sus gracias y
dones espirituales a quien se dispone y es liberal con él, a quien no se reserva
nada para sí, ni oculta la verdad, sino que se entrega incondicionalmente a su
voluntad. Los Ejercicios espirituales hablan del grande ánimo y liberalidad para
con Dios [5] y la disposición inicial [18]. Creemos que ésta debe ser entendida
tanto para el proceso que se empieza, como hacia Dios y el que actúa como
mediador. Se requiere del acompañado que procure abrir su vida a Dios y
dejarse configurar por El, además de un trabajo personal y decidido yendo a
buscar lo que se quiere.
Hay que ver el grado de motivación que trae la persona que quiere introducirse
en la experiencia. Es necesaria también la indiferencia [21] ante la realidad que
empieza. También está aquí planteado el tema de la libertad.. Es, por tanto, una
D. MOLLA, El subiecto de la experiencia espiritual que propone Ignacio: Cristianismo i
Justicia 9 (1993) 11-15.
66
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.

libertad para hacer algo y en orden a que el sujeto se libere de todas aquellas
afecciones desordenadas que le impiden acertar en la voluntad de Dios. Porque
existen diversas disposiciones existenciales de parte de la libertad, al abordar la
experiencia: la del que es rudo y torpe, o del que meramente desea instruirse
[19], o bien del que está afectado desordenadamente por la pasión [16]. Pero
solamente una es la deseable, la del que está desembarazado de fuera y de
dentro, la del que en todo lo posible desea aprovechar la experiencia [20]. Se
trata, por tanto, de una actitud resuelta y profundamente activa, que tiene claro
que desea ofrecerle a Dios toda su libertad para que él se sirva y haga con su
vida y persona lo que desee [5].
Sin un compromiso aunque sea mínimo, el proceso puede ser un fracaso. Se da
el caso de personas que a) piden a alguien que las acompañe no por propia
iniciativa, sino aconsejadas y animadas por otras; b) acuden con fines ajenos al
camino espiritual: superar estados de ánimo angustiosos, o adquirir un mayor
conocimiento de sí mismos; c) inician un acompañamiento espiritual
parcialmente, limitándose a hablar únicamente de ciertas cosas, permaneciendo
en niveles superficiales. Se nota en estos casos que no hay una voluntad de
cambiar32: la persona no se implica ni se compromete, y con frecuencia tiende a
imputar a los demás la responsabilidad de los propios fracasos. Por ello es
menester evaluar el grado, tipo y autenticidad de motivación que posee la
persona al iniciar el proceso de acompañamiento. Y tal motivación también es
importante a lo largo del proceso, sobre todo cuando surjan las dificultades.
b. Disposiciones interiores de este sujeto
Es necesario que el acompañante conozca y se de cuenta de lo que
internamente experimenta la persona que se acerca a él. Generalmente,
este sujeto llega a nosotros con unas disposiciones personales que hay que
tener en cuenta. Es obvio que estas actitudes varían según la edad, el sexo,
el grado de experiencia adquirida, etc. Así mismo, es importante que el
acompañante potencie y posibilite estos tres aspectos.
1.
32
Necesidades de fondo, entre las que se encuentran la necesidad de seguridad
(hay que hacer que la descubra en Dios, la encuentre en sí mismo y en el
acompañante), de autonomía (no sentirse dirigido, ni en dependencia), de
comprender su propia situación (lo que vive), de eficiencia personal (sentir la
eficiencia del propio actuar, de sentirse válido), de amar y ser amado (sentirse
escuchado y aceptado). El acompañante puede ayudar a la seguridad en el
B. GIORDANI, Disposiciones psicológicas para un encuentro con el Padre espiritual:
Seminarios 31 (1985) 153.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
67
otro si él mismo vive en un estado de seguridad interior, dejando de lado el
paternalismo, el autoritarismo y toda forma de dirigir.
2.
Expectativas y derechos del sujeto, lo que espera obtener del acompañante: el
ser acogido como persona (no como una cosa), ser aceptado tal y como es (sin
ser juzgado ni llevado a algún lugar donde no quiere), ser comprendido (con lo
que vive y es), sentirse libre de poder expresarse, decidir y estar seguro del
secreto profesional por parte del acompañante. Es necesario que el que
acompaña respete, comprenda y tome en cuenta estos derechos de la
persona. Ello ayudará a facilitar el clima de confianza en la relación.
3.
Deseos de autorrealización que comportan un rechazo instintivo de toda fuente
de presión, como el proponer o imponer un modelo, esquemas culturales, o
cualquier otra actitud de dependencia. Es importante que el que acompaña
esté abierto a la novedad que surja en el sujeto y respete su necesidad de
autonomía.
2.3. Cualidades personales
No podemos dar fórmulas exactas. Remitimos a lo dicho cuando nos
referimos al sujeto de la experiencia espiritual. Ahora bien, sí conviene
hacer otras precisiones.
a. Actitud ante la vida
Es necesario que el sujeto posea una actitud fundamentalmente
positiva y de apertura ante la vida. Como hemos visto, Ignacio habla de
la disponibilidad total: la edad, el tiempo, la capacidad de búsqueda y de
trabajo personal, así como la apertura de espíritu hacia cosas grandes. Hoy,
creemos que no basta simplemente con querer recorrer un proceso espiritual
y tener alguien que lo acompañe. Es necesario buscar la ayuda y querer ser
ayudado. Para que el acompañamiento espiritual sea útil y pueda alcanzar
sus objetivos, el acompañado debe estar dispuesto a ser generoso con Dios,
resuelto a crecer en la fe y decidido a confiar en la persona a quien le ha
pedido ayuda y en la guía que éste le ofrece.
b. Motivación personal
Una actitud necesaria en el sujeto es la motivación espiritual y no
meramente intelectual para emprender un camino, así como el deseo de
llevarlo a cabo. Unido a esto ayudaría mucho una actitud de trabajo. Saber
que -aunque todo depende de Dios- tiene que esforzarse en realizar las
68
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
cosas como si dependieran de él. Otras disposiciones que favorecerían el
trabajo a realizar son: 1) La sinceridad para consigo mismo y para la persona
que le presta su ayuda. Está el presupuesto de que uno quiere conocerse a
sí mismo y está abierto a la voluntad de Dios y cumplirla; 2) La confianza en
la autoridad del acompañante y en su ayuda personal. Confianza que lleve a
una apertura de su interioridad y transparencia de su conciencia confiado en
que la otra persona le puede ayudar y en orden a acertar en la voluntad de
Dios. El que cree saberlo todo, no aprenderá nunca nada.
3. El que acompaña a otro

Son muchas las características que puede poseer el que acompaña a otra
persona. En los libros y artículos sobre este tema, se tiende a subrayar
demasiadas cualidades para una sola persona. A diferencia de la postura
tradicional en que el “padre” espiritual se mantenía alejado física y
emocionalmente del “dirigido”, en una relación impersonal en el trato, hoy se
acentúa el valor de la relación interpersonal que compromete al acompañante a
implicarse en primera persona con quien le pide ayuda. El factor determinante en
quien pretende ayudar a otro en su camino hacia Dios se halla en sus cualidades
tanto humanas como espirituales y las disposiciones específicas requeridas para
su trabajo. Queremos ahora presentar aquellas que nos parecen más
importantes.
3.1. La misión de ayudar


Hemos definido al acompañamiento espiritual fundamentalmente como una
relación de ayuda entre la persona que acompaña y la que es acompañada en
orden a buscar la voluntad de Dios. Tanto Ignacio como el método del que
partimos nos hablan de la ayuda que se puede ofrecer en el proceso de
acompañamiento. Una ayuda para responder personalmente a este Dios que se
comunica, para crecer en la intimidad con El y afrontar las consecuencias de esta
relación.
Ayudar para el modelo de Relación de ayuda se traduce en promover en el otro
algún tipo de aprendizaje. Con respecto al crecimiento espiritual, sería estimular
en el sujeto un proceso que lo lleve a un progresivo cambio en su modo de
pensar, de sentir y de obrar. Ignacio, por su parte, entiende la ayuda en relación a
hacer el bien a los demás: “ayudar a las almas”, “ayudar a los prójimos”, son
expresiones muy presentes en su vida, en sus escritos y formuladas como el
primer objetivo de la Compañía de Jesús, dirigido a ayudar a la salvación y
perfección de los prójimos. Y dicha ayuda a los prójimos nace de su experiencia
de Dios: ayudaba a los otros a encontrarse con el Dios que se le había hecho
presente en su vida. Si tuviéramos que resumir el papel del acompañante desde
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
69
Ignacio sería este: “dejar inmediatamente obrar al Criador con la criatura, y a la
criatura con su Criador y Señor” [15]; dejar que El “entre (en el alma), salga, haga
moción en ella y la traiga toda en amor de su divina majestad” [330].
a. La familiaridad con Dios
33

El acompañante espiritual no podrá ayudar a la otra persona si no se está
unido a Dios, si no le sabe escuchar y si no está abierto a su acción. Creemos
que sólo quien se siente llamado y capacitado por Dios podrá ejercer el
ministerio de acompañante. Sólo quien tiene un profundo respeto a la iniciativa
de Dios y es dócil a su Gracia podrá ayudar más eficazmente. Junto a ello, el
contacto íntimo con Dios permite hacernos cada vez más dóciles y
transparentes a la acción del Espíritu.

Es importante que el acompañante cultive una vida espiritual para poder ser
testigo del amor de Dios. La experiencia con Dios le ayudará a saber cómo El
actúa. De ello se desprende la importancia de la oración del acompañante. El
acompañamiento se apoya en gran parte en la oración. Además, la práctica del
examen completa la oración. Es tan fácil, pero a la vez tan difícil caer en la
cuenta de que se es instrumento de la acción de Dios. El acompañante será
más eficaz, cuanto más unido a Dios esté. La confianza no la pone en sus
cualidades o habilidades sino en el Señor. Sólo quien está cercano a Dios
podrá entender las palabras del Evangelista Juan respecto al Espíritu: “El les
enseñará todo y les traerá a la memoria cuanto les he dicho” (14, 26). Así actúa
el Espíritu en el acompañamiento espiritual, sugiriendo y mostrando lo que hay
que hacer. Tampoco hay que olvidar que a Dios no se le experimenta sólo en la
oración. Hay que saberlo encontrar en la vida. La unión con El empieza en lo
cotidiano y en la realidad de pobreza y sufrimiento por la que pasa mucha
gente.

Todo acompañante espiritual debe ser una persona de fe y hacer pensar en
Jesús33, dado que la tela de fondo del AE, el contexto que abarca todo el
proceso, desde el momento de la acogida hasta el final, es la fe, pues se trata
de la búsqueda de Dios obrando en el corazón del hombre; quien nunca se ha
dejado tocar por la presencia amorosa y eficaz de Dios en su vida, no podrá
ayudar a alguien a descubrir esa huella en su propia historia34. En definitiva,
todo acompañante debe transmitir algo del amor de Dios.
A. MATTHEEUWS, La direction spirituelle. Un chemin, une direction, une mission: Vie
Consacrée 69 (1997) 28.
34 D. HARBOUR, L’accompagnement spirituel, un service: Cahiers de spiritualité ignatienne 76
(1995) 269.
70
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
b. La neutralidad
El modelo de Relación de ayuda subraya la no directividad por parte
del acompañante. Este debe ser imparcial en relación con el otro,
haciéndose cargo de su realidad sin definirse crítica y valorativamente en
relación con él y lo que expresa. Es una postura en base a la cual el
acompañante se niega a orientar al otro en una determinada dirección y
evita llevar a la persona a pensar, sentir y actuar según un esquema
determinado.


35
36
En la misma línea, encontramos que la no directividad había sido formulada
anteriormente por Ignacio. La Anotación [15] nos acerca a una de las
afirmaciones más importantes sobre el papel secundario y neutral del
acompañante, dado que la unión con Dios se traduce en dejar que El actúe sin
intervenir suplantándolo en el proceso. El que acompaña “no debe mover al que
los recibe..., buscando la divina voluntad.., no se decante ni se incline a la una
parte ni a la otra; más estando en medio como un peso...” [15], como el fiel de la
balanza. Si me inclino en algún momento, que sea para seguir lo que sienta como
más inclinado hacia la gloria y la alabanza de Dios. De ello mismo habla Ignacio
al plantear el tema de la elección. Para buscar y acertar en la voluntad de Dios, el
que elige debe estar en medio “como un peso” [179]; se pide una total
indiferencia.
Se trata de mantener un equilibrio entre la distancia y la excesiva cercanía que
favorezca el encuentro del otro con Dios y el reconocimiento de la iniciativa del
Espíritu. Por ello hay que hablar de una neutralidad activa en cuanto a valores
religiosos, morales y sociales, es decir, no “dirigir” desde un marco de referencia
personal. No hay que decirle al otro desde fuera y en nombre de Dios lo que tiene
que hacer como voluntad divina, sino en ayudarle a escuchar la voz interior de
Dios que habla en él, ahogada por las múltiples voces de nuestro tiempo35. El
faciacilitador del proceso es llamado a la más radical indiferencia; tiene que poner
a su acompañado correctamente ante Dios, libre de todo condicionamiento, para
dejar que sea El mismo quien actúe “inmediatamente” [15]. Es esta la “regla de
oro” de la conversación espiritual ignaciana: conversar con los hombres para
llevarlos al diálogo directo con Dios36. Por tanto, su papel es de no directividad, ya
que no induce al otro a nada, ni le exhorta, ni tan siquiera moraliza. Su gestión no
se identifica con la de un confesor [17]. Por ello no debe querer saber ni indagar
en la vida, ni los pensamientos, ni los pecados del que se ejercita. Por encima de
todo está la libertad del individuo; él es el único responsable de sus acciones.
D. RESTREPO, “¿Dirección espiritual o dirección del espíritu?”..., 42-66.
D. RESTREPO, Diálogo... , 79.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
71
Como hemos visto, la relación entre el acompañante y el que es acompañado
está marcada por una necesaria referencia a un tercero, Dios mismo. Su
propósito y su gozo consiste en lograr que quien se ha confiado a él se abra a
Dios y, una vez logrado, retirarse y dejar, como el amigo al esposo “al Creador
con su criatura” [15].
Son varias las formas en que expresa la actitud directiva y las que
hay que tratar de evitar: hacer preguntas que orienten el relato hacia la
dirección deseada por el acompañante; expresar en seguida el propio
parecer sobre el problema, de manera que se condiciona a la persona
en la valoración de sí misma; ofrecer líneas de solución partiendo de la
propia mentalidad; desviar o bloquear algún tema que no interesa al
acompañante o que le crea dificultad o ansia, entre otros.

Finalmente, creemos que al aplicar las actitudes del modelo de Relación de
ayuda al acompañamiento espiritual, es necesario añadir una cierta
“directividad”37 con tal de que se respeten las opciones profundas del
acompañado y la iniciativa de Dios. El acompañamiento espiritual demanda cuando la situación lo requiera- informar, preguntar, sugerir. A esto también
apunta Ignacio al referirse al papel del que acompaña: debe preguntarle al otro si
hace los Ejercicios, qué le ocurre en ellos, sus “mociones”, etc. Desde el respeto,
debe indagar, averiguar [6], animar, consolar, orientar, prevenir [7] y pedir ser
informado de los movimientos interiores [15]. A él le toca alargar o prolongar una
semana determinada [4] según lo que vaya acaeciéndole al ejercitante.
c. Objetivar un proceso, ayudar

37
Al hablar de la Autobiografía, hemos visto la fuerza e importancia que tenía en
Ignacio la Ayuda a los prójimos. También en los Ejercicios nos habla de “dar
ánimo y fuerzas” al otro para adelante, y “cuanta ayuda” se le puede brindar al
que hace los ejercicios [7,14]. Se trata de Ayudar a que se produzca esa
experiencia directa de Dios, o como afirma Rahner, “el director de Ejercicios se
limita a ofrecer (si puede) una pequeña ayuda con objeto de que Dios y el
hombre puedan realmente encontrarse de un modo directo”38 [15], dado que Dios
puede y quiere tratar de un modo directo con su criatura y que el ser humano
puede realmente experimentar cómo ello sucede. Esa fue la experiencia de
Ignacio en su vida, la inmediatez de la experiencia de Dios, insustituible por nada,
ni por nadie.
Aclaramos que la no directividad no significa ausencia de todo influjo sobre el ayudado. Es
más bien un compromiso por “caminar juntos” que compromete a ambas personas.
38 K. RAHNER, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuita de hoy, Sal Terrae, 1990, 9.
72
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.



Así pues, el “desde dónde espiritual” del acompañante se resume en estas dos
palabras: desde fuera (extrínseco) y como ayuda. Ignacio ve necesaria una
presencia humana de ayuda para la experiencia del encuentro directo con Dios y,
al mismo tiempo, la sitúa en un papel extrínseco a esa experiencia. Dicho con
otras palabras, tanto el acompañante como el acompañado se sitúan mirando al
mismo punto: la experiencia transformadora de la comunicación directa de Dios.
La iniciativa la tiene Dios y el acompañado.
El acompañante ejerce una función diaconal en el proceso de acompañamiento
que habilita a la persona a que preste atención a la experiencia de Dios en su
vida. “Mucho debe mirar la propia condición y subiecto, y cuanta ayuda o estorbo
podrá hallar en cumplir la cosa que quisiese prometer” [14]. Se trata, por lo tanto,
de acompañar un proceso interior, no de suplantarlo. Pero, ¿ayudar a qué? a) a
vivir una vida interior vigorosa y lúcida en la que haya oración y examen de la
oración y que capacite para captar los sentimientos, mociones y las diversas
agitaciones espirituales que se dan al interior; b) a integrar y personalizar los
elementos de la vida que favorezcan la libertad en la relación con Dios y los
demás; c) a seguir adelante a pesar de las dificultades de la vida y las propias
limitaciones personales39; d) a que la persona pueda mejorar su relación con
Dios, consigo misma y con los demás. En definitiva, una ayuda que facilite a la
persona la escucha y la lectura de la llamada que Dios le hace en los
acontecimientos diarios. Se trata de ayudar a que en el corazón del acompañado
se desarrolle unos sentidos espirituales que permitan sentir y gustar la realidad
divina en lo más profundo del corazón.
Es una relación de ayuda que actúa en beneficio de toda la persona. A los
principios del método de Relación de ayuda hay que agregar los de naturaleza
teológica. Que Dios llama a cada hombre y opera en él. Por tanto, ayudar a una
persona en su camino espiritual debería llevar a ponerla en disposición de
escuchar esa llamada y de colaborar con la acción de Dios. En consecuencia, no
sólo corresponde al acompañante espiritual “ver” o “descubrir” en el otro la
intervención de Dios, sino, en primer lugar, crear las condiciones que favorezcan
que la persona vea y tome conciencia de esa realidad.
3.2. Cualidades personales: con respecto a sí
¿De qué depende la eficacia que el acompañante pueda tener en
su misión? Depende de muchos factores según personas, tiempos y
lugares. Ahora bien, suponemos que la eficacia de los resultados
dependen de la Gracia de Dios, las disposiciones que posea la persona
39
D. MOLLA, El acompañamiento en los procesos de formación: Sal Terrae 82 (1994) 745-748.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
73
que pide ayuda, la situación ambiental en que se de la entrevista y la
experiencia, habilidades y preparación del acompañante, entre otras. Tan
importantes son los conocimientos de teología como los de psicología40 y
de las técnicas de diálogo pastoral convenientes para la entrevista y la
relación humana en general. Pero, ninguno de estos conocimientos suplirá
el don del Espíritu Santo.
a. Conocimiento de sí mismo


Ignacio no afirma explícitamente esta característica del que acompaña a otro,
pero creemos que la da por supuesta. Por nuestra parte la consideramos
fundamental. ¿Quién soy? ¿Qué cosas hay en mí que pueden facilitar o no el
proceso con la persona que acompaño? Es importante que el que acompaña a
otro no ponga -“sólo”- su confianza en sí mismo y en sus propios recursos, sino
en la acción del Espíritu y en el potencial del ejercitante; se le pide que
desaparezca él mismo, que sea tan sólo una ocasión que favorezca la actividad
personal del acompañado, aunque sin caer en un esquematismo frío. Es más
fuerte el Espíritu que el alarde de cualidades por parte del acompañante.
Unido a este conocimiento creemos importante la aceptación de sí mismo. Se
puede saber mucho y poseer una gran experiencia, pero a la vez mantener una
pobre confianza en uno mismo. Ello puede ser un factor negativo en el proceso
de acompañamiento. ¿Cómo lograr dicho conocimiento personal? Puede ser
facilitado bien por la relación con alguna persona preparada en el campo en que
se mueve, bien por medio del estudio personal. Rogers presupone una lista de
preguntas para estimular la auto-evaluación41: ¿Qué puedo ser yo tal que los
otros me perciban como persona digna de crédito, de garantía, estable en un
sentido profundo? ¿Puedo yo, como persona, ser tan expresivo que me
comunique de modo inequívoco? ¿Puedo entregarme a experimentar actitudes
positivas hacia esta persona: actitudes de cordialidad, cariño, solicitud, interés
y respeto? ¿Puedo ser obstinadamente respetuoso de mis propios sentimientos
y de mis propias necesidades, tanto como de las suyas?
b. Preparación adecuada
El acompañante debe poseer una serie de capacidades que le
faculten en su misión de ayudar a los demás. Creemos que son
importantes los conocimientos de la tradición cristiana, de la Sagrada
T. KALAM, The role of spiritual guides from a psychologist’s point of view: Journal of Dharma 5
(1980) 268-269.
41 C. ROGERS, El proceso de convertirse en persona..., 55-60.
40
74
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
escritura, del magisterio eclesial, así como de los Ejercicios espirituales,
más una base de la psicología humana, entre otros. Ciencia
(preparación doctrinal sólida), discreción (saber buscar la fuente de los
movimientos interiores para dictaminar de qué espíritus provienen) y
experiencia, son los factores que exige San Juan de la Cruz para ser un
buen director de conciencia42. En este sentido, desde la praxis de
Oriente sobre el papel del “Padre espiritual”, hasta Ignacio de Loyola, se
han enfatizado cuatro prerrogativas para que uno pudiera ser elegido
“padre”: la ciencia de Dios, el discernimiento, el conocimiento del
corazón humano y, la capacidad de transmitir la palabra. Creemos que
estas y otras características siguen siendo hoy válidas para el que acompaña
a otro.
1. La Teología. No podemos dar aquello que no tenemos ¿Cómo puede
alguien conducir a otro a Dios, si él mismo no tiene un conocimiento
suficiente de Dios, si no es “teólogo”? El conocimiento de Dios se
consigue en el estudio de la teología y por medio de la experiencia.
El acompañante debe poseer conocimientos de la teología y de la
tradición espiritual de la Iglesia cristiana, así como de la Sagrada
escritura. El acompañamiento espiritual versa sobre la relación de una
persona con Dios y sobre las ramificaciones que esa relación tiene en la
vida. De eso trata una buena parte de la teología y de la tradición
cristiana43.
2. El discernimiento. El que acompaña espiritualmente a otro debe
conocer el modo de ser del Espíritu para poder ayudar a discernirlo y
discernir lo que pasa en el otro.
La metodología ignaciana sigue siendo tan válida hoy como hace
siglos. Las Reglas que propuso son de una utilidad y vigencia absolutas
en cualquier proceso de acompañamiento espiritual. En el fondo del
discernimiento de espíritus está el presupuesto básico de que se está
librando una batalla por el corazón entre las fuerzas del bien y del mal,
42
J. CASERO, El director espiritual al servicio de la acción del Espíritu Santo: Teología
espiritual 35, (1991) 245-250.
43 D. LONSDALE, Ojos para ver, oídos para oír. Introducción a la espiritualidad ignaciana: Sal
Terrae, 1992, 146.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
75
entre Dios y el demonio, que es “el enemigo de natura humana”44.
Ignacio está convencido de que Dios actúa con el hombre y la mujer de
una forma personal; por ello si no se producen movimientos internos en
el sujeto, hay que sospechar que algo no funciona bien. El
acompañamiento espiritual debe ayudar a la persona a crecer en su
comunicación con Dios y en su capacidad de discernimiento. De aquí que
el método o procedimiento ordinario que sigue el acompañamiento sea
el discernimiento45. El acompañante ayuda al sujeto a observar e
interpretar los movimientos y cambios significativos de su experiencia
diaria. Su trabajo consiste en colaborar con la persona para que ella
descubra la acción del Espíritu en sí misma y ayudar a esclarecer la fuente
de esa llamada. De aquí que lo más importante para él es haber recibido
el don del discernimiento.
3. Leer los corazones humanos. Es importante tener un
conocimiento de la otra persona para poder ayudarle. Es hermoso leer
el corazón del otro como en un libro abierto. Pero es igualmente bello que el
otro nos lo abra por sí mismo, revelando sus pensamientos.
Esta intuición se refiere a la prontitud con que a través de signos
discretos el acompañante capta inmediatamente lo que se quiere decir. Es la
empatía que logra captar y entender muchas cosas de las cuales el
acompañado no se ha dado cuenta. Esta es una de las cualidades que hoy se
exigen a todos los que de una forma o de otra han de ayudar a otros: la de
saber conocer y tratar a las personas.
Ya subrayábamos en la primera parte de este trabajo la importancia que
tiene para el acompañante el poseer algunos conocimientos de psicología
humana, adquiridos por la experiencia con personas y también por medio del
estudio. Esto ayudará a que pueda reconocer en el acompañado los
problemas psicológicos cuando se producen y evitar así el peligro de
confundirlos con problemas “espirituales” e intentar aplicar una solución
equivocada. Ayuda también al acompañado a comprender la relación entre lo
psicológico y lo espiritual en la vida y en el desarrollo humano, a reconocer los
límites de su propia competencia, y a tener la honestidad de remitir al dirigido,
si es necesario, a una ayuda psicológica profesional.
44
45
J. O’MALLEY, ob.cit., 61.
C. CABARRUS, C. La mesa del banquete..., p. 73. Cf. J. LEWIS, ob.cit., 60-61.
76
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
4. La capacidad de comunicar la experiencia de Dios. La facultad del
acompañante está en su capacidad de decir una palabra, pero no cualquier
palabra, sino la que dice el Espíritu Santo. Aquí también cobra realidad el
supuesto ignaciano de que Dios quiere comunicarse con nosotros.
Ningún ciego puede guiar a otro ciego, ni nadie da nada que no
posea. Se espera que el acompañante también experimente a Dios y que
posea una vida espiritual intensa. Esto es claro en un proceso de
discernimiento. Al observar los caminos del Señor es necesario
comunicarlos al acompañado para que éste también se dé cuenta de ello.
c. Deseo de ser ayudado

A acompañar se aprende acompañando. Parece de sentido común, y es
aconsejado por los grandes maestros, la necesidad de conferir o contrastar con
una persona más experimentada la forma de realizar el servicio de ayuda, sobre todo
al principio.

Mucho le ayudaría al que acompaña a otro poder contar con otra persona
experimentada para objetivarse en cuanto a su modo de ayudar a otro. Es
necesario revisar de vez en cuando cómo nos sentimos y cómo trabajamos, así
como las dudas y dificultades que encontramos en nuestro trabajo. Se puede
estar dotado de mucha intuición, experiencia y grandes conocimientos, pero el
reconocer que no somos perfectos y que algún “otro” me puede ayudar es una
actitud tremendamente humana. Por ello, la supervisión a intervalos regulares
ayudará al acompañado a tomar conciencia del modo cómo emplea sus recursos
humanos y espirituales. Esto le facilita comprender mejor su estado de ánimo y le
lleva a evitar el fácil error de alterar los mensajes que le son comunicados o de
proyectar sobre los otros deseos o necesidades propias que él rechaza.
3.3. Disposiciones esenciales: con respecto al acompañado
a. Características personales
El acompañante puede tener muchas características personales.
Si tuviera que resumir las que me parecen más importantes, me
detendría en las siguientes seis características:
1.
La docilidad y cooperación con el Espíritu. Lo hemos ido subrayando a lo largo
de este trabajo. Es importante que el acompañante tenga la experiencia de ser
un instrumento de Dios y que el Espíritu actúa por medio suyo. El no es más
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
2.
3.
4.
5.
6.
77
que alguien que, al igual que Juan el Bautista, señala a Jesús 46. Y, al igual que
el Bautista, tiene que ir disminuyendo para que el acompañado crezca y el
Espíritu en él.
La gratuidad. Para acompañar, hay que aprender a ser gratuito y dejar espacio a Dios
para que trabaje. Hay que saber estar y retirarse cuando es menester realizarlo.
El servicio. El acompañamiento es un servicio delicado: de la paciencia y de la
donación de uno mismo en favor del otro. Y un servicio humilde, generoso y
desinteresado, sabiéndose no protagonista de nada. Un servicio como el de Jesús
que se pone a los pies de sus discípulos.
La sociabilidad. Es la apertura a los otros y la posibilidad de relacionarse
interpersonalmente. Debe poseer una facilidad de tratar con otras personas, como una
forma que va más allá de la tarea a realizar o el mero deber.
La madurez psicológica y espiritual. Es necesario que la persona esté libre de
cualquier trastorno mental o dificultad seria en su vida espiritual que le impida realizar
su misión de una forma adecuada o que pueda hacer daño al otro.
Respeto a los tiempos y momentos de la persona. El ritmo del acompañado no es
siempre el que quisiéramos. Pero el ritmo lo determina él y/o Dios. El crecimiento
espiritual requiere tiempo y muchas veces se da en el silencio de la acción y de la
vida.
b. Actitudes básicas

¿Cuáles son aquellas disposiciones interiores que el acompañante debe cultivar
en sí mismo para cumplir su misión de ayudar con mayor eficacia? En lo posible,
debe ser él mismo frente al otro (genuino), aceptarlo como persona sin poner
condiciones (aceptación incondicional) y entrar paso a paso en su mundo interior
(empatía) 47. Lo importante en la Relación de ayuda no son las técnicas que se
utilicen, ni las habilidades y conocimientos que se posean, sino las actitudes que
se utilicen y cómo se es frente a la realidad del sujeto.
1. La empatía. Se trata de sentir-en, sentir-desde dentro. Es la
capacidad de ponerse en el lugar del otro, de ver el mundo como él lo
ve.
No se trata de algo intelectual, sino de sensibilidad, capacidad de
“resonancia” y disposición para despojarse de los propios esquemas
46
47
J.A. GARCIA, Hombres y mujeres “de dos tiempos”..., 636.
He aquí enunciada la “tríada” de Rogers que debe animar a quien pretende prestar una ayuda
a otro. Cf. C. ROGERS, Psicoterapia centrada en el cliente, 1966. Cf. GIORDANI, Relación de
ayuda ..., 86-96.
78
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
para ponerse en los del otro. Se está comprendiendo empáticamente a
la otra persona cuando se percibe sus sentimientos y significados
personales, en cada momento, “desde dentro” como el otro los ve, y
cuando se comunica algo de esa comprensión a la persona. No basta
simplemente con que creamos que hemos comprendido a la otra
persona. Hay que esforzarse por hacerle ver que la hemos entendido. Sólo
en un clima de empatía pueden resultar eficaces los consejos, sugerencias y
orientaciones que se den al acompañado.
2. Consideración positiva y afectuosa. Significa aceptar a la persona
que se pretende ayudar, con todo su presente, su pasado y su futuro, con su
modo de expresarse y de vivir, sin reservas y sin juicios de valor. Reconocer
que cada uno es responsable ante Dios y ante sí mismo de su propia vida.
Significa también el calor en la relación en que la otra persona percibe
la sensación de ser aceptado y respetado. Creemos que si el acompañado
no es aceptado y respetado como es, el acompañamiento puede
bloquearse. Los aspectos involucrados en esta aceptación son: la ausencia
de juicio moralizante sobre la persona del ayudado y el respeto; la confianza
y consideración positiva de su persona: fiarse del otro, de sus recursos para
afrontar su situación; la acogida de toda su persona, particularmente de su
mundo emotivo, y la cordialidad en el trato. Esto lleva a crear una atmósfera
de seguridad y a vencer miedos y barreras iniciales. La aceptación
incondicional que Jesús tuvo con Zaqueo, con la Samaritana y el buen
ladrón son buen ejemplo de lo que queremos decir. El se limita a acoger, a
demostrar confianza y a amar; no discute, no juzga, no reprocha, sino que
ayuda a estas personas a tomar mayor conciencia de su situación48. Hay
dos momentos en la actuación del acompañante espiritual49. El primero de
acogida, que es el caldo de cultivo para todo lo que ha de venir después. El
segundo, cuando el acompañado se siente plenamente aceptado y
comprendido, puede venir el consejo, la sugerencia..., que entonces caerán
en terreno abonado.
3. Congruencia. Disposición del que acompaña para consigo
mismo, que consiste en la coherencia entre lo que él es, piensa, siente,
48
49
B. GIORDANI, La riqueza afectiva al servicio de la dirección espiritual: Seminarios 31 (1985) 54.
J. ORTIGOSA, La relación de ayuda: perspectivas psicológicas de la entrevista pastoral: Sal
Terrae 73 (1985) 403.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
79
vive y expresa. Es la capacidad de ser él mismo en la relación, auténtico
y sin máscaras.
La autenticidad implica un buen conocimiento de sí mismo y una
sintonía entre la verdadera vivencia o sentimiento, la conciencia de la
misma y su manifestación exterior. Sólo mostrándome tal cual soy
puedo lograr que la otra persona busque exitosamente su propia
autenticidad50. Si el acompañante es auténtico será capaz de establecer
una relación genuina consigo mismo, con los demás y también con
Dios. La congruencia se traduce en renunciar a prestar ayuda a
determinadas personas que despiertan un rechazo en el acompañante u
otros sentimientos negativos, o su realidad desborda lo que se puede
hacer.
El aporte de Ignacio
La actitud de respeto y delicadeza hacia la otra persona y a la
acción de Dios la demanda Ignacio en los Ejercicios cuando afirma que
el acompañante no debe mover (dirigir) a la otra persona, ni inclinarse a
una parte ni a otra, sino dejar que Dios actúe [15]: se respeta la libertad
del acompañado. Se debe también mirar la condición del sujeto [14] y la
adaptación a cada uno según su disposición personal [18]. Ignacio
recomienda que el acompañante se entere de la disposición del
ejercitante y que no le dé lo que no puede descansadamente llevar.
Todo respeto supone aceptación51. No es posible respetar si no se
acoge y acepta a la persona tal y como es. Acompañante y
acompañado deben aceptarse mutuamente no sólo en el papel que a
cada uno corresponde en la relación sino en aspectos concretos de
carácter, estilos personales y enfoques teológicos. Tal vez a esto
apuntaba Ignacio con el conocido Presupuesto [22]: hay que ser más
pronto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla. Además,
para poder respetar y aceptar se precisa un conocimiento íntimo que
vea la realidad del otro desde dentro, como si se fuera el otro. En
Ejercicios corresponde al acompañante el esfuerzo mayor de
50
G. LIETAER, La autenticidad del terapeuta: Congruencia y Transparencia: Revista de psicoterapia
5 (1989) 41.
51 El respeto lo traduce Ignacio en lo que la otra persona representa, porque "cada uno
debe procurar reconocer (a Dios nuestro Señor) en el otro como en su imagen". Cf.
Const, [250].
80
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
penetración en la interioridad de su acompañado. Y a éste corresponde
actuar con una transparencia espiritual que permita a su acompañante
este conocimiento. El conocimiento interno lo es también de Jesús [104]
y de tanto bien recibido [233].
Ignacio apunta a que la tarea esencial del acompañante debe ser
facilitar la comunicación directa del acompañado con Dios, para que sus
mociones puedan ser claramente percibidas. Su intención es centrar a
la persona en los movimientos del Espíritu que se dan dentro de ella,
liberándola, en cuanto sea posible, de influencias externas, para permitir
el acceso de la libre comunicación entre ambas. En definitiva, se trata
de ir ayudando a la persona a que se ponga en contacto con su ser más
profundo: con ese Dios que actúa en su interior, de tal manera que
pueda “sentir y gustar las cosas internamente” [2].
Por otra parte, la actitud de empatía la encontramos en las
anotaciones [6], [7] y [17]. El que acompaña tiene que tomar en cuenta
los estados afectivos del ejercitante (consolación o desolación). Si el
sujeto está desolado, no hay que ser duro ni desabrido, más bien suave
y blando, dándoles fuerzas y ánimo [7]. El acompañante debe entender
a fondo a su acompañado: “mucho debe mirar la propia condición y
sujeto” [14]. Se debe de tener una especie de sintonía afectiva para
poder captar lo que el otro vive en torno a sus mociones. Lo
fundamental aquí es el trato con la persona según cómo se encuentra.
c. El método propuesto
Al principio de esta tercera parte subrayaba algunos factores que
hay que tener presente al inicio de la relación de acompañamiento para
que éste tuviera lugar de una forma adecuada. Ahora, queremos
presentar una propuesta formulada por el modelo de Relación de ayuda
a partir de las funciones del acompañante a lo largo del proceso. Sólo
quiere ser una ayuda para favorecer la relación que se establece y lo
que el acompañante quiere buscar.
Como hemos visto, uno de los primeros en sistematizar y aplicar la
metodología de la Relación de ayuda al acompañamiento espiritual fue
Giordano Bruno. Este autor presentó un modelo, articulándolo en cuatro
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
81
momentos52, caracterizados por la presencia e intervención del que
acompaña. Esto es: a) acoger y prestar atención a la persona que intenta
exponer una situación suya de conciencia; b) facilitar la narración con
intervenciones adecuadas y que estimulen la auto-exploración; c)
responsabilizar en primera persona ayudándole a comprender y aceptar su
vida; d) estimularlo a asumir personalmente un compromiso gradual para con
lo que se busca.
Teniendo esta propuesta como referencia, nos parece más importante
exponer y ampliar la reformulación que para el campo espiritual hizo del
modelo de 1980 de Carkhuff el jesuita Joaquín Fuster53, subrayando las
habilidades del facilitador como factor esencial en el proceso de
acompañamiento y crecimiento personal. Las etapas son cinco, desde el inicio
hasta el final del proceso: acoger, responder, personalizar, iniciar y evaluar. El
modelo intenta llevar a la persona a una toma de conciencia de sí misma,
suscitar el sentido de responsabilidad, agudizar el deseo de superar las
dificultades y tomar decisiones prácticas para un compromiso decidido54. El
acompañado avanza a su propio ritmo. Además, las etapas están
relacionadas entre sí: una lleva a la siguiente. Todo quiere ayudar al sujeto
desde donde se encuentra y en manera alguna forzarle, permanecer o
avanzar a donde el acompañante le gustaría que estuviera.
En la exposición de este modelo, nos parece importante ir resaltando
el aporte de Ignacio. Su método se basa en los Ejercicios espirituales. En
el se ofrece al acompañante múltiples sugerencias (Anotaciones,
Adiciones, Notas) para ayudar al ejercitante. A su vez, los medios que
propone Ignacio son ayudas para crear en el sujeto un doble clima
personal (interior y exterior) que facilite el encuentro con Dios55. Por
52
B. GIORDANI, Una nueva metodología..., 156-160.
Las obras más importantes de J. FUSTER: Helping in Personal Growth (1974),
Personal Counselling (1988). En su libro Growing in Christ (1981) aplicará la relación
de ayuda al crecimiento espiritual. Una concreción de lo anterior en su artículo:
Acompañamiento espiritual y crecimiento personal en la dinámica de los Ejercicios
espirituales (1991).
54 J. FUSTER, Cómo potenciar la autorrealización, Bilbao, Mensajero, 1977, 77.
55 No hay que olvidar que las Anotaciones son “para ayudarse así el que los ha de dar,
como el que los ha de recibir” [1] y así todas las propuestas que encontramos en el
librito de los Ejercicios; son medios pedagógicos, ascéticos y psicológicos. Cf. I.
53
82
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
ejemplo, le pide al acompañante que dé puntos breves [2] de meditación, a
la vez le urge a que “interrogue” al sujeto [6]. También tiene que prevenir a un
ejercitante sumamente consolado [14] y dejar que Dios actúe [15].
Las fases del modelo son:
E T A P A S
Preparatoria
Subsiguiente
1º
2º
3º
4º
5º
Acompañante: Acoger
Responder
Personalizar
Iniciar
Evaluar

Acompañado: Presta
Autoexploración
Atención


Autocomprensión


Acción
Darse
Cuenta
1. Acoger
Objetivo
Es la etapa inicial que se facilita con el saludo, la delicadeza, la
bondad, etc. Es clave en toda relación interpersonal y muy en especial en el
acompañamiento espiritual. Una buena acogida establece las bases de la
relación humana y la condiciona para el futuro, ya que no es necesario saber
todo sobre la persona acompañada, pero debe sentirse acogida por nosotros
con toda su historia de vida. Se acoge a la persona para animarla a
interesarse en el proceso. En definitiva, se quiere lograr crear unas
condiciones por medio de la atención física, la observación y la escucha que
posibiliten que el otro se sienta protegido. La acogida lleva al acompañado a
interesarse en la situación por la que ha venido. Por ello es importante la
atención (dar la bienvenida, motivar), la cortesía (el saludo, la delicadeza) y
la escucha.
Aporte de Ignacio
Énfasis en el proceso que el sujeto va a vivir y la acción de Dios. Es
detallista en cuidar la entrada en Ejercicios y la entrevista inicial que ayude a
desvanecer temores en el ejercitante a la nueva experiencia y que posibilite
IGLESIAS, Elementos instrumentales de la experiencia de ejercicios gnacianos:
Manresa 60 (1988) 245.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
83
un ambiente de confianza mutua. Los pasos que da el acompañante
(proponer unos puntos, modo de habérselas en la oración, los modo de
proceder...), pretenden facilitar esta acogida.
Ignacio consideraba conveniente que el ejercitante se sintiera cómodo
con el que le iba a dar los Ejercicios espirituales. Los Directorios insisten en
el primer encuentro entre el acompañante y el ejercitante como decisivo para
relaciones futuras entre ambos. Hay que ganarse su confianza y al mismo
tiempo darle ánimos para que empiece con alientos la tarea a iniciar.
2. Responder
Objetivo
El acompañado devuelve al sujeto lo que le parece haber percibido del
mensaje, tanto verbal como no-verbal, lo que ha asimilado. Responder a los
sentimientos y contenidos de lo que expresa el acompañado para facilitar la
autoexploración y autorrevelación de su mundo interior. Se trata aquí de
reflejar y clarificar el mundo interno del sujeto, tal y como él lo va
expresando. Cada respuesta del acompañante le ayuda a darse cuenta si va
captando lo que el otro le va sugiriendo y a crear en él un sentimiento de
confianza y de sentirse escuchado. Hay que aclarar los sentimientos que se
experimentan y la razón de ellos56. El movimiento se da, por tanto, a partir de
una reformulación y reflejo del sentimiento que surgen en el coloquio de tal
forma que el sujeto los pueda reconocer como propios y descubrir los
aspectos nuevos. Se quiere ayudar al acompañado a comprender dónde se
encuentra dentro de su propia realidad. El objetivo es, por tanto, entrar en el
marco de referencia del sujeto en orden a comprender lo que está viviendo
en el aquí y ahora de su experiencia57, queriendo estimular una
profundización en ésta vivencia.
Aporte de Ignacio
Ignacio insiste en la exploración de varios modos: en el Examen
general cuando se refiere a los tres pensamientos presentes en toda
persona, el mío, el del Buen y mal Espíritu [32] y en el conocimiento interno
de los pecados y el desorden del mismo [63], del Señor [104], y de tanto
bien recibido [233]. Ignacio no se queda en la superficie, sino que busca
56
57
J. FUSTER, Growing in Christ, Bombay, St. Paul, 1981, 154.
J. FUSTER, Personal counselling, Bombay, St. Paul, 1988, 124.
84
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
penetrar en el fondo de todo ser humano. Creemos que aquí está la clave
del proceso que emprende el acompañado en su búsqueda de la voluntad
de Dios. Este tiene que pasar por una profundización en el conocimiento
interno de Cristo. No hay experiencia religiosa sin este proceso de
interioridad.
Los postulados de Rogers y Carkhuff tienen como base esencial de la
relación de ayuda el comprender los sentimientos del consultante y sus
causas. Y esta comprensión tiene que ser comunicada al sujeto y aprobada
por él. Lo mismo Ignacio: estaba convencido de la importancia de
comprender los estados afectivos del ejercitante para darle la correcta
orientación en su vida espiritual. Para ello formuló las reglas para discernir
los espíritus [313-336]; parece que en los Ejercicios son más importantes los
sentimientos que las ideas [2]. No cabe duda que es más fácil ayudar a la
otra persona entendiendo sus estados afectivos que su pensamiento. La
idea es quitar de sí todos aquellos impedimentos (afecciones) que impiden la
relación con Dios.
Además, Ignacio utiliza experiencias afectivas humanas para crear en
el ejercitante los sentimientos que le ayudarán a conseguir su objetivo. Estas
están formuladas en las Adiciones [73-90] que muestran la importancia que
él le daba a la vivencia de los sentidos para conseguir experiencias
espirituales enriquecedoras. Es importante crear un clima psicológico interno
y externo que favorezca el encuentro con Dios. Por eso se le presta
atención a todo lo que la persona le afecta: el mundo del sueño y del
inconsciente, a la imaginación, a la entrada y salida del encuentro con Dios
en la oración, al cuerpo, a los gestos, a la luz, a la ambientación climática,
hasta a la organización del tiempo58. El sujeto ignaciano concede una gran
importancia a la corporalidad, a los deseos y al sentir, gustar, oler y tocar [6670].
3. Personalizar
Objetivo
Capacitar al acompañado para comprender dónde se encuentra
respecto a dónde quiere estar y qué meta se propone alcanzar. Se
personaliza el problema (es nuestro, no de otro, hay que asumirlo) y la
58
M. TEJERA, Para adentrarse en la experiencia de los Ejercicios: las adiciones [73-81]:
Manresa 69 (1997) 119.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
85
meta (dónde estamos en relación con lo que queremos lograr). Se quiere
que el acompañado reconozca su parte en el problema que está tratando
y lo haga suyo. Por ello, se le ayuda a tomar conciencia de su contribución
a dicho problema; a asumir responsabilidad por lo que está haciendo o
dejando de hacer; y a cambiar la conducta defectuosa en un objetivo a
alcanzar. El objetivo es que la persona llegue a una autocomprensión de
su situación y la asuma como parte de su vida. Además, la personalización
posibilita que el problema se interiorice, se haga personal y no se vea
fuera, sino dentro, me pertenece y depende de mí el cambiarlo.
Aporte de Ignacio
Se personaliza la conducta y el objetivo. En el primer caso, Ignacio lo
parece reflejar en el tercer ejercicio de la primera semana de los Ejercicios
[63], invitando al ejercitante a que acepte su conducta defectuosa y asuma
responsabilidad por ella. Es mejor ver el pecado “fuera”, en otro, que en
uno mismo. Es muy común echar la culpa a los demás de lo que nos está
sucediendo por medio del mecanismo de la proyección. El pecado es algo
interno que tiende a ocultarse, proyectarse o justificarse. Por ello Ignacio
ahonda a un nivel psicológico-afectivo. La idea es que el sujeto se dé cuenta
de que el pecado es suyo y le pertenece. En la medida en que nos hagamos
consciente de él, en esa medida podemos cambiarlo.
La personalización del objetivo se presenta en los tres modos de hacer
elección [175-177], centro de la experiencia de los Ejercicios. El resultado de
la elección es un objetivo más concreto que el objetivo general de los
ejercicios: vencerse a sí mismo y ordenar la vida [21]. Por último, la
personalización va en la línea del uso de parámetros diferentes por parte del
acompañante según qué situaciones espirituales esté atravesando la
persona [9] y por el uso de la repetición [62], dado que al detenerme en los
puntos (sentimientos) en que he sentido mayor desolación o consolación
[227], indirectamente me estoy haciendo cargo de lo que experimento, lo que
internamente me ha afectado. Se interioriza (personaliza) lo que viene de
Dios.
4. Iniciar
Objetivo
Motivar a la persona a la acción. Lo importante ahora es hacer algo,
por ello la clave es diseñar un plan de acción apropiado tanto a las
necesidades del sujeto como a sus posibilidades. Se propone claramente al
86
JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
sujeto un objetivo concreto (un programa de acción): la dirección hacia
donde la persona quiere moverse. Además, se le ayuda a diseñar los pasos
apropiados que le ayudarán a conseguirlo. Finalmente, se le motiva por
medio de refuerzos, mostrándole el objetivo personalizado que satisface su
necesidad actual. Todo debe responder a su realidad. La motivación debe
estar presente en todo el proceso: hacer sentir al sujeto que puede alcanzar
la meta que se ha propuesto.
Aporte de Ignacio
Ignacio también señala los objetivos y da los pasos para conseguirlo.
A lo largo de todos los Ejercicios se estimula al ejercitante a la acción59. Esto
se observa en la invitación que se propone al ejercitante: “¿Qué debo
hacer?”, el “quien quiera venir conmigo, debe trabajar conmigo” [95] y “los
que más se querrán afectar y señalar” [97. ] El que acompaña en Ejercicios
tiene que ayudar a crear en el ejercitante la necesidad y el deseo de ordenar
su vida, “solamente mirando para lo cual soy creado...” [169]. Los pasos
son: quitar las afecciones desordenadas, examinar la conciencia, meditar,
contemplar... Y para ayudar al ejercitante a diseñar estos pasos, el
acompañante tiene que considerar si hay o no subiecto del mismo, y no
presentarle cosas que él no pueda llevar [18]. Lo cual significa que el
acompañante debe de entrar y comprender el marco de referencia del
ejercitante, darse cuenta de su necesidad actual y de sus recursos
personales y ayudarle a diseñar los pasos para alcanzar el objetivo.
Por su parte, la motivación que propone Ignacio en los Ejercicios
empuja al ejercitante hacia adelante, moviéndole por un deseo siempre
mayor. Por ejemplo, le dice refiriéndose al enemigo que no sólo intente
resistirle, más aun, derrocarle [13]. Además, Ignacio apela a su mayor
deseo, “los que más se querrán afectar y señalar...” [97] y a la Gracia de
Dios que es la que sostiene: todos tendrán parte con El en el trabajo y en la
victoria [93]. En el camino que se emprende siempre tenemos el auxilio de
Dios, porque propio es de El “dar alegría y gozo espiritual, quitando toda
tristeza y turbación que el enemigo induce” [329].
5. Evaluar
59
K. RAHNER, Meditaciones sobre los Ejercicios de San Ignacio, Barcelona, Herder, 1977,
261.
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
87
Objetivo
Revisar con el acompañado cómo se va realizando el plan de acción;
cuáles son los puntos fuertes y débiles; qué modificaciones deben
introducirse; cómo crear y sostener la motivación en el sujeto y cómo
asegurar el éxito de su cumplimiento. Se motiva: ayudándole a tomar
conciencia de sus logros personales y a asumir la responsabilidad de lo
que va sucediendo y el empleo de refuerzos. Significa darnos cuenta cómo
el plan de acción va dando resultado y si hay que poner o quitar alguna
cosa.
Aporte de Ignacio
Ignacio hace hincapié en la evaluación de la conducta y de los
factores que influyen en ella. Es lo que pretende el Examen general que
analiza los tres pensamientos que actúan en la persona [32] y la aplicación
de las Reglas de discernimiento que permiten discernir el origen de estos
pensamientos. Además, está el Examen particular [24-31] para revisar la
conducta diaria y comparar con el progreso que se va haciendo, y el
Examen de la oración [77]. La mirada va dirigida a indagar si Dios ha
estado o no presente en nuestra experiencia espiritual. Finalmente, cabe
decir que el Primer modo de orar [238-248] es también una modalidad de
examen: en actitud de oración, el ejercitante pasa revisión ante Dios de su
comportamiento abarcando las diferentes dimensiones de su conducta.
Como todo, también son ayudas para el gran objetivo de los Ejercicios: el
encuentro más profundo entre Dios y su criatura. Se trata de ponerse bajo
Su mirada.
Examinar es una de las operaciones más importantes de las que
Ignacio le sugiere al ejercitante60. Lo dice desde un principio al afirmar que
los Ejercicios son “todo modo de examinar la conciencia, de meditar...” [1].
El examen facilita la tarea de búsqueda y mirada interior desde una lectura
de lo que estamos viviendo: convierte en zonas de presencia lo que sólo
eran experiencias ausentes. Supone así un “desdoblamiento” interior: una
parte de nosotros analiza, evalúa y juzga, y otra simplemente experimenta
la vivencia61. También el acompañante es criterio de evaluación para el
60
En las Constituciones, la práctica del Examen quedará legislada: Const, [261, 342,
344].
61 C. DOMIGUEZ, El “Mucho examinar”. Funciones y riesgos: Manresa 62 (1990) 276.
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JOSÉ DOMINGO CUESTA, S.J.
sujeto, en la medida en que lo confronta con lo que va viviendo. En la vida
corriente, la misma realidad se presenta como pauta de discernimiento: el
sujeto evalúa los cambios que va experimentando en su vida diaria. La
evaluación es un instrumento útil en orden a acertar en la voluntad de Dios.
En síntesis, lo anterior muestra la mutua relación de las dos
propuestas analizadas. Tanto Ignacio como Carkhuff insisten en no dar el
siguiente paso si no se estima cumplido adecuadamente el previo. Sólo
cuando se ha logrado el objetivo se puede ir adelante. Para Ignacio, es
importante no forzar los procesos personales e ir paso a paso, viviendo el
aquí y ahora de la experiencia. Al mismo tiempo, insiste en que “no el
mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar las cosas
internamente” [2]. Además, que “en el punto en el cual hallare lo que
quiero, ahí me reposaré sin tener ansia de pasar adelante hasta que me
satisfaga” [76]. Tampoco hay que adelantarse ni saber lo que vendrá
después. Por ejemplo, los que están en Primera Semana no deben saber
lo que se hará en la Segunda semana [11].
Es importante no sólo el clima interior del sujeto, sino igualmente el
ambiente externo donde se lleva a cabo el proceso de acompañamiento;
hay que cuidar el ambiente físico y la privacidad, así como el tiempo. Un ya
incesante marca el tiempo del acompañante y le permite alejar de sí toda
distracción ajena al objetivo que se busca.
La misma relación la
encontramos en el papel del acompañante. Su rol va cambiando según el
momento en que se encuentra el sujeto. Por ejemplo, en Ejercicios, hay
diferencia si se está en Primera semana que en el momento de la elección.
No es lo mismo si nos encontramos en la etapa de Acogida que en la de
Personalización. Hay que adaptar casi todo al ritmo y a la dinámica
personal de cada sujeto.
Unido a ello, el acompañado avanzará progresivamente, sin necesidad
de decirlo todo. La idea es que el sujeto vaya descubriendo las cosas por sí
mismo. Por ello, el acompañante ejerce una función de “espejo” delante de
él; pero no como un espejo frío, pasivo e incluso deformador de la
imagen, sino desde una presencia real que acompaña en el camino que
se realiza.
No cabe duda de que en ambos casos estamos hablando de una
relación de ayuda que se da desde la interacción y el consentimiento
mutuo de dos personas: ambas partes transmiten conocimientos,
PISTAS PARA UN ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
89
información y/o sentimientos que intercambian; se
da de una forma estructurada y desde un esfuerzo
cooperativo en orden a que se produzca un
cambio en uno de los interlocutores del proceso de
acompañamiento. Uno ayuda a otro y ambos salen
beneficiados.
También, aunque Ignacio no lo concreta, el acompañante debe
mantenerse en su papel y no debe involucrarse afectivamente con su
acompañado. He aquí la actitud de neutralidad (no directividad) ya
referida. A su vez, la comunicación es unilateral: el acompañado
comunica su vida interior profunda y termina sin saber nada del
acompañante. Esto favorece el proceso.
Finalmente, el acompañante debe conocer el método utilizado62,
haberlo experimentando y estar preparado para aplicarlo. Ambos
métodos se llevan a cabo en una relación de tú a tú. Casi todo ha de
amoldarse al sujeto (el que acompaña, el método, los recursos que se
utilicen, el tiempo, etc.) centro de la experiencia espiritual. Y todo es
medio (ayudas) para que el sujeto se disponga a el encuentro con Dios
(Ejercicios) y logre avanzar en su conocimiento personal (Relación de
ayuda). La cuestión es llegar a un justo equilibrio (fidelidad al método y
adaptación según las circunstancias del sujeto) en donde no se dejen
de lado las líneas básicas del método utilizado, y que pueda darse un
amoldamiento a la persona que se está ayudando tal y como él (ella) es.

62
Para el éxito de los Ejercicios, por ejemplo, hay que llevar a la práctica las
Anotaciones, Adiciones, etc. El peligro sigue estando en la rigidez y estrechez del
espíritu en el uso del método. No hay que olvidar que el mismo Ignacio afirma
que allí donde encuentro lo que quiero, no tengo que seguir adelante. Creemos
que el acompañante debe saber simultáneamente respetar el método y evitar atar
a su acompañado hasta el punto de hacerle perder su libertad interior.
Ignacio volverá sobre esto en las Constituciones, al afirmar que los Ejercicios se deben
a) experimentar en sí mismos; b) saber usar de ellos y, c) ser capaz de explicarlos.
Parte IV, [408]. El que acompaña, como mínimo, debe conocer un método donde
apoyarse.
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