Educación del cuerpo

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EDUCACIÓN AL AMOR
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EDUCACIÓN DEL CUERPO
La mujer no es un ángel, es un ser espiritual que existe y que se expresa en un cuerpo. Su
condicionamiento corporal es esencial. No somos ni puro espíritu ni pura materia. Nuestras
manos, por ej., que son materiales, poseen, a diferencia de las de cualquier animal, por más
semejantes que sean al hombre, una plasticidad que va más allá de las posibilidades
materiales. Con nuestras manos podemos construir una muralla, podemos tomar el bisturí y
hacer una delicada operación, podemos escribir una poesía o pintar una obra de arte. La
materia está disponible e “indeterminada”, el espíritu le da forma y la anima, de modo que
el resultado muestra una resultante creadora que trasciende ampliamente el dominio de lo
físico y puramente animal.
Por el cuerpo nos integramos al mundo material, nos relacionamos con las cosas que nos
rodean, existimos en un lugar, tomamos contacto con las personas, ejercemos nuestro
poder transformador respecto a la materia, etc.
El cuerpo nos regala la posibilidad de sentir, da calor a nuestro amor espiritual, nos
impulsa por las pasiones e instintos, nos permite sentir el vigor y la alegría de la naturaleza.
El cuerpo enriquece nuestro espíritu, es camino de expresividad para el espíritu, por la
palabra, por el gesto, por la acción. El cuerpo es símbolo del espíritu: en la claridad de
unos ojos vislumbramos la pureza del alma de una persona, en el afecto de un abrazo, el
acogimiento en el corazón del tú. Sin el cuerpo, sin su expresividad y concreción, el
espíritu correría peligro de perderse y de “volatilizarse”.
A su vez, nuestra cuerpo recibe del espíritu una elevación intrínseca que la hace
sobrepasar sus posibilidades materiales. El gesto de amor sensible se distancia de la
tierra al cielo entre lo que es para el hombre o en el animal; no se puede comparar, por ej.,
la sexualidad animal con la sexualidad humana; entre ambas hay una diferencia cualitativa
esencial, a no ser que el hombre renuncie a su calidad de hombre y se convierta en un ser
animal.
Cuerpo y espíritu en el ser humano están llamadas a compenetrarse mutuamente, a formar
una unidad indisoluble y armónica; ambos elementos de nuestro ser se precisan y
condicionan mutuamente. Sin embargo, esa síntesis ideal es una tarea por lograr; más
aún es una tarea urgente si pensamos que por el pecado original existe una lucha constante
entre ambas.
“Porque, como dice el Señor, el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt.
26,41). San Pablo nos describe esta tensión interna en el hombre:
“Sabemos, en efecto que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder
del pecado. Realmente mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero,
sino que hago lo que aborrezco… ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo
que me lleva a la muerte?” (Rom. 7,14 ss).
San Pablo va en este texto más allá de lo que es la “carne” para nosotros en el lenguaje
normal. El entiende por “carne” la naturaleza corporal del hombre en cuanto dominada por
el pecado.
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¿Qué podemos concluir de lo dicho?
DEBEMOS APRENDER A VALORAR NUESTRO CUERPO
Para la visión cristiana, el cuerpo es primeramente un regalo de Dios. Enriquece el
espíritu y a la vez es elevado y enriquecido por este. Nuestra primera tarea es
apreciar y valorar este regalo de Dios que es nuestro cuerpo. Amor que
expresamos en un gran respeto por él.
Nuestro cuerpo es instrumento del alma; expresa nuestro anhelo de servicio, de
entrega, de maternidad, de solidaridad, de fortaleza.
Cada miembro de nuestro cuerpo es un regalo de Dios: los ojos con los cuales
admiramos los colores y las formas, por los cuales vemos los seres amados y las
maravillas de la naturaleza; los oídos con los cuales escuchamos la música que eleva
el espíritu, por los cuales percibimos la voz de quien nos llama; el tacto, por el cual
percibimos las texturas, el frío y el calor, por el cual sentimos la caricia que
expresa el amor; el gusto, por el cual sentimos el sabor fresco de una fruta y
gozamos de la comida que sacia nuestro apetito; nuestras manos, que nos permiten
dar de comer a un enfermo , que nos expresan en el gesto fraternal del saludo, que
se tienden para ayudar y confortar, que construyen y que traducen en formas la
creación del espíritu; nuestros pies, que nos permiten llegar a la persona que nos
necesita, correr junto al mar, levantarnos y caminar cada día por los senderos que
el Señor nos ha preparado; nuestros músculos que dan vigor a nuestro ser; el sexo,
que Dios nos regalado para comunicarnos en el amor y prolongarlo en hijos; el
organismo maravilloso de nuestros órganos internos. En una palabra, todo loo que es
y significa nuestro cuerpo, en su integridad y en cada una de sus partes, es un
incomparable regalo de Dios el cual recibimos con alegría, respeto y admiración.
Lo aceptamos, lo utilizamos y lo gozamos como regalo: con respeto, es decir, en el
orden querido por Dios. No es necesario explicar mayormente qué queremos decir
con ello. Sólo nos basta ver cómo goza y abusa del cuerpo el hombre actual para
darnos cuenta cómo debemos usar y gozar nosotros nuestros cuerpos. Hoy se
denigra el cuerpo. Pensemos en lo que significa para el hombre el cuerpo de la
mujer, cómo lo ha reducido a un objeto de propaganda comercial, cómo abusa de él
para saciar sus instintos bajos y lo trata egoístamente como una cosa.
Valoramos y respetamos nuestro cuerpo desde el punto de vista de la fe. Por la fe
sabemos que nuestro cuerpo está santificado por el Señor y que es templo del
Espíritu Santo. San Pablo nos recuerda una y otra vez esta realidad:
“¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu Santo habita en
vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él:
porque el santuario de Dios es sagrado; y vosotros sois ese santuario”. (I
Cor. 3,16 ss).
“El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor y el Señor
para el cuerpo. Y Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también
a nosotros mediante su poder . ¡Huíd de la fornicación! Todo pecado
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que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica,
peca contra su propio cuerpo.
¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que
está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?
¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en
vuestro cuerpo”. (I Cor. 6,13 ss.)
María vivió esta realidad en plenitud. Ella llevó en su seno al Hijo de Dios. Por ser
Inmaculada, su cuerpo estaba totalmente subordinado a su espíritu, por eso en ella todo
era armonía y equilibrio.
Sin embargo, Dios Padre al igual que a su Hijo, no le ahorró sufrimiento, al cual ella supo
sobreponerse; pensemos con qué alegría habrá sobrellevado todas las incomodidades de la
gruta de Belén , con qué amor habrá soportado el largo camino a la casa de su prima Isabel,
estando ella embarazada...
Su cuerpo fue también el instrumento de su alma; cómo sus brazos habrán acunado al Niño
Jesús; cómo sus manos habrán servido a su prima Isabel en las tareas domésticas; cómo su
voz habrá consolado, ayudado y enseñado a los Apóstoles después que Jesús ascendió al
cielo.
Esta conciencia nos hace valorar nuestro cuerpo aún mucho más profundamente, de modo
que en todo nuestro comportamiento de pequeña María debe darse una dignidad y nobleza
propia de un hijo de Dios.
AMAR NUESTRO CUERPO.
Si el cuerpo y cada uno de sus miembros es un don maravilloso que Dios
nos ha hecho, el cual respetamos y valorizamos, entonces, también, debemos cuidar
de nuestro cuerpo. Un don de Dios no se desprecia, incluye siempre una tarea; un
templo no puede descuidarse de modo que se llene de tierra y de basuras. La
dignidad de nuestro cuerpo, las funciones que debe desarrollar en unión y en
servicio a nuestro espíritu, requieren que lo protejamos, que nos preocupemos de
desarrollar su vigor, que lo alimentemos, que lo cuidemos si está enfermo, que nos
preocupemos de su higiene, de arreglarnos femeninamente etc.
Quien no hace ejercicio físico no desarrolla las potencialidades de su cuerpo,
también va a carecer del vigor para emprender las grandes tareas del espíritu.
Nuestro tiempo nos invita e impulsa a la comodidad y a la flojera. Aparecemos
muchas veces, como una generación débil y sin consistencia. Falta heroísmo, no nos
exigimos, de modo que capitulamos muchas veces ante el menor esfuerzo.
Este no puede ser el estilo de la HICM. Si Dios nos dio un cuerpo, si nos dio
músculos, es para ejercitarlos, para “sacarles el jugo”, para sentir la alegría de la
salud y fortaleza, para acometer con vigor nuestras tareas.
Junto con la preocupación por hacer deporte, y por no tener temor de exigir un
rendimiento al cuerpo (podemos mucho más de lo que creemos), también nos
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preocupamos de alimentar al cuerpo como corresponde. Sin duda no contribuimos a
su salud comiendo en demasía, o, en el caso contrario, no preocupándonos del
alimento necesario. No prestamos ningún servicio a nuestro cuerpo comiendo a toda
hora, sin ningún orden, o comiendo sólo lo que nos gusta, prescindiendo de si nos
alimenta o no. Muchas de las enfermedades del hombre moderno vienen de una
alimentación ya sea deficiente, como es el caso en los países subdesarrollados, o
superabundante, como sucede en los países desarrollados. Si queremos guardar
sano nuestro cuerpo no podemos dejar de comer lo suficiente en forma ordenada y
una comida que alimente y sea sana.
Nuestro cuerpo también necesita descanso.
La máquina no se puede forzar continuamente, pues termina fundiéndose. Quien no
procura al cuerpo el debido descanso acaba con sus nervios, se hace insoportable
para los demás, pues “estalla” por cualquier motivo. El sobre-cansancio dificulta
también enormemente el contacto con Dios, porque la persona sicológicamente se
incapacita para la oración. Muchas veces creemos que somos una especie de
supermujer, que no necesitamos pausas. Pero nos equivocamos. Las consecuencias
lo muestran. Por eso pertenece a una sana disciplina guardar las horas de sueño
necesarias y tener durante el día, semanal y mensualmente las pausas y expansión
necesarias al organismo.
EJERCITAMOS UN SANO DOMINIO SOBRE EL CUERPO.
El cuerpo no sólo es medio de expresión del alma y, a la vez, riqueza y seguro para el
espíritu; también puede ser, y a menudo lo es de hecho, un obstáculo para el
espíritu. La materia tiene sus leyes propias, tiene pesantez, es “lerda”, es “opaca”,
y cuesta que la penetre el espíritu pues ofrece resistencia.
Esto se agudiza por el hecho del pecado original y también por los pecados
personales que dejan una huella o una inclinación desordenada en nuestro cuerpo, en
los instintos.
Si no estamos alertas, si nuestro espíritu no toma el mando de nuestra persona,
pronto nos veremos arrastrados por los instintos ciegos, nos dejaremos dominar por
la comodidad e inercia de la materia, nos convertiremos en una mole difícil de
mover. De este modo nos dejaremos embotar por una sensualidad desordenada, el
espíritu se ahogará, y todo nuestro ser se pondrá anémico. Nos dejamos dominar
por las cosas materiales en la forma más indigna de un ser humano: por la gula y
glotonería, por la molicie corporal, por el placer sexual deseado por sí mismo, por el
cigarrillo, por la televisión y el computador, por el juego, por el sueño, etc., etc.
Nos convertimos en esclavos de nuestros instintos y pasiones. Si no dominamos
nuestro cuerpo, la sensibilidad que brota de él, las susceptibilidades, los afectos no
esclarecidos, terminarán dominándonos a nosotras.
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Nuestro cuerpo necesita ser “podado” para que dé fruto.
Por eso debemos aprender la renuncia y la reciedumbre o sea el heroísmo y
el espíritu apostólico para lograr ser dueños de nosotros mismos. A veces
hay que saber cortar, hay que saberle llevar la contra al cuerpo. No se
trata de renunciar y cortar a ciegas. No, siempre que lo hacemos es para
ennoblecer nuestro cuerpo y sus facultades, para que se desarrolle mejor y
sea instrumento y expresión del espíritu.
Algunas sugerencias metodológicas para tratar este tema:

Compartir las siguientes preguntas y luego intercambiar:
¿Cómo se expresa mi cuerpo.....
- cuando estoy enojada ?
- cuando estoy triste ?
- cuando estoy alegre ?
- cuando estoy cansada ?
- cuando tengo que estudiar ?
- cuando estoy enferma ?
- cuando estoy nerviosa ?

Dibujarse o recortar en revistas alguna imagen de mujer que me identifique
¿Qué es lo que más me gusta de mi cuerpo?
¿Qué es lo que más rechazo de mi cuerpo?
¿Qué puedo hacer para ayudarme a dar un sí a mi cuerpo tal como Dios me lo
dio?

“Amar mi cuerpo es amarme a mí misma”
Hacer una lista de elementos esenciales que me ayuden a tratar adecuadamente
mi cuerpo.
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