Una vez más se repiten las escenas ya se han vuelto familiares en

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LA ALIANZA POR LA EVALUACIÓN.
Hugo Aboites1
Panel “La Alianza por la Calidad de la Educación”
Casa Lamm, México, D.F. 15 agosto 2008.
Una vez más esta semana se repitieron las escenas que se han vuelto
familiares en esta época del año. Ochenta y seis mil aspirantes, pero sólo 8 mil
admitidos. Esta vez, sin embargo, no se trata de una porción de los más de 300
mil jóvenes de 14 o 15 años que desean ingresar a una preparatoria y que en
su mayoría vienen excluidos o desplazados por el examen único del Ceneval
en la Zona Metropolitana. Tampoco son algunos de los cientos de miles de
jóvenes que en todo el país intentan ingresar a un bachillerato y se enfrentan
con el Examen Nacional de Ingreso a la educación media superior o con el
Examen Nacional de Ingreso a la Educación Superior del mismo Ceneval y que
son rechazados también por cientos de miles. Y ciertamente no se trata de los
once millones de niños de sexto de primaria y tercero de secundaria que al son
de más del 80 por ciento vienen calificados como de nivel elemental o regular
en la prueba ENLACE o en los exámenes de PISA.
Ahora los excluidos son los maestros. Si en los últimos diez años los exámenes
estandarizados han sujeto a escrutinio a más de 50 millones de niños y jóvenes
a partir de ahora también los maestros comenzarán a formar parte de estos
números.
En realidad, desde el comienzo de los noventa maestros y escuelas fueron el
objetivo central de la supervisión a través de los exámenes que se hacían a los
estudiantes. Con el inicio del examen único en 1996 ya se anunciaba que este
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Doctor en educación. Profesor/investigador del Dpto. de Educación y Comunicación de la UAM-X.
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permitiría diferenciar entre escuelas y, obviamente, entre los propios maestros.
La medición de ENLACE permitió hacer juicios sumarios sobre la eficacia de
los maestros de nivel básico, con nombre y apellido. Hoy, sin embargo, es la
primera vez que algo tan importante como el ingreso o la permanencia en el
trabajo se decide con la aplicación de un examen de opción múltiple
directamente a los profesores
Este verdadero parte aguas merece ser analizado y, retomando el pasado de
evaluaciones en la educación, aquí se ofrecen cuatro elementos que pueden
contribuir a la discusión de sus implicaciones como parte de la llamada Alianza
por la Calidad de la Educación.
Las lecciones de la experiencia
1. El surgimiento de la evaluación moderna (que incluye a la medición pero no
se reduce a esta), generalmente ha sido resultado de acuerdos entre gobiernos
y empresarios. En 1992 se firma el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte que favorece a los sectores empresariales más modernos de México y
Estados Unidos (y que incluye a la educación), y en ese mismo año se crea la
evaluación de los maestros como parte de la Carrera Magisterial. Cuando
México ingresa a la OCDE –que es uno de los organismos encargados de
impulsar el funcionamiento de la economía mundial-
esta recomienda
encarecidamente la utilización de los exámenes del Ceneval. Más tarde, en el
año 2001 cuando el presidente Fox firma el Compromiso por la Calidad de la
Educación con el sector empresarial, en ese mismo momento anuncia la
creación del Instituto Nacional de Evaluación de la Educación (INEE) y poco
más tarde arranca la evaluación de colectivos de maestros llamado Programa
de Escuelas de Calidad. Con todo esto, empresarios y evaluación comienzan a
convertirse en un binomio que aparece reiteradamente en las iniciativas de
calidad. Por eso no es de extrañar que ahora la Alianza por la Calidad de la
Educación incluya un llamado a los empresarios como “actor indispensable…
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para avanzar en la construcción de una Política de Estado” en la educación
(Alianza por la Calidad de la Educación, 2008:1), y que además establezca
este Examen Nacional de Conocimientos y Habilidades Docentes. Cada nueva
evaluación o medición, sin embargo, ha venido a quitar un pedazo del territorio
de independencia y trabajo colectivo de los maestros y, en su lugar ha
contribuido a fortalecer el poder empresarial en la educación. Así, con este
examen el Estado intenta retirarse de su responsabilidad como educador. Una
responsabilidad que estaba anclada en el compromiso de formar maestros y
darles cabida en las escuelas. Si el Estado no asume ya la responsabilidad de
educar a todos y en todos los niveles, tampoco requiere de un número
creciente de maestros.
2. Al dar por terminado el compromiso de formación y trabajo que con los
maestros había pactado el Estado para educar al país, en su lugar se establece
un acuerdo con los sectores empresariales. Este pacto conviene al Estado
porque a diferencia de los maestros, los empresarios buscan reducir el gasto
educativo y convertir a la educación en un instrumento eficaz para capacitar a
los niños y jóvenes en habilidades y competencias. La construcción de un
enorme aparato de evaluación ha venido siendo una de las formas más
eficaces para conseguir este objetivo, pues con la medición se desbarata el
derecho a la educación para todos (y ahora también el derecho al trabajo
docente) y a través de un concurso o un examen este derecho se convierte en
una mera “oportunidad” abierta sólo a los mejores. El crecimiento de la
medición se ha vuelto pues, un indicador del peso tan enorme y decisivo que
están logrado que los sectores empresariales internacionales y nacionales en
la conducción de la educación mexicana. Con la evaluación y medición se
imponen las concepciones fabriles sobre cómo lograr escuelas de calidad,
cómo estimular a los maestros, cómo valorar la formación de los niños y
jóvenes.
Y se impone también la tesis implícita de que la mejoría de la
educación requiere una estricta supervisión y subordinación de los maestros y
estudiantes –que es lo que produce la medición- y su fragmentación como
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actores
sociales.
Ya
no
son
las
teorías
sobre
la
interacción
de
responsabilidades entre escuela y comunidad, sobre la identidad de clase de
estudiantes y maestros, sobre la participación y la democracia como elementos
claves del proceso educativo, las que guían las políticas de mejoramiento de la
educación, sino las crudas recetas empresariales sobre el uso y explotación del
capital humano fincadas en los valores exacerbados de la competencia y el
individualismo. Individuos ganadores de premios y estímulos, mejores que los
demás, es el perfil ideal de los maestros y estudiantes. Y para el resto, la
medición que sirve para ahogar las tendencias colectivas y para convertirlos en
una masa amorfa amenazada por la evaluación constante y bajo la espada de
una estricta supervisión. Un importante problema, sin embargo, es que con
esta idea de conseguir maestros bien alineados, uniformados y capaces de
seguir órdenes al instante y sin chistar se desvanece la identidad, colectiva, del
maestro. Por esta razón, creo, mientras más evaluación, más se deteriora la
educación mexicana, pues con ella se desvanece uno de sus protagonistas
fundamentales, los maestros.
3. Por otro lado, lo que viene a ser el examen único Nacional de Conocimiento
y Habilidades Docentes es un test
que recupera prácticamente todos los
defectos de la historia moderna de la medición en México. Es un examen de
apenas unas cuantas docenas de reactivos o preguntas de opción múltiple,
que deben resolverse en tres horas, un examen estandarizado, y diseñado y
elaborado con estricto apego a las teorías y procedimientos usados por el
Ceneval. Es decir, es el tipo de exámenes diseñados ex profeso para hacer
aparecer que sólo una pequeña porción es lo suficientemente capaz como para
lograr una plaza. Para esto no importa tanto el valor académico de las
preguntas sino su capacidad para, en conjunto, convertirse en una trivia que
produce el resultado de sólo unos cuantos miles como capaces y el resto,
cerca del 84 por ciento aparece como menos capacitado (incluyendo a quienes
están por debajo de la media y a quienes obtienen calificaciones apenas
superiores a la media). Es además, el mismo tipo de examen que desde 1994
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se comenzó a utilizar en México y que se ha demostrado sesgado en contra de
las mujeres, de los maestros de origen popular y más aún en contra de
aquellos de origen indígena.
De ahí que el uso de este tipo de exámenes para admitir maestros es
especialmente cuestionable. Porque el perfil de los egresados de las normales
públicas rurales y urbanas está constituido en una proporción importante
precisamente por mujeres, jóvenes de origen popular y, también, indígena.
Paulatinamente comenzará a cambiar el perfil del magisterio mexicano a favor
de otros grupos sociales de nivel más alto. Poco a poco los maestros entrarán
en desfase con un sistema educativo que atiende mayoritariamente a los hijos
de clases populares. La educación pública tal vez se volverá menos tosca, pero
alejada de su horizonte cultural y vocación popular verá como extraños y
deficitarios, como alumnos insalvables, precisamente a la mayoría y a quienes
más necesidad tienen de educación.
En el caso de este examen para los maestros se agrava lo que ocurre con
otros exámenes: que se intenta convencer que con apenas un examen de tres
horas de duración y algunas decenas de reactivos de poco valor académico
es posible detectar a quienes pueden ser los mejores maestros. Responder
correctamente a preguntas que intentan medir si los aspirantes conocen la
bibliografía recomendada ni remotamente garantiza el compromiso, dedicación,
visión amplia, capacidad de diagnóstico y de generación de estrategias
pedagógicas creativas que caracterizan a un buen docente.
También es sumamente cuestionable que se trate de un examen único para
todo el país, que no tiene en cuenta las diferencias regionales. Igual se aplica a
los aspirantes en Chiapas que en Chihuahua, para conseguir una plaza en la
escuela de una pequeña comunidad indígena veracruzana o
en una bien
provista escuela en la Colonia del Valle del D.F. Un examen único para un país
enormemente diverso.
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A este examen se le conoce también como concurso nacional público de
oposición pero en las universidades mexicanas se caerían de risa si se les
dijera que se trata de un examen de opción múltiple. Desde hace décadas los
concursos de oposición se aplican en las universidades y ciertamente no se
reducen a un solo examen de opción múltiple. Normalmente consisten en una
evaluación del currículo del aspirante, incluyendo el análisis de su trayectoria
escolar, experiencia laboral, producción académica previa y la revisión de
trabajos escritos que se le solicitan al aspirante especialmente para el
concurso. Todo esto es luego objeto de una discusión que un panel de
evaluadores lleva a cabo simultáneamente con todos los aspirantes a una
plaza determinada, en un espacio abierto al público. Aún esta evaluación, por
cierto, no es inmune a los favoritismos y a la creación de camarillas o grupos
cerrados en detrimento de la calidad. Tampoco tenemos estudios sólidos y
sistemáticos que muestren que es un factor decisivo en la mejoría de la
educación superior.
Lo que sí es cierto es que el examen de oposición es una figura cuya
popularidad apareció en Estados Unidos al comienzo del siglo pasado cuando
los grandes barones del acero, de la industria y de los ferrocarriles pactaron
con el gobierno la necesidad de acabar con la práctica que existía en las
universidades que hacía que en lugar de concursos abiertos se seleccionara
como profesores a los mejores de sus propios egresados, cuya capacidad y
profesionalismo había sido constatado durante años de su formación. Algo
similar, por cierto, al esquema que hasta ahora vincula a estrechamente a los
egresados de las normales con un puesto en una de las escuelas de la región.
Para los barones del dinero, sin embargo, este mecanismo tenía la desventaja
de que las plazas de maestros no se incorporaban a un mercado nacional y, lo
más grave, que con este tipo de maestros las instituciones podían desarrollar
una identidad propia que las hacía prácticamente impermeables a las políticas
educativas que estaban generando los círculos empresariales de esa nación.
Como lo percibían bien los señores del capital, los contratados bajo el
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procedimiento de examen de oposición no tenían una fuerte lealtad institucional
y podían además, mudarse fácilmente de institución.
Pero no sólo se trata de la autonomía, en el caso de la educación mexicana, el
llamado “concurso nacional público de oposición” viene a
plantear el
rompimiento definitivo del vínculo entre las instituciones de formación del
magisterio y las escuelas de una zona o región. Adiós a las profundas lealtades
que el magisterio tenía con su trabajo que tan importantes
han sido para
sostener a la educación aún en tiempos de salarios miserables y condiciones
inauditas de trabajo. Esta decisión es también, una marcha en dirección
contraria a la historia. Mientras que por una parte el grueso de los cambios en
la educación mundial enfatizan la necesidad de que la escuela se vincule
estrechamente e interactúe con las necesidades y procesos organizacionales
regionales y comunitarios, acá se abre la puerta a la llegada de maestros que
no tienen arraigo en la región y cuyo único mérito es haber calificado alto en un
examen trivial que no evalúa la capacidad de compromiso del maestro. Para la
decisión más delicada del proceso educativo –quién debe estar frente al grupo
- se toma ahora como razón única, el criterio del mercado laboral materializado
en un examen insuficiente.
4. Finalmente, hay que decir que con la Alianza y con este examen, una vez
más se nos presenta con claridad el profundo choque entre dos grandes
propuestas respecto de la educación y su mejoría. Por un lado el gran caudal
de experiencias enormemente diversas, creativas y colectivas que maestros y
escuelas han podido generar a lo largo de la historia de la educación en México
y a lo largo y ancho del país. Desde las comunidades zapatistas chiapanecas
hasta el tequio educativo en Oaxaca y los proyectos colectivos en Michoacán y
en otros muchos otros estados. Estos recuperan la tradición de compromiso
con las mayorías de la población, de interacción con las comunidades y con el
marco nacional. Por otro lado, la propuesta de capacitación para el trabajo y
capital humano que hace empresarios y un gobierno privatizador dispuesto a
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entregar el petróleo y también la educación a las fuerzas del mercado. En el
fondo creo que debemos llevar la pregunta al pueblo mexicano de en quién
habremos de confiar más si en las dinámicas de mejoría que –a pesar de sus
defectos y carencias, puedan generar los maestros y las normales y los
esfuerzos colectivos y populares de los maestros o, más bien, en la visión y las
recetas que ofrecen los barones del dinero en México, ahora sospechosamente
tan interesados en la educación.
En un reciente desplegado, estos nuevos conductores de la educación
expresaban su regocijo por la Alianza porque coincidía precisamente con lo
que querían: “nos congratulamos –decían- por la suscripción de esta Alianza y
expresamos nuestro beneplácito a la SEP y al SNTE”.
“Estimamos
especialmente positivo… el acuerdo de sujetar a concurso público las
vacantes… y también el de vincular la remuneración y los beneficios de los
maestros al desempeño académico de sus alumnos.” Y firman, entre otros,
Alfredo Harp Heliú, ex presidente del Banco Nacional de México, María
Asunción Aramburuzavala, dueña de la Cervecería Modelo, con un valor de
más de mil millones de dólares y esposa del embajador de Estados Unidos en
México. Firman también representantes de la Federación de Instituciones
Mexicanas Particulares de Educación Superior
Financiera Banamex,
(FIMPES), Educación
Coparmex, Fundación Televisa, Tec. de Monterrey,
Fundación Azteca, así como miembros de la Universidad Panamericana, de la
Concamin, del Consejo Coordinador Empresarial, Universidad Anáhuac, y
Bimbo.(El Universal, 27 de mayo 2008, pág. A5). En realidad detrás de la
Alianza no sólo están los intereses corporativos y de la derecha, está de fondo
el redoblado interés del capital por incluir en la dinámica mercantil y controlar
aún los espacios que la revolución y las luchas populares habían vuelto
relativamente independientes del mercado.
Para ellos, la educación es un
enorme territorio que ahora están dispuestos a ocupar, plaza por plaza, escuela
por escuela a través de ahora una todavía mayor expansión del aparato de
evaluación y medición.
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De la lucha de los maestros, de su capacidad de abrir cada vez más espacios
democráticos capaces de convocar a muchos otros maestros y a sectores
populares a luchar en contra de una evaluación subordinante, depende en gran
medida cuál será la orientación que finalmente tome la educación mexicana. La
de los maestros o la de los señores del poder.
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