Historia de vida: una forma de comprender los cambios en el campo chileno Ximena Valdés S. Centro de Estudios de Desarrollo de la Mujer (CEDEM) Historia de vida de mujeres rurales Para hacer frente a diferentes problemas y distintos intereses, hemos recurrido a la construcción y al uso de historias de vida en investigaciones realizadas en los años ochenta, y en una investigación reciente cuyo sentido es entender las nuevas formas de vulnerabilidad social de cara al fin de siglo. La década de los ochenta se caracterizó por la emergencia de estudios sobre la mujer, lo que fue de la mano en nuestro país con el desarrollo del movimiento de mujeres. En este contexto, se recopiló más de medio centenar de historias de vida de mujeres campesinas, indígenas y asalariadas agrícolas en distintas latitudes y realidades socioculturales. Esta primera experiencia de recopilación de relatos de vida, nombrados como “testimonios” de mujeres del campo, se realizó en un contexto en que las fuentes eran escasas para encarar un doble propósito: conocer de qué manera las mujeres que habitaban el espacio rural habían vivido las transformaciones recientes en ese medio; e interrogar, desde estos relatos, el problema de la diferencia entre hombres y mujeres, entre culturas y territorios. Un conjunto de hipótesis preliminares animó el proceso de recopilación de historias de vida. Entre ellas, pareció importante señalar que las mujeres no habían vivido de la misma forma los procesos de cambio que, en los años sesenta y setenta, conmovieran al mundo rural y campesino. La reforma agraria (1964–73) y, con posterioridad, la contrarreforma, se sucedieron como fenómenos de muy corta duración, de manera escarpada y en forma contradictoria, por su distinta naturaleza, en las poblaciones rurales. ¿Cómo decodificaron las mujeres estos procesos, a través de los cuales se buscó primero democratizar la sociedad rural y, luego, frenar este proceso? Existía una amplia bibliografía que daba cuenta de estos fenómenos, pero sin especificar las diferencias que pudieran haber existido entre hombres y mujeres, ni menos aún entre distintas realidades socioculturales. En este contexto, la historia de vida se mostraba como un método privilegiado para conocer las visiones particulares de sujetos que no fueron los principales protagonistas ni víctimas de estos cambios; ello en el entendido de que la reforma agraria —al igual que la contrarreforma—, en todas las partes adonde llegó involucró a los “jefes de explotación". Este artículo es el producto de un primer análisis de las entrevistas realizadas para el Proyecto Fondecyt N° 1970088 (1997–1999) “Género, vulnerabilidad y pobreza en los asalariados frutícolas y forestales de la Región del Maule”, bajo la responsabilidad de Ximena Valdés S (geógrafa). En las entrevistas, así como en la elaboración de informes parciales, participaron Luis Vial (sociólogo), Luis Moreno (antropólogo) y Patricia Beltrán (egresada de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano), la que, a la vez, realizó su práctica profesional en el proyecto. Para la elaboración de este artículo se han considerado las entrevistas de la comuna de Cauquenes y el ámbito del trabajo forestal. Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 1 La construcción de las historias de vida de mujeres campesinas cumplió, además, con otro propósito: hacer visibles a sujetos hasta entonces ocultos tras las categorías sociales de clase o etnia. El rescate de la memoria individual podría contribuir a forjar una memoria colectiva, en tanto el recurso a las fuentes orales ha reforzado en el movimiento de mujeres la hipótesis de que un grupo social puede constituirse a través de su memoria. A esto habría que agregar que la historia del tiempo presente no se escribe sin recurrir a las fuentes orales; y para la historia de las mujeres, el uso de las fuentes orales se impone tanto más cuanto las mujeres tienen de su lado más de las maneras de decir que de las maneras de escribir (Van Casleele-Voldman, 60:1984). Fue así como, a comienzos de los ochenta, estas interrogantes y propósitos animaron la recopilación, edición y publicación de historias de vida de mujeres que habitaban el campo. Las historias de vida se repartieron en distintos contextos históricos, culturales, económicos y geográficos, y fueron elaboradas para conocer aquellos elementos que contribuyeran a dotar de sentido y contenido las diferencias por razones de sexo y la heterogeneidad social y étnica contenida en el espacio rural. El momento en que se realizaron estas historias coincide con ése en que comenzó a hacerse visible la forma en que las mujeres habían vivido los profundos y violentos cambios que han sacudido a la sociedad chilena en las recientes décadas, y ello desde situaciones muy distintas: ser indígena, haber habitado haciendas, vivir en un medio insular como Chiloé, habitar el bosque o el altiplano. En ese sentido, los relatos contribuyeron a mostrar similitudes y diferencias, a poner de relieve la especificidad de la categoría social mujer en contextos diferenciados, y a profundizar las hipótesis iniciales para abordar nuevos problemas y en mayor profundidad. Las historias recogidas en la compilación Historias testimoniales de mujeres del campo (Valdés, Montecino, De León y Mack 1983) marcan en nuestro país probablemente uno de los primeros hitos, en los estudios agrarios y del campesinado, de un fenómeno que se profundizará más adelante; esto es, un cambio de perspectiva para abordar la cuestión campesina. En un par de décadas, este proceso condujo a poner de relieve a las mujeres como categoría social que, junto a las categorías de clase, etnia o edad, contribuyó a explicar las formas de vida, la organización familiar y, por sobre todo, las formas de reproducción de las desigualdades por razones de sexo. Y ello en particular a través del funcionamiento de las economías campesinas y de la intervención del Estado en la agricultura. A esto debe agregarse el que estas Historias testimoniales… se hayan constituido en fuente para otros estudios agrarios, toda vez que mostraron una dimensión de la vida rural desconocida hasta el momento.1 Pero este material también habla por sí mismo en cuanto afirmó a las mujeres del campo en el rescate de su memoria. Ello ocurrió particularmente cuando, en 1983, se entregó el libro a las mujeres entrevistadas, tal como había sido acordado con ellas mismas, con sus propios nombres. Una vez que estas historias fueron editadas y publicadas (se realizó una selección con tal propósito), se utilizó otras historias de vida para reforzar la idea de la constitución de una memoria colectiva de mujeres y en tanto instrumento pedagógico (Mack et al. 1986; De León et al. 1986; Acuña 1986). De allí que una parte de estas historias de vida, y otras, fueran editadas en el marco de un programa de intervención social, la Escuela de las Mujeres Rurales. Esta iniciativa estaba dirigida a fortalecer procesos identitarios y a apoyar la elaboración de demandas sociales en función de situaciones específicas de categorías de mujeres en general subsumidas en las demandas de clase: mujeres temporeras, 1 Autores como Arnold Bauer, Maria Rosaria Stabili, Karen Rosemblat han recurrido a este material. Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 2 indígenas, campesinas no-indígenas. En este caso, la historia de vida se usó para estimular procesos de toma de conciencia colectivos a partir de los relatos individuales. Los temas vinculados a la familia y los procesos de trabajo se profundizaron en el ámbito de las poblaciones herederas de la hacienda y de las áreas de pequeña propiedad de la zona central del país. Ello se hizo a partir del material inicial mencionado y de nuevas recopilaciones de historias de vida. El análisis de estas últimas, orientado a entender tanto las formas familiares como los cambios en los procesos de trabajo en la hacienda (Valdés 1986) y en áreas de pequeña propiedad campesina, fue complementado con otras fuentes. Se reconstruyeron historias de vida en una localidad alfarera. Esto se hizo con el propósito de crear fuentes para comprender cómo había cambiado el oficio de locera a lo largo del siglo XX. Estas historias de vida, también complementadas con otras fuentes, fueron publicadas en su integridad, junto a su análisis (Valdés y Matta 1988). De igual forma, las historias de vida dieron inicio a estudios sobre familia en el medio rural. Se realizó un primer trabajo para conocer la familia inquilina (Valdés 1992), el que más tarde fue profundizado, al igual que en el caso de la localidad alfarera, con otras fuentes (Valdés, Rebolledo y Willson 1995). En este contexto, este material también ha sido recogido en estudios históricos para complementar aspectos de las formas de vida campesinas hasta entonces poco documentados (por ejemplo, Stabili 1996, y Bauer 1994). En suma, la historia de vida fue recopilada en función del apoyo a la constitución de actores, con la memoria como vector de este proceso identitario y fuente para distintas investigaciones. Esto último contribuyó al conocimiento de diversos aspectos de la organización familiar, de la división sexual del trabajo y de la vida privada, así como la vida laboral y el desempeño de las mujeres en distintos oficios reproductores de la cultura en el mundo rural. Del mismo modo, se indagó en las visiones particulares y las representaciones de distintas mujeres sobre los cambios en la sociedad rural. Historias familiares de vida y vulnerabilidad social ...un orden social que sin duda ha hecho retroceder la gran miseria (menos sin embargo de lo que se dice) pero que, diferenciándose, ha multiplicado también los espacios sociales que han ofrecido condiciones favorables para el desarrollo sin precedentes de todas las formas de la pequeña miseria... Pierre Bourdieu, La miseria del mundo Hacia fines de los noventa, se trabajó las historias familiares de vida para dilucidar los factores que contribuyen a explicar la reproducción de la pobreza en poblaciones campesinas y el significado de la variable género en la forma como las poblaciones campesinas enfrentaban las carencias materiales. El problema de la vulnerabilidad social organizó esta línea de investigación. En este contexto, la historia de vida dirigida a reconstruir itinerarios sociales permite establecer un diálogo entre presente y pasado, el cual se nos abre como una mirada fecunda para comprender lo actual y así descifrar el camino recorrido por distintos grupos sociales para llegar a ser lo que hoy día son. La situación que enfrentan los campesinos en la sociedad contemporánea tiene un estrecho vínculo con el pasado, no obstante deberse al presente. En la perspectiva de comprender cómo estos grupos Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 3 sociales han transitado de una situación a otra, se trabajó en la reconstrucción de itinerarios sociales, a través de entrevistas en profundidad a hombres y mujeres unidos por lazos familiares. Éstas son la materia prima de las historias de vida de hombres y mujeres de distintas generaciones que viven en localidades de la Cordillera de la Costa del Maule. El propósito de interrogar el presente desde la perspectiva de los cambios, necesariamente requiere mirar atrás con algunas preguntas: ¿Qué tipo de cambios enfrentan las poblaciones campesinas? ¿Cómo han ocurrido, en qué dirección? ¿De qué forma han afectado a hombres y mujeres, a las familias? ¿Cómo se reposicionan los individuos frente a ellos? La reconstrucción de las historias familiares puede dar cuenta de estos fenómenos. Por su parte, la formulación de estas preguntas contribuye a conocer los elementos que anudan las trayectorias individuales y familiares de distintas generaciones y los elementos que irrumpen como rupturas en tales trayectorias. De allí, entonces, que las entrevistas, orientadas a reconstruir itinerarios sociales, se propusieran dilucidar quiénes son, de dónde vienen y cómo llegaron a la situación actual las poblaciones concernidas. Nuestro punto de vista se basa fundamentalmente en el material recogido en terreno, lo que puede contribuir a la mayor precisión de hipótesis útiles para abordar la "cuestión campesina" en Chile contemporáneo. Cuestiones conceptuales El concepto “vulnerabilidad social” informa nuestra mirada a la situación de poblaciones campesinas hoy “suspendidas en la estructura social” como consecuencia de la modernización agraria, y también de una cierta pérdida de sentido de la pequeña producción agrícola, por la inserción de la economía chilena en mercados regionales e internacionales. Esto se da junto a otro proceso, no menos importante: el de la flexibilización laboral, que tampoco otorga estabilidad a sectores sociales cuya alternativa es la asalarización. Como producto de este nuevo rasgo del vínculo laboral, muy a menudo las trayectorias familiares e individuales se han visto rotas. Ello ha conducido a situaciones marcadas por la inestabilidad, aun cuando la miseria de antaño haya quedado atrás. Los individuos, ubicados a medio camino entre la integración y la exclusión social, aparecen como siluetas inciertas de un mundo que cambia con una celeridad probablemente mayor que en otros períodos. El campesinado acarrea situaciones históricas propias de poblaciones desheredadas que ahora se enfrentan a nuevas formas de modernización, insertas —por más alejadas se encuentren estas poblaciones2— en procesos de globalización propios de la actual economía-mundo (Castel 1996). En términos temporales, su situación es parte de fenómenos de más larga duración, propios de una sociedad donde se dan mecanismos de integración para una parte de la población y la exclusión social de otra, junto con formas de integración precaria. Lo más característico de estas poblaciones es que, pocas décadas atrás, cohabitaron con formas de dominación y servidumbre, las más de las veces con formas de integración subordinadas, propias de la sociedad tradicional regida por el régimen de la hacienda (Bauer 1975, 1994; Bengoa 1988, 1990). En esta última situación, se aunaba la precariedad de las economías campesinas en cuanto al acceso a tierra, capital y tecnología, 2 Su localización corresponde a zonas de secano, precordilleranas y cordilleranas, en suelos de mala calidad, alejadas de grandes ciudades y mercados. Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 4 con la sobreabundancia de tierras de los fundos y las haciendas, situación que sostuvo la trama de relaciones sociales, laborales y culturales en el medio rural de pre-reforma agraria. Entendemos por vulnerabilidad social situaciones en que convergen la precariedad económica y la inestabilidad social. Es cierto que la vulnerabilidad social es un rasgo de larga duración que se presenta como “una ola secular que ha marcado con la incertidumbre la condición popular a través del tiempo” (Castel 1996). No obstante, pretendemos distinguir las características que ha tenido en el pasado, de las actuales. Este propósito da origen a un cierto número de preguntas. Entre ellas, ¿cuáles son los elementos comunes y las diferencias entre las antiguas formas de vulnerabilidad y las actuales? Si contraponemos la vulnerabilidad a la estabilidad protegida, sea por la familia, el parentesco y la comunidad, o por sistemas de protección social de orden público, ¿cómo enfrentan hoy las personas y familias la inestabilidad del trabajo y la crisis de la producción campesina, ante el quiebre de dichos sistemas de protección? Estas preguntas ordenan una búsqueda orientada a comprender cómo los afectados viven la incertidumbre que rodea la vida campesina frente a los impactos de la modernización. El contexto en que se formulan estas preguntas hace necesarias algunas precisiones acerca de cómo se encara hoy la situación de las poblaciones rurales: en términos generales, la pobreza más que las desigualdades delimitan la “cuestión social” a la hora actual. Y los pobres son mensurados, determinados en su cuantía y significados en función de lo que no tienen. Son clasificados según estados de privación. Sin embargo, la constatación de carencias no permite atrapar los procesos que generan y reproducen las situaciones de pobreza y desigualdad. Probablemente, la escala de la gestión pública exija numerar y establecer la cuantía de las carencias y el monto de población involucrada. Ante estos requerimientos por diagnosticar el “estado de la sociedad”, el perfeccionamiento de criterios estadísticos y la inclusión de ciertas variables no logran dar cuenta de los factores que originan y reproducen la pobreza. Numerosos argumentos para establecer políticas sociales justifican estas mediciones, ya que la “topografía” de los pobres es susceptible de ser estratificada, localizada y cartografiada. Con ello se pueden dirigir y distribuir los recursos en el espacio: se establecen modalidades de intervención social según estén dirigidas a una población que se encuentra por encima o por debajo de la línea de pobreza. Y los cruces entre el lugar y los rangos de pobreza ayudan a las “focalizaciones” que implementan los poderes públicos. Junto a este tipo de enfoque para abordar la pobreza emergen otros conceptos y nociones, tales como los de redes sociales o capital social.3 El primero supone que las personas están rodeadas por una suerte de círculos concéntricos animados en el vecindario, el compadrazgo y dispositivos más alejados de su lugar de vida, más abstractos e institucionalizados. Ellos explicarían la forma en que estos mismos individuos logran subsistir, no sólo sobre la base de lo que por sí mismos hacen y generan para su propia reproducción social, sino del sostenimiento del vínculo social en estas redes, menos o más alejadas de la familia, la comunidad, el Estado. Pero también existen riesgos de sobrevalorar la red social o el capital social en que reposa la sociabilidad. Dado que es parte de la vida de las personas en todos los tiempos y lugares, el capital social suele presentarse como un “plus” no mensurado por el enfoque tecnocrático que mide los estados de privación. Un "plus" en el sentido de que hace aparecer una cara distinta de la Moser (1996) define las redes sociales como “aquellas estructuras de sociabilidad a través de las cuales circulan bienes materiales y simbólicos entre personas más o menos distantes. Éstas operan como uno de los recursos básicos de supervivencia de familias en condiciones de precariedad”. “Es también un mecanismo importante de movilidad social” (citando a C. Moser, PNUD, Desarrollo Humano en Chile, 1998:142). 3 Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 5 carencia que le agrega un signo positivo, en la medida en que explica cómo logran vivir las poblaciones desposeídas y desheredadas. Estas formas de conocer, de las que se deducen políticas públicas y estados de avance en materia social, no se preocupan por comprender a qué se deben estos estados de carencia. Y ello sin duda incide en los procedimientos que se escogen para alterar las situaciones de miseria e indigencia de las poblaciones sacudidas por las mutaciones sociales actuales. Historias de vida y reconstrucción de itinerarios sociales Para comprender los fenómenos de la sociedad contemporánea (cómo llegaron las personas a la situación actual), hemos recurrido a la construcción de los itinerarios sociales de distintos miembros de familias campesinas que habitan hoy en el borde occidental de la Cordillera de la Costa y en la misma cordillera, lo que los lugareños llaman “la montaña”. Se trata de trayectorias de vida, entendidas como recorridos de categorías sociales relativamente homogéneas en su origen que, aparte tener en común el lugar de residencia, comparten una condición social inicial, no obstante sus posiciones muestren diferentes edades, género y ubicación en la realidad local y familiar. Las argumentaciones que sostienen los relatos, lo que constituye la fuente principal de este estudio, son las ideas, las representaciones y las prácticas sociales, su visión de los cambios. Sin embargo, no es ésta la única fuente. El material sobre el cual reposa el análisis de los cambios y la situación actual de esta franja campesina del Maule, está constituido por un ir y venir entre las entrevistas escalonadas en el tiempo y otras fuentes; entre ellas, los censos, diarios locales, diarios de campo, entrevistas a informantes claves, la observación del lugar, la interpelación de los relatos con fotografías de casas, actividades productivas y sociales. En ausencia de estas fuentes secundarias, complementarias a fuentes primarias como las entrevistas, se corre probablemente el riesgo de descripciones e interpretaciones tan inciertas como el modo que estas poblaciones tienen de habitar el presente. La reconstrucción de los itinerarios de vida familiares se ha realizado entrevistando a hombres y mujeres de tres generaciones de familias campesinas de dos localidades: Pilén y El Trozo/Cayurranquil, ambas ubicadas en distintas cotas de altura y distancia respecto de la ciudad de Cauquenes. Para el establecimiento de periodizaciones que permitan comprender los cambios, se han realizado diagramas de parentesco con fechas de nacimiento, ocupaciones de hombres y mujeres y lugares de residencia. Una fuente primaria como la entrevista, y la constitución por medio de ella de “historias familiares” a través de la historia de distintos miembros de una decena de familias, permitirá reconstruir itinerarios sociales que se extienden a lo largo de varias décadas; y, al mismo tiempo, visualizar ciertas esferas donde se plasman los cambios que atañen a la vida de personas concretas. Dichos cambios pueden situarse y concernir los niveles familiares y comunitarios (es decir, lo privado y lo local) o podrán ubicarse fuera, en la sociedad o en el Estado. A la vez, los cambios producidos por la modernización agraria y los procesos de modernidad que le pueden estar asociados, no sólo generan constreñimientos que se retratan en obstáculos difíciles de sobrellevar; también producen ciertas formas de habilitación que pueden cristalizar en la propia acción de las personas para superar las condiciones de incertidumbre que enfrentan en el mundo actual (Giddens 1994). Por ejemplo, pueden migrar; pueden invertir en una motosierra, para vincularse a las nuevas formas de explotación del bosque; generar otras actividades, como las comerciales, o recrear lo legado por la memoria para vivir el tiempo presente marcado por procesos de desafiliación de antiguas relaciones de producción. No obstante la tentación restringir a la Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 6 propia familia, o a la comunidad, a la sociedad o al Estado el lugar desde donde se gatillan las transformaciones que conciernen a las formas de vida, parecen existir vínculos estrechos entre esos distintos ámbitos. Por otra parte, frente a los cambios también se yerguen esferas de la vida y actividades que, si bien no permanecen inmutables, parecen resistir el paso del tiempo y los embates de los procesos modernizadores, lo que resulta en un cuadro que innegablemente se resiste a la interpretación unilateral. Es obvio que tanto las imágenes de género —los modelos masculinos y femeninos y los modos de constituir familia— como las formas de sociabilidad comunitarias, están alimentados y se sostienen en los patrones culturales heredados de generaciones anteriores, y mantenidos a través de la costumbre y la tradición. No obstante, ellos son modificados por los cambios socioeconómicos, por las políticas públicas y por los distintos discursos que emanan desde el campo económico, institucional o cultural. Es en este escenario donde confluye lo dado, lo que se aprendió al nacer, lo heredado, con lo nuevo, lo que viene de fuera y se encarna en la vida de hombres y mujeres campesinos. Amalgamadas a lo que cambia y a lo que permanece aparecen las actividades residuales ancladas en la memoria y en los modos en que los individuos aprendieron a vivir en contextos de pobreza de larga data. Lo hacen como forma de asirse a identidades locales que probablemente han perdido sentido en el mundo actual, pero que porfiadamente se resisten a desaparecer, fundamentalmente porque frente a la incertidumbre del mundo actual, parece más adecuado moverse en lo conocido. Estos itinerarios sociales de familias campesinas pueden contribuir a explicar “la magnitud de este nuevo dato contemporáneo: la presencia, aparentemente cada vez más insistente, de individuos ubicados como en situación de flotación en la estructura social, y que pueblan sus intersticios sin encontrar un lugar asignado” (Castel 1996). Todo ello en el contexto de la incertidumbre provocada por el desmantelamiento de las precedentes formas de vida, fruto de las reconversiones productivas y los constantes y cada vez más rápidos requerimientos de adecuación a estos procesos por parte de los individuos que pueblan este escenario de inestabilidad. En este contexto, se entiende que el relato cristalizado en la historia de vida otorga la posibilidad de entender las trayectorias individuales no como “epifenómenos sociales”, sino como parte de lo social (Ferrarotti 1983). Esta comprensión de lo social se propone desde la interpretación de un cuerpo de relatos localizados en un mismo territorio y pertenecientes a una misma categoría social. Dirección y significación de los cambios Las comunidades estudiadas, los campesinos de la Cordillera de la Costa del Maule, en la actualidad viven procesos que están más allá de su propio entendimiento y control, no obstante sus consecuencias se hagan sentir en estos lugares. La inclinación de las nuevas empresas forestales por las exportaciones y la declinación de la producción agrícola orientada al mercado interno de los fundos, modelan el paisaje y las formas de vida y trabajo, la propia sociabilidad campesina y los rasgos comunitarios actuales. Así también, la vida de cada persona, sus maneras de entender el mundo y las formas de vivir en él. Las consecuencias de procesos mayores de orden político y económico plantean una interrogante respecto de la pervivencia de estas poblaciones campesinas: el tiempo actual, ¿marca el fin del campesinado? A pesar de que esta misma pregunta ha surgido en otros momentos, y precisamente cuando se ha avanzado en procesos de modernización, tal vez hoy día su significado sea distinto. Esta diferencia radica probablemente en la fuerza que los dispositivos del mercado, muchas veces con Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 7 sostenimiento estatal, tienen para remodelar las formas de vida de poblaciones sometidas a bruscos cambios, sin que estos mismos cambios tengan un soporte que logre mitigar sus consecuencias. Debilitados los sistemas estatales de protección social que beneficiaban a quienes gozaban de vínculos laborales estables, una vez que el trabajo ha devenido temporal; carentes de las relaciones personalizadas con los antiguos patrones de fundo; insertas en comunidades más débiles en cuanto sus sistemas de reciprocidad y cooperación, las personas se encuentran “suspendidas en la trama social”. Las nuevas formas de vulnerabilidad social en el medio campesino estudiado se explican así por el fin de las formas de vida que vinculaban a pequeños propietarios de tierras con los fundos vecinos; y, junto a ello, el ocaso de sistemas de trabajo basados en el inquilinaje, las medierías y el trabajo asalariado, que coexistían en estas comunidades con la factura de carbón, la alfarería y la recolección. En el pasado, un conjunto de bienes materiales y simbólicos circulaban entre la economía hacendal y las economías campesinas, independientemente del grado de expoliación vivida por los campesinos, visible en las formas de pago y montos de las remuneraciones al trabajo, o el precio de venta de los productos. Es cierto que la miseria —retratada en el analfabetismo generalizado, la alta mortandad infantil, la precariedad de las viviendas, el aislamiento, la falta de sistemas de protección institucionalizados— formó parte del escenario social hasta pasada la segunda mitad del presente siglo. No obstante, como contracara a esta situación, un conjunto de lazos comunitarios y familiares, así como los lazos con los dueños de fundo, caracterizados por el paternalismo, brindaron a la comunidad campesina una forma de reproducirse en la precariedad. Esta situación coexistió con una idea de familia y comunidad en que las personas desempeñaban papeles relativamente claros y legitimados socialmente. En los hombres radicaba el poder y la autoridad, mientras el conjunto de los miembros de la familia estaba dispuesto a seguir las normas familiares de división del trabajo intrafamiliar, así como aquellas de cooperación abiertas a la comunidad. El parentesco sostenía el vínculo social, mientras la comunidad y el vecindario otorgaban un soporte más allá del dado por los lazos de consanguinidad y alianza en y entre familias. Progresivas fisuras a este modelo de funcionamiento han ido manifestándose en distintas esferas, así como en fenómenos que acompañan la vida campesina en la Cordillera de la Costa del Maule desde hace varias décadas: una progresiva pérdida de tierras a través de las generaciones, migraciones que comprometen a tres generaciones y que se acentúan con el transcurrir del tiempo, desaparición del sistema de inquilinaje, disminución de las medierías, etc. Hoy prácticamente todo se ha modificado, a excepción de ciertos oficios que se sostienen en el tiempo: la factura de carbón y loza, y actividades de recolección. Ellos significan ingresos complementarios, en un contexto de reemplazo de las antiguas formas de trabajo por el trabajo asalariado temporal masculino. Al tiempo que la institución del inquilinaje y las medierías declinaban, se fue agregando al mundo campesino de la Cordillera de la Costa del Maule un conjunto de nuevas instituciones; entre las más importantes, las religiosas y estatales (escuelas, hospitales, cooperativas, iglesias pentecostales), notoriamente visibles a contar de los años sesenta. Con ellas se integraron nuevos actores, tales como profesores, personal paramédico de la posta, dueños de buses, pastores, camioneros, políticos, agentes del Estado, intermediarios en la comercialización de ciertos productos campesinos, obreros forestales, caudillos locales, actores que muchas veces se confunden en una sola figura. Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 8 Nuevas formas de vulnerabilidad social ¿Cuáles son los elementos comunes y las diferencias entre las antiguas formas de vulnerabilidad y las actuales? Si contraponemos la vulnerabilidad a la estabilidad protegida, sea por la familia, el parentesco y la comunidad o por sistemas de protección social de orden público, ¿cómo enfrentan hoy las personas y familias el quiebre de estos sistemas de protección ante la inestabilidad del trabajo y la crisis de la producción campesina? Entendida la vulnerabilidad social como las situaciones en que se imbrican la precariedad económica con la inestabilidad, los itinerarios sociales dan cuenta de numerosas modificaciones a través del tiempo de esos dos componentes. En un ambiente de incertidumbre del trabajo y declinación de la producción campesina, las antiguas formas de vida entran en crisis. No sólo se hacen sentir los problemas de orden estructural; además, el mundo constituido por el tejido de las antiguas solidaridades —comunitarias, familiares y de parentesco— va dando paso a otro en que los individuos particulares tienden a dibujarse más nítidamente, en comparación a la imagen borrosa que tenían en el pasado. Es esto lo que hoy viven los campesinos de la Cordillera de la Costa del Maule, testigos de la desaparición de formas de vida en que la escasez de recursos coexistía con vínculos con los fundos y relaciones con la comunidad y los parientes. La vulnerabilidad social como concepto comprensivo de nuestro presente es útil para nombrar las nuevas formas de vida impuestas por los procesos de modernización, modernidad y globalización. A diferencia de los conceptos de exclusión e integración social, la vulnerabilidad no nombra una situación congelada en el tiempo, sino un recorrido, un proceso que pone de relieve la relación entre la precariedad económica y la inestabilidad social (Castel 1996). Los conceptos de integración y exclusión social aplicados a los tiempos actuales retratan parcialmente las situaciones a que están sometidas las poblaciones en contextos de flexibilización laboral y globalización económica. Tras estos nuevos elementos aparecen nuevas formas de vulnerabilidad social: la precariedad del vínculo social por una inserción frágil e inestable en la estructura social, en la medida en que el trabajo se ha tornado temporal y ocasional, los antiguos vínculos comunitarios y familiares se debilitan, y también se hacen más frágiles los antiguos sistemas de protección social dependientes del Estado. En este mismo contexto emergen ciertos derechos individuales (como, por ejemplo, la penalización de la violencia intrafamiliar), mientras los derechos laborales tienden a desdibujarse. Estos nuevos derechos individuales, transmitidos a estas localidades por la televisión o por los contactos con la ciudad, posibilitan modificar la vida privada, no obstante la inestabilidad laboral contribuya a hacer más frágiles las relaciones de pareja. Es éste el escenario de la vida campesina contemporánea. Si en general en el mundo campesino actual las nuevas formas de vulnerabilidad social se encuentran enraizadas en el cambio de las formas estables de trabajo y empleo, hacia trabajo ocasional y empleo temporal, ello adquiere rasgos particulares en la zona estudiada. La actividad forestal, de un lado, proporciona pocos empleos a los lugareños en el caso de las madereras, y prácticamente ninguno en el caso de la orientación a la producción para la industria de la celulosa. Se han privatizado las tierras al tiempo que disminuye el empleo. Los contratistas, que intermedian el vínculo laboral con los propietarios para el trabajo en el bosque, trasladan la fuerza de trabajo de lugar en lugar, con lo cual los hombres salen y las mujeres se quedan a cargo de los hogares. A menudo llegan sin dinero, lo que contribuye a que las mujeres busquen intensificar las actividades de recolección de frutos silvestres o se amparen en sistemas tradicionales, como el compadrazgo o los apoyos de parientes consanguíneos, para ayudarse a Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 9 mantener los hogares. Esto contribuye a la generación de problemas familiares, en particular celos en los hombres y carencias de éstos en tanto proveedores, con las consiguientes disputas en las parejas. A menudo los conflictos intrafamiliares cristalizan en el ejercicio de la violencia en el ámbito privado, violencia no ajena a las prácticas de los mayores, pero debida a distintas causas, entre las cuales la ausencia temporal de los hombres es gravitante. La expansión de la actividad forestal ha tenido gran significación en la vida de los habitantes de las dos localidades estudiadas, Pilén y El Trozo, aunque más en la segunda, ubicada en la montaña, poco más abajo que el fundo Cayurranquil, del cual proviene una parte de sus actuales moradores. Esto se explica porque al tiempo que se incrementan las plantaciones de bosque artificial en las tierras de mayor altura de la Cordillera de la Costa, se mejoran los caminos y, con ello, los medios de transporte y acceso a lugares (El Trozo) antes bastante aislados. Las plantaciones no sólo se realizan en la montaña, sino van progresivamente invadiendo los fundos de la precordillera hasta aproximarse a Cauquenes. Esto repercute en la pequeña propiedad de Pilén Alto y El Peral, poco más arriba, de distintas maneras: algunos venden tierras que luego serán forestadas; otros, al disminuir los cultivos, pierden acceso al trabajo como medieros y obreros estables y a la tierra, lo que a su vez incrementa el trabajo temporal y ocasional. En la montaña, donde se localiza el fundo Cayurranquil y el poblado de El Trozo, por el contrario, la expansión forestal generó la erradicación de fuerza de trabajo y familias residentes en los fundos. Ello ha contribuido a la expansión del poblado El Trozo debido a que los campesinos, por medio de la reocupación de sus tierras o mediante la compra, bajan a poblar esta localidad. El poblado, conformado de sitios y parcelas —a diferencia de la localidad de Pilén Alto, de hábitat disperso—, alberga dos categorías de trabajadores vinculados a la explotación del bosque: carboneros y obreros forestales de temporada. Pero este mismo proceso de disolución de los vínculos laborales tradicionales ha dado cabida a otro: el surgimiento de ciertas familias cuyo progreso económico y social se debe a la actividad comercial, sostenida gracias al abastecimiento de alimentos para los obreros que llegan y a vínculos comerciales y clientelísticos con intermediarios de Cauquenes, a lo cual se agrega el papel que las mismas familias ejercen en la recepción y distribución de los recursos públicos.4 Paralelamente al proceso de desaparición de las distintas formas de acceso a la tierra y al debilitamiento de los lazos laborales estables, que conciernen en general sólo a los hombres, perduran ciertas actividades tradicionales que marcan una continuidad entre el pasado de pre-reforma agraria y el presente. Ellas son la alfarería en Pilén y la factura de carbón, fundamentalmente en la montaña. Este conjunto de elementos contribuye a explicar las nuevas formas de vulnerabilidad social que se encadenan con el quiebre del orden tradicional. En lo fundamental, el trabajador temporal y el jornalero ocasional tienden a vincularse no con los propietarios de tierras, sino con firmas y contratistas; el carbonero, entre tanto, ya no vende su producción en Cauquenes o no depende de los fleteros e intermediarios ubicados fuera de su entorno local, sino de intermediarios del poblado. Si en el pasado, y en estrecha vinculación con el sistema de inquilinaje y medierías, existían ciertas seguridades relativas en cuanto al acceso a tierras y alimentos, el presente está marcado por incertidumbres que no sólo afectan las relaciones laborales, sino además la vida privada: en la medida en 4 Probablemente debido a la gran cantidad de subsidios para la construcción de casetas sanitarias y casas, huertos familiares de Prodemu, proyectos de mejoramiento de infraestructura de Fosis, El Trozo es un lugar elegido para focalizar políticas dirigidas a la superación de la pobreza. Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 10 que el vínculo laboral se hace más inestable, tiende a erosionar los patrones de autoridad masculina en el hogar. En la época del fundo, las familias campesinas estaban involucradas en formas de vida altamente dependientes de las relaciones que pudieran establecer fuera del entorno campesino para solventar su propia reproducción. El progresivo estrechamiento de las tierras campesinas, visible en la disminución de la talla de la propiedad, contribuyó a estrechar más aún las medierías y el inquilinaje o, en Pilén, a que la familia dependiera exclusivamente del trabajo asalariado. Por su parte, los campesinos dependientes del sistema de inquilinaje y las medierías de la “montaña” estaban más atados aún a este tipo de vínculo laboral, debido a la mala calidad de sus propias tierras, y también a la falta de tierras. No obstante, en el primer caso —Pilén— estas formas de dependencia se veían en parte mitigadas por el papel de las mujeres en un tipo de actividad que generaba ingresos. Pero, también, la constancia e importancia del trabajo femenino alfarero evidencia la precariedad económica campesina, lo que se evidenció en las frecuentes, tempranas y sostenidas migraciones a la ciudad. Uno de los signos de la precariedad material en que vivían las familias entre los años cuarenta y sesenta, poco antes o poco después según la situación, era el analfabetismo extendido. Sólo quienes hacían el servicio militar aprendían a leer, a firmar, a sumar y restar. Debido a la existencia de escuela en Pilén, en esta localidad se frecuentaba más la escuela que en Cayurranquil y El Trozo, aunque por pocos años y más las niñas, puesto que los niños tenían que trabajar junto a sus padres. Otros signos de la precariedad material eran el vestuario, muchas veces hecho con sacos de harina para las niñas y niños, mientras los zapatos eran desconocidos. Abajo, en las localidades de Pilén Bajo y Pilén Alto había casas de adobe y tejas, arriba, en El Trozo y el fundo Cayurranquil, existían sólo ranchos. Los hijos nacían en la casa, con la ayuda de las parteras de la comunidad. No obstante, el acceso a tierras implicó alimento, tenencia de algunos animales y medios de trabajo, y una cantidad variable de dinero producto de la venta de ciertos productos. Estas situaciones fueron cambiando con el tiempo y según el lugar. La misma cercanía de Pilén a la ciudad de Cauquenes, incidió en las formas de vida campesinas. La educación,5 el acceso al hospital, a los servicios públicos existentes durante la reforma agraria, la concepción de derechos laborales desarrollada durante ese período, fueron progresivamente reemplazando el exclusivo vínculo entre campesinos y propietarios de grandes extensiones de tierra, proceso que no se hizo sentir sino dos décadas después en El Trozo. Este reemplazo de los antiguos patrones por las instituciones públicas culminó con el otorgamiento de pensiones asistenciales (de invalidez, vejez, familiares), que lograron, en parte, morigerar las condiciones de precarización crecientes de la condición campesina. Niños, ancianos e inactivos comenzaron a ser asistidos en los años ochenta. Mientras tanto, las poblaciones en edad activa, desprendidas de las antiguas relaciones de dependencia patronal, debieron reubicarse frente a la pérdida de los empleos estables y las formas de acceso a la tierra, y situar en su propia capacidad de 5 La concepción de la educación como vía de mejoramiento de la condición campesina alteró, en las poblaciones menos aisladas, los proyectos de vida familiares, con más esfuerzos dedicados a que los hijos se educaran. Esto estableció grandes distinciones entre las generaciones mayores y las jóvenes: en las primeras, una gran presencia de analfabetismo; las segundas, con años de escolaridad, que incluso suelen superar la educación básica en los hijos menores. Si esto es visible en Pilén, más cercano a Cauquenes, tiene menor gravitación en El Trozo, por estar más alejado de la ciudad y por la instalación más tardía de la escuela en el poblado. Pero educarse por más años implicó contactos con la ciudad, por la asistencia al liceo, y allegamiento con parientes u otras familias, para que los hijos vivieran en la ciudad. También implicó dinero para solventar la salida de la casa. Estos mecanismos no estuvieron al alcance de todos los hijos de los campesinos, menos aún de quienes no tenían tierras o cuyo vínculo laboral era inestable. Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 11 moverse en un mundo de inestabilidad, la posibilidad de lograr un empleo, de duración variable e incierta. Los pocos hombres que cuentan con trabajo estable han visto desvanecerse los dispositivos que aseguraban derechos laborales; el incumplimiento o falta de contratos de trabajo es un fenómeno usual pero, más que esto, lo que domina en el mundo del trabajo es un tipo de vínculo inestable, precario.6 La reciente llegada a la “montaña” de los servicios públicos, hace una o dos décadas según el servicio (escuela, posta, Servicio de Vivienda y Urbanismo-Serviu, Escuela de la Mujer-Prodemu, Corporación Nacional Forestal-Conaf) ha producido significativos cambios. En primer lugar, la subdivisión de la tierra de los padres "en vida", por el requisito de contar con una propiedad para postular a casa de subsidio, con lo cual los hijos se avecindan cerca de los padres una vez que éstos escrituran media hectárea a nombre de cada uno. Esto ocurre cuando los hijos fundan familia. Luego, la reciente llegada de la educación arriba, en El Trozo, con lo cual los hijos en edad escolar se restan del trabajo productivo y las madres deben ocuparse de las obligaciones y requerimientos de la escuela. La posta, con un paramédico, ejerce mayor control sobre el estado de salud de la población; y Prodemu, con un programa de huertos familiares, orienta a las mujeres (9 el primer año y 4 el segundo) a la producción de hortalizas para el autoconsumo y pequeños excedentes para la venta.7 Junto a estos cambios, el acceso a tierras declinó como producto de la extinción de las relaciones basadas en el inquilinaje y las medierías y como consecuencia de la subdivisión y fragmentación de la pequeña propiedad. No obstante, este tipo de consecuencia ha sido más visible con posterioridad a la reforma agraria y una vez que comenzaron a desarrollarse mayores inversiones en las plantaciones forestales en los fundos de la cordillera. Esto ha ido progresivamente alterando el uso del suelo desde las tierras de "arriba" hacia las tierras de “abajo", a la vez que ha contribuido a la disminución de las superficies plantadas con cereales y legumbres. Tal proceso va de la mano con menores contrataciones de trabajadores estables y un predominio cada vez más notorio de los asalariados temporales: ellos son más ocasionales que de temporada en Pilén, mientras en El Trozo una franja minoritaria de hombres jóvenes logra acceder a la condición de obreros forestales. En esta localidad, la Posta Rural tiene registrados cuarenta obreros forestales temporales y ochenta carboneros, lo que muestra el importante peso de las actividades tradicionales por sobre las "modernas" formas de explotación del bosque que hacen las firmas forestales. Pero entre los jóvenes, ninguna de estas condiciones laborales es estable. Se desempañan como carboneros ocasionales o como obreros forestales temporales. Ello implica un trabajo itinerante de plantación en plantación, con lo cual se ha roto un proceso de sedentarización de larga data, dado por la residencia en el fundo o, más tarde, en el poblado. En estas condiciones, los jóvenes prefieren abandonar el campo y tentar suerte en la ciudad, como lo hicieron otros parientes que los antecedieron y con cuyo apoyo pueden desarrollar una nueva forma de vida. A través de las generaciones, se observa una tendencia ininterrumpida a la bajada de las poblaciones campesinas desde la cordillera y la precordillera hacia las ciudades. La mayoría de los miembros de cada 6 A diferencia de los padres, que invertían sus excedentes en bueyes para contar con una o más yuntas para el trabajo agrícola y el acarreo de su producción de carbón a la ciudad de Cauquenes — o en caballos, como medio de transporte—, los hijos invierten en motosierras y motos para emplearse por temporadas en el bosque, fundamentalmente en los bancos aserraderos que mantienen algunos fundos. 7 Si las mujeres tendieron a abandonar el trabajo en el carbón y la agricultura, estos dispositivos de capacitación y entrega de semillas para la horticultura se realizan en las tierras de la familia que ha montado un almacén de abarrotes, con lo cual las hortalizas se comercializan por esta vía. La instalación de un huerto en cada casa supone una inversión, y esta autonomización de cada mujer que aprendió en el huerto colectivo se dificulta por la incapacidad de contar con el dinero que se les exige. Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 12 familia ha migrado principalmente a Santiago, y secundariamente a Cauquenes. No obstante, esta tendencia muestra diferencias por género y localidad: las mujeres de las generaciones mayores, intermedia y entre las jóvenes, migran a la ciudad, donde se ocupan mayoritariamente como empleadas domésticas. Pero esta tendencia general admite excepciones. Una mujer migrante de Pilén, de la generación intermedia, logró obtener un puesto de trabajo en la manufactura textil en los años sesenta, tras lo cual algunas de las parientes más jóvenes siguieron la ruta de los textiles. Algunas de la generación menor han llegado a tener una profesión (trabajadora social, muy nombrada a causa de su excepcionalidad; secretariado y computación; esta última también ingresó a una industria a desempeñar tareas administrativas). Los hombres en cambio, desde las generaciones mayores, al migrar a la ciudad de Santiago se ocupan como carpinteros, torneros y mueblistas. Trabajos más calificados sólo se logran con una mayor educación; pero esto, en comparación a las escasas mujeres con más años de escolaridad, tiene menor significación entre los hombres. (Entre las familias entrevistadas, uno logró estudiar en una escuela técnica durante la década de los sesenta, lo que posibilitó su acceso a puestos de trabajo como obrero calificado; otros hijos de loceras —de una madre soltera en este caso— lograron uno ser profesor y otro comerciante en Cauquenes; el profesor está exiliado). Entre los más jóvenes, las expectativas son trabajar en carnicerías y supermercados. Los migrantes de El Trozo tienen en común en las mujeres la migración atada al empleo doméstico, primero a Cauquenes y luego a Santiago, mientras los hombres se ocupan como jardineros y obreros especializados y temporales. En comparación con los migrantes de Pilén, sus posibilidades de acceso a trabajos más calificados y mejor remunerados son más bajas, probablemente por la menor escolaridad debida al aislamiento en que hasta hace pocas décadas se encontraba el poblado. Esta síntesis de los desplazamientos campo-ciudad en ambas localidades, que muestra que las mujeres tienden mayoritariamente a irse a trabajar a las casas y los hombres a los jardines particulares, admite entonces algunas excepciones. Los constreñimientos debidos a la falta de empleo no siempre provocan migraciones, fenómeno de larga data. También parte de las familias se queda. Quedarse implica recurrir a lo conocido y heredado, a lo que otorga el medio y se puede vender: según el tiempo y los meses del año, salir a recolectar rosa mosqueta, distintas variedades de hongos, o ramas de avellano para las coronas funerarias, todo ello en forma más furtiva que antes. A ello se agrega, sobre todo entre las mujeres y los niños y niñas, y también entre los desocupados y a veces los ancianos, hacer loza como las abuelas y las madres (en Pilén), más en verano que en invierno; hacer carbón a escondidas de los inspectores de Conaf; o talar el bosque nativo, transgrediendo las normas que contribuyen a frenar la devastación forestal. Si se considera que los obreros forestales de temporada constituyen la mitad de los carboneros, se hace visible el bajo impacto del empleo forestal en la localidad y la perdurabilidad de una actividad tradicional, como la factura de carbón. El elemento que incide en las dificultades y los nuevos obstáculos para la factura de carbón es la presencia de la Conaf como organismo público de control del uso y explotación del bosque nativo. Este dispositivo en contra de la depredación del bosque, visto en la larga duración y en la forma como se ha devastado el bosque de roble y avellano, admite ciertas precisiones: los grandes propietarios se sirvieron de las medierías y de los medieros a lo largo del siglo para prácticamente exterminar estas especies; la tala del bosque les permitió percibir la mitad del carbón producido por los campesinos, aparte de abrir el territorio para las siembras y las empastadas, hecho que posibilitó las siembras a cargo de inquilinos y medieros. De su lado, los campesinos construyeron, a partir de estos sistemas, una forma de vida y de Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 13 reproducción económica. La legislación protectora del bosque nativo irrumpe cuando el quiebre del sistema fundo y de usufructo de tierras y bosques hace a estos campesinos más dependientes aún de la actividad carbonífera y de la explotación de maderas nativas, sujeta esta vez a nuevos intermediarios. Con ello, la aplicación de los dispositivos legales que protegen el bosque implica la asunción de los costos por parte de los productores directos (multas pagadas por los campesinos). Los “planes de manejo”8 irrumpen como un límite para los campesinos, e implican que la actividad carbonífera sea furtiva y clandestina; pero aun cuando la legislación impida la tala indiscriminada del bosque nativo, es esta actividad prácticamente la única que genera ingresos. La necesidad campesina y el manejo del comercio de carbón y madera de intermediarios locales y de Cauquenes, se articulan para lograr esquivar el cumplimiento de la legislación de la Conaf. Estas actividades implican vincularse con el mercado, sea en Cauquenes, sea en forma local, a través de distintas cadenas de intermediación. Ellas incluyen las que se instalan en las micros de recorrido bisemanal (mujeres de Pilén, más entrenadas en el comercio, compran frutos silvestres a las recolectoras de arriba, las que vienen de El Trozo, de El Peral); familias que manejan el comercio local y se abastecen de carbón producido por los campesinos más pobres; intermediarios de Cauquenes que controlan la extracción y venta de madera nativa (de roble); caseras que van a la feria bisemanal o comerciantes del mercado de Cauquenes que compran la loza. En reemplazo del antiguo vínculo con los patrones de fundos, estos nuevos actores locales y citadinos organizan la venta, el monto y las formas de pago a los productos campesinos. En el caso de las mujeres, y a través de las generaciones, existen algunas diferencias entre las dos localidades: mientras la labor alfarera se mantiene entre las que se quedan en Pilén, en “la montaña” ellas se mantienen desarrollando las labores de recolección de antaño: de callampas, de loyo, digueñes, ramas de avellano. No obstante, los recorridos y los costos para desarrollar actividades de recolección son cada vez más largos y difíciles, en la medida en que desaparece el bosque nativo. Nuevos frutos, como las callampas que crecen bajo el bosque artificial, comienzan a reemplazar los frutos dados por el bosque nativo. Las mujeres de “arriba” tienden a dejar el trabajo del carbón en tanto la asistencia de los hijos a la escuela, inexistente tiempo atrás, les ha significado mayor dedicación a los hijos, que a su vez han dejado el trabajo, ya sea en el carbón o en los cultivos. Las mujeres solas con una prole que “Cualquiera acción de corta o explotación de bosque nativo, deberá hacerse previo plan de manejo aprobado por la corporación [...] La contravención a lo dispuesto en los incisos anteriores hará incurrir al propietario del terreno o a quien efectuare la corta o explotación no autorizada, según determine la corporación, en una multa que será igual al doble del valor comercial de los productos, cualesquiera fuera su estado o su grado de explotación o elaboración. Cuando los productos se encontraren en poder del infractor, caerán además en comiso”. El plan de manejo regula el uso y aprovechamiento de los recursos forestales y es obligación para la explotación del bosque, nativo o artificial, cuando las hectáreas que se va a explotar son superiores a diez. Para obtener el plan de manejo es necesario presentar un informe a la Corporación Nacional Forestal, que incluya: plano del predio, señalándose la ubicación de la explotación; estudio topográfico del predio, curso de las aguas, especies nativas y objetivo de la corta. Si el número de hectáreas es menor a diez hectáreas, el informe no requiere un avalúo profesional especializado, pero si se superan las diez hectáreas, sólo lo puede dictar un ingeniero forestal o agrónomo especializado. Junto al informe técnico se debe acompañar el título de dominio del predio; si está en trámite de saneamiento, un certificado que acredite el dominio. Sin dicho plan de manejo, no es posible percibir los incentivos, subsidios o gratificaciones pecuniarias con que el Estado premia la reforestación y la explotación forestal. Puesto que el nivel de educación en la población es bajo, muchos son analfabetos o tienen sólo educación primaria, está fuera de su alcance la posibilidad de redactar ellos mismos el informe técnico, pese a conocer a fondo las materias tratadas en él. También, el alto costo que significa contratar un profesional para que levante el informe requerido por el plan de manejo, impide acceder por medios lícitos a la explotación de sus predios. No obstante, la necesidad de percibir ingresos para la subsistencia diaria de la familia fuerza a los hombres a cortar y explotar el bosque nativo de sus predios, a riesgo de ser multados monetariamente por la autoridad judicial. No pocas veces son descubiertos, y se ven obligados a pagar altas sumas de dinero, sin aprovechar la corta hecha. 8 Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 14 mantener ven atenuarse las fronteras entre trabajos masculinos y femeninos. Se desempeñan como cocineras en los campamentos y bancos aserraderos (entre octubre y marzo) o bien en los viveros, en la poda, en la recolección de frutos silvestres y alternando varias actividades a lo largo del año para solventar los costos de alimentación y educación. Progresivamente se suman a ellas las mujeres que viven en pareja y con hijos, proceso gatillado por la inestabilidad de los ingresos masculinos, el alcoholismo de los hombres y el mismo distanciamiento entre hombres y mujeres provocado por el trabajo itinerante. Buscar trabajo entre las mujeres y en la medida en que el trabajo temporal masculino no genera ingresos estables —y, además, la salida de los hombres no garantiza que lleguen con dinero a la casa— se intensifica como modo de enfrentar la precariedad económica y la inestabilidad de los ingresos. Ello contribuye a cambios notorios en los patrones de autoridad familiar y al debilitamiento de la autoridad masculina. Los mismos procesos de diferenciación campesina darán cuenta de las características y de la naturaleza de la precariedad en la vida campesina contemporánea. Las poblaciones se diferencian entre quienes tienen (un comercio o un trabajo estable), que son los menos; y los más, los que tienen un empleo o actividad inestable. Muchos de ellos dependen de los primeros. En la generalidad de las viviendas —de adobe abajo y de madera arriba— el fogón en el suelo perdura como modo de cocinar, pero suele estar acompañado por la televisión, lo que brinda posibilidades de acceso a nuevas pautas culturales e informaciones sobre el mundo exterior. Buena parte de los de “arriba” cuentan con caseta sanitaria y casi un tercio con casas de subsidio, que van reemplazando progresivamente los antiguos ranchos. Una gradual y notoria diferenciación social ha marcado este proceso de cambios a medida que nuevos actores han surgido al amparo de las nuevas formas de explotación forestal que funcionan paralelamente a las antiguas prácticas productivas. Entre ellos, los comerciantes locales, que no sólo tienen un comercio de abarrotes, sino también ejercen el papel de poder comprador del carbón local y el otorgamiento de albergue y pensión a los obreros forestales. El carácter clandestino de la explotación del roble se sostiene en el poder local y en los compradores de Cauquenes, que son, en última instancia, quienes habilitan a los campesinos para dar salida a su producción. Dicho de otra forma, los campesinos son la mano de obra de los comerciantes en madera y carbón, dada la existencia de constreñimientos legales. Ciertos adelantos rodean la vida campesina a la hora actual: luz eléctrica hace pocos años, con ello televisión (lo que implica mayor comodidad, menor aislamiento, pero a la vez mayores necesidades de dinero) y el constante mejoramiento de los caminos debido al mantenimiento exigido para el paso de los camiones forestales. Corolario de estas mutaciones que tienen distintas consecuencias según localidad, la condición campesina en Pilén muestra en apariencia una extinción lenta y gradual, prácticamente silenciosa, paralela al envejecimiento de la población local. Parecen apagarse las vidas al tiempo que se apaga la condición social. No obstante, existen muchos elementos que contradicen esta visión, que oculta las complejidades de la propia existencia campesina actual. La condición campesina, entonces, no se nos muestra en el umbral de su desaparición. La memoria, los oficios antiguos coexisten con elementos nuevos que sostienen calladas formas de asirse al lugar, reproduciendo lo heredado y sumando a esto las exiguas pensiones que llegan o cuando se es muy pobre o cuando se es muy anciano/a. Arriba, en la "montaña", es distinto: mayores dislocamientos sociales, diferenciación social entre las familias, peso gravitante de nuevas relaciones de poder en el ámbito imbricadas con núcleos de poder Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 15 político y económico en la ciudad vecina, junto a una masa de población vulnerable marcada por la precariedad y la inestabilidad, tributaria de los procesos de acumulación local y de las firmas forestales. El tiempo pasado no fue mejor. No obstante, el presente se construye en la incertidumbre para la gran mayoría. Ello a pesar del conjunto de elementos materiales y culturales que se han ido agregando a través del tiempo a la condición campesina, de modo distinto según la condición social que, a su vez, ha tendido a diferenciarse, generando nuevas posibilidades para algunos, dificultades para los más. Aunque en fragmentos, los argumentos de las personas de una de las familias entrevistadas nos servirán para cerrar estas ideas y volver a las palabras iniciales prestadas de Bourdieu. Fragmentar el relato puede ser arbitrario. Es arbitraria también la elección de quienes son recogidos a través de los fragmentos del relato, ya que otras familias cuyos antecesores compartían semejante condición social prosperan amparadas en redes de comercio, que las vinculan hacia dentro de la localidad por medio de la venta de abarrotes y, hacia fuera, por medio del comercio de carbón. Se ha elegido mostrar en partes del relato la presencia de quienes conforman el grueso de la población de El Trozo: una familia cuyo padre es carbonero y cuyos yernos e hijos son obreros forestales temporales y carboneros ocasionales, mientras las mujeres de la familia buscan trabajar como cocineras en los bancos aserraderos y en el mantenimiento de viveros forestales, ambas actividades temporales. Ellos vivieron en el fundo Cayurranquil; luego, cuando el fundo pasó a manos de un Consocio Forestal, debieron abandonarlo; se trasladaron a la localidad de El Trozo, donde compraron unas pocas hectáreas de tierra y construyeron una casa de subsidio. En el fundo Cayurranquil: La madre: Nos tenía buena el patrón, porque yo me crié con él cuando estaba chica... Él estaba administrando, mi abuelito, porque yo con ellos me crié. Y entonces él estaba joven también el patrón, entonces me conocía de chica. ¡De niños nos conocíamos! Y eso fue lo que hizo atracarnos al lado de él. La señora nos daba la ropa de las sobrinas de ella. A mí me daban ropa, a mí y a los chiquillos y en de por ahí, se ponían zapatos los cabros chicos; si no, andaban a pata pelá’ no más. (I.L.V., 50 años) El padre: ¡Fue tanto lo que trabajamos! Si hubiera pagado [el patrón] como le correspondía a toda la pega que le hacíamos, habríamos sacao buen billete. Pero nosotros no nos dábamos cuenta de lo que ganábamos y el patrón se aprovechaba más bien dicho de nosotros... Y nosotros, trabajábamos llanamente, y harto, pa’ que no estuviera mal él, no estuviera disconforme, no dijera algo... En ese tiempo, trabajaba en el fundo, veía los trabajos, había que hacer plantaciones, veía por los viveros de pino, plantábamos —ordenados por el patrón, si po’—. El patrón me pagaba mensual, me pagaba un sueldo mensual y garantías me daba, lo que yo alcanzara a hacer de trabajo. Y hacía plantaciones ¡Todos esos bosques que están allá en Cayurranquil los planté yo! Yo planté, de trabajador de Cayurranquil, de los doce años pa’rriba, 22 años, plantaba pino y a las ocho de la mañana teníamos que estar con la helá’. Mi papá era mañosazo con la finá’ de mi madre, le animaba pegarle... si de eso me acuerdo yo... Nosotros veníamos por ahí, y nosotros teníamos que arrancarlos, así era el viejo de malo. (V.L., 54 años) La hija: Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 16 Y mi mamá tenía que esconderse porque él era cosa seria; si nosotros teníamos que escondernos pa’llá pa’ tras, dentra la noche. Y yo con mi hermano chico, yo lo agarraba y me arrancaba, atrás en unos cipreses grandes, en unos cipreses grandes tenía que arrancarme con ellos en brazos, y mi mamá arrancar pa’l otro la’o. […] Y después ya que se le pasaba más era güenazo, pero es que así cuando se ponía a tomar... (R.L.L., 36 años) En el poblado de El Trozo: El padre: Esta cuestión aquí donde compramos esto fue puro trabajo que nos ganamos en la juventud; uno era más güeno pa’l trabajo y estaban más güenas las situaciones que las de ahora. Era más fácil, no sé poh, sería que... uno estando más joven tiene más habilidad pa' trabajar... y tiene más fuerza, el cuerpo más liviano y le rinde más... Queríamos comprar y no hallábamos dónde y plata teníamos poca. Compramos, es que no ve que son juleros los patrones, a veces están bien, y llegan y lo echan a uno. Compré esta parcelita, este pedacito de terreno y me salió esta casita por subsidio, ¡las primeras casas de subsidio!, salieron como cuatrocientos mil pesos... no me acuerdo... a ver... el año ochenta. Preguntados si ahora estaban mejor ellos, respondieron: ¿Quién, nosotros? Bueno, nosotros, trabajando no más, igual casi, lo único que no estamos obligados, estamos libres no más, trabajamos no tan temprano y a veces se trabaja más, a veces se trabaja menos, así. Y lo que más nos jode a nosotros es la enfermedad de ésta [epilepsia], porque a veces cuando se enferma, a veces toca que no hay na' plata, hay que conseguirla y después hay que pagarla, trabajo, plata, pagarla. Pa’cá ése es el trabajo que hay: el carbón. Ahora ya se está terminando ¿Y pa’ onde los vamos a buscar ahora otra pega? A uno, pasados los cincuenta años también no le dan trabajo en las forestales, le dan trabajo a los puros jovencitos; de cuarenta y cinco años pa’rriba ya no nos dan en las forestales. La madre: Ayer le estaba alegando yo: ¡que puta la lesera!, le dije yo, que hace un mes que no trabaja, le dije yo; no tengo ni pa’ un kilo de carne ni pa’ comprar una gallina. ... se le va la plata en pagar, si él está encalillado como malo de la cabeza. Si anda curao también por ahí. Una vez me tiró con el hacha, si no le saco el quite me la pone medio a medio en el espinazo. El padre: ... nosotros a cada uno de los hijos, a los que están casados, a estos mayores edad, del mismo... por escritura meditaria de terreno, cada uno pa’ que así les toca la suerte pa’ que postulen al subsidio, no ve que están ofreciendo. La hija: Mi marido saca madera, polines no más, y en el carbón y en esas cuestiones no más ha trabajado. Cuando él no trabaja con mi padrino Jorge es seguro que pasamos hambre. Trabajó en las forestales. Como las otras firmas le pagaban... Se fue en esa firma a trabajar de aquí pa’llá. Estuvo un mes trabajando... y gastó toda la plata, no trajo ninguna cosa, ninguna cosita... Llegó con las manos vacías. Yo fui a Cauquenes, tenía unas callampas, unos calcetines pa’ vender. Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 17 Si él no era mañoso, si hace como unos cinco años atrás que se comenzó a colocar mañoso, antes no. Me mandó un combo... Me cabrié de ser güena, yo le dije que no le aguantaba ni una más, ni una, que ésta era la última Fui al juzgado. El día martes lo vinieron a notificar. Ya cuando nos vinieron a tomar careo, cuando los hicieron pasar pa’entro, ahí él no podía decir que no... Yo por mí no me quiero juntar, yo no me quiero juntar con él, le dije [al juez]. Sabe, me dijo, hagamos una cosa, pero ésta es la última oportunidad, le vamos a dar una oportunidad por sus hijos, pero si se porta mal y ella viene aquí, Ud. no tiene más derecho de reclamar a sus hijos... Y con esa condición estamos. NOTA: La madre y dos de sus hijas (R.L. entre ellas), después de estas entrevistas, durante 1988, se internaron en el bosque para trabajar de cocineras de bancos aserraderos y en los viveros forestales. Y, en síntesis, en esta familia este relato final podría constituir una visión de los cambios a través de uno de los signos de la precariedad: El padre: En ese tiempo no usábamos zapatos. Casualidad ahora estos cabros que ahora andan más con zapatos. Yo por lo menos a lo lejos me pongo zapatos, porque tiene que ir guardándolos cuando le toca salir a uno porque si no los acabo y después cómo compro. Yo tengo un par de zapatos que los compré... ¡ay! Tiene que ser como siete años y todavía están güenos, pero no me los pongo; a veces no más, cuando hace frío algunas veces me los pongo. A veces pa’ la helá porque ya siento frío. En la juventud era más sufrío, pero ya tengo cincuenta y cuatro años ya… Proposiciones 29, marzo 1999: Valdés, “Historia de vida...” 18 Referencias bibliográficas Acuña, Lila. 1986. Hombres y mujeres en Putaendo. Santiago: Biblioteca de la Mujer, CEM). Bauer, Arnold. 1975. “La hacienda El Huique en la estructura agraria del Chile decimonónico”. En Haciendas, latifundios y plantaciones en América Latina. México: Clacso/Siglo XXI. ————. 1994. La sociedad rural chilena. Desde la conquista española a nuestros días. Santiago: Editorial Andrés Bello. 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