PLURALISMO Y LIBERTAD RELIGIOSA: LA SITUACIÓN DE LAS

Anuncio
PLURALISMO Y
LIBERTAD
RELIGIOSA: LA
SITUACIÓN DE LAS
MINORÍAS
Director: Lorenzo Martín-Retortillo
Baquer
LA LIBERTAD DE CONCIENCIA
EN UN MUNDO
INTERRELACIONADO: LA
OPCIÓN POR EL PLURALISMO
RELIGIOSO. DE LAS
DECLARACIONES DE DERECHOS
A LAS CONSTITUCIONES DE LOS
ESTADOS
(Conferencia I)
2
1. En nuestro actual mundo cultural, la reflexión sobre el tema que iniciamos,
bien puede estar presidida por el que me gusta denominar párrafo
paradigmático de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos
referente a la libertad de conciencia, tal y como se contempla en el Convenio
Europeo de Derechos Humanos. Que se expresa en estos términos: “La
libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, tal y como la protege el
articulo 9, representa uno de los pilares de cualquier sociedad democrática, en
el sentido del Convenio. En su dimensión religiosa figura entre los más
esenciales elementos de identidad de los creyentes y de su concepción de la
vida, pero es también un bien precioso para los ateos, los agnósticos, los
escépticos o los indiferentes. Es connatural al pluralismo, tan trabajosamente
conquistado a través de los siglos, consustancial a dicha sociedad”. El párrafo
está tomado de la primera sentencia en que el Tribunal, el 25.V.1993, se
enfrentó directamente con el tema de la libertad religiosa, sentencia sobre la
que habrá oportunidad de volver. El breve párrafo, tan sintético, está empero
cuajado de claves que en seguida se irán glosando. Pero conviene adelantar
que la lectura del texto, la reflexión sobre el pasado y la consideración global
de la situación actual, nos lleva directamente a la constatación de que,
parodiando y remedando al poeta, bien podríamos proclamar que, en cuanto a
la libertad de conciencia –y a salvo muy contadas excepciones-, “cualquiera
tiempo pasado fue peor”.
2. Y es que hoy partimos de un tiempo histórico en que se asume y se hace
realidad, como lo más normal, que la vida en la sociedad política tiene que
estar presidida por el efectivo reconocimiento individual de muy cualificados
valores que toman la configuración jurídica de derechos humanos y
libertades públicas –con todo lo que ello significa y con las destacadas
consecuencias que habrán de derivar-. Y, entre ellos, algo tan auspiciado y
perseguido a lo largo de los siglos, como es la libertad de conciencia. No es
esta la ocasión para hacer un repaso histórico acerca de los avatares en la
afirmación y reconocimiento de la libertad de conciencia, con tantos episodios
patéticos, a lo largo de los siglos, y en tan diferentes territorios y circunstancias.
Valga sólo un a modo de toque de recuerdo, como advertencia de que la
historia no debe ser olvidada. Para lo que resultan bien indicativas las palabras
del párrafo referido, cuando recalcan que se trata de algo “tan trabajosamente
3
conseguido a través de los siglos”. Pero me importa muy mucho recalcar que la
libertad de conciencia y de religión necesita un clima para arraigar y
desarrollarse con normalidad (y no me refiero, por supuesto, a quienes tienen
que adoptar posturas heroicas –con toda clase de precauciones y riesgos- para
mantener contra corriente la llama de la libertad de conciencia y de la libertad
religiosa. Salvo contadas excepciones históricas, solo llega a su plenitud en
aquellos sistemas que reconocen y potencian todas las libertades en general:
no son las monarquías absolutas ni los sistemas totalitarios el terreno abonado
para ella –salvo excepciones, insisto-, que florece, en cambio, con vitalidad en
los sistemas democráticos. Los ejemplos del tipo de la convivencia de “las tres
culturas”, sin duda muy admirables, no han solido durar, tantas veces en
cambio con finales patéticos.
3. Hay otro dato fáctico que debe ser destacado cuanto antes y que tiene que
ver con el dinamismo geográfico y el espíritu viajero de la implantación y la
presencia de las creencias y de las prácticas religiosas. Y es que, como regla,
por supuesto en la actualidad pero ya mucho antes, frente al hipotético modelo
de una estabilidad geográfica de creencias y religiones, la realidad evidencia
que éstas viajan y, en ocasiones, de forma intensa. Ha habido periodos y fases
–cierto- de arraigada rigidez o estratificación de determinadas respuestas
religiosas en un territorio, tantas veces defendida con ardoroso celo, pero más
frecuente ha resultado en la realidad el fenómeno de mezcla e interrelación,
forzando a fórmulas de convivencia asumidas de mejor o peor grado. No es
ningún secreto que los conquistadores, en unos u otros tiempos, territorios o
circunstancias, llevaban consigo e imponían sus propias ideas y su religión.
Pero también está el ejemplo de los misioneros a tierras lejanas. Se recuerda
habitualmente que la palabra que designa una realidad tan presente,
propaganda, proviene del nombre del dicasterio de la Iglesia Católica “De
Propaganda Fide”, dedicado a auspiciar las actividades misioneras. Lo mismo
que se puede evocar, en sentido parecido, pero desde otros contenidos, el
envío a otros territorios de misioneros de organizaciones evangélicas, tan
floreciente a partir del siglo XIX. Algo más adelante se aludirá a alguna
repuesta constitucional directamente dirigida a atajar y enervar tal tipo de
prácticas, y desde un punto de vista anecdótico se puede recordar el hermoso
libro de Georges Borrow –“Don Jorgito el inglés”-, “La Biblia en España” –con
4
impecable traducción de don Manuel Azaña-, en el que narra sus afanes y
desventuras –con “visita” incluso a la cárcel de Madrid- al intentar imprimir y
distribuir la Biblia a lo largo de España.
A todos los fenómenos de ese tipo hay que añadir ahora la enorme movilidad
de personas, propia de nuestro tiempo, ya en busca de un trabajo, o huyendo
de duras situaciones, ya sea por afán viajero o profesional, o simplemente por
la apetencia de buscar mejores o diferentes condiciones de vida. Lo que está
proporcionando, como se sabe, flujos intensísimos. Que, con frecuencia, se
traducen en la implantación de grupos, a veces muy cerrados en sí mismos,
con religión diferente a la arraigada en el territorio de nueva instalación. Y no se
olvide que, con frecuencia, cada religión suele implicar un conjunto de
observancias –en cuanto a prácticas, ritos y cultos, tiempos de trabajo y de
ocio, alimentos o ayunos, incluso vestimentas- que pueden chocar con los
arraigados en el territorio –algo de esto se verá con detenimiento en la lección
tercera cuando se aborde el tema de los atuendos religiosos-. A veces, incluso
con diferencias profundas en cuanto al ejercicio de las libertades arraigadas.
Se va a hablar a continuación, con énfasis, de la libertad de cambiar de
religión, o de la libertad de comentar o, incluso, criticar la religión, las creencias
y símbolos, lo que es algo asumido con normalidad en muchos territorios –
opciones, también, “tan trabajosamente conquistadas a través de los siglos”que chocarán con otras formas de entender lo religioso del todo reacias –por el
momento- a asumir tales libertades, incluso a permitir la más mínima crítica.
Lo cual, obviamente, ha de forzar a intentar hallar fórmulas de entendimiento y
convivencia, para que lo considerado como propio y lo ajeno puedan coexistir,
en una tarea no siempre fácil, y no siempre planteada de buena fe. Son los
retos que la vida va suscitando periódicamente que fuerzan al hombre a saber
asumirlos y resolverlos. En relación con lo cual, el trato de las minorías ha de
ocupar espacio destacado.
4. Para desarrollar nuestro análisis, podemos tomar como punto de partida uno
de los documentos señeros del pasado siglo, La Declaración Universal de
Derechos Humanos (citada en adelante como DUDH), elaborada por la
Organización de Naciones Unidas y solemnemente aprobada en París el 10 de
5
diciembre de 1948. Documento que surge, como reacción y afirmación, en los
críticos momentos de la profunda crisis espiritual que se produce al término de
la Segunda Guerra Mundial, desde el deseo de comprometerse de la manera
más firme para que pudiera llegar a ser una realidad el ¡nunca jamás! a los
horrores producidos en aquellas situaciones. La Declaración sigue de cerca las
directrices de la Carta de Naciones Unidas, aprobada en San Francisco en el
verano de 1945, en línea también con la “doctrina de las cuatro libertades” que
había proclamado el Presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, a
las que expresamente se rinde homenaje en el Preámbulo de la Declaración
Universal, cuando entre otras cosas se reconocía “como la aspiración más
elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos,
liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la
libertad de creencias”. No se olvide que la cruel y vergonzosa persecución de
los judíos había tenido un innegable componente religioso, sin dejar de lado
que, a la vista de la sistemática línea de menosprecio de los derechos
humanos, se estaba reaccionando también frente a otros importantes agravios
a la libertad de conciencia a los que luego se aludirá. Es así como llega a la
Declaración Universal –junto a otros importantes derechos bien próximos,
como el derecho a la libertad de opinión y de expresión o el derecho de
asociación-, el decisivo artículo 18 redactado en los términos siguientes: “Toda
persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión;
este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia. Así como
la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente,
tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la
observancia”.
Adviértase la pluralidad de alternativas insitas en el precepto, con tan diversas
opciones, así como el dinamismo de las situaciones contempladas, albergando
bien variadas conductas activas, de forma que, de una parte, se asume el
criterio de tener una religión, u otra, o de no tener ninguna, pero a su vez, se
precisa para que quede clara la legitimidad de reunirse, enseñar, practicar,
llevar a cabo actos de culto, además de poder cambiar de criterio, abandonar
las creencias o sustituirlas por otras. Se trata de una pieza magna dentro de un
documento señero, que abre paso decididamente a algo que en el párrafo
paradigmático se subrayará, cuando del conjunto referido se subraya que “es
6
connatural al pluralismo”. Aparece así esta palabra clave en todo el sistema, el
pluralismo -tan próxima a la histórica de “tolerancia” 1 -, que, puesto que de
derechos del individuo se trata, lleva a entender que caben muy diferentes
respuestas, todas ellas legítimas, todas ellas gozando de la protección que se
otorga a los derechos, y que van a abrir un panorama que representa lo
contrario del exclusivismo, del sectarismo, de la intolerancia o de las fórmulas
excluyentes y cerradas. Lo que me lleva de nuevo a la abierta enumeración
que incluye el párrafo paradigmático referido, cuando, respecto a la libertad
contemplada, afirma que se trata de un elemento esencial y de un bien
precioso para los creyentes –de cualquiera de las religiones-, pero también
“para los ateos, los agnósticos, los escépticos o los indiferentes”. De modo que
ante el hecho religioso, o ante las dudas, indagaciones o aspiraciones de la
conciencia, hallarán cabida, con toda la legitimidad, los creyentes –cuyas
opciones tan ampliamente se enumeran, y protegen-, pero también, los
indiferentes, escépticos, ateos o incluso los críticos con el fenómeno religioso.
Tal será la esencia de esta libertad de pensamiento, de conciencia y de religión
que se proclama. Se trata de una toma de postura, muy importante
históricamente
-sin
dejar
de
reconocer
gloriosos
precedentes 2 -,
extraordinariamente innovadora –sólo hay que pensar lo que estaba
sucediendo entonces en tantos países-, cuyos méritos deben ser reconocidos
sin falta, y a algunas de cuyas consecuencias nos iremos refiriendo a lo largo
de las páginas que siguen.
5. Debo recalcar que la Declaración Universal es un instrumento de Naciones
Unidas, con auténtica vocación universal, dirigida, desde luego, a todos los
países que integran dicho foro, lo que supone, obviamente, que destinatarios
de sus efectos son los ciudadanos de todos los países integrantes de la ONU
(otras declaraciones de derechos, muy importantes históricamente, aunque
1
Sobre la problemática en general de la tolerancia se encontraran interesantes
aportaciones en el sugestivo libro de María J. ROCA, La tolerancia en el Derecho. Advierto que
al final de las cuatro lecciones, en el apartado dedicado a “Bibliografía”, se incluye la cita
competa de los libros y trabajos que se irán utilizando, así como una selección de las obras de
mayor interés para quienes aspiren a seguir profundizando en estos temas.
2
Entre los que se puede destacar, por ejemplo, el señaladísimo que representó la
primera enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América del Norte, entrada en
vigor el 15 de diciembre de 1791, cuando, junto a la garantía de la libertad de expresión,
proclama: ”Congress shall make no law respecting an establishment of religión, or prohibiting
the free exorcice thereof”.
7
luego se propagaron con fuerza, eran declaraciones de y para un único
Estado). Contenido que luego será desarrollado y precisado por otros
instrumentos de la propia ONU, de mayor operatividad jurídica, como el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, hecho en Nueva York el 19 de
diciembre de 1966 (ratificado por España, como un hito interesante de la
“Transición Política”, el 13 de abril de 1977), en su artículo 18 también 3 . Pero
ello, no impide destacar la fuerza jurídica y la enorme autoridad moral de la
Declaración Universal.
6. En el ámbito europeo, el reto de la DUDH fue tempranamente asumido,
cuando el Consejo de Europa, apenas creado, elaboró en Roma, el 4 de
noviembre de 1950, el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos
y Libertades Fundamentales, habitualmente llamado Convenio Europeo de
Derechos Humanos (citado en adelante como CEDH), destinado a reforzar
inmediatamente los contenidos más cualificados de la Declaración Universal.
La libertad de pensamiento, de conciencia y de religión tendría innegable
cabida en el artículo 9 del Convenio, en términos prácticamente coincidentes
con los de la Declaración Universal 4 , con el dato añadido -sin duda,
sobresaliente-, de que el sistema del Consejo de Europa implica la existencia
de un Tribunal, ante el que hoy los ciudadanos pueden presentar sus agravios
con
enorme
facilidad,
el
Tribunal
Europeo
de
Derechos
Humanos,
3
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, inequívocamente vinculante para
los Estados que se hubieran comprometido con él, completaba y precisaba de manera
destacada el alcance del artículo 18 de la Declaración Universal. Esta es la redacción del
artículo 18 del Pacto: “1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de tener o adoptar la religión o las
creencias de su elección, así como la libertad de manifestar su religión o sus creencias,
individual o colectivamente, tanto en publico como en privado, mediante el culto, la celebración
de los ritos, las prácticas y la enseñanza. / 2. Nadie será objeto de medidas coercitivas que
puedan menoscabar su libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección.
/ 3. La libertad de manifestar la propia religión o las propias creencias estará sujeta a las
limitaciones prescritas por la ley que sean necesarias para proteger la seguridad, el orden, la
salud o la moral públicos, o los derechos y libertades fundamentales de los demás. / 4. Los
Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres y, en
su caso, de los tutores legales, para garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y
moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”.
4
Dice así, en efecto: “Libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”-1. Toda
persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión: este derecho
implica la libertad de cambiar de religión o de convicciones, así como la libertad de manifestar
su religión o sus convicciones, individual o colectivamente, en público o en privado, por medio
del culto, la enseñanza, las prácticas y la observancia de los ritos. / 2. La libertad de manifestar
su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más restricciones que las que, previstas
por la ley, constituyen medidas necesarias en una sociedad democrática, para la seguridad
pública, la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de los
derechos o las libertades de los demás”.
8
habitualmente llamado el Tribunal de Estrasburgo por tener su sede en esta
ciudad francesa.
7. Pues bien, desde la mencionada sentencia de 1993, el Tribunal Europeo ha
tenido ocasión de tejer una viva, rica y abundante jurisprudencia desbrozando
los mil problemas cotidianos que en la vida de nuestras sociedades está
suscitando constantemente el ejercicio de la libertad religiosa, en esa
convivencia derivada del pluralismo a que se aludía. En este sentido la citada
jurisprudencia, a la par que muestra la importancia cotidiana del mundo de la
conciencia, está sirviendo para enervar y resolver los “pequeños” conflictos que
se suceden en el día a día, evidenciando que están lejos de resolverse todos
los problemas. Cada sentencia, a la par que resuelve un conflicto, está
marcando también las orientaciones para saber como proceder ante posibles
nuevas tensiones. Resulta así evidente el papel pacificador de la jurisprudencia
señalada. Incluso, es testimonio del impresionante cambio que se ha producido
en la realidad europea: frente a los acerados conflictos y enfrentamientos de
otras épocas, a veces tan crueles e inmisericordes, y frente a la tensa
experiencia de sangrientos enfrentamientos religiosos de actualidad, por
desgracia con tanta frecuencia en otros países del ancho mundo. Creo por eso
que la actual experiencia europea se expresa bien con el subtítulo que ponía a
un libro reciente: “De guerras de religión a meras cuestiones administrativas” 5 .
En efecto, en el aquí y ahora de Europa, podemos alardear de que, el sistema
de pluralismo y convivencia establecido ha hecho desaparecer los grandes
enfrentamientos religiosos –que se siguen cobrando vidas en países no tan
lejanos como Egipto, Argelia, Marruecos, o, en Indonesia, Irak, Pakistán, etc.quedando todo aquí en pequeñas tensiones que, si no se han resuelto en los
tribunales de cada país, serán solventadas por el Tribunal de Estrasburgo. Más
adelante entraremos de lleno en un significativo número de casos de dicha
jurisprudencia. Pero, procediendo con sistema, convendrá destacar antes que
el Convenio Europeo en sí, como tal, completado con su jurisprudencia
aplicativa, formando parte de la línea puesta en órbita por la Declaración
Universal, ha servido para que se moldearan directamente, o se abrieran
nuevas interpretaciones, en las distintas Constituciones de los Estados
5
Véase Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO, La afirmación de la libertad religiosa en
Europa: de guerras de religión a meras cuestiones administrativas.
9
europeos. Es decir, han contribuido a cambiar radicalmente el panorama
jurídico de la libertad de conciencia. Sin olvidar, por supuesto, que no basta con
cambiar las leyes, dado que lo más importante empieza a continuación: lo difícil
es cambiar luego la realidad. Pero, lo que me interesa en este momento es
hacerle llegar al lector los trascendentales cambios que se han producido en el
panorama constitucional. En las tres lecciones siguientes habrá ocasión de
ocuparse del reflejo de esos cambios en la realidad, así como de las
resistencias que han encontrado.
8. A modo de anécdota se pueden recordar dos ejemplos paradigmáticos: el
profesor Antonio Truyol 6 , gran especialista en derechos humanos, gustaba de
destacar que ya el Convenio Europeo forzó a que se modificara la Constitución
de Noruega y de Suiza, pues incluían viejas cláusulas históricas referentes a
los miembros de la Compañía de Jesús, o jesuitas, incompatibles con aquél, en
cuanto les prohibían bien la entrada en el país, bien que se dedicaran a la
enseñanza. Si querían ingresar ambos países en el Consejo de Europa, debían
modificar, como hicieron, las cláusulas constitucionales incompatibles con el
Convenio Europeo, en cuanto garantiza en los términos más amplios, como se
vio, la libertad religiosa.
9. Conviene añadir que la señalada corriente, a la par que sirve para moldear
las nuevas Constituciones de los Estados, en una línea sobre la que enseguida
se insistirá, se deja sentir también en la más reciente declaración de derechos,
la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, entrada en vigor el
primero de diciembre de 2009. Lo que, por otra parte, implica que si se ha
aludido antes al sistema del Consejo de Europa, resulta imprescindible en la
situación actual aludir también a la Unión Europea, esa viva organización de
tanto calado –aparte de ser un empeño del mayor significado-, que aglutina a
27 países –España entre ellos, obviamente-, con varios otros a la cola, y que
preside y predetermina hoy tan intensamente nuestra existencia. Que, por otro
lado, introduce ya directamente un incentivo para la “libre circulación”, en esa
tónica de movilidad a que antes se aludía, que, por cierto, hoy practican con
tanta frecuencia muchos de nuestros jóvenes. En efecto, el apartado primero
6
Antonio TRUYOL Y SERRA, Los derechos humanos. Declaraciones y Convenios
Internacionales, 2000, 72..
10
del artículo 10 de la Carta de Derechos, con la rúbrica “Libertad de conciencia,
de pensamiento y de religión”, es práctica reproducción del artículo 9 del
Convenio Europeo, lo que no sólo se comprueba con la mera comparación 7
sino que expresamente se asevera su origen en las “Explicaciones” que
acompañan a la Carta y deben ser tenidas en cuenta para su interpretación,
como ella misma prescribe 8 . Por lo demás, hay que decir que no son escasas
las referencias a lo religioso en la Carta. En el Preámbulo, al ir tomando fuerza
para sustentar sus afirmaciones, se recalcará, con calculada y certera
imprecisión, cómo la Unión –recuérdese que según su divisa se presenta como
“Unida en la diversidad”- es “consciente de su patrimonio espiritual y moral”:
punto de partida de innegable significado, que luego se irá concretando en
aspectos del mayor interés. Así, lo religioso no deberá servir de base a
discriminaciones, se dispondrá en el artículo 21. También se asume
expresamente el respeto a las opciones religiosas y filosóficas de los padres a
la hora de determinar la educación de los hijos (artículo 14.2). Siendo de
destacar un cuarto precepto, especialmente interesante desde el punto de vista
de la consagración del pluralismo, o de lo diferente, -de las minorías, si se
quiere-, cuando, bajo la rúbrica “Diversidad cultural, religiosa y lingüística”, se
reconoce en el artículo 22 que “La Unión respeta la diversidad cultural, religiosa
y lingüística”: destacada inflexión, por lo que me parece muy conveniente
recalcar esta idea obvia de la diversidad, tan vinculada a la filosofía que viene
exponiéndose. Por lo demás, este planteamiento abierto y plural, conecta con
la previsión que venía existiendo en el Derecho de la Unión, hoy recogido en el
artículo 17 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea 9 , claro aval
7
Dice así el apartado primero del artículo 10 de la Carta: “Toda persona tiene derecho a
la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Este derecho implica la libertad de
cambiar de religión o de convicciones, así como la libertad de manifestar su religión o sus
convicciones individual o colectivamente, en público o en privado, a través del culto, la
enseñanza, las prácticas y la enseñanza de los ritos”. En el apartado segundo se asume la
objeción de conciencia, en los términos en que la admitan las leyes de los Estados miembros:
“Se reconoce el derecho a la objeción de conciencia de acuerdo con las leyes nacionales que
regulen su ejercicio”.
8
En efecto, en las “Explicaciones”, se dice al respecto lo siguiente: “El derecho
garantizado en el apartado 1 corresponde al derecho garantizado en el artículo 9 CEDH y, de
conformidad con lo dispuesto en el apartado 3 del artículo 52 de la Carta, tiene el mismo
sentido y alcance”.
9
Esta es su redacción: “1. La Unión respetara y no prejuzgará el estatuto reconocido en
los Estados miembros, en virtud del Derecho interno, a las iglesias y las asociaciones o
comunidades religiosas. / 2. La Unión respetará asimismo el estatuto reconocido, en virtud del
Derecho interno, a las organizaciones filosóficas y no confesionales. / 3. Reconociendo su
identidad y su aportación específica, la Unión mantendrá un diálogo abierto, transparente y
regular con dichas iglesias y organizaciones”.
11
para el reconocimiento de las variadas expresiones de la libertad de
conciencia, apoyo para las relaciones que puedan entablar los Estados, a la
par que toma de postura muy clara y compromiso directo para la propia Unión
Europea, expresamente revalidado al tener acceso a los Tratados.
10. Se va a tratar enseguida de cómo estos “nuevos aires” esparcidos por las
declaraciones de derechos llegan puntualmente a las Constituciones de los
Estados, o a la interpretación que de las mismas haya que hacer. Pero hay otra
inflexión muy importante a tener en cuenta, de la que conviene, cuando menos,
hacerse eco. Y es que en el seno de las propias organizaciones religiosas –o
de algunas de ellas, para ser más precisos- se ha dejado notar expresamente
esta línea de apertura, que habrá de traducirse necesariamente en respeto
ajeno. Consagración clara, cuando esta línea de respeto a la libertad de
conciencia se proclama, de que “los otros”, no son enemigos, sino simplemente
diferentes, que deberán gozar del máximo respeto. De recordar en este
sentido, en cuanto a la Iglesia Católica se refiere, el significado de la
“Declaración sobre libertad religiosa”, del Concilio Vaticano II (1965), y, en lo
que a las Iglesias Protestantes concierne, por ejemplo, el correspondiente
informe de la V Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias (Nairobi
1975) 10 . Clarísima toma de postura, lo que no nos impide constatar que, en
cambio, otras importantes religiones andan muy lejos de adoptar una tal
mentalidad.
11. De poderoso impulso para cambiar las Constituciones o para adaptar la
interpretación constitucional, se ha hablado. ¿Qué era, en efecto, lo que había
que introducir, qué lo que había que abandonar? ¿Qué se prohibía, o qué se
imponía, que no estaba a la altura de las actuales circunstancias? Un par de
datos servirán de certera ilustración, dos de ellos tomados de la historia y, de
hecho, ya caducados, pero bien expresivos para apreciar por dónde iban las
cosas en España. Un tercero está contenido en una Constitución vigente, que
ha debido ser por eso sometido a una nueva interpretación.
10
Véase Antonio TRUYOL, Los Derechos Humanos, 45 y 69.
12
Celebrándose ahora en España los dos siglos del inicio del sistema
constitucional, resultan bien elocuentes sendos preceptos del inicio de nuestra
trayectoria. Que se abre, como se recuerda, con la Carta de Bayona, de 7 de
julio de 1808, a la que prestaba su asentimiento un nutrido grupo de españoles
–“afrancesados”-, entre ellos muy cualificados miembros de la nobleza (que,
por cierto, con la Carta iban a perder destacadas prerrogativas). El artículo
primero de esa Constitución –único del Título Primero, “de la religión”-, está
redactado así: “La religión católica, apostólica y romana, en España y en todas
las posesiones españolas, será la religión del Rey y de la Nación, y no se
permitirá ninguna otra”. Por otro lado, el gran texto liberal, tan valioso y
moderno, cuyo segundo centenario estamos celebrando con júbilo, la
Constitución de Cádiz, de 19 de marzo de 1812, entre las numerosísimas
referencias a la religión, que impregnan todo el texto, desde las primeras
palabras 11 , dedicaba a la religión expresamente el artículo 12, redactado en
estos términos: “La religión de la Nación española es y será perpetuamente la
católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes
sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra”. Muchos hemos
comentado sorprendidos 12 la dureza e insensibilidad de este precepto, dentro
de un texto tan encomiable en otros sentidos, cuando ya se había producido
además la revolución estadounidense y la francesa que habían introducido
inequívocos criterios de apertura en lo que a la libertad de conciencia se
refería, como se recuerda en otras partes de este texto. Pero las cosas en
España, son como son. Resulta contundente la dicción de ambos textos en un
momento en que se intentaban introducir otros criterios en lo referente a la
configuración del ejercicio del poder y a la situación del ciudadano en el
espacio político. Pero no hay matices, ni concesiones: “y no se permitirá
ninguna otra”, “y se prohíbe el ejercicio de cualquiera otra”. No había, por ende,
con términos tan contundentes, espacio alguno para cualquier otra opción
religiosa. En puridad, podríamos decir, ni siquiera se planteaba problema
alguno con las minorías, categoría a simple vista inexistente. Ejemplo histórico,
ya pasado, de bien escasa vigencia en cuanto a la operatividad efectiva de los
11
Modelo de Constitución, en efecto, que se abre con imprecación a la divinidad: “En el
nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la
sociedad, las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española,” etc.
12
Véase, Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO, Los derechos humanos en la Constitución de
Cádiz.
13
textos mencionados, aunque de gran valor simbólico dado el papel que
desempeñó la Constitución de 1812, y que resulta por eso bien significativo 13 .
El otro ejemplo que quería traer a consideración, se refiere a una Constitución
en vigor, la griega de 1975, si bien el texto que me interesa señalar en este
momento
resulta
tomado
de
versiones
más
antiguas
de
la
citada
Constitucional. Pues bien, tras haberse reconocido con amplitud, en el artículo
13.1, la libertad religiosa, el apartado segundo especifica ciertos límites, en los
términos siguientes: “2. Será libre toda religión conocida, y las prácticas de
culto podrán ejercerse sin restricciones bajo la salvaguardia de las leyes, si
bien el ejercicio del culto no podrá atentar al orden público ni a las buenas
costumbres, quedando prohibido todo proselitismo” 14 . La referencia a los
límites es normal y generalizada. La frase final, peculiar del sistema griego, es
la que me interesa ahora. La prohibición de proselitismo se llevó a la
Constitución griega en el siglo XIX, para impedir precisamente la labor de los
misioneros evangélicos –a que antes se aludía-, en defensa de la religión
ortodoxa, de arraigada implantación en Grecia. Pues bien, las amplias opciones
en relación con la profesión de una religión, que hoy contempla el artículo 9 del
Convenio Europeo, ¿no chocan abiertamente con este dictado constitucional?
Aquí entrarían en juego precisamente las reglas en defensa de las minorías.
Pues bien, hemos de ver en efecto, en la lección segunda, la importante
doctrina que ha sentado el Tribunal Europeo en relación con esta concreta
afirmación constitucional y, por proyección, con cualquiera que se le
asemejara.
13
No es cuestión de seguir ahora la evolución de la libertad de conciencia y de religión en
la historia constitucional de España, con sus luces y sombras, más sombras que luces,
testimonio de una arraigada intolerancia. Véase al respecto José Manuel CUENCA TORIBIO,
Laicismo y confesionalidad en las relaciones Iglesia-Estado de la España contemporánea, 69 y
sigs. Con todo, me parece conveniente recordar que antes de la llegada del actual régimen
constitucional, en las llamadas Leyes Fundamentales, se disponía: “La Nación española
considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa
Iglesia Católica, apostólica y romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia
nacional, que inspirará su legislación” (segundo de los Principios del Movimiento Nacional,
1958); o, “La profesión y práctica de la Religión Católica, que es la del Estado, gozará de
protección oficial” (Fuero de los Españoles, 1945, artículo 6.1). Me remito a lo señalado en mi
reciente libro, Estudios sobre libertad religiosa, 264.
14
Quiero advertir que los textos de las Constituciones europeas que se citarán están
tomados del interesante volumen, Constituciones de los Estados miembros de la Unión
Europea, editado por el Congreso de los Diputados, y coordinado por María Rosa RIPOLLÉS
SERRANO.
14
12. La historia es como es y, sin perjuicio de tenerla muy presente –y de tratar
de conocerla e interpretarla- importa ahora considerar a qué es a lo que había
que hacer frente y qué es lo que hubo que cambiar en las Constituciones para
poder atender las nuevas exigencias en relación con las libertades, que hoy
parecen inexcusables. Aparecerá así un amplio conjunto de situaciones que
exigirán adecuada respuesta, a la vista siempre de las peculiaridades de cada
uno de los países, con su idiosincrasia y, como se dice, con su historia.
A veces, será la religión prevalente y excluyente, que rechaza a las demás,
convirtiendo en “paganas” la creencias diferentes y en “ídolos” los símbolos y
representaciones de las mismas. En ocasiones, el carácter oficial de alguna
religión servirá de base para tratos discriminatorios a las otras o de excusa
para la ruptura de la auspiciable neutralidad del Estado en todas sus
manifestaciones como exigencia elemental del pluralismo (sobre este aspecto y
sus exigencias, se insistirá especialmente en la lección cuarta). Otras veces
será la carencia de espacio para quienes, de acuerdo con su conciencia, no
opten por ninguna religión positiva ni por ningún compromiso. O quedará
afectada la posibilidad de abandonar unas creencias y de optar por otras, o por
ninguna, como vimos se reflejaba en los textos Acaso, una religión
preponderante, desde una beligerancia militante, tratará de penetrar la vida
social toda de connotaciones religiosas, ajenas a los no creyentes en dicho
credo, y no se olvide que intromisiones tales pueden alcanzar todas las fases
de la vida –desde el nacimiento (y el sistema de los “registros”, por ejemplo) a
la muerte (y los cementerios, por ejemplo), pasando por el matrimonio- o todo
el sistema social –en relación con el trabajo, las diversiones y los juegos, los
espectáculos, el sexo o la orientación sexual, lo que se come o el cómo se
viste-. A veces, el predominio de lo religioso se manifestará cercenando la
libertad de expresión, la libertad de cátedra o, incluso, la libertad de
investigación y del avance de las ciencias. Casos hay en que el Estado se
apropia de lo religioso para ponerlo a disposición de determinadas aspiraciones
políticas. Acaso se afiancen diferencias tomando en cuenta las ideas religiosas,
haciendo depender de unas el acceso a ciertos cargos o puestos o, por el
contrario, como criterio de exclusión. Pero también, situaciones de prohibición o
de persecución de lo religioso como tal –prohibiendo la práctica, la enseñanza,
15
los lugares de culto, etc.-, muy presente, por ejemplo, la realidad de algunos
Estados comunistas.
13. En efecto, resulta una indagación muy interesante el constatar como las
Constituciones van tomando expresa postura, o como se adecua la
interpretación constitucional. Siempre ha habido países avanzados, y
Constituciones sensibles de antaño, pero creo que para la efectiva
democratización de los Estados ha resultado muy útil el influjo de los textos que
antes se referían. Es curioso ver como se van pronunciando las Constituciones
posteriores a la Segunda Guerra Mundial y en qué medida ha podido influir la
Declaración Universal o el Convenio Europeo. O ver cómo, algo después, se
refleja en las Constituciones de Estados que han superado regímenes
totalitarios –como la Portuguesa de 1976 o la Española de 1978-, o en la
hornada de países del Este de Europa que fueron asumiendo la democracia
tras el derrumbe generalizado de los regímenes comunistas en 1989.
Concluiremos esta primera lección pasando revista a diversos ejemplos y
modelos tomados de alguno de los 27 países que hoy integran la Unión
Europea. No todo ha de caber, y soy consciente de que quedarán fuera países
de origen de tantos inmigrantes presentes en los Estados de nuestro entorno
cultural, pero por razones de espacio no queda más remedio que hacer una
selección que, con todo, creo ha de resultar suficientemente expresiva.
Las primeras reacciones en los albores de la posguerra, que llegan antes que
la Declaración Universal o el Convenio Europeo, nos ofrecen el dato curioso de
cómo se recurre a valiosos precedentes, de textos consagrados, pioneros en la
materia. La primera Constitución que surge en esa tesitura es la francesa de
1946. –recuérdese que Francia también había conocido el “régimen de Vichy”-.
Pues bien, una de las maneras de hacer penetrar los derechos humanos es la
incorporación al sistema constitucional de la vieja declaración de la Revolución,
la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789. De forma
que el texto, en su totalidad, pasaba a integrarse en el “bloque de la
constitucionalidad”, lo que significaba incorporar un documento “de la
monarquía” –recuérdese que al final lo llegó a firmar Luis XVI-, reconocido y
declarado “en presencia del Ser Supremo y bajo sus auspicios”, al sistema
jurídico de la República “inventora” de la laicidad, dado que, bien que de forma
16
indirecta y alejada, sin duda, en su expresión de las declaraciones de nuestra
época, abría cauce a la libertad religiosa, al disponer el artículo X, “Ningún
hombre debe ser molestado por razón de sus opiniones, ni aún por sus ideas
religiosas, siempre que al manifestarlas no se causen trastornos del orden
público establecido por la ley”. Años después, la vigente Constitución de 1958,
sin
perjuicio
de
seguir
manteniendo
incorporado
el
venerable
texto
revolucionario, aborda la referencia al problema con un texto modélico, entre
otras cosas por su concisión, siguiendo el contenido que ya había marcado la
Constitución de 1946: “Francia es una República indivisible, laica, democrática
y social que garantiza la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin
distinción de origen, raza o religión y que respeta todas las creencias”.
La segunda Constitución a considerar cronológicamente en nuestra indagación,
es la italiana de 1947-1948 –recuérdese, Italia recién salida del fascismo-, que
contiene aportaciones interesantes. Cuando proclama, por ejemplo, en el
artículo 19, que “Todos tendrán derecho a profesar libremente su propia fe
religiosa en cualquier forma, individual o asociada, hacer propaganda de la
misma y practicar el culto respectivo en privado o en público, con tal de que no
se trate de ritos contrarios a las buenas costumbres”. Se reconoce igualmente
que, “Todas las confesiones religiosas serán igualmente libres ante la ley”
(artículo 8, párrafo primero). Otro de los temas pendientes sería el de las
relaciones entre el Estado y las religiones. Se aborda en el artículo 7, párrafo
primero, en estos términos: “El Estado y la Iglesia católica son, cada uno en su
propia esfera, independientes y soberanos” Tal es la fórmula de “separación”
Iglesia-Estado, aunque el propio precepto se refiere a continuación a los Pactos
de Letrán, desde la variante del “concordato”. En cambio, para “las confesiones
religiosas distintas de la católica”, se contempla la posibilidad de “acuerdos”.
El tercer ejemplo cronológico –ya aprobada la Declaración Universal, todavía
no el Convenio Europeo-, la Ley Fundamental alemana, la “Grundgestz” de
Bonn, de 1949, junto a un texto propio del mayor interés 15 –dejando de lado
otras aportaciones-, nos depara también la recuperación de un importante texto
histórico pionero. Y es que el artículo 140 de la Ley Fundamental, declara
15
El artículo 4.1, dispone: “Son inviolables la libertad de creencia, de conciencia y de
confesión religiosa o ideológica”.
17
formar parte también de la misma, cuatro preceptos de la Constitución de
Weimar, de 1919, los cuatro referentes al tema religioso, dentro de un texto que
aportó incorporaciones muy notables, si bien fue un texto para tiempos difíciles
que no pudo enervar la catástrofe que sobrevenía. Pero en él se encuentran
aportaciones tan interesantes –con plena virtualidad todavía-, como la de que
“no existe iglesia oficial” (artículo 137.1); o la del importante “derecho al
silencio”: “Nadie está obligado a manifestar sus convicciones religiosas…”
(artículo 136.3); así como otros aspectos complementarios del mayor interés
para el correcto planteamiento de la libertad de conciencia: “nadie puede ser
obligado a un acto o celebración religiosos ni a participar en prácticas o
celebraciones religiosas, o a emplear una fórmula religiosa de juramento”
(artículo 136.4), o, como última referencia, “Son independientes de toda
confesión religiosa el disfrute de los derechos civiles y cívicos, así como la
admisión a cargos públicos” (136.2).
14. A partir de ahí, la rueda de la historia iría corriendo, muy presente ya
siempre, junto a las enseñanzas de los precedentes, el influjo tanto de la
Declaración Universal como del Convenio Europeo y su jurisprudencia. Con
dos años de diferencia, en la década de los setenta, dos Constituciones que
nos quedan muy próximas, son el mejor testimonio de la superación de
anteriores regímenes totalitarios.
Portugal, en 1976, nos ofrecería un interesante y completo artículo 41:
“Libertad de conciencia, religión y culto.1. Será inviolable la libertad de
conciencia, religión y culto. / 2. Nadie podrá ser perseguido, privado de sus
derechos o eximido de obligaciones o deberes cívicos por razón de sus
convicciones o de su práctica religiosa. / 3. Ninguna autoridad preguntará a
nadie sobre sus convicciones u observancia religiosa, salvo en caso de
recogida
de
datos
estadísticos
que
no
puedan
ser
identificados
individualmente, nadie será perjudicado de cualquier forma por negarse a
responder. / 4. Las iglesias y sus comunidades religiosas estarán separadas
del Estado y serán libres en su organización y en el ejercicio de sus funciones y
del culto. /
5. Se garantiza la libertad de enseñanza de cualquier religión,
siempre que se dispense en el ámbito de la confesión respectiva, así como la
utilización de medios de comunicación social propios para el desenvolvimiento
18
de sus actividades. / 6. Se reconoce el derecho a la objeción de conciencia, en
los términos que establezca la ley”.
No será preciso insistir sobre la fórmula española de 1978. De todas maneras,
a efectos sistemáticos, oportuno será recordar el artículo 16 de la Constitución:
“1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las
comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para
el mantenimiento del orden público protegido por la ley. / 2. Nadie podrá ser
obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias. / 3. Ninguna
confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las
creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes
relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.
Aunque el precepto no haga ninguna aportación novedosa a la evolución
constitucional que se viene siguiendo, y sin perjuicio de algún aspecto menor
que lo ensombrece 16 , logra reunir interesantes elementos del panorama
comparado, y me atrevo a afirmar que es un auténtico paso de gigante en la
atormentada historia española de la libertad de conciencia. Ahora, lo que hace
falta es que tan preclaro fruto del consenso constitucional se traduzca y se
haga realidad en el día a día de la sociedad española. Debo puntualizar sin
falta, además, que la Constitución, lo mismo que las Declaraciones de
derechos internacionales tantas veces referidas –como la Declaración
Universal o el Convenio Europeo- obligan a todas las organizaciones del
Estado, lo mismo a los Poderes Centrales –Cortes Generales, Gobierno, etc.que a las Comunidades Autónomas, Diputaciones, Ayuntamientos y demás.
Será preciso insistir en este dato, y en la realidad de hacer efectivas las
previsiones normativas, pues parece que hay Ayuntamientos que deben vivir
en la luna, como si no fueran con ellos las exigencias de la libertad de
creencias.
15. Tras la caída del “muro de Berlín” en 1989 y el derrumbe de los regímenes
comunistas, numerosos países del Este de Europa, cada uno con su
complicada historia, irían entrando en el club de los Estados demócratas, con la
16
Al final, en el debate constitucional, no hubo más remedio que pasar por la mención a
la Iglesia Católica, que ninguna falta hacía. Aparte de que la forma en que se expresó tal
incorporación marca una diferencia impertinente, sobre la que algo se dirá luego, entre la
Iglesia Católica y “las demás” confesiones.
19
consecuencia obvia de que las nuevas Constituciones asumirían la apuesta por
los derechos y libertades fundamentales y, entre ellos, con distintas fórmulas y
matices, por la libertad de conciencia y religión. Aún a riesgo de parecer un
poco monótono, me parece de interés ofrecer alguna de las nuevas
regulaciones lo que nos permitirá ir recalcando alguna de las especialidades
que se han introducido en cada una de las nuevas Constituciones. Un buen
número de estos Estado, tras un periodo de “noviciado” en el Consejo de
Europa, con el compromiso de respeto al Convenio Europeo de Derechos
Humanos, terminarían ingresando en el selecto club de la Unión Europea.
Selecciono cuatro muestras que me parecen especialmente significativas para
evidenciar lo que se dice.
RUMANÍA ofrecerá en su Constitución de 1991 preceptos como los que
incluyen los siguientes apartados del artículo 29:”(1) La libertad de
pensamiento y opinión así como la libertad religiosa no pueden limitarse de
ningún modo. Nadie puede ser obligado a adoptar una opinión o a adherirse a
una creencia religiosa, contrarias a sus convicciones. / (2) Se garantiza la
libertad de conciencia; que tiene que manifestarse en espíritu de tolerancia y de
respeto mutuo. / (4) En las relaciones entre las confesiones se prohíbe
cualquier forma, medio, acto u acción de disputa religiosa. / (5) Las confesiones
religiosas son autónomas respecto al Estado y gozan del apoyo de éste,
incluso con facilidades de asistencia religiosa en el ejército, en hospitales,
cárceles, asilos y orfanatos.
BULGARIA ofrece una respuesta como la que muestran los dos apartados del
artículo 37 de la Constitución de 1991: “(1) La libertad de conciencia, la libertad
de pensamiento y la elección de religión y de creencias religiosas o ateas será
inviolable. El Estado asegurará el mantenimiento de la tolerancia y respeto
entre los creyentes de diferentes ideologías, y entre los creyentes y no
creyentes. / (2) La libertad de conciencia y religión no será practicada en
detrimento de la seguridad nacional, el orden público, la salud y la moral
pública, o los derechos y libertades de los demás.
Por su parte, ESTONIA ofrece la interesante recepción que se contiene en los
artículos 40 y 41 de la Constitución aprobada por referéndum de 28 de junio de
20
1992. Dice el primero: “Todos tienen libertad de conciencia, de religión y de
pensamiento. / Todas las personas pueden pertenecer libremente a las iglesias
y a las sociedades religiosas. No hay iglesia del Estado. / Todos tienen libertad
para ejercer su religión, individualmente y en comunidad con otros, en público o
en privado, salvo que afecte al orden público, la salud o la moral”.
Completándose con lo que dice el artículo 41: “Todos tienen derecho a ser
fieles a sus opiniones y creencias. Nadie será obligado a cambiarlas. / Las
creencias no excusarán la violación de una ley. / Nadie responderá legalmente
por sus creencias”. Del mayor interés me parece también la regla, que se
expresa en el apartado 2 del artículo 12, en estos términos: “La incitación al
odio nacional, racial, religioso o político, la violencia o la discriminación, estarán
prohibidas y serán castigadas por ley. La incitación al odio, la violencia o la
discriminación entre los estratos sociales, también estarán prohibidos y serán
castigados por ley”.
Como última muestra, con sus especialidades también, POLONIA, en cuya
Constitución de 2 de abril de 1997 encontramos que ya en el Preámbulo se
marcan sensibles diferencias, al afirmar: “Nosotros, la Nación Polaca, todos la
ciudadanos de la República, / Tanto los que creen en Dios como la fuente de la
verdad, de la justicia, de los bueno y de la belleza, / Así como los que no
comparten tal fe pero respetan tales valores universales…”. Luego, en el
articulado, podemos fijar la atención en estos cinco apartados del artículo 53:
“(1) La libertad de fe y religión se garantizan a todos. / (2) La libertad religiosa
incluirá la libertad de profesar o asumir una religión por elección personal así
como de profesar tal religión, tanto individual como colectivamente, en público
o en privado, mediante la adoración, el rezo, la participación en ceremonias, la
práctica de ritos o la enseñanza. Esta libertad también incluye la posesión de
santuarios y de otros lugares de culto para la satisfacción de las necesidades
de los creyentes así como el derecho de los individuos, dondequiera que se
encuentren, a recibir asistencia religiosa. / (4) La religión de una iglesia o de
otra organización religiosa legalmente reconocida puede ser enseñada en las
escuelas, sin perjuicio de la libertad de religión y conciencia de otras personas.
/ (6) Nadie puede ser obligado a participar o a no participar en prácticas
religiosas. / (7) Nadie puede ser obligado a revelar su filosofía de vida,
convicciones o creencias religiosas”. Aspectos éstos más vinculados a la
21
libertad, que se completan con lo que dispone el artículo 25 referido a las
organizaciones religiosas y sus relaciones con el Estado: “(1) Las Iglesias y
otras organizaciones religiosas tendrán iguales derechos. / (2) Los poderes
públicos en la República de Polonia serán imparciales en materia de
convicciones personales, religiosas o filosóficas, o respecto a concepciones
vitales, y garantizarán libertad de expresión en la vida pública. / (3) Las
relaciones entre el Estado y las iglesias y otras organizaciones religiosas se
basarán en el principio del respecto por su autonomía y la mutua
independencia de cada uno en su propia esfera, así como en el principio de
cooperación para el bien individual y común. / (4) Las relaciones entre la
República de Polonia y la Iglesia Católica Romana se determinarán por tratado
internacional concluido con la Santa Sede, y por la ley. / (5) Las relaciones
entre la República de Polonia y otras iglesias y organizaciones religiosas se
determinarán por las leyes aprobadas conforme a los acuerdos concluidos
entre sus representantes y el Consejo de Ministros”.
16. En suma, el actual panorama constitucional referido acredita la notable
evolución que se ha ido produciendo desde la fecha que antes se tomaba como
punto de partida. Hoy, los 47 Estados del Consejo de Europa asumen
íntegramente en su sistema constitucional, y de manera amplia, la libertad de
conciencia y de religión. Es cláusula que aparece expresamente, como hemos
visto en la muestra de Constituciones de Estados de la Unión Europea que se
ha ofrecido. Lo que me lleva ahora a una doble advertencia. Ante todo, que no
basta con que lo diga la Constitución, como ya se indicó, sino que lo que
importa es que las previsiones se hagan realidad efectiva y trasciendan de
hecho a la vida en sociedad (cosa que en España en concreto, por ejemplo,
deja mucho que desear). Lo que cuenta es que las ideas y exigencias calen
efectivamente en la sociedad. Y, de otra parte, si es grato constatar como se ha
agrandado el club de países democráticos, ello no debe hacernos olvidar que –
y bien cerca de nosotros- son muchos los países reacios a reconocer en su
integridad la libertad de conciencia y de religión, del mismo modo que no
suelen reconocer otras libertades.
Junto al reconocimiento expreso de dicha libertad, como cláusula expresa y de
amplitud –que lo mismo admite a unas u otras religiones, como la carencia
22
intencionada de religión-, el muestreo que hemos realizado nos evidencia que
el reconocimiento genérico se completa en ocasiones con una serie de
precisiones y matizaciones del mayor interés, que van creando un clima común
y que contribuyen a arraigar lo que se ha denominado como “tradiciones
constitucionales a los Estados miembros”, expresión que tan destacado lugar
ocupa en el sistema jurídico de la Unión Europea.
Hay, en general, referencia a algunos límites, dado que no hay derechos
ilimitados, por razones de orden público, salud, moral o respeto a los derechos
de los demás: por ejemplo no sería admisible una religión que normalizara
como acto ritual el suicidio o la “guerra santa”. Del mismo modo que se recalca
que la práctica de la religión no excusa del cumplimiento de las leyes. Se
legitima el cambio de creencias o de religión, lo mismo que se garantiza que no
haya que declarar las propias creencias. O que no haya que contribuir
fiscalmente para la financiación de creencias o religiones distintas a las
propias. A veces se insiste en la tolerancia y respeto mutuo (Rumanía, artículo
29.2) y expresamente en la tolerancia y respeto entre creyentes y no creyentes
(Bulgaria 37.1). Con fórmula ya más voluntarista (Rumanía, 29.4) se prohíbe
cualquier disputa religiosa en las relaciones entre las confesiones. De destacar,
la prohibición de la incitación al odio religioso (Estonia, 12.2). Junto a la
autonomía de las organizaciones religiosas, a su aptitud para edificar y poseer
lugares de culto, a la práctica de ritos y ceremonias, se reconoce también
expresamente su habilitación para enseñar y propagar sus doctrinas.
Una mancha a tan interesante evolución constitucional, muestra de la tensa
situación que la inmigración masiva está produciendo en algunos países, la
ofrece sin embargo la que debe ser la reforma más reciente en el ámbito
europeo. En efecto, en 2009, fruto de una iniciativa popular, que fue
desaconsejada tanto por el Consejo Federal (Gobierno), como por la Asamblea
Federal (Parlamento), se añadió al artículo 72 de la Constitución de Suiza, un
nuevo apartado 3, en estos términos: “Queda prohibida la construcción de
minaretes”. Está claro que la reforma apunta directamente a la fe musulmana.
Tal innovación, con su prohibición genérica y absoluta –es decir, no se tienen
en cuenta aspectos urbanísticos, como situación o altura, o de mera policía
administrativa, como las posibles molestias en el uso de la oración, ruidos, etc.23
resulta de una xenofobia impresentable y es claramente incompatible con el
CEDH (algo se dirá al respecto en la lección segunda). Y choca especialmente,
si se recuerda que, como se dijo, la Confederación Helvética debió modificar su
Constitución para poder integrarse en el Consejo de Europa.
17. No faltan las ocasiones en que las Constituciones se refieren expresamente
a una determinada organización religiosa: la Iglesia Católica (España, Italia,
Malta, Polonia); la Iglesia Ortodoxa (“la Iglesia Ortodoxa Oriental de Cristo”,
Grecia, “la Iglesia Ortodoxa Griega”, Chipre, o, “el cristianismo ortodoxo
oriental”, Bulgaria,), la Iglesia de Inglaterra (“Act of Settlement, 12.VI.1701); o la
fe evangélica pura” (Ley de sucesión de Suecia); la Iglesia Evangélica Luterana
(Dinamarca). Un testimonio significativo de la actual diversidad europea, es el
que ofrece la Constitución de Chipre con su doble referencia, de una parte a la
Iglesia Ortodoxa Griega y de otra a los musulmanes (y hablo de actual
diversidad pues no se puede olvidar la secular presencia en la historia de
miembros
del
Islam
en
territorios
que
hoy
consideramos
Europa
inequívocamente, y por supuesto mucho después de la toma de Granada en
1492). En efecto, forma parte de la estructura organizativa de Chipre el
significado de las dos “comunidades”, la griega y la turca (artículo primero). Al
dar el artículo 2 los criterios para la pertenencia a una u otra comunidad, toma
en cuenta, entre otros elementos, la religión. Formarán parte de la comunidad
griega, se dice, los ciudadanos “de origen griego y cuya lengua materna sea el
griego o que compartan las tradiciones culturales griegas o sean miembros de
la Iglesia Ortodoxa Griega”. Por su parte, integrarán la comunidad turca, los
ciudadanos “que sean de origen turco y cuya lengua materna sea el turco o que
compartan las tradiciones culturales turcas o sean musulmanes”. Normalidad,
por ende del reconocimiento de la fe musulmana como una de las religiones
practicadas en Europa.
Terminaré esta breve muestra recalcando que el artículo 44.1 de la
Constitución de Irlanda, de 1937, evoca los tiempos de “los padres peregrinos”:
“El Estado reconoce que se debe homenaje de culto público a Dios
Todopoderoso. El Estado reverenciará su nombre, y respetará y honrará la
religión”. ¿Cabrán también los ateos, los agnósticos, los escépticos o los
indiferentes –por retomar la enumeración del citado párrafo paradigmático- en
24
este sistema constitucional? ¿O los religiosos como los budistas que no
incluyen la creencia en un dios?
18. Las anteriores reflexiones me lleva a un punto importante que resulta
imprescindible abordar. Un aspecto decisivo en la configuración del Estado
moderno –ya desde la teorización de Bodino, pero tantos otros después- es el
que se conoce con la expresión de “separación Iglesia-Estado”: Que el Estado
no se entremezcle en la vida de las organizaciones religiosas –diríamos hoy,
desde el pluralismo- pero, a su vez, que las organizaciones religiosas no
interfieran en la vida del Estado ni predeterminen sus decisiones. Es decir, una
neta independencia y efectiva separación. Lo que no impide que las
organizaciones religiosas que lo pretendan defiendan sus doctrinas y tomen
postura ante las grandes cuestiones, pero a título propio, a su riesgo, contando
con que, como se dirá enseguida, también ellas están sometidas a la crítica.
Se ha visto como, en efecto, en la mayor parte de las Constituciones citadas, el
planteamiento de respeto referido, propio del pluralismo –en el que entran,
como se dijo, y será cuestión de recalcarlo las veces que haga falta, tanto las
diversas religiones como quienes no formen parte de ninguna de ellas, o sean
incluso contrarios a ellas- ha conducido a afirmar la “separación” con diversas
fórmulas: “República laica” (como en Francia o Turquía); “no existe iglesia
oficial” (Alemania, Weimar 131.1); “el Estado y la Iglesia Católica son, cada uno
en su propia esfera, independientes y soberanos” (Italia, 7.1); “Las iglesias y
sus comunidades religiosas estarán separadas del Estado y serán libres en su
organización…”, (Portugal, 41.4); “no hay iglesia del Estado” (Estonia, 40.2);
“ninguna confesión tendrá carácter estatal” (en la fórmula española, 16.3).
Expresado en unos u otros términos la realidad postula hoy por la más clara
separación –lo que no impide ausencia de respeto o, incluso, de ayuda- bien
lejos del modelo de Estado teocrático –que, por cierto continúa existiendo en
abundancia a lo largo del ancho mundo-, de manera que el Estado, para que
esté abierto a todos deberá hacer gala del más amplio neutralismo: es decir,
que no sea un Estado, o una Región, o un Municipio, sólo de unos, con un
cierto aire excluyente de los otros (otras religiones, o los no religiosos). Creo
que es una cuestión decisiva, una idea elemental de nuestro tiempo.
25
Pero en el variado panorama constitucional europeo, encontramos de todo.
Como cuando la Constitución de Malta, de 1964, proclama en su artículo 2.1,
que “La religión de Malta es la Católica, apostólica y romana”. Algunos
sistemas constitucionales, como el del Reino Unido o el de Suecia, siguen
incluyendo criterios históricos, de acuerdo con los cuales algún cargo
significativo, como el de rey, se hace depender de la adscripción a una
determinada religión. Entiendo, sin lugar a dudas, que, en principio, dichas
fórmulas, con indudable justificación histórica, no encajan hoy en las
previsiones del CEDH, con su opción por el pluralismo y con la exigencia, por
ende, de que el Estado, en sus diversas manifestaciones observe una tónica de
neutralidad: quien en un momento determinado sea reina o rey, lo será para
todos los ciudadanos del Estado, tengan una u otra religión o no tengan
ninguna. Hacía una salvedad –“en principio”, afirmaba- y lo hacía pensando en
que, en determinadas circunstancias, en Estados que aglutinan diferentes
comunidades, puede resultar lógico y conveniente un reparto que asegure un
equilibrio, de modo que el Jefe del Estado pertenezca a un grupo y el
Presidente del Parlamento a otro, con todas las posibles variantes, como ha
sucedido, de manera más o menos formalizada, en distintas fases del Líbano o
de Chipre.
Más allá de la confesionalidad expresa, se observa en las diversas fórmulas
que hemos ofrecido que en algunos casos, sin perjuicio de que se afirme
expresamente y sea real que no hay una religión oficial del Estado, se aluda de
forma específica, y con ciertos matices, a alguna religión específica. Tal sería el
caso de España, cuando se afirma que “Los poderes públicos tendrán en
cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las
consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás
confesiones” (16.3). Por su parte, la Constitución griega, cuando nos consta el
importante papel desempeñado por la Iglesia Ortodoxa el mantenimiento de la
idea de Grecia en el largo período histórico en que Grecia no existía como
Estado, en la parte inicial de “Disposiciones fundamentales” afirma en el
artículo 3.1, “La religión dominante 17 en Grecia es la de la Iglesia Ortodoxa
Oriental de Cristo”. La Constitución de Bulgaria recalca, a su turno, que “El
17
Siento no poder utilizar la versión griega original. En la traducción inglesa se habla de
“The prevailing religion”.
26
cristianismo ortodoxo oriental será considerada la religión tradicional en la
República de Bulgaria”, etc. Las anteriores fórmulas, que quieren ser reflejo, en
general, de una apreciación sociológica así como de ciertas maneras de
interpretar la evolución histórica, no dejan de suscitarme un claro rechazo. Ante
todo porque formalizan una contraposición injustificable entre la religión
contemplada y “las otras”, o “las demás”. Por otro lado, los datos sociológicos
no son rígidos sino que están cambiando constantemente. Por su parte, la
historia es muy importante, conviene tenerla en cuenta y no olvidarla, incluso
ser leal a ella y, por lo mismo, rectificarla cuando convenga, pero no debe ser
obstáculo a asumir las nuevas realidades que la propia historia va
demandando. Dichas fórmulas buscan siempre alguna ventaja jurídica y alguna
especialidad de trato.
Razonando acerca de minorías religiosas, me sugiere una nueva reflexión. Y
es que creo que esas menciones están formalizando el concepto de minorías,
que en puridad podría no existir. Cuando se proclama que un Estado es laico, o
que no debe haber diferencia de trato entre las religiones, o se dice, sin
concretar más, que no hay una religión oficial y que se garantiza la libertad de
conciencia y de religión, en puridad, en esas situaciones, no tiene sentido la
idea de minoría, es como si no hubiera minorías, dado que este término parece
reclamar una situación de contraste con algo que goza de un estatuto especial.
Habrá religiones de menor presencia sociológica o numérica, o de más reciente
implantación, lo cual es lógico que se tenga en cuenta pues parece insito en el
concepto de igualdad el criterio de que en ciertos detalles hay que tratar de
diferente manera a lo que es diferente, siempre que se garantice la igualdad
ante la ley. Pero da la impresión de que las diferenciaciones referidas parecen
buscar una diferente situación ante la ley, lo cual hoy no es de recibo.
19. Una última idea ya para concluir. De la libertad de conciencia y de religión
se ha razonado, en un contexto de libertades, como se subrayó. Ello implica
que la libertad de conciencia tiene que convivir con otras libertades y derechos.
Se ha hecho referencia a límites como algo obvio y elemental. Conviene tener
en cuenta, por otro lado, que en el ámbito de los países del Consejo de Europa
–no digamos en EEUU y en tantos otros- se ha consagrado como algo muy
positivo el reconocimiento de una amplia libertad de expresión, así como,
27
vinculadas a ella o no, de la libertad de cátedra y de investigación. Ello implica,
nada menos, que las religiones tienen que tener presente que están abiertas al
comentario, a la crítica o, incluso, al rechazo. El saber humano tiene que
avanzar, aunque caigan creencias o dogmas religiosos ampliamente arraigados
o establecidos. Las religiones no pueden estar inmunes a la evolución del
pensamiento. Y es que defendiendo las libertades en general, defendiendo
cada una de ellas, se protege a su vez la libertad de conciencia, forzada así a
sincerarse y a tratar de resolver tantos grandes problemas. Han tenido que
pasar muchos trabajos, esfuerzos y sacrificios para que quedaran atrás
definitivamente los tiempos que nos hacen recordar, por ejemplo, a Galileo, la
condena del evolucionismo, la quema de Miguel Servet y tantos otros, o tantas
calificaciones de “herejes”, por unos u otros. Pero hoy nadie duda, por seguir
con el primer ejemplo, que la Tierra gira en torno al Sol, es un planeta y no es
el centro del Universo. Y es que no se pueden poner puertas al campo.
De otra parte, me gusta proclamar que como europeos –y lo mismo pueden
decir muchos otros- debemos estar orgullosos de la cultura europea de los
derechos humanos, cuidarla, evitar que decaiga, e incrementarla, y hacer lo
posible para que cada vez sea más efectiva, lo mismo que debemos estar
prestos a propagarla y defenderla. Ello me lleva a recordar un episodio
simbólico que, por desgracia, no es una excepción: me refiero a las terribles
reacciones
–que
incluso
costaron
varias
vidas
humanas,
aparte
de
destrucciones y pérdida de convivencia- que surgieron en algunos territorios
con motivo de la famosa publicación en Dinamarca de las caricaturas sobre
Mahoma, que luego en solidaridad repitieron los periódicos de medio mundo. El
que haya algunos partidarios del Islam intolerantes de manera radical –no
pocos musulmanes, si es que reaccionaron, lo hicieron de manera pacífica y
civilizada-, no debe significar en absoluto que haya que recortar nuestras
libertades “tan trabajosamente conquistadas a través de los siglos”. En nuestra
cultura, el debate acerca de los límites de la libertad de expresión en relación
con las religiones, sigue vivo. Basta para acreditarlo la reciente jurisprudencia
holandesa que en junio de 2011 absuelve al político derechista Geert Wilders,
autor de muy duras críticas contra el Islam, entendiendo que le ampara la
libertad de expresión. Debe recordarse que el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos suele potenciar con amplitud la libertad de expresión de los políticos,
28
sobre todo cuando se discuten temas que preocupan a la sociedad. En este
caso, incluso, en referencia que tomo de la prensa, afirman los jueces
holandeses: “Wilders es grosero y denigrante cuando califica el Islam de
ideología peligrosa, pero sus opiniones se enmarcan en un debate público
sobre la sociedad multicultural”. Hay que hacer sin falta una llamada al sosiego
y a la serenidad. Hemos visto como alguna de las más recientes Constituciones
aborda directamente el problema, como cuando según la de Estonia se prohíbe
y castiga “la incitación al odio religioso” (12.2), o cuando según la de Bulgaria,
se compromete al Estado a asegurar el mantenimiento de la tolerancia y el
respeto entre creyentes y no creyentes (37.1). De ahí que no todo sea lícito, la
libertad de expresión tiene también sus límites y el debate, la discusión, incluso
la negación, no deja de exigir cierto respeto a las personas, incluso a los
símbolos. No cabe justificar en absoluto el leguaje del odio, del mismo modo
que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos juzga censurable determinadas
maneras de tratar los símbolos religiosos 18 pero, como digo, la intolerancia no
puede derrotar a la tolerancia. Alguien tendrá que cambiar y evolucionar si
quiere convivir con los demás.
La libertad de conciencia se alimenta, como digo, de las demás libertades y por
lo mismo, estas no pueden quedar violadas desde aquélla. Por poner un último
ejemplo, de no menor significado, no se puede bajar la guardia ante el derecho
a la igualdad y la prohibición de discriminación por razón del sexo
Afortunadamente, en este punto, se están alcanzando importantes cotas –tan
“trabajosamente” logradas, igualmente- en el estatuto de la mujer que no
pueden ser en modo alguno debilitadas desde el argumento del ejercicio
religioso. Del mismo modo que no puede admitirse de ninguna manera que
bajo el estandarte de lo religioso campen aquí prácticas acaso admitidas en
otros territorios, pero que entre nosotros tienen un lugar entre los preceptos del
Código Penal. Y es que, como he repetido, el mejor ambiente para que
fructifique la libertad de conciencia y de religión, es el que proporcionan los
Estados empeñados en garantizar genéricamente los derechos y libertades.
18
Me remito a mi trabajo, Respeto a los sentimientos religiosos y libertad de expresión,
páginas 595 y sigs.
29
Documentos relacionados
Descargar