EL CRISTIANISMO HISPANO Director: José María Blázquez

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EL CRISTIANISMO
HISPANO
(SU ORIGEN Y REPERCUSIÓN EN
LA SOCIEDAD HISPANA Y EN LA
IGLESIA UNIVERSAL)
Director: José María Blázquez
La tesis del origen africano del
cristianismo hispano. La carta 67 de
Cipriano sobre la apostasía de los
obispos de León-Astorga y Mérida.
Su gran importancia histórica. Las
persecuciones bajo Valeriano y la
tetrarquía
(Conferencia I)
Venida de Pablo a Hispania
Los orígenes del cristianismo en España son oscuros. Pablo, en su Carta a los
Romanos (15.24), hacia el año 57, habla de ir a España. Clemente Romano,
del cual no se sabe nada con seguridad, en su Carta Primera a los fieles de
Corinto (V.2.6), escrita en torno al 97, afirma de Pablo que fue Heraldo de
Cristo en Oriente y en Occidente. Por Occidente hay que entender España.
La creencia en la predicación de Pablo en España se mantuvo en la
Antigüedad. A finales del S.II, el fragmento muratoniano de procedencia
romana afirma que Pablo llegó a España desde Roma. En el S. III, las Actas
Apócrifas de Pedro y Pablo, indican que Pablo, por mandato directo de Jesús,
vino a España. En la Tarda Antigüedad abundan los escritores cristianos que
aceptan la predicación de Pablo en España, como Jerónimo (Comm. in Is.
I.4.11), noticia que vuelve a repetir en su Comm. in Amos, I.2.5. Atanasio de
Alejandría, en su Carta a Draconcio 4, recoge la misma creencia, al igual que
Cirilo de Jerusalén en su Cateq. 17.26; Juan Crisóstomo (Com. 2 Tim. 4 homil.
10, y en Com. Hebr. prof.); Epifanio de Salamina (Panar. 1.11 haer. 27) y
Teodoreto de Cirro (Com. Plp. 1.25-26). Ningún escritor hispano conoce esta
noticia. Este silencio es un argumento de valor contra la tesis de la predicación
de Pablo en España. A finales del S. V, el obispo de Roma, Gelasio, afirmó que
aunque pensó venir, no lo hizo (Ep. 97.67; Ep. 103.24).
Ninguna iglesia hispana se vinculó con la predicación de Pablo, hasta que en el
Renacimiento lo hizo Tarragona, sin duda para disputar la primacía a Toledo.
Predicación de Santiago el Mayor
Tampoco la predicación de Santiago el Mayor es defendible. Era hijo de
Zebedeo (Mc. 1.19; Hch. 12.17; 15.13). Fue pescador, como su padre y su
hermano, en el lago de Genesaret (Mc. 4.21). Perteneció al grupo de íntimos
de Jesús. Fue testigo de la resurrección del hijo de Jairo (Mc. 5.37), de la
transfiguración de Jesús (Mc. 9.2-8) y de la agonía en el huerto de Getsemaní
(Mc. 14.32-42).
Santiago el Mayor fue ejecutado en el año 44 -o en el año 41 según otros
autores-, por orden del rey judío Herodes Agripa I (Hch. 12.3).
En la actualidad se admite generalmente que ningún apóstol predicó el
Evangelio fuera de Palestina, salvo Pedro, que por lo menos estuvo en
Antioquía (Ga. 2.11-14) y quizás en Corinto (1 Cor. 1.12; 3.22).
Ningún escritor hispano del S. IV alude a este viaje, ni Prudencio, Gregorio de
Iliberri, Orosio, Hidacio, obispo de Bracara Augusta (395-468), que redactó una
Crónica de Galicia, ni Martín de Braga, muerto hacia el 580, ni los escritores
eclesiásticos de época visigoda, como Isidoro, Ildefonso, Braulio y Tajón, ni los
escritores galos, como Gregorio de Tours, muerto en 594, que menciona a
España, ni Venancio Fortunato, muerto hacia el 600, en su carta a Martín de
Braga, Carmen V.2, que cita las diferentes regiones en las que predicaron los
apóstoles; más aún, en su Carmen VIII.3, escribe que los dos Santiagos, el
Mayor y el hermano de Jesús, predicaron el Evangelio en Palestina. Tampoco
recuerda a Santiago el Ps. Abdiaso, que es una colección de narraciones
apócrifas reunidas en la Galia. La obra es seguramente de finales del S. VI o
posterior.
Los Catálogos bizantinos o Catálogos apostólicos, cuyos originales remontan a
los siglos V y VI, mencionan que Santiago predicó en Palestina. Únicamente en
el Breviarium Apostolorum, redactado en el S. VII, se lee que Santiago predicó
en España, pero tanto los Catálogos apostólicos como el Breviarium
Apostolorum carecen de valor histórico al basarse en fuentes apócrifas. El
Breviarum Apostolorum es la base de la afirmación de Aldhelmus, abad de
Malmesburry que vivió en el S. VII, de que Santiago predicó en España. El
Breviarum apostolorum es la fuente de la obra atribuida a Isidoro de Sevilla,
que se suele considerar apócrifa. Carece de valor por partir del Breviarum.
De todos estos textos se deduce que la predicación de Santiago en España es
una leyenda totalmente apócrifa, reciente, y que carece de valor histórico
alguno.
A. Blanco e Isidoro Millán, ambos gallegos y excelentes conocedores del
Mundo Antiguo, han creído encontrar una prueba epigráfica de la predicación
de Santiago en España. Se trata de un hallazgo en el supuesto mausoleo del
apóstol Santiago, del título sepulcral en griego de su discípulo Atanasio. En las
excavaciones efectuadas entre los años 1946 y 1959 en la catedral de
Santiago, descubrieron la leyenda funeraria de Teodomiro, obispo de Iria
Flavia, responsable del descubrimiento de la tumba de Santiago. El
descubrimiento de Teodomiro –según hace constar en su lápida funeraria- se
data el 20 de octubre de 847. El segundo epígrafe descubierto es el título
sepulcral de Atanasio mártir, discípulo de Santiago, según la tradición. En la
zona del altar mayor del presbiterio, en el centro sepulcral de la Basílica, se
descubrieron unas fenestelas del culto martirial en los dos lóculos laterales y el
título sepulcral de Atanasio en el interior del propio lóculo. El lóculo fue el
sepulcro primario para enterrar un mártir. La inscripción da el nombre del mártir
Atanasio, escrito en claras letras cursivas griegas. Este lóculo se data, según
estos autores, en el S. I.
La dificultad mayor a esta tesis estriba en que la palabra mártir no está
documentada en lápidas sepulcrales hasta el S. III. Esta fecha retrotrae al culto
a los mártires. Por ejemplo, Policarpo de Esmirna fue martirizado en 167, y es
el primer mártir del que se conoce que los cristianos recogieron las cenizas. Sin
embargo, no todos aceptan las conclusiones de ambos autores.
El obispo de Roma, Inocencio I, en el año 416, envió una carta defendiendo
que la cristianización de Italia, Galia, España, África, Sicilia e islas intermedias,
procede de Pedro o de sus discípulos, lo que dicho en estos términos no es
exacto o no hay ninguna prueba.
Menciones más antiguas de la cristianización en España
La mención más antigua de cristianos se debe a Irineo, obispo de Lyon (Adu.
haer. 1.3) hacia el 180, que recuerda: “la misma tradición hay en las iglesias de
las Iberias, de los celtas, del Oriente…”. Este testimonio podría ser discutible y
referirse a la Iberia de Oriente (Georgia). Cita a continuación a los celtas, que
serían los gálatas de Asia Menor, la actual Turquía, y del Oriente. Se ha
propuesto que Irineo no sería obispo de la Galia, sino de Asia Menor, hipótesis
de trabajo que no ha tenido aceptación.
Tertuliano, la mayor figura de la Iglesia latina anterior a Agustín, en su Tratado
contra los judíos (VII.4-5), escribe que en todas las fronteras de las Hispanias,
como en otras diversas naciones de las Galias y en otras partes, es adorado el
nombre de Cristo. El testimonio es demasiado vago.
Los siete varones apostólicos
A ellos se refieren varios manuscritos del S. X. Sus hechos son los siguientes:
los siete varones, cuyos nombres son Torcuato, Tesifonte, Indalecio, Segundo,
Eufrasio, Cecilio y Hesiquio, fueron ordenados en Roma por los apóstoles.
Vinieron a España a predicar el Evangelio. Llegaron a Acci (Guadix) cuando los
paganos celebraban las fiestas en honor de Júpiter, Mercurio y Juno. Los
paganos los persiguieron hasta el río, y perecieron al hundirse el puente. Los
siete varones confesaron su procedencia a una noble dama, de nombre
Luparia. Los siete varones apostólicos lograron su conversión a la fe cristiana.
La mandaron, antes de su conversión, construir un baptisterio y una basílica, lo
que hizo. Los paganos y Luparia se convirtieron. Después, los siete varones se
dispersaron. Torcuato se quedó en Acci. Tesifonte marchó a Bergi; Hesiquio, a
Carcere; Indalecio, a Urci; Segundo a Abula; Eufrasio a Iliturgi, y Cecilio a
Iliberri.
Los manuscritos remontan a un texto, redactado posiblemente en los siglos VIII
o IX. Se ha propuesto que las Actas pudieran deberse a un autor mozárabe
huido de la Bética al norte, en el S. VII. Las Actas son una leyenda sin valor
histórico alguno.
Carta 67 de Cipriano. Apostasía de Basílides y Marcial
El tercer documento referente a la presencia de cristianos, y esta vez de gran
valor, es la carta sinodal procedente de Cartago y firmada por Cipriano, obispo
de la ciudad y una figura de primerísimo orden dentro del cristianismo africano
y por otros treinta y seis obispos del África Proconsular, la actual Túnez,
dirigida al presbítero Félix, a los fieles de la Legio VII Gémina (León), al
diácono Elio y a los fieles de Augusta Emérita, capital de la provincia lusitana,
fundada por Augusto en el año 25 a.C. para asentar a los licenciados de las
Guerras Cántabras (29-19 a.C.).
Cipriano reunió en Cartago a un concilio para tratar el grave asunto que
describe la Carta 67, en contestación a la carta que llevaron a Cartago los
obispos hispanos de Legio VII Gemina-Astúrica Augusta, informando de los
gravísimos acontecimientos acaecidos en las iglesias hispanas con motivo de
la apostasía de los obispos. El concilio y la carta se fechan en el año 254 o en
la primera mitad del año siguiente. La carta llevada a Cartago por Félix y
Sabino, fue leída en el concilio. En ella se comunica que los fieles de España
no juzgaron conveniente que los obispos Basílides y Marcial ejercieran el
episcopado y administraran el sacerdocio de Dios. Posiblemente se refiere a
que no bautizaran ni celebraran la Eucaristía, ya que ambos obispos eran
idólatras, habían obtenido un certificado de apostasía y habían cometido
crímenes nefandos. Los fieles hispanos pedían a Cipriano una contestación y
su opinión, para encontrar consuelo y apoyo.
Cipriano no da tantos consejos, cuanto recuerda los divinos consejos, pues la
ley de Dios prescribe qué cualidades han de tener los que celebran los divinos
sacrificios. La ley de Dios debe ser obedecida, y no puede haber indulgencia
humana para nadie. Recuerda el obispo de Cartago lo que Dios dijo a los
judíos a través del profeta Isaías, increpándoles el desprecio de los preceptos
divinos. Lo mismo prescribe el Evangelio (Mt. 7-9). En la ordenación de los
obispos hay que elegir solamente prelados íntegros e intachables, que ofrezcan
a Dios sacrificios dignos y santos, y puedan ser oídos en las oraciones por el
pueblo.
Si el pueblo permanece en comunión con el obispo pecador y presta su
consentimiento a su injusto e ilícito episcopado, no está libre del contagio del
delito. Cipriano recuerda que es mandato divino que el obispo se elija en
presencia del pueblo y a la vista de todos, para que se compruebe si es idóneo
para el episcopado a juicio del pueblo. Para Cipriano esta elección del obispo
es tradición ordenada por Dios y práctica apostólica, que se mantiene en casi
todas las provincias. Los obispos vecinos de la provincia deben acudir al
pueblo donde se celebra la ordenación. El obispo debe ser elegido en
presencia del pueblo, que conoce la vida de sus ciudadanos. Esta práctica se
siguió en la ordenación de Sabino, que le confirmó el episcopado, y se le
impusieron las manos en sustitución de Basílides con el voto de toda la
comunidad y de los obispos presentes, es decir, se sustituyó al obispo
apóstata, Basílides, por otro fiel. Cipriano afirma que juzga esta ordenación
perfectamente lícita, por el hecho de que Basílides confesase sus crímenes
descubiertos, se marchase a Roma, engañase al obispo de Roma, Esteban,
que desconocía lo sucedido, e intrigase para ser injustamente repuesto en el
episcopado. La reposición la considera Cipriano injusta. Basílides, a sus
crímenes anteriores, ha añadido el de la mentira, y ha engañado al obispo de
Roma.
Marcial era culpable de graves delitos, y no debía retener el episcopado. Según
afirmación de Félix, de Sabino, y de otro Félix de Caesaraugusta (Zaragoza),
defensor de la verdad, Basílides y Marcial se contaminaron con el nefando
certificado de idolatría. Basílides enfermó y blasfemó de Dios, renunció
voluntariamente al episcopado e hizo penitencia; hizo oración y se daba por
satisfecho con ser admitido como simple fiel. Marcial asistió a opíparos
banquetes en una asociación pagana, enterró a sus hijos en esta asociación,
en sepulcros paganos. Ante el procurador ducennario, y en acta pública, afirmó
haber idolatrado y negado a Cristo.
Según Cipriano, Basílides y Marcial, por sus crímenes, no pueden presidir las
iglesias ni ofrecer sacrificios a Dios. Recuerda el obispo de Cartago que
Cornelio, obispo de Roma, decretó que tales pecadores pueden ser admitidos a
penitencia, pero excluidos del clero y del episcopado.
La Carta 67 es importante por varios conceptos. Menciona la existencia de
comunidades cristianas en Legio VII Gemina-Asturica Augusta, Emerita
Augusta y Caesaraugusta, con obispos al frente en dos de ellas. La apostasía
de los dos obispos durante la persecución de Decio (249-251), la apelación de
los dos obispos apóstatas al obispo de Roma, para lo cual éste no tenía
ninguna autoridad de decisión, según Cipriano (Ep. 55.21; De Unit. 4 CSEL 31.436), como para toda la Iglesia primitiva durante todo el primer milenio, eran
hechos graves. Para Cipriano, la idolatría es un pecado gravísimo, condenado
ya en la Didaché, el principal escrito de la era postapostólica, fechada a
comienzos de la primera mitad del S. II (BAC. 65.83); en la Exhortación al
martirio de Orígenes, obra fechada en 235, donde se condenan la apostasía y
la idolatría; en el Tratado sobre los espectáculos, donde Novaciano, en el S. III,
sostiene que la idolatría está prohibida a los cristianos; en el Tratado sobre la
idolatría de Tertuliano, redactado poco después de la muerte de Septimio
Severo, 211; en el Tratado sobre la pudicitia se consideran pecados
imperdonables la fornicación, la idolatría y el homicidio en la etapa montanista
del autor; en el Opúsculo de Cipriano sobre qué ídolos no son dioses. Todavía,
a finales del S. IV, Paciano, en su Tratado sobre la penitencia, considera la
idolatría un pecado gravísimo.
El problema que plantea la Carta 67 de Cipriano debió ser frecuente después
de la persecución de Decio, y obligó al obispo de Cartago a redactar su Tratado
sobre los apóstatas. Cipriano alaba el proceder de los obispos y fieles hispanos
que depusieron a los obispos apóstatas y nombraron otros en su lugar, pues
los fieles eran los únicos que tenían el poder de nombrar obispos. Mariana, el
gran historiador de tiempos de Felipe II, y Suárez, el gran filósofo, defendieron
que el poder viene de Dios al pueblo. Esto mismo defendió la Iglesia primitiva.
En la Didaché (XV.1), la comunidad es la que elige obispos y presbíteros, que
deben ser mansos, desinteresados, verdaderos y probados, todo lo contrario
de lo que eran Basílides y Marcial.
La disciplina eclesiástica seguida por la Iglesia hispana y por la de Cartago, es
diferente de la de Roma, lo que es una prueba de que la Iglesia hispana
procede de Cartago. Implica una concepción del episcopado diversa de la de
Roma. Para la Iglesia hispana y para Cartago, una apostasía de un obispo le
invalida para continuar al frente de la comunidad. Roma no depone a los
obispos apóstatas. En la carta 59.10, Cipriano menciona casos parecidos
acaecidos en el norte de África. Joviano y Máximo fueron condenados por sus
abominables crímenes, y excomulgados. A ellos se juntó Reposto, que
aconsejó a la mayor parte de su pueblo, apostatar. Estos tres, en compañía de
Privato de Lambaesis, eligieron obispo a Fortunato. Cipriano considera esta
ordenación inválida. Acudió también a Roma intentando engañar al obispo de
Roma. Novaciano, en su Tratado sobre los apóstatas, sostiene que no debía
reconciliarse a los apóstatas.
Cipriano considera que la elección de los obispos hispanos, sustitutos de
Basílides y Marcial, fue completamente lícita. La disciplina de Cipriano la
siguen los donatistas, que fueron perseguidos sañudamente por Agustín, por
seguir las disposiciones de Cipriano.
M. Díaz y Díaz, excelente conocedor del cristianismo hispano, propuso la tesis
de que los fieles hispanos acudieron a Cipriano por tener conciencia de que
procedían del África Proconsular; por esta razón acuden a la Iglesia africana y
no a Roma. El cristianismo pudo ser introducido en España por la Legio VII
Gemina desde África, según la tesis de M. Díaz y Díaz.
Un destacamento de la Legio VII Gemina intervino en el norte de África,
concretamente en Lambaesis, a partir de la etapa final de Trajano y, más
probablemente, de Adriano. Se ha propuesto la fecha del 157 como la de la
estancia del destacamento de la Legio VII Gemina en Numidia, que suplió las
bajas de la Legio III Augusta, y ésta a la Legio II Traiana, licenciada en 157.
Efectivos de la Legio VII Gemina debieron colaborar en la construcción del
santuario consagrado a Neptuno en Aïn Drum en 158. La presencia de
efectivos de la Legio VII Gemina en tierras africanas debe situarse entre el
primer tercio del gobierno de Adriano (117-136) y el primer decenio del de
Antonino Pío (138-161). La primera fecha es más probable. El destacamento
debió contar, al menos, con mil soldados, que se seleccionarían entre
cristianos del norte de África, que introducirían el cristianismo en España, lo
que explicaría la presencia del elemento militar en el cristianismo hispano y la
comunidad cristiana en Legio VII Gemina-Astúrica Augusta.
Otros argumentos refuerzan la posibilidad de origen africano del cristianismo
hispano, como el origen africano del texto de los salmos hispanos. Este
argumento es decisivo para probar el origen africano de las capas profundas de
la liturgia hispana. Refuerzan igualmente el origen africano, dos cantos bíblicos
conservados en el breviario mozárabe. El himno de Jeremías y el Canto de
Evora se encuentran en la obra del obispo Verecundo (546-552). El breviario
mozárabe conserva restos -emparentados con liturgias africanas-, de una
liturgia hispana previsigoda, de origen africano. En seis casos el salterio
hispano se emparenta con el Salterio de Verona, que es africano o
emparentado con el africano.
Cuatro versículos del libro de Habacuc de Cipriano coinciden con el texto del
breviario. Algunas lecturas están apoyadas por dos escritores africanos:
Quodvultdeus, obispo de Cartago, y Primasio, de Hadrumetum. La gran
autoridad en el latín cristiano, Mohrmann, ha señalado otros términos que
tienen en Hispania la misma significación que en África, como la voz refrigerium
con el mismo significado que en las actas de Santa Perpetua (VII-VIII) y en el
Liber Ordinum de la Iglesia visigótica (Mon. eccl. lit. V.404). Prudencio (Dett.
XLII) da al término passio el mismo significado que tiene en las actas de Santa
Perpetua (XVIII.1) y en San Cipriano (De don. or). Este poeta usa tropaeum en
su acepción de «cuerpo de un mártir», lo mismo que San Cipriano (Ep.
LIV.1.2). En Hispania se celebraba la festividad de los Inocentes, igual que en
África. No obstante, la autora señala otros puntos de contacto con la Galia.
Martirio de Fructuoso, obispo de Tarragona, y de sus diáconos Eulogio y
Augurio bajo la persecución de Valeriano
Sólo hubo en la Iglesia antigua tres grandes persecuciones que abarcaron todo
el Imperio: la mencionada de Decio, que motivó la apostasía de Basílides y de
Marcial; la de Valeriano y la de Diocleciano. Las otras persecuciones fueron
locales y no afectaron a la cristiandad hispana: la de Nerón (Tac. Ann. XV.3841); la de Lyon, de 177; la de Septimio Severo, año 202, en la que fueron
martirizados Perpetua y Felicitas con sus compañeros, de cuya “Passio"
Tertuliano pudo ser el autor, y otras varias.
De la persecución de Valeriano se está bien informado por el historiador
eclesiástico del S. IV, Eusebio de Cesarea (HE. VII.101-19), por un escrito del
obispo de Alejandría, Dionisio, intercalado en la Historia Eclesiástica de
Eusebio, y por la carta 80 de Cipriano; por las Actas del Martirio de Fructuoso,
conocidas por Agustín, que son copias de un proceso verbal oficial, lo que hace
que sean de máxima garantía histórica. Son auténticas, escritas por un testigo
ocular buen conocedor de los hechos, de los que da testimonio verídico.
Valeriano promulgó dos edictos: uno en 258 y el segundo se data en 259. Por
el primero se prescribía que los obispos y presbíteros que no aceptaran dar
culto a los dioses, fueran desterrados. Se prohibían, igualmente, las reuniones,
y se cerraban los cementerios cristianos. Valeriano ordenaba en el segundo
edicto que los obispos, presbíteros y diáconos fueran ejecutados, sin más; los
senadores, los altos cargos y los caballeros, privados de su dignidad,
desposeídos de sus bienes y, si continuaban confesándose cristianos, que
fueran decapitados; las mujeres desposeídas de sus bienes y exiladas. A los
cesarianos se les confiscaba sus bienes, eran arrestados y repartidos por las
posesiones imperiales.
Las actas fueron publicadas por P. Franchi di Cavalieri, quien señala una serie
de términos que se leen en ellas, típicamente africanos, que, además, son muy
arcaicos, como “fraternitas”, para indicar la comunidad de los fieles,
“refrigerium”, que se lee también en la “Passio” de Perpetua y Felicitas
(III.4.VIII.1.IX.1.XVI.3-4); “statio”, con el significado de “ayuno”. El tipo de ayuno
que hace Fructuoso es el mismo descrito por Tertuliano (De ieum. II.10). El final
del diálogo entre Fructuoso y Emiliano presenta una afinidad con el proceso de
Cipriano. La expresión “commilito frater noster” se documenta en Tertuliano (De
cor. 1.2). Esta expresión y otras que se podrían añadir, indican que el autor de
las Actas y uno de los protagonistas, son militares. Lo mismo deduce P.
Franchi di Cavalieri de la soltura con que el autor maneja términos típicamente
militares, como “beneficiarii”. En otro pasaje, el autor cita a “milites” alrededor
de Fructuoso, que se ha corregido por “frates”, pero se puede mantener la
primera, latina. Todos estos términos probarían el origen africano del autor, su
profesión militar, y que su terminología, así como una serie de tecnicismos
usados por la comunidad cristiana de Tarragona, son, sin duda, africanos, por
proceder el cristianismo de esta región. Agustín utilizó las mismas Actas que
hoy se leen. Estos términos militares probarían la posibilidad de la tesis
presentada por M. Díaz y Díaz; de la importancia del elemento militar en la
presencia del cristianismo hispano en origen. Ya A. Hamack, el mayor coloso
en el estudio del cristianismo primitivo, muerto en 1932, señaló la importancia
del elemento militar en la Iglesia, como aparece en Tertuliano, hijo de militar, y
en Cipriano, y que la lengua de la Iglesia africana fue creación de funcionarios
y militares extranjeros.
M. Sotomayor no acepta el africanismo de estos términos citados, pues cree
que se documentan en otros lugares, como el término “statio”, con significado
de “ayuno”, también atestiguado en Roma. La expresión “fraternitas” para
indicar la comunidad cristiana de Roma, se lee en una carta dirigida a Cipriano
a comienzos del 250, el término “refrigerio”, con el sentido usado en las Actas,
aparece en Orígenes, Jerónimo, Rufino y Ambrosio, y otros lo usan con el
significado de “consolar” o de “ayudar”. Todos estos términos podrían ser de
origen africano, y después se han generalizado.
Acepta Sotomayor que el autor de las Actas pudiera ser un militar, apoyado en
el conocimiento demostrado en el uso de algunos términos militares, y en la
seguridad que demuestra al mencionar los nombres de los soldados que fueron
a detener a los mártires. El martirio acaeció en el año 259. Admite, igualmente,
M. Sotomayor, una cierta semejanza entre los dos interrogatorios, el de
Cipriano y el de Fructuoso, que se debería a que a ambos mártires se les
aplicó el mismo edicto de persecución. Se diferencian en que el juez africano
usa el termino “papa” y las Actas el de “obispo”, aplicado a los dos mártires
obispos.
El argumento de M. Sotomayor tiene cierta fuerza. Nosotros nos inclinamos por
el africanismo de los términos, pues son relativamente muchos.
Persecución de Diocleciano
Se está bien informado de la gran persecución por la descripción de los libros
VIII y IX de la Historia Eclesiástica de Eusebio, testigo de los hechos que narra,
por el folleto “Sobre la muerte de los perseguidores” (11.1), de Lactancio,
también testigo de los sucesos en Nicomedia, y por varias Actas de los
mártires.
La persecución duró del 303 al 311. En el año 303 se publicaron cuatro edictos
contra los cristianos. El primer edicto ordenaba destruir las iglesias, quemando
los archivos y los libros sagrados, destituir a los cristianos de sus cargos,
degradar a los que ocupaban cargos superiores y no emancipar a los esclavos
cristianos. Este edicto no castigaba con la pena de muerte. El segundo edicto
mandaba encerrar a los jefes de las iglesias. Por jefe se entendía cualquier
grado del clero. El tercer edicto obligaba a los detenidos cristianos a sacrificar a
los dioses y dar tormento a los que se negaran a ofrecer sacrificios. El cuarto
edicto, que lleva la fecha del 304, obligaba a todo el mundo a ofrecer sacrificios
y libaciones a los dioses.
El número de mártires hispanos es muy bajo, probablemente por estar poco
extendido en España el cristianismo.
El centurión Marcelo es mártir de Mauritania Tingitana, que pertenecía a la
Bética. Las Actas no son auténticas –según Gabba-, pero responde a un
sustrato histórico, según M. Díaz y Díaz. Marcelo rechaza el servicio militar por
razones de conciencia, al igual que Maximiliano, martirizado en 295, o el militar
del Procorona de Tertuliano, fechado en 211. Justa y Rufina, vendedoras de
cerámica en las calles de Híspalis, fueron martirizadas, quizás, en 287, pero la
fecha no es segura. Su martirio fue descrito en el Pasionario hispano, y tiene
grandes visos de tener valor histórico. Su martirio es un documento de primer
orden sobre las Adonias en honor del amante de Afrodita, Adonis, como ya vio
F. Cumont, autoridad en el estudio de las religiones orientales. La fecha y el
ritual coinciden exactamente con las Adonias celebradas en Alejandría y en
Siria. El obispo citado en el Pasionario es Sabino, que participó a comienzos
del S. IV en el Concilio de Elvira (Granada). Las muchachas estaban vendiendo
cerámica en la calle, por la que pasó la procesión de los fieles de Adonis que
llevaban una imagen que no tenía ojos, ni manos, ni pies, ni vida. Se trataba de
un monolito, según la tesis de M. Bendala. Uno de los participantes en la
procesión arremetió contra las mujeres, al insultar al ídolo y negarse a dar
algún dinero para su culto. Empujaron las mujeres al ídolo, que cayó al suelo
hecho añicos. Se corrió la voz de que habían cometido un gran crimen y eran
dignas de muerte. El presidente, enterado de lo sucedido, mandó encarcelar a
las dos mujeres, conducirlas a Híspalis y atormentarlas. Las colgaron y
desgarraron las uñas. Se las encerró en la cárcel y se las mantuvo
hambrientas. Se las obligó a ir a los Montes Marianos (Sierra Morena) a pie y
descalzas. Se arrojó el cuerpo de la mártir Justa a un profundo pozo. Sabino,
enterado de lo sucedido, mandó recoger el cuerpo y enterrarlo en el cementerio
de Híspalis. Rufina fue degollada y su cuerpo quemado en el anfiteatro. Los
fieles de Adonis, posiblemente, pidieron a las dos mujeres unos tiestos para
plantar los Jardines de Adonis.
Prudencio, en su Himno IV del Peristefanon, menciona a los dieciocho mártires
de Zaragoza, de los que da los nombres de catorce. El poeta cristiano no
conoce detalles sobre ellos o su vida, pues no los da. Su “Passio” se data en el
S. VII y carece de valor histórico. Prudencio consagra el Himno V del
Peristefanon a Vicente, y da numerosos pormenores sobre su martirio. El vate
cristiano, al igual que en el caso de Fructuoso y de sus diáconos, sigue de
cerca las Actas del martirio, pero adornándolas con una gran licencia poética.
Estas Actas carecen de valor histórico. Las Actas fueron también conocidas por
Agustín, que dedicó a Vicente cuatro sermones conservados. Las Actas de
Vicente se han conservado, en lo fundamental, en el Pasionario hispánico. El
texto debió datarse a finales del S. IV y basarse en tradiciones orales.
M. Sotomayor ha resumido los datos principales de las Actas. Vicente era
diácono de Valerio, obispo de Zaragoza. El gobernador Daciano, citado
siempre en los martirios hispanos, pero personaje totalmente desconocido,
ordenó detener a todos los clérigos. Vicente y su obispo fueron conducidos a
Valencia. Se atormentó a Vicente. Se le sometió al potro. Se desgarró su
cuerpo. El mártir echó un sermón a los torturadores. Después fue flagelado,
apaleado y quemado. Se le aplicaron láminas candentes sobre el pecho y le
dieron otros tormentos. Se le encerró en una cárcel profunda, con el suelo
sembrado de cascotes. Poco después murió. Su cuerpo fue arrojado a los
perros y a los buitres.
Emeterio y Celedonio
Prudencio les dedica el Himno I del Peristefanon y una pequeña composición a
un baptisterio, el Himno VIII, levantado en Calahorra. Prudencio confiesa
abiertamente que carece de datos sobre su martirio.
Se los tenía por hermanos y militares, y fueron martirizados en Calahorra. Es
posible que pertenecieran a la Legio VII Gemina, como se afirmó de ellos, y
estuvieron destacados en Calahorra. Su Passio, que carece de valor histórico,
es muy tardía.
Félix de Gerona
Prudencio, en su himno IV, 29-30, sólo le menciona. Nada sabe de él. Su
“Passio” es muy reciente, seguramente de finales del S. VI o principios del
siguiente, y carece de valor histórico.
Cucufate
Prudencio, en el Himno IV del Peristefanon, celebra a Cucufate de Barcelon.
Su Passio se fecha en el S. VII y no tiene valor.
Acisclo, Zoilo y tres mártires más
Prudencio, en el Himno IV del Peristefanon, los recuerda como mártires de
Córdoba. Nada sabe Prudencio de su martirio. Los citan el martirologio
jeronimiano, los calendarios mozárabes y los libros litúrgicos. De Zoilo no se
conserva ninguna noticia, salvo la cita de Prudencio. No se conoce ninguna
Passio antigua.
Los otros tres mártires cordobeses se ha supuesto que son Fausto, Genaro y
Marcial, citados en el martirologio jeronimiano. Su Passio es muy tardía, quizás
del S. IX.
Justo y Pastor
Prudencio, en el Himno IV (41-44) del Peristefanon, menciona a Justo y Pastor,
de Complutum (Alcalá de Henares), donde tenían dos sepulcros. Se los cita en
el martirologio jeronimiano y en los calendarios mozárabes. Su Passio debió
ser del S. VII, y carece de valor histórico.
Eulalia de Mérida
A ella se refiere Prudencio en el Himno IV del Peristefanon, en el Himno IX, y
principalmente en el III, todo dedicado a ella, a la descripción de su sepulcro y
de su basílica. A ella se consagran numerosas inscripciones en España.
Prudencio describe su martirio detenidamente, pero su descripción carece de
valor histórico, según M. Sotomayor.
Nació en Augusta Emerita. Al estallar la persecución contaba doce años. Sus
padres la ocultaron en el campo, pero ella se presentó al juez y a los
magistrados, a los que increpó. Detenida, le arrancaron los pechos y
desgarraron el cuerpo con garfios. Le aproximaron teas encendidas. Ardió su
cabellera. Esta descripción o el documento que utilizó Prudencio, carecen de
valor histórico. La Passio se data en el S. VII.
El número de mártires es realmente bajo, como ya se indicó, aunque
documentos posteriores dan los nombres de otros varios cuya existencia real
es muy difícil de precisar. Las Passiones son posteriores y no dignas de
crédito.
Prudencio, de los pocos que contó, prácticamente no dispuso de datos
auténticos. Su vida y martirio se borraron, no sus nombres. Amplias zonas de
España carecen de mártires, lo que confirma que el cristianismo estaba poco
extendido.
BIBLIOGRAFÍA
M. Díaz y Díaz, En torno a los orígenes del cristianismo hispano. Las raíces de
España, Madrid, 1967, 223-443.
J.M. Blázquez, Historia de España. II. España Romana, Madrid, 1982, 418-448.
J.M. Blázquez, Religiones en la España Antigua, Madrid, 1991, 361-372.
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A. Piñero, Santiago el Mayor, hijo del trueno, La aventura de la Historia 141,
2010, 48-51.
M. Sotomayor, Historia de la Iglesia. I. La Iglesia en la España romana y
visigoda, Madrid, 1979, 120-165.
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