EL CRISTIANISMO HISPANO (SU ORIGEN Y REPERCUSIÓN EN LA SOCIEDAD HISPANA Y EN LA IGLESIA UNIVERSAL) Director: José María Blázquez La tesis del origen africano del cristianismo hispano. La carta 67 de Cipriano sobre la apostasía de los obispos de León-Astorga y Mérida. Su gran importancia histórica. Las persecuciones bajo Valeriano y la tetrarquía (Conferencia I) Venida de Pablo a Hispania Los orígenes del cristianismo en España son oscuros. Pablo, en su Carta a los Romanos (15.24), hacia el año 57, habla de ir a España. Clemente Romano, del cual no se sabe nada con seguridad, en su Carta Primera a los fieles de Corinto (V.2.6), escrita en torno al 97, afirma de Pablo que fue Heraldo de Cristo en Oriente y en Occidente. Por Occidente hay que entender España. La creencia en la predicación de Pablo en España se mantuvo en la Antigüedad. A finales del S.II, el fragmento muratoniano de procedencia romana afirma que Pablo llegó a España desde Roma. En el S. III, las Actas Apócrifas de Pedro y Pablo, indican que Pablo, por mandato directo de Jesús, vino a España. En la Tarda Antigüedad abundan los escritores cristianos que aceptan la predicación de Pablo en España, como Jerónimo (Comm. in Is. I.4.11), noticia que vuelve a repetir en su Comm. in Amos, I.2.5. Atanasio de Alejandría, en su Carta a Draconcio 4, recoge la misma creencia, al igual que Cirilo de Jerusalén en su Cateq. 17.26; Juan Crisóstomo (Com. 2 Tim. 4 homil. 10, y en Com. Hebr. prof.); Epifanio de Salamina (Panar. 1.11 haer. 27) y Teodoreto de Cirro (Com. Plp. 1.25-26). Ningún escritor hispano conoce esta noticia. Este silencio es un argumento de valor contra la tesis de la predicación de Pablo en España. A finales del S. V, el obispo de Roma, Gelasio, afirmó que aunque pensó venir, no lo hizo (Ep. 97.67; Ep. 103.24). Ninguna iglesia hispana se vinculó con la predicación de Pablo, hasta que en el Renacimiento lo hizo Tarragona, sin duda para disputar la primacía a Toledo. Predicación de Santiago el Mayor Tampoco la predicación de Santiago el Mayor es defendible. Era hijo de Zebedeo (Mc. 1.19; Hch. 12.17; 15.13). Fue pescador, como su padre y su hermano, en el lago de Genesaret (Mc. 4.21). Perteneció al grupo de íntimos de Jesús. Fue testigo de la resurrección del hijo de Jairo (Mc. 5.37), de la transfiguración de Jesús (Mc. 9.2-8) y de la agonía en el huerto de Getsemaní (Mc. 14.32-42). Santiago el Mayor fue ejecutado en el año 44 -o en el año 41 según otros autores-, por orden del rey judío Herodes Agripa I (Hch. 12.3). En la actualidad se admite generalmente que ningún apóstol predicó el Evangelio fuera de Palestina, salvo Pedro, que por lo menos estuvo en Antioquía (Ga. 2.11-14) y quizás en Corinto (1 Cor. 1.12; 3.22). Ningún escritor hispano del S. IV alude a este viaje, ni Prudencio, Gregorio de Iliberri, Orosio, Hidacio, obispo de Bracara Augusta (395-468), que redactó una Crónica de Galicia, ni Martín de Braga, muerto hacia el 580, ni los escritores eclesiásticos de época visigoda, como Isidoro, Ildefonso, Braulio y Tajón, ni los escritores galos, como Gregorio de Tours, muerto en 594, que menciona a España, ni Venancio Fortunato, muerto hacia el 600, en su carta a Martín de Braga, Carmen V.2, que cita las diferentes regiones en las que predicaron los apóstoles; más aún, en su Carmen VIII.3, escribe que los dos Santiagos, el Mayor y el hermano de Jesús, predicaron el Evangelio en Palestina. Tampoco recuerda a Santiago el Ps. Abdiaso, que es una colección de narraciones apócrifas reunidas en la Galia. La obra es seguramente de finales del S. VI o posterior. Los Catálogos bizantinos o Catálogos apostólicos, cuyos originales remontan a los siglos V y VI, mencionan que Santiago predicó en Palestina. Únicamente en el Breviarium Apostolorum, redactado en el S. VII, se lee que Santiago predicó en España, pero tanto los Catálogos apostólicos como el Breviarium Apostolorum carecen de valor histórico al basarse en fuentes apócrifas. El Breviarum Apostolorum es la base de la afirmación de Aldhelmus, abad de Malmesburry que vivió en el S. VII, de que Santiago predicó en España. El Breviarum apostolorum es la fuente de la obra atribuida a Isidoro de Sevilla, que se suele considerar apócrifa. Carece de valor por partir del Breviarum. De todos estos textos se deduce que la predicación de Santiago en España es una leyenda totalmente apócrifa, reciente, y que carece de valor histórico alguno. A. Blanco e Isidoro Millán, ambos gallegos y excelentes conocedores del Mundo Antiguo, han creído encontrar una prueba epigráfica de la predicación de Santiago en España. Se trata de un hallazgo en el supuesto mausoleo del apóstol Santiago, del título sepulcral en griego de su discípulo Atanasio. En las excavaciones efectuadas entre los años 1946 y 1959 en la catedral de Santiago, descubrieron la leyenda funeraria de Teodomiro, obispo de Iria Flavia, responsable del descubrimiento de la tumba de Santiago. El descubrimiento de Teodomiro –según hace constar en su lápida funeraria- se data el 20 de octubre de 847. El segundo epígrafe descubierto es el título sepulcral de Atanasio mártir, discípulo de Santiago, según la tradición. En la zona del altar mayor del presbiterio, en el centro sepulcral de la Basílica, se descubrieron unas fenestelas del culto martirial en los dos lóculos laterales y el título sepulcral de Atanasio en el interior del propio lóculo. El lóculo fue el sepulcro primario para enterrar un mártir. La inscripción da el nombre del mártir Atanasio, escrito en claras letras cursivas griegas. Este lóculo se data, según estos autores, en el S. I. La dificultad mayor a esta tesis estriba en que la palabra mártir no está documentada en lápidas sepulcrales hasta el S. III. Esta fecha retrotrae al culto a los mártires. Por ejemplo, Policarpo de Esmirna fue martirizado en 167, y es el primer mártir del que se conoce que los cristianos recogieron las cenizas. Sin embargo, no todos aceptan las conclusiones de ambos autores. El obispo de Roma, Inocencio I, en el año 416, envió una carta defendiendo que la cristianización de Italia, Galia, España, África, Sicilia e islas intermedias, procede de Pedro o de sus discípulos, lo que dicho en estos términos no es exacto o no hay ninguna prueba. Menciones más antiguas de la cristianización en España La mención más antigua de cristianos se debe a Irineo, obispo de Lyon (Adu. haer. 1.3) hacia el 180, que recuerda: “la misma tradición hay en las iglesias de las Iberias, de los celtas, del Oriente…”. Este testimonio podría ser discutible y referirse a la Iberia de Oriente (Georgia). Cita a continuación a los celtas, que serían los gálatas de Asia Menor, la actual Turquía, y del Oriente. Se ha propuesto que Irineo no sería obispo de la Galia, sino de Asia Menor, hipótesis de trabajo que no ha tenido aceptación. Tertuliano, la mayor figura de la Iglesia latina anterior a Agustín, en su Tratado contra los judíos (VII.4-5), escribe que en todas las fronteras de las Hispanias, como en otras diversas naciones de las Galias y en otras partes, es adorado el nombre de Cristo. El testimonio es demasiado vago. Los siete varones apostólicos A ellos se refieren varios manuscritos del S. X. Sus hechos son los siguientes: los siete varones, cuyos nombres son Torcuato, Tesifonte, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio, fueron ordenados en Roma por los apóstoles. Vinieron a España a predicar el Evangelio. Llegaron a Acci (Guadix) cuando los paganos celebraban las fiestas en honor de Júpiter, Mercurio y Juno. Los paganos los persiguieron hasta el río, y perecieron al hundirse el puente. Los siete varones confesaron su procedencia a una noble dama, de nombre Luparia. Los siete varones apostólicos lograron su conversión a la fe cristiana. La mandaron, antes de su conversión, construir un baptisterio y una basílica, lo que hizo. Los paganos y Luparia se convirtieron. Después, los siete varones se dispersaron. Torcuato se quedó en Acci. Tesifonte marchó a Bergi; Hesiquio, a Carcere; Indalecio, a Urci; Segundo a Abula; Eufrasio a Iliturgi, y Cecilio a Iliberri. Los manuscritos remontan a un texto, redactado posiblemente en los siglos VIII o IX. Se ha propuesto que las Actas pudieran deberse a un autor mozárabe huido de la Bética al norte, en el S. VII. Las Actas son una leyenda sin valor histórico alguno. Carta 67 de Cipriano. Apostasía de Basílides y Marcial El tercer documento referente a la presencia de cristianos, y esta vez de gran valor, es la carta sinodal procedente de Cartago y firmada por Cipriano, obispo de la ciudad y una figura de primerísimo orden dentro del cristianismo africano y por otros treinta y seis obispos del África Proconsular, la actual Túnez, dirigida al presbítero Félix, a los fieles de la Legio VII Gémina (León), al diácono Elio y a los fieles de Augusta Emérita, capital de la provincia lusitana, fundada por Augusto en el año 25 a.C. para asentar a los licenciados de las Guerras Cántabras (29-19 a.C.). Cipriano reunió en Cartago a un concilio para tratar el grave asunto que describe la Carta 67, en contestación a la carta que llevaron a Cartago los obispos hispanos de Legio VII Gemina-Astúrica Augusta, informando de los gravísimos acontecimientos acaecidos en las iglesias hispanas con motivo de la apostasía de los obispos. El concilio y la carta se fechan en el año 254 o en la primera mitad del año siguiente. La carta llevada a Cartago por Félix y Sabino, fue leída en el concilio. En ella se comunica que los fieles de España no juzgaron conveniente que los obispos Basílides y Marcial ejercieran el episcopado y administraran el sacerdocio de Dios. Posiblemente se refiere a que no bautizaran ni celebraran la Eucaristía, ya que ambos obispos eran idólatras, habían obtenido un certificado de apostasía y habían cometido crímenes nefandos. Los fieles hispanos pedían a Cipriano una contestación y su opinión, para encontrar consuelo y apoyo. Cipriano no da tantos consejos, cuanto recuerda los divinos consejos, pues la ley de Dios prescribe qué cualidades han de tener los que celebran los divinos sacrificios. La ley de Dios debe ser obedecida, y no puede haber indulgencia humana para nadie. Recuerda el obispo de Cartago lo que Dios dijo a los judíos a través del profeta Isaías, increpándoles el desprecio de los preceptos divinos. Lo mismo prescribe el Evangelio (Mt. 7-9). En la ordenación de los obispos hay que elegir solamente prelados íntegros e intachables, que ofrezcan a Dios sacrificios dignos y santos, y puedan ser oídos en las oraciones por el pueblo. Si el pueblo permanece en comunión con el obispo pecador y presta su consentimiento a su injusto e ilícito episcopado, no está libre del contagio del delito. Cipriano recuerda que es mandato divino que el obispo se elija en presencia del pueblo y a la vista de todos, para que se compruebe si es idóneo para el episcopado a juicio del pueblo. Para Cipriano esta elección del obispo es tradición ordenada por Dios y práctica apostólica, que se mantiene en casi todas las provincias. Los obispos vecinos de la provincia deben acudir al pueblo donde se celebra la ordenación. El obispo debe ser elegido en presencia del pueblo, que conoce la vida de sus ciudadanos. Esta práctica se siguió en la ordenación de Sabino, que le confirmó el episcopado, y se le impusieron las manos en sustitución de Basílides con el voto de toda la comunidad y de los obispos presentes, es decir, se sustituyó al obispo apóstata, Basílides, por otro fiel. Cipriano afirma que juzga esta ordenación perfectamente lícita, por el hecho de que Basílides confesase sus crímenes descubiertos, se marchase a Roma, engañase al obispo de Roma, Esteban, que desconocía lo sucedido, e intrigase para ser injustamente repuesto en el episcopado. La reposición la considera Cipriano injusta. Basílides, a sus crímenes anteriores, ha añadido el de la mentira, y ha engañado al obispo de Roma. Marcial era culpable de graves delitos, y no debía retener el episcopado. Según afirmación de Félix, de Sabino, y de otro Félix de Caesaraugusta (Zaragoza), defensor de la verdad, Basílides y Marcial se contaminaron con el nefando certificado de idolatría. Basílides enfermó y blasfemó de Dios, renunció voluntariamente al episcopado e hizo penitencia; hizo oración y se daba por satisfecho con ser admitido como simple fiel. Marcial asistió a opíparos banquetes en una asociación pagana, enterró a sus hijos en esta asociación, en sepulcros paganos. Ante el procurador ducennario, y en acta pública, afirmó haber idolatrado y negado a Cristo. Según Cipriano, Basílides y Marcial, por sus crímenes, no pueden presidir las iglesias ni ofrecer sacrificios a Dios. Recuerda el obispo de Cartago que Cornelio, obispo de Roma, decretó que tales pecadores pueden ser admitidos a penitencia, pero excluidos del clero y del episcopado. La Carta 67 es importante por varios conceptos. Menciona la existencia de comunidades cristianas en Legio VII Gemina-Asturica Augusta, Emerita Augusta y Caesaraugusta, con obispos al frente en dos de ellas. La apostasía de los dos obispos durante la persecución de Decio (249-251), la apelación de los dos obispos apóstatas al obispo de Roma, para lo cual éste no tenía ninguna autoridad de decisión, según Cipriano (Ep. 55.21; De Unit. 4 CSEL 31.436), como para toda la Iglesia primitiva durante todo el primer milenio, eran hechos graves. Para Cipriano, la idolatría es un pecado gravísimo, condenado ya en la Didaché, el principal escrito de la era postapostólica, fechada a comienzos de la primera mitad del S. II (BAC. 65.83); en la Exhortación al martirio de Orígenes, obra fechada en 235, donde se condenan la apostasía y la idolatría; en el Tratado sobre los espectáculos, donde Novaciano, en el S. III, sostiene que la idolatría está prohibida a los cristianos; en el Tratado sobre la idolatría de Tertuliano, redactado poco después de la muerte de Septimio Severo, 211; en el Tratado sobre la pudicitia se consideran pecados imperdonables la fornicación, la idolatría y el homicidio en la etapa montanista del autor; en el Opúsculo de Cipriano sobre qué ídolos no son dioses. Todavía, a finales del S. IV, Paciano, en su Tratado sobre la penitencia, considera la idolatría un pecado gravísimo. El problema que plantea la Carta 67 de Cipriano debió ser frecuente después de la persecución de Decio, y obligó al obispo de Cartago a redactar su Tratado sobre los apóstatas. Cipriano alaba el proceder de los obispos y fieles hispanos que depusieron a los obispos apóstatas y nombraron otros en su lugar, pues los fieles eran los únicos que tenían el poder de nombrar obispos. Mariana, el gran historiador de tiempos de Felipe II, y Suárez, el gran filósofo, defendieron que el poder viene de Dios al pueblo. Esto mismo defendió la Iglesia primitiva. En la Didaché (XV.1), la comunidad es la que elige obispos y presbíteros, que deben ser mansos, desinteresados, verdaderos y probados, todo lo contrario de lo que eran Basílides y Marcial. La disciplina eclesiástica seguida por la Iglesia hispana y por la de Cartago, es diferente de la de Roma, lo que es una prueba de que la Iglesia hispana procede de Cartago. Implica una concepción del episcopado diversa de la de Roma. Para la Iglesia hispana y para Cartago, una apostasía de un obispo le invalida para continuar al frente de la comunidad. Roma no depone a los obispos apóstatas. En la carta 59.10, Cipriano menciona casos parecidos acaecidos en el norte de África. Joviano y Máximo fueron condenados por sus abominables crímenes, y excomulgados. A ellos se juntó Reposto, que aconsejó a la mayor parte de su pueblo, apostatar. Estos tres, en compañía de Privato de Lambaesis, eligieron obispo a Fortunato. Cipriano considera esta ordenación inválida. Acudió también a Roma intentando engañar al obispo de Roma. Novaciano, en su Tratado sobre los apóstatas, sostiene que no debía reconciliarse a los apóstatas. Cipriano considera que la elección de los obispos hispanos, sustitutos de Basílides y Marcial, fue completamente lícita. La disciplina de Cipriano la siguen los donatistas, que fueron perseguidos sañudamente por Agustín, por seguir las disposiciones de Cipriano. M. Díaz y Díaz, excelente conocedor del cristianismo hispano, propuso la tesis de que los fieles hispanos acudieron a Cipriano por tener conciencia de que procedían del África Proconsular; por esta razón acuden a la Iglesia africana y no a Roma. El cristianismo pudo ser introducido en España por la Legio VII Gemina desde África, según la tesis de M. Díaz y Díaz. Un destacamento de la Legio VII Gemina intervino en el norte de África, concretamente en Lambaesis, a partir de la etapa final de Trajano y, más probablemente, de Adriano. Se ha propuesto la fecha del 157 como la de la estancia del destacamento de la Legio VII Gemina en Numidia, que suplió las bajas de la Legio III Augusta, y ésta a la Legio II Traiana, licenciada en 157. Efectivos de la Legio VII Gemina debieron colaborar en la construcción del santuario consagrado a Neptuno en Aïn Drum en 158. La presencia de efectivos de la Legio VII Gemina en tierras africanas debe situarse entre el primer tercio del gobierno de Adriano (117-136) y el primer decenio del de Antonino Pío (138-161). La primera fecha es más probable. El destacamento debió contar, al menos, con mil soldados, que se seleccionarían entre cristianos del norte de África, que introducirían el cristianismo en España, lo que explicaría la presencia del elemento militar en el cristianismo hispano y la comunidad cristiana en Legio VII Gemina-Astúrica Augusta. Otros argumentos refuerzan la posibilidad de origen africano del cristianismo hispano, como el origen africano del texto de los salmos hispanos. Este argumento es decisivo para probar el origen africano de las capas profundas de la liturgia hispana. Refuerzan igualmente el origen africano, dos cantos bíblicos conservados en el breviario mozárabe. El himno de Jeremías y el Canto de Evora se encuentran en la obra del obispo Verecundo (546-552). El breviario mozárabe conserva restos -emparentados con liturgias africanas-, de una liturgia hispana previsigoda, de origen africano. En seis casos el salterio hispano se emparenta con el Salterio de Verona, que es africano o emparentado con el africano. Cuatro versículos del libro de Habacuc de Cipriano coinciden con el texto del breviario. Algunas lecturas están apoyadas por dos escritores africanos: Quodvultdeus, obispo de Cartago, y Primasio, de Hadrumetum. La gran autoridad en el latín cristiano, Mohrmann, ha señalado otros términos que tienen en Hispania la misma significación que en África, como la voz refrigerium con el mismo significado que en las actas de Santa Perpetua (VII-VIII) y en el Liber Ordinum de la Iglesia visigótica (Mon. eccl. lit. V.404). Prudencio (Dett. XLII) da al término passio el mismo significado que tiene en las actas de Santa Perpetua (XVIII.1) y en San Cipriano (De don. or). Este poeta usa tropaeum en su acepción de «cuerpo de un mártir», lo mismo que San Cipriano (Ep. LIV.1.2). En Hispania se celebraba la festividad de los Inocentes, igual que en África. No obstante, la autora señala otros puntos de contacto con la Galia. Martirio de Fructuoso, obispo de Tarragona, y de sus diáconos Eulogio y Augurio bajo la persecución de Valeriano Sólo hubo en la Iglesia antigua tres grandes persecuciones que abarcaron todo el Imperio: la mencionada de Decio, que motivó la apostasía de Basílides y de Marcial; la de Valeriano y la de Diocleciano. Las otras persecuciones fueron locales y no afectaron a la cristiandad hispana: la de Nerón (Tac. Ann. XV.3841); la de Lyon, de 177; la de Septimio Severo, año 202, en la que fueron martirizados Perpetua y Felicitas con sus compañeros, de cuya “Passio" Tertuliano pudo ser el autor, y otras varias. De la persecución de Valeriano se está bien informado por el historiador eclesiástico del S. IV, Eusebio de Cesarea (HE. VII.101-19), por un escrito del obispo de Alejandría, Dionisio, intercalado en la Historia Eclesiástica de Eusebio, y por la carta 80 de Cipriano; por las Actas del Martirio de Fructuoso, conocidas por Agustín, que son copias de un proceso verbal oficial, lo que hace que sean de máxima garantía histórica. Son auténticas, escritas por un testigo ocular buen conocedor de los hechos, de los que da testimonio verídico. Valeriano promulgó dos edictos: uno en 258 y el segundo se data en 259. Por el primero se prescribía que los obispos y presbíteros que no aceptaran dar culto a los dioses, fueran desterrados. Se prohibían, igualmente, las reuniones, y se cerraban los cementerios cristianos. Valeriano ordenaba en el segundo edicto que los obispos, presbíteros y diáconos fueran ejecutados, sin más; los senadores, los altos cargos y los caballeros, privados de su dignidad, desposeídos de sus bienes y, si continuaban confesándose cristianos, que fueran decapitados; las mujeres desposeídas de sus bienes y exiladas. A los cesarianos se les confiscaba sus bienes, eran arrestados y repartidos por las posesiones imperiales. Las actas fueron publicadas por P. Franchi di Cavalieri, quien señala una serie de términos que se leen en ellas, típicamente africanos, que, además, son muy arcaicos, como “fraternitas”, para indicar la comunidad de los fieles, “refrigerium”, que se lee también en la “Passio” de Perpetua y Felicitas (III.4.VIII.1.IX.1.XVI.3-4); “statio”, con el significado de “ayuno”. El tipo de ayuno que hace Fructuoso es el mismo descrito por Tertuliano (De ieum. II.10). El final del diálogo entre Fructuoso y Emiliano presenta una afinidad con el proceso de Cipriano. La expresión “commilito frater noster” se documenta en Tertuliano (De cor. 1.2). Esta expresión y otras que se podrían añadir, indican que el autor de las Actas y uno de los protagonistas, son militares. Lo mismo deduce P. Franchi di Cavalieri de la soltura con que el autor maneja términos típicamente militares, como “beneficiarii”. En otro pasaje, el autor cita a “milites” alrededor de Fructuoso, que se ha corregido por “frates”, pero se puede mantener la primera, latina. Todos estos términos probarían el origen africano del autor, su profesión militar, y que su terminología, así como una serie de tecnicismos usados por la comunidad cristiana de Tarragona, son, sin duda, africanos, por proceder el cristianismo de esta región. Agustín utilizó las mismas Actas que hoy se leen. Estos términos militares probarían la posibilidad de la tesis presentada por M. Díaz y Díaz; de la importancia del elemento militar en la presencia del cristianismo hispano en origen. Ya A. Hamack, el mayor coloso en el estudio del cristianismo primitivo, muerto en 1932, señaló la importancia del elemento militar en la Iglesia, como aparece en Tertuliano, hijo de militar, y en Cipriano, y que la lengua de la Iglesia africana fue creación de funcionarios y militares extranjeros. M. Sotomayor no acepta el africanismo de estos términos citados, pues cree que se documentan en otros lugares, como el término “statio”, con significado de “ayuno”, también atestiguado en Roma. La expresión “fraternitas” para indicar la comunidad cristiana de Roma, se lee en una carta dirigida a Cipriano a comienzos del 250, el término “refrigerio”, con el sentido usado en las Actas, aparece en Orígenes, Jerónimo, Rufino y Ambrosio, y otros lo usan con el significado de “consolar” o de “ayudar”. Todos estos términos podrían ser de origen africano, y después se han generalizado. Acepta Sotomayor que el autor de las Actas pudiera ser un militar, apoyado en el conocimiento demostrado en el uso de algunos términos militares, y en la seguridad que demuestra al mencionar los nombres de los soldados que fueron a detener a los mártires. El martirio acaeció en el año 259. Admite, igualmente, M. Sotomayor, una cierta semejanza entre los dos interrogatorios, el de Cipriano y el de Fructuoso, que se debería a que a ambos mártires se les aplicó el mismo edicto de persecución. Se diferencian en que el juez africano usa el termino “papa” y las Actas el de “obispo”, aplicado a los dos mártires obispos. El argumento de M. Sotomayor tiene cierta fuerza. Nosotros nos inclinamos por el africanismo de los términos, pues son relativamente muchos. Persecución de Diocleciano Se está bien informado de la gran persecución por la descripción de los libros VIII y IX de la Historia Eclesiástica de Eusebio, testigo de los hechos que narra, por el folleto “Sobre la muerte de los perseguidores” (11.1), de Lactancio, también testigo de los sucesos en Nicomedia, y por varias Actas de los mártires. La persecución duró del 303 al 311. En el año 303 se publicaron cuatro edictos contra los cristianos. El primer edicto ordenaba destruir las iglesias, quemando los archivos y los libros sagrados, destituir a los cristianos de sus cargos, degradar a los que ocupaban cargos superiores y no emancipar a los esclavos cristianos. Este edicto no castigaba con la pena de muerte. El segundo edicto mandaba encerrar a los jefes de las iglesias. Por jefe se entendía cualquier grado del clero. El tercer edicto obligaba a los detenidos cristianos a sacrificar a los dioses y dar tormento a los que se negaran a ofrecer sacrificios. El cuarto edicto, que lleva la fecha del 304, obligaba a todo el mundo a ofrecer sacrificios y libaciones a los dioses. El número de mártires hispanos es muy bajo, probablemente por estar poco extendido en España el cristianismo. El centurión Marcelo es mártir de Mauritania Tingitana, que pertenecía a la Bética. Las Actas no son auténticas –según Gabba-, pero responde a un sustrato histórico, según M. Díaz y Díaz. Marcelo rechaza el servicio militar por razones de conciencia, al igual que Maximiliano, martirizado en 295, o el militar del Procorona de Tertuliano, fechado en 211. Justa y Rufina, vendedoras de cerámica en las calles de Híspalis, fueron martirizadas, quizás, en 287, pero la fecha no es segura. Su martirio fue descrito en el Pasionario hispano, y tiene grandes visos de tener valor histórico. Su martirio es un documento de primer orden sobre las Adonias en honor del amante de Afrodita, Adonis, como ya vio F. Cumont, autoridad en el estudio de las religiones orientales. La fecha y el ritual coinciden exactamente con las Adonias celebradas en Alejandría y en Siria. El obispo citado en el Pasionario es Sabino, que participó a comienzos del S. IV en el Concilio de Elvira (Granada). Las muchachas estaban vendiendo cerámica en la calle, por la que pasó la procesión de los fieles de Adonis que llevaban una imagen que no tenía ojos, ni manos, ni pies, ni vida. Se trataba de un monolito, según la tesis de M. Bendala. Uno de los participantes en la procesión arremetió contra las mujeres, al insultar al ídolo y negarse a dar algún dinero para su culto. Empujaron las mujeres al ídolo, que cayó al suelo hecho añicos. Se corrió la voz de que habían cometido un gran crimen y eran dignas de muerte. El presidente, enterado de lo sucedido, mandó encarcelar a las dos mujeres, conducirlas a Híspalis y atormentarlas. Las colgaron y desgarraron las uñas. Se las encerró en la cárcel y se las mantuvo hambrientas. Se las obligó a ir a los Montes Marianos (Sierra Morena) a pie y descalzas. Se arrojó el cuerpo de la mártir Justa a un profundo pozo. Sabino, enterado de lo sucedido, mandó recoger el cuerpo y enterrarlo en el cementerio de Híspalis. Rufina fue degollada y su cuerpo quemado en el anfiteatro. Los fieles de Adonis, posiblemente, pidieron a las dos mujeres unos tiestos para plantar los Jardines de Adonis. Prudencio, en su Himno IV del Peristefanon, menciona a los dieciocho mártires de Zaragoza, de los que da los nombres de catorce. El poeta cristiano no conoce detalles sobre ellos o su vida, pues no los da. Su “Passio” se data en el S. VII y carece de valor histórico. Prudencio consagra el Himno V del Peristefanon a Vicente, y da numerosos pormenores sobre su martirio. El vate cristiano, al igual que en el caso de Fructuoso y de sus diáconos, sigue de cerca las Actas del martirio, pero adornándolas con una gran licencia poética. Estas Actas carecen de valor histórico. Las Actas fueron también conocidas por Agustín, que dedicó a Vicente cuatro sermones conservados. Las Actas de Vicente se han conservado, en lo fundamental, en el Pasionario hispánico. El texto debió datarse a finales del S. IV y basarse en tradiciones orales. M. Sotomayor ha resumido los datos principales de las Actas. Vicente era diácono de Valerio, obispo de Zaragoza. El gobernador Daciano, citado siempre en los martirios hispanos, pero personaje totalmente desconocido, ordenó detener a todos los clérigos. Vicente y su obispo fueron conducidos a Valencia. Se atormentó a Vicente. Se le sometió al potro. Se desgarró su cuerpo. El mártir echó un sermón a los torturadores. Después fue flagelado, apaleado y quemado. Se le aplicaron láminas candentes sobre el pecho y le dieron otros tormentos. Se le encerró en una cárcel profunda, con el suelo sembrado de cascotes. Poco después murió. Su cuerpo fue arrojado a los perros y a los buitres. Emeterio y Celedonio Prudencio les dedica el Himno I del Peristefanon y una pequeña composición a un baptisterio, el Himno VIII, levantado en Calahorra. Prudencio confiesa abiertamente que carece de datos sobre su martirio. Se los tenía por hermanos y militares, y fueron martirizados en Calahorra. Es posible que pertenecieran a la Legio VII Gemina, como se afirmó de ellos, y estuvieron destacados en Calahorra. Su Passio, que carece de valor histórico, es muy tardía. Félix de Gerona Prudencio, en su himno IV, 29-30, sólo le menciona. Nada sabe de él. Su “Passio” es muy reciente, seguramente de finales del S. VI o principios del siguiente, y carece de valor histórico. Cucufate Prudencio, en el Himno IV del Peristefanon, celebra a Cucufate de Barcelon. Su Passio se fecha en el S. VII y no tiene valor. Acisclo, Zoilo y tres mártires más Prudencio, en el Himno IV del Peristefanon, los recuerda como mártires de Córdoba. Nada sabe Prudencio de su martirio. Los citan el martirologio jeronimiano, los calendarios mozárabes y los libros litúrgicos. De Zoilo no se conserva ninguna noticia, salvo la cita de Prudencio. No se conoce ninguna Passio antigua. Los otros tres mártires cordobeses se ha supuesto que son Fausto, Genaro y Marcial, citados en el martirologio jeronimiano. Su Passio es muy tardía, quizás del S. IX. Justo y Pastor Prudencio, en el Himno IV (41-44) del Peristefanon, menciona a Justo y Pastor, de Complutum (Alcalá de Henares), donde tenían dos sepulcros. Se los cita en el martirologio jeronimiano y en los calendarios mozárabes. Su Passio debió ser del S. VII, y carece de valor histórico. Eulalia de Mérida A ella se refiere Prudencio en el Himno IV del Peristefanon, en el Himno IX, y principalmente en el III, todo dedicado a ella, a la descripción de su sepulcro y de su basílica. A ella se consagran numerosas inscripciones en España. Prudencio describe su martirio detenidamente, pero su descripción carece de valor histórico, según M. Sotomayor. Nació en Augusta Emerita. Al estallar la persecución contaba doce años. Sus padres la ocultaron en el campo, pero ella se presentó al juez y a los magistrados, a los que increpó. Detenida, le arrancaron los pechos y desgarraron el cuerpo con garfios. Le aproximaron teas encendidas. Ardió su cabellera. Esta descripción o el documento que utilizó Prudencio, carecen de valor histórico. La Passio se data en el S. VII. El número de mártires es realmente bajo, como ya se indicó, aunque documentos posteriores dan los nombres de otros varios cuya existencia real es muy difícil de precisar. Las Passiones son posteriores y no dignas de crédito. Prudencio, de los pocos que contó, prácticamente no dispuso de datos auténticos. Su vida y martirio se borraron, no sus nombres. Amplias zonas de España carecen de mártires, lo que confirma que el cristianismo estaba poco extendido. BIBLIOGRAFÍA M. Díaz y Díaz, En torno a los orígenes del cristianismo hispano. Las raíces de España, Madrid, 1967, 223-443. J.M. Blázquez, Historia de España. II. España Romana, Madrid, 1982, 418-448. J.M. Blázquez, Religiones en la España Antigua, Madrid, 1991, 361-372. A. Fábrega, Pasionario hispánico (siglos VII-XI), Madrid, 1953. A. Piñero, Santiago el Mayor, hijo del trueno, La aventura de la Historia 141, 2010, 48-51. M. Sotomayor, Historia de la Iglesia. I. La Iglesia en la España romana y visigoda, Madrid, 1979, 120-165.