Raimunda de Peñafort Lorente Martínez. Jueza de violencia sobre

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ENTREVISTA: RAIMUNDA DE PEÑAFORT LORENTE MARTÍNEZ JUEZ DE VIOLENCIA
SOBRE LA MUJER
"La mujer no puede cruzarse de brazos y esperar
que la solución venga de fuera"
Autora: CHARO NOGUEIRA
DOMINGO - 18-09-2005. Periódico: El Pais. España.
Abogada antes que juez, esta magistrada suele ir a contracorriente. Miembro de
la Asociación Francisco de Vitoria (moderada), abandonó la Audiencia Nacional
para ocupar uno de los nuevos juzgados de violencia contra la mujer, de menor
rango. Ahora publica un libro de denuncia social y autoayuda para maltratadas.
Una juez contra el maltrato y más. Raimunda
de Peñafort Lorente Martínez (Granada, 1952)
desborda energía y convicción. Ha renunciado
a su puesto en la Audiencia Nacional para
desempeñar un cargo menos prestigioso y
peor pagado: está al frente de uno de los
nuevos juzgados creados para combatir las
agresiones machistas, el número 1 de
Violencia sobre la Mujer de Madrid. Allí es una
"juez de cabecera" para maltratadas. A costa
del sueño, esta magistrada, profesora,
criminóloga y madre en solitario de tres hijos
ha puesto el punto final a Una juez frente al
maltrato (Plaza y Janés lo publicará a
mediados de octubre). Es un libro con 12
historias reales que persigue un doble objetivo:
denunciar y ayudar. Está dedicado a Andrea,
una niña de siete años. "La mató su padre en
un régimen de visitas. La madre le había denunciado 48 veces y sólo logró tres
respuestas judiciales", detalla Lorente con un quiebro en la voz.
Pregunta. Usted comenzó a ejercer como abogada ¿Qué la llevó a querer ser
juez?
Respuesta. La falta de contestación jurídica a los argumentos de defensa que
yo planteaba. La gota que colmó el vaso fue un asunto del año 1978.
Condenaron a mi cliente por tráfico de drogas con un solo indicio: el sello en el
pasaporte de que había viajado a Tailandia vía Holanda. Aquello me pareció
totalmente injusto y me dije: "Yo quiero poner las sentencias".
P. Y se preparó las oposiciones.
R. Sí. Suspendí la primera vez, pero aprobé las de secretario judicial. Di
cerrojazo al despacho, donde ganaba el doble que ahora, y empecé el periplo
por los pueblos. Luego me casé y pensaba que de funcionaria podría
compatibilizar mejor el trabajo con la familia. Ingresé en la judicatura en 1987,
por el llamado tercer turno.
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P. En 2002 se convierte en magistrada de la Audiencia Nacional, un destino
codiciado. ¿Por qué lo abandona para irse a uno de los nuevos juzgados de
violencia sobre la mujer?
R. Como penalista, llegar a la Audiencia era cumplir un sueño inalcanzable,
porque allí se aplica un derecho penal que no cabe en otra parte. Son casos de
terrorismo, de delincuencia organizada... Pero tras la aprobación de la Ley
Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, a
finales del año pasado, pensé que había que cumplir otro sueño y otro reto
profesional.
P. Volvió a empezar de cero.
R. En cierto sentido, con una ley nueva, con una jurisdicción nueva como son
los juzgados de violencia, que empezaron a funcionar en junio pasado. Yo
siempre había estado muy comprometida con las mujeres maltratadas y, si no
hubiera pedido ese destino, no habría sido coherente conmigo misma. Lo hablé
con mis hijos, les dije que habría menos dinero en casa y me apoyaron.
P. ¿De dónde viene su sensibilidad hacia la violencia machista?
R. Empieza en mi etapa de abogada. Tenía clientas casadas con personajes
muy conocidos que las pegaban. A veces me pedían que se retirara la
denuncia, porque creían que su marido las iba a matar si se veía en el juzgado.
Ya juez, en mis primeros juicios, que eran de faltas por malos tratos, había
mujeres que me increpaban cuando condenaba a su marido. Me decían:
"Señoría, que la que tiene que volver a casa con él soy yo". Había hombres
que decían que habían pegado a su mujer porque la sopa estaba fría.
P. ¿También percibió entonces que la ley protegía poco a las maltratadas?
R. La mujer que denunciaba pretendía, como pretende hoy, protección y que
cesara el maltrato. Por lo general le era y le es indiferente que se condene o no
a su pareja, lo que querría es que él cambiara, seguir juntos y que no vuelva a
pegarla. Durante años me he sentido deudora de esas mujeres a cuya
situación no pude dar una respuesta cabal por falta de recursos jurídicos. En
las guardias era tremendo cuando llegaba la mujer apaleada a denunciar y
preguntaba dónde podía dormir esa noche. Enviarla a su casa era mandarla al
infierno, y yo hacía gestiones para buscarle un alojamiento. Así empecé a
conocer las casas de acogida.
P. Usted es la primera juez que, en 1999, pide la extradición de un padre por
llevarse a sus dos hijas al extranjero. ¿Cómo se atrevió?
R. Hasta entonces se consideraba que eso no era delito, pero yo creía que esa
conducta no podía quedar impune, porque suponía una coacción a la madre y
otra a los hijos. A ella se le impedía ejercer la maternidad, y a los hijos, su
derecho a criarse al amparo materno. Con aquello me vi más fuera de la
carrera que dentro, pero habría sido indigna de seguir vistiendo la toga si no
hubiera podido aplicar el derecho conforme lo entiendo. Ésa es la
independencia del juez.
P. ¿Supuso un punto de inflexión?
R. Cuando el Consejo de Ministros dio luz verde a la extradición, respiré. Hacer
el ridículo nunca me ha parado, porque el que no se equivoca es el que no se
mueve. Yo no podía dejarme llevar por la rutina y decirle a aquella mujer:
"Señora, aquí no hay delito. Váyase a su casa y olvídese de su hijo". A raíz de
aquello me llamaron las asociaciones de mujeres y entré en contacto con ellas.
A finales de 2003, aunque estaba en la Audiencia Nacional, fui a unas jornadas
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para jueces sobre violencia doméstica. Hicimos una visita a un centro de
acogida y allí ocurrió algo que determinó que yo escribiera el libro.
P. ¿Qué fue?
R. Una mujer envalentonada lanzó una serie de preguntas, de quejas, de
lamentos: "¿Qué dioses creéis ser?, ¿por qué mi vida está en vuestras
manos?". Era muy difícil contestar. No teníamos respuestas. Yo me propongo
dárselas ahora.
P. ¿Es un libro de autoayuda para maltratadas?
R. Tiene algo de eso. Por ejemplo, les digo que no esperen las soluciones de
los demás, porque las soluciones las llevan ellas dentro. La mujer tiene un
enorme poder para renacer de sus propias cenizas. No puede cruzarse de
brazos y esperar que la solución le venga de fuera. Es cierto que va a necesitar
ayuda de la familia, de las amigas, de las instituciones, de los jueces... Pero
ella tiene que dar el paso para acabar con la situación, para denunciar.
P. ¿Por qué es tan difícil salir de esa situación?
R. Porque el maltrato hunde a la mujer en un pozo. La cuerda que se lanza
para sacarla puede estar trenzada de muchos hilos, sociales, familiares, de
amistad, jurídicos... Pero si ella no hace el esfuerzo de agarrarse a la cuerda y
de mantenerse asida, no hay quien la saque del maltrato. Algunas víctimas
prefieren el abrigo de esa oscuridad a la luz cegadora que se ve fuera y desde
donde les dicen: "Sal, que fuera está la vida, y no ahí abajo".
P. ¿A qué se debe?
R. A que la mujer maltratada se acostumbra a caminar de rodillas. Se le
atrofian los pies, en las rótulas le salen callos y se habitúa a andar así. Lo hace
más cómoda que poniéndose de pie. Para levantarse, necesitará que alguien la
ayude y será muy difícil convencerla de que andar de pie es lo normal, porque
va a tropezar varias veces. Cuesta que una mujer maltratada capte eso, porque
se ha hecho a la forma de vida que tiene, a la humillación continua durante
años. Eso marca, destroza. La víctima tiene miedo. Llega a creer que es
culpable de lo que le ocurre. El maltratador la aísla, la menosprecia, la culpa de
todo. Además, la impunidad ha alimentado el maltrato durante siglos.
P. La nueva ley pretende acabar con todo eso, pero ha levantado polémica.
Para algunos, discrimina al crear juzgados para proteger sólo a las mujeres.
R. Yo sé que hay muchas voces en contra de los juzgados de violencia. La
razón es que estos juzgados pretenden conseguir la igualdad material y real
entre sexos. Y eso es algo que no interesa a mucha gente, incluidas mujeres
que pueden tener asumidos roles masculinos. Cuando el hombre y la mujer
sean iguales, superando el sexismo, habrá mucha menos violencia.
P. ¿Es usted feminista?
R. Siempre he sido muy independiente. No soy nada que termine en ista, pero
me veo en unas tesituras...
P. ¿Cómo justifica que la ley castigue más al hombre que a la mujer que
maltraten?
R. La ley castiga más a los hombres porque considera que su actitud violenta
respecto a las mujeres viene preñada de los condicionamientos sociales
seculares que han contribuido a los roles masculinos de dominio sobre la
mujer. Y eso, nos guste o no, es incuestionable. A través de los siglos, el
dominio lo ha tenido el varón. A través de los siglos, las leyes las han hecho los
hombres. La historia la han escrito ellos, y no las mujeres. También
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determinaban ellos las pautas educativas, económicas y sociales. El sujeto
activo siempre era el varón, y el pasivo, la mujer.
P. ¿No es lo mismo que pegue un hombre o una mujer?
R. Alzar la mano a la mujer en la alcoba está cargado de esos estereotipos de
"soy el varón, por eso mando y tengo que controlarte". No es lo mismo que
cuando la mujer, que es la sometida, se atreve a levantar la mano al varón. En
la violencia de la mujer hacia él no hay carga sociológica. No veo
discriminación al establecer penas más graves para los hombres porque el
punto de partida es desigual.
P. Pero también existen varones maltratados.
R. Claro que los hay. Son la excepción, y los protege el Código Penal. Ellos
sufren más el maltrato psicológico que el físico. Suelen poner punto final a esa
situación cuando encuentran a otra compañera. Esta realidad se conoce muy
poco en los juzgados, porque es muy difícil que los hombres presenten una
denuncia. No quieren que se sepa lo que les pasa. Sus casos están en las
consultas de los psiquiatras y de los psicólogos.
P. Desde que arrancaron los juzgados de violencia, a finales de junio, usted ha
atendido más de 300 asuntos al mes. ¿Ha recibido denuncias falsas?
R. Sólo he deducido dos testimonios por posible denuncia falsa entre más de
600 casos.
P. ¿Cómo reaccionan las víctimas que llegan a su juzgado?
R. Se sorprenden de la respuesta judicial inmediata, de que nada más
denunciar al marido llega la policía, se lo lleva esposado y en 24 o 48 horas
hay juicio. Muchas se asustan o se aturden al ver a su marido esposado. Para
quitar hierro, suelen restar importancia a la denuncia, decir que fue una
exageración. Yo les pregunto si mintieron a la policía o si me están mintiendo.
"Es que no me esperaba que, porque me haya pegado, que es lo que viene
haciendo desde hace años, le vería en los calabozos", me contestan. "Quiero
que no me vuelva a pegar, pero no quiero causarle ningún perjuicio", añaden.
Las mujeres querrían que tuviéramos una varita mágica para cambiar a sus
maridos, o que les diéramos un escarmiento para que dejen de maltratarlas.
Pero aquí no estamos para dar sustos.
P. ¿Condena más que absuelve?
R. En la mayoría de los casos, los hombres reconocen los hechos y se
conforman con la pena que se solicita. Por eso se celebra un juicio rápido, se
les condena y se dicta además el alejamiento. Les explico que deben cumplirlo
los dos, que no pueden dormir juntos esa noche. Hay mujeres que dicen que
quieren darle otra oportunidad.
P. El carácter forzoso del alejamiento ha motivado varias cuestiones de
inconstitucionalidad de jueces. ¿A usted qué le parece?
R. Creo que la ley se excede. Dictar el alejamiento debería ser una medida
facultativa para el juez. Puede resultar excesivo imponerlo si los afectados no
lo quieren. No se puede ser más papista que el papa y negar efecto al posible
arrepentimiento. Además, no es lo mismo un primer maltrato que uno reiterado.
P. Quien bien te quiere te hará llorar. ¿Miente el refrán?
R. No hay nada más reñido con el amor que el maltrato. Son conceptos
antagónicos, aunque se disfracen. Cuando empieza a reinar el desasosiego, a
surgir el temor al ruido en la cerradura de la puerta, el miedo a equivocarte, el
tener la culpa de todo... Todo eso no es amor, sino alertas rojas de que existe
maltrato.
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P. Describe bien la situación. ¿La ha padecido?
R. No. Cuando he visto que se me encendían esas alertas he puesto los pies
en polvorosa...
P. En juzgados como el suyo suele haber sobrecarga de trabajo. ¿Llegan a
estar colapsados?
R. Los juzgados funcionarían mucho mejor si no tuviéramos tanto trabajo, pero
el colapso se remedia a base de echar horas. Nuestros asuntos son dinamita
pura, no valen archivos o resoluciones precipitadas, y cualquier expediente
puede estallar en cualquier momento con una desgracia. Al tiempo, hablamos
de los derechos fundamentales de los agresores.
P. ¿Cree que la ley integral contra la violencia será un espejo para otros
países?
R. Estoy convencida. Ha despertado mucho interés fuera. El maltrato a la mujer
es un fenómeno universal, y el legislativo español ha tenido la gallardía de
afrontarlo con una norma pionera que en absoluto pretende culpar
sistemáticamente a los hombres.
P. Pero quizá se sienten culpabilizados como colectivo.
R. Los juzgados se llaman de violencia sobre la mujer, pero también tutelan los
derechos de los hombres denunciados por algo que no son. Además, entre los
varones ya no mola ser maltratador, eso pasó a la historia.
P. También hay mujeres que se oponen a la discriminación positiva que
establece la ley.
R. Se quiera ver o no, existe desigualdad por el hecho de ser mujer, y esta ley
da respuesta a eso. Lo que pasa es que la que asume el rol masculino es
mucho más radical que el hombre. Las hay que dicen, por ejemplo: "He llegado
a ser ingeniera y cualquier mujer puede llegar también". Pero tampoco ellas
están libres de la violencia de género. Si se enamoran y bajan la guardia,
pueden caer en las redes del maltrato, que son muy sutiles. Conozco casos. El
problema se da en todos los ambientes sociales.
P. Hay cuestiones de la ley que aún no han arrancado, como la creación de un
fondo que garantice las pensiones impagadas a los hijos. ¿Le parece una
medida urgente?
R. Urgentísima. Los niños comen a diario y hay papás que se olvidan de eso.
El impago de pensiones es un delito por el que pocas veces se condena, al no
acreditarse la existencia de recursos económicos de los padres. No sé qué
pasa en muchas separaciones, que casualmente acarrean la ruina de los
profesionales sin nómina embargable.
P. ¿Vivir dramas a diario cansa?
R. Siento el dolor de las mujeres que me cuentan su sufrimiento.
P. ¿Cree que difundir noticias de violencia machista provoca emulación?
R. No. La violencia estaba y se ha conocido gracias a los medios de
comunicación. No se puede matar al mensajero porque el mensaje sea
tremendo. No hay más violencia porque se cuente más, aunque haya quien al
ver un caso en la televisión le diga a su mujer "la siguiente eres tú".
P. ¿Cómo juega la creciente autonomía de las mujeres?
R. Ahora la mujer se resigna menos y rompe el mensaje católico que se le
venía dando de que con la resignación se ganaba la gloria. El ansia de libertad
femenina puede aumentar el maltrato, pero no lo justifica. Además, la idea del
príncipe azul tiene que desaparecer. La mujer no puede esperar a que otro le
dé el pan. Tiene que ganarlo ella y ser la única dueña de su vida.
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P. ¿Está a favor de los tratamientos para rehabilitar a los maltratadores?
R. Sí, pero sólo es posible si ellos tienen voluntad de cambio. En todos los
casos que llevo en dos meses y pico, sólo un maltratador me ha pedido ayuda
para cambiar. Era un torturador que despertaba a su mujer con agua fría
porque encontraba placer en no dejarla dormir. Y había niños creciendo en ese
ambiente.
P. La judicatura se feminiza. ¿Qué consecuencias tiene?
R. La justicia no tiene sexo. No afecta ser hombre o mujer al hecho de juzgar.
Las mujeres han aportado constancia, valentía en sus decisiones. Otra cosa es
la carrera. La realidad es clara: tres mujeres en el Tribunal Supremo. Llegamos
con cuentagotas a los puestos altos, que son de libre designación, porque
secularmente estos campos son de los hombres.
P. ¿Le gustaría jubilarse en el Supremo?
R. Qué duda cabe. A cualquier jurista le gustaría, pero la vida es tan amplia
que no sé de qué querría jubilarme.
Casar con un niño en brazos
LLEVA POR NOMBRE el del patrón de los abogados porque su padre soñaba
con tener una hija que lo fuera desde que, en la mili, vio una película de una
abogada que le impactó. Raimunda de Peñafort Lorente Martínez quería ser
escritora, pero se matriculó en Derecho. Y también en Filosofía y Letras. Su
padre acudió a presenciar su primer juicio, en 1975, un hurto de uso de una
moto. "A la salida, me dijo que era el momento de regresar a Granada y de
hacerme una mujer, que aprendiera a cocinar... Fue un momento duro, pero
con la ayuda de mi madre le convencimos de que era una pena con lo bien que
me había salido el juicio". Aquel primer cliente le proporcionó el segundo: un
compañero de celda. Lorente empezó a hacer su clientela en la cárcel de
Carabanchel, pero tenía que pedir el permiso paterno para viajar a los juicios.
También se convirtió en profesora de criminología cuando acabó esos estudios.
"Me ponía tacones y me pintaba para aparentar más edad, porque los alumnos
eran mayores que yo".
Después, la ajetreada abogada -"el traje de novia me lo compró una amiga
porque yo no tenía tiempo"- se vio juez y madre de tres niños pequeños. "Para
mí, como para todas las mujeres, es dificilísimo conciliar trabajo y familia. He
casado con uno de mis niños en brazos. Otra vez, en una guardia, tuve que ir a
levantar un cadáver. No podía dejar a los críos solos y no conocía a nadie en
esa ciudad, así que me los llevé. Mientras yo subía monte arriba, la Guardia
Civil me los entretuvo con las sirenas de su coche".
Como magistrada de la Audiencia Nacional, a Lorente le ha tocado decidir
sobre importantes financieros y en casos de terrorismo. "En esa situación, la
mano no tiembla más ni menos que en cualquier otro caso. La función de
juzgar es la misma en un sitio u otro, y la pérdida de la libertad duele por igual a
todos los ciudadanos". Ahora afronta con ilusión su juzgado de violencia
madrileño y prepara otro libro, esta vez sobre los hombres maltratados. Pero
también sueña con volver a la novela. Ya se estrenó con una, A la luz de un
sueño, y quedó finalista del Premio Vargas Llosa en 2003.
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