Bases comunes para la cooperación social en la diversidad de ideologías culturales. Mónica Gómez Salazar 1. El pluralismo epistemológico como la base de una diversidad cultural compartida. El modo como entendemos el desarrollo de la mundialización actual puede ser considerado a partir de un doble sesgo. El primero descansa en su tendencia hegemónica de conducir los aspectos económicos, políticos, culturales y morales de las sociedades hacia un mismo fin ideológico. El segundo, derivado del anterior, implica el no reconocimiento de las diferencias económicas, políticas, morales y culturales de cada una de esas sociedades. Nos encontramos con que el problema no reside en la ilegitimidad de los valores occidentales per se, sino que, desde su ordenamiento pretende imponerse a las identidades autóctonas con el fin de desplazarlas hacia la ideología de su sistema. Las sociedades pertenecientes al sistema Occidental se rigen bajo modelos de participación política democráticos. Este eje principal tendría que girar entorno a unos principios mínimos para la equidad social, tales como: - El derecho a la equidad material y distribución de ingresos. - Igualdad de oportunidades en el acceso a la formación educativa y profesional. - Igualdad de derechos en el cumplimiento de las necesidades básicas en el respeto al desarrollo de una vida digna de cualquier ser humano. - Igualdad de derechos para que, en el cumplimiento de las políticas sociales sea respetada la identidad cultural de cada grupo. - Igualdad de derecho a la participación y redefinición en el ordenamiento político que regula a los miembros de una sociedad. Los puntos mencionados tendrían que ser concebidos como fundamentales en lo que debería ser un sistema democrático y de participación social razonable. Así, lo que entendemos por democracia 1 presupone no sólo el reconocimiento de un derecho a la igualdad social, sino también un respeto racional y sensato por la diferencia cultural que conforma esa sociedad. Por ahora nos concentraremos en la argumentación de por qué una sociedad que se diga democrática no sólo debe de considerarse bajo unos principios de igualdad, sino también bajo los mismos derechos comunes de la diversidad. El razonamiento en el que nos apoyamos obedece al respeto del derecho de igualdad de una sociedad y los grupos culturales que la forman, así como el derecho a que su identidad y diferencia sean también respetadas. En otras palabras, la diferencia que en apariencia separa a las diferentes culturas es, en sí misma, un lazo común y compartido entre todas ellas. La raíz del argumento anterior proviene de un pluralismo epistemológico, a partir de éste intentaremos demostrar que, pese a la existencia de rasgos inconmensurables entre culturas, todavía es posible el diálogo. De tal suerte que, el concepto de diversidad propuesto no se encresta en relativismos radicales, sino que, desde nuestra perspectiva, la condición de una diferencia compartida proviene de una misma base. Este fundamento es el que posibilita la entrada a los diversos modos de interpretar y representar una misma realidad. 2. Realismo Metafísico, Relativismo y Diversidad cultural. De acuerdo con lo anterior, para estar en condiciones de razonar sobre la diversidad sin riesgo de caer en relativismos radicales, tendríamos que comenzar por aclarar al menos algunas posturas principales en relación con el conocimiento del mundo y sus respectivas concepciones de verdad. 2.1. El Realismo Metafísico. Esta postura asume al mundo como una realidad fija e independiente de la mente, la verdad se admite como la correspondencia entre las representaciones mentales y la realidad externa. Así, la concepción externalista puede reducirse a los siguientes principios: “ 1. El mundo existe independientemente de nuestros conceptos y representaciones. 2 2. Ese mundo objetivo e independiente tiene una estructura determinada; es decir está compuesto de cosas, propiedades, hechos objetivos que existen independientemente de que nosotros los conozcamos o no. 3. Una representación verdadera o correcta del mundo es aquella que se refiere a objetos realmente existentes en el mundo y describe las propiedades que esos objetos realmente tienen. 4. Existe (...) una imagen o representación completa del mundo objetivo tal como es en sí mismo (...).” 1 Según las tesis mencionadas, el realismo metafísico admite como válida una única concepción de verdad, aquella que establece una correspondencia biunívoca entre la realidad independiente y nuestras representaciones mentales. La tesis parte del supuesto de que estas últimas describen la realidad en su totalidad. Esta postura envuelve no sólo los objetos con los que tiene un lazo, sino también todos aquellos que le son distantes. La ‘solución’ del realista metafísico es decir que la palabra cubre automáticamente no sólo los objetos que ha enlazado, sino también los objetos que son del mismo tipo, del mismo tipo en sí mismos.2 El realista metafísico prevé a la realidad -y no a los sujetos pensantes- como la gran clasificadora de las cosas y única portadora de verdad. Es ella la que se auto-identifica mientras que los sujetos se limitan a relacionarla mediante correspondencias conceptuales pasivas. Desde esta perspectiva, el lenguaje y el resto de contenidos ideológicos corresponderían a los marcos de una sola cultura, y bajo el presupuesto de que el lenguaje sería una especie de instrumento reflector de la realidad en sí misma, las razones para la existencia de una diversidad acabarían por ser ficticias. La radicalidad del realismo metafísico descansa en su tercera y cuarta tesis. En la primera declara que los sujetos estamos en la capacidad de garantizar que somos conectores de representaciones verdaderas y correctas, pero no sólo eso, sino que asimismo estamos facultados para establecer dichas correspondencias porque también somos capaces de conocer las propiedades reales de los objetos. Si somos capaces de conocer -mediante representaciones- los objetos realmente 1 Putnam, Hilary, Las mil caras del realismo; Tr. Margarita Vázquez Campos y Antonio Manuel Liz Gutiérrez, Barcelona, Paidós- I.C.E-U.A.B., 1994. P. 22. 2 Vid. Putnam, Hilary, Las mil caras del realismo, p. 63. 3 existentes, entonces esto vendría a significar podemos identificar los objetos reales sólo porque podemos conocer la totalidad de esa realidad, y si podemos conocerla en su totalidad es porque o bien, la conocemos antes de nombrarla, o bien la conocemos al tiempo que la nombramos a través de representaciones. Sin embargo, la certeza de la que se vale el realismo metafísico para asegurar que las representaciones son verdaderas y correctas, nos lleva a suponer que si sabemos que son las representaciones verdaderas y correctas es porque ya necesariamente tendríamos un conocimiento impuesto por la realidad, incluso antes de representarla. Y dado que parece suponerse que la podemos conocer por encima de ella misma y de sus representaciones, según esta teoría, sólo resta fijar las relaciones que, diríamos, esencialmente, la realidad y las representaciones por sí mismas preestablecen. Así pues, el realismo metafísico no descansa sólo en la idea de que podamos conocer desde nuestros conceptos la realidad tal y como es, también que a través de ellos –o quizá antes- somos capaces de conocerla en su totalidad. Este tipo de argumentos conduce a la idea de una cultura hegemónica convencida de que, conjeturándose a sí misma por encima del resto, su posición se legitima universalmente como única y verdadera, por tanto, monocultural. Nos encontramos ante una cultura que al imponerse como única, se instaura como represora de cualquier indicio de diversidad, anulando con ello toda posibilidad de diálogo. Y esto es así porque la noción de validez deducida de esta tesis no proviene de la deliberación de los sujetos, sino de la imposición de una idea de verdad dictada en las representaciones para los sujetos, unas representaciones que dictaminan también la identidad de los mismos. 2.2 Idealismo Metafísico y relativismo radical. De entre las opciones de las que disponemos frente al realismo metafísico tenemos el relativismo radical y el llamado idealismo metafísico. Comenzaremos por la posición de éste último. 4 Mientras que el realismo metafísico da por válida la existencia de una realidad independiente de nuestros conceptos y representaciones, para el idealista metafísico sólo existe la realidad como resultado de lo que él mismo, como sujeto, ha creado. El idealista metafísico: 1. No da por válida la existencia de una realidad independiente de sus representaciones. 2. Cree que las representaciones del mundo no pueden ser en sí mismas cognoscibles. 3. Por tanto, la única manera de conocerlas es a partir de una subjetividad, donde esa subjetividad es también creadora del mundo, el único que puede conocerse. En consecuencia, mientras que el concepto de realidad independiente queda anulado, lo único que podemos conocer es una representación del mundo que nosotros mismos creamos. A su vez, dentro de la postura del idealista metafísico pueden existir dos variantes: o bien la creación del mundo se la debemos a una lógica universal, esto es, un modo o lenguaje universal de representación, o bien, la existencia del mundo descansa en los diferentes lenguajes creados en la subjetividad de cada cultura; donde las representaciones del mundo son creadas no a partir de un lenguaje lógico universal sino desde los lenguajes subjetivos de cada cultura, lo que significa la creación de diferentes representaciones ideales en los mundos de cada cultura. Evidentemente, mantenerse en esta posición que no admite un realismo independiente de nuestros conceptos resulta incoherente. De acuerdo con ella habría que suponer que los sujetos no sólo ‘creamos’ conceptos sino que, conjuntamente, damos existencia a los referentes que nombramos. O para decirlo con mayor claridad, pensar que somos los creadores absolutos de las culturas, de los conceptos, del mundo, es tanto como decir que no sólo hemos sabido cómo nombrar, por ejemplo, los árboles, sino que además hemos sido nosotros los únicos responsables de su existencia. Por otra parte, frente al realismo metafísico tenemos al relativismo radical. Según sus principios existe una diversidad de creencias porque cada cultura vive en un mundo distinto respecto de las otras, sin embargo, a diferencia de una postura pluralista, el relativista no considera una realidad preconceptual común a todos. De tal suerte que, asume la existencia de una diversidad de verdades como resultado de las diferentes vías de justificación racional. Así, para el relativista radical ni la 5 experiencia ni la razón pueden garantizar unívocamente un concepto ni de realidad ni de verdad. Sus argumentos se basan en que, dado que los estímulos sensoriales son experimentados de diferentes maneras por cada sujeto, y la manera de racionalizarlos -según unos estándares propios- es también relativa, cada modo diferente de racionalizar y de justificar unos criterios de racionalización son en sí mismos reales y racionales. De acuerdo con esto, según el relativismo radical sólo es posible conocer y entender un conjunto de creencias o prácticas culturales desde nuestro propio marco conceptual, desde dentro. Esto significa que las diferencias culturales sólo las podremos entender desde nuestra propia teoría de la verdad y justificación de lo que aceptamos como racional y válido. En otras palabras, un relativista radical no es capaz de conocer más allá de lo que él mismo legitima. Así, bajo una perspectiva del relativista radical, los sujetos culturales estamos atrapados en el interior de nuestro mundo sin posibilidad de acceder a pautas externas que permitan apelar a estándares menos etnocentristas de justificaciones más objetivas e interculturales. En suma, los principios del relativismo radical se fundamentan en que: 1. Las creencias de los sujetos dependen del modo como ellos mismos organicen su experiencia de acuerdo con una justificación racional, a su vez adoptada dentro del contexto cultural al que pertenecen. 2. Los diferentes marcos culturales en sí mismos constituyen distintas visiones del mundo igualmente justificadas como una diversidad de realidades. 3. Desde esas visiones del mundo no es posible acceder a un punto de referencia externo o imparcial, de tal suerte que todas las visiones son relativas, por ende, ninguna de ellas posee razones contundentes en la afirmación de su superioridad respecto a otra. 4. La principal distinción entre un relativismo radical y una propuesta pluralista es que, el primero, en defensa de la diferencia, no admite la posibilidad de que haya algún punto común entre las diferentes visiones del mundo. Todas ellas están condenadas a vivir en una especie de aislamiento etnocentrista respecto del resto.3 3 Vid. Valdés, Margarita M., (comp.), Relativismo Lingüístico y Epistemológico; México, Asociación Filosófica de México, A.C.- UNAM,1992. 6 Este perfil desmedido en su falta de argumentos concluyentes dentro de la diversidad de contextos culturales nos conduciría a extremos de arbitrariedad y aislamiento dentro de esa variedad de culturas. Si por un momento suponemos que, a partir de un relativismo radical todas y cada una de las diferentes culturas podrían ser validadas sólo a partir de ellas mismas, el resultado de este criterio de validez, lejos de considerar el derecho al respeto de su diferencia e igualdad social, vendría a significar el desorden de una inconmensurabilidad acentuada, desbordada por la incapacidad para el alcance de acuerdos. La falta de una base común reconocida como compartida aislaría a las culturas en el más profundo desorden y desafuero social. Partir del principio del que todo puede ser permitido supondría no sólo la incapacidad de diálogo entre unos y otros, sino también el estado de desacuerdo y guerra continuo. El conflicto no reside en que todos tengan el mismo derecho a su diferencia y modo de vida, sino en la concepción incorrecta de suponer que, frente a la diferencia, el único camino que quede sea sólo el de la relatividad radical, mientras que, todavía es posible el acuerdo de normas que regulen ese derecho a la diferencia. Al ser así, este último no puede sentarse sobre bases arbitrarias ni pretender mantenerse al margen de un ordenamiento social consentidor de la participación de otras culturas. 2.3. Pluralismo epistemológico y diversidad cultural. De acuerdo con lo anterior, nos perfilamos por la defensa de la diversidad cultural derivada del pluralismo epistemológico. Su principal diferencia respecto a las dos tendencias expuestas es que reconoce una diferencia y variedad de mundos, pero conserva la base común de una realidad independiente. En consecuencia, podemos decir que de las cuatro tesis del realismo metafísico no todas son desechables desde una perspectiva del pluralismo epistemológico. En el caso de la primera, el pluralismo epistemológico coincide con la noción de la existencia de una realidad independiente de nosotros y por ende, independiente de nuestros conceptos. De acuerdo con el segundo principio esa realidad existe independientemente de cualquier conocimiento humano sobre ella. Sin embargo, la tesis pluralista no acepta los principios tres y cuatro pues, aunque es posible admitir la existencia de una realidad fuera de nosotros, no es viable considerar que ésta pueda ser conocida tal y como es en sí misma. 7 Entonces, según las bases de las que parte el pluralismo epistemológico tenemos las siguientes cuestiones: ¿Hasta qué punto es válido suponer que es posible conocer la realidad independiente? ¿Es válido hablar de una realidad independiente y de un sujeto humano capaz de conocerla? Para intentar dar respuesta a estas cuestiones habría que recuperar el concepto kantiano de fenómeno según el cual, el mundo conocido por nosotros no es un mundo que nos sea independiente; es un mundo hecho desde nuestras facultades intelectuales y sensoriales gracias a las cuales somos capaces de construir hechos conceptuales.4 La primera distinción conceptual que habría de establecerse consiste, por un lado, en la noción de una realidad independiente de nuestros conceptos y, por el otro, un mundo real construido desde nuestros marcos conceptuales en colaboración con la realidad independiente. A partir de aquí la diferencia entre imágenes y conceptos vendría a ser bastante más clara, donde los segundos no sólo no son representaciones mentales, sino que tampoco son significantes que refieran intrínsecamente a las cosas; por el contrario, los conceptos se reconocen como signos dentro de un uso. Con la finalidad de dilucidar el argumento nos valdremos del siguiente ejemplo: Supongamos la existencia de una Tierra Gemela idéntica a la Tierra original donde la psicología y pensamiento verbalizado de la gente es también idéntico. Putnam propone -en una excepción a este paralelismopensar que el ‘agua’ de la Tierra Gemela fuese un líquido diferente al de la Tierra original, en consecuencia, con una fórmula distinta. Desde este contexto, el concepto de ‘agua’ tendría un significado relacionado con líquidos distintos según si su uso es en la Tierra Gemela o en la Tierra original.5 Nos valemos de este ejemplo para mostrar algunos principios del pluralismo epistemológico: 1) Los significados no están en la cabeza. El significado de agua no es intrínseco ni al referente ni a la mente de los seres humanos, sea de la Tierra original o de la Tierra 4 5 Vid. Kant, Immanuel, Crítica de la Razón Pura; Tr. Roberto R. Aramayo, Madrid, Alianza,2000. Vid. Putnam, Hilary, Razón, verdad e historia; Tr. José Miguel Esteban Cloquell, Madrid, Tecnos, 1988. P. 31. 8 gemela. Se muestra, por tanto, que el pluralismo epistemológico no cae ni el extremo del realismo metafísico ni el del relativismo radical. 2) Los significados se construyen desde los sujetos y en cooperación con los referentes, mismos que son parte de la realidad independiente que se manifiesta. Ante el referente del agua de la Tierra original (que bien pudo haber sido conceptualizada desde otro nombre) el sujeto encara un líquido no corrosivo que moja, y esa realidad que se le impone es la parte cooperativa que le permite la construcción de contenidos sin caer en una mera invención arbitraria de significados y de cosas. Los sujetos pueden construir el significado de agua porque cuentan con la existencia del líquido como tal, mismo que a su vez puede ser conceptualizado. Así, como el líquido que nosotros entendemos por agua existe en sí mismo dentro de una realidad independiente, un líquido llamado ‘agua’ en una Tierra gemela tendría otra conceptualización de lo que nosotros entendemos por agua. Por otra parte, podría tratarse del mismo líquido, pero entendido de diversas maneras según los respectivos marcos conceptuales, por ejemplo: para los hablantes de lengua Española el líquido es entendido como‘agua’, para los de habla Inglesa es entendido como ‘water’ y para los católicos significa un medio de pureza lavatorio de nuestros pecados. De lo anterior se sigue que los conceptos no se limitan a ser imágenes dentro de la mente de los sujetos. “Un hombre podría tener todas las imágenes que usted quiera, y, sin embargo, no saber qué ha de hacer cuando se le dice ‘señale el árbol’, aun cuando haya presente un grupo de árboles.” 6 Los marcos conceptuales son construidos por los sujetos en combinación con la realidad, no son ni totalmente independientes de la mente ni creados sólo desde ella. Esto significa que no existen representaciones mentales que refieran cosas externas, ni una “realidad mental” independiente de la realidad en sí misma. Así pues, la construcción de conceptos deriva de la cooperación entre la mente y la realidad. No podemos conocer que la nieve es blanca si no contamos con una capacidad racional, pero esa capacidad no es suficiente, “(...) nunca basta para saber que la nieve es blanca; el mundo 6 Putnam, Hilary, Razón, verdad e historia; Tr. José Miguel Esteban Cloquell, Madrid, Tecnos, 1988. P. 31. 9 tiene que cooperar también”.7 Se deduce pues, que nosotros no creamos un mundo de conceptos al margen de la realidad independiente, los conceptos no están ni se construyen únicamente a partir de la mente, sino en conjunto y complicidad con la realidad. La capacidad racional construye conceptos en colaboración con la realidad que nos es, en sí misma, incognoscible. Así, la aceptabilidad racional de cada cultura en el reconocimiento de sus marcos conceptuales a los que pertenecen sus convicciones morales, religiosas, formas de vida, economía y política, supone la construcción de contenidos válidos para esa colectividad cultural, unos contenidos que bien pueden diferir o converger respecto de otras comunidades. Pero cualquiera que sea el caso de afinidad o divergencia, todas ellas coinciden en una condición de diferencia mutua, así como en la base de una sola realidad independiente. De tal suerte que todas ellas comparten una misma realidad que les permite construir ideologías relativamente verdaderas. Lo que en otras palabras vendría significar que, las diferentes ideologías también coinciden en su incapacidad para acceder a la totalidad de una realidad independiente, esto es, convergen en su parcialidad de conocimiento de la realidad, así como en su carácter incompleto en el acceso a unas condiciones de verdad. Según lo expuesto podemos llegar a las siguientes disertaciones: 1) La realidad independiente es la base común de la que parte cualquier sujeto en la construcción de sus marcos conceptuales. 2) Los marcos conceptuales son construidos y constitutivos de las ideologías culturales. 3) Los marcos conceptuales no sólo comparten entre sí la base de una realidad independiente, sino también su condición contingente. 4) Los comunes compartidos por las diversas ideologías culturales son la realidad independiente y su diversidad conceptual dentro de una movilidad social e histórica. 5) En vista de unas mismas condiciones ontológicamente compartidas, todas las culturas tienen derecho a ser tratadas como iguales desde su principio de diversidad. 7 Ibid., p. 53. 10 6) Las condiciones anteriores permiten un respeto a la diferencia sin el riesgo de caer en una contingencia absoluta propia de relativismos radicales. Si las afirmaciones anteriores son reconocidas por una diversidad de ideologías, la validación de una aceptabilidad racional que suponga el derecho de todos los grupos culturales a la diferencia podría ser posible. Este entrecruzamiento común no sólo presupone la aceptación de una realidad independiente compartida, ni sólo la reivindicación de la pluralidad en la construcción de conceptos; sobre todo, implica reconocer que para un respeto a la diferencia y la posibilidad de una convivencia pacífica entre las distintas culturas es preciso el reconocimiento de la necesidad y existencia de unos mínimos comunes universales entre la diversidad cultural. Los primeros mínimos comunes universales que defendemos desde un pluralismo epistemológico los tenemos en: a) Una misma realidad independiente ‘arañada’ en cada construcción conceptual. b) Una misma condición de diferencia. c) Una misma condición parcial de verdad. d) La misma tendencia de acudir a algún sistema de lenguaje -no necesariamente verbal- desde el cual se construyen los marcos conceptuales. De este modo, y partiendo de una aceptación del pluralismo epistemológico se argumenta que en la construcción de esos marcos conceptuales –así como las instituciones sociales producto de aquellos- deben ser creadas unas políticas que funcionen análogamente como mínimos comunes compartidos para la coexistencia pacífica en la diferencia cultural. Pero antes de detenernos en el terreno de la política como institución de una sociedad habría que considerar la primera institución social desde la que se construyen las diversas ideologías, ésta es, el lenguaje. 3. La construcción del mundo del lenguaje. Es importante aclara que al hablar de lenguaje lo hacemos en un sentido amplio. Dentro de él no sólo se incluyen las diversas lenguas e idiomas que los sujetos construyen, con las que se 11 identifican y expresan. Por lenguaje entendemos también todo aquel sistema de signos desde el cual es posible establecer lazos comunes de reconocimiento en pro de una comunicación. La institución del lenguaje viene a ser una de las principales construcciones conceptuales a partir de la cual los sujetos crean su mundo o marco ideológico. En este sentido, el lenguaje es tanto una construcción, como una institución a la que las nuevas generaciones van perteneciendo. Esta pertenencia sólo tiene lugar dentro de un ejercicio de reconocimiento y construcción, es decir, entre lo institucionalmente establecido y lo reconstituido por los sujetos a partir de su identidad e ideología compartida. Una comunidad cultural no está formada por individuos aislados y mediados a través de un lenguaje. Éste no se limita a ser un instrumento usado por los hablantes en sus prácticas sociales es, sobre todo, la intersección común donde se forman, viven y reconocen esos sujetos como miembros de una colectividad. El lenguaje tampoco es una entidad trascendente a los sujetos, son éstos los constructores de aquél. Dentro del engranaje del aprendizaje y reconocimiento conceptual los sujetos construyen su lenguaje de conceptos, mismo que, a su vez, redefine el marco de su identidad. Así, reconociendo en el lenguaje la primera institución social tenemos que, las personas van formándose como seres dentro de una comunidad porque reconocen la existencia de las instituciones creadas por generaciones precedentes. Asimismo, dentro de ese reconocimiento los sujetos sociales no sólo admiten tales construcciones como reales y válidas, sino que de hecho las reconocen como partes constitutivas de ellos mismos al tiempo que se reconocen como constitutivos de esas instituciones. Esto es, ellos se identifican como parte de ellas y las instituciones se definen en función de los primeros. Una buena parte de la identidad en la persona es formada por las instituciones sociales, pero éstas, al ser creadas en un marco de lenguaje, permiten a la persona reconocerse en ellas gracias y a partir de ese marco. Dicho marco lingüístico y conceptual conforma el punto común de reconocimiento entre los sujetos sociales. En palabras de John Searle: “(…) en la realidad institucional, 12 el lenguaje no es usado meramente para describir los hechos pero, en un modo extraño, es en parte constitutivo de los hechos.”8 El considerar al lenguaje como un marco común en la formación de los sujetos sociales y posteriores grupos culturales, no implica asumir a los individuos como entidades aisladas. De ser así, habría que considerarlos como unidades atomizadas incapaces de comunicarse. La plausibilidad de la comunicación proviene de la cooperación, sin esta última sólo habría un intento de intercambio de información, donde la puesta en común entre dos sujetos de un mismo marco de lenguaje o grupo cultural se volvería insostenible. En este sentido, la cooperación no es sólo suponer lo que el otro puede estar pensando o está significando como sujeto individual. En tal caso, quien leyera tales inferencias al margen de una comunicación quedaría limitado a descodificar una supuesta estructura de conclusiones aisladas, ajenas y descontextualizadas. El cooperar supone también advertir (en la interpretación intersubjetiva) la pertenencia a un ‘nosotros’ dentro de un marco conceptual con el que nos identificamos, sea desde una postura afín o contraria, porque “aún el conflicto humano, en la mayor parte de sus formas, requiere de cooperación.”9 Ese marco de identificación puede variar de acuerdo con cada cultura, pero la identidad de cada sujeto debe apreciarse dentro de una construcción social, que, a su vez, erige puntos comunes dentro de lo que podríamos llamar un marco de identidad colectiva. La identidad compartida por los sujetos de una colectividad se hace en el uso de las prácticas sociales, donde el significado de ‘prácticas sociales’ es entendido como una serie de asignaciones de funciones aceptadas y reconocidas por todos aquellos que forman parte de ese grupo. Las funciones se legitiman en el uso y reconocimiento social, de tal suerte que, pasan a ser parte de un marco conceptual de algún grupo o conjunto de grupos. Searle explica el caso de una pared que haya sido reconocida en su función como frontera. Aunque esa pared fuera reducida a una hilera de piedras, mientras siguiera siendo reconocida colectivamente como “(...) in institutional reality, language is not used merely to described the facts but, in an odd way, is partly constitutive of the facts.” Searle, John, Mind, Language and Society. Philosophy in the Real World; Londres, Weidenfeld & Nicolson,1999, p.115. 9 “Even human conflict, in most of its forms, requires cooperation.” Ibid., p.120. 8 13 línea de frontera, poco importaría que fuera una pared alta por la que nadie pudiera cruzar. El acuerdo de no pasar por esa división sería respetado en función de su reconocimiento colectivo.10 Insistimos en que la creación de instituciones sociales no implica la producción de un mundo resultado de la invención humana. Las instituciones sociales son creadas en cooperación con una realidad bruta, descontextualizada y ajena a un lenguaje, pero es desde éste que es posible un mundo conceptual. Podríamos decir que el mundo institucional es el mundo construido desde funciones establecidas, a partir de ese reconocimiento de validez, tales instituciones pueden constituir y redefinir el mundo social del que forman parte. Un ejemplo lo tenemos en la creación de Internet. Este medio de información en la medida en que ha sido reconocido como un medio clave en el progreso de las comunicaciones a distancia se ha convertido también en un medio legítimo para la realización de transacciones bancarias, compras, ventas, envío de documentos importantes e incluso como una vía de correo oficial. El reconocer la función de Internet como medio de comunicación no sólo ha sido darle una función transmisora de mensajes, sino en buena parte concederle el poder de informar y acercar a las distintas comunidades de casi cualquier parte del mundo. De esta forma Internet se reconoce como un medio de nuevas funciones sociales, de tal suerte que, al constituirse como una institución social más, redefine los marcos de otras instituciones anteriores a él. El sistema de Internet ha venido a reconceptualizar los marcos de aquellas sociedades que le reconocen en su práctica como parte de su organización social. Con todo, no sólo ha dado lugar a colectividades hasta ahora desconocidas, también ha redefinido a las anteriores en otras distintas. Lo mencionado no parte del supuesto del reconocimiento de las diversas instituciones sociales proveniente de un acto único, puro y completo. Por el contrario, los sujetos devienen en seres sociales a partir de un proceso de prácticas y construcciones sociales. Supongamos, por ejemplo, el caso de un estudiante que obtiene su primer trabajo. Él se reconoce desde la identidad que hasta ese momento ha conocido, la de su condición de estudiante, no obstante está en el comienzo del proceso de encontrarse como un sujeto estudiante y como un sujeto trabajador. El estudiante cuando ingresa al campo laboral 10 Vid. Searle, John, Mind, Language and Society. Philosophy in the Real World, p. 124-126. 14 inicia un cambio de mundo, que si bien no sustituye ni niega el mundo estudiantil, sí lo entrelaza a nuevas construcciones desconocidas hasta ese momento. En el proceso de descubrir el mundo laboral este individuo se irá apropiando, a partir de unas prácticas, de nuevos mundos. Podríamos decir que su identidad se desenvuelve en un proceso de despliegue hacia la redefinición de diversos mundos conceptuales por reconocer. Siguiendo con el ejemplo, pensemos ahora que este sujeto tiene que hacer una declaración a Hacienda. Por tratarse de la primera vez dentro del mundo institucional laboral descubrirá un nuevo mundo que necesita aprender e identificar, esto es, reconstruirse dentro de él. Así pues, el sujeto podrá ser capaz de constituirse dentro del significado de lo que es ser una persona física contribuyente y lo que implica un recibo de honorarios hasta que haga su primera declaración de impuestos. El individuo reconocerá el mundo de la contabilidad laboral en la práctica social porque, si bien anteriormente podría haber conocido el significado de ‘impuesto sobre la renta’ o ‘recibo de honorarios’ o ‘declaración de impuestos’, no es sino hasta que él mismo es parte de ese mundo laboral cuando puede rehacerse dentro de los significados de ese nuevo mundo. El uso social de los significados comprendidos por ese individuo permite que él mismo logre identificarse con dicha institución. Un caso similar ocurre cuando viajamos al extranjero desconociendo la moneda del lugar, es hasta que con el uso de la moneda logramos reconocerla haciéndonos parte de su mundo institucional. El ejemplo se hace más claro cuando, estando en nuestro país de origen nos encontramos con una moneda extranjera y desconocida por nosotros, lo común es verla como si fuera el papel moneda de un juego de mesa. Por todo lo anterior cabe decir que los sujetos sociales no validan las instituciones como esencias fijas. Todo lo contrario, las reconocen y redefinen desde su condición histórica y contingente. Otro ejemplo al respecto se puede ilustrar con el cambio de las diferentes monedas de los países de la Comunidad Económica Europea al Euro. No podía decirse que el Euro hubiera sido reconocido como moneda al menos hasta que en el uso la gente fue identificándolo e identificándose con él. Fue desde la práctica social que la gente aceptó ir redefiniendo su identidad respecto a la Peseta, Lira Italiana, Marco Alemán, etc., para posteriormente otorgársela al Euro reconociéndolo como nueva moneda de circulación. En esta deconstrucción de reconocimiento de identidades monetarias se trasladaron las funciones ya reconocidas para la peseta, y demás monedas europeas, para ser otorgadas al Euro. Los 15 seres sociales son los únicos que podrían haber sido capaces de alterar esos acuerdos para reconstituirlos en otros nuevos que también fueran reconocidos con la misma legitimidad y validez. No obstante, todavía hay una gran mayoría de personas en el caso de España que, si bien reconocen la legitimidad del Euro, sus marcos conceptuales todavía se reconocen dentro de la identidad de la Peseta. Hasta aquí parece haber quedado claro el lugar de los marcos conceptuales y del lenguaje en la construcción de las distintas culturas. Con todo, habría que volver a puntualizar que la base de toda formación social e identificación cultural reside en la conversación. Esto es, un algo que forma parte del espacio común, un espacio construido y activado sólo en el uso del lenguaje. 11 Así por ejemplo, el aprendizaje de experiencias como la alegría o la tristeza se hace desde el espacio dialógico y común de lo que la colectividad nos enseña como tales experiencias. Sin embargo, si la sociedad no reconoce a la tristeza como por parte de su mundo común, el individuo tampoco la aprenderá, no al menos en la misma forma como lo hacemos el resto de individuos pertenecientes a otros marcos de lenguaje. Éste es el caso de los Tahitianos quienes, según investigaciones, no tienen ninguna conducta que pueda interpretarse como tristeza, ningún ritual al respecto, ni tampoco léxico alguno que la nombre. Podríamos decir que la tristeza tal como la conocemos la mayoría de los sujetos sociales no existe en Tahití.12 Lo anterior nos lleva a reflexionar en que el aprendizaje de las disposiciones emocionales está íntimamente ligado al lenguaje. De ahí que un ser humano no se limite a ser un sujeto meramente gramatical, sino sobre todo un sujeto de ideologías culturales aprendidas en el proceso de construcción conceptual dentro de unas instituciones. En el caso de los tahitianos no bastaría con insertar en su vocabulario el equivalente lingüístico de la palabra tristeza. El uso y función de esta palabra, al no ser reconocida dentro de una identidad de los individuos de esa comunidad, queda vacía de validez. Suponiendo que hubiera alguien que quisiera enseñarles lo que es la tristeza, tendría primero que 11 Vid. Taylor, Charles, Fuentes del Yo. La Construcción de la Identidad Moderna, p.52. Vid. Mühlhäusler, Peter and Harré, Rom, Pronouns and People: The Linguistic Construction of Social and Personal Identity,p.7. 12 16 hacerles comprender lo que significa disponiéndolos a otro mundo contextual desconocido por ellos; uno en el que existe, se conoce y reconoce la tristeza. La diversidad cultural no se limita pues, a ser una gama diferenciada de lenguas, es sobre todo una diversidad de posibilidades de pensamiento, modos de actuar; de procesar y discriminar conductas, reacciones y emociones de acuerdo con unas prácticas sociales de una colectividad. “Ser una persona en el sentido amplio del término en ésta o aquella sociedad es tener pleno dominio sobre estas prácticas.”13 A este respecto el lenguaje y la conversación pueden ser considerados como bases del entendimiento y modo de comprensión de una realidad independiente. Estos modos de entendimiento se consolidan en instituciones donde, el conocimiento y construcción de marcos conceptuales puede ser parcial y progresivamente redefinido. Lo anterior nos permite entrever posibles conexiones de implicación moral en la formación y redefinición de los sujetos dentro de sus grupos culturales, a su vez, pertenecientes a un tipo de colectividad social. Todavía más, si consideramos con cuidado lo que implica el proceso de conversación observaremos que en su práctica los seres sociales van reconociendo y dando por supuestos determinados principios morales. Por ejemplo, dos personas que dialogan, en la medida en que mantienen la comunicación, no pueden cuestionar constantemente cada uno de los enunciados que el otro expresa pues, ante tal desconfianza acabaría por romperse el círculo comunicativo. El acto del diálogo ya presupone también una mínima confianza en lo que dicen ambos interlocutores. Como hemos dicho, el lenguaje es una construcción conceptual humana dentro de la cual viven los sujetos, el mismo mundo constantemente redefinido por ellos en su papel de agentes sociales. Dentro de esta primera institución, el diálogo y las prácticas sociales permiten la formación del resto de instituciones que también comparten con la primera su condición contingente. Al ser esto así, la redefinición de las instituciones permite la posibilidad de un reordenamiento de los principios morales, y por ende, de las relaciones interpersonales en proyección hacia una mejor convivencia y respeto por “To be a person in the fullest sense in this or that society is to have a mastery of these practices.” Mühlhäusler, Peter and Harré, Rom, Pronouns and People: The Linguistic Construction of Social and Personal Identity, p.89. 13 17 la diferencia. Pero para que esto sea plausible es imprescindible la regulación de una política democrática que permita y haga respetar estas condiciones de diversidad. 4. La necesidad de unas políticas para la integración social, no cultural. Una de las premisas de una política de pluralismo democrático es la de construir un punto común donde la diversidad de morales converja en una base ética compartida. El pensar en la necesidad de una ética intercultural es partir de la base de la presencia de una diversidad, que en medio de esa diferencia hay conflicto, que esos conflictos generan más desigualdad y que tales distancias deben ser moderadas desde bases morales comunes. Si el objetivo se centra en alcanzar sociedades democráticas es imprescindible comenzar por los medios a través de los cuales sea posible un ordenamiento de esas sociedades. El ordenamiento del que hablamos es el de una política democrática constitucional. Esta política debe tener como principal finalidad que los sujetos sociales, de los diferentes grupos culturales, puedan convivir en condiciones de igualdad, libertad y respeto mutuo dentro de una misma sociedad. De ahí que una de las necesidades sociales y culturales de nuestros días sea encontrar alguna manera en la que pueda comenzar el proceso hacia una integración social respetando la diversidad cultural. Si consideramos que el primer paso está en el alcance de acuerdos mínimos universales, unos acuerdos con los que podamos vivir pacíficamente todos los grupos culturales y sociedades que habitamos en este planeta, la idea de una integración todavía parece lejana. A este respecto habría que aclarar dos puntos principales: El primero es que con la noción de universalidad no reivindicamos ningún concepto trascendental, ni concepción absoluta de verdad. La idea de universalidad utilizada por nosotros obedece a la necesidad de unas normas que necesariamente deben ser seguidas por todos los sujetos sociales, cualquiera que sea su origen o condición cultural. Si esperamos construir y pertenecer a sociedades democráticas el primer principio de reconocimiento debe sentarse en unas mínimas, pero también universales, reglas de actuación o práctica social. 18 El segundo aspecto es en relación con la naturaleza de los acuerdos. Evidentemente, la disposición al reconocimiento, aceptación e integración con otros no es un resultado plausible a corto plazo. No obstante, la propuesta de integración debe centrarse únicamente dentro de un ámbito social, esto es, en el respeto y cumplimiento de las normas políticas cuyo fin sea el de conseguir llegar al estado de coexistencia pacífica entre una diversidad de culturas. Partimos pues del presupuesto de que una cooperación social entre los diferentes grupos culturales no puede esperarse que provenga de un altruismo voluntario ni tampoco de relaciones culturales profundas. Nuestro argumento se fundamenta en la condición social común a todos los individuos, una condición que les sujete a normas y políticas que les permita vivir dentro de un orden medio y en el respeto mutuo. El tipo de comportamiento que tienen los sujetos sociales está incuestionablemente entrecruzado con la clase de instituciones sociales de las que forman parte, incluyendo las de carácter político. Una sociedad cuyas instituciones políticas y sociales sean corruptas difícilmente podrá contar con que el grueso de su población no lo sea. Mismo caso si las políticas de una sociedad son xenófobas, el resultado será reflejado en la formación de sus habitantes que terminarán siendo también sujetos con tendencias racistas. Por tanto, si nos encontramos ante la problemática de una intransigencia y oposición intercultural, o ante prácticas criminales justificadas por unas culturas pero condenadas por otras, no podemos esperar un diálogo sensato entre ellas sin antes aplicar unas leyes que comiencen el proceso de entendimiento y respeto social. Como se verá, este proceso de conversación amistosa para la moderación intercultural no puede iniciarse en dirección hacia una integración cultural, sino que debe comenzar por los niveles sociales comunes y oportunos para un pacto negociador de los intereses respectivos. De lo anterior podemos discurrir que, el proceso de integración de los diferentes individuos y grupos de una sociedad compete en buena parte a las estructuras políticas y a la aplicación de estas teorías en la práctica social de los individuos. Esta aplicación debe ser consecuente con la redefinición 19 constante de procesos sociales tales como la inmigración o los avances tecnológicos, pero sobre todo, debe ser congruente con el cumplimiento de los derechos básicos a los que debe acceder cualquier ser humano. Si socialmente nos encontramos con que no todos somos miembros de una sola cultura, sino que por el contrario, aspiramos a ser una sociedad conformada por una diversidad de individuos de otras comunidades, entonces el objetivo de una ética intercultural está ahí donde a pesar de las diferencias culturales y pluralidad de morales, apunten todas ellas hacia una responsabilidad social común. De tal suerte que, la apuesta es por la construcción de una política social, universal, respetuosa y responsable del cumplimiento de unos mínimos comunes éticos a favor de una integración social en la coexistencia pacífica de una diversidad cultural. Esta apuesta por una política para la integración social no puede quedar al margen de la cooperación de los diferentes grupos culturales. Las diferencias entre culturas deben ser respetadas, pero para que esto sea posible hace falta también que éstas converjan en el respeto de esos mínimos comunes éticos. Esto es, el planteamiento de una política y ética intercultural debe partir del derecho de todas las culturas a ser respetadas como tales, pero ellas a su vez deben estar dispuestas a llegar a acuerdos que permitan una mayor equidad democrática política, económica y social de un Estado de Derecho. De igual modo, éste debe actuar conforme a las políticas de equidad social con independencia del origen e ideología cultural de cualquier grupo que se trate. En suma, si como hemos visto, hay un reconocimiento de la otredad cultural como una entidad, que al igual que la propia, posee una identidad, una autenticidad y una autonomía, y si además se considera que todas las culturas, con su misma condición de diferencia ideológica, son parte de una misma sociedad, entonces con acuerdo respecto de unas políticas de convivencia es posible establecer las condiciones para una integración social y de ética intercultural. 20 Bibliografía. Bilbeny, Norbert, Por una causa común. Ética para la diversidad; Barcelona, Gedisa,2002. Garzón Valdés, Ernesto, Es éticamente justificable el paternalismo jurídico; in Garzón Valdés, Ernesto, Derecho, ética y política; Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,1993. P.361-378. Goodman, Nelson, Maneras de hacer mundos; Tr. 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