Tema 5: Experiencia Pascual y Resurrección de Jesús.

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TEMA 5:
EXPERIENCIA PASCUAL Y
RESURRECCIÓN DE JESÚS
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I. OBJETIVOS

Reflexionar a partir de las principales claves de interpretación que sobre Jesús se contienen en los
Evangelios. Este objetivo será común a los temas 4, 5 y 6. Para el tema 5 proponemos, además, los
siguientes Objetivos específicos:

Poner las bases de aproximación al Misterio de la Resurrección, dogma fundamental de la fe
cristiana.

Presentar el concepto Resurrección y su utilización en los inicios del cristianismo.
II. CONTENIDO
Simplificando mucho, podemos decir que el Evangelio ha sido escrito en orden inverso a como nosotros lo
leemos. Jesús murió crucificado y abandonado por sus mismos discípulos. Pero el Resucitado les salió al
camino, y fueron testigos de que Jesús, el mismo que había muerto en la cruz, vive para siempre. A este
encuentro con el Resucitado llamamos experiencia pascual. A partir de ahí, los primeros discípulos de Jesús
comenzaron a interpretar el significado salvífico que había tenido el martirio de aquel hombre y su conducta
histórica mientras vivió en Palestina. El evangelista Marcos centra su atención en la vida pública de Jesús, sin
decir nada sobre su vida oculta en Nazaret. Hacia el año 85 el evangelista Mateo y Lucas escriben los
capítulos sobre el nacimiento e infancia de Jesús. Mas tarde Juan, en su evangelio, confiesa que Jesucristo es
la Palabra que desde la eternidad está en Dios y es Dios.
1. La experiencia pascual
Es el tema en que ahora centramos nuestra atención. ¿Qué significa? Incluye a su vez dos experiencias muy
ligadas entre sí, aunque distintas. Una es el encuentro con el Resucitado en las "apariciones"; y otra la
recepción del Espíritu Santo.
1.1. Jesús ha resucitado. Han llegado los últimos tiempos
La esperanza en la resurrección no aparece en la historia bíblica hasta el siglo II antes de Cristo. Pero en
tiempo de Jesús la mayor parte de los judíos tenían ya esa fe; únicamente la negaban el grupo de los
saduceos, integrado por la casta sacerdotal alta y por algunas familias más pudientes. Pero se esperaba una
resurrección del pueblo como tal, que implicaba también una tierra nueva. Y aquí está la gran novedad de la
experiencia pascual o encuentro con el Resucitado; en Jesús de Nazaret se ha realizado ya lo que los judíos
esperaban para todo el pueblo. Había comenzado ya el mundo nuevo, el tiempo último, y Jesús es presentado
como "el primogénito de los que triunfan sobre la muerte" (Col 1,18). En este comienzo de los últimos tiempos
por fin Dios instauraba su reinado entre los hombres.
1.2. "Todos quedaron llenos del Espíritu Santo"
Los judíos contemporáneos de Jesús y durante el s. I, cuando se escriben los evangelios, tenían una idea muy
generalizada. Pensaban que en la época de los patriarcas todos eran favorecidos con la presencia del Espíritu
de Dios. Cuando Israel cometió el pecado de idolatría con el becerro de oro, Dios limitó el envío de su Espíritu
sólo a algunos, los profetas; finalmente, debido al pecado del pueblo, el Espíritu dejó de ser enviado. Dios
guardaba silencio: "Ya no hay signos ni profetas, y nadie sabe hasta cuándo" (Sal 74, 9). Sin embargo los
judíos esperaban que, con la llegada de los últimos tiempos, de nuevo el pueblo recibiría el Espíritu: "En los
últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas;
vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos sueños; sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi
Espíritu en aquellos días" (Joel 3,15). En Pentecostés, y hablando en nombre de todo el grupo de discípulos,
Pedro declara: "Se ha cumplido lo que dice el profeta Joel" (Hech 2,16).
1.3. "Ver al Señor Resucitado" (Jn 20, 25)
Fue una experiencia excepcional que vivieron los discípulos tras la muerte de Jesús. No es cuestión de entender
literalmente los "cuarenta días" que, según Hech 1,3, separan la primera aparición de la última. Más bien
parece que la experiencia fuerte se dio a lo largo de dos o tres años, según sugiere 1 Cor 15,6. El texto de 1,3
significa que hubo un tiempo en que cesaron las apariciones del Resucitado.
Es muy aventurado decir qué fueron para los discípulos las "experiencias pascuales". No fueron imaginarias;
las apariciones no fueron producto de la imaginación de los discípulos. Pero tampoco podemos decir que fueran
apariciones objetivas externas; no era posible sacar ninguna foto de las mismas. En este sentido las apariciones
no son objetos constatables por un historiador que hubiera estado presente entre los discípulos cuando se les
apareció el Resucitado. Reconocer que las apariciones no son objetivas, externas e históricamente controlables,
tiene sumo interés para la fe: el Resucitado no es ya un objeto de nuestro mundo, que se podría ver con los
ojos de la cara, escuchar con los oídos y tocar con las manos. Pertenece totalmente al mundo de Dios que sólo
puede ser conocido por la fe, "medio para conocer las realidades que no se ven" (Heb 11,1). La resurrección de
Jesús no es una "reanimación" o retorno a la vida anterior, sino entrada en una plenitud de vida donde ya no
queda espacio para la muerte.
Pero, si bien los discípulos se encontraron con el Resucitado gracias a la fe, no se puede decir sin embargo que
la experiencia pascual fuera fruto de imaginación exaltada. Los textos evangélicos no autorizan para reducir
las apariciones a simple proyección de lo que los discípulos llevaban dentro. Prueba de ello es que en la
mañana de pascua, más bien ellos mismos no dan crédito a quienes dicen que Jesús ha resucitado. Por otra
parte las descripciones del Resucitado son muy sobrias; si los discípulos hubieran sido víctimas de su
imaginación, se habrían servido de imágenes sacadas de la literatura apocalíptica muy generalizada en aquel
tiempo, como por ejemplo vemos en el relato de la transfiguración: "Sus vestidos se volvieron de un blanco
deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos"(Mc 9,3). Lenguaje que no se encuentra
en las cristofanías de la resurrección. El Resucitado se presenta como el Viviente que, lejos de ser encerrado en
las categorías de los discípulos, rompe los esquemas de aquellos hombres y los saca de su encerramiento. Si
bien era el mismo al que había acompañado por tierras de Galilea, era también el Otro que inesperadamente
entraba en sus vidas y las cambiaba, sin dejarse reducir a las categorías y horizonte de los discípulos.
Animados por la experiencia pascual y por la fuerza del espíritu, los discípulos descubrieron y confesaron que
Jesús es el Cristo, el Salvador de los hombres. Como todo ser humano, Jesús el galileo estuvo limitado por el
espacio y por el tiempo; sólo curó, dialogó y dispensó su amistad a un número pequeño de personas. Pero
gracias a la resurrección, puede entrar y entra en contacto con todos los hombres de todos los tiempos. Es lo
que dice Pablo cuando habla del "cuerpo resucitado" en 1 Cor 15,44. Para los primeros discípulos que, tan de
cerca experimentaron la presencia de Cristo Vivo después de haber sufrido el martirio de la cruz, la compasión
y el apoyo de Jesús para con los enfermos y pecadores que dispensó durante su actividad en Palestina, sólo a
unos pocos, ahora es don concedido a todos. Eso quiere decir la confesión: "A este Jesús crucificado Dios le ha
hecho Señor y Cristo" (Hech 2,369
2. Cambio en los discípulos
A la luz de la experiencia pascual los primeros cristianos pudieron entender quién fue Jesús de Nazaret.
Algunos textos del evangelista Juan manifiestan esa nueva comprensión de los creyentes: "Jesús encontró a
mano un asno y montó sobre él. Así lo había predicho la Escritura: no temas, hija de Sión, mira, tu rey viene a
ti montado sobre un asno`. Al principio los discípulos no comprendieron estas palabras, pero, cuando Jesús fue
glorificado las recordaron y cayeron en la cuenta de que aquéllas palabras de la Escritura se referían a él y se
habían cumplido en él" (Jn 1214-16). Cuando Jesús expulsó a los mercaderes del templo, declaró: "Destruid
este templo y en tres días yo lo levantaré". Juan entiende que el Señor "hablaba del templo de su cuerpo"; y
así, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron eso "y creyeron en la Escritura y en
las palabras que él había pronunciado" (Jn 2,21-23).
El evangelista deja bien claro que, sólo gracias al Espíritu, los discípulos pudieron comprender el significado
profundo que tenían las palabras y los gestos de Jesús durante su ministerio público en tierras de Palestina: "El
espíritu que el padre enviará en mi nombre os enseñará todas las cosas y os hará recordar todo lo que os he
dicho" (Jn 14,26. No se trata de que el Espíritu traiga las palabras y gestos de Jesús a la memoria de los
discípulos desgastada por los años. Como los otros evangelistas Juan considera que muchas palabras y
gestos de Jesús fueron incomprendidos o mal interpretados mientras los discípulos vivieron con él antes de
su martirio. Pero la resurrección les permitió descubrir el verdadero significado de aquellas palabras y de
aquellos gestos.
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Claro está que, para expresar la experiencia pascual, los primeros discípulos tuvieron que emplear distintos
géneros literarios, según la cultura de la comunidad donde escriben y, por tanto, según la cultura de sus
destinatarios.
Así el acontecimiento pascual -resurrección de Jesús y don del Espíritu- aporta a los discípulos una inteligencia
nueva y profunda del misterio de Jesús. Pero no ha cambiado sólo la situación de los discípulos. También ha
cambiado Jesús. Es ciertamente el mismo que recorrió los caminos de Galilea y fue crucificado en Jerusalén "soy yo mismo", declara el Resucitado cuando irrumpe en la vida de los discípulos-. Pero al mismo tiempo es
muy diferente de lo que era antes de la Pasión, porque en la resurrección, su humanidad quedó transformada
por el espíritu y la vida de Dios. Pasando de la muerte a la vida, Jesús accede a una dignidad nueva; según la
difícil expresión de Rom 1,4, ha sido "constituido Hijo de Dios con poder por la resurrección de entre los
muertos".
Finalmente, la resurrección ilumina toda la conducta histórica de Jesús. Y esta afirmación implica otras dos.
Primera, que los primeros cristianos interpretan a la luz de la resurrección todo lo que Jesús había dicho y
hecho. Segunda: porque Jesús manifestó una fidelidad y un amor ejemplares, porque aceptó una muerte
infame "para congregar a todos los hijos de Dios que estaban dispersos", Dios no sólo le ha exaltado a la
dignidad de Señor, sino que ha ratificado solemnemente todo lo que Jesús había dicho, hecho y sufrido a lo
largo de su vida y en su forma de morir. Porque Jesús ha sido resucitado por Dios, nosotros podemos confesar
hoy que él era realmente el Hijo de Dios desde su nacimiento.
3. La confesión de la fe
Si bien el contenido último de la fe no se agota en formulaciones, éstas son necesarias. Claro está que toda
formulación tiene su peculiaridad, pues trata de ofrecer la única fe dentro de un determinado contexto cultural.
Estas confesiones de fe se concretaron en distintas vertientes: forma de entender la salvación, nueva
percepción de Dios, y lectura creyente sobre la existencia y martirio de Jesús.
3.1. La resurrección de Jesús, artículo central de la fe
cristiana
Y los primeros cristianos ya hicieron su confesión pública sobre su encuentro con el Resucitado. Hacia el año
40 y tenemos una confesión que transmite San Pablo en 1ª Cor 15,3-5. “ os transmití lo que a mi vez yo recibí;
que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día; que
se apareció a Cefas y luego a los Doce...”. La expresión “al tercer día” no pretende señalar fecha exacta en que
tuvo lugar el acontecimiento, sino destacar la importancia teológica del mismo: la resurrección de Jesús es un
momento clave en la historia de salvación. “Según las Escrituras” no remite a una frase aislada de la Biblia,
sino al conjunto de la revelación: Yavé, dueño de la vida y protector de sus fieles, no lo abandonará en la
oscuridad de la muerte. “Ha resucitado”, traduce un verbo que significa “despertar”: en la mentalidad hebrea
la muerte se compara con el sueño, y esa forma de hablar acredita el origen palestinense de la tradición.
La resurrección Jesús es un acontecimiento inédito. No es una creación “de la nada”, pues resucita el mismo
que vivió en Palestina y que murió en la cruz. Tampoco una “reanimación” como pudo ser, por ejemplo, la
resurrección de Lázaro que narra el cuarto evangelista, y a la cual podría aspirar la ciencia; Jesús resucitado ha
entrado ya en la plenitud de vida y no morirá más, la muerte ha sido vencida (Rm 6,9). Es un acontecimiento,
y para su comprensión no hay ejemplos parecidos en nuestro mundo histórico.
Es verdad que la resurrección de Jesús no fue invención de los primeros cristianos; cualquiera que lea con
imparcialidad los relatos pascuales se dará cuenta de que los evangelistas se refieren a un acontecimiento
objetivo. Pero no es demostrable racionalmente con argumentos históricos. Nadie vio a Jesús saliendo de
sepulcro, y la Iglesia no admite como libro canónico “El evangelio de Pedro” que describe con detalle lo que
paso en la noche de pascua mientras los guardias vigilaban el sepulcro de Jesús. Por otra parte los
evangelistas no intentan hacer cínicas sobre lo que sucedió sino entregarnos el significado que para ellos tiene
la resurrección de Jesús. Diremos que ésta fue un acontecimiento real que ha tenido lugar en nuestra historia,
pero no se puede demostrar racionalmente, aunque sí “mostrar” que los cristianos creemos en ella, si somos
capaces de “vivir como resucitados”.
Para expresar la única fe o encuentro con el Resucitado los primeros cristianos emplearon distintas expresiones
y distintos géneros literarios teniendo en cuenta los destinatarios de sus narraciones catequéticas. Por ejemplo
Mateo escribe para comunidades judeocristianas, y lógicamente acude a la esperanza bíblica; en ese contexto,
hay que leer Mt 27,57-66- 28,1-8; las fuerzas de la muerte, representadas en “los sumos sacerdotes, los
fariseos y Pilato” sellan el sepulcro y tratan de retener a Jesús en la muerte; pero “el Ángel del Señor”, el Dios
de la vida interviene, levanta la losa del sepulcro y se sienta sobre ella: es el “Dios dueño de la vida” que en
la historia bíblica había prometido el triunfo del pueblo sobre la muerte; resucitando a Jesús, adelanta esa
victoria colectiva. En cambio, otra tradición evangélica, que vemos en Lc y Jn mira más bien al mundo griego,
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donde se esperaba la inmortalidad del alma, peor no del cuerpo considerado malo; y en esa antropología la
tradición que emplean estos evangelistas, tiene que destacar con todo realismo que en la resurrección de
Jesús también la corporeidad es rehabilitada e integrada en la plenitud de la vida. Por eso insisten en que los
discípulos se encuentran con el mismo Jesús que murió en la cruz, y son invitados a mirar e incluso a tocar los
estigmas de sus llagas.
3.2. Dimensiones soteriológica, teológica y cristológica
La fe de los primeros cristianos en la resurrección de Jesús tiene concreciones en tres ámbitos: en cuanto a
la salvación –eso quiere decir la palabra “soteriológica”- en cuanto a la percepción de Dios y en cuanto a la
comprensión de la vida y martirio de Jesús
1. Soteriológica
Al encontrarse con el Resucitado, los primeros cristianos entendieron que Dios en Jesucristo abrió un camino de
salvación para todos: “no hay otro nombre dado a los hombres en que podamos salvarnos”( Hch 4,12). Pablo
presenta magistralmente la resurrección de Jesús como “primicias” de una liberación para todos y para la
creación entera. Liberación del pecado, ese principio de corrupción que amenaza siempre y desfigura
frecuentemente a nuestra conducta. Liberación de la ley que, utilizada por esa tendencia egoísta que todos
llevamos dentro, fácilmente se convierte en instrumento de pecado. Y liberación de la muerte, esa negra
sombra que cuestiona todos nuestros proyectos (1 Cor 15).
2. Teológica
En su experiencia pascual los primeros cristianos descubrieron que Dios no es sólo creador que anima
constantemente a su creación, sino que es “Alguien capaz de dar vida a los muertos y llamar a las cosas que
no son para que sean”(Rm 4,17). Es el Defensor de los pobres, al final hace justicia en favor de los crucificados
de este mundo. Así lo viene a confesar Pedro en su discurso de Pentecostés: a este Jesús, crucificado
injustamente, Dios le ha resucitado manifestado que es el Dueño de la vida que se mantiene fiel en el amor
a la humanidad y a todas sus criaturas ( Hch 2,22-28).
3. Cristológica
A partir de la experiencia pascual, los primeros cristianos hicieron nueva lectura de la vida y del martirio de
Jesús, descubriendo en las palabras y en los gestos de aquel hombre el paso de Dios. E hicieron esta lectura
de dos formas: 1) dando una interpretación creyente a los hechos que había tenido lugar en la historia de
Jesús; por ejemplo su bautismo; no sólo cuentan el hecho de que fue bautizado, sino que hacen una reflexión
teológica -un descubrimiento del paso de Dios- en ese hecho; así nos entregan ya una pieza teológicamente
muy elaborada. Algo parecido ocurre en los otros relatos, y de modo especial en los relatos de la pasión y
muerte; 2) dando a Jesús distintos títulos que en la Biblia se aplican al Mesías esperado: Cristo, Enviado,
Hijo del Hombre; o se refieren a al mundo de Dios: Hijo, Palabra, Señor.
4. Diálogo de la fe en la resurrección que proclaman los textos
neotestamentarios con nuestra cultura
En los puntos que siguen resumimos algunas pautas de diálogo a la hora de razonar sobre la resurrección en
nuestros días. Solamente mencionamos, de modo genérico, algunas consideraciones a tener en cuenta:
1. El hombre de nuestro tiempo, educado dentro de una imagen del mundo científico-natural y técnico, piensa
en categorías de experiencia y causalidad. Para él, la muerte es al igual que el nacimiento, un hecho natural; a
lo sumo se la puede retrasar por los adelantos de la medicina, pero por lo demás, es inevitable.
2. Lo que hay antes del nacimiento, o más exactamente de la concepción, así como detrás de la muerte, ya no
es objeto de experiencia y queda sustraída a una representación exacta: ‘el muerto, muerto está’.
3. Por tanto, en este mundo no hay lugar para la idea de resurrección, que pertenece simplemente al terreno
de la especulación o de la mitología. Hay que guardarse de presentar la resurrección como algo razonable,
comprensible, lógico, o también como algo concebido a imagen del mundo de la naturaleza.
4. El examen del concepto nos ha mostrado, frente a esto, que la resurrección de Jesús, al igual que la
resurrección de los cuerpos en el último día, es un acontecimietno que está más allá de las leyes de la
naturaleza y tiene su origen únicamente en la voluntad de Dios, que coloca ante sí a la persona del hombre en
una nueva corporeidad, conservando no obstante su identidad, una vez que la muerte lo había extinguido
según todas las apariencias.
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El cuerpo es igual en cuanto a la forma (eje. en las huellas de los clavos que aparecen en el cuerpo del
resucitado), pero no idéntico, ni tampoco está limitado por sus componentes materiales (Jesús pasa a través de
las puertas). Nada ha quedado tras el paso de la muerte, nada se ha salvado; la continuidad que funda la
identidad de la persona no radica en parte alguna del Hombre, ni en algo que le es propio, por tanto, en la pura
inmanencia, sino exclusivamente en la fidelidad y el poder de Dios, que guarda memoria del hombre y le llama
de nuevo ante él.
5. Por eso, la predicación de la resurrección ha de mantenerse continuamente en guardia contra el antiguo
error étnico-cristiano, según el cual la resurrección viene a ser una continuación de la existencia actual y
conduce a una especie de existencia ideal u onírica. Más bien podríamos decir que la nueva vida nos hace
participar del futuro eón y sitúa al hombre de un modo total en la presencia de Dios, en la existencia –para él,
de tal manera que toda la belleza y la alegría de este mundo no admite la menor comparación con esta nueva
vida. Sólo existe una realidad paralela a ella y no pertenece a la esfera de la experiencia y de la historia
humana: la creación.
5. Algunas pautas de reflexión sobre la fe en la resurrección
1. No a la dicotomía: alma/cuerpo. También no a la tricotomía: alma/cuerpo/espíritu. Esto ha permitido el
razonamiento filosófico que, aplicado a la resurrección nos ha llevado a la afirmación de una existencia
puramente anímica, incorpórea y, en otros ambientes a creer en la transmigración de las almas. Tales
concepciones se alimentan del anhelo oculto del hombre de eludir o suprar, de cualquier modo que sea, la
radicalidad de la muerte.
2. No obstante:

El testimonio bíblico de la resurrección reconoce en toda su crudeza el poder destructor de la muerte,
que aniquila la existencia corpóreo-anímica, o dicho en otras palabras, la vida del hombre.

La existencia natural del hombre no es que esté amenazada de muerte, es ella misma la muerte (Col
2, 13). En la medida en que la muerte se entiende en este sentido, puede hablarse incluso de una
resurrección para la vida, con lo que se alude al principio de una nueva existencia en la fe aquí y
ahora.

Por otro lado, el vocablo Resurrección, es utilizado así mismo en sentido figurado, es decir, como la
irrupción en el presente de la realidad futura, escatológica de la misma manera que, a la inversa, las
resurrecciones de muertos operados por Jesús tienen algo de simbólico y de provisional, en la medida
en que restituyen una vida psico-física que aún no ha rebasado propiamente las fronteras de la
muerte: en ninguna parte se dice que estos resucitados no hayan de morir nuevamente.
3. Pero la resurrección es un proceso cuyo contenido fundamental radica en que en el hombre que estaba bajo
el poder de la muerte es depositado el germen de una nueva vida a través de la aceptación del mensaje que da
testimonio de Cristo como el Señor y el salvador, de tal manera que el hombre queda unido a Cristo mediante
la fe. Por tanto:

Aquí no se trata en primer lugar de un determinado estilo o lenguaje de predicación o evangelización,
ni tampoco de una nostalgia del sentimiento religioso o de aquel estado de ánimo que, con bastante
frecuencia, despierta el vocablo resurrección, sino de un acontecimiento que sólo está en las manos
de Dios.

La resurrección puede ser esperada o implorada por el hombre que vive en la fe, pero no podemos
disponer en modo alguno de ella, ni mediante nuestro proyectar y planificar, ni mediante métodos o
recursos de pretendida eficacia.

Evidentemente, Dios también cuenta con la obediencia del testigo. Pero, puesto que la resurrección
incluye siempre el hecho de que el hombre es arrebatado a la muerte y, en la persona del Resucitado,
acepta el poder y la realidad de Dios –la verdad- como realidad última de su propia vida y de su
mundo y, por tanto, es situada en una nueva vida, en definitiva, Dios es aquí el único que actúa y el
único digno de veneración.

Cuando al hombre le acontece esto, está ya desde ahora en la esfera de influencia de la resurrección
de Jesucristo. Experimenta de un modo nuevo que ésta es algo más que un acontecimiento histórico:
que, a través de ella, la muerte ya no es el término de la existencia psicofísica, sino que, en cuanto
castigo y paga del pecado, ha perdido todo su poder; la muerte ya no puede separar al hombre de
Dios de un modo definitivo. Pero el que ha experimentado esto sabe también que, para el Señor, no
es imposible hacer que los hombres, incluso una vez que han muerto y se han desintegrado, cuando
ya no existen desde el punto de vista empírico, se presentan de nuevo ante él, en figura corpórea en
el momento por él establecido.
5

Esto significa que el hombre no puede evadirse de Dios, su Señor, ni mediante un escudo ideológico,
ni mediante la deserción por el suicidio: la criatura es irrevocablemente responsable de su propia vida
ante su Creador. En el mensaje de la resurrección quedan derribadas, por tanto, las fronteras de
nuestra experiencia, encerrada entre el nacimiento y la muerte. Este mensaje puede ampliar la visión
del cristiano para comprender más allá de lo palpable y de lo perceptible, de lo nebuloso y de lo
fragmentado, la plenitud de la justicia divina.
Prof. Jesús Díaz Sariego
Nota:
© Orden de Predicadores – PP. Dominicos
Se permite la reproducción citando autor y procedencia
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