MASTER EN DERECHO DEPORTIVO EL RÉGIMEN JURÍDICO DE LAS LICENCIAS DEPORTIVAS Santiago Prados Prados Marbella, 31 de mayo de 2002 SUMARIO I. II. III. Concepto y delimitación de la licencia deportiva. Naturaleza jurídica. Análisis de su carácter autorizatorio. Régimen jurídico: A. La licencia deportiva y la problemática del régimen de acceso a la actividad y competición oficial. B. Otorgamiento de la licencia. Supuestos problemáticos. C. Vigencia de la licencia deportiva. D. Suspensión y extinción. IV. Estatuto jurídico del titular de la licencia deportiva: derechos y obligaciones. V. Bibliografía. 2 I. Concepto y delimitación de la licencia deportiva La licencia deportiva viene definida normalmente por su objeto, como un documento o título jurídico, único, nominal e intransferible, que permite o habilita para participar en actividades y competiciones oficiales organizadas, bien por las federaciones deportivas o bien por las Administraciones públicas, en su dimensión de autorización administrativa. Este básico y principal efecto de la licencia deportiva es reconocido unánimemente por el legislador estatal y autonómico, lo que, como más adelante se concluirá, deberá tenerse muy en cuenta a la hora de perfilar su mismo contenido por las normas de desarrollo y desde una perspectiva estrictamente pública. En Francia, país con una innegable tradición jurídico-deportiva, el tema de las licencias ha sido objeto de cierta atención por los autores, cuyo concepto y régimen jurídico, de creciente y reciente configuración por parte de la jurisprudencia, es muy similar a nuestro país, por lo que parece oportuno y de interés dedicarle algunos comentarios. Desde una primera aproximación a su concepto, la licencia aparece como un acto unilateral de naturaleza administrativa emanado de una federación deportiva y que autoriza a su titular para poder participar oficialmente en las pruebas y competiciones que aquélla misma organice o dependan de ella. Nadie, en consecuencia, puede participar en una competición organizada por la federación sin estar en posesión de la licencia expedida por ésta. La licencia se identificaría, de esta manera, con una autorización federativa para participar en las competiciones. La expedición de la licencia, en todas las disciplinas deportivas sin excepción, es una prerrogativa exclusivamente federativa, como título de acceso a la práctica competitiva. El propio artículo 16, párrafo tercero, de la Ley de 16 de julio de 1984, relativa a la organización y promoción de las actividades físicas y deportivas, reconoce expresamente a las federaciones deportivas agréés la facultad de expedir estas licencias. La licencia se configura así, en primer término, como un acto unilateral, es decir, que con ella se van a producir los efectos jurídicos previstos por la sola voluntad de la federación que la emite. Los derechos y obligaciones que comporta están predeterminados y no son negociables por las partes, sin que tampoco la misma federación disponga de la posibilidad de adaptar sus efectos en función de tal o cual situación individual, de ahí su carácter reglado. En segundo término, en esta definición se ha mencionado que la naturaleza de estos actos es administrativa, emanados de una federación deportiva, que, como es sabido, es también, en este país, organismo de naturaleza privada encargado directamente de una misión de servicio público (federación delegataria) o participa de dicha misión (federación simplemente autorizada). El Consejo de Estado ha conferido a las licencias expedidas a deportistas una naturaleza administrativa, como actos unilaterales emanados de personas jurídicas sometidas al Derecho privado y que tienen concedida una misión de servicio público (organizar competiciones que confieren los títulos oficiales de campeones internacionales, nacionales, regionales o departamentales) que revela evidentes prerrogativas de poder público. Esta misma calificación como actos administrativos a las licencias, que se extiende también, aunque con ciertas limitaciones, a las expedidas por las denominadas federaciones deportivas autorizadas a participar en la ejecución de una misión de servicio público, permitirá una extensa aplicación de las reglas del Derecho administrativo. Pero este permiso de concurrir, como bien señala la doctrina francesa, debe distinguirse de otra operación simultánea que acontece con la expedición de la licencia que consiste en la adhesión o contrato de pertenencia con un club determinado que no implica necesariamente una participación en las competiciones. Está claro que el efecto perseguido de adhesión a un club, en la mayoría de los casos, es competir con éste en las pruebas organizadas por la federación respectiva, pero también pueden existir otras razones distintas a ésta, como beneficiarse de las instalaciones del club, convivencia social con otros miembros, practicar la modalidad deportiva ajena a la competición, etc. En cualquier caso, la adhesión a un club para participar en competición no implica jamás por parte del club una paralela obligación de participación efectiva. La distinción entre la licencia federativa y la adhesión al club no ha sido siempre en el país vecino bien entendida, generalizándose una confusión de ambas 3 y, en consecuencia, de instancias deportivas. De ahí que autores como Collomb hayan distinguido en la licencia deportiva dos aspectos que se suceden simultáneamente con las firmas: la que implica por parte del deportista su adhesión a una asociación de base, la del club, adquiriendo un valor contractual, y, por otra, desde la estricta relación federación-licencia, implica exclusivamente la demanda de autorización para participar en competición, constituyendo sólo en este supuesto y con la firma del representante federativo el otorgamiento de la autorización y la constitución del acto unilateral derivado de la misión de servicio público en la organización de las competiciones. De acuerdo con este planteamiento, la licencia deportiva no tiene una doble naturaleza jurídica, pues este último acto administrativo se distingue claramente de la adhesión. En este sentido, la licencia es habilitación o condición necesaria para participar en las competiciones oficiales organizadas por la federación. La jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas de Luxemburgo, desde el caso *Bosman+ hasta los últimos pronunciamientos (Lehtonen y Deliège), siguiendo básicamente las consideraciones de los Abogados Generales, siempre se ha preocupado, ante todo, de delimitar con claridad el concepto de licencia deportiva o federativa Ccomo sinónimo de habilitación (qualification)C de otros muy afines y complementarios pero que no hay que confundir con aquélla, algo que será de una enorme trascendencia a la hora de sostener algunas de sus conclusiones. Así, la licencia se ha distinguido con acierto en la sentencia Bosman, siguiendo las normas relativas a la Federación Belga de Fútbol (URBSFA) o de Baloncesto (FRBSB), de la *afiliación+ o vinculación del jugador con la federación nacional y de la *ficha+ (affectation) que es la pertenencia o vinculación del jugador con un club determinado. De ahí que afiliación y ficha actúen como presupuestos de la licencia o habilitación. Esto permitirá concluir que las denominadas transferencias de jugadores, con toda la problemática que origina, no se encuentran en el plano de la habilitación o licencia, sino en uno de sus presupuestos para su otorgamiento, es decir, en la ficha. Se habla por ello que un jugador federado *cambia de ficha+. Este término, la *ficha+, debe reservarse, en consecuencia, para este aspecto de la relación contractual del jugador con su club, pero no adoptarlo para elevarlo al mismo nivel de regulación que la licencia, como ha acontecido con el Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas (art. 25.2), pues con ello se regula un aspecto jurídico-privado que excede de manera sustancial de la norma jurídico-pública. De hecho, la ficha y la licencia no siempre están correlacionadas, en el sentido que un cambio en la primera implique necesariamente una nueva habilitación o licencia, sino que en el supuesto de los traspasos o cesiones temporales entre clubes, el jugador sigue o continúa con la misma ficha del club cedente y sin embargo se le expide una nueva licencia que le habilita para participar en competiciones oficiales con el nuevo club cesionario. La licencia, en cambio, se define (*caso Jyri Lehtonen+) como la autorización obligatoria que la federación nacional confiere a un jugador con objeto de permitirle practicar el baloncesto en un club miembro de dicha federación. Pues bien, desde esta exclusiva perspectiva, que da sentido sustancialmente al otorgamiento de la licencia, es decir, de la vocación a participar en las pruebas deportivas de la categoría para la cual es expedida, resulta evidente que, una vez otorgada (y esto es determinante, es decir, a partir de la expedición misma de la licencia), la participación efectiva de su titular está supeditada a satisfacer, además, las condiciones particulares que exigen la prueba o competición deportiva, como, por ejemplo, la polémica limitación del número de jugadores extranjeros, que operaría exclusivamente para su participación en la competición pero no en el momento del compromiso de jugador por el club (el problema no es tan diáfano, como en el *caso Olsson+ y otros pronunciamientos judiciales posteriores), o cuando se requieren para determinadas competiciones un determinado nivel mínimo de calificación o puesto CperformanceC. En consecuencia, la posesión de una licencia es una condición necesaria pero no totalmente suficiente para participar en las competiciones. En tanto en cuanto es un permiso de participación, su expedición al mismo tiempo refleja la aptitud de su poseedor para participar en las pruebas de su categoría. Esta es otra de las características reveladas de la licencia, su 4 individualización, permitiendo clasificar a su poseedor en una determinada categoría, presentando los caracteres de un *estatuto particular+, lo que permite explicar la variedad de categorías de licencias en cada disciplina. En resumidas cuentas, los efectos del otorgamiento de la licencia estriban en el reconocimiento federativo de un derecho individual de participación en la competición, pero al mismo tiempo, no debe olvidarse, supone una obligación por parte de su titular de someterse a las decisiones de las autoridades y representantes de la federación, es decir, de someterse a la puissance fédérale. De ahí que, con especial agudeza, advirtiera Cabrera Bazán que *el efecto principal perseguido [por la licencia federativa], más que el control del deportista, es el control de la propia competición [...] e incluso el cumplimiento indirecto de otras normas federativas+. En efecto, ante todo la licencia es un documento de identidad deportiva, con una serie de indicaciones en este sentido que permite identificar a su poseedor: nombre y apellidos, fotografía, edad, club al que pertenece, temporada, nacionalidad, sexo y, además, profesión para las denominadas licencias *corporativas+. Pero el concepto de *participación+ en la competición no se limita a quienes así lo hacen, sino que la posesión de una licencia también se requiere para ejercer las diferentes funciones que comporta la organización federativa y el desarrollo de las competición. Este aspecto, de suma importancia para entender y fundamentar correctamente, desde la perspectiva jurídico-pública, la exigencia de la licencia, permitirá distinguir la licencia de jugador y la licencia de no jugador. Los tipos y categorías, sólo para jugadores, son muy variados, dependiendo de las distintas situaciones y condiciones del solicitante. Así, para fútbol, en el ámbito profesional, existen las licencias de jugadores profesionales, de semiprofesionales, en prueba y aspirante. En definitiva, a la participación en competiciones, debe añadirse que la licencia otorga la correspondiente categoría y cualificación que implica su estatuto de *licenciado+, como el registro de sus marcas, premios, etc. Pero, como se ha afirmado, la licencia supone, como contrapartida, otro efecto importante, cual es el sometimiento de su titular a la disciplina y autoridad federativas. Es ésta una obligación general, con independencia del tipo de licencia o modalidad deportiva, donde se adquiere el compromiso formal de observar los respectivos estatutos y reglamentos federativos y de otras asociaciones deportivas supranacionales. Significa, pues, aceptación y sumisión al orden federativo, ya que el consentimiento del solicitante no es más que una condición de validez de la licencia. La licencia representa el *pasaporte simbólico de la potestad deportiva federativa+. Como ha tenido ocasión de poner de manifiesto Camps Povill, siguiendo el modelo francés descrito, en la licencia deportiva confluyen dos tipos de relaciones jurídicas, además de la virtualidad que comporta el mismo documento como instrumento de prueba de la identidad de su titular: una, esencial y básica, que justifica su misma existencia, y que se entabla precisamente entre quien solicita la licencia y quien tiene la facultad de expedirla, para que, con ella, pueda participar en las actividades y competiciones oficiales organizadas por ésta. Es así cómo se argumenta que para participar en competiciones oficiales el deportista tiene que pertenecer o formar parte de la propia asociación federativa, acontecimiento éste que se produce simultáneamente con la autorización para participar en las competiciones oficiales. Es la identidad asociativa federativa y que por cierto sector doctrinal se ha pretendido fundamentar, al crear un marco de derechos y obligaciones basado, injustificada y trasnochadamente, en las relaciones especiales de sujeción. Ciertamente, esta relación jurídica que la licencia depara entre deportista y federación no es un título de socio ni convierte a su poseedor en asociado, sino de pertenencia a la federación. Esta integración o pertenencia del *licenciado+ es así distinta al concepto de afiliación o inscripción en la federación de las asociaciones deportivas, tan frecuentemente empleado de manera indistinta y fuente de erróneas interpretaciones. La afiliación sería así la unión entre la federación y sus asociaciones y clubes deportivos, convirtiéndolos en asociados. Una federación, en consecuencia, de asociación de clubes o federaciones de ámbito territorial inferior, pero no de personas físicas. El hecho de que los poseedores de una licencia deportiva ostenten ciertos derechos y facultades dentro de la estructura y organización federativa, como, esencialmente, aquella que le permite elegir y ser elegido para los órganos de gobierno y representación de la misma, no sería óbice para lo que se postula, 5 puesto que, como bien señala el mismo autor, es una técnica similar a la empleada en el Derecho administrativo para incorporar, por ejemplo, a usuarios de servicios públicos en sus órganos de gestión. Esta distinción sería también consecuente sólo con algunas Comunidades Autónomas que exigen para la constitución de las federaciones deportivas únicamente que los promotores sean clubes y asociaciones deportivas pero no personas físicas (deportistas, entrenadores, árbitros, etc.). No sería éste, en principio, el supuesto que acontezca, al igual que en otros ámbitos territoriales (Murcia o Aragón, por ejemplo), en Andalucía con la Ley 6/1998, de 14 de diciembre, del Deporte, en cuyo artículo 23.1.a) requiere para la constitución de las federaciones deportivas la identificación *de las personas y entidades deportivas andaluzas que promuevan su constitución+. Y decimos que, en principio, puesto que el Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas, parece apartarse de la previsión legal señalada, al disponer que en el acta fundacional debe constar *la voluntad de las asociaciones dedicadas a la práctica de una modalidad deportiva de constituir una federación deportiva andaluza+, debiendo estar suscrita al menos con el 50por 100 de los clubes de la modalidad deportiva de que se trate, con lo que se omite a las *personas+ (entendemos que necesariamente físicas, al distinguirse de las *entidades deportivas+) citadas por la Ley. Esta delimitación en la integración de personas y entidades deportivas entre la pertenencia y la afiliación propiamente dicha, nos permitirá fundamentar también, en su momento, la crítica hacia aquellas Comunidades Autónomas que han optado por prever también una licencia deportiva para los clubes, como acontece en Andalucía; algo sobre lo que, por el contrario, como bien señala Agirreazkuénaga, debiera hablarse más propiamente de afiliación o inscripción de aquéllos en la federación, como único título válido que manifiesta la relación jurídica de integración en el seno de ésta. Esta primera relación del titular de la licencia y la federación que se la expide, de integración en la organización, se fundamenta, en consecuencia, en el ejercicio de la actividad deportiva en un ámbito, el federado, que es organizado y controlado por estas asociaciones de configuración legal, lo que provocará inevitablemente que quienes se benefician de tal actividad, quienes dan razón de ser a estas estructuras asociativas, también formen parte de la organización, decidiendo con su participación, finalmente, la ordenación de la competición en la que desarrollan su natural actividad. De ahí que si la licencia federativa implica y es inseparable de la misma integración en la organización, y en ésta se ejercen unos inequívocos derechos *sociales+ que son reconocidos incluso por las leyes vigentes, deberá reflexionarse en su momento sobre la viabilidad y adecuación a esta realidad de aquellas previsiones normativas (caso catalán) o estatutarias relativas a las denominadas licencias temporales, incluso para una determinada prueba o competición, donde si bien se respetaría el objeto de la licencia (autorización para participar en las competiciones oficiales) no así ocurriría con el reconocimiento de su integración en la organización y el pleno ejercicio de derechos y deberes que de la misma se derivan. En este sentido, parece que la licencia cobra una especial y nueva dimensión, más amplia y *social+, no sólo avocada tradicionalmente para participar en las competiciones oficiales sino como título de acceso, ante todo, a la organización y a su aneja *ciudadanía deportiva+, y donde la participación en la competición oficial sería una de tantas posibilidades que se ofrecen con la posesión de la licencia y miembro integrante de la federación, aunque siga primordialmente fundamentada en virtud del inequívoco fin público consistente en el fomento del deporte competición y de su acceso por parte de toda la ciudadanía. En cualquier caso, examinando la normativa de las Comunidades Autónomas, puede comprobarse que esta integración en la federación que se instrumentaliza con la expedición de la licencia federativa no siempre es así reconocida, limitándose muchas de ellas a declarar simplemente su conocida habilitación de participación. Sí, por el contrario, un número reducido reconoce la existencia expresa de este vínculo y lo que ello representa. Así, el artículo 71 de la Ley 4/1993, de 20 de diciembre, del Deporte 6 de la Comunidad Valenciana, dispone que la *integración de las personas físicas y de las entidades deportivas en las federaciones de la comunidad Valenciana se acreditará mediante la correspondiente licencia federativa+, algo que también reiterará el Decreto 60/1998, de 5 de mayo (art. 81.1). De la misma manera, La Rioja, en la Ley 8/1995, de 2 de mayo, del Deporte, reconoce que la licencia sirve de acreditación de la integración en las federaciones deportivas, permitiendo, de esta manera, disfrutar de los derechos y demandará el cumplimiento de los deberes que corresponden y son propios de las entidades y personas federadas. En fin, el País Vasco y Madrid, son otras Comunidades Autónomas que en sus leyes respectivas del deporte reconocen esta integración mediante la licencia federativa: la primera, disponiendo que el documento otorga a su titular la condición de miembro de una federación y produce la integración de las personas físicas y jurídicas (art. 26 de la Ley 14/1998, de 11 de junio); la segunda, reconoce en la Ley 15/1994, de 28 de diciembre, que esta integración otorga a sus titulares, en los términos establecidos en estatutos y reglamentos, unos derechos consistentes en la participación activa en la vida social de la federación. Tampoco los nuevos textos legales, como los de Murcia o Navarra, han ignorado esta vinculación del titular de la licencia con la federación, disponiendo claramente en el primero de ellos que con la solicitud de la licencia no se estaría prima facie requiriendo la autorización en la competición oficial sino la integración en la estructura federativa (art.48.1). De tal manera que, como ya se comentó, ante todo, la licencia produce, en primer término, la integración y, como consecuencia de ella, la posibilidad de participar en las competiciones oficiales. Esto nos hará reflexionar acerca de la adecuación con estas previsiones legales de aquellos requisitos estrictamente *técnicos y deportivos+ que la actividad o competición oficial determinada exigen para el otorgamiento de la licencia, con independencia claro está de su adecuado acomodo a los genéricos derechos Cfundamentales o noC reconocidos a los ciudadanos por el ordenamiento jurídico. )Debe ser sólo la licencia un mero instrumento de control de la competición o principalmente debe también ostentar una naturaleza de verdadera *carta social+ del deportista, como título de pertenencia asociativo? La apuesta pública por esta segunda opción es más que evidente y acorde con el compromiso intenso y extenso de la promoción y fomento del deporte asumido constitucionalmente. Pero junto a esta fundamental relación originada con la licencia, también se le atribuye otra que ya, desde este momento, hay que decir que encuentra una menor justificación, en tanto en cuanto se haga depender de ella la misma concesión de la licencia, como es la entablada entre uno de los posibles poseedores de la licencia (el deportista o jugador) y el club o asociación deportiva de base con la que se compromete o contrata, de manera que la adhesión a un club y la licencia federativa no son sin más dos *simultáneas+ y conjuntas operaciones. En efecto, como es bien sabido, la licencia significa una adhesión o vínculo entre su poseedor y un club o asociación deportiva determinada, originando una relación de naturaleza contractual y, a todas luces, privada. Una relación derivada de la regulación de la práctica deportiva que nada tiene que ver, como se ha indicado, con el derecho de asociación. De hecho, la tramitación de la solicitud de la licencia no suele realizarla el interesado sino el club o asociación deportiva bajo cuya disciplina se encuentre, con excepción de aquellos que ya González Grimaldo denominó *deportistas independientes+ o personales, cuyas licencias son expedidas *directamente+ (sin intermediar el club) por la federación, como en los casos del ciclismo y del atletismo. Este aspecto siempre ha sido contestado por nuestra doctrina, especialmente, desde el Derecho laboral. Así, con la finalidad de salvar el inconveniente que representaba la exigencia de la licencia federativa en la relación de trabajo del artículo 11.2 del Real Decreto 318/1981, entendían que la licencia federativa no podía referirse a la licencia resultante de una solicitud de inscripción de un club sino significativamente como una *habilitación general del deportista para la práctica de un determinado deporte+. Señalaban que debe ser el deportista y no el club el que lo solicite, pudiendo estar condicionada la concesión de licencias por las distintas federaciones únicamente a la aptitud psicofísica del deportista y, eventualmente, a la conducta deportiva observable en el deportista. Otras limitaciones, seguían afirmando, podrían seguramente afectar a los derechos básicos constitucionales 7 de los deportistas (al igual que ocurre en los colegios profesionales con abogados, médicos o arquitectos). Debemos reconocer que esta es una idea que nos resulta atractiva para la nueva dimensión jurídico-pública que representa la competición deportiva oficial y el acceso a la misma. De alguna manera, cuando el legislador, como el andaluz, publifica el otorgamiento de la licencia, concediéndole una proyección que rebasa lo estrictamente referido a la conformación de un sistema de reglas del juego o competición para enmarcarla como instrumento de promoción y fomento del deporte y desarrollo de la personalidad del deportista en todas sus facetas, las clásicas limitaciones derivadas como consecuencia de la sujeción de éste con la asociación de base o superior (sometimiento, en general, a su disciplina, derechos de traspaso, de retención, de formación, cláusulas de rescisión, transfers, etc.) no deben entorpecer el objeto perseguido con la licencia: su acceso a la competición, a la práctica deportiva. Si se establece una identificación entre la inscripción de un deportista a favor de un determinado club y la licencia para la práctica del deporte, por la cual es el club el que solicita la licencia y no el deportista, el resultado es una simple y llana dependencia de la licencia resultante de la inscripción con el club. Esto permitía que con el Real Decreto 318/1981 un club interesado en prescindir de los servicios de un determinado deportista, pudiera hacerlo simplemente con omitir consciente y voluntariamente la tramitación de su ficha o inscripción federativa para que el citado deportista careciese en un determinado momento de licencia. Si bien el tema está superado en el ámbito profesional del deporte, no puede dejar de revelarse que la dependencia de la voluntad del club para la concesión de la licencia a favor de un deportista subsiste, a todos los efectos, en el deporte aficionado. Naturalmente que determinados deportes, por su carácter colectivo o por la naturaleza de la propia competición, exigen la pertenencia de quien participa a un determinado club que es el que se inscribe y figura en la competición, y que, además, exigirá objetivamente la existencia de algunas limitaciones que hoy por hoy recogen estatutos y reglamentos federativos a modo de condición o requisito material de concesión de las licencias, con tal que aquéllas estén razonable y proporcionalmente justificadas para el mantenimiento de una equilibrada, regular y deseada igualdad de las partes en la competición, que podrán exigirse no para el otorgamiento de la licencia sino para la efectiva participación en la competición determinada que así lo disponga en su reglamentación. De esta manera, somos conscientes que el *cómodo+ control y observancia que supone la mera acreditación de la posesión de la licencia para determinados de estos requisitos *técnicos+ con vistas a una efectiva intervención o participación en la competición no puede implicar o hacerla depender de su misma concesión, sino que, en su caso, deberán sustituirse por otros medios que la propia organización federativa disponga al efecto, como comprobaciones previas por parte del organizador de las listas de participantes cerradas en el evento o prueba. En este orden de cosas, aunque desde la perspectiva de la libertad negativa de asociación, se ha puesto de manifiesto que, precisamente, porque las licencias se diligencian a través del club deportivo, aunque se admita que no hay que estar asociado a una federación deportiva para practicar un deporte competitivo oficial, con ello no se estaría eludiendo la obligatoriedad de asociación, pues si no hay obligación de asociarse directamente a la federación de que se trate, sí existe la obligación de asociarse a un club que estuviera, a su vez, asociado a dicha federación. Al final, el deportista, en última instancia, estaría asociado a dicha estructura federativa, toda vez que el club pertenece a la misma, compeliéndole, aunque de forma mediata Cpero compeliendo al fin y al caboC, a asociarse. De ahí que estimemos legítimo y justificado que nos cuestionemos la oportunidad o, si se prefiere, la legalidad de aquellas previsiones estatutarias que recogen como causa de extinción de la licencia federativa del deportista o técnico la finalización de su relación con el club o asociación al que pertenece. Esto nos parece aún más contradictorio en aquellos supuestos donde la baja en el club de pertenencia se produce por una causa ajena a su voluntad, como por ejemplo, la baja federativa del club acordada por la federación correspondiente. En tal caso, como en todos aquellos donde se produzca esta ruptura en el vínculo con la asociación de base, se prevé la imposibilidad de mantener la licencia federativa hasta el fin del período de validez, por lo que procede su cancelación, debiendo el 8 interesado inscribirse en otro club si desea seguir ostentando la licencia pero, claro está, concedida ex novo a favor de ese nuevo club. No debe desconocerse tampoco que la misma Cy sólo aparenteC simultaneidad que se produce por la intermediación del club al que se adhiere la persona que solicita la licencia, explica igualmente la desviación del sentido de la misma en determinadas modalidades deportivas, como es el caso del esquí. Una gran mayoría de esquiadores ocasionales, que no participan nunca en las competiciones oficiales organizadas por la federación, abonan la cuota de una licencia en razón de las ventajas que ésta comporta, especialmente del seguro que lleva aparejada. Se trata de una desviada utilización de la licencia, pues, ante todo, la solicitud de expedición de una licencia debe estar fundada en la voluntad de participar en las competiciones oficiales federativas, sobre la que deben mantenerse los efectos anudados a la posesión de la licencia. En nuestra opinión, la citada doctrina que en el ámbito del Derecho laboral, dadas las circunstancias concretas de dependencia de la relación contractual de la licencia deportiva originada por el Real Decreto 318/1981, determinó y sirvió para postular un concepto de licencia deportiva desvinculada absolutamente, en orden a los requisitos de su concesión, de las relaciones deportista-club, debe también hacerse extensiva al mismo fundamento de la publificación y consecuente expedición de las licencias deportivas por parte de las federaciones. Se trata de una finalidad e interés público sustentado en exclusividad en el derecho de acceso del ciudadano a la práctica deportiva organizada por las federaciones, al que no caben oponer, como condición suspensiva o resolutoria, vicisitudes más o menos fundadas derivadas de otra relación estricta de naturaleza privada entre el deportista y su club, ajena al marco de intervención pública en este ámbito, que deben acomodarse y quedar definitivamente residenciadas, en todo caso, en la concreta competición y ajena a la pura relación entre deportista y federación deportiva. Singularmente, en el deporte profesional, la licencia deportiva, como es notorio, queda supeditada a los vaivenes de los cumplimientos contractuales consuetudinarios de los clubes y los jugadores, por todos conocidos e impuestos por las asociaciones deportivas internacionales. No cabe duda que esta relación, con inequívocas implicaciones económicas y empresariales, es ajena por completo a la finalidad de la *nueva+ licencia federativa surgida con las leyes del deporte desde finales de los años de la década de 1980 a la actualidad. No hay que desconocer también que esta relación privada deportista y club, que se erige curiosamente en principal a la hora de iniciarse la propia con la asociación de segundo grado que determina la concesión de la licencia federativa, tiene una justificación, desde la perspectiva federativa, sustentada en fines recaudatorios por el deber del club o asociación deportiva de abono a la federación por cada inscripción de un jugador. Extremo éste que podría seguir manteniéndose con normalidad sin necesidad de condicionar ni implicar a la concesión o renovación de la licencia federativa. No cabe duda que esta relación deportista y club, sobre la que propugnamos una desvinculación con el régimen de acceso a la licencia federativa, podrá, por el contrario, seguir siendo objeto de reglamentación federativa, como función propia de la misma, así como cualesquiera otros derechos y obligaciones que inter partes puedan originarse como consecuencia o con ocasión de la licencia federativa. En definitiva, la aparente complejidad que la licencia deportiva comporta, como relación triangular, no es tal desde una perspectiva de la regulación pública en la materia, que sólo debe tener como finalidad el acceso a la competición oficial y la relación deportista y federación, sin otras consideraciones que perturben este ámbito de relación que no sean aquellos requisitos deportivos de mérito, capacidad y reglas objetivas de la competición concreta en la que se participe. Pues bien, el Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas, contiene, a nuestro entender, una insuficiente y deficiente regulación en este aspecto comentado, pues no sólo remite, sin 9 más, en primer término, a los estatutos y reglamentos federativos en cuanto a las condiciones de expedición y demás requisitos de la aquí cuestionada licencia federativa de los clubes y secciones deportivas, sino que también, en el caso de la licencia individual, serán *sólo+ los estatutos los que fijen los requisitos que deben cumplir los solicitantes. Una función pública delegada de esta trascendencia debe estar, en sus aspectos fundamentales y no sólo procedimentales, sujeta a una específica norma autonómica que defina y fije el ámbito subjetivo y objetivo de las licencias; sujetos destinatarios de la misma; requisitos y condiciones de concesión y renovación comunes y que no puedan ser excepcionados por aquellos otros que justificadamente se incluyan en estatutos o reglamentos federativos sólo con ocasión de su participación en la competición; clases; suspensión y extinción; etc. En cualquier caso, el mismo Decreto parece asumir la relevancia de la relación del deportista con su club, en orden a la concesión y vicisitudes de la licencia deportiva, apartándose de nuestra postura, cuando en el artículo 81.4 dispone que la licencia federativa de los deportistas será tramitada por el club. Previsión que, hasta lo que nosotros conocemos, no ha sido requerida por ninguna otra Comunidad Autónoma ni, por supuesto, el Estado. Formalmente no existe inconveniente que esto sea así, a favor de l propio jugador y de la misma organización federativa, siempre que no se subordine la concesión de la licencia solicitada por el club al cumplimiento y observancia de pactos anteriores o compromisos contractuales de éste, aspectos privados ajenos al objeto de la licencia y que deberán solucionarse por las partes implicadas y no con la denegación de la licencia al jugador. De tal suerte que lo importante para la concesión de la licencia tramitada por un club es el hecho que la solicitud tenga entrada, en primer término, en la federación y cumpla los requisitos básicos y generales para su otorgamiento (edad, aptitud médica, etc.), con pacto o contrato válido en nuestro Derecho entre el jugador y la asociación deportiva a la que se adscribe. Los eventuales desacuerdos en relación con este pacto o contrato deberán resolverse a través de fórmulas conciliadoras o de arbitraje, tan habituales en el deporte, o en vía judicial. La licencia no puede, no tiene, que erigirse en el instrumento de solución para estos conflictos jurídico-privados o cumplimiento de prácticas económicas contractuales deportivas. Añadir, para finalizar, que, como se ha expuesto, la complejidad que comporta el otorgamiento de una licencia, más allá de constituir título suficiente para participar en competiciones deportivas oficiales, hace derivar de ella unos compromisos asociativos y de aseguramientos que requieren inexcusablemente una capacidad de obrar del solicitante, conforme a las normas del Código civil. De ahí que estimemos inexcusable que para el menor no emancipado se deba exigir la autorización paterna o del representante legal del menor para suscribir la solicitud de la licencia deportiva. 10 II. Naturaleza jurídica. Análisis de su carácter autorizatorio La tradicional polémica en torno a la naturaleza jurídica de las licencias deportivas ha perdido hoy día, ciertamente, virtualidad, teniendo en cuenta fundamentalmente el compromiso adquirido por los poderes públicos y la publificación operada sobre la competición oficial. Pero, como bien ha manifestado Camps Povill, determinar la naturaleza jurídica de la licencia federativa ha resultado clave en el entramado jurídico del deporte, pues ello comportará también la misma naturaleza que se defienda de las federaciones deportivas, reproduciéndose aquí las tensiones conocidas entre lo público y lo privado y su adecuada delimitación y extensión. En Francia y al amparo de la Ley de Asociaciones de 1901, se había defendido inicialmente una teoría contractualista, con fundamento en el hecho que la licencia deportiva se firma por ambas partes, federación y deportista, a partir de lo cual dicho contrato se configuraría como de adhesión, tesseramento o de acto-condición, mediante el cual el titular de la licenza acepta de manera íntegra los estatutos y reglamentos federativos, sin discutirlos, contestarlos o incumplirlos, so pena de ser sancionado por ello. Pero una reiterada jurisprudencia del Consejo de Estado y una renovada doctrina del país vecino han dado al traste con esta superada postura. En efecto, sentencias como las de 23 de septiembre de 1988, 12 de mayo y 31 de mayo de 1989 del alto tribunal francés han determinado el carácter de la licencia como auténtico acto administrativo, alejando toda idea civilista o contractualista de la misma. Por su parte, la doctrina había seguido ya estos mismos derroteros, que desde hacía algún tiempo habían negado la tesis contractual, teniendo en común la defensa de una naturaleza administrativa de la licencia federativa, donde ésta resulta ser un acto administrativo dictado por la federación deportiva délégataire, lo que implicará naturalmente la aplicación de las reglas del Derecho administrativo y una misma defensa de la publificación de la actividad deportiva federativa. En España, nuestra doctrina sólo ha concebido a la licencia desde una perspectiva administrativa o, por lo menos, de naturaleza similar a ésta. El primer autor que aborda la naturaleza jurídica de las licencias es González Grimaldo, quien, tras conceptuar en sus justos términos a estos documentos, los equipara, de una manera acertada, a las *autorizaciones regladas+, aquellas que se otorgan, en términos del mismo autor, de forma automática cuando el interesado cumple todos y cada uno de los requisitos exigidos tanto en el orden procedimental como sustantivo. La licencia federativa equivaldría a una remoción de límites que no crea en su titular un derecho ex novo, sino que comporta la eliminación de los obstáculos que impiden un libre ejercicio, *pero que está en el patrimonio de cada individuo+. Concluye su magnífica exposición, argumentando que la licencia sería, de esta manera, una *función de policía+, en tanto en cuanto se considera que no puede ejercerse libremente cada deporte por razones de seguridad, peligrosidad, etc., lo que comporta la aplicación al caso de la misma construcción dogmática de las autorizaciones, la que sostiene que toda actividad de policía, en cuanto supone una inmisión en la libertad sometida a la reserva de ley, exige una ley formal que la autorice. De ahí que propugnara la necesidad que fuera la Ley, en sentido formal, la que atribuyera la potestad de policía a la organización deportiva y a su ordenamiento, señalando su alcance y la relevancia que el ordenamiento estatal ha de dar a las licencias y autorizaciones que otorguen las instancias deportivas. Esta idea de la actividad de policía que ostentaría la licencia federativa será retomada años más tarde por Monge Gil, quien así expresamente la califica, además, como típica. Para este autor, el ciudadano no tiene delimitado su derecho a la práctica del deporte, sino que la Administración impone a éstos el cumplimiento del requisito de la licencia federativa para poder acceder a las ventajas ofrecidas a quienes se someten al régimen establecido en la entonces vigente Ley General de la Cultura Física y Deporte de 31 de marzo de 1980, sin que se exija esta licencia a aquellos ciudadanos que deseen practicar una modalidad deportiva al margen del régimen de la indicada Ley. Se insiste en que la concesión de la licencia no es un acto discrecional por parte del órgano competente, sino que estaría sometido al cumplimiento de unos requisitos preestablecidos (acto reglado), siendo, simplemente, un sistema de control y una fuente de ingresos. 11 Obsérvese que, para estos autores, la actividad de policía que justificaría la expedición de la licencia se centra, al margen de los efectos recaudatorios, en el control, seguridad, policía, etc., algo que hoy por hoy es propio de otros títulos de intervención administrativa distinta a la licencia federativa. Curiosamente, si de alguna manera compartimos las poderosas razones que movieron a estos autores a intentar publificar o administrativizar a la licencia, como parte fundamental del sistema federativo, objetivizando así sus condiciones y requisitos, acogiendo títulos de intervención propios de la policía de espectáculos y la seguridad pública, debe señalarse, no obstante, que a partir de las leyes del deporte de la década de los años 1990 la licencia deportiva adquiere carta de naturaleza propia, es título de intervención administrativa per se; primero porque la competición oficial es de titularidad pública, para cuya participación, al ciudadano, como contraprestación de las ventajas públicas ofrecidas, se le exige esta misma autorización reglada. Este es el fundamento principal del título de intervención que la licencia deportiva recobra, algo que si bien compartieron siempre las federaciones deportivas, desde luego, no fue su causa principal, sino el control del deportista, de la competición y de las relaciones inter partes. No quiere decirse que la licencia deportiva no pueda ostentar como contenido aspectos concernientes a la salud y seguridad de los deportistas y que se deba con ella, en la medida de lo posible, facilitarse y regularizarse la buena armonía y el equilibrio de la competición, máxime cuando ésta es también pública; pero, insistimos, este no es el fundamento de la licencia deportiva sino el contenido que se desea otorgarle. Lo que motiva esta habilitación, ya desde la perspectiva de los poderes públicos, es el hecho que una actividad de interés público, cuya titularidad corresponde por Ley a las Administraciones públicas y cuyo ejercicio delegado corresponde monopolísticamente a las federaciones deportivas, requiera de una previa autorización, de naturaleza evidentemente también administrativa, para participar y beneficiarse de la misma. Desde luego, nadie dudaría, en primer término, de la naturaleza pública y administrativa de las licencias deportivas expedidas directamente por las mismas Administraciones públicas, como acontece en las competiciones escolares y universitarias. Del mismo modo, resulta pacífica otorgar tal naturaleza en aquellas Comunidades Autónomas donde la expedición y tramitación de las licencias federativas se configuran como función pública delegada de carácter administrativo, como son los casos conocidos de Galicia, Islas Baleares, Aragón, Castilla-La Mancha, País Vasco y, por supuesto, Andalucía. Incluso, como bien fundamenta Agirreazkuénaga, en aquellas otras leyes del deporte donde nada se expresa sobre la naturaleza jurídica de las licencias federativas pero se administrativiza y publifica la competición oficial, también puede afirmarse que ésta *arrastra+ la de aquélla, al formar parte integrante y fundamental del marco general de la misma. Esto parece, como afirma este autor, lo más razonable, teniendo en cuenta, en efecto, que los regímenes disciplinarios deportivos (también públicos y administrativos) prevén la sanción de suspensión o privación de la licencia federativa como ejercicio de funciones públicas, hecho éste que se refuerza por el dato constatado en casi todas las legislaciones autonómicas que la expedición de las licencias tienen un carácter reglado, mediante el cual, pasado el plazo previsto de su otorgamiento (que, como es sabido, varía en el Estado y las Comunidades Autónomas, y entre éstas) sin resolución expresa, se entenderá otorgada por silencio administrativo. En cualquier caso, y dentro de esta misma racionalidad propugnada a favor de la naturaleza jurídica pública y administrativa de las licencias federativas, no resultaría lógico que el instrumento de acceso a la competición oficial se mantuviera ajeno a la publificación operada y perseguida por el legislador para la actividad deportiva oficial y de aquellos medios y recursos también públicos que la hacen posible. Ahora bien, otros autores, partiendo de una fundamentada crítica a la sustantiva y propia regulación jurídica del Real Decreto 1835/1991, de 20 diciembre, en relación con las previsiones de la Ley del Deporte de 1990 (yo diría que el problema parte más bien de la misma Ley, en cuanto es imprecisa e insuficiente en esta materia), relativa a las funciones públicas delegadas, mantienen que la expedición de licencias no puede considerarse incluida dentro de ese marco general que comprende la organización de la competición oficial, sin perjuicio de resaltar su evidente papel en la misma. En este sentido, los problemas de su denegación no correspondería asumirse en vía de recurso a la 12 Administración pública, debiendo dilucidarse dentro de la faz privada y controladas por los tribunales ordinarios a los que corresponderá, en última instancia, determinar si el planteamiento federativo se ajusta o no al ordenamiento jurídico. Esta corriente de opinión se ve acompasada con una serie de recientes pronunciamientos jurisprudenciales, que provienen en su mayoría del orden social, que han cuestionado (en nuestra opinión, de manera definitiva e irreversible) la naturaleza administrativa de la licencia federativa en el ámbito profesional y, con ello, su misma existencia autónoma del contrato de trabajo, si bien la cuestión sigue vigente, en cierta medida, en cuanto al deporte aficionado en aquellos ordenamientos jurídico-deportivos que, insistimos, no califican de manera expresa como función pública a la expedición de las licencias deportivas. Mayor dificultad, si cabe, para otorgar esta naturaleza pública se encuentra en aquellos ordenamientos jurídico-deportivos autonómicos que no reconocen el ejercicio de funciones públicas delegadas (ni de la licencia ni de ninguna otra función) por parte de las federaciones deportivas. Es claramente, en primer término, Cataluña, por lo menos hasta la entrada en vigor de la conocida Ley 8/1999, de 30 de julio, donde si bien se sigue sin declararse formalmente este ejercicio delegado de funciones públicas por parte de las federaciones deportivas catalanas se ha operado, en cambio, una verdadera publificación total de la actividad deportiva competitiva, permitiendo el control administrativo por parte del nuevo Tribunal Catalán del Deporte en asuntos y actos federativos relativos al ámbito competitivo. No obstante, con anterioridad a esta trascendente reforma, el Decreto de 22 de marzo de 1994 preveía como función propia de las federaciones deportivas, como todas las demás, la expedición de licencias deportivas. Del mismo modo, hay que configurarlas como actos propios y sometidas a un régimen jurídico-privado la expedición de las licencias de las federaciones deportivas castellano-leonesas. Por último, puede citarse también, entre los escasos supuestos de un reconocimiento público relativo a la naturaleza privada de las licencias, al País Vasco, lógicamente antes de la Ley vigente de 11 de junio de 1998. En esta Comunidad Autónoma, el Decreto 265/1990, de 9 de octubre, había configurado a la organización de la competición oficial y la tramitación y expedición de las licencias como funciones federativas ajena a todo carácter administrativo [arts. 12. b) y d), y 13.c) y f)], sin perjuicio de la eventual intervención de la Dirección General de Deportes en los supuestos de conflicto entre federaciones territoriales y vascas, incluidos los relativos a las licencias. Así se reconocía por algún autor que los problemas de validez con las licencias federativas se ventilaban ante la jurisdicción ordinaria. No obstante, como resaltó Agirreazkuénaga, el artículo 38.2 de la derogada Ley 5/1988 preveía la intervención y decisión administrativa de la Dirección General de Deportes del Gobierno Vasco en aquellos conflictos interfederativos que pudieran suscitarse con cualquier ámbito deportivo, incluidos los relativos a las licencias deportivas, con lo que, finalmente, podían resultar publificados. Este aspecto fue ya observado, con anterioridad, por el propio Landaberea, cuando sugería y proponía, al hilo del artículo 32.d) del Decreto 7/1989, de 10 de enero, de Disciplina Deportiva que *el Comité Vasco de Justicia Deportiva agotaría la vía administrativa en todos los conflictos de orden deportivo (sanciones, ascensos de categoría, elecciones, licencias deportivas, irregularidades de federativos, etc.), evitando la diferenciación y confusión de vías, pues unos conflictos, los no disciplinarios deben dilucidarse ante la jurisdicción civil y otros, los disciplinarios ante la Jurisdicción contenciosoadministrativa después de agotar la vía administrativa+. Hoy, como es sabido, dicha sugerencia es una realidad legislativa contenida en algunas leyes autonómicas, como la 8/1995, de 2 de mayo, de La Rioja; 14/1998, de 11 de junio, del Deporte del País Vasco; 11/1997, de 22 de agosto, General del Deporte de Galicia; y 8/1999, de 30 de julio, de reforma de la Ley 8/1988, de 7 de abril, del Deporte en Cataluña. Una solución ésta que nos parece más adecuada, en cuanto conoce en vía administrativa el órgano especializado encargado de ese concepto, cada vez más elástico pero también indeterminado, de la disciplina deportiva, en lugar del órgano administrativo genérico de la Consejería o Departamento correspondiente competente en materia de deporte. La problemática se acentúa, pues, en aquellas legislaciones del deporte que no reconocen de manera expresa que la expedición y tramitación de las licencias federativa es una función pública delegada, lo 13 que se incrementa con una exclusión del ámbito competencial en vía de recurso por parte de los distintos Comités de Disciplina Deportiva dependientes de la Administración correspondiente, al otorgárseles únicamente la potestad disciplinaria deportiva y, en su caso, electoral, si bien, por fortuna, algunas previsiones legislativas van reconociéndoles una más amplia competencia al incluir la materia de interpretación de la normativa sobre licencias y otros aspectos relacionados, como los vínculos de los deportistas con sus clubes o los derechos de formación. No es el caso, por ejemplo, del Comité Español de Disciplina Deportiva que en incontables resoluciones se ha declarado incompetente porque no es materia disciplinaria, por entrar en el ámbito de la gestión de la competición. Aunque el Comité ha reconocido, en alguna ocasión, que esta materia de licencias es administrativa, en otras resoluciones ha manifestado, sorprendentemente, que se tratan de cuestiones que afectan a las relaciones entre la federación deportiva española y un federado, por lo que de la impugnación de las licencias *correspondería su conocimiento, en su caso, a la jurisdicción ordinaria+ o, en otra expresión, *ante la jurisdicción ordinaria competente+. Sin embargo, entendemos que resulta insuficiente y se compadece mal con las funciones públicas delegadas, de manera especial con la organización de las competiciones oficiales, otorgar exclusivamente competencias al órgano de la Administración para conocer de los recursos relativos a la disciplina deportiva, puesto que desde una justa dimensión pública del deporte federado no es posible diseccionar una parte importante de la competición, como es la disciplina deportiva que rige sobre la misma, del resto de los elementos que la conforman, de tal manera que no encuentra justificación que las normas organizativas, entre las que deben incluirse las previsiones de la licencia, queden al margen del control del único órgano administrativo especializado en Derecho deportivo. La prueba está en la paradoja que se da, de hecho, cuando, a pesar de las citadas resoluciones del Comité Español de Disciplina Deportiva declarando su incompetencia, en el momento en el que la sanción disciplinaria deportiva viene motivada por la comisión de una infracción que deriva de una transgresión de normas federativas organizativas, no ha tenido más remedio que entrar a conocer de las vicisitudes y ajuste a Derecho de esas normas. El supuesto paradigmático lo constituye la alineación indebida en partidos que trae su causa en irregularidades de la licencia del deportista. )Cómo es posible conocer de una sanción por alineación indebida sin entrar a conocer del motivo que lo provoca, esto es, del empleo indebido de la licencia federativa? Desde luego, la doctrina del Comité Español de Disciplina Deportiva ha sido clara hasta ahora: no es de la competencia de los órganos disciplinarios decidir sobre la legalidad o no de los actos federativos, a excepción que ellos mismos constituyan infracción disciplinaria, así como que no es posible imputar una infracción disciplinaria a un club o jugador cuando su actuación se basa en un acto de órgano federativo competente, incluso cuando éste resultare anulable en la vía correspondiente, pues ello implicaría destruir toda seguridad jurídica haciendo recaer sobre los clubes la obligación de una especial diligencia para subsanar. En consecuencia, continúa argumentando, no cabe estimar la comisión de una infracción cuando un jugador o el club, sin mediar por su parte dolo o fraude alguno, ven amparada su actuación por una decisión federativa no ajustada inicialmente al ordenamiento jurídico deportivo hasta tanto no sea revocada. En cualquier caso, este elevado número de resoluciones declarando la inadmisibilidad de las pretensiones de los recurrentes por no afectar al ámbito objetivo de la disciplina deportiva, nos da una idea aproximada de la confusión reinante sobre la naturaleza y competencias de los órganos federativos en relación con ciertas funciones, típicamente sujetas a un inequívoco interés público, con o sin expresa calificación de su carácter público, que motiva y convierte en un verdadero calvario el peregrinaje al que se someten los interesados. Parece ya pacífico, según lo expuesto, la generalizada conceptualización jurídica del carácter público y administrativo de las licencias federativas, un nomen iuris que implica, claro está, la aplicación de los principios y régimen del Derecho administrativo, el control de los órganos administrativos de la Administración y la competencia de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa en la materia, aunque esto último, como se ha tenido y tendrá ocasión de ver, no siempre ha acontecido en tal sentido. El control administrativo, en vía de recurso, de los actos dictados por las federaciones deportivas sobre las licencias, debe ser efectivo, siguiendo escrupulosamente las previsiones que al respecto sigue el 14 régimen establecido para las funciones públicas delegadas, en cuanto a tutela y control de dichos actos. No cabe duda que en esta materia es bien conocida la problemática que subyace en relación con los actos dictados por aquellas entidades instrumentales de naturaleza privada en el ejercicio de funciones públicas delegadas, sobre de su verdadera consideración de actos administrativos, su sometimiento a la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, y el conocimiento y competencia de los mismos por parte de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa. La doctrina administrativista no es pacífica en esta materia. Así, García de Enterría, García Trevijano Fos, T. R. Fernández, Lliset Borrell o Sainz Moreno se muestran firmes partidarios de considerar a los actos emanados de particulares que ejercen funciones públicas delegadas como actos administrativos y, en consecuencia, susceptibles de recurso contencioso-administrativo; opiniones que no comparten otros autores, como Entrena Cuesta, González Pérez y Garrido Falla. La polémica recobra nueva dimensión cuando de federaciones deportivas se trata. Así, y ante la falta de una regulación legal que despeje incertidumbres sobre la naturaleza de sus actos, se ha llegado a calificar al recurso contra sus resoluciones como una *cuasi alzada impropia+. Otros autores prefieren, sin ambages, la denominación de *recurso ordinario federativo+. Por lo demás, Camps Povill se muestra partidario de considerar a los actos federativos como verdaderos actos administrativos. Es, en cambio, escéptico Bermejo Vera, que opina que *no parece acertado denominar Arecurso ordinario@ el que pueda plantearse ante la Dirección General de Deportes contra actos federativos+, pues entiende que las relaciones entre Administración autonómica y Federaciones deportivas no son de jerarquía sino de *supremacía especial+ que implican las competencias de coordinación y control de la primera sobre las segundas, *pero que no habilitan para impartir órdenes o instrucciones que son las notas cualificadoras de la relación jerárquica+. No es de la misma opinión Osorio Iturmendi, quien admite, atendiendo a los términos tutela y coordinación como implicación de una relación cuasi-jerárquica y de dirección, que el Consejo Superior de Deportes dirija circulares o instrucciones a las Federaciones Deportivas en relación con las funciones públicas de carácter administrativo delegadas. Por nuestra parte, somos partidarios de entender que los actos de los delegados, llámense como se llamen, teniendo en cuenta que se dictan en el ejercicio de funciones públicas, son actos materialmente administrativos, a los que son susceptibles de aplicárseles los principios e incluso las normas sustantivas jurídico-públicas del acto y del procedimiento administrativo y son, finalmente, susceptibles de recurso, con esta misma configuración, ante la Administración tutelante. Respecto a la relación cuasijerárquica o de supremacía especial, hay que convenir que en este caso debe atenderse en concreto a cada ordenamiento jurídico-deportivo para decantarse por la posibilidad que la Administración pueda incluso dictar directrices, circulares e instrucciones a las federaciones deportivas en el modo y finalidad que se pretenden con las funciones públicas delegadas. Y, en el caso de Andalucía, esta posibilidad es una realidad, a la vista del régimen jurídico de las funciones públicas de la Ley 6/1998, de 14 de diciembre, del Deporte, donde se prevé, incluso, la técnica de la avocación, figurando la posición de la Administración mucho más allá de la *suave+ tutela, para adentrarse en una dirección y control (art. 28.2 DEDA) sobre el efectivo ejercicio federativo de las funciones públicas delegadas. Pero al margen de la problemática planteada, más teórica que real, se estima adecuado considerar una naturaleza autorizatoria de las licencias deportivas, como típica acción administrativa en la ordenación y configuración de la competición oficial de titularidad pública. Tal calificación es acorde con la teoría general del Derecho administrativo de estos actos administrativos, de manera clásica enmarcada en la actividad de policía y paulatinamente abandonada por el más genérico de ordenación de la actividad privada u Ordnungsverwaltung, de una autorización con funcionalidad operativa, que hace nacer en la esfera jurídica de sus destinatarios privados derechos, facultades, poderes nuevos hasta entonces inexistentes, o bien eliminan, como es el caso, limitaciones que, en el plano de la validez, afectaban a 15 su extensión o a su desenvolvimiento. Así se expresan García de Enterría y T.-R. Fernández, para quienes el ejercicio de determinadas actividades privadas, sujetas a una necesidad de reglamentación, requieren de limitaciones de derechos mediante la intervención administrativa que presta su consentimiento a través de diversas técnicas como la de autorizaciones, permisos, licencias, visados, habilitaciones, inscripciones, etc. Esta variedad siempre ha dificultado una búsqueda unitaria del concepto, aunque pacíficamente se ha acudido a la autorización como verdadero genus de todas ellas. Como es sabido, dos han sido las construcciones clásicas sobre las autorizaciones, una representada por Otto Mayer (1895), para quien el acto administrativo levantaría la prohibición preventivamente establecida por la norma de policía, previa comprobación que no produce perturbación al buen orden, con lo que se restablecía la libertad inicial del sujeto autorizado; la otra, de Ranelletti (1893), partía de la preexistencia de un derecho del sujeto autorizado que con la autorización sólo removería límites que opone el interés público. Para esta teoría, la autorización ostentaría un evidente carácter declarativo y no constitutivo, como acontece con la concesión o incluso con el acto de habilitación. Como ha asegurado Villar Palasí, la autorización lo constituye un acto de habilitación en virtud del cual, previa comprobación que el particular reúne unos determinados requisitos preestablecidos, se le permite el ejercicio de una actividad. No obstante, pronto surgieron algunos factores que pondrían en crisis esta teoría clásica, como fueron la intensa discrecionalidad administrativa, las limitaciones tasadas en el número de autorizaciones o la superación del típico ámbito de desenvolvimiento del acto autorizatorio, que han hecho dudar de la existencia de un verdadero derecho preexistente del sujeto autorizado, con excepción de las denominadas autorizaciones regladas. Las autorizaciones, como actos de la Administración que consienten al particular el ejercicio de una actividad inicialmente prohibida que constituye una situación jurídica, serían más bien, desde la perspectiva positiva, un deber o carga del particular a cuya obtención se condiciona la actividad que se pretende realizar. En este sentido ya lo expresó Santamaría Pastor, en relación con los colegios profesionales, al entender que *la obligación de pertenencia a ellos se configura técnicamente en este caso como una carga; no para el ejercicio del derecho de asociación, sino para el ejercicio de una profesión titulada+. Unas consideraciones después retomadas y llevadas al ámbito del deporte federado por otros autores, aunque para Agirreazkuénaga se trata, sin más, de una obligatoriedad en la incorporación a las federación y sólo eufemísticamente puede disfrazarse como una mera carga. Se trata, en definitiva, de determinar si la actividad o el ejercicio del derecho o libertad cumplen las exigencias legales o reglamentarias, adecuando así la iniciativa del particular con el interés público. En este sentido, el concepto de autorización debe limitarse a los supuestos en que no hay limitación en el número de los beneficiarios del derecho o actividad ejercida ni discrecionalidad en su otorgamiento, pues éstas son los elementos propios de la concesión administrativa. Atendiendo a las diferentes clasificaciones, la licencia deportiva podría, en primer término, incluirse entre las denominadas de funcionamiento, que no sólo tienen por finalidad el control de la actividad autorizada de manera episódica sino que además, con ella, se encauza positivamente la actividad deportiva, según las normas jurídicas que al efecto ordenan la competición, lo que admitirá para su conservación y renovación el cumplimiento de ciertos requisitos deportivos. Se trataría, además, de una autorización para una actividad, en principio, indefinida o relación prolongada entre deportista federado y federación, implicando facultades o poderes de supervisión y control, pudiendo admitirse en supuestos extremos la revocación. Ni que decir tiene que se configuraría entre las autorizaciones regladas y personales, tanto en su contenido como en su otorgamiento, como así se han encargado expresamente de mencionarse en las distintas leyes del deporte, es decir, que la federación no es libre para decidir si otorga o no la licencia, pues deben ser las leyes y reglamentos las que indiquen y ordenen cuándo debe otorgarla y cuándo negarla, sin que se puedan añadir nuevas condiciones que el ordenamiento jurídico no impone. De tal manera que siendo la licencia un acto de remoción de límites de un derecho subjetivo preexistente o, si se prefiere, de intereses legítimos o expectativas de derecho, el acto denegatorio de la misma tiene la naturaleza de acto limitativo de ese derecho, interés o expectativa cuyo ejercicio impide y por ello debe ser motivado, señalándose los hechos o circunstancias 16 concurrentes en el objeto de la autorización cuestionada que sean contrarios a la legalidad vigente. Por último, que sea una autorización intuitus o ratione personae se entiende desde el momento en que la licencia se vincula a quien siendo su titular ejercita la actividad deportiva, determinando las cualidades personales del peticionario, pudiendo vincularse la observación de éstas al mantenimiento o renovación de las mismas. La aplicación de la técnica autorizatoria administrativa a las licencias deportivas se compadece íntimamente con la titularidad pública de la organización de la competición oficial y de la expedición misma de las autorizaciones, fuertemente reglamentadas vía delegación ex lege por parte de las federaciones deportivas, sin perjuicio que algunos autores encajen esta delegación de funciones públicas más bien en lo que se conoce como servicio privado de interés público o, tautológicamente, servicio público impropio, con no pocos ejemplos en estos casos de autorizaciones administrativas, pero cuyas diluidas fronteras con la estricta actividad administrativa de colaboración de los particulares son puestas de manifiesto, una y otra vez, por nuestra doctrina. En definitiva, lo trascendente, además de la autorización consistente en la licencia deportiva, no es sólo que la misma tiene evidentemente una naturaleza pública y administrativa sino que con ella se va ejercer una actividad deportiva sustancial e intensamente ordenada y regulada por la Administración, como es la competición oficial. Esta presencia permanente del interés público en la actividad desplegada por el deportista hace, precisamente, que dicha autorización sea de las conocidas como de tracto sucesivo, fundamento que preferimos al manido Cy no a veces justificado recurso fácilC de las relaciones especiales de sujeción. Como ha manifestado Fuertes López, *los parámetros que se utilicen para analizar las peticiones de afiliación y el otorgamiento de la consiguiente licencia están teñidos de un diáfano interés público, a saber: materializar el principio constitucional de fomentar el deporte, y no de un eventual interés privado dirigido, por ejemplo, a obtener un número mayor o menor de miembros. [...] no debe existir ninguna duda acerca del carácter público de esta actuación federativa+. De ahí, también, el consiguiente monopolio federativo, bien vía delegación de funciones públicas o bien por atribución exclusiva de competencias en la materia. 17 III. Régimen jurídico A. La licencia deportiva y la problemática del régimen de acceso a la actividad y competición oficial Como se ha manifestado, somos partidarios de una licencia deportiva que sea considerada como sinónimo de habilitación general para la práctica deportiva oficial, desligada de las vicisitudes y requisitos reglamentarios federativos que regulan la competición oficial concreta donde participe el deportista. El debido control y cumplimiento de requisitos particulares que vengan justificados suficientemente por la naturaleza de la competición, deberán, en todo caso, efectuarse ex post a la concesión de la licencia federativa De tal manera que la posesión de la licencia deportiva, aunque documento imprescindible y necesario para participar en competición oficial, no basta para ser alineado o participar en el campeonato, liga, encuentro o prueba correspondiente; se requiere, además, proceder a la concreta inscripción en dichas competiciones, pudiendo, en este caso, ver limitada, también, su concreto acceso exclusivamente por méritos o niveles deportivos. En este sentido, debe evitarse cualquier reglamentación federativa que prevea en un sólo procedimiento la tramitación de la licencia y también la inscripción en la concreta actividad o competición oficial. Y esto porque los actos de uno y otro procedimiento corresponden a funciones públicas delegadas bien distintas: por una parte, a la expedición y tramitación de la licencia y, por otra, a la organización de las competiciones oficiales. No obstante, cierta regulación federativa parte de la identificación y absorción de la licencia con la inscripción del club de pertenencia del deportista, generándose así la idea de una licencia no como habilitación general para participación en cualesquiera actividades y competiciones oficiales que pudieran celebrarse correspondiente a su clase y categoría sino como licencia que se expide para una específica y concreta alineación del jugador en el encuentro determinado. Como se ha postulado, debe evitarse esta confusión de procedimientos que no responden, dada la distinta naturaleza del derecho que en ellos se conocen, a la regulación del ordenamiento jurídico-deportivo, que sólo permiten generar inseguridad y, a la postre, indefensión de los interesados. En principio, y tras el cumplimiento de estos requisitos de méritos deportivos para el acceso a la competición oficial, si así lo especifican las normas de organización de la competición, la concesión de la licencia vendría regida por el principio general de libre acceso a todas las competiciones oficiales o, en su caso, de las actividades oficiales (caso de la espeleología y el montañismo), según la modalidad deportiva por ella amparada, como materialización indiscutible del derecho a la práctica deportiva competitiva fomentada por los poderes públicos. Como ha puesto de relieve la Declaración de Niza, en lo relativo a la práctica del deporte aficionado y deporte para todos, *la actividad deportiva debe ponerse al alcance de todas las personas, respetando las aspiraciones y capacidad de cada uno y con toda la diversidad de prácticas competitivas o de ocio, organizadas o individuales+. Se deja bien claro que si se apuesta a favor de la autonomía de las organizaciones deportivas y de su derecho de autoorganización, el reconocimiento de las mismas pasa por su conformación con el Derecho nacional y comunitario, que funcionen de forma democrática y transparente, y en este contexto se reconocerá igualmente su misión de organizar y promover su disciplina, en particular respecto de las *normas que atañen específicamente al deporte y de la constitución de los equipos nacionales+. Es cierto en parte, como aseguran Parisis y Fernández Salas, que limitar el acceso a una competición significa una desnaturalización del deporte, si bien, como ellos mismos reconocen, permitir la libertad absoluta de acceso puede provocar situaciones absurdas. Hay competiciones que necesariamente implican la aceptación de restricciones a este libre acceso para garantizar el nivel deportivo de calidad, susceptible además o en su caso de permitir una explotación económica adecuada. Pero de nuevo, se insiste, que estas restricciones sólo pueden basarse en criterios objetivos de aptitud, proporcionados, dado que, en caso contrario, el carácter competitivo del deporte se desnaturalizaría. Ciertamente que la consecución de esta aptitud deportiva que permite acceder a la competición oficial o hacerlo en un determinado nivel varía casuísticamente de una modalidad deportiva a otra. 18 Desde luego, en la concesión de las licencias y el consiguiente acceso a la competición oficial no pueden establecerse discriminaciones de ningún tipo, proscritas en nuestra propia Constitución (art. 14) y en algunos tratados internacionales suscritos por España (significativamente, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas, en su art. 21.1), por afectar a derechos fundamentales de la persona, por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, sin perjuicio, como se verá, de las eventuales modulaciones en algunas de estas circunstancias que figuran en estatutos y reglamentos federativos. En general, esta prohibición de discriminación se contiene en algunas normas deportivas, tanto de ámbito estatal, como el Real Decreto 1835/1991, de 20 de diciembre, sobre Federaciones Deportivas Españolas y Registro de Asociaciones Deportivas (art. 41), sin perjuicio de la proscripción de alguna de sus más detestables manifestaciones que figuran en la propia Ley 10/1990, de 15 de octubre, del Deporte [art. 76.1.g)], como también de ámbito autonómico, como, por ejemplo, en el Decreto 109/1996, de 23 de julio, de regulación de las Federaciones Deportivas de Castilla-La Mancha (art. 31.3), en similares términos a la declaración estatal, o en la misma exposición de motivos de la Ley 6/1998, de 14 de diciembre, del Deporte de Andalucía, en orden a la práctica del deporte *de manera libre y voluntaria en condiciones de igualdad y sin discriminación+. En primer término, debe señalarse que la obtención de la licencia es voluntaria, depende de la exclusiva decisión personal del deportista, a petición propia. Precisamente, una de las características fundamentales que determina la naturaleza jurídica de la licencia deportiva es que la misma debe venir dada por la libre y voluntaria manifestación del solicitante de obtenerla y que le permita inexcusablemente su acceso a la organización federativa y a las competiciones oficiales. Esto trae como consecuencia que el mero hecho que un deportista forme parte de un club federado y practique una modalidad deportiva no implique necesariamente que deba estar en posesión de la licencia federativa, puesto que sólo acontecerá cuando así voluntariamente desee participar en competiciones oficiales. Por ello, no resulta acorde con la normativa deportiva que en algún estatuto federativo, como el de golf, se disponga que los clubes y asociaciones *deberán comprometerse a exigir la presentación de la licencia en vigor en España a toda persona, cualquiera que sea su nacionalidad, que quiera utilizar las instalaciones dependientes de aquéllos+ (art. 11.1). Es pacífico también que debe huirse de escoger a la licencia como instrumento para otros fines, aunque puedan ser perfectamente lícitos, que se aparten de su finalidad fundamental, como es permitir la participación en la competición oficial. De ahí que no veamos correcta la asignación de fines ajenos a esta idea y que se apartan de su inequívoco objeto, como es el caso de la *licencia de honor+ y aún menos justificado que se otorgue a quienes, sin estar en posesión de la licencia federativa, se distingan por su acreditada actuación a favor del deporte en cuestión. Entendemos que hay medios más adecuados, suficientes y específicos en tal sentido en orden a valorar convenientemente los méritos deportivos, como recompensas, diplomas, acreditaciones o condecoraciones, y, en cualquier caso, debiera de no emplearse la denominación de licencia para tal documento meritorio de acreditación. Pero claro está, la problemática en cuanto a las condiciones de concesión de la licencia no viene dada por el hecho de que éstas sean manifiestamente discriminatorias, sino porque entre o tras los asépticos y denominados requisitos técnicos o deportivos (edad, sexo, peso o nivel deportivo) puedan esconderse prácticas discriminatorias vedadas por el ordenamiento jurídico. Si bien algunos de ellos son necesarios e imprescindibles para la protección de determinados derechos básicos, como los límites mínimos de edad en boxeo (prohibido en países como Suecia, Noruega o Islandia) o halterofilia, o máximos para determinados colectivos de árbitros o jueces de algunos deportes, en muchos otros, en cambio, bajo el paraguas de la igualdad y equilibrio en la competición, de la par conditio, carecen objetivamente de toda justificación. El principal escollo, no obstante, consiste en la asimilación o traslación por parte de las federaciones de las condiciones exigidas para la práctica e intervención directa en la competición, a través de la inscripción, con las propias de la concesión de la licencia federativa. De ahí que, como ya 19 se insistido, el binomio consistente en que las normas que regulan el acceso a la competición son las normas que regulan la obtención de la licencia deportiva en cada una de sus modalidades deba ir poco a poco superándose, puesto que son ámbitos no coincidentes, desde el mismo momento que el ordenamiento jurídico ha asignado a la posesión de una licencia federativa un verdadero estatuto de derechos y deberes, de vínculo jurídico de integración con la federación, más allá de su inicial objeto y principal consecuencia como es la de permitir su participación en la competición oficial. Aquí, abogamos, una vez más, para que todo deportista que lo desee sea titular de una licencia expedida por la federación y sólo con posterioridad podrá exigírsele en la prueba o competición, para su concreta participación, aquellas condiciones particulares que justificadamente así se disponga, pero que no por ello le excluyan de la expedición de la misma licencia. En consecuencia, la obtención de una licencia no debe tener problema alguno, según el principio de libertad e igualdad que rigen su concesión; de hecho, el principio general de las propias federaciones deportivas es conseguir el mayor número de afiliados posible. Otra cosa será, se insiste, su participación en competiciones determinadas. Normalmente, las federaciones deportivas contienen una reglamentación tanto más restrictiva cuanto mayor es el nivel de la competición. Pero, como se ha expresado, no todas las restricciones para la concesión de la licencia y de acceso a la competición están justificadas y, en otro caso, aun estando legítimamente fundadas pueden derivar en flagrantes abusos, lo que pondrá en entredicho la existencia del verdadero derecho de acceso a las competiciones, que, hoy por hoy, está jurídicamente protegido y garantizado, al que debe reconocerse, como lo ha hecho la jurisprudencia francesa, la condición y valor de un principio general del Derecho. Quiere esto decir que las reglas de organización de las competiciones, y especialmente aquellas que fijan las condiciones de expedición de las licencias o de las reglas de calificación para la participación, no pueden ser legalmente dictadas con menoscabo de los derechos anudados a la libertad de acceso para todas las competiciones. El reconocimiento del principio de la libertad de acceso obliga a que las federaciones deportivas, en los reglamentos que adopten, respeten el principio de igualdad. Libertad de acceso implica igualdad en el acceso. Esto no implica necesariamente que las federaciones deportivas no puedan, sobre todo en el deporte de alto nivel, subordinar el acceso a la competición a determinadas condiciones, pero siempre que estas diferencias de tratamiento entre las categorías deportivas estén justificadas por las diferencias de situación. Tampoco debemos ser ajenos al hecho que una denegación de la licencia no sólo afecta al propio deportista, puesto que no puede participar en la competición oficial, sino evidentemente también al propio equipo deportivo del club al que, en su caso, pertenezca. De tal manera que, incluso, una eventual negativa a expedir determinas licencias federativas a deportistas de un mismo equipo puede dar lugar de facto a denegar también la misma participación de dicho club en la competición y a la que, sin embargo, tiene derecho por méritos deportivos. En resumidas cuentas, la licencia implica habilitación general para todas las actividades y competiciones deportivas oficiales que organice la federación correspondiente, según la categoría adscrita, pudiendo sólo y posteriormente restringirse el acceso a competiciones determinadas y por causas justificadas. ¿Cuál es el criterio que permitiría discernir entre las condiciones restrictivas abusivas y que lesionan el libre acceso a la competición, de aquellas otras que no traen tal consecuencia y son adecuadas y necesarias para su buen desarrollo? En principio, las restricciones que sean razonables a las competiciones no implican, en principio, lesión alguna a la libertad de acceso a la competición. Imaginemos, por ejemplo, el requisito imprescindible de saber nadar para participar en modalidades deportivas como natación o piragüismo, necesario en un caso o justificado sobradamente en el otro, por el medio donde se practica el deporte. Ahora bien, el dato a tener en cuenta estaría en el carácter excesivo de las restricciones para conseguir los objetivos perseguidos. Debe existir un necesario equilibrio entre la protección y salvaguardia de la libertad de acceso a la competición oficial y el consiguiente derecho a la obtención de la licencia federativa con la necesidad que tienen las 20 federaciones deportivas por asegurar la conservación de las competencias y funciones que tienen asignadas, especialmente de los intereses y mantenimiento de las competiciones. No hay, en cambio, una fórmula general que permita exponer un criterio común y válido en todos los supuestos, dada la tremenda variedad de condiciones y requisitos que pueden establecerse en cada modalidad y especialidad deportiva. De ahí que, por ejemplo, el artículo 25.1 del Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas, remita, en cuanto a estas condiciones de expedición y demás requisitos de la licencia, a lo previsto en los estatutos y reglamentos federativos, de acuerdo con lo dispuesto en el propio Decreto. Algo que reitera más adelante, al prever que los estatutos federativos deben regular, como mínimo, los *requisitos y procedimiento para la integración de los clubes deportivos, y, en su caso, de las secciones deportivas, deportistas, entrenadores, técnicos, jueces y árbitros, así como su pérdida+ y el *régimen, clases, categorías y condiciones de obtención de las licencias federativas+ [art. 38.2.d) y e) DEDA]. A falta, por tanto, de este principio general, el órgano administrativo en vía de recurso o los jueces y tribunales de la jurisdicción contencioso-administrativa deberán apreciar este sostenido equilibrio caso por caso. Por ejemplo, si una limitación en el número de extranjeros, según distintas situaciones, para participar en las competiciones, que constituye una restricción al derecho de acceso, es acorde y equilibrado con la consecución del objetivo que con tal restricción se persigue, como es la promoción y el perfeccionamiento de jugadores nacionales y jóvenes promesas de la cantera. Los ejemplos pueden multiplicarse tanto como tradicionales condiciones y requisitos se contienen en estatutos y reglamentos federativos: restricción o prohibición de la participación del sexo femenino en las competiciones oficiales por razones de seguridad o aptitud física (también a la inversa, para los hombres, por razones de estética o estilización), para formar equipos mixtos, o, como no, la subordinación de la posibilidad para un deportista de cambiar de club a la autorización previa del club desligado, con fundamento en no se sabe bien qué tipo de equidad de la competición, por no denunciar realmente que con tales medidas se perfecciona y potencia la mercadería humana y se niega la más elemental de las libertades del jugador para prestar sus servicios en el club que desee. Pero no hay que olvidar que, junto a este control posterior, se prevé, por ejemplo, en la Ley andaluza otro anterior y que debe ponerse en conexión con el deber mínimo estatutario en relación con las licencias, según acabamos de ver. Éste no es otro que el medio de tutela administrativa consistente en comprobar, previa a su aprobación definitiva, la adecuación de los reglamentos deportivos de las federaciones a la legalidad vigente [arts. 25.d) LD y 29.1.d) DEDA], que evidentemente incluye, además, con mayor fundamento, a los estatutos [arts. 61.e), 15.1 y 23.3 LD y 40 DEDA]. No debe extrañar que, con ciertos requisitos y condiciones ciertamente abusivos y restrictivos de derechos, ya Cabrera Bazán cuestionara la misma naturaleza de la licencia deportiva como parangonada sin más a las autorizaciones regladas, puesto que la práctica en que se ha venido desenvolviendo la concesión de las licencias permiten señalar diferencias con aquellas autorizaciones no sólo ya sustanciales sino arbitrarias. Añadía este autor que no pocas veces así sucede con los jugadores extranjeros y extranjeros nacionalizados, equiparables a los nacionales estos últimos, pero a los que se les imponen limitaciones (no haber sido internacional en su país de origen, etc., por ejemplo) arbitrarias. Y ello es así simplemente porque de esta manera se llega a configurar una función de policía en un órgano no administrativo, lo cual requiere, a su vez, que dicha función fuera regulada por una ley formal (según la Constitución), inexistente a todas luces en este caso. Sólo de esta manera cabría establecer la adecuación-regulación de todos los aspectos procedimentales y sustantivos de la concesión e incluso de la suspensión, anulación o extinción de las licencias, como sucede en el supuesto más similar que es el de la concesión de los llamados permisos de trabajo. Y lo que es aún más importante, de esta manera se posibilitaría la impugnación de los actos relacionados con las vicisitudes que pueden acaecer en relación con dichas licencias. Aunque buena parte de las previsiones y deseos de este autor, afortunadamente, se han visto cumplidas con la entrada en vigor de las distintas leyes del deporte y normativa de desarrollo, 21 subsisten todavía serias deficiencias en cuanto a un justo régimen general de requisitos y condiciones de concesión de la licencia, que con la nefasta remisión en bloque a estatutos y reglamentos federativos, debido a un malentendido ámbito competencial *estrictamente deportivo+, han acogido e introducido bajo la apariencia de requisitos *técnicos+ auténticos atropellos a derechos y libertades generales y también a específicos de exclusiva naturaleza deportiva. Igualmente, si la licencia deportiva trae su causa en permitir participar en las competiciones oficiales, debe reflexionarse si, con independencia que dicho acceso o su permanencia en ellas pueda estar condicionada por los exclusivos méritos deportivos, no debiera de efectuarse un efectivo control por parte de las federaciones deportivas para que se acredite por todos aquellos que sean titulares de la licencia, durante la temporada deportiva, su efectiva participación en las actividades y competiciones oficiales. Se trata, en definitiva, que la licencia obedezca fielmente a la finalidad que el deportista participe en las competiciones oficiales y no se persigan otros posibles fines secundarios, como gozar de los beneficios anejos o complementarios que aquélla comporta, y que por sí solos no responden a la configuración jurídica de la autorización administrativa. B. Otorgamiento de la licencia. Supuestos problemáticos Como se ha manifestado por Lachaume, la licencia *nace, vive y muere+. En el caso del nacimiento u otorgamiento de la licencia, la problemática se concentra, por una parte, en la extensión de las competencias y poderes federativos que dispone para la expedición de la licencia, y, en segundo término, los caracteres del régimen jurídico de denegación de su concesión o renovación. Sobre la primera cuestión, es pacífico, hoy por hoy, el reconocimiento por parte de la normativa autonómica del carácter reglado en la concesión de las licencias, sin que en Andalucía sea ninguna excepción, como así se determina en el artículo 40.2 de la Ley. Esta cualidad propia de las autorizaciones administrativas, al margen de ser coherente la aplicación del régimen jurídicoadministrativo de éstas a las licencias deportivas, no debe además obviarse con ella la decidida pretensión pública por desterrar cualquier resquicio de arbitrariedad en el otorgamiento y renovación de las misma. Como recuerda Silva Pérez, una de estas prácticas, *como ocurrió en el pasado, [consistió en el] uso abusivo de posiciones de fuerza, mediante el sencillo proceso de denegar la licencia deportiva al solicitante y miembro de la Asamblea, o no emitírsela, impidiéndole tener actividad oficial, y por el contrario dar licencias y Aactividad@ a un puñado de deportistas que únicamente tiene como finalidad el votar por uno u otro candidato, y por tanto, manipulándose el censo+. Por el contrario, el carácter reglado que se predica de su expedición por la totalidad del sistema público deportivo, impedirá cualquier margen a la discrecionalidad, el capricho, arbitrariedad o el recurso a motivaciones o argumentos ajenos al ordenamiento jurídico-público deportivo. El plazo para resolver la solicitud de licencia o su renovación varía de un ordenamiento jurídico deportivo a otro. Un plazo que, como recuerda el citado artículo 25.3 del Decreto andaluz de Entidades Deportivas, comprende no sólo la resolución sino también la notificación. Esto, naturalmente, implica, ante todo, que las federaciones no dispongan de una facultad discrecional, de una libre apreciación para la concesión de la habilitación, sino que su actuación va a venir estrictamente sujeta al más escrupuloso cumplimiento de las previsiones legales y reglamentarias que regulen las condiciones de este otorgamiento. Y estas condiciones objetivas pueden ser la edad, nacionalidad, sexo, aptitud física determinada mediante certificado médico, ausencia de antecedentes penales en ciertos casos donde así también se exija en relación con anejas autorizaciones administrativas para el uso de armas, y el pago de los derechos federativos y cuotas. No cabe, en consecuencia, que una federación deniegue la expedición de una licencia por razones de pura y simple oportunidad, como puedan ser una conocida ineptitud en la práctica deportiva, razones de moralidad ajenas a sanciones o condenas o actitudes 22 conflictivas con otros compañeros de equipo. Por tanto, una federación deportiva debe limitarse a verificar que el solicitante cumple con las condiciones fijadas por las normas estatales o autonómicas y federativas, y que, en caso de ser satisfechas, necesariamente debe otorgar la licencia sin poder apreciar otros elementos subjetivos de pura oportunidad no previstos en la indicada normativa. Como puede advertirse, la cuestión se centra, entonces, en esas condiciones fijadas, por remisión generalizada de las normas, en los reglamentos federativos, algunos de cuyos más significativos supuestos se analizarán más adelante. El segundo de los temas que señalábamos en relación con la problemática que origina la expedición de la licencia es precisamente su no otorgamiento, la denegación por parte de la federación de una solicitud de licencia y a la que se tiene derecho. La aplicación de las reglas y el Derecho administrativo al régimen jurídico de las licencias queda fuera de toda duda, por su consideración misma de función pública delegada o de actividad sujeta a interés público. La remisión al régimen sustantivo de los actos administrativos contenido en la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común, puede observarse en prácticamente todas las leyes del deporte de nuestro país, uno de cuyos caracteres básicos consiste en la motivación de los actos que limiten derechos subjetivos o intereses legítimos o simplemente por que así deban serlo en virtud de disposición legal o reglamentaria [art. 54.1. a) y f)], como en tal sentido se exige en los artículos 40.2 de la Ley 6/1998, de 14 de diciembre, del Deporte, y 25.5 del Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas. La no expedición, el retraso injustificado o la expedición fraudulenta de una licencia [así, arts. 74.2. d) LD y 25.4 DEDA], debido a su carácter reglado, al implicar una restricción del ejercicio de un derecho reconocido por el ordenamiento jurídico y afectar también Cmás allá del concreto perjuicio ocasionado al solicitanteC al buen funcionamiento de la función pública delegada, implica un evidente quebranto de la disciplina deportiva. Es así cómo la totalidad de las leyes del deporte prevén también, aunque con matices, la responsabilidad disciplinaria en estos supuestos y es calificada como infracción de carácter muy grave. Incluso en algunos Decretos autonómicos, como La Rioja o Aragón, reguladores de las federaciones deportivas, se establece para tales casos el empleo de las técnicas de control de la Administración sobre la actividad federativa, en el sentido de posibilitar expresamente la revocación, temporal o definitiva, de la constitución de la federación deportiva responsable. Por su parte, en el Estado, esta responsabilidad disciplinaria recae en la misma federación deportiva española, fijándose la sanción de multa entre cincuenta mil y cinco millones de pesetas, sin perjuicio del derecho a repetir contra la persona o personas (Presidente y directivos federativos, como es en este último caso la previsión andaluza contenida en el art. 25.4 DEDA) que pudieran ser responsables directas de la infracción, quienes además podrán ser sancionados por cometer abuso de autoridad. Del mismo modo y a la vista de lo anterior, cuando una federación deportiva deniegue la expedición de una licencia para la práctica del deporte federado, tendrá que poner en conocimiento del interesado, en el plazo previsto por las normas, los motivos de hecho y de derecho que fundamente jurídicamente la denegación. En otro caso, el acto denegatorio de la licencia, a falta de este requisito imprescindible de todo acto administrativo, producirá un vicio de anulabilidad del acto, bien por indefensión material o por arbitrariedad provocada por la ausencia de fundamento o de justificación, sin perjuicio, claro está, de que la inexistencia o vicio de la motivación pueda provocar también, siguiendo la teoría general del acto administrativo, una nulidad absoluta en aquellos actos que afecten, sin motivación legal suficiente, a derechos fundamentales, que no es el caso. Esta exigida motivación (así, art. 25.5 DEDA) implica, como es lógico, un acto expreso. Recuérdese que el artículo 42.1 de la indicada Ley 30/1992, dispone que la Administración está obligada a dictar resolución expresa en todos los procedimientos y a notificarla cualquiera que sea su forma de iniciación. No obstante, en aquellos supuestos que así no ocurra, las mismas leyes del deporte y reglamentos de desarrollo han previsto que el transcurso del plazo previsto sin haberse expedido y notificado producirá el *silencio administrativo+ positivo (así, sin 23 eufemismos, se expresa, por ejemplo, la normativa madrileña), sin perjuicio del deber que, en todo caso, corresponderá a la federación correspondiente de dictar una resolución expresa posterior que necesariamente deberá ser confirmatoria, según lo dispuesto por el artículo 43.4. a) de la Ley 30/1992, que es también regla general en el procedimiento administrativo iniciado a solicitud del interesado (art. 43.2), como se prevé en los repetidos artículos 40.2 de la Ley 6/1998, de 14 de diciembre, del Deporte, y 25.3 del Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas. Todo ello, naturalmente, sin perjuicio de las responsabilidades disciplinarias que para la federación misma o sus directivos también se prevén para estos supuestos en la normativa deportiva. Con o sin motivación, aquellos interesados que vean desestimadas sus solicitudes de demanda de licencia podrán, como dispone la normativa deportiva de manera expresa, recurrir tales decisiones, en primer término y si así está previsto, en vía federativa hasta agotarla, y, posteriormente, ante la Administración deportiva, cuyas resoluciones ponen fin a la vía administrativa y permiten dejar expedita la Jurisdicción contencioso-administrativa. Si la resolución expresa posterior a la producción del silencio estimatorio denegara lo pedido equivaldría realmente a una revocación, que, además, sería ilegal por no observar el procedimiento establecido para tal supuesto. No obstante, una jurisprudencia constante ha determinado y conformado ciertos requisitos que deben operar para que el silencio positivo adquiera los efectos pretendidos por el legislador: que el acto sea real y posible; que la petición sea y esté completa; que no haya vicios de procedimiento imputables al solicitante; que transcurra efectivamente el plazo previsto para la producción del silencio sin que se haya *resuelto ni notificado+ (art. 25.2 DEDA); que haya una inactividad total de la federación; y que la solicitud haya observado la normativa legal y reglamentaria aplicable. Precisamente, en relación con este último requisito, en numerosas Comunidades Autónomas, la legislación del deporte exige expresamente que el silencio positivo operará cuando tenga lugar o se cumplan los requisitos previstos por los estatutos y reglamentos federativos. Esta condición, sin embargo, no aparece, por ejemplo, en el artículo 40.2 de la Ley andaluza 6/1998, de 14 de diciembre, del Deporte, si bien ha pretendido poner remedio el Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas, cuando en el artículo 25.3 se señala *siempre que el solicitante cumpla con los requisitos que fijen los estatutos federativos+, aunque la redacción de este apartado no resulta del todo afortuna, pues parece que los requisitos estatutarios vienen referidos exclusivamente a la oración principal sobre la expedición y renovación de las licencias en el plazo de un mes, y no a la que le sigue relativa a la estimación de la solicitud por silencio positivo. Parece reforzarse con la previsión reglamentaria del supuesto andaluz el principio de legalidad, que prima sobre cualquier consideración incluida la eficacia del silencio, pues con éste no puede obtenerse lo que no podría conseguirse mediante una resolución expresa. Si bien esto ha sido de constante aplicación por una numerosa jurisprudencia del Tribunal Supremo, no debe desconocerse que, a veces, tal principio de legalidad se ha atenuado en el sentido que sólo la nulidad de pleno derecho es el límite al contenido del acto ganado por silencio, mientras que la mera anulabilidad no sería obstáculo para que el silencio despliegue todos sus efectos. Por otra parte, también debe señalarse que la interposición de un recurso administrativo o, en su caso, judicial, contra la denegación de licencia deportiva no provoca sólo, por tal circunstancia, la suspensión de la ejecución del acto recurrido (art. 111.1 de la Ley 30/1992), produciendo todos sus efectos denegatorios hasta que se resuelva con una eventual anulación. Esto no impide que por el interesado se solicite la adopción de medidas cautelares, significativamente la propia suspensión en vía administrativa de la ejecución del acto recurrido, teniendo en cuenta los perjuicios evidentes que produce la negativa de otorgamiento de la licencia para la participación en la competición oficial, o incluso, ya en vía judicial, ordenar a la federación correspondiente la *tramitación inmediata+ de las licencias. En cuanto al procedimiento de otorgamiento de la licencia, resulta habitual que las propias 24 federaciones deportivas se reservan el registro de licencias y su directa expedición, sin perjuicio que sus órganos descentralizados, como las Delegaciones Territoriales, puedan efectuar operaciones materiales en el procedimiento de otorgamiento de estas licencias. Se tratan estas últimas operaciones de acoger las solicitudes formalizadas, acompañadas de los documentos acreditativos del cumplimiento de los requisitos, para darles a continuación trámite a la sede de la federación para su expedición por el órgano competente. En otros casos, incluso, podrán intervenir terceros en la expedición material de estas licencias, a modo de encomienda de gestión, como la propia confección del soporte físico de la misma, tal y como lo permite, de manera correcta, el artículo 28.3 del Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas, cuando señala que, respecto a esta función pública delegada, las federaciones deportivas andaluzas podrán encomendar a terceros actuaciones materiales (distinta a la subdelegación que se prevé en el mismo art. 28.4) relativa a dicha función. Pues bien, es práctica habitual que el resguardo entregado o acreditación del registro de la simple solicitud se la denomine *licencia provisional+, a la espera de la definitiva expedida por la federación. Ciertamente que esta práctica acertada recogida en las normas federativas y en alguna ley del deporte, como La Rioja y Cantabria (arts. 61 y 41, respectivamente, considerando al resguardo de la solicitud, durante el plazo previsto de expedición, como la licencia provisional), otorga a esta solicitud de la licencia, hasta su resolución, eficacia plena, desplegando todos sus efectos. Esta curiosa previsión, motivada por el frenético acontecer de la competición deportiva y la disponibilidad del deportista para la misma, enerva en buena parte la conocida distinción del Derecho administrativo entre validez y eficacia de los actos administrativos, que deviene de esta manera inaplicable en la práctica al otorgarse eficacia inmediata a la misma solicitud registrada de la licencia. Todo ello sin perjuicio del sentido de la resolución expresa del órgano federativo competente encargado de su expedición. Mayor interés, no obstante, estriba en conocer el órgano federativo competente para expedir la licencia solicitada o, en su caso, denegarla motivada o razonadamente. En principio, parece pacífico que este órgano sea el encargado de las funciones propiamente gestoras de la federación, como es la Junta Directiva (aunque no se encuentra mencionada entre las relacionadas en el art. 48.4 del Decreto 7/2000, de 24 de enero, si bien son numerus apertus), sin perjuicio de la colaboración material que a ésta realiza el Secretario General, según sus competencias genéricas reconocidas. Así, no faltan numerosos Decretos autonómicos atribuyendo a la Junta Directiva la competencia específica de admitir a los afiliados o adheridos. Ahora bien, debe señalarse, a este respecto, que en los casos donde se ha operado una publificación de la licencia, dicha competencia la ostentaría, en nuestra opinión, por delegación del Presidente, habida cuenta de la caracterización de este órgano, que ostenta la representación legal de la federación, es el órgano ejecutivo de la misma y, especialmente, responsable de la ejecución de sus acuerdos (art. 44.1 DEDA), por lo que es más que notoria la voluntad del legislador por atribuirle las funciones públicas delegadas en su conjunto, lo que no impedirá su efectivo y concreto reparto entre aquellos otros órganos federativos que se estimen más adecuados, a través de la desconcentración o delegación de las mismas. Paralelamente, como así figura en el Decreto 7/2000, de 24 de enero, la Asamblea General deberá aprobar las normas de expedición y revocación de las licencias federativas, así como sus cuotas [art. 43.1.g)], cuyo procedimiento, además, deberá figurar en los estatutos [art. 38.2.k)]. Se trata, con tal medida, de reforzar la importancia y seguridad jurídica, acorde con su carácter reglado, de la norma reguladora de las licencias federativas, pues necesariamente debe aprobarse por la Asamblea General con carácter *indelegable+, lo que hace imposible su aprobación, modificación o derogación por otros órganos de gestión o ejecución, como la Junta Directiva o la Secretaría General, ni tan siquiera, dados los taxativos términos de la norma, por la Comisión Delegada de la Asamblea General. Esto no impedirá un eventual desarrollo reglamentario de dicha norma, siempre que, en cualquier caso, lo sea en los términos bien conocidos por el Derecho público de exclusiva colaboración, concreción y aclaración de dicha norma, pero no añadiendo nuevos requisitos o causas para el otorgamiento o revocación. Resulta también frecuente que en la formación del acuerdo de expedición de la licencia federativa 25 intervenga algún otro órgano técnico federativo que emite su parecer en relación con la conveniencia o no de la expedición, algo que naturalmente deberá limitarse a aquellos supuestos en los que se exija alguna condición específica y particular que requiera de una interpretación casuística de acomodo a la norma (transferencias o cesiones), que siempre deberá sujetarse a la legalidad normativa y federativa existentes. Resultaría improcedente, por el contrario, esta intervención por razones de pura conveniencia en la concesión, algo que está proscrito por ostentar tal acto un carácter reglado y fijarse graves consecuencias disciplinarias en caso de su transgresión. Mención final a este régimen jurídico aplicable a la licencia deportiva es el relativo a la posibilidad (compartida con el resto de funciones públicas delegadas), que tiene el interesado de interponer recurso, llámese de alzada o no, contra los actos federativos denegatorios y contrarios a sus intereses, ante el órgano competente designado de la Administración pública en cuestión. Claro está que esto es contando con aquellos ordenamientos deportivos que expresamente reconocen la expedición de la licencias como función pública delegada, o en aquellos otros que sin existir una declaración expresa en sentido, pudiera interpretarse que la licencia goza de naturaleza jurídico-pública por su íntima conexión con la misma organización de las competiciones oficiales. En el ámbito andaluz, el Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas, remite, sin más, al régimen establecido para el recurso de alzada de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre (art. 25.5 DEDA). En consecuencia, habrá que acudir a lo dispuesto en los artículos 114 y 115 de esta Ley, sin perjuicio de serle aplicable los preceptos precedentes dedicados a los principios generales de los recursos administrativos, especialmente los dedicados a la interposición del recurso, la suspensión de la ejecución, la audiencia al interesado y la resolución (arts. 110 a 113). La norma andaluza añade algunas previsiones en relación con la ejecución de la resolución administrativa dictada en dichos recursos, estableciendo (y por este orden), por una parte, la posibilidad de *ordenar, en su caso, a la federación, la expedición de la licencia+ y, por otra, *expedirla directamente [el Secretario General para el Deporte] en caso de incumplimiento de la orden+. En el primer caso, resulta evidente que se trata de una medida, en el caso de cumplimiento voluntario de la resolución administrativa por parte de la federación, que goza de cierta similitud con el apercibimiento (art. 95 Ley 20/1992, de 26 de noviembre), pero que se enmarca dentro de los poderes de tutela y dirección de la Administración sobre el delegado, como medio incluido en el apartado *entre otros+ del artículo 25 de la Ley. En el caso de no atender a dicho requerimiento, en los términos y plazos que se fijen en el mismo, se procederá a la expedición directa de la licencia por parte de la Administración, en este caso, el Secretario General para el Deporte, haciendo uso inequívoco de uno de los medios de ejecución forzosa que se contienen en el artículo 96 de la Ley 20/1992, de 26 de noviembre, consistente en la ejecución subsidiaria (art. 98, con el régimen de gastos, daños y perjuicios que se detallan). Todo ello sin perjuicio, claro está, de instar al Comité Andaluz de Disciplina Deportiva la incoación del correspondiente expediente disciplinario, conforme previenen, como otro medio expreso de tutela, los artículos 22.b) de la Ley y 29.1.e) del mismo Decreto. Sería, en este caso, una infracción calificada por la Ley como grave (común y no específica de los presidentes y directivos), consistente en el incumplimiento reiterado de las órdenes, resoluciones o requerimientos emanados de los órganos deportivos competentes [art. 75.1.d)], teniendo en cuenta que el tipo disciplinario exige como elemento objetivo del injusto que el incumplimiento sea reiterado, entendiendo, como tal, según una acreditada jurisprudencia, la desobediencia, al menos, en dos ocasiones, a los requerimientos efectuados. Naturalmente, esta ejecución subsidiaria de la Administración autonómica andaluza en la expedición de la licencia es sustancialmente distinta, como medio de ejecución forzosa de los actos administrativos, a, en primer término, la facultad de tutela que se reconocen en los artículos 25.f) de la Ley y 29.1.g) del Decreto 7/2000, de 24 de enero, consistente en la avocación y revocación de la expedición de las licencias deportivas, o, en segundo término, de la posibilidad de sustitución de la Consejería de Turismo y Deporte en el ejercicio de dicha función, en el caso de notoria inactividad o dejación de la misma por la federación, que suponga incumplimiento grave de sus deberes legales o estatutarios, 26 siempre mientras sea necesario para que se restaure el funcionamiento legal y regular, sin perjuicio de las correspondientes sanciones que, en su momento, pudieran recaer por la irregularidades observadas (art. 29.2 DEDA). En todos estos casos, el denominador común es precisamente la posibilidad que se concede a la Administración autonómica de expedir las licencias deportivas que, por delegación, corresponde a las federaciones deportivas andaluzas. 1. Análisis específico del régimen de autorizaciones federativas en los cambios y transferencias de un club a otro y su influencia en el otorgamiento de la licencia Aunque pueda parecer sorprendente, el jugador o deportista no es libre de practicar su deporte en un club distinto del que pertenece, sino que está sometido a una rigurosa y detallada reglamentación para tal supuesto. El régimen de los cambios de asociaciones deportivas es una materia que, sin excepción, recogen todas las federaciones deportivas en los reglamentos que regulan las competiciones deportivas. En general, para que el deportista, durante la vigencia de la licencia, pueda cambiar a otro club distinto del que la tramitó deberá necesariamente solicitar de la federación una autorización expresa al efecto, que la concederá o no según las previsiones de la mencionada reglamentación. No cabe duda que tal modo de actuar implica, en principio, una evidente restricción o encorsetamiento del régimen de libertad de asociación, que comprende el derecho de todo individuo para rescindir en cualquier momento su pacto o contrato que le une con la asociación deportiva, sin que pueda esgrimirse para su mantenimiento los conocidos principios sobre los que reposa el desenvolvimiento de toda competición: la regularidad en las pruebas y partidos implica una estabilidad de los efectivos que están y participan en ellas. De esta manera, los cambios de un club a otro no son, en general, admitidos durante la temporada deportiva. Como puede advertirse, este aspecto entronca nuevamente con Cla aquí puesta en entredichoC polivalencia de la licencia federativa, dando lugar a la relación entre deportista y club, representándole, en consecuencia, en la competición. Tampoco sería ajena a esta limitación en los cambios de un club por otro una sobredimensionada *homogeneidad+ sobre la que reposa la organización de las pruebas. Debe subrayarse que esta exigida autorización federativa para el cambio de club es un requisito tanto para deportistas profesionales (más conocida por transfer, muy afectada por las consecuencias del *asunto Bosman+, como de inmediato se verá) como para aficionados. Refiriéndonos a estos últimos, debe decirse, desde un principio, que las condiciones recogidas en los estatutos y reglamentos federativos exigen ostentar, como en la licencia, un carácter objetivo, sin que puedan estar sujetas a una potestad de libre apreciación. Por regla general, el deportista está ligado a su club, como mínimo, por lo que dure la temporada deportiva y la vigencia de la licencia federativa. Normalmente, durante este período toda demanda de cambio de entidad deportiva es rechazada, con excepción de determinados casos particulares que los reglamentos federativos se encargan de enumerar y regular exhaustivamente. Estas excepciones son, por lo general, el cambio de domicilio del jugador durante el transcurso de la temporada deportiva, siempre situado a una distancia determinada; abandono, por parte del club de origen, de la competición en la que el jugador participa; cumplimiento del servicio militar o prestación social sustitutoria; o, incluso, por el hecho que el mismo club sea objeto de una exclusión de la competición o descienda de categoría deportiva. Fuera de estos casos particulares, las autorizaciones federativas son otorgadas justamente cuando las solicitudes de cambio se formulan en el intervalo de dos temporadas deportivas, coincidiendo con la expedición de la licencia deportiva (nuevo club equivale a nueva licencia), durante el plazo (no necesariamente coincidente con el período correspondiente a la totalidad de la interrupción de las competiciones) y según el procedimiento estipulado en los distintos reglamentos de las federaciones. El sistema no es en absoluto pacífico, en cuanto si bien aparentemente la decisión final de la 27 autorización compete a la federación, los clubes pueden oponerse a los cambios solicitados, por entenderse por parte de éstos que el jugador se encuentra pendiente de cumplir alguna obligación derivada de su compromiso, pacto o contrato. De tal manera que si bien la oposición formulada por el club no vincula a la decisión federativa, sí obliga a examinar la oposición y a rechazar el cambio solicitado si ello se estima justificado, denegando así también la nueva licencia demandada. Contra estas decisiones, adoptadas, por lo general, en la Junta Directiva y suscrita por el Presidente mismo de la federación con la firma también del Secretario General de la entidad, se prevén normalmente en los reglamentos federativos la posibilidad de recurrir a los órganos federativos especializados, como son los distintos Comités de Disciplina Deportiva que asumen, por lo general, competencia para la revisión de los actos de naturaleza organizativa o competicional. En el mejor de los casos, puede también preverse que la oposición del anterior club no impida formalmente el cambio del jugador a su nuevo club, ni la concesión de la licencia, aunque se le limita su participación a determinadas competiciones, normalmente de nivel inferior al que participa con su anterior club. En otros supuestos, si subsiste esta oposición (a veces sin motivación), al jugador se le da la opción por retornar a su club anterior si quiere participar en competiciones de su mismo nivel o superior, o bien, si opta finalmente por cambiar de club se le restringe su participación a encuentros amistosos o, transcurrido un tiempo, a determinados campeonatos de nivel inferior sin opción a ser calificado para los superiores. Será sólo al cabo de algunas temporadas cuando ya el jugador obtenga nuevamente la licencia que le posibilite la participación en competiciones del más alto nivel, teniendo en cuenta, además, que para ello deberá haber permanecido durante todo este tiempo en su mismo club. No es de extrañar que estas tremendas consecuencias desfavorables para la carrera de un deportista determinen un inequívoco efecto disuasorio de estas medidas, dando lugar en la práctica a la asunción *obediente+ de las previsiones generales y establecidas en los reglamentos sobre las autorizaciones federativas para los cambios de clubes. Hay que hacer hincapié, a estos efectos, que el Consejo Europeo se ha mostrado muy sensible a esta cuestión, como lo prueba la reciente Declaración de Niza, donde se *expresa su preocupación por las transacciones comerciales cuyo objeto son los deportistas menores de edad, incluidos los procedentes de terceros países, por cuanto no se ajustan a la legislación laboral en vigor o ponen en peligro la salud y el bienestar de los jóvenes deportistas+, haciendo un llamamiento a las organizaciones deportivas y a los Estados miembros para que investiguen tales prácticas, las vigilen y adopten, en su caso, medidas adecuadas. Desde luego, en el ámbito comunitario, la cuestión de los traspasos de jugadores comunitarios de clubes deportivos aficionados ha sido objeto de preocupación por la Comisión, la cual se ha mostrado dispuesta a tener en cuenta las necesidades reales de los clubes pequeños al valorar los sistemas de solidaridad que las asociaciones de clubes de fútbol le notificaran en aplicación del artículo 85 del Tratado CE. En este contexto, es posible aplicar una excepción en virtud del apartado 3 de dicho artículo siempre que se cumplan las condiciones previstas por esta disposición, debiendo convenirse en tal sentido que el sistema de solidaridad sea en primer lugar compatible con el artículo 48 y, en segundo lugar, proporcionado al objetivo perseguido, entre otras cosas a las necesidades correctamente justificadas y definidas de los clubes pequeños. Recuérdese que este sistema solidario es un aspecto característico del deporte en Europa, junto con el sistema ascenso/descenso (ofreciendo más oportunidades a los clubes pequeños o medios y valorizando el mérito deportivo), debiendo existir, en su nivel horizontal, entre los clubes y los jugadores que participan en una misma categoría y, en su nivel vertical, entre los distintos niveles de una misma federación, donde el deporte de élite cumple una función de promoción que permite atraer a nuevos practicantes, siendo necesario que los beneficios generados por el deporte profesional se reinvierta en la promoción y en las categorías inferiores. De tal manera que, desde la Comisión, se han rechazado nuevos modelos de competición que no respeten estos principios de solidaridad interna, pues pondrían en peligro el equilibrio interno del deporte 28 europeo. Otra cosa bien distinta es el hecho que, se admitan o no los derechos de formación, como venimos sosteniendo, éstos no pueden limitar o eliminar el derecho de elección del deportista para contratar con el club que desee y, en lo que nos interesa, la federación deportiva está obligada, al término de la vigencia de la licencia, si es el caso, a tramitar y expedir la licencia por el nuevo club, sin límite alguno salvo, una vez más, aquellos de naturaleza deportiva que así se establezcan, como edad, sexo o categorías. Así, en el ámbito de la FIFA, el denominado certificado internacional de transferencia, previsto en el apartado IV del Reglamento sobre Estatuto y las Transferencias de Jugadores (arts. 71 a 11), deberá ser expedido al jugador aficionado o no aficionado para jugar con el nuevo club aun cuando exista desacuerdo entre los dos clubes sobre el monto de la indemnización de formación o promoción del jugador, no pudiendo influir en las actividades deportivas o profesionales del mismo y sin este certificado pueda, *en ningún caso, ser denegado por este motivo+ (art. 20.1 del Reglamento relativo al estatuto y a las transferencias de los jugadores de fútbol). Ahora bien, siguen existiendo dos excepciones a la expedición del certificado, pudiendo la asociación nacional negarse: que el jugador que desea abandonarla no haya cumplido todas las obligaciones contractuales con respecto a su antiguo club y que hubiera litigio (de otro carácter que financiero) en relación con la trasferencia de un jugador entre el club que el jugador desea abandonar y el club de otra asociación nacional con el cual el jugador desea registrarse (art. 71.2). Sin embargo, aun en estos supuestos, entendemos que estos derechos de transferencias no pueden elevarse a la categoría de requisito de acceso a la competición, impidiendo el otorgamiento de la licencia federativa. Como señala García Bravo, y al igual que acontece con las cláusulas de rescisión, no puede considerarse el pago de una cuantía por derechos de formación como requisito deportivo, por lo que las negociaciones económicas que lleven a cabo las entidades deportivas, aun en desacuerdo, no pueden en ningún momento impedir la expedición de la licencia por parte de la federación, so pena de incurrir en responsabilidad. Naturalmente que el interesado tiene la vía del recurso administrativo ante la Administración competente en materia deportiva y, agotada ésta, le queda la posibilidad de acudir a la Jurisdicción ContenciosoAdministrativa. Sin embargo, como bien señala esta autora, dado el largo tiempo necesario para la resolución judicial, los deportistas que desean seguir en la práctica deportiva deben someterse al engranaje hábilmente instituido por clubes y federaciones para los derechos de formación. En España, esta práctica sobre los deportistas aficionados y menores de edad, fue ya denunciada con contundencia por Landaberea, y es de destacar que el derecho de retención o prórroga forzosa amparado por normas federativas, en el caso de los menores de edad, fue objeto de atención por parte del Defensor del Pueblo en 1986, con ocasión de así regularse en los Estatutos de la Federación Española de Baloncesto, e incluso fue impugnado ante los tribunales de justicia, dando lugar a la conocida sentencia del Tribunal Supremo, Sala de lo Civil (Ponente: Barcalá y Trillo-Figueroa), de 10 de septiembre de 1991. Aunque aquí se postule como principio general una libertad del deportista de baja con su club, no ya evidentemente al final del período de la vigencia de la licencia (que incluso venía negándose hasta hace bien poco por algunas de las más importantes federaciones) sino durante la misma temporada, debe convenirse que determinadas federaciones han optado positivamente por una regulación reglamentaria intermedia. Dejando por sentado que al finalizar el período de vigencia de la licencia todo jugador quedará en absoluta libertad para suscribir licencia con cualquier club, se dispone que en tanto la licencia esté vigente la vinculación entre el jugador y el club puede ser resuelta por decisión del Comité de Competición mediante expediente iniciado a petición de cualesquiera de las partes, aunque, eso sí, se exige un incumplimiento de obligaciones por la otra parte. Pero si en algo han cambiado las normas nacionales e internacionales federativas, incluidos estos derechos de formación examinados, ha sido en materia de traspasos de jugadores, y que ha venido a denominarse felizmente como el *fin de la era de los traspasos+, que a su vez condicionaba 29 evidentemente el otorgamiento de la licencia. De todos es conocido el asunto C-415/93, *Jean-Marc Bosman c. Royal Club Liégois, Union Royal belge des sociètés de football y UEFA +, que dio lugar a la sentencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas de 15 de diciembre de 1995. Algunos *flecos+ del caso *Bosman+ quedan todavía por resolver: compatibilidad con el Derecho comunitario de indemnizaciones por traspaso cuando se produce antes de la expiración del contrato (cláusulas de rescisión), con estas mismas indemnizaciones al final del contrato entre clubes de un mismo Estado miembro y respecto a jugadores no comunitarios con ocasión de una transferencia o entre clubes de distintos Estados miembros y respecto de jugadores no comunitarios. Precisamente, las dos últimas cuestiones fueron planteadas ante el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, en una cuestión prejudicial por parte del Tribunal de Primera Instancia de Charleroi, de 2 de julio de 1998, en el *asunto Balog+ (C-264/98). Se trata, ni más ni menos, de fundamentar la supresión de las cláusulas de traspaso respecto de jugadores no comunitarios, cuyos derroteros no irían por las normas relativas a la libertad de circulación de trabajadores, sino, como asegura Camba Constenla, desde la perspectiva del derecho de la competencia. En este contexto, deberá igualmente valorarse la validez de estos mismos traspasos cuando el jugador *asimilado+ contrate con un club perteneciente a un tercer Estado no comunitario, en el sentido si ello afecta o no al comercio intracomunitario (parece que sí, al aumentarlo con dicha práctica), lo que en principio está fuera de toda duda en el supuesto de los acuerdos de asociación de la Comunidad con algunos Estados, en razón de la nacionalidad. 2. La nacionalidad y la condición jurídico-política autonómica como requisitos para la obtención de la licencia deportiva Una de las tradicionales previsiones deportivas, contenidas en estatutos y reglamentos de algunas federaciones, relativa a las competiciones deportivas, ha sido la condición de nacional o extranjero del deportista, de tal manera que la nacionalidad es motivo de limitación o prohibición en su alineación o participación en aquellas competiciones o, al menos, en determinadas categorías superiores. Una condición, la nacionalidad, que es considerada como una regla del juego más, pero además, y esto es lo determinante, como un requisito para la expedición de la licencia federativa. Naturalmente, a ello no puede oponerse que las licencias federativas sean *físicamente+ iguales para jugadores españoles, comunitarios o no comunitarios. Lo importante es el hecho que la consideración federativa de la nacionalidad implica en ciertos casos unos derechos y deberes distintos, un estatuto por tanto diferente que va desde el pago de la cuota de la licencia que es normalmente superior para el no español o comunitario (ya vimos que ello pudiera constituir una discriminación del Tratado CE) hasta, lo que es más importante, la limitación para ser alineado en los encuentros deportivos. Es cierto que tradicionalmente el impedimento de la nacionalidad se ha concentrado en el deporte profesional y, en menor medida, en el aficionado, incluso en este último caso, en muchos países (por ejemplo, Alemania), las federaciones deportivas no han puesto límite alguno a la alineación de extranjeros en las competiciones, donde únicamente debe prevalecer el derecho de acceso al deporte federado y a su afición. Las causas de esta restricción basada en la nacionalidad, algunas de ellas sin excesivo fundamento, deben buscarse en una supuesta identificación de los aficionados con quienes son los protagonistas de su deporte o club, fomento y promoción de la cantera propia de deportistas, representación federativa nacional en determinadas competiciones, o, en fin, como criterio más de homogeneidad e identidad, consecuencia de la internacionalización de las competiciones. Por ello, en principio, solo las competiciones de tipo campeonato de Europa o del Mundo, o los Juegos Olímpicos, permiten aplicar las cláusulas de nacionalidad. Pues bien, resulta evidente que ciertas normas federativas que restringen el acceso de deportistas extranjeros (comunitarios o no) a la competición, tanto nacional como internacional, son difíciles de compaginar o compatibilizar con el ordenamiento jurídico general. De hecho, la totalidad de la doctrina y el mismo Consejo de Estado han entendido como discriminatorias 30 las normas federativas que limitan o niegan el acceso a la competición por razón de nacionalidad. No obstante, tan sólo hace veinte años (y, como veremos, también en la actualidad), en nuestro país y desde las mismas instancias públicas, la nacionalidad se entendía como requisito fundamental para no ya participar sin limitación alguna en las competiciones y actividades oficiales, con las conocidas excepciones, sino como condición misma deportiva. No pasará mucho tiempo para que, en el ámbito del deporte profesional, desaparezca la limitación existente por la nacionalidad para el extranjero no comunitario (no perteneciente a algún país de la Unión Europea o de otro distinto pero con alguno de los convenios suscritos de asociación o colaboración), por ser contraria simplemente a los derechos básicos de cualquier extranjero legalmente establecido en España. Ya veremos si con la reforma o, en su caso, la nueva Ley del Deporte (incluso la normativa laboral) anunciada por el Secretario de Estado para el Deporte para mediados de la presente legislatura, se ataja y regula en la nueva Ley esta limitación de jugadores no comunitarios para participar en las competiciones oficiales de carácter profesional y si tal medida resiste su adecuación constitucional. De momento, la declaración anexa sobre el deporte incorporada a las Conclusiones del Consejo celebrado en Niza el pasado diciembre de 2000, como se verá, pretende favorecer la especificidad del deporte y su función social, contrarrestando así los efectos *puros y duros+, exclusivamente económicos, de la *sentencia Bosman+ en el mundo del deporte y favoreciendo que las legislaciones nacionales establezcan excepciones como las que se anuncian por parte del Consejo Superior de Deportes. Pero al tratar de la nacionalidad en el deporte, como requisito de participación en las competiciones deportivas, resulta preceptivo conocer los tremendos y trascendentes efectos que en el mundo del deporte ha supuesto la aplicación del Derecho comunitario, no sólo en el deporte profesional sino también, como veremos, en el *reducto exento+ del aficionado. Evidentemente que nadie discute que la alineación sea una regla del juego; el problema es que la nacionalidad se configure como una de sus condiciones o requisitos, confundiéndose así el continente (la regla de juego, absolutamente libre de fijarse) con su contenido, que debe someterse y adecuarse al ordenamiento jurídico vigente y susceptible de control jurisdiccional cuando vulneren derechos fundamentales o principios generales del Derecho. En este sentido, Agirreazkuénaga, para quien le resulta alarmante que haya quien entienda la nacionalidad de los jugadores alineables como una regla de juego e insusceptible de control jurisdiccional, revela, con acierto, que el problema se suscita cuando desde el ordenamiento jurídico deportivo se pretende imponer una especie de poder coactivo paralelo al de los Estados que enmascare como reglas de juego disposiciones que impidan la libre circulación de los deportistas o que prohíban acudir a los Tribunales para resolver los litigios deportivos (quiete sportiva). Con especial maestría ya lo manifestaba hace algunos años Real Ferrer, para quien *las reglas de juego son normas de un ordenamiento que debe estar conectado, supeditado, al estatal, del que, de alguna manera, se nutren en su fuerza de obligar y, que en todo caso, requieren, para su regular existencia y su reconocimiento por el prevalente, estar en perfecta sintonía y adecuación con él. Siempre los Tribunales, en su tarea interpretativa y aplicativa del Derecho, pueden entrar a valorar tanto la regularidad y adecuación de esas normas con el resto del Ordenamiento, como a enjuiciar su correcta aplicación. Las reglas de juego son derecho y deben interpretarse incardinadas en el resto del sistema jurídico+. Los efectos beneficiosos del paradigmático pronunciamiento judicial europeo se han extendido a aquellos deportistas profesionales pertenecientes a países no comunitarios pero con convenios o acuerdos de asociación y de colaboración, denominándoseles, respectivamente, como *comunitarios B+ y *comunitarios C+. Así, y aunque existen casos esporádicos desde 1996, ha sido en los últimos meses del año 2000 cuando se han dictado en España una serie de resoluciones judiciales que, con 31 alguna excepción, reconocen el desempeño de su trabajo en igualdad de condiciones que los ciudadanos comunitarios y nacionales, pudiendo, en consecuencia, ostentar licencia federativa como jugador comunitario. Las consecuencias en el ámbito deportivo y, en concreto, sobre la licencia, de esta intervención judicial del orden de lo social son de una trascendencia tal que, a nuestro juicio, se ha *desmontado+ el sistema público deportivo en este ámbito, por cuanto la licencia federativa en el deporte profesional ha perdido toda virtualidad y eficacia, preguntándonos si no resultará más acorde, tras el oportuno replanteamiento de la intervención pública en el deporte profesional, la supresión de tan tradicional documento habilitante y sustituirlo por la inclusión de una cláusula más en el contrato de trabajo del jugador con el club respectivo que contenga la expresa afiliación a la federación deportiva correspondiente y el sometimiento a los derechos y obligaciones que dimanan de sus estatutos y reglamentos federativos. Quizás la decisión judicial que ha supuesto inequívocamente el nuevo punto de partida en el reconocimiento por extensión de la libre circulación de trabajadores a los *nuevos comunitarios+, al abrir *nuevos frentes+, es la conocida como *asunto Mills+, dictada por el Juzgado de lo Social número 12 de los de Barcelona (Ponente: Gallego Alonso), de 14 de junio de 2000. Después de esta sentencia se han sucedido otras que la han consolidado, con la excepción de algunos pronunciamientos que han advertido el lado más débil de este aluvión de resoluciones de los Juzgados y Tribunales de lo Social. El conflicto jurisdiccional, a falta de la adecuada ordenación jurídica, está, como en otras funciones y competencias de estas asociaciones deportivas, servido. Así, es conocida la posición del Consejo Superior de Deportes estimando incompetente a la Jurisdicción social en esta materia y sí la del orden contencioso-administrativo. No voy a insistir igualmente en dicha defensa, como es obvio en los supuestos de normas deportivas donde se reconoce el ejercicio de función pública delegada en la expedición de las licencias. Parece aquí que estos recientes pronunciamientos de la Jurisdicción social han olvidado que ya curiosamente, hace bastantes años y cuando el Derecho laboral había comenzado a *soltar lastre+ de las normas federativas, la misma Sala Social del Tribunal Supremo, en la sentencia conocida de 9 de julio de 1983, que conoció de las pretensiones de unas deportistas profesionales, reconoció que las *exigencias administrativas y federativas que son condicionantes específicos a los que se subordina [sic] el ejercicio del trabajo o actividad profesional y que debieron ser objetadas ante la jurisdicción contencioso-administrativa ante la que debió impugnarse la privación de las licencias y ante la inexistencia del recurso, en dicha vía, no es posible aceptar en este orden jurisdiccional laboral que se esté supuesto de inexistencia de la ineptitud reconocida y declarada por el órgano federativo correspondiente+. No obstante, alguna reciente sentencia del orden social, como la del Juzgado de lo Social número 30 de los de Madrid, de 12 de diciembre de 2000, llegó a declarar, más casi como obiter dicta, *que el otorgamiento de una licencia es un acto formalmente administrativo, este juzgador lo admite, en base a la delegación del Consejo Superior de Deportes y las funciones públicas de carácter administrativo+ (FD 21). Pero esto no es así, insistimos, en la vigente legislación estatal, por más que de alguna u otra forma se quiera concluir que, en cualquier caso, la licencia forma parte inseparable de la propia organización de las competiciones oficiales. Ya no se trata, como bien asegura nuevamente Agirreazkuénaga que las resoluciones judiciales, refiriéndose al *caso Olsson+, sean precipitadas y poco reflexivas. En nuestra opinión, el problema es más profundo. Esto no se solucionará con una modificación normativa en tal sentido, ya que al fin y al cabo de lo que se trata, ni más ni menos, es de seguir justificando la intervención pública según el modelo vigente en el ámbito del deporte profesional. Pues, si el *mundo deportivo+ inicialmente regulaba jurídicamente dicho ámbito, poco a poco el Derecho laboral fue recuperando parcelas o sectores propios de esa regulación para sí (concepto de deportista profesional, abandono del requisito de la posesión de la licencia federativa o su consideración profesional o aficionado) hasta terminar, como es patente en los *casos Karpin y Milic+, por absorber en su práctica totalidad los elementos deportivos que inciden en la relación laboral del jugador, a excepción Cy sólo por el momentoC de las estrictas reglas de juego o competición. 32 Esta conflictividad, al menos, servirá para que, de una vez por todas, se clarifique el marco jurídico de las licencias deportivas. El camino por la vía judicial en el ámbito nacional ha quedado zanjado con el Auto de la Sala de Conflictos del Tribunal Supremo, de 14 de junio de 2001, resolviendo el conflicto planteado entre el Juzgado Central de lo Contencioso-Administrativo número 7 de Madrid y el Juzgado de lo Social número 3 de Vitoria-Gasteiz, que tenía por objeto, precisamente, la demanda del mencionado jugador del C.D. Alavés C. M. Contra. Pues bien, afirma el Alto Tribunal, en primer término, que la licencia federativa incide plenamente y en doble vertiente en la prestación del trabajo del deportista en cuanto limita el número de extranjeros a contratar por el club o sociedad anónima deportiva y prohibe que en un mismo encuentro deportivo participen más de dos deportistas de esta clase, para, en segundo lugar, y aquí está la clave de su decisión y la novedad que la asimila a aquellos ordenamientos deportivos autonómicos que reconocen esta competencia como función pública delegada, afirmar que el otorgamiento de las licencias deportivas se encuentra en el ámbito de las funciones públicas delegadas, actuando la Federación o Asociación como agente colaborador de la Administración, citando además al artículo 7º.1 de la Ley del Deporte. En consecuencia, la licencia federativa constituye título habilitante para participar en competiciones oficiales deportivas y su otorgamiento y contenido incide en la organización de las mismas, de tal manera que forma parte del «marco general» de las competiciones, constituyendo una manifestación de la Administración corporativa sometida al Derecho administrativo y su régimen de recursos, de modo que los actos realizados en ejercicio de la función delegada por la Administración deportiva son recurribles ante el Consejo Superior de Deportes, cuyas resoluciones ponen fin a la vía administrativa. Una consideración esta última que supera a la propia configuración que de la licencia había sido realizada por parte del Consejo Superior de Deportes, que se había movido convenientemente entre dos aguas gracias a la indeterminación normativa y a la que se ha puesto fin, una vez más, por vía jurisprudencial, estimando, como se ha dicho, que la competencia y el régimen de la licencia en el ámbito estatal es el propio de una función pública delegada que se encuentra inmersa en la más amplia del marco general de la organización de las competiciones deportivas oficiales. De ahí que se concluya que compete su conocimiento a la Jurisdicción Contencioso-Administrativa: «[…] la materia de concesión de licencias deportivas —aun ligada al contrato de trabajo— ha podido ser atribuida válidamente a un organismo en el que la administración ha delegado su potestad y función pública y, por lo tanto, el control jurisdiccional sobre las controversias que origina o que puede originar la decisión de la entidad privada que actúa por delegación en el ámbito administrativo, corresponde al orden jurisdiccional contenciosoadministrativo». Una última observación de trascendencia que conviene advertir en relación con esta concluyente decisión judicial que pone fin a la polémica doctrinal y jurisprudencial relativa a los comunitarios B y que, de paso, ha servido para definir con claridad la naturaleza y régimen de la licencia deportiva a nivel estatal, es la atención que presta el Tribunal Supremo, para abundar en su argumentación, a un hecho que en este trabajo no hemos dejado de resaltar: la cuestión litigiosa no se promueve directamente entre empresario y trabajador (es decir, club-deportista) sino que es la licencia federativa cuyo otorgamiento corresponde a un tercero, que actúa por delegación, asumiendo funciones públicas, la que crea diferencias entre jugadores nacionales-comunitarios y extracomunitarios. Y este acto de naturaleza administrativa, dictado en materia laboral se sitúa fuera de los muros del concepto de rama social del Derecho, aunque su efecto reflejo alcance a las prestaciones derivadas del contrato de trabajo. En consecuencia, parece que esos planos distintos y conocidos sobre los que han incidido tradicionalmente la licencia deportiva va dejando paso, como en este trabajo se ha postulado desde su inicio, a uno sólo, esto es, el que se deriva exclusivamente de la relación deportista con la entidad deportiva de segundo grado, sin perjuicio del que subyace entre deportista y club pueda tener (de manera absolutamente justificada y valorada así de manera específica por la Administración tutelante en virtud del equilibrio y la par conditio de la competición) influencia y llegar a modular a la primera en algunos de sus aspectos del régimen jurídico que comporta. 33 El *asunto Tibor Balog+ (C-264/98) hubiera despejado importantes dudas, poniendo fin definitivamente a esta situación a favor, como todo parecía acontecer, de los «comunitarios B», si no hubiera sido retirada la cuestión prejudicial por parte del Tribunal de Primera Instancia de Charleroi con motivo de un acuerdo transaccional de las partes. Por otra parte, uno de los principales problemas que se han suscitado con ocasión de la *sentencia Bosman+ ha sido su efectiva aplicación al denominado deporte aficionado o amateur, ámbito, en principio, ajeno al concepto de trabajador y de actividad económica. El compromiso con la identidad nacional o regional que representa el deporte aficionado pondrá de manifiesto la importancia en este ámbito de la reconocida excepción a las cláusulas de nacionalidad o vecindad cuando éstas tengan un carácter objetivo y meramente deportivo, como son las que se aplican para formar equipos nacionales o autonómicos. Otra cosa es, sin embargo, que las federaciones, tanto nacionales como internacionales, al organizar las competiciones deportivas, no pongan límites a la participación en ellas de los deportistas por otro país distinto del de su nacionalidad, gracias a la licencia federativa expedida en su favor por la federación deportiva del país de residencia o de acogida. Tal circunstancia podrá llevarse a efecto siempre que el ordenamiento jurídico deportivo del país en cuestión admita tal posibilidad, bien porque no disponga de norma que lo contradiga o bien porque remita íntegramente a lo que al respecto señalen las federaciones deportivas nacionales. Junto a la nacionalidad, dadas las conocidas competencias autonómicas, de carácter exclusivo, en la promoción del deporte que reconoce el artículo 148.1.19 de la Constitución, debe reflexionarse si estas mismas consideraciones pueden, de alguna manera, ser aplicadas igualmente a la condición jurídicopolítica autonómica, cuando se trata de licencias federativas autonómicas para participar en competiciones y actividades oficiales de este ámbito territorial. En el Estatuto de Autonomía de Andalucía, en su artículo 81, dispone que *gozan de la condición política de andaluces los ciudadanos españoles que, de acuerdo con las leyes generales del Estado, tengan vecindad administrativa en cualquiera de los municipios de Andalucía+. Esta misma condición la gozan tanto los ciudadanos españoles residentes en el extranjero que hayan tenido la última vecindad administrativa en Andalucía y acrediten esta condición en el correspondiente Consulado de España, así como aquellos otros descendientes inscritos como españoles, si así lo solicitan, en la forma que determine la Ley del Estado. Este status personae en que consiste la ciudadanía regional, en cuanto pertenencia a una Comunidad Autónoma, viene definido por la tradicional vecindad administrativa, es decir, puramente por ostentar la residencia en un determinado municipio de la Comunidad Autónoma, un criterio bien diferente a los que rigen para la adquisición de la vecindad civil (art. 14 Cc). Por tanto, la ciudadanía regional es consecuencia automática de la residencia municipal, que, como es sabido, se obtiene por el hecho de vivir habitualmente en el territorio del municipio y la inscripción voluntaria en el Padrón municipal. Pues bien, la condición jurídico-política autonómica en relación con la competencia exclusiva en la promoción y fomento del deporte ha sido especialmente puesta de manifiesto y defendida por Granado Hijelmo, para quien precisamente una de las libertades esenciales de los estatutos de autonomía es la libertad deportiva, configurándose así el Derecho público autonómico del deporte. Se liga así la práctica del deporte a la condición autonómica de las personas, de tal manera que, para este autor, cuyas opiniones en principio compartimos, el deporte en la Comunidad Autónoma se practica a título estricto de pertenencia a la misma, lo que explicaría que el deporte se trate de una competencia exclusiva. Por ello, añade, es en este concepto de ciudadano autonómico determinado como participan en las competiciones nacionales y es a su través, cuando el ámbito de las mismas excede de la Comunidad Autónoma, cómo los deportistas participan a título de españoles en las nacionales o internacionales. Así, la incardinación sistémica profunda del deporte en la condición autonómica de las personas opera como recurso y como instancia para ante los poderes públicos autonómicos. Se legitima de este modo a 34 los deportistas para que bien individual o a través de las organizaciones deportivas impetren la atención de las autoridades en orden a esa promoción del deporte a que están constitucionalmente obligadas, no como simple labor de fomento moral o económico sino también como labor prestacional de servicios públicos e instalaciones deportivas y una labor policial o de intervención disciplinaria deportiva. Ahora bien, debemos, no obstante lo anterior, formular algunas precisiones y matizaciones a la opinión expuesta, en cuanto a la inclusión de la condición de la ciudadanía autonómica, en los términos vistos, como requisito general para el otorgamiento de la licencia deportiva. En primer lugar, para adquirir la condición de andaluz, por ejemplo, además de obtener la vecindad administrativa se necesita, obviamente, ser español. Sin embargo, por las mismas razones examinadas en el supuesto de la nacionalidad, no debe impedirse, bajo ningún concepto, la expedición de una licencia deportiva autonómica al extranjero con estancia o residencia temporal o permanente en España y que se encuentre empadronado en el municipio donde tengan fijada su residencia habitual, a tenor de las conocidas previsiones de la Ley Orgánica 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social. No obstante, y por las mismas razones esgrimidas para exceptuar de la participación en las selecciones nacionales a los deportistas extranjeros, como evidente ejercicio de identidad regional o autonómica que compete promover a las mismas Administraciones autonómicas, es admisible excluir de estas selecciones autonómicas a deportistas que no ostenten la condición jurídico-política andaluza o, en todo caso, que hubiesen nacido en Andalucía, como seguidamente se verá. Algo que, en el caso andaluz, habría que salvar en vía reglamentaria a la vista de lo previsto en el artículo 41.4 de la Ley 8/1998, que, de manera genérica, obliga a los deportistas federados a asistir a las convocatorias de las selecciones andaluzas en los términos que reglamentariamente se determine. Un desarrollo reglamentario que, hasta el momento, no ha previsto dicha posibilidad, a tenor de la mera reiteración del deber legal que efectúan los artículos 9.3 y 12.2 y 3 del Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas. En segundo lugar, mayor problemática plantea la exigencia estricta del requisito de la vecindad administrativa. En efecto, resulta en principio coherente, dado el catálogo de derechos y deberes que implica la relación federativa (a la que se aplica un régimen jurídico público mediante el otorgamiento de la licencia federativa) que el interesado tenga residencia legal en el territorio de la Comunidad Autónoma. Ahora bien, en la Ley 6/1998, de 14 de diciembre, del Deporte, la exigencia de la condición de andaluz conforme a lo previsto en el artículo 81 del Estatuto de Autonomía para Andalucía sólo se exige de manera expresa para la consideración de deportista andaluz de alto nivel (art. 34.1), condición jurídico-política estatutaria que, sin embargo, se omite a renglón seguido para los deportistas andaluces de alto rendimiento (art. 35). ¿Quiere esto decir que la Ley del Deporte de Andalucía está distinguiendo dos tipos de deportistas andaluces, según ostenten o no la condición política de andaluz? No, en nuestra opinión, y así lo ha dispuesto recientemente el Decreto 434/2000, de 20 de noviembre, sobre el Deporte Andaluz de Alto Rendimiento, si bien no solo considera deportista, entrenador o técnico y jueces o árbitros andaluces de alto rendimiento a quienes ostentan dicha condición estatutaria (aunque exigiendo la misma al menos un año de antelación a ser propuesto, requisito éste añadido a las Leyes y un tanto difícil de justificar) sino que, además, pueden ser considerados como tales pero sin la condición ser español y haber nacido en Andalucía, añadiéndose además haber competido *con licencia deportiva expedida con carácter exclusivo por una Federación Deportiva Andaluza+ (art. 21.2, 3 y 4). Este ostensible efecto de disociación entre nacionalidad o condición autonómica y condición de deportista federado implica, como es palpable en el Decreto andaluz, que un deportista andaluz federado, es decir, con licencia federativa para participar en competiciones oficiales andaluzas pueda no tener vecindad administrativa en Andalucía. Es más, incluso, dado el requisito de la vecindad administrativa, pudiera ostentar también otra licencia federativa por aquella Comunidad Autónoma donde efectivamente resida, e incluso con licencia de un país extranjero si tiene fijado su domicilio 35 fuera del territorio nacional. Si esto es así para el deportista andaluz de alto rendimiento, nada parece obstar que el mismo criterio se aplique, en consecuencia, para todo deportista que pretenda federarse y obtener la correspondiente licencia deportiva, aunque es cierto que en el caso del deportista de alto rendimiento la sola exigencia del lugar de nacimiento (un ius soli a secas, sin más requisitos, a diferencia del establecido para la adquisición de la nacionalidad española) obedece, sin lugar a dudas, a criterios evidentes de política-deportiva, dada la necesaria movilidad de estos deportistas y la concreta formación y desarrollo técnico de su actividad deportiva que comporta el uso de instalaciones deportivas o similares situadas en otras Comunidades Autónomas o más allá de las fronteras del Estado. La anterior determinación reglamentaria andaluza puede, sin embargo, causar cierta disfunción con respecto a la normativa estatal. En efecto, el reciente Real Decreto 1252/1999, de 16 de julio, de modificación parcial del Real Decreto 1835/1991, de 20 de diciembre, sobre Federaciones Deportivas Españolas y Registro de Asociaciones Deportivas, dando nueva redacción al artículo 14. a) de este último, recoge como criterios de expedición de la licencia deportiva autonómica, en primer término, por la inscripción o pertenencia del club a la federación autonómica (algo no aplicable a jueces, árbitros u otros posibles colectivos interesados) y, en su defecto y excepcionalmente, es decir, para el caso de aquellas federaciones en las que la expedición no se produzca por ese sistema, según su residencia habitual. Sin perjuicio de entender en cuanto al primer supuesto (no previsto inicialmente en el Borrador del Proyecto) que la licencia deportiva no debe depender, a efectos de determinar el ámbito subjetivo de aplicación de la misma, de las vicisitudes del vínculo entre la asociación de base a la que pertenece el deportista y la federación deportiva, el acogimiento de la residencia habitual (así, sin más, sin un grado mayor y necesario, a nuestro juicio, de implicación jurídico-política que exige la vecindad administrativa) supone dejar fuera de este segundo supuesto al deportista andaluz, con licencia federativa autonómica, nacido en Andalucía pero sin residencia en la Comunidad Autónoma. Así las cosas, no compartimos, en cambio, la opinión de Camps Povill, cuando cree inconstitucional la negativa de la licencia federativa a una persona que vive en el límite territorial de una Comunidad Autónoma, pero que por razones técnicas, de transporte u otras, decide jugar con el equipo del pueblo vecino perteneciente a otra Comunidad. Distinta es la solución a lo que, a continuación, plantea este autor, propugnando que tampoco puede negarse la posibilidad de formar parte de la Asamblea General por carecer de domicilio en dicho territorio. Primero porque esto último es contradictorio, pues es bien sabido que la licencia federativa, ante todo, como se ha expuesto, exige la vecindad, y, además, comporta, en cualquier caso y necesariamente, la participación activa de su titular en los órganos de representación. De tal manera que, como aquí se sostiene, no podría plantearse dicha situación, puesto que todo estamento representado en la Asamblea General debe estar en posesión de la correspondiente licencia, y ésta, una vez más, requiere para su expedición la vecindad administrativa del solicitante. No es adecuado, como afirma este relevante autor, que la regla que debe primar sea la de la actividad, con independencia del domicilio del sujeto, si bien compartimos, aunque por distinta vía, su conclusión: que para formar parte del censo de las federaciones debe hacerse a partir de la federación que tramita o expide la licencia. Por ello, el censo no es que deba regularse a partir de la licencia y no del domicilio, como se sostiene por aquél, sino que en realidad resulta indiferente cuál se escoja, al exigir la licencia la vecindad administrativa y viceversa. Por otra parte, no sería una excepción a la vecindad administrativa los supuestos que pudieran derivarse del hecho de la homologación de licencias autonómicas por parte de la federación española correspondiente, en los términos establecidos por el artículo 32.4 de la Ley 10/1990, es decir, la posibilidad de quien posea una licencia federativa española, a modo de reciprocidad, pueda participar en competiciones y actividades de ámbito andaluz, dado que, en puridad, no se está expidiendo una licencia federativa autonómica sino que se faculta, a modo de habilitación y reconociendo su eficacia, a la licencia no autonómica que se trate, bien española, de otra Comunidad Autónoma e incluso 36 extranjera para participar en aquellas competiciones. Pero quedaría claro que se tratarían de habilitaciones ad hoc, debiendo huirse, como ya hemos sostenido, de las denominadas licencias temporales, puesto que éstas, al margen de otras dificultades, generan la problemática Cinnecesaria y sólo salvada por vía de excepciónC del derecho de participación en los órganos federativos. En estos supuestos, es necesario, no ya que tales posibilidades se contemplen en convenios específicos entre federaciones deportivas implicadas, sino que así expresamente y caso por caso se prevean también en los Estatutos federativos y, si procede, en los reglamentos federativos de desarrollo, como expresamente exige en Andalucía para esta función pública delegada el artículo 38.2. e) del Decreto 2/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas. Ello sin perjuicio, a mi modo de ver, de la necesidad de una, bien específica, autorización pública de tales convenios, o bien general, a través de la facultad de aprobación de la Administración de estas normas terciarias, habida cuenta de su sustantiva implicación en el régimen general de las funciones públicas delegadas en juego. En cualquier caso, debe señalarse que la resolución de estos conflictos o litigios interfederativos en materia de licencias mediante, por ejemplo, el conocimiento los mismos por parte de la federación española correspondiente, son independientes, al menos en aquellos casos donde se configure la expedición y tramitación de las licencias como función pública delegada, del recurso administrativo previsto ante la Administración autonómica. C. Vigencia de la licencia deportiva La licencia deportiva se ha caracterizado como un acto unilateral, reglado e individual, de naturaleza administrativa, expedida por la federación, que tiene por objeto habilitar a quien la posee para participar en actividades y competiciones deportivas oficiales organizadas o bajo la autoridad de esa misma federación, además de ser instrumento de integración en ésta que le permite ejercer los derechos y cumplir los deberes previstos en el ordenamiento jurídico-deportivo. Como se advierte del contenido de esta definición, la concesión de la licencia deportiva implica la adquisición de derechos y obligaciones que deben asumirse con la firma del solicitante y cuyos efectos se producirán, en principio, a partir de la notificación personal de su concesión, sin perjuicio del mismo valor y efectos que se reconoce normalmente al resguardo de la solicitud. Una vez otorgada la licencia no puede, sin más, ser retirada y anulada por la misma federación, con efectos de carácter retroactivo, mientras dure el período de vigencia de la licencia o de ejecución del acto de otorgamiento, atendiendo al conocido principio venire contra factum proprium non valet. Esto no quiere decir que la licencia no pueda ser anulada por motivos de legalidad, según las previsiones tasadas por la normativa, por inadecuación de la licencia a la normativa aplicable, pero nunca puede ser revocada por motivos de oportunidad, aunque si así fuera lo será sin efectos retroactivos. Si bien esto, en general, es cierto y así lo hemos manifestado más arriba, existe en el Derecho administrativo un tipo de licencias, las municipales, donde esta rigurosidad de la prohibición de revocación de los actos por motivos de oportunidad se ha templado tanto por la propia norma (Reglamento de Servicios de las Corporaciones Locales, de 17 de junio de 1955), como por la jurisprudencia (SSTS, Sala de lo ContenciosoAdministrativo, de 22 de febrero y 31 de marzo de 1977). Para tal supuesto es preciso que o bien hayan desaparecido las circunstancias que motivaron su otorgamiento, bien hayan sobrevenido otras objetivamente ciertas o bien que la Administración adopte nuevos criterios de interpretación del interés público. Entendemos que no existen problemas de traslación de estas posibilidades en los dos primeros supuestos para que las federaciones deportivas revoquen las licencias deportivas otorgadas por motivos de oportunidad, aunque de hecho no se den en la práctica y se prorrogue la vigencia de las mismas para no entorpecer o perjudicar la normalidad y regularidad de la competición. En cambio, el último supuesto no resultaría de invocación por parte de los órganos federativos, al estar firmemente sujeto a las previsiones cerradas y tasadas en la normativa de aplicación las condiciones y requisitos de 37 expedición, sin posibilidad o margen libre de apreciación que se aparten de ellos y motiven una eventual revocación de la licencia pro competición o salvaguarda del mejor interés federativo. Además, debe tenerse en cuenta que este *puro+ supuesto de revocación por motivos de oportunidad conllevaría una eventual indemnización por los perjuicios y daños ocasionados a los mismos solicitantes o a los clubes por la retirada de la licencia deportiva (gastos o inversiones que ya se hubieren comprometido, bien por el club o por el deportista, etc.), a excepción que hubiere sido el propio interesado quien con su conducta hubiera provocado la decisión revocatoria dictada por los órganos federativos competentes. Tales previsiones son de aplicación igualmente para aquellos supuestos consistentes en la suspensión de la licencia. Normalmente los supuestos de retirada o suspensión de la licencia son por motivos disciplinarios que están absolutamente así recogidos, como sanciones de esta naturaleza, en todas las normas jurídico-públicas y estatutarias de las federaciones, algo, por lo demás, común en cualquier tipo de asociación. Será en este ámbito disciplinario deportivo donde debe procederse al examen de la legalidad de las sanciones impuestas que afectan a la vigencia de la licencia deportiva. Pero además de motivos disciplinarios, la anulación de una licencia puede ser debida, en un momento dado, por el hecho que su titular no cumpla o pierda una o varias de las condiciones necesarias para su obtención y que motivaron que en origen le fuera concedida. Así, por ejemplo, la no satisfacción a partir de cierto momento de las exigencias de edad, de nacionalidad o carecer de antecedentes penales, que condicionan el otorgamiento de la licencia. En tales casos, la autoridad federativa que se la otorgó no puede sino constatar que el interesado no cumple suficientemente con las condiciones necesarias para continuar siendo titular de la licencia y en consecuencia debe ser revocada. La verdad es que el buen desarrollo de las competiciones, especialmente en los supuestos de deportes por equipos, justifican, como se ha expuesto, que la validez de las licencias se prorroguen justamente hasta la terminación de la temporada deportiva que determina el período de validez del documento. Problema distinto del anterior, es el supuesto que la licencia expedida pueda, en virtud de los modos o medios fraudulentos del solicitante para obtenerla, ser considerada como irregular, como, por ejemplo, que una federación otorgue una licencia de una clase determinada por error a un jugador que objetivamente no cumpla las condiciones para su obtención. La federación en este caso puede estar tentada, por propia iniciativa o por solicitud de un tercero, a retirar, con efectos de la anulación en este caso retroactivos, la licencia otorgada irregularmente. Sin embargo, debe tenerse presente que la consideración de la licencia como verdadero acto administrativo creador de derechos implica, a pesar de su irregularidad, la adquisición de los mismos por parte de su destinatario. Es en este sentido pacífico por nuestra doctrina la aplicación, con carácter general, del régimen establecido en la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, del Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común y normativa concordante a los actos realizados por las federaciones deportivas en el ejercicio de las funciones públicas delegadas de carácter administrativo, sin perjuicio de las específicas previsiones que pudieran establecerse. Una de estas materias sujetas a la aplicación del procedimiento administrativo es el régimen de la revisión de oficio de los actos administrativos que determinen la nulidad o anulabilidad de los mismos, según los términos previstos en los artículos 102 a 106 de aquella Ley. Ahora bien, también es conocido que el principio de irrevocabilidad de los actos administrativos declaratorios de derechos tiene importantes excepciones en supuestos precisamente de licencias administrativas. Así, la revocación de las licencias se regula en nuestro Derecho, sin necesidad de acudir al régimen de la revisión de oficio, en primer lugar, cuando desaparecen las circunstancias que motivaron su otorgamiento o sobrevinieran otras que, de haber existido a la sazón, habrían justificado la denegación. En segundo lugar, esta posibilidad de anular las licencias, sin más, se prevé en los supuestos de otorgamientos erróneos, bien en la apreciación de las circunstancias de hecho como por la inexactitud o defectuoso conocimiento de la normativa aplicable. Otro de los aspectos que deben ser tratados en este apartado consiste en determinar el período de 38 vigencia de la licencia deportiva. Parece consecuente que tanto la primera licencia con el club como las sucesivas renovaciones sean anuales coincidiendo con la temporada deportiva en cuestión, con independencia del momento concreto en que se produzca a lo largo de dicha temporada y sin perjuicio de fijar determinados períodos a efectos exclusivos de una reducción de la cuota económica para los deportistas y/o clubes. Como se ha visto, algún Decreto autonómico de federaciones deportivas, como los de Castilla-La Mancha o Extremadura, así lo reconocen, cuando al regular la cuota lo hacen en términos de *coste de las licencias anuales+. Esto no debe verse afectado por las específicas regulaciones federativas relativas a la duración de los contratos o compromisos del deportistas con el club de pertenencia, que podrá así oscilar igualmente por período inferior a una temporada, coincidir con ésta o abarcar varias de ellas; incluso, en algunos supuestos, nada impide que un club fiche a un jugador por determinados partidos. Pero, se insiste, esto será independiente de la vigencia de la licencia, produciéndose un inevitable *divorcio+ con la vinculación derivada del club con deportista. Otra cosa será que el reglamento federativo contenga previsiones, estrictamente de naturaleza privada, donde haga depender la vigencia o vínculo de un jugador con su club con el mismo vencimiento del plazo establecido en la licencia, sin perjuicio de otras causas (mutuo acuerdo, extinción del club, etc.). D. Suspensión y extinción Como se ha tenido ocasión de reseñar en el análisis relativo a las implicaciones que comporta la licencia federativa y la superposición de los dos planos que alberga (federación con deportista y club con deportista) y la interrelación íntima entre ambas y desde luego no deseada desde una perspectiva pública, resulta pacífico en estatutos y reglamentos federativos que las vicisitudes que ocurren entre el club y el deportista a través del contrato o del simple compromiso afecten de manera decidida a la expedición o vigencia de la licencia y la misma inscripción del jugador en la competición deportiva. Esta nefasta intercomunicación donde la licencia figura de una manera pasiva a la espera de acontecimientos derivados del pacto, implica por tanto que un eventual incumplimiento contractual o convencional del jugador o club permita al órgano federativo competente suspender o revocar su licencia. En cualquier caso, los motivos de cancelación de la licencia que se contienen en numerosos estatutos federativos, relacionados con las vicisitudes del club de pertenencia, pueden consistir en la baja concedida por el club, la no intervención de éste en la competición oficial o su retirada de la misma, su disolución o expulsión de la competición, fusión de clubes en determinados supuestos o la propia expiración del contrato o resolución del mismo en el caso de los profesionales. Una vez más, las implicaciones del plano deportista con club determina las propias del deportista con la asociación deportiva de segundo grado. La extinción de la licencia también se produce, como causa natural de la misma, por el agotamiento previsto de su período de vigencia. Ahora bien, dado que normalmente la categoría deportiva de una licencia comprende más de un año, lo que motiva la renovación de la licencia federativa al término de la temporada, resulta claro que en tales supuestos no nos encontramos ante una causa de extinción propiamente dicha de la licencia, pues sigue siendo la misma que fue expedida por primera vez, sino que estaríamos ante una prórroga o ampliación del período de vigencia de la misma, previa constatación de la continuidad en el cumplimiento de los requisitos objetivos y deportivos del deportista y del pago de las cuotas económicas correspondientes. Así, con las periódicas renovación anuales, siempre que la clase y categoría del titular no varíen, no se conceden *nuevas+ licencias sino que la que se posee originaria, con las modificaciones oportunas de datos actualizados en el documento, amplía temporalmente su eficacia. Aquí, resulta pacífica la aplicación del régimen general de las autorizaciones administrativas. 39 Debe destacarse, como causa sobrevenida de revocación de las licencias deportivas, y al margen de otros motivos que, por evidentes, resulta innecesario cualquier comentario añadido (muerte, incapacidad manifiesta, renuncia), la ineptitud médica del deportista federado. En último término, tanto la suspensión como la extinción de la licencia traen su justa causa en la aplicación de alguna medida cautelar en el seno del procedimiento disciplinario o deportivo o por la imposición de la sanción disciplinaria firme. Ningún ordenamiento jurídico-deportivo, estatal y autonómico, ha dejado de regular, en el respectivo capítulo o título dedicado a la disciplina deportiva, las sanciones relativas a la suspensión y extinción de las licencias, con diversa duración temporal en las primeras, atendiendo a la gravedad de las conductas infractoras. Así, desde sanciones de carácter leve que normalmente no van más allá de un mes de suspensión, hasta aquellas otras de carácter muy grave que llegan incluso a las cinco temporadas. Es también coherente que en aquellos casos excepcionales de extrema gravedad en la conducta reiterada del infractor o por la especial gravedad de los hechos debidamente valorados se imponga la privación de la licencia deportiva sine die. Es en este aspecto, donde, a nuestro juicio, la Ley andaluza del Deporte (al igual que, por ejemplo, Cantabria) incurre en una excesiva rigurosidad al prever, en todo caso, que la sanción prevista para el deportista por una falta muy grave sea la privación de la licencia deportiva [arts. 77.c) LD y 32.1.c) DRSDD], sin admitir una menor gravedad de dicha medida, como hubiera sido aconsejable, a todas luces, mediante la suspensión de la licencia por plazo superior a dos años y menor, por ejemplo, a cuatro o cinco. Este rigor es, sin embargo, atemperado por el Decreto 236/1999, de 13 de diciembre, del Régimen Sancionador y Disciplinario Deportivo, cuando prevé que esta sanción consistente en la privación de la licencia federativa únicamente podrá *imponerse, de modo excepcional, por la reincidencia en faltas muy graves o por la especial trascendencia social o deportiva de la infracción+ (art. 32.2). IV. Estatuto jurídico del titular de la licencia deportiva: derechos y obligaciones Junto al acceso a la competición y actividad oficial, como ratio essendi y primer derecho básico y fundamental que se ejerce con la licencia deportiva, ampliamente ya tratado en la páginas precedentes, hemos visto también que este documento habilitante sirve de título de integración, de vínculo con la federación deportiva, que otorga la condición de afiliado y permite la participación directa o indirecta en los órganos de dirección y representación de la federación, además de acarrear algunos otros derechos reconocidos desde la misma normativa jurídico-deportiva que aconsejan reseñar. Ahora bien, conviene desde este momento advertir, en primer término, ciertos aspectos en relación con la participación en la organización federativa, que, a nuestro modo de ver, permiten ajustar en sus estrictos límites el ámbito objetivo de este derecho reconocido sin excepción en todos los ordenamientos jurídico-deportivos, estatal y autonómicos. Como es sabido, la organización federativa se sustenta en los denominados *estamentos+ deportivos, que suelen estar compuestos por los clubes deportivos, deportistas, jueces-árbitros, entrenadores-técnicos y, no siempre, por otros colectivos. Todos los que pertenecen a alguno de ellos, y sin perjuicio de lo que en este trabajo se ha sostenido en relación con estos otros colectivos, deben estar en posesión de la licencia federativa, con la que evidentemente pasan a formar parte del estamento correspondiente. Desde el ordenamiento jurídico se garantiza, en todo caso, para quienes forman parte de estos estamentos ser electores y elegidos para la asamblea general y poder ocupar el cargo de Presidente de la federación deportiva. No vamos a entrar aquí a examinar los porcentajes de representatividad de cada uno de estos estamentos en la asamblea general, que varía de una normativa a otra (aunque siguiendo en importancia numérica el orden antes indicado), atendiendo a los que se fijen por la Administración y, en su caso, además, por la propia y concreta determinación de la federación, según el grado mayor o menor de intensidad de la intervención pública. Todo ello sin perjuicio, como medida para evitar el fraude, de la exigencia de un período mínimo Ctemporada anteriorC de antigüedad en posesión de la licencia y su efectiva participación en la práctica competitiva oficial, y de ostentar la mayoría de edad civil para ejercer estos 40 derechos sociales (a veces, 18 años para ser elegible). En el caso de Andalucía, el artículo 42.2. b) del Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas, previene que son electores y elegibles para la Asamblea General de las federaciones deportivas andaluzas los deportistas, entrenadores, técnicos, jueces y árbitros que sean mayores de edad para ser elegibles, y que no sean menores de dieciséis años para ser electores, con licencia federativa en vigor en el momento de la convocatoria de las elecciones, y que la hayan tenido en la temporada anterior. Así, también, lo ha dispuesto la Orden de 7 de febrero de 2000, por la que se regulan los procesos electorales de las federaciones deportivas andaluzas, en el artículo 16.1.b), exigiendo, además, haber participado, al menos desde la anterior temporada oficial, en competiciones o actividades oficiales de la respectiva modalidad deportiva, salvo causa de fuerza mayor debidamente justificada o que, en dicha modalidad, no exista o no haya habido competición o actividad oficial, en cuyo caso bastará acreditar tal circunstancia. Por cierto, resulta curioso que en el apartado a) de este mismo artículo 16.1, relativo al derecho de ser elector y elegible de los clubes deportivos y secciones deportivas, se emplee el término de la afiliación a la federación correspondiente para acreditar dicho derecho, o que, en el artículo 17.1.a) de la misma norma, se haga mención del certificado o diligencia de inscripción en el Registro Andaluz de Entidades Deportivas como documento de formalización de la candidatura; algo que, a pesar de entenderlo acertado, como tuvimos ocasión de ver, se compadece mal, no obstante, con la previsión del Decreto 7/2000, de 24 de enero, cuando señala que la acreditación documental de la integración de estas entidades deportivas en la federación se hará, al igual que las personas físicas, mediante una licencia que servirá de título acreditativo para el ejercicio de derechos y deberes reconocidos a los miembros de la federación. En cualquier caso, se quiere poner de manifiesto que sólo estos dos órganos de gobierno y representación de la federación, ciertamente los más significativos en cuanto a su trascendencia en la organización, son los reconocidos por la normativa para que los miembros de la federación con licencia formen parte de ellos, a modo de verdaderos derechos subjetivos. A estos dos, habría que añadir, en algún caso excepcional, el derecho a pertenecer también a la Junta Directiva, cuando se prevé que su composición esté formada, al menos en parte, por miembros elegidos directamente por la Asamblea General (caso de Castilla-León, por ejemplo), mitigando de esta manera el riguroso e imperante modelo presidencialista. Por tanto, sólo para los órganos federativos expresamente reconocidos por el ordenamiento jurídico-deportivo como representativos existe el derecho de quien está en posesión de la licencia a formar parte de ellos directa o indirectamente. Ciertamente que para el resto de órganos que conforman la estructura federativa, en buena lógica, deberían formar parte de ellos también, pero aquí, sin duda, ya no hay un *derecho+ derivado de la licencia, sino que tiene su origen en la decisión soberana de sus órganos de gobierno. Insistimos que dicha participación debe ser una realidad, a tenor del principio exigido de sus estructuras democráticas, pero el modo y porcentaje es algo que no está vinculado ya al estatuto propio que configura la licencia federativa. Por eso es perfectamente adecuado al régimen jurídico estatuido sobre la organización de las federaciones deportivas, en contra de lo que piensa algún autor, que quienes sean miembros de la Junta Directiva o de Gobierno, Gerencia o Secretaría General no formen parte de la Asamblea General. De este modo, también debe abogarse por entender que los derechos que comporta toda licencia deportiva son exactamente aquellos numerus clausus que se reconocen en la normativa estatal o autonómica correspondiente: participación en la competición oficial, integración en la estructura federativa y participación en los órganos de representación, cobertura y protección sanitaria y derecho a ser elegido para participar en las selecciones nacional o autonómicas. Otros derechos que puedan reconocerse a quien sea titular de la licencia, en estatutos y reglamentos federativos, deben entenderse que son producto de su efectiva integración en la asociación y, por tanto, de determinación libre y autónoma de la federación. Es decir, que estos otros derechos deben también desligarse del ámbito jurídico-público de la licencia, pues forman parte de su autonomía privada y se reconocerán, en mayor o menor medida, según lo decidan sus órganos de representación. En consecuencia, cualquier 41 decisión que afecte a estos *otros+ derechos deberán ser conocidos, en vía de reclamación o recurso, ante instancias judiciales ordinarias, sin que las respectivas Administraciones públicas deban conocer en vía de recurso de decisiones derivadas de la aplicación de aquéllos. Así, sería factible que en una temporada concreta, la federación deportiva decidiera únicamente conceder el abono de bolsas de viaje o de beneficios asistenciales a un determinado estamento y no a otros, sin que el colectivo afectado con dicha decisión pudiera impugnarla en vía del recurso previsto en el caso de las funciones públicas delegadas ante la Administración deportiva, pues su naturaleza ni es pública, ni es administrativa ni forma parte del régimen legal que en su caso pudiera reconocerse y derivarse de la licencia. Los derechos que toda licencia comporta son los que son, es decir, los que expresamente determina la normativa deportiva y aquellas otras normas federativas de desarrollo de la misma, pero nada más. De este modo, la licencia queda delimitada a su estricto y verdadero ámbito jurídico público, sin perjuicio de aquellos otros derechos o deberes estrictamente pertenecientes al ámbito privado que las federaciones deportivas pudieran establecer. Algo parecido acontece con la delimitación, que tanto problema conceptual y de contenido ha provocado por la indefinición injustificada del ordenamiento jurídico, de la organización de las actividades y competiciones oficiales, como función pública delegada, donde la regulación del marco general de las mismas, como así se reconoce en el Estado y algunas Comunidades Autónomas, es un importante paso para dar contenido a dicha función aunque claramente insuficiente. La licencia deportiva debe estar, en este sentido, enmarcada donde el legislador prevé su misma razón de ser: en el marco de la competición oficial y no como parte del mismo estatuto jurídico del deportista, que sólo debe acontecer para algunos de sus derechos y deberes, desde la perspectiva jurídico-pública, en cuanto la licencia constituye instrumento, medio o soporte de aquéllos. No en vano, en la ley andaluza, las licencias se enmarcan sistemáticamente dentro del capítulo III del título IV, dedicado a las competiciones deportivas, y no en el capítulo I de ese mismo título, donde se regula aquellos aspectos sustantivos del régimen y estatuto jurídico del deportista andaluz. De ahí que, a continuación, enumeremos, además de lo visto, sólo aquellos derechos que, junto a la participación en competición oficial, el adecuado desarrollo y promoción de su actividad deportiva y la integración en la federación, se establecen en todas o algunas de las leyes y reglamentos del deporte, como parte indisoluble del régimen jurídico de la licencia deportiva. - Protección del deportista: contenido y requisitos de la asistencia sanitaria y cobertura de riesgos El sistema de protección sanitaria al deportista inaugurada en la Ley 10/1990, de 15 de octubre, del Deporte, está basada en la concurrencia o no en competiciones oficiales. Los criterios básicos del sistema, seguidos esencialmente por todas las Comunidades Autónomas, consisten en distinguir, en primer término, entre la práctica deportiva general, el conocido deporte de ocio o para todos, y que, al formar parte de la vida del ciudadano, no requiere estructuras o requisitos diferentes a los del sistema nacional de salud, de aquella otra práctica deportiva, en segundo término, que se desarrolla en competiciones oficiales e implica un mayor riesgo de accidente o lesión, por lo que exigirá dos acciones principales: la conocida certificación de aptitud médica obligatoria para todo deportista que solicite una licencia deportiva que le permita participar en actividades y competiciones deportivas, y, además, un seguro de cobertura de riesgos. En resumen, para los deportistas, federados o no, que no participen en competiciones oficiales será el sistema público general de salud, mientras que para quienes participen en competiciones oficiales se exigen aseguramientos complementarios. Actualmente, la asistencia sanitaria de los deportistas cuenta con los siguientes grados y niveles de cobertura: 1. Ámbito del deporte profesional con normativa específica de inclusión en los deportes fútbol, baloncesto, ciclismo y balonmano en el Régimen General de la Seguridad Social, aunque hasta hace 42 poco venían incluyéndose en el régimen especial. 2. Deportistas de otras modalidades a las anteriores con contrato de trabajo que están incluidos igualmente en el Régimen General de la Seguridad Social, con fundamento en la Orden de 26 de abril de 1996, sobre justificación del cumplimiento de las obligaciones con la Seguridad Social por los clubes y sociedades anónimas deportivas, y en una consolidada jurisprudencia que considera a todos los deportistas profesionales sin excepción integrados en el Régimen General, si bien una buena parte de la doctrina se mantiene contraria a la inclusión actual en la Seguridad Social de los deportistas profesionales no incluidos expresamente, quedando, por el contrario, bajo la cobertura de la Mutualidad General Deportiva. 3. Posibilidad que los deportistas profesionales puedan acogerse al régimen especial de trabajadores por cuenta propia o autónomos, según las previsiones específicas que a tal efecto se determinan en este régimen para algunas actividades deportivas, normalmente donde se admite la licencia *individual+, independiente de la intervención, dirección y gestión del club. 4. Deportistas de alto nivel, que conforme a la Ley 10/1990, de 15 de octubre, del Deporte [art. 53.2.e)] y el Real Decreto 1467/1997, de 19 de septiembre, sobre deportistas de alto nivel, tendrán derecho a su inclusión en la Seguridad Social. 5. Fuera de los casos anteriores, tratándose de deportistas federados que participen en competiciones oficiales, se ha instituido legalmente el denominado seguro deportivo obligatorio, que cubre los riesgos para la salud derivados de la práctica deportiva, mediante la asistencia sanitaria, sin perjuicio de otros aseguramientos especiales que el ordenamiento jurídico prevea con ocasión de la actividad deportiva. En desarrollo del artículo 59.2 de la Ley 10/1990, se contiene en el Real Decreto 849/1993, de 4 de junio, por el que se determinan las prestaciones mínimas del Seguro Obligatorio Deportivo. Nos interesa poner ahora de manifiesto, en relación con el deporte aficionado, que este estadio de cobertura, que es principalmente el que aquí interesa, se ha caracterizado desde su institucionalización por el tradicional mutualismo. Debe toda política deportiva, en tal sentido, dirigirse a un concepto global e integrado de la salud del deportista, desde los reconocimientos médicos previos y preceptivos a su participación en competición, con el control periódico y de seguimiento a lo largo de su vida deportiva, el aseguramiento eficaz y suficiente de los riesgos físicos que pudiera padecer por la práctica deportiva, historial médicodeportivo, asistencia médica específica para el deporte de alto nivel y una clara determinación en común con los sectores implicados en el deporte sobre el dopaje. Este conjunto de medidas llevarán no sólo ya a una correcta y debida protección de la salud del deportista sino que con ellas, además, se aprovechará aun más en su justa medida las posibilidades reales de aquéllos para alcanzar mejores metas y marcas a lo largo de su trayectoria deportiva. Este fuerte compromiso por una asistencia global del deportista, más allá del deporte competición, se observa con especial intensidad en algunas leyes del deporte, y entre ellas la andaluza. Como tuve ocasión de constatar, en relación con unos hechos que requerían determinar si los clubes están obligados a contratar seguros específicos para los practicantes de deportes colectivos, aunque no estuvieran federados, existen francas posibilidades de actuación pública para la constitución de una mutualidad deportiva autonómica de previsión social, por las razones sustantivas recogidas en aquel informe, que vendrían además favorecidas por las especiales características que concurren en la Comunidad Autónoma de Andalucía, con un territorio donde se han suscrito, según el Anuario del Deporte Andaluz de 1999, un total de 294.259 licencias federativas, a las que hay que sumar las 64.719 universitarias y 40.662 escolares. En todo caso, el artículo 37.1 de la Ley andaluza del Deporte exige a las federaciones deportivas andaluzas concertar un seguro, bien colectivo o bien individual, que garantice al titular de la licencia 43 federativa el derecho a la asistencia sanitaria y la cobertura de riesgos que implica la práctica de la modalidad deportiva que desarrolla, conforma a las prestaciones mínimas exigidas por la legislación vigente en la materia. Es una determinación distinta, como se observa, a la consagrada en el Estado, pues el artículo 59.2 de la Ley de 15 de octubre de 1990 parece sólo exigir el seguro obligatorio que cubra los riesgos para la salud de los deportistas federados *que participen en competiciones oficiales+, lo que restringe visiblemente la cobertura de dicho seguro que acompaña a toda licencia, de tal manera que sólo nace y alcanza sus efectos con la efectiva participación del deportista federado en la competición oficial (así se prevé, del mismo modo, en los arts. 2 y 3 del Real Decreto 849/1993, de 4 de junio, por el que se determinan las prestaciones mínimas del seguro obligatorio deportivo). Debe añadirse que el tema de los aseguramientos en la práctica deportiva andaluza, según la Ley, parece sólo acotarse al ámbito federativo y para la competición oficial (el art. 38, específico, se dedica precisamente a los seguros), puesto que el artículo 36.3, si bien se refiere a los organizadores de competiciones deportivas de cualquier clase, parte, en nuestra opinión, de una exigencia menor que no llega a alcanzar en principio al deber de concertar seguros, salvo cuando es así en los términos del artículo siguiente, al establecer como principio garantizar el control y la asistencia sanitaria necesaria para prevenir y remediar los posibles efectos negativos sobre la salud y seguridad de los participantes y, en su caso, de los espectadores, que pasa no necesariamente por la suscripción de los seguros correspondientes sino que bastaría simplemente, por ejemplo, con la presencia del número de facultativos y personal sanitario adecuado, así como los medios apropiados, según el tipo de competición. Obsérvese, no obstante, que el artículo 39.2, que se refiere a la competición oficial, cuando establece el deber de garantizar el control y la asistencia sanitaria de la misma lo hace con una mención, en nuestra opinión, de manera deficiente aunque no obstante significativa, al artículo 36.3, en lugar del 37.1, instando con ello a una especial garantía de asistencia sanitaria para la competición oficial no federativa que pasa inevitablemente también por el aseguramiento del deportista de esta asistencia sanitaria con el otorgamiento de la licencia escolar o universitaria. En cuanto a la mención de la ley andaluza en el artículo 37.1 a una conformidad *a las prestaciones mínimas exigidas por la legislación vigente en la materia+, no debe interpretarse como una remisión exclusiva en bloque a las previsiones del Real Decreto 849/1993, de 4 de junio, dado que si bien ello será realmente imprescindible cuando el deportista haga uso de la habilitación de su licencia autonómica para participar en competiciones de ámbito estatal, a la vista de su artículo 21, en cambio, estimamos que para el exclusivo ámbito andaluz deben dictarse aquellas previsiones necesarias que se ajusten a la realidad autonómica y disponga, si es necesario, una adecuación de esos mínimos de la cobertura asistencial, atendiendo incluso al tipo de modalidad deportiva. Por lo que respecta a la responsabilidad civil que asegure el riesgo de terceros por culpa extracontractual en el deporte, cabe decir, respecto de aquellas prácticas deportivas que por el empleo o manejo de instrumentos u objetos peligrosos o susceptibles de producir un potencial daño (armas, embarcaciones, aeronaves, buceo), la normativa sectorial prevé en tales casos la suscripción de un seguro de responsabilidad civil que cubra los daños a terceras personas y que podría ser suficiente con el que normalmente se exige a las federaciones deportivas para la participación de deportistas en competiciones y actividades oficiales. Son éstas unas previsiones que, además, son de aplicación en cualquier ámbito territorial donde se celebre el evento deportivo, con independencia, en definitiva, de las competencias autonómicas respecto a la competición oficial, con lo que debe así, en los casos mencionados, preverse en la normativa autonómica deportiva que regule este aspecto o remitirse simplemente a esta legislación sectorial estatal. Una vez más, y en virtud de las competencias exclusivas del Estado reconocidas en el artículo 149 de la Constitución pero ajenas al deporte propiamente dicho, las normas dictadas en desarrollo de la competencia autonómica en materia de deporte deberán tener en cuenta estos límites cuantitativos para la suscripción de seguros que cubran los riesgos derivados de sus competiciones oficiales de estas modalidades deportivas. En los supuestos previstos por aquellas leyes del deporte donde la responsabilidad civil se hace recaer 44 en el organizador de las competiciones Coficiales o noC por los daños que pudieran producirse con ocasión de la celebración de las mismas, como son los casos del artículo 63 de la Ley 10/1990, de 15 de octubre, del Deporte y del artículo 37.2 de la Ley 6/1998, de 14 de diciembre, del Deporte, la suscripción de la póliza de seguro no se anuda evidentemente a la licencia federativa sino a la celebración del evento deportivo en las instalaciones o recintos designados por el organizador. En efecto, el indicado precepto de la ley andaluza dispone: *Los organizadores de competiciones oficiales, y de aquellas otras que reglamentariamente se determinen, tendrán la obligación de contratar un seguro de responsabilidad civil que asegure los riesgos físicos, incluidos daños a terceros, que su celebración conlleve+. Nos interesa saber que este organizador es, según se deduce de la voluntad del legislador, aquel que ejecuta materialmente el evento deportivo, prepara y lleva a cabo los actos concretos para que el acontecimiento deportivo se lleve a efecto, por lo que el deber directo recae no sólo sobre y, en su caso, la federación deportiva como titular delegado de la función pública de calificar y organizar las competiciones oficiales (sólo cuando sea también la que organice, en particular, la competición) sino fundamentalmente por aquellas entidades y clubes deportivos responsables de la celebración en sus terrenos de juego e instalaciones deportivas (sean o no de sus propiedad) del acontecimiento deportivo, sin perjuicio, en cuanto al alcance de la acción que corresponde a los perjudicados por la evidente y posible responsabilidad directa Cno subsidiariaC de la federación deportiva, en cuanto titular delegado de la competición deportiva, siempre y cuando se aprecien en su conducta los requisitos culpabilísticos propios exigidos en la responsabilidad extracontractual (así, por ejemplo, negligencia en la supervisión y vigilancia de las normas técnicas y de seguridad del terreno de juego). Ciertamente que este deber de seguro de responsabilidad civil atribuido al organizador del evento deportivo contiene una cobertura legal de alcance más restringido y menos progresista que el sistema normativo por el que se exige la suscripción del seguro de responsabilidad civil con la expedición de cada una de las licencias deportivas, como son los casos del artículo 48. a) de la Ley 14/1998, de 11 de junio, del Deporte del País Vasco, al prever el seguro de cobertura de responsabilidad civil para las licencias federativas, escolares y universitarias, y del artículo 65. c) de la reciente Ley 2/2000, de 12 de julio, del Deporte de la Región de Murcia o de la Ley 8/1999, de 30 de julio, de reforma de la Ley catalana del deporte de 1988, al disponer, igualmente (si bien, en el caso murciano, sin justificación sólo para las licencias federativas), un aseguramiento anudado a la licencia que cubra los riesgos derivados de la responsabilidad civil frente a terceros derivado del ejercicio o con ocasión de la práctica deportiva. Realmente, puede afirmarse que dadas las características del seguro en función de la celebración del evento deportivo queda en la práctica absorbido por aquel que se exige en la normativa relativa a espectáculos públicos y actividades recreativas. Visto lo anterior, resulta claro que el seguro de responsabilidad civil individual anudado a la expedición de la licencia deportiva responde a otra necesidad, a una más exacta cobertura acorde con la función aseguradora de riesgos y de la salud de los deportistas en el ámbito federativo reconocida por todas las leyes del deporte. De tal manera que no puede desconocerse que este *aseguramiento personalizado+ al ir colegido con las condiciones generales propias del ejercicio de la licencia implicaría la cobertura para, por ejemplo, los casos de entrenamientos o en supuestos de actividades oficiales donde, por las circunstancias más variadas, no se celebran en instalaciones deportivas o no acuden espectadores. Algo que no acontece en el supuesto que la obligación recayera en el organizador de la prueba o competición como espectáculo público, más adecuado y acorde para daños derivados de las propias instalaciones y por el público asistente, en virtud del contrato suscrito por éste y el organizador, materializado en la entrada de acceso a la instalación deportiva. No desconocemos que, en el campo genérico del aseguramiento deportivo, el seguro del organizador debe ser complementario pero en ningún caso sustituto de aquel otro individual por el que, junto con el de asistencia sanitaria, resulta cubierto todo deportista federado titular de la correspondiente licencia. En consecuencia, el régimen más adecuado de aseguramiento de la responsabilidad civil en el deporte vendría dado, en primer término, por el personal titular de la licencia, cuyo deber se suscripción 45 compete en todo caso a la federación deportiva, y, en segundo lugar, aquel otro derivado de la práctica deportiva, en competición oficial o no, anudado a la instalación o equipamiento, o en aquellos otros espacios que conforman el amplio concepto de espectáculo público. Con este último deber de aseguramiento que se hace recaer en el organizador de la competición oficial, se evita toda problemática relacionada con la titularidad de la competición oficial y el organizador material de la misma o, en su caso, de quienes organizan la competición por delegación federativa. Lo importante es, pues, quien, con uno u otro título legítimo, organiza la competición oficial y es el centro de imputación de riesgos derivados de la misma. - Participación en las selecciones nacionales y autonómicas En todas las leyes estatal y autonómicas, o en sus normas de desarrollo, no falta la mención de este deber específico que emana, sin duda, del legítimo interés público que subyace en la misma: la salvaguardia de la representación estatal o autonómica en la competición deportiva, como una parte más de esa intervención pública en el deporte que se contiene tras el término fomento del deporte, y, en concreto, promoción de la competición deportiva. De ahí que francamente no entendamos aquellas opiniones críticas a este deber personal, cuando, no olvidemos, los intereses de los clubes deportivos deben enmarcarse y sujetarse ante todo en el ámbito de la competición oficial pública y administrativa que justifica su misma razón de ser. En el caso de Andalucía, el artículo 41.4 de la Ley 6/1998, al igual que el artículo 9.4 en relación con el 12.2 del Decreto 7/2000, de 24 de enero, establece la obligación personal de los deportistas federados de asistir a las convocatorias de las selecciones andaluzas en los términos que reglamentariamente se determine, de tal manera que *la falta de asistencia no justificada a las convocatorias de las selecciones andaluzas+ constituye una infracción muy grave [arts. 74.1. g) LD y 27.1.g) DRSDD]. No cabe duda, dado el inequívoco interés público de la Administración andaluza en la constitución de las selecciones deportivas andaluzas, que este deber legal impuesto al deportista federado, por parte de quien ostenta una licencia federativa, también es ejercitable como un verdadero derecho por parte de este concreto estamento y que se genera o nace con la obtención de la licencia. En tal sentido, ya el artículo 91.3 del mismo Decreto 7/2000 así lo reconoce de manera expresa, al disponer que *los deportistas federados del club tienen derecho a desempeñar su actividad deportiva en el marco de las reglamentaciones que rigen la correspondiente modalidad y a acudir a las selecciones deportivas andaluzas cuando sean convocados por las federaciones [...]+. Como ha señalado Bermejo en relación con esta misma previsión recogida en la vigente Ley 14/1998, de 11 de junio, del Deporte del País Vasco, ciertamente resultaría procedente que esta carga pudiera extenderse a todos los deportistas y no sólo a los federados, lo que verdaderamente la obligación, dada la satisfacción (al menos, en general) que a todo deportista provoca su convocatoria a las selecciones deportivas, ofrece una evidente vertiente honorífica que reduce al mínimo la eventual *carga+ impuesta por la Ley. La remisión al reglamento que formula el precepto legal comentado se ha llevado a efecto, a mi modo de ver, de una manera satisfactoria por los artículos mencionados del Decreto. En efecto, junto al ya conocido apartado 3 del artículo 9 de este Reglamento y al deber que incumbe a todos los clubes deportivos andaluces federados de poner a disposición de la federación deportiva correspondiente los deportistas federados de su plantilla, tanto este precepto, que en su redacción final establece que lo dispuesto será de acuerdo con las condiciones estatutarias de las federaciones deportivas, como en el artículo 9.4, se establece inequívocamente una remisión en bloque precisamente a las disposiciones normativas y estatutarias federativas (art. 12.2). Previsión que entendemos consecuente, dado el estricto carácter técnico-deportivo que subyace en los criterios de convocatoria de los deportistas para las selecciones autonómicas. 46 Ahora bien, este interés público que subyace en el deber de todo deportista federado de acudir, cuando sea llamado al efecto, para formar parte de las selecciones nacionales o autonómicas, que incluso en alguna Comunidad Autónoma se configura como función pública delegada de las federaciones deportivas, siendo naturalmente un deber que forma parte de su estatuto jurídico, debiera de venir ciertamente atemperado por unas expresas previsiones, a modo de causas de justificación, que permitan excusar al deportista federado de formar parte de la selección respectiva, al margen naturalmente de aquellas causas debidas a enfermedad, lesión o cualquier otro motivo debido a fuerza mayor. De este modo, en favor una vez más de un necesario equilibrio del sistema deportivo, de esa eterna y frágil simbiosis entre intereses privados y públicos, nos parece muy interesante la fórmula contenida en el artículo 92 de los Estatutos de la Federación Española de Piragüismo, disponiendo que *constituye un motivo máximo de satisfacción para un palista su selección para algún equipo nacional en pase de preparación o prueba; si el palista estimase que alguna razón excepcional le impide en determinados momentos, aceptar tal alto prestigio, los expondrá justificadamente a la Federación Española de Piragüismo, que lo aceptará o no, con arreglo a su criterio+. De esta manera, con la introducción de este factor personal, se evitará en numerosas ocasiones la apertura de procedimientos disciplinarios deportivos. Tampoco debe dejarse de advertir lo estipulado, en relación con los deportistas profesionales sujetos a una relación laboral, por el artículo 47.2 de la Ley 10/1990, de 15 de octubre, del Deporte, disponiendo que el empresario conservará tal carácter durante el tiempo requerido para la participación en competiciones internacionales o la preparación de las mismas, si bien se suspenderá el ejercicio de las facultades de dirección y control de la actividad laboral y las obligaciones o responsabilidades relacionadas con dicha facultad, en los términos que reglamentariamente se establezca. Algo que reitera el Real Decreto 1006/1985, de 26 de junio, por el que se regula la relación especial de los deportistas profesionales, al establecer que sus normas no serán de aplicación a las relaciones entre los deportistas profesionales y las Federaciones Nacionales cuando aquéllos se integren en equipos, representaciones o selecciones organizadas por las mismas (art. 11.6). - Consideración de deportista de alto nivel y alto rendimiento Un aspecto que debe destacarse es la distinta consideración que para la normativa deportiva ostenta el requisito de la licencia deportiva en relación con la condición de deportista de alto nivel o alto rendimiento. Es pacífico que, en cualquier caso, esta especial condición del deportista pasa previamente por su condición de deportista federado o de deportista en posesión de la licencia deportiva. Y ello es así porque, aunque, por ejemplo, en la normativa estatal, el Real Decreto 1467/1997, de 19 de septiembre, sobre deportistas de alto nivel, no exige de una manera expresa Ccomo parte integrante del conceptoC la posesión de licencia, si bien es obvio que, dada la naturaleza intrínseca del deporte de alto nivel, que se articula en función de la competición oficial de carácter internacional, tal condición se encuentra implícita para obtener la condición y beneficios reservados al deportista de alto nivel. En el ordenamiento jurídico-deportivo andaluz, la exigencia de estar en posesión de la licencia, como es sabido, constituye una condición que forma parte de la misma definición de deportista andaluz de alto rendimiento, como así se determina en el artículo 21 del Decreto 434/2000, de 20 de noviembre, sobre el Deporte Andaluz de Alto Rendimiento. Esto obedece, de manera primordial, a la fuerte impronta autonómica, frente a la figura del deporte estatal de alto nivel, que se pretende reforzar en esta categoría propia de este ámbito del deporte de alto rendimiento. Por ello, no basta así que el deportista esté en posesión de la licencia federativa, sino que hace falta además que esa licencia sea la expedida por la federación deportiva andaluza y no de la federación deportiva española correspondiente, además incluso, al igual que ocurre con el requisito de la participación en los órganos representativos de gobierno, con una *antigüedad+ mínima en la posesión de la licencia de un año. No obstante, sí que conviene destacar alguna consecuencia dispar de 47 este régimen entre el ordenamiento estatal y el andaluz. Nos referimos, en concreto, a la afectación que se produce en la condición de deportista de alto nivel o rendimiento en virtud de la aplicación de régimen disciplinario deportivo. Así, entre las causas de pérdida de esta condición aparecen, en el Real Decreto 1467/1997, de 19 de septiembre, las de haber sido sancionado en firme por dopaje y también haber sido sancionado en firme por alguna de las infracciones previstas en el artículo 14 del Real Decreto 1591/1992, sobre disciplina deportiva. Pues bien, parece justificado que, en efecto, la sanción de dopaje lleve aparejada la pérdida de la condición de deportista de alto nivel, dado que el dopaje, por su especial y grave consideración como infracción en el mundo del deporte competitivo, implica una verdadera antítesis de la finalidad de la competición; ahora bien, no estimamos acertado que esta pérdida de la condición venga dada, sin más, por la comisión de algunas de las conductas infractoras calificadas como muy graves y sancionada como tal, según la descripción de las conductas que se enumeran en el artículo 14 del Real Decreto 1591/1992, de 23 de diciembre, sobre Disciplina Deportiva. Debe observarse que la causa de la pérdida de la condición es haber sido sancionado por la realización de unas determinadas infracciones, es decir, lo que prevalece es la inobservancia de una determinada conducta, se compele al deportista de alto nivel a que actúe sin cometer determinadas infracciones, en definitiva, se le exige un plus de actuación irreprochable desde la perspectiva disciplinaria, con independencia de la naturaleza y tipo de sanción impuesta. Esta condición subjetiva para mantener la cualidad de alto nivel debe ser sustituida, en nuestra opinión, por otra más objetiva y dependiente de la misma posibilidad de continuar participando con la condición de deportista de alto nivel o rendimiento en la competición oficial, y no es otra que la suspensión o privación de la licencia federativa. En efecto, sólo desde esta perspectiva debe justificarse una decisión tan trascendente en la vida de un deportista de alto nivel o rendimiento, como es dejar de serlo, condicionando en buena parte su vida deportiva. Entendemos que la pérdida de la condición no debe estar sujeta a la observancia de un determinado comportamiento no infractor, a pesar que éste sea la finalidad de todo régimen disciplinario, sino por la imposición de una sanción grave que le impida desarrollar, como así se le exige, la actividad deportiva. Por ello, entendemos más acertada la previsión de la normativa andaluza en la materia, pues, si bien prevé también que la condición de deportista de alto rendimiento se pierde por la causa consistente en *sanción firme en vía federativa o administrativa por infracciones disciplinarias muy graves+ [art. 13.1.b) del Decreto 434/2000, de 20 de noviembre], hay que señalar que la sanción prevista para este tipo de infracciones, entre otras, es la *privación de licencia federativa+ [arts. 77.c) LD y 32.1.b) DRSDD], sin que quepa la suspensión, que se reserva sólo para las infracciones graves y leves. No obstante, en la redacción reglamentaria andaluza debiera haberse especificado que la sanción firme en vía federativa o administrativa lo era por la privación de la licencia federativa, puesto que otras posibles sanciones por falta muy grave, como la multa de 500.001 hasta 5.000.000 de pesetas o, incluso, la inhabilitación y destitución del cargo, pueden ser también aplicadas a los deportistas. En cuanto a la suspensión de la licencia, y puesto que la misma está prevista, como es sabido, para faltas graves y leves, el Decreto 434/2000, de 20 de noviembre, sólo prevé, con acierto, que en el caso de la infracción grave (superior a un mes) implicará igualmente la suspensión de la condición de deportista andaluz de alto rendimiento y de sus beneficios, así como la no inclusión en la relación anual de Alto Rendimiento durante el período de aquella suspensión (art. 13.5). Por lo demás, en el ámbito de este concreto derecho debe enmarcarse la previsión contenida en el artículo 12.3 del Decreto 7/2000, de 24 de enero, de Entidades Deportivas Andaluzas, cuando dispone el deber de los clubes de poner a disposición de las federaciones a sus deportistas federados, con la finalidad de llevar a cabo programas específicos encaminados a favorecer su desarrollo deportivo ( al respecto, arts. 35.3 LD y 91 del Decreto 434/2000, de 20 de noviembre, sobre el Deporte Andaluz de Alto Rendimiento). Es aquí también, cuando se ostenta esta condición, tanto en la normativa estatal como autonómica, cuando se generan, a su vez, otros nuevos derechos, además del señalado, como su consideración como mérito evaluable en los concursos para la provisión de puestos de trabajo relacionados con el deporte, exención de requisitos académicos para el acceso a las titulaciones comprensiva de las enseñanzas de técnicos deportivos, reserva de plazas en los Institutos Nacionales 48 de Educación Física, inclusión en la Seguridad Social, compatibilidad con la enseñanza educativa y universitaria, becas y ayudas económicas específicas y aquellos otros beneficios que se establezcan (arts. 53.2 LDE y 35.3 LD). - Otros derechos No cabe duda que la condición de miembro integrante de la federación deportiva, adquirida a través de la licencia, comporta todo un elenco de derechos, aunque varíen de unas federaciones a otras. Debe tenerse en cuenta para estos otros derechos lo ya expuesto en relación con la titularidad de la licencia, puesto que son reconocidos sólo por las federaciones en sus normas estatutarias o reglamentarias y, como tales, deben ser considerados en su naturaleza privada y sin formar parte del contenido mismo de la licencia deportiva. Pueden resumirse en los siguientes: a) Participar en competiciones y actividades no oficiales: es evidente la aplicación del aforismo popular según el cual «quien puede lo más también puede lo menos». Parece, en consecuencia, que no debe plantearse duda alguna del legítimo *derecho asociativo+ del deportista con licencia federativa a poder participar en aquellas otras actividades deportivas organizadas por su federación que no estén calificadas de oficiales. Tal derecho encuentra firmemente su fundamento en la plena representación de su estamento en las asambleas generales, como elemento básico en la adopción y participación de las decisiones y acuerdos más trascendentales de la misma federación. No puede postularse que este derecho a participar en la competición no oficial pueda encontrar fundamento legal y de naturaleza pública en el genérico deber del deportista de practicar la actividad, puesto que esta práctica sólo se reconoce en su modalidad de competición o actividad oficial, reservando exclusivamente el derecho a desempeñar su actividad deportiva en su relación no con la federación sino con el club deportivo del que forma parte (así, arts. 81.4 y 5, y 91.3 y 5 DEDA). b) Recibir la protección genérica y tutela efectiva de la organización federativa en defensa de los respectivos intereses legítimos de cada estamento federativo con licencia. c) Uso y acceso a instalaciones deportivas propiedad o en otro régimen de la federación, así como el disfrute de sus bienes patrimoniales destinados a la actividad deportiva. Sin embargo, este derecho se ha configurado como un verdadero deber en el ordenamiento jurídico-deportivo catalán, tras la reforma operada por la Ley 8/1999, de 30 de julio, al exigirse también la licencia deportiva para todo aquel que pretenda hacer uso de las instalaciones o servicios de entidades, centros, establecimientos o empresas que organicen actividades físicas de recreo o deportiva, donde se practique una actividad física o deportiva o presten servicios deportivos. Una verdadera novedad que dará un especial impulso a esta licencia deportiva *institucional+. d) Recibir las enseñanzas y obtener las titulaciones y diplomas de aptitud y perfeccionamiento deportivos, impartidos por las respectivas escuelas de formación técnica deportiva de cada federación. e) Beneficiarse de cuantas ventajas económicas y de ayudas se ofrezcan por la organización federativa, siempre que reúnan las condiciones establecidas en cada caso. En cuanto a los deberes, caben mencionar: - Aceptación del estatuto y reglamentos federativos La solicitud y obtención de una licencia comporta para su poseedor la asunción y acatamiento de los presentes Estatutos y de los Reglamentos de la Federación. Ahora bien, entendemos que el título de 49 integración en la federación correspondiente, con la licencia federativa, debe acomodarse, en efecto, al principio de sometimiento de las normas asociativas, que disciplinan y reglamentan la competición deportiva y la organización federativa. Pero tal reglamentación no debe comprender una absorción de la actividad deportiva del titular de la licencia, en el sentido de impedir que pueda ejercer o practicar deporte en otras organizaciones o en entidades ajenas al orden federativo. Una vez más, se revela el déficit normativo de estas materias deportivas de evidente interés público y que requieren, al igual que la licencia deportiva, un adecuado y suficiente régimen jurídico público. Cabe incluir en este apartado, como consecuencia de esta misma sujeción a las normas federativas, el deber de aceptar y acatar las decisiones y acuerdos adoptados por los órganos federativos, como principio básico de cohesión interna de toda asociación, sin perjuicio, claro está, de ejercer el legítimo derecho de recurrir e impugnar tales decisiones, tanto ante el mismo u otros órganos federativos como ya, agotada esa vía federativa, garantizando el acceso a los Juzgados y Tribunales ordinarios correspondientes, algo que también debe estar previsto en cada caso y con el oportuno régimen jurídico aplicable. Un aspecto este último que, como bien es sabido, ha estado tradicionalmente vedado, principalmente por así estipularlo las asociaciones y federaciones internacionales, llegando incluso en caso de incumplimiento a la revocación de la licencia, expulsión de la federación o, en su caso, de la competición. - Sujeción a la potestad disciplinaria deportiva Es una consecuencia clara y evidente, en primer término, de la participación en la competición oficial, a la que se le dota, desde las mismas instancias públicas, de un intensísimo y sistemático régimen disciplinario deportivo, con la finalidad de salvaguardar su existencia, que es su principal bien jurídico protegido. En segundo término, a dicha razón, se superpone otra, como es la misma integración del deportista en la organización federativa. Este lado, más corporativo, de la potestad disciplinaria deportiva explicará, en buena parte, algunos ilícitos disciplinarios ajenos o fuera de la estricta actividad deportiva. En la totalidad de los ordenamientos jurídico-deportivos en España figura dedicada a la disciplina deportiva una gran parte del contenido de las leyes del deporte y/o se han dictado normas reglamentarias específicas sobre la misma. Centrándonos en Andalucía, el artículo 68 de la Ley 6/1998, de 14 de diciembre, del Deporte, dispone que quedan sometidos al régimen disciplinario del deporte quienes participen en actividades deportivas federadas, y en particular los deportistas, técnicos, jueces y árbitros, clubes deportivos andaluces y federaciones deportivas andaluzas, así como sus socios y directivos. Por su parte, el Decreto 236/1999, de 13 de diciembre, del Régimen Sancionador y Disciplinario Deportivo, simplifica esta sujeción, al disponer que quedan sometidos al régimen disciplinario del deporte quienes formen parte de la organización deportiva federada o participen en las actividades deportivas organizadas por la misma. En lo que interesa a este estudio, es decir, para quienes estén en posesión de la licencia (deportistas, jueces-árbitros, entrenadores-técnicos y clubessecciones deportivas) hay que poner de manifiesto, en primer término, la injustificada ausencia del deporte escolar y universitario en esta potestad disciplinaria, pues no debe olvidarse que, primero, el capítulo III del título VII y, después, el artículo 68 de la Ley están dedicados al *ámbito de la potestad disciplinaria deportiva+, si bien el precepto sólo se refiere al régimen disciplinario federativo. Resulta incomprensible que el deporte escolar y universitario queden al margen del diseño público de la disciplina deportiva, soslayando cualquier alusión a sus órganos disciplinarios entre los enumerados en el artículo 69.2 de la Ley. Esta marginación llega al extremo de dejar fuera a estos ámbitos deportivos de las competencias propias del órgano administrativo superior y específico de control de esta función pública delegada, el Comité Andaluz de Disciplina Deportiva, a tenor de la redacción literal del artículo 82.1 de la misma Ley reguladora del deporte andaluz. Algo que ha sido remediado, por fortuna, 50 aunque en nuestra opinión sobrepasando los límites de la atribución legal de competencias, por el artículo 71.c) del Decreto 236/1999, de 13 de diciembre, del Régimen Sancionador y Disciplinario Deportivo, al otorgarle competencia en la *resolución, en vía de recurso, de las pretensiones que se deduzcan con relación a las resoluciones recaídas en los expedientes disciplinarios deportivos tramitados por las Universidades andaluzas y demás órganos u organismos de la Administración Autonómica, en relación con las competiciones deportivas de carácter oficial+. Sin embargo, al margen de la precisión anterior, resulta de mayor interés respecto a la potestad disciplinaria deportiva no ya que la misma esté justificada sobre quien esté en posesión de la licencia deportiva, algo sobre lo que, por obvio, omitimos cualquier comentario añadido a lo ya expuesto, sino exactamente cuál es el ámbito objetivo y subjetivo de aplicación de esta disciplina deportiva a quienes participan en la práctica deportiva. Parece lógico que este ejercicio de la potestas se ajuste sólo a las conductas susceptibles de infracción a las reglas de juego o la competición y a las normas generales deportivas, siempre que estas últimas, entendemos, tengan relación directa de lugar y tiempo, en cuanto a su comisión, con la práctica deportiva, es decir, derivada necesariamente de su participación en la competición oficial. Es, por consiguiente, muy discutible que el concepto de disciplina deportiva abarque infracciones cuyo tipo disciplinario consista en declaraciones públicas de sujetos con licencia deportiva (siempre que no sea incitar al público o equipo a la violencia) y hasta ahora sancionados como actos notorios o públicos que atentan a la dignidad o decoro deportivos o, en su caso, como infracción al deber de sigilo o reserva. Este aspecto, como puede advertirse, entronca con la libertad de expresión y es pacífico que algunos pronunciamientos jurisprudenciales (SSTC de 10 de enero de 1995 y 13 de enero de 1997, además de un buen número de ellas dictadas por el Tribunal Supremo), hayan optado a favor del derecho fundamental. Pero hay más. Desde el punto de vista subjetivo, somos partidarios que esta disciplina deportiva cohonestada con la licencia federativa deba ser ejercida con exclusividad por las federaciones deportivas y, por supuesto, el Comité de Disciplina Deportiva o el órgano similar autonómico encargado de resolver en última instancia administrativa los recursos planteados contra las decisiones y actos disciplinarios federativos. El hecho tan simple como entender que la vinculación jurídica del deportista, cual es la licencia, con la federación deportiva, a través de su integración, hace que el sometimiento a sus normas y reglas lo sean lógicamente con el ente asociativo, donde el sometimiento a *su+ potestad disciplinaria no es más que una de las consecuencias del vínculo jurídico. De ahí que la sujeción a la *otra+ potestad disciplinaria derivada de su pertenencia al club deportivo no encuentre amparo en la licencia federativa ni tiene el mismo fundamento y finalidad que la potestad disciplinaria deportiva, dado que a diferencia de ésta, donde el ejercicio de la disciplina deportiva se ejerce por quien es el titular o su delegado de la competición oficial, en la que se ejerce por el club tiene su origen en la relación jurídico-privada del mismo con sus miembros y obedece al interés particular asociativo y ajeno, al menos, en el plano teórico-formal de su delimitación, a las infracciones a las reglas del juego o competición y generales deportivas. Para finalizar, debemos hacer mención de un aspecto puramente formal de la disciplina deportiva, relacionada con la notificación de los actos sancionadores, aunque se pone de relieve, de alguna manera, la patente *tensión+ que existe en las mutuas relaciones existentes en el triángulo deportistaclub-federación y no necesariamente por este orden. En efecto, sabido es que en este trabajo se ha pretendido poner de manifiesto una cierta virtualidad de la licencia como documento que revela de manera principal y sustancial la relación deportista y federación, sin que hayamos relegado en ella al tercero en discordia, esto es, al club, sino simplemente mantener las relaciones deportista-club y clubfederación en sus justos términos, sin que deban influir ni pasar a ser factor principal de la licencia deportiva. Esto no obsta, una vez más, a aconsejar, por razones puramente organizativas y de control, que la solicitud de las licencias se efectúen por intermediación de los respectivos clubes. Ahora bien, creo que esto no debiera impedir que el propio jugador o su representante legal pudiera presentarla ante el organismo federativo competente para su tramitación, siempre que acompañe, por ejemplo, la acreditación del club de pertenencia. Pero, al margen de esta desvinculación de relaciones y planos 51 existentes en la licencia y su correcto y adecuado alcance de cada uno de ellos en relación con ésta, de la que con cierta extensión nos hemos ocupado, lo que queremos poner de manifiesto en este apartado específico relacionado con el sometimiento del titular de la licencia a la potestad disciplinaria es precisamente dar a conocer esa quiebra de planos deportista-federación con deportista-club, con la licencia de por medio. En efecto, esta dimensión se observa en un tema tan específico como son las notificaciones de las sanciones disciplinarias. Por ejemplo, el artículo 52.2 del Decreto 236/1999, de 13 de diciembre, del Régimen Sancionador y Disciplinario Deportivo, establece, a estos efectos, que las notificaciones se practicarán en el domicilio de los interesados o en el que establezcan a efectos de notificación. Y añade: *También podrán practicarse en las entidades deportivas a que éstos pertenezcan siempre que la afiliación a la federación correspondiente deba realizarse a través de un club o entidad deportiva o conste que prestan servicios profesionales en los mismos o que pertenezcan a su estructura organizativa+. No hace mucho, la sentencia de 21 de mayo de 1999 del Tribunal Superior de Justicia de Navarra, Sala de lo Contencioso-Administrativo (Ponente: Fernández Urzainqui), ha estimado en parte el recurso interpuesto por un determinado club contra la resolución del Comité de Disciplina Deportiva de Navarra, confirmatoria de la pronunciada por el Comité de Apelación de la Federación Navarra de Fútbol, en cuanto ratificaba la sanción de dos años de suspensión de licencia federativa a un jugador de dicho club, declarándola nula y retrotrayendo las actuaciones del expediente disciplinario a la fecha de incoación, por entender el Tribunal que no se había notificado en forma alguna al jugador sancionado. De tal manera que ni el anexo al acta arbitral que motivó la incoación del procedimiento, remitida tan sólo a los clubes contrincantes, ni el acuerdo del Comité de Competición y Disciplina de la Federación Navarra de Fútbol que le impuso la sanción de dos años, ni ninguna de las sucesivas resoluciones que la confirmaron en la vía administrativa, fueron puestos de manifiesto al interesado en el procedimiento disciplinario. El Tribunal exige, en consecuencia, que el club tenga conferida la representación de su jugador, y el hecho de tener legítimo interés en mantener a éste en plantilla, otorgándole por ello una legitimación propia para impugnar la suspensión, no excluye la del propio jugador para defenderse de las imputaciones que se le formulan e impugnar así la sanción que personalmente ha de soportar con su apartamiento del juego de competición. Cierto es que tal decisión jurisprudencial tuvo su justa crítica por Real Ferrer, tachándola de excesivamente formalista y desconocedora de la realidad deportiva. Algo de ello compartimos nosotros también, especialmente en los supuestos de entrega de actas arbitrales y anexo a las mismas, o sus ampliaciones, que hacen materialmente inviable la notificación personal a los interesados implicados. Sin embargo, a veces, no basta con que el futbolista federado lo sea porque pertenezca al club o que sea tan lógico que las relaciones ordinarias con la federación, incluida la disciplinaria, se canalicen a través de la entidad de primer grado. La mediación de ésta, en este caso, debe ceder, como ha observado el juzgador, a favor de esa relación directa que nace de y por la licencia federativa, entre deportista y federación, dándole su justa posición en relación con aquella otra superpuesta con el club. Creo que es hora de redefinir las relaciones deportivas, clarificarlas, ajustarlas en sus respectivas dimensiones, juridificarlas, y para ello, desde la perspectiva jurídico-pública, la pauta debe marcarla ciertamente la licencia deportiva, y debe hacerlo siempre teniendo en cuenta los intereses públicos en juego, aquellos que motivan la intervención pública, el fomento, la promoción de todo ciudadano que desee participar en el deporte competitivo y, en este sentido, la licencia debe ser reflejo de esa realidad, de cómo el deportista accede, con dicha autorización de la federación, a la competición oficial. La licencia, en consecuencia, define esa relación deportista-federación y no puede ser sustituida ni mediatizada por la interposición de la entidad de base que responde, de manera sustancial, a sus legítimos intereses. Entiendo que la intervención pública en la competición oficial, desde esta perspectiva, debe estar dirigida a favorecer el efectivo acceso del deportista, entrenador o árbitro a la competición oficial, pero no para que así lo hagan los clubes deportivos, lo cual, casi si se me apura, obedecería más al legítimo, estricto y paralelo fin privado de estas entidades sobre la competición oficial, incluida la misma federación deportiva. - Sometimiento a reconocimientos médicos y pruebas antidopaje 52 Como se ha tenido ocasión de exponer, a los deportistas deben practicárseles aquellos reconocimientos médicos preventivos y controles periódicos, en su caso, que tienen como finalidad preservar la salud y asegurar una práctica deportiva sin riesgos. El deber de sometimiento de estos reconocimientos tiene este inequívoco fundamento que exonera de cualquier comentario suplementario a lo ya indicado al respecto. De tal manera que soslayar este deber o una negativa del interesado a someterse a estas pruebas médicas impide, como parte de los requisitos de la misma, la expedición o renovación de la licencia, si no se quiere incurrir, en caso de negativa injustificada, en una, cuanto menos, infracción muy grave del régimen disciplinario deportivo. La misma consideración, como es evidente, tiene el uso o administración de dichas sustancias, así como el empleo de métodos destinados a aumentar artificialmente la capacidad física del deportista, las conductas que inciten, toleren o promuevan la utilización de tales sustancias o métodos y las que impidan o dificulten la correcta realización de los controles [por ejemplo, arts. 74.1.a) LD y 27.1.a) DRSDD]. Esto, sin perjuicio, a nivel estatal, del Real Decreto 255/1996, de 16 de febrero, por el que se establece el régimen de infracciones y sanciones para la represión del dopaje, donde se prevé la suspensión de la licencia desde tres meses a cuatro años e, incluso, la privación de la licencia a perpetuidad, en caso de tercera infracción. Estos controles, la determinación de las sustancias prohibidas y el procedimiento previsto para su análisis y detección es algo que hoy día, a nivel mundial, está en proceso de una imprescindible homologación y unificación de la normativa, puesto que la estructura piramidal y, en otro caso, la interrelación, de las competiciones deportivas en sus distintos ámbitos y niveles territoriales, exige un solo marco jurídico en la lucha contra el dopaje en el deporte. Los cimientos de este objetivo han comenzado con la creación de la Agencia Mundial Antidopaje, promovida por el Comité Olímpico Internacional y con participación activa de la Unión Europea. En cualquier caso, para el deportista con licencia, el deber de estos controles, dada la implicación público-privada que subyace en el lucha antidopaje, proviene, en primer término, de los órganos competentes federativos internacionales, nacionales y autonómicos, según el ámbito de la competición, a los que incumben principalmente esta labor, sin perjuicio de la intervención de aquellos otros órganos públicos, como el Consejo Superior de Deportes, la Comisión Nacional Antidopaje y, en su caso, los respectivos órganos de las Comunidades Autónomas, o privados, a nivel internacional, como la mencionado Agencia Mundial Antidopaje, que regulan, conforman y fijan la normativa aplicable. Es un deber que nace, evidentemente con la licencia deportiva y el vínculo del deportista (así, art. 58.1 LDE), pero que se acota con ella, y que tiene su fundamento, en primer término, en la salvaguardia de la salud que compete a los poderes públicos y, en segundo lugar, en la protección de la competición oficial publificada y en la misma potestad disciplinaria deportiva, sin que deba buscarse su anclaje, como ya se ha señalado con insistencia, en la supuesta relación especial de sujeción de los deportistas. Por lo demás, en el artículo 39.2.c) de la Ley, además de exigir la garantía en toda competición oficial del control y la represión de prácticas ilegales para aumentar el rendimiento de los deportistas, prevé expresamente que *todos los deportistas federados tendrán la obligación de someterse a los controles que se establezcan con este objeto+, algo que, como ya hemos señalado, debiera hacerse extensivo a la competición oficial escolar y universitaria. -Otros deberes al amparo de la licencia? Hay que reproducir aquí lo manifestado en relación con el estatuto de derechos que la normativa pública reconoce como parte integrante de quien se encuentra en posesión de la licencia y aquellos otros que, a su amparo pero desde la propia autonomía de la voluntad asociativa, se atribuyen a sus miembros. Estos otros deberes, en consecuencia, deben enmarcarse, si bien estén justificados con la 53 misma, como ajenos al estatuto jurídico-público de la licencia deportiva y atribuir su conocimiento, en caso de conflicto, a los órganos judiciales ordinarios. Debe advertirse, no obstante, que existen algunos otros deberes que sí están previstos por la normativa estatal y autonómica que se originan, al margen de los señalados, cuando el titular de la licencia es beneficiario a su vez de alguno de los derechos que se le reconocen. Así, en concreto, pasar a formar parte u ostentar la condición de deportista de alto nivel o rendimiento, como ya vimos, añade una nueva situación más intensa en la relación jurídico-pública, que puede implicar nuevos derechos pero también nuevos deberes, como es el caso entre estos últimos, en Andalucía, de colaborar con la Secretaría General del Deporte, siempre que sean requeridos para ello, en los proyectos de difusión del deporte base y de la práctica deportiva general [art. 12.a) del Decreto 434/2000, de 20 de noviembre]. V. Bibliografía Agirreazkuénaga Zigorraga, I.: Intervención pública en el deporte, prólogo de J. Leguina Villa, IVAPCivitas, Madrid, 1998. CC: *Deporte+, apartado XV de Crónicas de Jurisprudencia, en Justicia Administrativa, núm. 5 (1999), pp. 246 y 247, y en *Trazos recientes de la jurisprudencia en materia deportiva+, en Revista Española de Derecho Deportivo, núm. 11 (1999), pp. 91-96. 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