Bajar - Universidad Nacional de Mar del Plata

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UN MODELO DIAGNÓSTICO PARA LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA CON
NIÑOS.
Analía Cacciari y Horacio G. Martinez
El punto de partida.
Sigue siendo aún hoy tema de debate si el psicoanálisis con niños tiene alguna especificidad, o si, por el contrario, se trata del ejercicio de la práctica analítica “a secas”. Este
trabajo pretende sumar algunos elementos a ese debate, al tomar en cuenta los siguientes
ejes:
(1) Los criterios diagnósticos con los que suele manejarse el psicoanalista en el tratamiento de pacientes adultos no resultan aplicables de manera directa al campo de la
infancia.
(2) Desde lo expuesto en el ítem anterior, surge el desafío de construir criterios que no
sólo sirvan para organizar las coordenadas teóricas que permitan comprender el caso, sino además que brinden un modelo de dirección de la cura, es decir, un horizonte hacia el cual debería conducirse el tratamiento a fin de resolver el cuadro.
Dicho en otras palabras: intentaremos dar cuenta de un modelo diagnóstico que, por una
parte, tome en cuenta algunos desarrollos teóricos, centrales para nosotros para pensar el
campo de la clínica con niños, y que a su vez sirva para delimitar la tarea que en cada
análisis debería llevarse a cabo.
Anna Freud desarrolló en su obra tardía la noción de líneas de desarrollo como un modelo para comprender la forma en que el psiquismo se constituye, dando a su vez elementos para pensar la patología infantil como una “detención” en el movimiento que
cada una de esas líneas supone.
Otros autores (nos referimos concretamente a Lacan, Winnicott, Mannoni y Dolto) han
propuesto otros modelos conceptuales para pensar las operaciones claves de constitución del psiquismo: estadio del espejo, Complejo de Edipo, proceso de ilusión – desilusión y constitución del espacio transicional, amor y odio maternos, privación y deprivación, son algunas de esas herramientas conceptuales. ¿Podremos construir con ellas un
esquema útil para pensar los problemas que suelen traer a los niños al consultorio del
psicoanalista?
Hacia la elaboración de criterios.
Nuestra propuesta es correlacionar la siguiente serie de variables:
1. Los “tiempos” del Edipo tal como son desarrollados por Lacan en el Seminario V
(Las formaciones del inconsciente).
2. La “provisión ambiental” tal como es caracterizada por Winnicott (fundamentalmente en su texto El proceso de maduración en el niño).
3. La edad del niño en el momento de la consulta, y al inicio del proceso que genera la
misma.
4. Los signos manifiestos del niño al inicio de la consulta.
Vamos ahora a desarrollar cada uno de estos ítems. Comencemos por un comentario de
las ideas que Winnicott propone en uno de los textos que componen el libro antes citado: Clasificación: ¿Existe una aportación psicoanalítica a la clasificación psiquiátrica?

Este texto es una síntesis de lo trabajado en un seminario de postgrado dictado en la Universidad de Mar
del Plata en el año 2003.

Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Mar del Plata. Teléfono (0223) 479 7486. Correo electrónico: [email protected] - [email protected]
1
Allí Winnicott dirá que la herramienta fundamental que utiliza el analista para diferenciar neurosis de psicosis es el Complejo de Edipo. “La palabra ‘psiconeurosis’ da a
entender al psicoanalista que el paciente, durante la infancia o la niñez, llegó a cierta
fase del desarrollo emocional y que, habiendo logrado la primacía genital en la fase del
Complejo de Edipo, se han organizado en él determinadas defensas contra la angustia
de castración. Estas defensas constituyen la enfermedad psiconeurótica, cuyo grado se
refleja en el grado de rigidez de las defensas. (...) Cuando uno de los rasgos importantes sea la angustia de aniquilamiento en vez de la angustia de castración, la mayoría de
los psicoanalistas diagnosticarán una psicosis en vez de una psiconeurosis. (...) El término ‘psicosis’ se emplea para dar a entender que durante la primera infancia el individuo no fue capaz de alcanzar el grado de salud personal que da sentido al concepto
de Complejo de Edipo, o bien, alternativamente, que la organización de la personalidad
adolecía de ciertas debilidades que se pusieron de manifiesto al llegar el momento en
que fue necesario soportar la máxima tensión del Complejo de Edipo”.
Los analistas ingleses postkleinianos se debaten entre la fidelidad a la “ortodoxia” freudiana, que afirma que el Complejo de Edipo acontece a partir de la fase fálica, es decir,
alrededor de los cuatro años, lo que llevaría a considerar como “pre-edípicos” a los estadios kleinianos, o bien modificar la cronología freudiana del Edipo y plantear, como
lo hará Klein bajo la denominación de “estadios tempranos del conflicto edípico”, a las
primitivas relaciones del yo con los objetos en las etapas esquizo-paranoide y depresiva.
Las propuestas de Lacan a las que hacíamos referencia más arriba parecen avanzar dentro de la segunda opción: ampliar la extensión del Edipo para incluir en él los avatares
de la constitución del yo y de la realidad. De todas formas, si reunimos, en un primer
intento de correlación, los planteos de Winnicott con los de Lacan, podríamos arribar al
siguiente cuadro:
Primer tiempo del Edipo
Tercer tiempo del Edipo
Deseo de la Madre
Nombre del Padre
Niño = Falo
Niño ≠ Falo
Estadio del Espejo
$ deseante
Constitución del Yo
Si algo falla en este nivel = neuSi algo falla en este nivel = psicorosis
sis (infantil)1
De esta forma “psicosis” y “neurosis” caen dentro del Edipo: la primera en relación con
las operaciones de constitución del yo y con el campo del narcisismo (y de un tipo de
angustia a la que Winnicott caracteriza como de aniquilamiento o impensable), la segunda en relación con los procesos de sexuación ligados a los resultados de la castración.
En el artículo que venimos comentando, Winnicott concluirá proponiendo un nuevo
criterio que podría sumarse al anterior. Este criterio surgiría de evaluar “el grado y la
calidad de la deformación, o deficiencia, ambiental que fuese reconocible como etiológicamente significativa”. Lo que nos resulta interesante de esta idea es que nos permite
incluir, como un dato fundamental a evaluar, el modo en que el ambiente del niño provee o no de los roles necesarios para que las operaciones del Edipo se lleven a cabo. En
la obra de Winnicott hallamos desarrollos sobre este asunto en al menos dos textos. El
primero que comentaremos se titula Proveer para el niño en la salud y en la crisis. Allí
1
Nos permitimos incluir esta diferenciación, que no está en los planteos de Winnicott, a fin de evitar un
debate que excedería los límites de este trabajo.
2
FALLO AMBIENTAL
encontramos una periodización de la primera infancia que divide a ésta en cinco etapas,
junto con el análisis del daño que provoca en cada etapa la falla en la provisión ambiental:
Dependencia
extrema
Dependencia
Defecto mental no orgánico, esquizofrenia.
Trastornos
afectivos,
tendencia
antisocial.
Más dep. y
menos indep.
Más indep. y Independencia
menos dep.
Dependencia Carácter desa- No es perjudipatológica. fiante, estallicial.
do de violencia.
La evolución propuesta va desde la “dependencia extrema” hacia la “independencia”, y
hace evidente que, cuanto más depende el niño de la provisión ambiental, más catastrófico será el daño que resulte de una falla en dicha provisión.
En otro artículo, El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida de una vida
familiar, Winnicott propondrá un modelo para clasificar “hogares desechos”:
a.
b.
c.
d.
Hogar bueno corriente, desintegrado por un accidente.
Hogar desecho por la separación de los padres, que son buenos como tales.
Hogar desecho por la separación de los padres, que no son buenos como tales.
Hogar incompleto por ausencia del padre. La madre es buena. Los abuelos pueden
asumir un rol parental. (A esto podríamos agregar una nueva pareja de la madre que
colabore en el mismo sentido).
e. Hogar incompleto, la madre no es buena.
f. Nunca hubo hogar alguno.
Vemos surgir también aquí una gradiente que permite sostener que cuanto más se avanza hacia los últimos ítems peor es el pronóstico en términos de la capacidad del medio
para proveer lo necesario en cada etapa. Winnicott propone que además de los ítems
mencionados se tome en cuenta la edad actual del niño y la que tenía cuando el ambiente dejó de ser bueno, el temperamento e inteligencia del niño y su diagnóstico.
Un modelo posible.
Intentemos ahora establecer una correlación entre los elementos analizados por Winnicott y el modelo de los tiempos del Edipo lacaniano. Partimos de la idea siguiente: lo
que ocurre en cada uno de los tiempos descriptos por Lacan, así como la posibilidad o
no de pasaje de uno a otro tiempo depende de las funciones que, en cada caso, debe realizar el medio. Volquemos en un cuadro estas variables:
Operación
Agente
Primer Tiempo
Segundo Tiempo
Tercer Tiempo
Constitución del yo
Privación
Castración
Deseo de la Madre
Padre Real
Nombre del Padre
3
El primer tiempo presupone la existencia del deseo de la madre como agente que posibilita la constitución del yo del niño a través del estadio del espejo. El pasaje del tiempo
1 al 2 será posibilitado por un “padre terrible” que privará a la madre del niño en tanto
equivalente al falo, y al niño de su identificación con el lugar fálico. Este segundo momento supone una ruptura de la “armonía” del primer tiempo, y debe resolverse en un
tercer tiempo que establezca un nuevo orden, garantizado por una ley “más allá del padre”, que lo incluya a éste dentro de su dimensión.
Por lo tanto cada tiempo necesita un operador, y a su vez el pasaje de un tiempo a otro
requiere de la elaboración de ciertos duelos: de la madre por el falo en el pasaje del
tiempo 1 al 2, del padre por su “realidad” en el pasaje del tiempo 2 al 3. Cada uno a su
tiempo deberá desprenderse de una ilusión narcisista a fin de posibilitar la independencia del niño.
A partir de aquí podría establecerse una primera caracterización diagnóstica:
1. El niño ni siquiera se ubica en el tiempo 1: no hay un deseo que lo promueva al estatuto de “falo” y por tanto no hay constitución del yo.
2. El niño permanece en el tiempo 1: ha constituido su yo pero no deja de ser el falo.
No hay “un padre” que logre desalojarlo de ese lugar.
3. El niño permanece en el tiempo 2: ha dejado de ser el falo pero no puede instaurarse
un “nuevo orden”.
De la evaluación diagnóstica a la dirección de la cura.
En líneas generales podemos partir de la siguiente premisa: el trabajo terapéutico tiene
como horizonte la asunción por parte del niño del estatuto de sujeto deseante. Este estatuto resultará pleno a partir del período de latencia; por tanto la edad del niño al momento de la consulta resulta un dato a tomar en cuenta. Antes de los siete años probablemente la consulta suponga alguna dificultad entre los tiempos 1 y 2. Después de esa edad,
podría tratarse de una dificultad en el pasaje del tiempo 2 al 3, aunque en este punto
nada garantiza que los pasajes anteriores se hayan realizado.
Todo esquema produce efectos reduccionistas: por una parte ayuda a correlacionar muchos datos, pero por otra “achata” la realidad y homogeiniza diferencias. Sería válido
postular que la labor de desasirse del Otro comienza ya con el nacimiento; evaluarla a
los 7 años supone desconocer que ella es el resultado de un largo proceso lleno de avatares. Pedimos entonces que esperemos de nuestro esquema lo que es dable esperar de
todo esquema: nos ayudará en alguna cosa, nos hará olvidar muchas otras que son sin
embargo importantes.
Prosigamos: cuanto más tempranamente (en el sentido de los tiempos de nuestro cuadro) se ubique la dificultad, mayor será el trabajo a realizar con los padres. Las características que adopte ese trabajo estarán determinadas por la evaluación que hagamos de
la capacidad de los integrantes de la familia para llevar a cabo las funciones que resultan
necesarias en cada caso, y las dificultades a resolver para que estas funciones puedan
efectuarse. De todas formas esto no invalida suponer que en todos los casos hay un trabajo posible a realizar con el niño. ¿Cuáles han de ser las características de ese trabajo?
Veámoslo, nuevamente, en función del momento en que se sitúan las dificultades.
1. El niño antes del tiempo 1: estaríamos aquí en presencia de patologías graves, que
los analistas han calificado como esquizofrenia infantil, psicosis infantil o autismo
infantil. Si bien el déficit en lo que podríamos calificar como “provisión materna” es
extremo, muchas veces este déficit es imposible de modificar a nivel de la madre.
Algunas experiencias relatadas por analistas (por ejemplo, el caso Dick de M. Klein,
4
o los casos Nadia y Roberto relatados por R. Lefort) ilustran bien la problemática del
niño y las particularidades que imprimen al abordaje terapéutico. De todos formas,
en los casos mencionados lo que vemos ponerse en juego es un trabajo con el niño,
que tiende, tal como lo califica R. Lefort, al nacimiento del Otro, esto es, la posibilidad de crear para ese niño un espacio Otro desde el cual pueda ser reconocido como
humano, un espacio, por lo tanto, de lenguaje y de deseo. Cada una a su manera, las
intervenciones de Klein y Lefort apuntan a lo mismo, y se sostienen de idéntico deseo.
2. El niño en 1; dificultades para pasar a 2: desde el lado del niño, podríamos equiparar
la operación que debe realizar para salir de esta encrucijada con el fort – da freudiano. Se trata, en primer lugar, de que el niño pueda usar los elementos del Otro:
que una palabra, que una cosa pueda operar en lugar de otra. La incidencia de la sustitución tiene así un primer efecto de desasimiento: la presencia del Otro, sus palabras, no son entidades monolíticas, otras cosas pueden ir a su lugar, se puede jugar
con ellas. Pero este primer efecto engendra otro, que en los términos de Winnicott
podría plantearse como la destrucción del Otro, o dicho de otro forma, su barradura:
convertirlo, de Otro Real en Otro simbólico, de objeto subjetivo en objeto objetivo, o
aún, pasar de la relación al uso del objeto.
Por último, un tercer nivel supondría incluir la falta del lado del niño: que éste pueda
faltarle al Otro. Por supuesto, entiéndase que aquí la dinámica del juego y de la sustitución hará que ese Otro al que el niño pueda faltarle resulte ser su madre, pero también el analista, un espacio en particular, etcétera, y que a su vez el niño esté representado por él mismo, por una palabra, por un objeto, etcétera.
3. El niño en 2, dificultades para acceder a 3: aquí la operatoria en juego podría plantearse esquemáticamente en estos términos: hacer de la falta en el Otro una ley, una
forma de regulación que suponga una enunciación que abarque a Todos. Esta operatoria debería disminuir la angustia y la rivalidad, ya que tanto una como la otra surgen a partir de la existencia de una excepción, Uno que quede por fuera de la regla.
Llegado a este punto, el análisis del niño toca a su fin. En él la castración, entendida
como operación posibilitadora, a la manera en que la entiende Lacan, y no tanto como
amenaza que obliga a la represión, tal como aparece en la versión freudiana, se instala y
domina, posibilitando el ingreso a la latencia. El análisis podrá proseguir “más allá” de
la castración cuando ese niño se convierta en adulto, y deba poner en acto las simbolizaciones que logre formular en esta etapa.
Podría intentarse la confección de un cuadro que buscara poner en relación todas las
categorías expuestas, conjugando el diagnóstico global de la situación familiar, de los
síntomas del niño y del nivel de capacidad parental para llevar a cabo las funciones que
se necesitan, y que deduzca desde allí el tipo de trabajo a realizar con cada una de las
instancias en juego. Queda como promesa para un próximo número de la revista.
Bibliografía.
Klein M.: La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo. (En:
“Obras Completas”. Paidós, Buenos Aires, 1990)
Lacan J.: Las formaciones del inconsciente. (Versión E.F.B.A.)
Lefort R.: El nacimiento del Otro. (Paidós, Buenos Aires, 1983)
El caso Roberto. (Presentado en una lección del Seminario 1 de J. Lacan, Paidós, Barcelona, 1988)
Winnicott D.: El proceso de maduración en el niño. (Laia, Barcelona, 1979).
Deprivación y delincuencia. (Paidós, Buenos Aires, 1990)
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