El monje y el niño Juan Pérez Toro (2º ESO B) En un pueblo al norte de Inglaterra llamado Andí vivía un pobre y viejo monje. Al monje le llamaban el abuelo del pueblo, porque era muy anciano y generoso con los niños del pueblo. Su nombre de pila era Fildespato. Vivía en una pequeña montaña rodeada por un bello río en el que sólo fluía agua limpia y clara y que atravesaba un viejo puente de madera. Una bella tarde de verano el monje decidió sentarse a leer un libro en la orilla del río. Divisó a lo lejos, pese a su cansada vista, una cesta con mantas que se había quedado enganchada en una de las rocas del río. Fildespato pensó que las mantas que había en la cesta serviría para dárselas los niños del pueblo que dormían en la calle, así sin pensarlo dos veces fue corriendo hacia su casa para buscar un palo con el que pudiera desenganchar la cesta de la roca. Con gran esfuerzo el viejo monje pudo coger la cesta y llevársela a casa para ponerla a secar. Al despejar las mantas vio en el interior un hermoso y risueño niño, que tenía un antojo en forma de cerezas en uno de sus brazos. El bebe también llevaba colgado del cuello una carta. Fildespato la cogió y leyó: " Cuiden bien de este niño. Sus padres lo quieren mucho". Al leer esto, el monje no sabía que hacer con el niño, ¿cómo podía alguien que quiere mucho a su hijo, tirado al río? Pensó en llevarlo al pueblo y entregárselo a alguna madre para que lo cuidara pero al mirar nuevamente al niño y vedo sonreír decidió que él lo cuidaría hasta que se hiciera mayor y supiera leer y escribir. Fildespato pese a su poca experiencia cuidando niños pequeño, consiguió dormido. El monje se acordó de que ese día estaba puesto el mercado del pueblo y aprovechando el sueño del niño, pensó que sería bueno comprarle algo de ropa y alimentos. Pero aunque sólo tenía dos monedas de plata, era necesario gastarlas para el niño y ya se la apañaría luego como pudiese. Cuando regresó del mercado el niño ya estaba despierto y lloraba de hambre. El monje cogió una garrafa llena de leche y metió un trapo bien limpio en ella. Luego lo exprimía en la boquita del niño y así consiguió darle su primer vaso de leche. El monje mientras lo dormía pensó en el nombre que le iba a poner, se llamaría Robín. El monje le enseñó todo lo necesario como leer y escribir, y lo más importante ayudar a los más pobres. Así, el niño se acabó convirtiendo en un generoso muchacho que repartía entre todos lo poco que él tenía. Una tarde Robín y el monje regresaban a casa del mercado cuando vieron a lo lejos, como su humilde choza ardía. El joven salió corriendo y pudo ver como unos jinetes se alejaban de la casa llevando consigo unas antorchas en las manos. Robin miró al monje que permaneció inmóvil y callado durante todo el suceso. Robin le preguntó si sabía quién había hecho podido hacer eso y por qué. El monje ya más tranquilo le explicó que llevaba tiempo esperando una cosa así y que aquellos que huían eran los hombres del Conde de Sherwood, un avaricioso y malvado ser cuyo único afán era tener más y más terreno, poderse hacer cada vez más rico y tener, de ese modo, más poder sobre los pobres. Estuvieron durmiendo durante un tiempo bajo el puente pero el viejo monje no pudo soportar el frío y la tristeza y murió. Tras enterrar al pobre monje, Robín recogió lo poco que tenía y emprendió el camino en busca de trabajo y comida. Por la noche volvía al bosque para dormir protegido por las ramas de los árboles. Una noche se adentró demasiado y divisó a lo lejos humo. Al acercarse vio numerosas tiendas y carpas de las que salía un apetitoso olor a comida casera. Descubrió que se trataban de campesinos refugiados que habían huido de las atrocidades del Conde. Robin fue rápidamente adoptado por todos y en poco tiempo ya participaba de las labores del campamento. Un día una señora bastante anciana que vivía en el campamento se fijó en el antojo en forma de cerezas que tenía Robin en su brazo y de repente empezó a llorar. El joven quiso saber a qué se debía ese llanto. La anciana le contó que hace mucho tiempo ella conoció a los padres de un hermoso niño, que tenía una marca como la suya. Esos pobres padres había sido también víctimas de las atrocidades del Conde de Sherwood y al resistirse a abandonar sus casas fueron asesinados por sus secuaces. Antes de morir, la madre pudo llevar al niño al río para salvarlo. Conocer su historia impresionó bastante a Robin y se propuso que desde ese día, él cumpliría las enseñanzas del monje: ayudar a los pobres. Esta es la historia del nacimiento del otro Robin de los Bosques. Fin