t001-c00

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Título: “La Santísima Trinidad: fuente y modelo de la vida social y de la ética
política”
Comisiones sugeridas: 14 o 21.
Autor: Prof. Lic. Jorge Fazzari – UCA (doctorando en la Facultad de Teología, y
docente de Teología en varias Facultades de Puerto Madero).
Resumen: Nuestros obispos nos han dicho en el número central de Navega mar
adentro: “Hoy... queremos reafirmar el mensaje fundamental:... LA TRINIDAD ES EL
FUNDAMENTO MÁS PROFUNDO DE LA DIGNIDAD DE CADA PERSONA HUMANA Y DE LA
COMUNIÓN FRATERNA” (NMA 50). Y el Catecismo ya nos había dicho que: “El misterio
de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana” (CCE
234). Y el Papa Benedicto nos ha recordado que: “Ves la Trinidad si ves el amor”
(DCE 19).
Por eso, los cristianos tenemos un Fundamento inconmovible para afirmar
realidades y valores sociales como: la familia, la amistad, el compartir, la comunión –
que es unidad en la diversidad– y la solidaridad. Y también para sostener principios
de ética política como: la igualdad, el respeto de la legítima diversidad, el poder
vivido como servicio, el diálogo, y la conjunción de los valores, sin acentuaciones
unilaterales que dañan a la sociedad.
La conciencia y valoración de este fundamento trinitario, su contemplación como
modelo, y su invocación como ayuda necesaria para construir una sociedad más
fraterna es lo que queremos tratar en esta comisión.
1. Compartir y vivir en comunión, a la luz de la Divina Trinidad.
1. Compartir.
A los seres humanos, a veces, nos cuesta compartir. Solemos ser egoístas.
Y, a veces, la experiencia nos demuestra que vivir encerrados en nosotros mismos –
sin compartir nuestra vida y nuestros bienes– nos conduce a un aislamiento mortal.
En cambio, cuando uno contempla el divino misterio de la Trinidad, vemos
que el Padre engendra al Hijo comunicándole su propio ser divino. El Padre –Quien
es “la fuente y el origen de toda la divinidad”– 1 comunica al Hijo esa divinidad y, al
comunicarla, lo engendra. Y, a su vez, el infinito y mutuo don de amor entre el Padre
y el Hijo hace proceder a la Persona-Amor: el Espíritu Santo.
2. Darse al otro.
Con todo esto, vemos que en la Trinidad el compartir es mucho más que eso:
es darse al Otro. Es la total profundidad del compartir, pues no sólo se dan cosas,
sino que se da la Persona. El Padre se da todo entero –sin perderse– para
comunicar todo aquello que Él es y, comunicándolo, engendra al Hijo. A su vez, el
1
CCE 245, citando el Concilio de Toledo VI (año 638), DS 490
Padre y el Hijo se dan, y así hacen proceder a la Tercera Persona. Y el Espíritu
Santo, a su vez, siendo el Amor, se entrega al Padre y al Hijo.2
3. Comunión.
Contemplamos, entonces, que este “dar y darse” es el corazón de la
Comunión consustancial de las Tres Personas.3
De la misma manera, si las personas creadas sabemos compartir
mutuamente, y nos damos a los demás recíprocamente, el fruto exquisito de estas
actitudes es la común-unión.
Compárense ahora estas tres actitudes que nos enseña la Trinidad –y que el
Hijo hecho hombre nos mostró de modo tan concreto y evidente– con las actitudes
de codicia, opresión, violencia y división que vemos cotidianamente... y veremos
cómo el dogma de la Santísima Trinidad es un mensaje profético para todo
tiempo y para todo lugar.
2. La comunión es “unidad en la diversidad”.
1. Meditación.
En la meditación anterior hemos visto que la comunión de la Trinidad tiene
como corazón el “don de Sí mismo” que las Personas Divinas hacen mutuamente.
Pero podemos avanzar más aún.
Una de las cosas que más nos cuesta a los seres humanos es la convivencia
con aquellas personas que piensan o sienten distinto que nosotros. El diálogo y la
tolerancia –a veces– se vuelven difíciles, a pesar de que estamos buscando metas
comunes, y estamos tratando de vivir los mismos valores de verdad, justicia, fe y
amor. Y –a veces– nosotros pensamos que estamos haciendo una gran cosa
soportando o tolerando al que es “distinto y opuesto”.
En cambio, en la Trinidad el Padre engendra al Hijo, que es el “distinto y
opuesto”. Pues “ser padre” y “ser hijo” son lo distinto y opuesto.4 Es decir, que el
Padre –Quien (repitámoslo una vez más) es “la fuente y el origen de toda la
divinidad”– no sólo soporta o tolera al Hijo, sino que “hace ser” al Hijo. De este
modo, vemos que la comunión trinitaria no sólo se realiza entre Personas distintas y
opuestas sino que, incluso, el Padre –al engendrar al Hijo– genera a la Persona
distinta y opuesta.
Por tanto, el hecho de que nosotros seamos distintos y opuestos no debe
llevar a la negación del otro, sino a la aceptación del otro; e incluso –en cuanto de
nosotros depende– a “hacer ser” al otro, con su diferencia y oposición.
Avanzando en la contemplación del misterio de la Trinidad, vemos que
también son muy diferentes la Segunda y la Tercera Persona, pues uno es el Hijo
engendrado por el Padre, y el otro es el Espíritu Santo que procede del Padre y
2
Para profundizar estos temas, ver la meditación siguiente, y también la meditación 21, tema 3. Las relaciones
de origen.
3
CCE 248.
4
Con una oposición, que no es de conflicto o de contradicción, sino de relación.
del Hijo. El Espíritu Santo no es otro Hijo; ni siquiera su origen es semejante al del
Hijo, pues no es engendrado, sino espirado; no es generado, sino procedente.
Por tanto, en la Trinidad tenemos a Tres Personas bien distintas: no hay
tres Padres, ni tres Hijos, ni tres Espíritus Santos. Son Tres completamente distintos.
Y tienen una comunión tan profunda, que son consustanciales: “A causa de esta
unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en
el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en
el Hijo”.5
Y demos un paso más. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Tres Personas
realmente distintas entre sí, y también son distintas en cuanto a sus propiedades
personales. Pero, al mismo tiempo, tienen la misma y única naturaleza divina. Y
también tienen idéntica actitud: compartir, darse a los demás, vivir en comunión de
Vida, Luz y Amor.6
Y, así, contemplamos en la Trinidad que ser Personas distintas y tener
diferentes propiedades personales no atenta contra la comunión, sino que es
constitutivo de la comunión.7
También esto es un mensaje y un modelo para nosotros. Pues también los
seres humanos somos personas distintas y con diferentes propiedades personales.
Y tenemos en común, también, el pertenecer a la misma naturaleza humana. ¿Qué
nos falta, entonces, cuando no logramos la comunión? Pues nos falta tener las
mismas actitudes: saber compartir, darse a los demás, vivir los valores de Vida,
Verdad y Amor, que fundamentan la comunión entre nosotros, la resguardan y la
acrecientan.
Ya San Pablo nos mostraba en su 1ª Carta a los Corintios (12, 12-26) que, si
bien somos “estructuralmente” distintos –como los distintos órganos del cuerpo– la
común-unión se produce si cada uno sabe compartir y sabe darse a los demás. Y,
justamente por esto, esta reflexión de San Pablo culmina hablando del amor:
“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles,
si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y
toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas,
si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y
entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace
alarde, no se envanece,
CCE 255, citando el Concilio de Florencia (del año 1442). “Comunión consustancial” en CCE 248.
Nos dice CCE 470: “Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las actitudes divinas de
la Trinidad”. Donde la traducción española dice “actitudes” el texto latino dice “mores”, palabra de la cual
deriva nuestra palabra “moral”. El Catecismo nos dice, pues, que el Hijo –al hacerse hombre– nos revela la ética
interna de la Comunidad Trinitaria.
7
Incluso, podemos ver aquí un fundamento trinitario de la “soledad existencial” que a veces experimentamos los
seres humanos. Pues, a pesar de encontrarnos rodeados de personas –e, incluso, rodeados de personas que nos
aman– a veces experimentamos una soledad incompartible, pues está basada en nuestra propia identidad
personal, que es única e irrepetible. Y contemplamos “algo así” en la Trinidad: en ella hay un sólo Padre, un sólo
Hijo, un sólo Espíritu Santo; cada una de las Personas es única, y con una identidad personal irrepetida e
irrepetible. Por eso, afirmando por un lado la comunión infinita que son los Tres Infinitos, también podemos
afirmar –paradojalmente– la “infinita soledad” de cada Uno de Ellos.
5
6
no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no
tienen en cuenta el mal recibido,
no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás...
En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor,
pero la más grande todas es el amor.”
(1ª Cor 13, 1-8.13).
2. Conclusiones sintéticas.
1. Vemos que el Padre no existe sin el Hijo. Ni siquiera tiene sentido llamarse
“Padre” si no hay un Hijo. Sus propios nombres personales ya manifiestan la
existencia de Otro y la relación con Otro.
2. Formulándolo de un modo más completo: el Padre no existe sin el Hijo.
Nunca “estuvo” el Padre sin el Hijo.8
3. Incluso, podemos preguntarnos: ¿acaso puede el Padre existir sin el Hijo?
4. Y lo mismo vale para la relación del Padre y del Hijo con la Persona del
Espíritu Santo.
5. Vemos, entonces, que en la mismísima Trinidad Divina, cada Persona
es con las Otras.
6. Por lo tanto: ¿cómo podemos nosotros pretender ser autosuficientes?
¿Cómo podemos pretender que nos bastamos a nosotros mismos para ser, para
conocer, para vivir...?
7. De modo semejante a como sucede en la Trinidad, las personas humanas
no podemos ser sin los otros. Y la diferencia del otro no es una maldición –como
pensaron algunos–; incluso vislumbramos que la complementariedad con los
otros no implica carencia, sino perfección, pues también hay complementariedad
entre las Personas Divinas... y –obviamente– no hay nada imperfecto en la
Divinidad. A esta perfección, quizás, podríamos llamarla “ser con los otros”, lo cual
es más perfecto que “ser aisladamente”.
8. Esto nos debe llevar a agradecer y bendecir la existencia de los otros,
sobre todo en cuanto distintos. Y a cultivar el diálogo, la comunicación y la
comunión, que nos “permiten ser” a todos de una manera más plena, a semejanza
de la Trinidad.9
3. Aplicaciones a la vida cotidiana.
1. El diálogo es una actitud y una actividad irrenunciable, surgida de nuestro
mismo ser, que es “a imagen de la Trinidad”
2. La persona distinta y opuesta no sólo debe ser tolerada o aceptada, sino
amada y sostenida en su ser, en cuanto de nosotros depende. La diversidad del otro
debe alegrarnos, pues nos procura asombro, fascinación ante lo distinto y
oportunidad de crecimiento.
8
Para profundizar este aspecto puede ver la meditación 22: El Padre engendra y el Hijo es engendrado, pero
igual son coeternos.
9
Ver CCE 1702 y 1878.
3. La uniformidad no es bien, pues vemos que la misma Trinidad es comunión
de Tres bien distintos. La comunión es “unidad en la diversidad”. La comunión es el
“justo medio” entre la uniformidad –que anula la riqueza de la diversidad– y la
división, que atenta contra la solidez de la unidad.
4. En la mismísima Trinidad Divina, cada Persona no es sin las Otras. Por
tanto: no pretendamos ser autosuficientes, ni tengamos la arrogancia de que nos
bastamos a nosotros mismos para ser, para conocer, para vivir...10
5. “Ser con los otros”, saber vivir en comunión, es signo de perfección, a
imagen de la Trinidad.
3. La pobreza y la humildad... ¡de las Personas Divinas!
La pobreza y la humildad son dos virtudes que no solemos relacionar con el
misterio de la Santísima Trinidad. Y, sin embargo, si lo meditamos un poco, veremos
que las Personas Divinas también son modelo para nosotros, en lo que se refiere a
estos dos valores morales.
1. Pobreza.
Lo único que tiene de propio cada una de las Personas Divinas es su
identidad personal, su propia Persona. Todo lo demás es común, hasta el punto que
cada una de Ellas es la única naturaleza divina.
Cada ser humano tiene su propia naturaleza humana individual, en cambio las
Personas Divinas “tienen” –o, mejor dicho, son– una sola naturaleza divina.
Las Personas Divinas lo comparten todo, todo lo tienen en común... y si
tenemos claro que lo divino es más perfecto que lo humano, la conclusión es...
¡compartir es más perfecto que tener cosas privadas!
En una época donde campean las privatizaciones, la medicina privada, los
barrios privados, la seguridad privada, etc., vemos una razón más por la cual nuestra
época está más cerca del infierno que del Cielo.
2. Humildad.
En la acción salvadora de la Trinidad en la historia, vemos que cada Persona
Divina le cede el protagonismo a las otras.
Pues, el Padre no se pone a Sí mismo en el centro, sino que pone a su Hijo
como centro de la historia de salvación. Pero, a su vez, el Hijo siempre está
hablando del Padre y conduciéndonos hacia el Padre. Y el Espíritu Santo es tan
humilde –siempre llevándonos al Hijo y al Padre–, y es tan delicado en su acción,
que –muchas veces– ni siquiera Le tenemos en cuenta.
10
La humildad es un presupuesto básico para el diálogo: cuanto mayor es, mejor es el diálogo. Y la humildad no
es menosprecio de sí, sino captación lúcida de la propia situación real en el universo: somos precarios, limitados;
tenemos ignorancias y errores. Y, si hay alguna duda, preguntémonos ¿quién puede decir siquiera que se conoce
perfectamente a sí mismo? También por esto, el diálogo con “el distinto y opuesto”, puede enriquecer nuestras
precariedades y corregir nuestros errores.
3. ¿Y nosotros?
Si las Personas Divinas ostentan tal desprendimiento y humildad, siendo
Perfectas e Infinitas ¿qué esperamos nosotros?
Ante el desprendimiento increíble del Padre, que dio lo más preciado que un
padre tiene, pues “entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera,
sino que tenga Vida eterna.” (Jn 3,16) ¿Cómo podemos seguir siendo mezquinos?
Ante la humildad insondable del Hijo, que siendo “de condición divina, no
consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al
contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y... se humilló
hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 6-8) ¿Cómo
podemos seguir siendo tan orgullosos?
Ante la servicialidad del Espíritu Santo, que “viene en ayuda de nuestra
debilidad porque no sabemos orar como es debido” (Rom 8,26) ¿Cómo podemos
seguir siendo tan egoístas?
Que el ejemplo supremo de las Personas Divinas nos estimule a ser –también
nosotros, a su “imagen y semejanza”– generosos, humildes y serviciales.
4. La Santísima Trinidad y la familia.
1. Comunidad.
La naturaleza humana es creada “a imagen y semejanza” de la naturaleza
divina. Pues –como la naturaleza divina– también la naturaleza humana existe, con
inteligencia, voluntad, libertad, etc.
Y la comunidad humana es creada “a imagen y semejanza” de la Comunión
consustancial de las Personas Divinas. Por eso podemos decir que:
“La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la
comunión de las personas a semejanza de la unidad de las Personas Divinas
entre Sí” (CCE 1702).
2. Familia.
La comunidad humana más básica y natural es la familia. Y en ella se refleja
especialmente la imagen y semejanza con la Trinidad, tanto en su ser, como en su
obrar:
“La familia... es una comunión de personas, reflejo e imagen de la
Comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora
y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios.” (CCE 2205).
En la familia –a semejanza de la Trinidad– hay una comunidad de personas
unidas por el amor. Y en la familia –también a semejanza de la Trinidad– hay unidad
y diversidad: mujer y varón; adultos y niños; jóvenes y ancianos. También hay
diversidad de personalidades, dones y capacidades. Y –como sucede en la
Trinidad– esta diversidad tiene que ser motivo de riqueza: cada uno aporta “lo suyo”
para mayor esplendor de la familia.
En este sentido, también se descubre a la sexualidad humana como una
particular concreción de la semejanza divina. Pues así como las Personas Divinas
“están la Una en la Otra”,11 cuando el hombre y la mujer se unen “los dos llegan a
ser una sola carne” (Gén 2,24). Y la palabra “carne” en la Biblia es muy expresiva y
concreta. En este caso es como decir que el hombre y la mujer, al unirse,
constituyen una “unidad orgánica”.
Y, así como en las Personas Divinas la unidad no sólo no anula la diversidad,
sino que la recalca; así también en el matrimonio –y en la unión sexual– la mujer
recalca su femineidad ante la masculinidad del varón, y el varón recalca su
masculinidad, ante la presencia de la mujer.
Y esto se prolonga a los diversos aspectos, dones y capacidades que
tenemos las personas. Con el riesgo de caer en una visión demasiado esquemática,
podríamos decir que el varón busca lo práctico y la mujer cuida lo estético; el varón
representa la fuerza, y la mujer encarna la ternura...
Esto también sucede en relación con los hijos, pues –ante ellos– el padre
representa la ley, y la madre la misericordia; el padre trae “lo de afuera”, mientras
que la mujer tuvo a sus hijos “adentro”...
Por eso, por una parte, la mujer y el varón tienen una “igualdad y diferencia
queridas por Dios” y por otra parte, son “el uno para el otro”, “una unidad de dos”.12
3. Meditación sobre los hijos.
La relación existente entre la persona del hijo en el matrimonio y la Persona
del Espíritu Santo en la Trinidad, merece una meditación complementaria.
Antes de que nazca el primer hijo, el amor del matrimonio ya es muy rico,
pues es comunión, sentimiento, vínculo, alianza, sacramento...
Pero cuando nace el primer hijo sucede algo maravilloso: vemos que nuestro
amor se ha hecho persona. Nuestro amor ha tomado consistencia propia, y está
ante nosotros con su propia identidad.
Tiene algo de tí, y tiene algo de mí; pero no es ni tú, ni yo: es él.
Es otro, pero es uno de nosotros.
Es una tercera persona, pero no ha venido “de fuera”, sino que a surgido “de
dentro”.
Y, por eso, podemos decir que el hijo –como tercera persona en la familia– es
“imagen y semejanza” de la Tercera Persona Divina. Pues el Espíritu Santo es la
“Persona-Amor”, en Quien el Amor del Padre y del Hijo es consistencia personal,
con su propia identidad. Y el Espíritu Santo no es ni el Padre, ni el Hijo: es Él mismo.
Es Otro, en ese Nosotros Trinitario. Y, esta Tercera Persona no ha venido “de fuera”,
sino que procede de las Otras Dos.
Es fascinante contemplar cómo la Trinidad deja su huella maravillosa en todo
lo que hace.13
“A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre,
todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo.” (CCE 255).
12
Ver CCE 369-373.
13
Incluso se podría ver una lejana reminiscencia de lo masculino y lo femenino, en el Padre que “se da” y el
Hijo que es “receptivo”; y todo esto, sin que menoscabe la igualdad de dignidad y la unidad de naturaleza (ver
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I, 27, 2, ad 3 y I, 42, 1).
11
5. La Santísima Trinidad y la convivencia política.
La Trinidad no sólo es la Realidad Suprema de la fe, sino que también es el
Modelo Supremo de la ética.
Ante las situaciones de contienda y de lucha que hay entre los seres
humanos, siempre pienso: “Si los cristianos hubiéramos predicado más sobre el
misterio de la Trinidad, quizás no estaríamos así”. Y, a este respecto, es muy
significativo que en las últimas dos décadas se hayan publicado numerosos libros
que muestran a la Trinidad como modelo de la sociedad humana. 14
Por eso, siempre es bueno recordar o clarificar algunas enseñanzas sobre
ética política que se derivan del Misterio Trinitario.
1. Igualdad.
Las Tres Personas Divinas existen “sin distinción de sustancia o de
naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje”. 15
De modo parecido, todos los seres humanos tenemos la misma dignidad de
personas, todos tenemos la misma naturaleza humana. Y de aquí se deriva la
igualdad de derechos y oportunidades que todos debemos tener en la comunidad
política.
Esto también se aplica a la comunidad internacional, donde las diversas
naciones y culturas deben poder expresarse en igualdad de condiciones, para
beneficio de todos.
2. Respeto de la diversidad.
Por otra parte, las Tres Divinas Personas son real y profundamente distintas
entre Sí: ser Padre y ser Hijo son realidades relacionalmente opuestas. Asimismo, el
Hijo y el Espíritu Santo son diferentes entre Sí.16
Estas diferencias tan nítidas en el seno de la Comunión Infinita de la Trinidad,
deben enseñarnos a vivir en el diálogo, la tolerancia, y el espíritu de paz y
comunión social, sabiendo que las diferencias en la comunidad política –nacional e
internacional– pueden ser oportunidades de complementariedad, que enriquezcan la
convivencia social.
Como conclusión de estos dos primeros puntos, podríamos decir que en la
comunidad humana –a semejanza de la Comunidad divina– somos “todos iguales y
todos distintos”: iguales en naturaleza y dignidad, y diferentes en cuanto a nuestras
características, capacidades y dones.
3. El poder vivido como servicio.
14
A este respecto se puede leer el capítulo I del trabajo de ENRIQUE CAMBÓN, La Trinidad, modelo social,
Madrid, 2000.
15
SAN GREGORIO DE NACIANZO, Oraciones 40 (PG 36, 417); citado en CCE 256.
16
Para profundizar estos aspectos se pueden ver las meditaciones 20 a 22.
El Padre es “la fuente y el origen de toda la divinidad” (CCE 245). Pero esto
no se transforma en imposición sobre las otras Personas, sino que el Padre
comunica esta divinidad al Hijo y, comunicándosela, lo engendra y “lo hace ser”.
De modo semejante, la autoridad en la comunidad política debe estar al
servicio de los demás, para que todos tengan una vida mejor. Y todo aquel que, de
algún modo, tenga alguna superioridad a causa de sus talentos, dones o riqueza,
debe poner esto al servicio de los demás.
De todo esto nos ha dado ejemplo concreto el mismo Hijo de Dios “que no
vino para ser servido, sino para servir y dar su vida” (Mc 10,45) y “que, siendo rico,
se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2ª Cor 8,9).
4. Comprensión y solidaridad.
Si aceptamos realmente el hecho de que todos los seres humanos somos
iguales en dignidad, de allí surge también el igual valor que debemos atribuirnos
mutuamente... y concretamente: valorar al otro como a “un igual” y procurar que
todos tengamos acceso a todos los bienes.
También esta realidad humana se deriva de la Trinidad, pues en Ella cada
Una de las Personas Divinas ama a las Otras como a Sí misma. Y, de allí, surge
para nosotros el mandamiento que nos trae la Palabra de Dios: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (Mt 22,39). Si hiciéramos de este principio la base de nuestra vida
social, surgirían naturalmente el mutuo aprecio, la comprensión y, sobre todo, la
solidaridad como actitudes fundamentales de nuestra convivencia.
Y, así como en la Trinidad esta actitud es recíproca entre las Tres Divinas
Personas, también en nuestra convivencia social deberían plasmarse como
actitudes recíprocas (“de todos hacia todos”), lo cual tendría como fruto una
sociedad, donde todos y cada uno saldríamos altamente beneficiados.
Y no solo tendríamos beneficios de orden práctico –una sociedad más justa,
benévola y solidaria– sino, sobre todo, el beneficio espiritual de vivir de acuerdo a
nuestro ser de “imagen de Dios” porque:
“...existe cierta semejanza entre la unidad de las Personas Divinas y la
fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el
amor.” (CCE 1878).
5. Conjunción de los valores.
Históricamente ha sucedido –y sigue sucediendo– que personas y sociedades
enarbolan un valor –o algunos de ellos– como su ideal. Pero, al mismo tiempo
olvidan o excluyen otros valores igualmente importantes.
Así, hemos visto –y vemos– que se sacrifica la libertad en aras de la
“seguridad”; se sacrifica la justicia o la solidaridad en nombre de la libertad; y –lo
más aberrante– se sacrifican seres humanos en nombre del dinero, del mercado, o
del afán de poder.
En cambio, el verdadero humanismo conjuga los valores, pues busca una
sociedad donde la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad se realicen
simultáneamente. Ciertamente, es una empresa difícil, pero no podemos renunciar a
ella, a menos que queramos socavar los cimientos de la convivencia social.
Y esto también se fundamenta en la Trinidad. Pues la Trinidad es la
realización simultánea, perfecta e infinita de todo bien y de todo valor. La Trinidad es
la Sabiduría, la Bondad, la Omnipotencia, la Belleza... todo al mismo tiempo y en
una sola realidad. Pues, como dice San Bernardo: “entre todas las cosas que se
dicen uno, la unidad de la divina Trinidad tiene la cúspide”.17
Tomado del libro del propio autor, “Meditaciones sobre la Trinidad”,
Claretiana, Buenos Aires, 2005.
SAN BERNARDO, Sobre la consideración, 5, 19,1. En esta obra sublime, San Bernardo llama“consideración” lo
que hoy nosotros llamamos “meditación”.
17
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