Pistas para la Lectio Divina

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Centro Bíblico Pastoral para América Latina - CELAM
Estudio Bíblico de apoyo para la Lectio Divina
Sexto Domingo Ordinario C – 14 de Febrero de 2010
Las bienaventuranzas:
Comprender a fondo la vida nueva del discípulo y optar por ella
(Lucas 6,17.20-26)
“La santidad es la capacidad de ver con mirada limpia
y acoger el drama del hombre, sus sufrimientos
y la contradicción de su condición histórica”
(C.M. Martini)
Oremos
“Y Jesús, alzando los ojos hacia los discípulos, decía...” (Lc 6,20)
Tu mirada abre, Señor, las puertas para el diálogo.
Permítenos captar la profundidad de tu mirada
en los mares profundos de la oración.
Tu mirada, Señor, fue un acto de amor
que nació de tu vigilia de oración,
expresión viva del impulso de amor
que se concretó en el llamado de los Doce;
cuando te fijaste en ellos, en ellos confiaste,
y los llamaste por su nombre.
Tu mirada es misericordia que abraza a todos
porque en el paraje llano
supiste captar el drama humano,
penetraste hondo los tormentos que la gente vivía
y les diste una esperanza.
No les hablaste desde lo alto,
no quisiste imponer tu autoridad,
Tú les hablaste al corazón
con palabras proféticas,
pero con la ternura de quien sabe
mirar frente a frente.
Tú sigues mirándonos a los ojos
para inculcarnos que quien contigo camina
está en la ruta de la felicidad,
no la pasajera que el mundo nos ofrece
sino la sólida y durable que se fundamenta en tu alegría.
Hoy te damos gracias
porque la palabra primera y fundamental palabra
en la vida del discípulo que se abandona en tí
es la invitación a la plenitud que sacia el corazón
y no las maldiciones humanas que amargan la vida.
A veces se nos olvida, Señor,
que por el hecho de estar contigo
tenemos suficientes motivos para ser felices.
Por eso, vuelve a mirarnos en esos momentos
en que sentimos que las desdichas de la vida
son como olas inmensas que nos sobrepasan.
Tú contemplaste la obra del Padre del Reino
realizaba en los tuyos en cada paso que daban
caminando fascinados de ti.
Danos también el poder contemplarte
para que nos comprendamos en el espejo del rostro,
en ti, el bienaventurado por excelencia.
Concédenos, por intercesión de María,
la que todas las generaciones llaman “bienaventurada”,
comprender las bienaventuranzas de hoy
para que veamos nuestra vida y la de todos
con nuevos ojos y seamos servidores de esperanza;
para que nos gocemos contigo en alabanza
y para que las duras jornadas que nos esperan
no agoten nunca la alegría de nuestro corazón.
Amén.
Introducción
Podemos llamar este domingo el “domingo de las bienaventuranzas o de la felicidad”. El
evangelio de Lucas nos propone el conocido discurso de las bienaventuranzas, uno de los
discursos de Jesús más conmovedores de todo el Evangelio (6,17.20-26).
Leamos atentamente el texto de Lucas 6,17-26:
17Bajando
con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos
suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región
costera de Tiro y Sidón, [18que habían venido para oírle y ser curados de sus
enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados.
19Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.]
20Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía:
«Bienaventurados los pobres,
porque vuestro es el Reino de Dios.
21Bienaventurados los que tenéis hambre ahora,
porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora,
porque reiréis.
22Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien,
cuando os expulsen,
os injurien
y proscriban vuestro nombre como malo,
por causa del Hijo del hombre.
23Alegraos ese día y saltad de gozo,
que vuestra recompensa será grande en el cielo.
Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.
24Pero ¡ay de vosotros, los ricos!,
porque habéis recibido vuestro consuelo.
25¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!,
porque tendréis hambre.
¡Ay de los que reís ahora!,
porque tendréis aflicción y llanto.
26¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!,
pues de ese modo trataban sus padres
a los falsos profetas.
El texto tiene las siguientes partes:
Una descripción de la circunstancia (lugar, auditorio, etc.) en la cuales Jesús
pronuncia el sermón de la llanura (6,17-20ª).
La primera parte del sermón de la llanura: la proclamación de las bienaventuranzas
y de los “ayes” (6,20b-26), la cual tiene también dos partes:

Esta parte que está entre corchetes no se proclama en la liturgia dominical.
o
o
Cuatro bienaventuranzas (6,20b-23)
Cuatro “ayes” (6,24-26)
Releamos el texto siguiendo dicho esquema.
1. La circunstancia del sermón de la llanura (6,27-20ª)
17Bajando
con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos
suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región
costera de Tiro y Sidón, 18que habían venido para oírle y ser curados de sus
enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados.
19Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
20Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía...
Antes transmitirnos las palabras de Jesús, el evangelista Lucas sitúa bien el contexto en el
cual Jesús pronuncia el discurso.
(1) “Bajando con ellos...” (v.17a). Jesús desciende de la montaña donde pasó la noche
entera en vigilia de oración (cfr. Lc 6,12). Al amanecer había llamado a sus doce apóstoles,
integrando así en su relación con el Padre un grupo de doce compañeros-amigos (cfr. Lc
6,13-16). Ahora junto con los doce recién elegidos se encuentra con una multitud enorme.
(2) “Había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo”
(v.17b). El evangelista habla dos grupos: (a) una multitud de discípulos, y así se agranda el
grupo de sus seguidores; (b) una multitud de personas de composición diversa: de Judea y
Jerusalén (centro de Palestina) y de la región costera de Tiro y Sidón (Fenicia, al norte).
Tenemos entonces en este segundo grupo: judíos (nacionales) y paganos (extranjeros).
Tenemos un auditorio variado, incluso con grandes divergencias entre ellos.
(3) “Habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades” (v.18ª). Toda esta
multitud, integrada por los dos grupos, tiene un punto en común: ha peregrinado en
búsqueda de Jesús. Los motivos son dos: (a) “oírle” y (b) “ser curados de sus
enfermedades”. El evangelista nota aún, con cierto estupor, que incluso personas
“atormentadas por espíritus inmundos” venían para ser liberadas.
(4) “Toda la gente procuraba tocarle” (v.19ª). Todos quieren entrar en contacto con Jesús
tocándolo. Todos esperaban una vida distinta, nueva, mejor de la que tenían hasta el
momento, y esperaban poderla encontrar en el joven profeta de Nazareth: “De él salía una
fuerza que sanaba a todos” (v.19b).
(5) “En un paraje llano” (v.17ª). Un detalle importante del contexto Jesús es que Jesús se
detiene en una llanura (de ahí el nombre de todo el sermón que se extiende hasta Lc 6,40:
“sermón de la llanura”). Mientras en Mateo Jesús pronuncia su discurso desde lo alto de la
montaña (cfr. Mt 5,1-2), en Lucas Jesús se coloca al mismo nivel de la gente, de esta gente
cansada, enferma, desesperada. La llanura indica el espacio donde se desarrolla la vida
ordinaria de la gente.
(6) “Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía...” (v.20ª). El evangelista nos
transmite la impresión de que Jesús está hablando de pie como un profeta. La expresión
“alzar los ojos” expresa el interés de Jesús por la gente, él les presta atención (ver por
ejemplo: Mt 17,8; Jn 4,35; 6,5). Con ello se sugiere que lo que sigue es particularmente
significativo para los discípulos y que parte de la consideración de sus necesidades.
“Hacia sus discípulos”. En Mt se dice simplemente que “ve la muchedumbre” (cfr. Mt
5,1). Para Lc, aunque los discípulos son el auditorio primario del discurso, las multitudes
están presentes (ver 6,17; 7,1). Es más, las palabras de los vv.26-26 (los “ayes”) parecen
dirigirse más bien a este grupo amplio de personas (ver también Lc 20,45).
“Decía...”. Jesús responde a la búsqueda de la multitud, no permanece insensible ante ella,
Él actúa. Pero notemos esto: no se precipita a hacer milagros, sino que coloca toda la
realidad de la gente dentro del cuadro amplio del proyecto de Dios que se realiza en la
misión del Mesías. Se evita la narración de milagros (que están fuertemente insinuados)
para se comprenda mejor lo que está detrás de ellos: la obra del Reino expresada en las
bienaventuranzas.
2. Las bienaventuranzas y los “ayes” (6,20b-26)
Como se vio en el contexto (vv.17-20ª), frente a Jesús se abre un amplio panorama, éste
será descrito en el discurso.
¿A qué apuntan las bienaventuranzas?
Una primera observación nos permite captar que esta sección establece un claro contraste
entre dos tipos de personas:
(1) Aquellos que han sido heridos y castigados por la vida, pero que a los ojos de Jesús son
personas bendecidas y felices gracias a la promesa que se realiza en ellos.
(2) Aquellos que están materialmente bien y que gozan de todos los favores del mundo,
pero que a los ojos de Jesús son personas a las que le aguarda una desgracia. La
lamentación de Jesús por su condición no apunta tanto a la prosperidad en sí misma y a la
actitud que estas personas tienen: la autosuficiencia y la incapacidad de ver más allá de sus
deseos inmediatos.
A todos ellos se les hace la propuesta del discipulado: a los discípulos que ya respondieron
se les invita a comprender la naturaleza del seguimiento (muchos se quejan porque llegaron
con otras expectativas: les cuesta entender los sacrificios que implica el seguimiento),
mientras que al resto del auditorio se le lanza la invitación para dar el paso, entendiendo
que sus necesidades son colmadas por Dios en la medida en que siguen a Jesús.
La bienaventuranza es el nuevo estado de vida, de plenitud y alegría, propio de quien sigue
a Jesús. Sin el seguimiento no se entienden las bienaventuranzas de Jesús: los discípulos
han sabido hacer una buena elección; y no sólo fueron elegidos, también ellos al responder
eligieron a Jesús y la felicidad que él les ofrecía, sin más tardanza ellos entraron en el Reino
de Dios del cual Jesús les abría las puertas. Su felicidad es la proximidad a Jesús, el
acompañarlo todos los días, escuchar sus enseñanzas, contemplar sus maravillas, comenzar
a parecerse a él. Pero en el discipulado también hay nubes negras, tempestades mismas,
por eso en las Bienaventuranzas Jesús le anuncia a sus discípulos que las dificultades no
podrán arrancarles la felicidad.
Pero Jesús presenta también la otra cara de la moneda. Si dice “bienaventurados” a sus
discípulos, también le hace caer en la cuenta a la gente que lo escucha que quien
fundamenta su vida en falsos valores, así a primera vista parezca una persona realizada,
terminará mal. Estos falsos valores dañan las relaciones con los demás y la relación con
Dios. Todo lo que se fundamenta mal siempre termina en ruina. Por eso Jesús dice “ay de
vosotros...”. Más que una maldición es una lamentación: “cómo me duelen Ustedes”. Y
puesto que todavía no ha llegado el momento final, puesto que todavía hay tiempo de
cambiar la situación (y precisamente para eso vino Jesús), las lamentaciones de Jesús tienen
el valor de un aviso perentorio que hay que tomar en serio.
¿En qué se diferencian las bienaventuranzas de Lc de las de Mt?
Mientras Mateo refiere ocho bienaventuranzas pronunciadas por Jesús, Lucas nos refiere
solamente cuatro. En compensación, Lucas refuerza las cuatro bienaventuranzas,
contraponiéndole a cada una de ellas una malaventuranza (maldición), introducida por un
“ay de vosotros”. Mientras el discurso de Mateo es indirecto: “Bienaventurados los
pobres...”, el de Lucas es directo: “Bienaventurados vosotros los pobres...”. Mateo acentúa
la pobreza espiritual (“Bienaventurados los pobres en Espíritu....”), Lucas acentúa la
pobreza material. Pero, como se puede ver, todos son detalles que no cambian para nada la
sustancia de las cosas. Cada uno de los dos evangelistas, con su manera propia de
transmitirnos la enseñanza de Jesús, saca a la luz un aspecto nuevo, que de otra manera
habría permanecido en la sombra. Lucas es menos completo en el número de las
Bienaventuranzas, pero capta perfectamente el significado de fondo.
Las bienaventuranzas como mensaje sobre Dios
Las bienaventuranzas no nacen de la condición de miseria o de enfermedad de la gente. La
bienaventuranza consistía en el hecho de que Dios había decidido ocuparse de ellos. Las
bienaventuranzas anuncian la obra de Dios; más que un denunciar la realidad del hombre lo
que hacen es anunciar que Dios interviene en la historia de sufrimiento y de necesidad, y la
transforma desde dentro y de manera definitiva con gestos que superan nuestras
expectativas. En otras palabras, con Jesús llega el tiempo en que Dios le da pan al que tiene
hambre, cambia en gozo el llanto y en alegría el odio.
Veamos la primera bienaventuranza
Cuando se habla de las bienaventuranzas el pensamiento se va enseguida a la primera de
ellas: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”. Pero en realidad
el horizonte es mucho más amplio. Jesús delinea en esta página dos modos de concebir la
vida: o “por el Reino de Dios” o “por la propia consolación”, es decir: exclusivamente en
función de esta vida, o en función también de la vida eterna.
Esto es lo que saca a la luz el esquema de Lucas: “Bienaventurados los pobres, porque
vuestro es el Reino de Dios... Ay de vosotros, los ricos, porque habéis recibido vuestro
consuelo”. Dos categorías, dos mundos. A la categoría de los bienaventurados pertenecen
los pobres, los hambrientos, los que ahora lloran y los que son perseguidos y expuestos al
escarnio público por el Evangelio. A la categoría de los bienaventurados pertenecen los
ricos, los que están hartos, los que ahora ríen y los que son llevados en la palma de la mano
de todos.
Jesús no canoniza simplemente todos los pobres, los hambrientos, los que lloran y los que
son perseguidos; así como tampoco condena así los ricos, a los que están hartos, a los que
ahora ríen y a los que son aplaudidos. La distinción es más profunda: se trata de saber
sobre qué apoya cada uno su propia seguridad, sobre qué terreno está construyendo el
edificio de su vida: si sobre lo que pasa o sobre lo que no pasa.
Esta página del Evangelio es de verdad una espada de doble filo: separa, traza dos destinos
diametralmente opuestos. Es como el meridiano de Greenwich que divide el este del oeste
del mundo.
Pero afortunadamente con una diferencia esencia. El meridiano de Greenwich es fijo: los
terrenos que quedan al este no puede pasar al occidente; así como está fijo el ecuador que
divide el sur pobre del mundo del norte rico y opulento.
La línea que divide, en nuestro evangelio, los “bienaventurados” de los “desventurados” no
es así: es una barrera móvil. No sólo se puede pasar de un sector al otro, sino que toda esta
página del evangelio nos la ofrece Jesús para invitarnos a pasar de una a la otra esfera. No
nos está invitando a ser pobres sino a que seamos ricos de verdad.
“Bienaventurados los pobres porque vuestro es el Reino de Dios”. Pensemos en los
pobres que poseen un reino, ya, ahora! Aquellos que deciden entrar en este Reino, son de
hecho desde ahora hijos de Dios, son libres, son hermanos, están llenos de esperanza, viven
alegres, llevan en su corazón una llama de amor que no se apaga, que es la semilla de la
inmortalidad. Díganme Ustedes: ¿Quién no quisiera ser de esta manera?
3. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida
3.1.
3.2.
3.3.
¿Cuál es el mensaje central de las bienaventuranzas?
¿Por qué el evangelio de Lucas agrega los “ayes”?
¿Qué le dicen las bienaventuranzas a quien ya es discípulo de Jesús?
3.4.
3.5.
¿Qué le dicen las malaventuranzas a quien no ha dado el paso del discipulado?
¿Qué implicaciones tiene esta enseñanza de Jesús para mi vida personal y
comunitaria?
ANEXO (para sacerdotes)
PISTAS GENERALES SOBRE LAS OTRAS LECTURAS
Primera lectura: Jeremías 17,5-8
Nos situamos en torno al año 600 aC. El rey de Israel y sus consejeros tiemblan ante la
inminente invasión extranjera, ellos saben que no cuentan con suficiente ejército para
oponer resistencia; la masacre se ve venir.
Es en este momento que el pequeño reino de Judá cree poder ponerse a salvo haciendo una
alianza con sus poderosos vecinos: el imperio babilonio al nordeste o el imperio egipcio al
sureste.
El profeta Jeremías ataca “lanza en ristre” esta falsa ilusión. La seguridad no puede ponerse
en ningún poder militar o político (“Maldito sea aquel que fía en hombre y hace de la
carne su apoyo”, v.5), la verdadera seguridad viene del Señor, con quien hay que hacer
“alianza” es con Él (“Bendito sea aquel que fía en Yahveh, pues no defraudará Yahveh su
confianza”, v.7). Para el profeta el poner la confianza en una alianza humana y olvidar la
alianza con Dios es la causa de todas las desgracias de su pueblo.
En el texto que leemos, esta convicción de Jeremías aparece bien argumentada. Para ello
aborda el tema de “los dos caminos” (tan conocido en la literatura sapiencial y en los
Salmos; basta ver el Salmo responsorial que viene enseguida).
Siguiendo un orden inverso al del evangelio de Lucas, Jeremías comienza por una
maldición y luego sigue con la bendición.
La maldición y la bendición se explican con la imagen de la tierra. Para una habitante de
Palestina no es extraño ver los grandes contrates entre la tierra seca y desolada del desierto
y la tierra fértil y bien irrigada del Galilea. La tierra es imagen de bendición si es fértil y de
maldición si es estéril. Por eso acude al doble simbolismo de la tierra árida (“los sitios
quemados del desierto... el saladar inhabitable”, v.6b) y de la tierra irrigada (“a orillas de
la corriente”): ambas son imagen del corazón del hombre que se aparta de Dios (para el
primer caso) y del hombre que pone su confianza en Él (para el caso de la tierra irrigada en
tiempos de sequía).
La maldición no es una condena ni un rechazo definitivo. Pero Dios confronta a aquel que
construye mal el camino de la vida y se provoca a sí mismo sus propias desgracias, su
porvenir es incierto y sombrío (“como el tamarisco del Arabá, y no verá el bien cuando
viniere”, v.6a).
En cambio el que escoge el camino del bien, a pesar de que pasa –como todos los demáslas duras pruebas de la vida, su porvenir es diferente: con la ayuda de Dios sabrá superar las
pruebas (“No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje frondoso; en año de sequía
no se inquieta ni se retrae de dar fruto”, v.8b), porque su vida está irrigada con la misma
vida de Dios (“a la orilla de la corriente echa sus raíces”, v.8ª).
Salmo 1
“Dichoso (bienaventurado) el que pone su confianza en el Señor”
Las bienaventuranzas no son un género literario exclusivo del Nuevo Testamento, también
aparecen los libros de la primera Alianza. Es interesante notar que el Salterio comienza con
una bienaventuranza (lo cual es programático para todo el camino oracional que sigue):
“¡Dichoso!”.
Tenemos el Salmo 1 [¡por fin un Salmo casi completo en la liturgia!, así hayan cortado (¿?)
el v.5). Este Salmo, colocado intencionalmente al comienzo del Salterio, es un grito de
alegría ante el comportamiento del hombre sabio (o justo) que camina sobre la ruta de la
verdadera felicidad; mientras tanto, en el trasfondo –como un contrapunto- se va
coloreando el perfil del hombre injusto y por tanto infeliz (“¡No así los impíos, no así!”,
v.4). Es así como la oración está estrechamente ligada a la calidad de vida del orante.
“¡Dichoso el hombre!” (v.1). La felicidad de la que aquí se habla es inmediata (¡ahora es
feliz!), no se trata de una eventual felicidad después de la muerte. Entre otras cosas,
cuando este Salmo fue compuesto, el pueblo de Israel no tenía planteamientos claros acerca
de una vida después de la muerte. Esta convicción (de la cual habla la segunda lectura de
hoy), esencial en la fe cristiana, llegará más tarde con la resurrección de Jesús.
“... Que se complace en la Ley de Yahveh, su Ley susurra día y noche” (v.2). Para el
orante la felicidad proviene de la observancia de la Ley (la Torah) del Señor, proviene del
compromiso. Por eso dice que su estilo de vida se inspira en los criterios de Dios
presentados en la Ley. A ella le consagra lo mejor de su tiempo, la lee y la susurra en voz
baja hasta memorizarla no sólo en la mente sino en hábitos concretos de vida (la memoria
de la acción). Esto es lo que se traduce por “meditar”.
“Jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien” (v.3). La meditación de la
Escritura proporciona una felicidad duradera y estable. Le da al creyente raíces y le impide
vivir agitado por los vientos (los impíos “son como paja que se lleva el viento”, v.4).
Guiado por la Palabra de Dios, se compromete en un camino de felicidad (“Yahveh conoce
el camino de los justos”, v.6). Es un hombre feliz (“¡Dichoso (este) hombre...!”, v.1).
Segunda lectura: 1ª Corintios 15,12.16-20
El texto está construido con base en juego de suposiciones (“Porque si los muertos no
resucitan...”, v.16; “Y si Cristo no resucitó...”, v.17; “Si solamente para esta vida...”, v.19)
que hacen emerger la afirmación contundente al final que manda por tierra todas las
hipótesis: “¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que
durmieron” (v.20).
Siguiendo la exposición que comenzó con el kerigma y que se extendió en los testimonios
de la resurrección de Cristo, Pablo retoma la afirmación básica de la resurrección para
luego continuar hablando sobre el modo de la resurrección (1 Corintios 15,35-38).
¿Por qué Pablo retoma en tema? No olvidemos que la de Corinto era una comunidad de
composición mixta (judeocristianos/étnico cristianos, ricos/pobres, hombres/mujeres,
esclavos/libres, etc). Pero el punto es que entre los corintios había diversas corrientes de
pensamiento, cada una según el origen étnico y religioso de sus integrantes.
Al hablar sobre la resurrección Pablo se encuentra con algunos “peros” en su auditorio: (1)
entre los de origen judío algunos no creían en la resurrección (sobre todo si entre ellos
había algunos de influencia saducea) y otros (los de influencia farisea) creían solamente en
una resurrección de los justos, global, pero no individual. (2) Los de origen griego
pensaban que solamente era posible la salvación del alma y menospreciaban el cuerpo
(recordemos el pensamiento neoplatónico vigente en esa época).
Pablo retoma todas las objeciones para desmontarlas. Hace notar que un cierto tipo de fe
(acomodada o incompleta) no lleva a nada. Sólo la fe en la resurrección de Jesús, con todas
sus consecuencias, lleva a una efectiva transformación.
J.S. y F.O.
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