relacionfamiliacolegio

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Desafíos pendientes:
Texto: Neva Milicic y Maritza Rivera *
La difícil relación familia – colegio
En el plano ideal, padres y profesores están de acuerdo: anhelan la mejor formación para los
niños, pero en el plano real es donde comienzan los desencuentros. Mientras los primeros quieren
que los profesores sean los segundos papas de los niños, éstos señalan que se delega demasiado
en ellos, y si el escolar tiene dificultades surge la crisis: en vez de aliarse, se culpan unos a otros
sin buscar soluciones. "Cuando eso sucede lógicamente se deteriora la relación, y el que sale
perdiendo es el niño".
La destacada sicóloga Shelley Taylor, profesora de la Universidad de California en Los Ángeles,
plantea que la base genética con que nace un niño es su primer bosquejo de arquitectura y sobre
éste nace toda la socialización, en la cual la familia tiene el primer lugar. La otra institución más
importante es el colegio, porque implica la salida del niño al mundo exterior.
La relación familia-escuela, sin embargo, se da en la actualidad desde un polo ideal y un polo
real. En el primero, hay creencias de los padres en torno a cuál es el rol de la escuela y cuál sería
el perfil de un buen profesor. Al mismo tiempo existen expectativas y creencias de los profesores
respecto de cuál sería su propio rol y el de la familia en la educación de los niños. Aquí hay
consensos importantes, pero es en el polo real donde se inician los desencuentros.
Muchas veces los padres cometen varias equivocaciones en relación con la escuela. Por ejemplo,
algunos creen, especialmente a nivel popular, que la letra con sangre entra, y cuando reciben
comunicaciones del colegio porque el niño no está rindiendo lo suficiente, le pegan o lo castigan,
con lo cual el niño asocia aprendizaje con castigo y el resultado paradójicamente es peor. Y en
los sectores más acomodados suele suceder que los padres se sienten evaluados según cómo les
vaya a sus niños en el colegio. Tienden a pensar que si al niño le va mal es culpa del padre,
entonces hay mucha ansiedad.
TIPOS DE PADRES
Según la percepción de ellos mismos, existirían tres tipos de padres: el más participativo, que
corresponde a aquel que por iniciativa está permanentemente en el colegio y lo disfruta a pesar de
su trabajo y sus quehaceres. El siguiente grupo corresponde a los apoderados desconocidos,
algunos ausentes a causa de su trabajo, o bien porque no se interesan, y el tercero a los que se
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limitan a cumplir con las reuniones, pero se retiran antes de que concluyan.
Los participativos suelen acercarse por su propia iniciativa a los profesores para saber cómo
progresa el aprendizaje de sus hijos, colaboran en las actividades escolares, y eso los hace más
cercanos de los docentes, de modo que en las oportunidades en que sus hijos han tenido
problemas, ya sea en lo académico o en lo conductual, ya existe un nexo. Estos padres pueden
tener hijos con dificultades, pero están en sintonía con el colegio, lo que significa que se han
tomado medidas coherentes con el niño, los padres y el colegio y que todos están hablando el
mismo lenguaje.
En general, los otros padres opinan que a los participativos les gusta mucho el colegio, que no
tienen nada que hacer, al contrario de ellos que están muy ocupados. Pero si uno piensa en un
curso tipo, son muy pocas las madres que se dedican sólo a los hijos realmente una minoría,
entonces esta percepción no sería tan real. Lo central es que son apoderados que sienten que es
importante respaldar a sus hijos en el colegio.
Quizás una de las fallas más comunes es no propiciar un espacio de conexión con el colegio
dentro del hogar. Los niños tienden a cortar estos dos ambientes y no se da un espacio para el
colegio en la conversación. Más que sobre una tarea, es importante hablar con los hijos sobre qué
aprendieron, con quién jugaron.
Otro aspecto fundamental tiene que ver con el tipo de relación que padres y profesores establecen
con el niño. Para el papá, su hijo es único, pero para el profesor es uno entre cuarenta alumnos.
Más aún, se trata de un lazo transitorio, de uno o dos años, en que como profesional tiene que
cumplir ciertos logros. La de los padres, en cambio, es una unión única, a largo plazo, en que hay
una carga afectiva distinta.
A menudo los padres no consideran esas diferencias y esperan que los profesores sean los
segundos padres de sus niños; incluso hablan del colegio como del segundo hogar de sus hijos,
puesto que allí pasan la mayor parte del tiempo.
A lo anterior se agrega un segundo componente: la relación entre padre y profesor no es uno a
uno, sino un lazo triangular, ya que se da a propósito de otro, en que además ese otro significa
algo completamente diferente para ambos.
Muchas veces los padres dicen "este profesor pareciera que no conoce a mi hijo", y efectivamente
no puede conocerlo con la misma intensidad. Pero sí puede ser mucho más objetivo, porque tiene
una mirada más lejana. Los apoderados resienten esta mirada tan distante y objetiva (y muchas
veces muy centrada en lo negativo), pero son ellos quienes tienen que aprender a mostrarle al
docente el lado bueno de sus hijos.
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BUEN 0 MAL PROFESOR
Tienen percepciones claras sobre cuándo consideran un buen o mal profesor, y una variable para
calificarlo tiene que ver con la edad. Desconfían de un docente ya entrado en años que lleva
demasiado tiempo en la profesión. No tiene paciencia, está cansado, dicen. Pero también
desconfían de alguien muy joven. Puede ser inexperto, sin carácter, sin manejo de grupo.
Además, se fijan mucho en cómo tratan a su hijo, si hay un cariño que parece auténtico, si el trato
es tirante o demasiado autoritario.
Quieren un profesor que tenga paciencia, mucha paciencia... pero ¡mucha paciencia! y en eso
vemos un enigma: ¿Tanta paciencia como la que ellos no tienen con sus hijos o tanta como la que
sí tienen con sus hijos? Y también se dan angustias de las madres en relación con eso, que vayan
a aceptar al niño con sus dificultades y defectos tanto como se los acepta ella, y que lo quieran
mucho.
La falta de tiempo es otro de los ejes cruciales de la relación. Aparece como queja de padres y
profesores, pero al mismo tiempo es consenso de ambos que ninguno tiene tiempo suficiente.
Los primeros concretamente se quejan de que a los niños les dan demasiadas tareas, y que ellos
llegan a su casa a una hora en que lo único que quieren es encontrarse afectivamente con sus
hijos, y no con obligaciones escolares.
Y los segundos, por su lado, lamentan que el hogar no esté entregando valores, y dicen que eso
les ocupa mucho tiempo y actividad. De los progenitores esperan que complementen su labor en
la casa, refuercen y estimulen a los niños en tareas académicas. Aparecen entonces los puntos de
desencuentros, que se dan por las diferencias en las expectativas de ambos: mientras los
educadores sienten que se delega demasiado en ellos, los papas se quejan de que les comunican
las dificultades de sus hijos cuando éstas son muy graves, que en el colegio son poco
observadores y acompañantes del proceso de los niños.
LOS GRANDES OBSTÁCULOS
Frente a las dificultades aparece entonces el primer problema: se culpan unos a otros sin buscar
soluciones, en lo que llamamos la atribución cruzada de culpas. La relación familia-escuela
funciona muy bien cuando al niño le va bien en el colegio, y no tiene problemas de aprendizaje o
déficit atencional, pero resulta que hay un 20% de niños que tiene dificultades en el desarrollo, y
otro porcentaje que también posee problemas emocionales o familiares. Ahí es cuando empieza
a buscarse al responsable. El colegio dice: La culpa es de los padres, porque no se preocuparon
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de estimularlos, no les ponen normas. Los papas dicen: La responsabilidad de los profesores es
enseñar, entonces por qué me piden que yo haga cosas que deberían hacer ellos.
En vez de buscar aliarse por eso hablamos de alianza familia-colegio, entramos a culparnos.
Cuando eso sucede lógicamente se deteriora la relación, y el que sale perdiendo es el niño. En
esta atribución cruzada de culpas la gente se empantana, cuando lo más probable es que haya
problemas del niño, del sistema, de la casa, y lo que tenemos que ver es qué hacemos para salir
del estado en que estamos.
Es posible que haya responsabilidades mutuas, pero hay que tener mucho cuidado con lo que se
les dice a los padres porque el profesor es el profesional, y ése es el primer punto de partida. Si le
plantea al apoderado "nunca había tenido un caso como éste", estamos en problemas. ¡Ningún
niño es un caso! Lo que sí podría suceder es que el hijo está teniendo problemas que él no sabe
cómo manejar.
El rol del profesor es fortalecer a los padres en su rol, no debilitarlos ni asustarlos. Ser docente
también es una función difícil, entonces ambos deben tener empatía mutua. Los papas deben
tener cuidado en desautorizar a un profesor, porque cuando sucede eso, se deslegitima como
autoridad dentro de la sala, y resulta difícil que le enseñe al niño. Lo mismo sucede al revés.
La relación entre ambos tiene que ser cuidadosa y preocupada, con conciencia de que existe una
tarea común, que es formar el mejor niño posible.
El profesor debe intentar reconocer lo positivo y dentro de ese entorno poder decir "esto habría
que cambiarlo, busquemos cómo hacerlo", y la familia también tiene que estar presente. Cuando
establecen una buena alianza, el rendimiento de los niños mejora significativamente, al igual que
la adaptación social.
También el colegio debe trabajar en el fortalece-miento de la familia. Si, por ejemplo, se observa
que hay casos de maltrato, se puede buscar un especialista que haga una charla sobre el tema, y
así cuando se llame al padre para hablar del problema concreto, el marco teórico ya estará puesto.
Sería además importante definir un concepto nuevo llamado apego escolar que revela qué hace
que los niños se apeguen a ciertos colegios y a otros no. En general ese apego está dado por la
proximidad afectiva, la actitud empática de los profesores, por la calidad de las actividades
extraprogramáticas, las relaciones en que los niños no se sienten evaluados, en la percepción del
colegio como espacio de encuentro. Hay instituciones que favorecen el sentimiento de
pertenencia y otras que tienen una actitud más rechazante. Es igual que en el apego madre e hijo.
Las madres que establecen un buen vínculo son aquellas que los niños tienden a sentir más
cercanas y próximas, y aquí un tema central es la disponibilidad a ayudar cuando se está en
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dificultades.
Los anhelos de padres y profesores sobre el futuro del niño son muy similares. En los estratos
sociales bajos, hay un sueño de movilidad social compartido; en los más altos, hay un sueño de
mantener un estándar y por otra parte de autorrealización; algo común a todos los grupos
socioeconómicos.
Profesores y padres, hablen, encuéntrense. En ambos hay una rigidez, como en toda relación,
pero también existe un anhelo importante por mejorar la situación comunicacional de la familia y
el colegio. En eso el consenso es absoluto
* Neva Milicic es sicóloga, columnista de Revista Ya y autora del libro "Cuánto y cómo los
quiero". Maritza Rivera es sicóloga y autora de "Alianza Familia-Escuela".
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