LOS POBRES, LUGAR EPISTEMOLOGICO DE FE Y ALEGRIA 1. Desde mi propia experiencia Siempre he asociado la persona de Monseñor Romero con la frase “los pobres me enseñaron a leer el Evangelio”. Hace resonar en mi interior la experiencia vivida por 30 años en dos barrios contiguos de Santo Domingo: Guachupita y Guandules. Tengo que hacer referencia a ella porque para mí fue una vivencia que cambió mi vida. Me enseñó a leer la realidad y el Evangelio. Me enseñó a descubrir mi propia identidad. ¿ Qué hace una experiencia e cercanía, de tejerse en el entramado vital del diario vivir entre los pobres ? 1. Lo primero es que los pobres dejan de ser una abstracción. Adquieren nombre y apellido, tienen rostro e historia, ocupan un espacio real sucio, escaso, vencido por los años y el uso, y acaban ocupando un espacio en nuestro corazón. El pobre se hace el vecino que me da una mano para reparar la casa, el amigo que perdió un hijo víctima de la violencia barrial, la mujer que, como mi hermana o mi madre me brinda un café, me cose el botón de la camisa o me cuenta con sencillez su angustia por su hija que anda con un joven que no le gusta. Su historia de dolor y de esperanzas, su fe compartida en la comunidad, su alegría desde la más radical desposesión nos revelan la humanidad, nos enseñan a asumir nuestras pobrezas y fragilidades. Descubres que el pobre no es más bueno ni más malo, sino simplemente hermano. 2. Luego empiezas a descubrir que aquellas cosas que tienes claras y sabidas no lo son tanto. Que el televisor no es un artículo de lujo y diversión que compras cuando tienes todo resuelto, sino que es la cuenta de banco que cuando se enferma el hijo puedes llevar a la compraventa. Que la risa nerviosa del humillado no es falta de dignidad sino la manera de conservarla. De reírse de una escena que no puede cambiar. De echar a broma la relación que le humilla y subordina. Que el balandro puede ser el vecino fiel a la amistad de años que la vida ha atrapado en una dolorosa forma de ganarse la vida. Que las cosas que siempre dimos por necesarias son prescindibles. Que más importante que una reunión son las personas, por eso el que llega tarde interrumpe la reunión para saludar. Y entiendes por qué los niños, los pobres y las prostitutas entrarán en el Reino de los cielos. 3. Y sin ideologías empiezas a entender que la pobreza es víctima de la maldad. Que no es posible que Adelfina muriera porque no tenía para comprar la medicina necesaria. Que no es justo que un intelectual como Don Ramón no pudiera ir jamás a la escuela. Que las lágrimas de Marta al contarte que sus hijos se perdieron porque un día tuvo que dejarlos atrás y emigrar para poder alimentarlos no tienen nada que ver con las convenciones internacionales sobre migración. Que la depresión de Gladys o el sufrimiento de Digna por sus hijos drogadictos y traficantes no caben en las redadas policiales que se llevan a los jóvenes del barrio sin discriminar sembrando en sus corazones el rencor que un día explotará en las piedras o las balas de la violencia barrial. Entiendes que la pobreza es pecado de una sociedad a la que no nos importan los otros, las otras. Y te llenas de rabia, y de compasión, y de misericordia y de ganas de transformar la realidad. 4. Los pobres me ensañaron a descubrir la fuerza de algunos valores. Durante 25 años he visto un barrio entero reservar en medio de su hacinamiento el espacio para una escuela. Muchas familias llegaron nuevas que quisieron ocupar el terreno. Vendedores ambulantes intentaron montar allí su pequeña caseta, mecánicos intentaron ocuparlo para ganarse la vida arreglando automóviles viejos. Pero nunca se les permitió. El barrio esperó pacientemente a que en cada campaña electoral se avanzara un poco en la escuela. Hasta que hoy la escuela de San Rafael ya funciona. Sus maestras tuvieron que dar clases gratuitamente durante año y medio hasta que llegó el primer cheque. Es la fuerza del valor educación, que todos respetan, que convoca con mayor eficacia que ninguna otra institución. Así aprendí con los pobres que la educación es un derecho humano al que no se puede renunciar. Me lo enseñó de manera especial Iris. La conocí de madre y catequista, estudiando la primaria en las escuelas radiofónicas. La vi graduarse de primaria y empezar la secundaria en la escuela de educación a distancia con clases sabatinas que la obligaron a cambiar su horario de catequesis. Celebré con ella su graduación de bachiller y le dí clases en la facultad de teología. Supe que se graduó de enfermera y pudo empezar a colaborar en la casa y pagar sus estudios de educación en la Universidad. Hoy es Directora de una escuela de Fe y Alegría. Aprendí de ella la persistencia, el no dejarme vencer por las circunstancias adversas. Los pobres saben navegar contra viento y marea. 5. Con ellos también descubrí que la educación es un deber. El ejemplo de Abraham Reyes y Patricia no es una excepción. Acompañé por años la lucha de padres y madres de familia por sus escuelas en Guachupita, La Ciénaga y los Guandules. Los vi tomar avenidas con los pupitres en la cabeza y acompañar a sus hijos sentados en medio de la avenida recibiendo clases. Mil veces los acompañé a oficinas públicas, participé en sus reuniones, colaboré en sus actividades de búsqueda de fondos,…Sabían que la educación de sus hijos era su derecho ciudadano. Sabían que era responsabilidad primera del Estado. Pero sabían también que si no aportaban su compromiso sus hijos quedarían fuera de la oferta educativa o recibirían sólo las migajas de los perros. Por eso cargaron bloques para construir las paredes de la escuela, pelearon por conseguir apoyo del Estado y ahora participan en las reuniones, la limpieza o la pintura. Cuando hablo de sociedad civil tengo que traer a mi memoria esos rostros, esa ética del compromiso con sus hijos y con los hijos del barrio. Porque para muchos de ellos y ellas, como en la famosa obra de Arthur Miller, “todos son sus hijos”. Una vez Elena me decía: yo no puedo rezar por mis hijos. Ante mi sorpresa me explicó: Sí, porque cuando empiezo a rezar por ellos me acuerdo del hijo enfermo de la vecina, y de las dificultades de la comadre con su hija adolescente y del dolor de la madre del joven drogadicto de la esquina,…y termino rezando por todos. Porque todos son sus hijos. Es la mejor lección de ética que he recibido. Por esta historia vivida entiendo qué significa que la visión del pobre se nos pega como el barro a nuestros zapatos cuando caminamos por los callejones del barrio. Dice el poeta que “nada es verdad ni es mentira, sino sólo el color del cristal con que se mira”. Mirar la realidad con ojos de pobre nos hace descubrir la otra cara de la pobreza. Nos ayuda a entender la justicia educativa más allá de la simple cobertura. Nos revela que se trata de calidad de la educación para un hijo o hija de Dios. Que se trata de preparar para la vida: para el trabajo productivo, para la responsabilidad ciudadana, para la vida familiar, para descubrir la fe que da sentido a nuestras vidas e ilumina nuestro caminar por la historia. Los pobres me ayudaron a comprender el para qué de la educación. Cuando Francisco y Blanca, sentados en la galería de la casa, me contaron con dolor como su hijo iba creciendo en edad y sabiduría y en distancia de su familia y su barrio. Comenzaba a despreciar a sus padres porque eran pobres, a avergonzarse de decir a sus amigos en qué barrio vivía, a no querer que su novia conociera su familia. A buscar cualquier medio para conseguir ropa que borrara su identidad de pobre. Ellos veían en sus ojos una distancia creciente y no sabían como tender puentes hacia ese corazón cada vez más distante. Y me preguntaban a dónde lo llevaba la educación que con tanto esfuerzo le habían procurado. Cuando Tatá me contaba llorando que haber llevado su hija con ella a New York había sido el comienzo de su distanciamiento. Yo pasaba el día fuera trabajando. Ella empezó con las malas juntas en la escuela. Aprendiendo de la televisión y la calle. En contacto con los pobres vamos aprendiendo que tenemos que tener claro hacia dónde queremos ir con la educación que impartimos. 2. Desde la experiencia de Fe y Alegría La reflexión sobre educación de Fe y Alegría en todos estos años se ha enriquecido con la experiencia en el aula, el barrio y la comunidad campesina o indígena, de nuestras maestras y maestros. Ellos han sabido pensar en nuestros alumnos y alumnas desde un corazón cercano y sensible. Han sabido escuchar las alegrías y tristezas, las ilusiones y capacidades del pueblo. Han sabido mirar esa realidad con ojos nuevos. Fe y Alegría ha procurado en estos años iluminar esa experiencia del corazón con metodologías de análisis de la realidad, con una reflexión pedagógica que recoge la cultura que se gesta en esos contextos. Y hemos ido acompañando la construcción de conocimientos que preparen el futuro. Hemos hecho el esfuerzo por enriquecer esta práctica con la introducción de las nuevas tecnologías y los cambios culturales que ellas promueven. Hemos intentado transmitir a nuestros docentes y estudiantes una fuerte identidad, valores para una convivencia social nueva y una espiritualidad que sirva de fundamento a toda nuestra propuesta que va más allá de una propuesta educativa para ser una propuesta de sociedad. Hoy estamos tratando que esta dinámica guíe nuestra incidencia política en la sociedad global en que nos movemos. De convertir esta comprensión brotada de la vida de la educación como bien público en política educativa. Tenemos que reconocer que en nuestra realidad de cada día todo esto es más aspiración que logro, tarea por hacer que fruto para cosechar. Ojalá este Congreso nos ayude a continuar aportando en esta línea. Jorge Cela, S.J. Noviembre 2005