Jorge Cela, SJ

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LOS POBRES,
LUGAR EPISTEMOLOGICO DE FE Y ALEGRIA
1. Desde mi propia experiencia
Siempre he asociado la persona de Monseñor Romero con la frase “los pobres me
enseñaron a leer el Evangelio”. Hace resonar en mi interior la experiencia vivida por 30
años en dos barrios contiguos de Santo Domingo: Guachupita y Guandules. Tengo que
hacer referencia a ella porque para mí fue una vivencia que cambió mi vida. Me enseñó a
leer la realidad y el Evangelio. Me enseñó a descubrir mi propia identidad.
¿ Qué hace una experiencia e cercanía, de tejerse en el entramado vital del diario vivir entre
los pobres ?
1. Lo primero es que los pobres dejan de ser una abstracción. Adquieren nombre y
apellido, tienen rostro e historia, ocupan un espacio real sucio, escaso, vencido por
los años y el uso, y acaban ocupando un espacio en nuestro corazón. El pobre se
hace el vecino que me da una mano para reparar la casa, el amigo que perdió un hijo
víctima de la violencia barrial, la mujer que, como mi hermana o mi madre me
brinda un café, me cose el botón de la camisa o me cuenta con sencillez su angustia
por su hija que anda con un joven que no le gusta. Su historia de dolor y de
esperanzas, su fe compartida en la comunidad, su alegría desde la más radical
desposesión nos revelan la humanidad, nos enseñan a asumir nuestras pobrezas y
fragilidades. Descubres que el pobre no es más bueno ni más malo, sino
simplemente hermano.
2. Luego empiezas a descubrir que aquellas cosas que tienes claras y sabidas no lo son
tanto. Que el televisor no es un artículo de lujo y diversión que compras cuando
tienes todo resuelto, sino que es la cuenta de banco que cuando se enferma el hijo
puedes llevar a la compraventa. Que la risa nerviosa del humillado no es falta de
dignidad sino la manera de conservarla. De reírse de una escena que no puede
cambiar. De echar a broma la relación que le humilla y subordina. Que el balandro
puede ser el vecino fiel a la amistad de años que la vida ha atrapado en una dolorosa
forma de ganarse la vida. Que las cosas que siempre dimos por necesarias son
prescindibles. Que más importante que una reunión son las personas, por eso el que
llega tarde interrumpe la reunión para saludar. Y entiendes por qué los niños, los
pobres y las prostitutas entrarán en el Reino de los cielos.
3. Y sin ideologías empiezas a entender que la pobreza es víctima de la maldad. Que
no es posible que Adelfina muriera porque no tenía para comprar la medicina
necesaria. Que no es justo que un intelectual como Don Ramón no pudiera ir jamás
a la escuela. Que las lágrimas de Marta al contarte que sus hijos se perdieron porque
un día tuvo que dejarlos atrás y emigrar para poder alimentarlos no tienen nada que
ver con las convenciones internacionales sobre migración. Que la depresión de
Gladys o el sufrimiento de Digna por sus hijos drogadictos y traficantes no caben en
las redadas policiales que se llevan a los jóvenes del barrio sin discriminar
sembrando en sus corazones el rencor que un día explotará en las piedras o las balas
de la violencia barrial. Entiendes que la pobreza es pecado de una sociedad a la que
no nos importan los otros, las otras. Y te llenas de rabia, y de compasión, y de
misericordia y de ganas de transformar la realidad.
4. Los pobres me ensañaron a descubrir la fuerza de algunos valores. Durante 25 años
he visto un barrio entero reservar en medio de su hacinamiento el espacio para una
escuela. Muchas familias llegaron nuevas que quisieron ocupar el terreno.
Vendedores ambulantes intentaron montar allí su pequeña caseta, mecánicos
intentaron ocuparlo para ganarse la vida arreglando automóviles viejos. Pero nunca
se les permitió. El barrio esperó pacientemente a que en cada campaña electoral se
avanzara un poco en la escuela. Hasta que hoy la escuela de San Rafael ya funciona.
Sus maestras tuvieron que dar clases gratuitamente durante año y medio hasta que
llegó el primer cheque. Es la fuerza del valor educación, que todos respetan, que
convoca con mayor eficacia que ninguna otra institución. Así aprendí con los pobres
que la educación es un derecho humano al que no se puede renunciar. Me lo enseñó
de manera especial Iris. La conocí de madre y catequista, estudiando la primaria en
las escuelas radiofónicas. La vi graduarse de primaria y empezar la secundaria en la
escuela de educación a distancia con clases sabatinas que la obligaron a cambiar su
horario de catequesis. Celebré con ella su graduación de bachiller y le dí clases en la
facultad de teología. Supe que se graduó de enfermera y pudo empezar a colaborar
en la casa y pagar sus estudios de educación en la Universidad. Hoy es Directora de
una escuela de Fe y Alegría. Aprendí de ella la persistencia, el no dejarme vencer
por las circunstancias adversas. Los pobres saben navegar contra viento y marea.
5. Con ellos también descubrí que la educación es un deber. El ejemplo de Abraham
Reyes y Patricia no es una excepción. Acompañé por años la lucha de padres y
madres de familia por sus escuelas en Guachupita, La Ciénaga y los Guandules. Los
vi tomar avenidas con los pupitres en la cabeza y acompañar a sus hijos sentados en
medio de la avenida recibiendo clases. Mil veces los acompañé a oficinas públicas,
participé en sus reuniones, colaboré en sus actividades de búsqueda de
fondos,…Sabían que la educación de sus hijos era su derecho ciudadano. Sabían
que era responsabilidad primera del Estado. Pero sabían también que si no
aportaban su compromiso sus hijos quedarían fuera de la oferta educativa o
recibirían sólo las migajas de los perros. Por eso cargaron bloques para construir las
paredes de la escuela, pelearon por conseguir apoyo del Estado y ahora participan
en las reuniones, la limpieza o la pintura. Cuando hablo de sociedad civil tengo que
traer a mi memoria esos rostros, esa ética del compromiso con sus hijos y con los
hijos del barrio. Porque para muchos de ellos y ellas, como en la famosa obra de
Arthur Miller, “todos son sus hijos”. Una vez Elena me decía: yo no puedo rezar por
mis hijos. Ante mi sorpresa me explicó: Sí, porque cuando empiezo a rezar por ellos
me acuerdo del hijo enfermo de la vecina, y de las dificultades de la comadre con su
hija adolescente y del dolor de la madre del joven drogadicto de la esquina,…y
termino rezando por todos. Porque todos son sus hijos. Es la mejor lección de ética
que he recibido.
Por esta historia vivida entiendo qué significa que la visión del pobre se nos pega como el
barro a nuestros zapatos cuando caminamos por los callejones del barrio. Dice el poeta que
“nada es verdad ni es mentira, sino sólo el color del cristal con que se mira”. Mirar la
realidad con ojos de pobre nos hace descubrir la otra cara de la pobreza. Nos ayuda a
entender la justicia educativa más allá de la simple cobertura. Nos revela que se trata de
calidad de la educación para un hijo o hija de Dios. Que se trata de preparar para la vida:
para el trabajo productivo, para la responsabilidad ciudadana, para la vida familiar, para
descubrir la fe que da sentido a nuestras vidas e ilumina nuestro caminar por la historia.
Los pobres me ayudaron a comprender el para qué de la educación. Cuando Francisco y
Blanca, sentados en la galería de la casa, me contaron con dolor como su hijo iba creciendo
en edad y sabiduría y en distancia de su familia y su barrio. Comenzaba a despreciar a sus
padres porque eran pobres, a avergonzarse de decir a sus amigos en qué barrio vivía, a no
querer que su novia conociera su familia. A buscar cualquier medio para conseguir ropa
que borrara su identidad de pobre. Ellos veían en sus ojos una distancia creciente y no
sabían como tender puentes hacia ese corazón cada vez más distante. Y me preguntaban a
dónde lo llevaba la educación que con tanto esfuerzo le habían procurado. Cuando Tatá me
contaba llorando que haber llevado su hija con ella a New York había sido el comienzo de
su distanciamiento. Yo pasaba el día fuera trabajando. Ella empezó con las malas juntas en
la escuela. Aprendiendo de la televisión y la calle. En contacto con los pobres vamos
aprendiendo que tenemos que tener claro hacia dónde queremos ir con la educación que
impartimos.
2. Desde la experiencia de Fe y Alegría
La reflexión sobre educación de Fe y Alegría en todos estos años se ha enriquecido con la
experiencia en el aula, el barrio y la comunidad campesina o indígena, de nuestras maestras
y maestros. Ellos han sabido pensar en nuestros alumnos y alumnas desde un corazón
cercano y sensible. Han sabido escuchar las alegrías y tristezas, las ilusiones y capacidades
del pueblo. Han sabido mirar esa realidad con ojos nuevos.
Fe y Alegría ha procurado en estos años iluminar esa experiencia del corazón con
metodologías de análisis de la realidad, con una reflexión pedagógica que recoge la cultura
que se gesta en esos contextos. Y hemos ido acompañando la construcción de
conocimientos que preparen el futuro. Hemos hecho el esfuerzo por enriquecer esta práctica
con la introducción de las nuevas tecnologías y los cambios culturales que ellas promueven.
Hemos intentado transmitir a nuestros docentes y estudiantes una fuerte identidad, valores
para una convivencia social nueva y una espiritualidad que sirva de fundamento a toda
nuestra propuesta que va más allá de una propuesta educativa para ser una propuesta de
sociedad.
Hoy estamos tratando que esta dinámica guíe nuestra incidencia política en la sociedad
global en que nos movemos. De convertir esta comprensión brotada de la vida de la
educación como bien público en política educativa.
Tenemos que reconocer que en nuestra realidad de cada día todo esto es más aspiración que
logro, tarea por hacer que fruto para cosechar. Ojalá este Congreso nos ayude a continuar
aportando en esta línea.
Jorge Cela, S.J.
Noviembre 2005
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