ANATOMÍA DEL HIPÓCRITA Alejandro Covacevich Presentación Los hipócritas no fingen. Antes de de engañar a los demás, se engañan a sí mismos, lo cual los protege de traicionarse y les otorga una gran ventaja desde el punto de vista evolutivo. Poseen una personalidad central -con escasa memoria- que delega el control total de la conducta en el personaje más idóneo según sea el escenario del momento. Entre aquéllos está el "defensor de la honestidad pública" que, olvidando sus propias faltas, levanta su dedo acusador contra la pillería impune o la indecencia, el "admirador incondicional" que se siente leal cuando adula, y el "ciudadano ejemplar" que paga los impuestos que no puede evadir. Este libro contiene 21 ensayos breves, que describen la hipocresía y sus principales derivados como el cartuchismo, la discriminación, el chovinismo, la estupidez y la corrupción, entre otros, y su incidencia en los estandartes sociales más valorados, como la religión, la patria, la democracia representativa, la educación o la inteligencia. Alejandro Covacevich es Ingeniero Civil Químico y Profesor Universitario. Ha publicado diversos ensayos de crítica social, como “La Hipocresía en Chile” (1995), “Definición del Problema”, (2002), “Observaciones sobre el Sistema Familiar”, (2006) y “Cartas al Diario”, (2014), además de varios libros y textos relativos a su profesión. Índice 1 Anatomía del Hipócrita…….……………….…….…….4 2 La Insoportable Estupidez del Ser…………….9 3 Dignidad e Ignominia…………………………………… 17 4 Una Mirada a la Corrupción ……………..………22 5 Delincuencia………………………………………………………28 6 Naciones y Clubes de Fútbol………………….….31 7 Rotos, Indios y Sudakas………………………………40 8 Diálogos con la Sociedad………………………………47 9 Barreras a la Creatividad…………………….…….49 10 Introducción al Cartuchismo……………….. ….53 11 Desconfianza.………………………………………………….59 12 La Universidad actual en Chile………………….65 13 Un Ideal para la Educación………………… …. 70 14 Dos Intentos de Humanizar el Mercado 78 15 El Renuncio Católico…………………………………… 86 16 Religiones………………………………………………………….88 17 Aborto……………………………………………………………….94 18 Lenguas Mestizas……………………………….……….100 19 Escuchar y Sintetizar……………………….……..109 20 Violencias………………………..…………………………..116 21 Los Viejos……………………….…………………………… 120 1 ANATOMÍA DEL HIPÓCRITA Cinismo e hipocresía se suelen confundir, ya que ambos tienen en común el beneficio propio, por sobre cualquier otra consideración. Si bien bajo ciertas circunstancias podrían tener conductas parecidas, los mecanismos mentales con que llegaron a ellas, son muy diferentes. El cínico está muy consciente de su objetivo y para alcanzarlo sigue un protocolo estudiado. Posee técnicas, como la desfachatez, la sorpresa o la extorsión, entre las cuales también está el fingimiento consciente, que –definitivamente- no es su favorito. El hipócrita, en cambio, sólo posee los personajes que habitan en su interior, que podrían ser, por ejemplo, un hombre de bien, un devoto admirador del que tiene enfrente, o un celoso guardián de la honradez pública. Pero no finge: es el personaje que en un momento dado eligió ser, y cualquiera sea su discurso, él lo siente sincero. En otras palabras, antes de engañar a los demás, se engaña a sí mismo. La naturaleza, en algún momento, captó que esa “inteligencia operacional”, por llamarla de algún modo, lo libera de traicionarse, y le otorga una enorme credibilidad, lo que lo hace más apto desde un punto de vista social. Mientras el cínico sabe que lo es, y no le importa que se lo echen en cara, el hipócrita niega rotundamente toda falta de coherencia, y se ofende si alguien se lo sugiere. Todos adolecemos de algún grado de hipocresía, pues habita en nosotros más de una personalidad. Cuando cada una ignora por completo la existencia de las otras, el mal traspondría la línea de la cordura, pasando a llamarse “trastorno de identidad disociativo”, en el cual se ha perdido todo centro. En el hipócrita hay aún una personalidad central –dotada de escasa memoria- que elige al personaje más idóneo para alcanzar cierto objetivo inconsciente, y en él delega el control total de la conducta. Al revés del hipócrita, el cínico, no se siente ciudadano ejemplar cuando paga los impuestos, ni leal, cuando adula. Es directo, pasa la tarjeta bip! en el captador de la micro y luego de que se enciende la luz roja y suena la alarma, mira al chofer como diciendo ¿ve que no tengo plata? A veces espera una fracción de segundo, a que le contesten algo como “pase”. Pero si no, no se ofende: simplemente pasa y se sienta en la única butaca desocupada -exclusiva para discapacitados y embarazadas- y no le importa si sube una de ellas, o un tipo con muletas. Está consciente de que los demás deploran su actitud, pero le da lo mismo. Ese, claro, es el llamado cínico del Transantiago (único lugar del mundo donde el despojo se puede practicar abiertamente), uno de los órdenes más básicos de la clase en cuestión. Otros, jamás han tomado una micro y ejercen su vocación en ambientes como oficinas públicas, juzgados y municipalidades, todos ellos, sitios aptos para hacerse de interesantes comisiones, y a veces, incluso, es ese espécimen que antaño seducía mujeres sin proponérselo. Aparte de esos detalles, el cínico, si se le pide una opinión -y también si no se le pide- entrega su verdad sin vergüenza ni malicia, y sin importarle que resulte socialmente perjudicado él o algún pariente suyo, como -por ejemplo- su mamá. En realidad, no capta muy bien a qué se refiere eso de “salir socialmente perjudicado”. Tiene muy claro su objetivo y sabe que la ética no es una aliada de su causa. El cinismo, recordémoslo, es una forma de vida, y una respetable filosofía que propone abdicar de todo paradigma o superstición social -entre ellos, la ética- aunque la frugalidad que practicaban antiguamente, ya no se considera imprescindible El hipócrita -aunque también, si es necesario, se cuela en las micros, e incluso lo hace con mayor soltura que el cínico- no se motiva mayormente con la idea de viajar gratis. Contraviene normas y leyes en forma solapada, pero si ve a alguien en actitud de violar alguna, olvida automáticamente sus faltas y levanta su voz acusadora esgrimiendo los eslóganes que difunden los canales, sobre el respeto hacia los demás, la pillería impune o la indecencia. No ejerce dos personalidades en un mismo escenario, a menos, claro, que éste deje de ser favorable, y su ganancia principal es una imagen de honradez, pureza y principios valóricos intransables, que le abre muchas puertas. El cínico es proactivo, es decir, fabrica los escenarios que le son favorables. A veces, si lo que le conviene es el miedo de los demás, le basta con la desfachatez. Si quiere obtener algo por la buena, primero despliega su empatía y luego describe el excelente negocio que tiene entre manos, al cual sólo le falta el capital. Antes de despedirse, se las arregla para entregar la tarjeta de visita a su interlocutor. El hipócrita surge como respuesta a las circunstancias. Si se encuentra con alguien importante, el personaje adulador coge de inmediato el control. Si aparece un amigo íntimo y le pide dinero, quien lo toma es uno que solidariza espiritualmente con su situación, pues también sufre graves problemas económicos. Al criticar, el hipócrita habla en segunda o tercera persona, y el cínico, salvo fuerza mayor, lo hace en primera. Por último, mientras el hipócrita llama ética a no hacer nada incorrecto cuando teme ser descubierto, el cínico hace lo mismo, pero no lo llama ética. Obviamente, ninguno de los dos fenotipos existe en estado químicamente puro, y se suelen fundir en uno al que he bautizado “hipocínico”, muy frecuente en Chile, cuya característica, como el nombre lo indica, es el “hipocinismo”, esto es, una filosofía vivencial que logra convincentes líneas argumentales combinando características de uno y otro. Por cierto, hay actitudes exclusivas de cada personaje. Las siguientes son ejemplos de sus reacciones típicas en temas que están o estuvieron alguna vez, en boga. Divorcio: Hipócrita: La familia es sagrada, y el divorcio atenta contra ella. Cínico: Para qué queremos divorcio cuando tenemos la nulidad. Hipocínico: Además, es más simple y suena mucho mejor. Aborto: Hipócrita: Hay que defender la vida prohibiendo por ley cualquier tipo de aborto, incluso el de la píldora del día después. Cínico: Hay que permitir la píldora del día después, o si no, nos vamos a llenar de rotos. Hipocínico: “Les tengo una gran noticia: La píldora del día después ¡NO ES ABORTIVA!” Pederastia: Hipócrita: La Iglesia es nuestra madre. No podemos estigmatizarla por unos pocos casos aislados. Cínico: La ropa sucia se lava en casa. Hipocínico: En los momentos difíciles hay que ser bien hombre. No como esos maricas acusetes. Ley de tolerancia cero: Hipócrita: Es inmoral manejar en estado de intemperancia. Hay que prohibir hacerlo desde con una copa adentro Cínico: Me parece que hay un jarabe que neutraliza el aliento alcohólico1 Hipocínico: Si uno tiene que manejar curado… bueno, lo menos que puede hacer, es tomarse el jarabe. Debe haber algo que me inclina hacia los cínicos, y que no puedo encontrar en los hipócritas. Tal vez sea que saben que no son santos aunque a veces simulen serlo2. Sus objetivos son pragmáticos. Si tienen poder, lo ejercen sin miramientos, y si no, están dispuestos a enfrentar la derrota con dignidad. Los hipócritas, en cambio, están constantemente evaluando la reacción del interlocutor, y se mueven en laberintos con recónditos túneles de escape. Convocan a todos a una cruzada de honor, y se pasan al enemigo, en el momento penúltimo: aquél en que aún pueden esperar de aquél, una pasable acogida. De ellos, lo mejor que puedo decir, es que difunden los principios éticos vigentes, entre los dogmáticos de cualquier bando, los que, a su vez, los transmiten a otros. Pero tal aptitud que -con buena voluntad- podríamos admitir como punto a su favor, no los convierte en héroes. Septiembre de 2014 1 He sabido que también viene en comprimidos Para distinguir a un hipócrita de un santo, existe la siguiente observación: “nunca vas a ver a un santo dictando clases de moral” 2 2 LA INSOPORTABLE ESTUPIDEZ DEL SER De la estupidez miscelánea y universal, hay ejemplos notables. Recordemos que en 1919, en lo que ha quedado históricamente como una marca planetaria de la estupidez oficial, apoyada por numerosos activistas antialcohol, como Carrie Nation, fue ratificada la XXI enmienda de la Constitución estadounidense, que prohibía el alcohol de beber en todas sus formas. La prohibición no hizo disminuir el vicio del alcohol, pero estableció un inmenso mercado clandestino y un auge considerable del crimen organizado. Fue derogada 14 años después. Tal marca destronó a la norma británica de los albores del siglo XX, que limitó la velocidad de los autos a 3 Km/hora y exigió que, delante de cada uno, fuera un tipo a pie, agitando unas banderas de advertencia. Con toda la experiencia que habían acumulado durante su Revolución Industrial, dicha iniciativa les permitió tomar, sin contrapeso, la delantera del desarrollo automotor, a los alemanes. Hoy se habla mucho de las virtudes del sentido común, pero este sólo sirve para resolver problemas simples, por ejemplo: -Si un camión se queda atascado en un paso bajo nivel y no puede moverse ni hacia adelante ni hacia atrás, no es necesario desarmar el camión ni demoler el puente: la solución es desinflarle un poco los neumáticos. Al camión, obvio. -Si Ud. tiene una pesa de baño no muy precisa pues lo que indica el dial depende de cómo ponga los pies, para saber su peso exacto, acomódelos de modo que marque el mínimo, luego acomódelos de nuevo para que marque el máximo y calcule el promedio. El mínimo no es válido si -para lograrlo- pierde el equilibrio. Pero en cuanto la cosa se complica un poquito, ni el sentido común ni los paradigmas de moda sirven. Unos diputados (casi todos, adalides del libre mercado) se escandalizaron porque los dueños de las fondas para el 18, les cobraban a los mozos que servían en las mesas, en lugar de pagarles, lo cual -según ellos- "era un insulto a los trabajadores", y propusieron una ley para prohibir esa práctica abusiva. La prensa apoyó entusiastamente la moción. Otro congresista se oponía a que se subiera los impuestos a la bencina y a los cigarrillos para mejorar la pensión de los jubilados porque -decía- "los jubilados también fuman y andan en auto". Varios honorables se lo tragaron, a pesar de que el argumento se puede refutar con aritmética de nivel básico. Imagínese cómo será cuando tienen que discutir asuntos macroeconómicos o sociológicos. Bueno, en general, no aplican ideas propias sino que se limitan a copiarlas. Por suerte. Con el fin de que los autos vayan más despacio, ponen un letrero que limita la velocidad a una cifra absurda, digamos, 20 KM/hra. El resultado es que nadie los respeta3. Uno así, permaneció durante más de 30 años frente a la Escuela de Carabineros en la calle Antonio Varas, de Providencia. Cuando algún provinciano, ignorante del código 3 En realidad, el efecto de esos letreros es difundir la idea de que cualquier señalización de tránsito o reglamento es obviable. La menciono sólo al margen, porque en este artículo, al menos, a lo trágico he intentado bajarle el perfil. tácito de la urbe santiaguina, se ponía observante de la señalización, se le acercaba un policía y lo autorizaba a continuar a velocidad normal a fin de disolver el gigantesco taco y acallar las bocinas. Si no fuera porque la de las banderas de advertencia ocurrió en Inglaterra, la nuestra podría haber sido galardonada como la más robusta y persistente de los tiempos modernos, al menos, en materia de tránsito. Pero, claro, somos un país chico, y los anglosajones quieren ser siempre los primeros. Las verdades a medias –incluyendo las generalizaciones gratuitas y las estadísticas incompletas, pueden inducir acciones erróneas o injustas. Si bien los datos se pueden manipular sin faltar a la verdad, es mejor no atribuir a la malicia lo que se puede explicar por la simple estupidez. Cuando se informa que este verano ha aumentado en un 1% el avistamiento de tiburones, se produce un desbande de bañistas. No se dice, claro, que lo normal es que oscile entre 4 y 5%. Del mismo modo, el hecho de que el noventa por ciento de los causantes de accidentes de tránsito sea consumidor de azúcar, no significa que –si va a manejar- sea recomendable no ingerirla. De hecho, el 95% de los conductores sí la toman, de modo que -en lugar de provocarlos- tal sustancia ayudaría a prevenirlos. Opino que no ocurre lo uno ni lo otro, pero un dato estadístico pesa más que una simple opinión. El dogmatismo y la estupidez, tienen elementos en común. Ser dogmático es una forma particular de ser estúpido, que consiste en aplicar soluciones o respuestas estereotipadas sin analizar mayormente si vienen o no al caso. Sus argumentos más socorridos son frases cliché o generalizaciones aprendidas de oída, como “los argentinos son pesados”, o “los chilenos dejamos todo para última hora”, lo cual es un atajo engañoso. De hecho, algunos refranes son sólo lugares comunes versificados o expresados como parábolas, pero completamente falsos. En el caso de “Nunca segundas partes fueron buenas”, por ejemplo, su creador ¿no leyó la segunda parte del Quijote? ¿No escuchó la Segunda Sinfonía de Beethoven o el segundo movimiento de la Séptima? ¿No supo del segundo viaje a la luna? Para “Lo barato cuesta caro”, digamos que puede ser, pero nunca tan caro como lo caro, si es malo. ¿Le parece -sin ir más lejosque el Transantiago costó una bicoca? ¿Era barato el Windows Vista o lo fue, viajar en el Titanic? Respecto a la estupidez remanente -es decir, dejando fuera la que está cimentada en dogmas “incuestionables”- debido a su infinita vastedad de expresiones, formas, tamaños y colores, es poco lo que se puede decir de ella. Lo que más los une, es que sus soluciones, incluso, muchas de ellas, basadas en el sentido común -o lo que sus representantes entienden por tal- no resuelven los problemas, sino que los agravan dramáticamente. Los estúpidos remanentes con iniciativa -generalmente, tipos musculosos y seguros de sí mismosarruinan cajas de cambio de autos cero kilómetro y lanzan agua a los recipientes de combustible líquido que arden superficialmente. Los sin iniciativa, son algo menos peligrosos: sólo se martillan los dedos al tratar de enderezar un clavo, o pisan a las señoras al entrar apresuradamente al ascensor. En cuanto a la educación, para escribir acerca de la estupidez es necesario dejar de lado aquéllas en las que el afectado es uno, como profesor, pues, obviamente, se pierde toda objetividad. Más equitativo resulta referirse a las que uno mismo comete. Al sobrepasar la mediana edad, tenemos la propensión a convertirnos en viejos gruñones. Nos enfurece, por ejemplo, que refiriéndose a la misión espacial Apolo 10 a la Luna- alguien diga con toda tranquilidad “tengo fundadas sospechas que ese viaje nunca existió”, en lugar de “tengo fundadas sospechas de que ese viaje nunca existió”, que sería lo correcto. En otras palabras, no aceptamos que los demás no sean capaces de discernir cuándo hay que decir “que”, y cuándo, “de que”. Por suerte, ese perfeccionismo erudito (que rara vez hace más entretenidas o eleva el nivel de las conversaciones), alcanza su apogeo alrededor de los cincuenta, y después decae, liberándonos de un sufrimiento que -en realidad- no es tan difícil de convertir en resignación. Los profesores practicamos estupideces que perduran más en el tiempo, y ante las cuales, sin embargo, hemos desarrollado cierta capacidad de autocrítica: reconocemos, entre muchas otras fallas, nuestra incapacidad para dejar de expresar algún disgusto cuando se nos exige pasar a un formulario electrónico estándar (claro que distinto para cada una de las casas de estudio en que trabajamos), ese Curriculum Vitae que habíamos diseñado con tanto esmero y de cuyo poder como Carta de Presentación nos sentíamos tan orgullosos. O cuando hay que transcribir a mano los datos fijos y las notas de nuestros alumnos, desde una planilla Excel a una cartulina “oficial”, que no acepta dobleces ni enmiendas. Nos amurramos injustificadamente cuando nos fijan la bibliografía que debemos usar en nuestras cátedras, resistiéndonos a asumir el lugar que realmente nos corresponde, esto es, el de simples vectores del conocimiento entre los textos académicos y las mentes de nuestros alumnos, y no el que podría derivar del presuntuoso apelativo de “maestros” que algunos se dan a si mismos. Hay profesores, incluso, que sin entender nada de estrategia y posicionamiento en el mercado, se permiten criticar que su universidad invierta unos cuantos millones de dólares en adquirir un sistema de software para que ellos pongan las notas, argumentando que una planilla Excel habría podido hacer lo mismo y mejor. Tampoco tienen reparos en criticar que algunas de esas casas, fijen la estructura de las Memorias de Título y les exijan un mínimo de cien o ciento veinte páginas, aunque con ello se fomente el copy/paste desde Internet, se destruya el poder de síntesis y se multipliquen los errores de redacción, hasta convertirlas en documentos incomprensibles. Las memorias se han calificado siempre según su peso. ¿Con qué derecho nos vamos a sustraer nosotros de esa realidad incuestionable? En fin, sin entrar a especificar casos, nos sigue -a vecesmolestando que se exacerbe la importancia de las apariencias en desmedro de los asuntos de fondo. Pero son aquéllas y no éstos las que toman en cuenta los pares evaluadores para otorgar la anhelada Acreditación. A esos profesores, al parecer, esa realidad, o no la comprenden, o los tiene sin cuidado. La familia de normas ISO-9000 (sin las cuales –al parecer- no podría existir la vida en el planeta) y otras parecidas, apuntan a que las instituciones sean cada vez más perfectas, y -en torno a ellas- se ha desarrollado la industria de las certificaciones. El proceso consiste en la protocolización de todas las tareas, con lo cual -dicense elimina la dañina subjetividad. Después, unos inspectores verifican que los procedimientos se atengan a las normas. A los encargados de la certificación, acreditación, o como quieran llamarle, se les dan amplias atribuciones, y como tal concentración de poder puede derivar en corrupción, sólo son administradas por personas probadamente honorables. Se entiende, pues, el revuelo mediático y la incredulidad de las autoridades, cada vez que se destapa una olla. Creo, eso sí, que las prioridades que aplican, podrían mejorarse. Estuve por un par de días, en una clínica que estaba en proceso de certificación. Nunca me había parecido adecuado que el propio paciente, dado su estado de estrés, mareos, conexiones intravenosas, procedimientos y tomas automáticas de presión, tuviera que asumir también como estafeta de exámenes, facturas, recetas, bonos, órdenes interconsulta y cuanto papel le pasan con el encargo de “cuidarlo como hueso de santo, porque después se lo van a pedir”, máxime si toda la clínica estaba interconectada a través de una red. Pero ese procedimiento no se había tocado. Se sabe que no efectuar los movimientos que exigen los reglamentos (como, por ejemplo, “siniestrar” oportunamente las pólizas), puede significar la diferencia -en caso de sanarse- entre seguir viviendo en el nivel en que lo había hecho hasta entonces, o dedicar el resto de la vida a solventar deudas médicas. Pero no existían indicaciones para enfrentar a las Isapres y otras entidades, como planes, seguros, etc., a los que los instructivos -todos parcialessólo se referían en la enigmática jerga de los acrónimos. Se dirá que esos temas no corresponden a salud sino a administración, pero sé por experiencia que -en el interior del paciente- se relacionan bastante. Lo que sí se había implementado con rigor, era la norma de que cuando un paciente es dado de alta, debe ser llevado en silla de ruedas desde su pieza hasta su auto. Como yo no sabía eso, cuando el doctor me dijo que ya estaba bien y me podía levantar, lo hice. Bajé a pie a la cafetería y me quedé en una mesita del jardín sirviéndome un cortado simple y con poca espuma, a la espera de que Alicia me pasara a buscar. Cuando las enfermeras del piso lo detectaron, enviaron por mí, portando la referida silla, y me subieron de nuevo a mi habitación con la intención de que el viaje fuese el “normal”, es decir, desde allí al estacionamiento. Hubo alguna confusión cuando les dije que no tenía auto, y después de discutirlo, me bajaron otra vez hasta la cafetería, donde seguí con mi cortado que, desgraciadamente, ya estaba frío. A veces la estupidez y la corrupción actúan coordinadas, alcanzando un fuerte efecto sinérgico. Los funcionarios públicos están bajo la constante mirada de una burocracia coercitiva, implantada por los propios gobiernos para proteger sus espaldas. Si un empleado público intenta ser eficiente, se ve obligado a inventar subterfugios y “atajos” legales. Por ejemplo, quien tiene a su cargo la contratación de un servicio y desea elegir al postulante que – profesionalmente- le inspira confianza, le pide que, además de una cotización propia, le traiga la de otros dos que ofrezcan lo mismo a un costo mayor. Si no, tiene que elegir la más baja o exponerse a ser interpelado bajo sospecha de malversación culposa, con penas infernales. El fisco supone que si dos oponentes ofrecen lo que dicen las bases, no hay ninguna razón para no optar por el mejor precio. Pero lo cierto es que existen muchas maneras de atenerse a las especificaciones aún bajando los costos. Si no lo cree, acuérdese, por ejemplo, de las casas Copeva. Con todo, si me preguntaran con cuál de las dos me quedo, elegiría a la corrupción. Aunque también es invencible, al menos está penada por ley, cosa que –incomprensiblemente- con la estupidez no sucede. Julio de 2014 3 DIGNIDAD E IGNOMINIA Es necesario crear una economía capaz de contribuir a la dignidad de los pueblos. (José Luis Sampedro) La ignominia era uno de los castigos que los romanos aplicaban al cobarde o al desertor, y consistía en exponerlo al público sin la cintura o ceñidor militar, o haciéndosela llevar floja y de una manera afeminada. Para los romanos la ignominia presentaba, pues, tres actores: -Un sujeto que la sufría moralmente -Un victimario (el estado), que la ejecutaba -Un pueblo o parte de él, que la presenciaba. La mayoría de los asistentes experimentaba un goce que resonaba con el dolor del sujeto, como dos cuerdas que vibran al mismo tono y se potencian mutuamente. Los había capaces de sentir la vejación ajena como propia, y solidarizar con la víctima, pero callaban ante el frenesí generalizado, y también, insensibles que, simplemente, se aburrían. Platón y Kant definen a la ignominia como la pérdida de la dignidad y a ésta, como la capacidad de modelar y mejorar sus vidas mediante el ejercicio de la libertad. Para Gandhi, es “perder la propia individualidad y transformarse en el engranaje de una máquina”. Hoy, Larouse la define como la afrenta pública que -con causa o sin ellaexperimenta una persona. Ocurre cuando alguien baja de estatus y se ve privado de derechos que considera esenciales. La intensidad del sufrimiento moral no depende de la severidad del castigo, sino del diferencial entre el estatus que el sujeto creía poseer y el que la pena le asigna. Para un “lanza”, ir a la cárcel es casi normal, pero para un magnate que malversa fondos, es degradante. De hecho, el temor a la ignominia, para algunos puede ser mínimo y para otros, comparable y hasta superior al que les infunden la enfermedad o la muerte, aunque rara vez mayor que el de la tortura. La segregación injustificada, ya sea por raza, género, orientación sexual, nacionalidad, nivel educacional u otras causales, es ignominiosa para el sujeto que la sufre, pero también lo es aquella cuyas causas la justifican o la hacen necesaria, por ejemplo, si se descarta al postulante a un empleo, debido a antecedentes delictuales que él creía ocultar muy bien, o si a un obeso se le impide subir a un taxi colectivo donde queda sólo un asiento libre, o si quedan dos y a él le cobran doble tarifa. A veces también la edad, la discapacidad física, o una enfermedad, hacen necesaria la discriminación, aunque el sujeto –tal vez por no creerlo así- se sienta vejado. El término, no obstante, tiene alguna complejidad, ya que el espectador puede sentir la ignominia del sujeto, aunque éste no la perciba. El león que ha sido llevado al zoológico, y que -como único medio para liberar energía- recorre hora tras hora el mismo circuito en el interior de su celda, no sufre el dolor moral, sino sólo el dolor físico de su situación, pero a un espectador que se ha puesto en su lugar, el trato le puede parecer ignominioso, y sufrirlo como propio. De igual modo, los habitantes de los guetos, los esclavos, o las mujeres y niños maltratados sienten como normal el trato que les dan si lo han recibido toda su vida, pero es posible –y esperable- que los que lo presencian se rebelen a él. Hay situaciones de ignominia que pasan desapercibidas para todos, excepto para algún observador distante o desfasado en el tiempo. Como ejemplo, está el occidental que se entera de la ablación genital a que –en obediencia a su credo- se someten las mujeres musulmanas para inhibir el placer sexual y el orgasmo, o lo que siente la mayoría de nosotros respecto a un pasado en que la tenencia de esclavos era un derecho consagrado. Tal como consideramos ignominiosas algunas costumbres de otros lugares o épocas, es más que probable, que nuestros descendientes consideren así a algunas que hoy nos parecen normales. Las actitudes de rebeldía supuestamente espontánea como la de los judíos del Gueto de Varsovia, o la de los trabajadores que en 1907 bajaron hasta Iquique desde la pampa calichera, es probable que hayan sido inducidas y guiadas por un líder sensible a la ignominia ajena, y entrenado para producir ese tipo de rebeliones. Como la reacción natural de quienes de pronto se dan cuenta de la injusticia sufrida por años, suele ser la violencia irracional, se discute si el rol de los agitadores sociales, esto es, personas que encaran a las víctimas con la ignominia que no son capaces de sentir, es positivo o negativo para la sociedad en su conjunto. Si bien algunas prácticas como la relación homosexual y la desnudez están dejando de ser ignominiosas, el desarrollo humano de cualquier sociedad implica que un creciente número de actitudes y costumbres que hasta algún momento fueron consideradas normales, como la discriminación racial, el machismo exacerbado, el maltrato animal o la extrema pobreza, por nombrar algunas, estén siendo consideradas ignominiosas. Como ocurre con todo, debido a la mayor conciencia de los derechos y a la comunicación vía Internet, tal proceso se acelera. Así, no es difícil descubrir en nuestra sociedad, situaciones ignominiosas a las que nadie ha dado aún esa calidad. La vestimenta, por ejemplo, es uno de los bastiones de la individualidad, y ésta se resiente si alguien es obligado a vestirse de manera formal -esto es “como se visten todos”-, sin que tal exigencia se hubiere expresado en el contrato, o no existiendo un motivo de seguridad o de identificación que lo justifique. Dignidad no es vestirse elegante o acorde a los cánones sociales del momento, sino como uno quiere vestirse. Son pocos los que perciben conscientemente la humillación y menos los que levantan una voz de protesta, pero es sugerente que en algunas empresas, las secretarias lleven uniforme y los juniors y mandos medios, ambo y corbata, mientras los altos ejecutivos se visten como les da la gana. Existen tratos indignos, como los que prohíben a los vendedores de las tiendas de retail sentarse aunque no haya clientes presentes y sí sillas desocupadas, o que obligan a los telefonistas a contestar cualquier vejamen de parte de los clientes, con una frase cliché igualmente sumisa y adulatoria. Pocos reparan en que encargar a alguien la conducción de un vehículo en el que está pintada la leyenda “Si manejo mal, denúncieme al fono XXX…”, es un trato indigno, ya que pone palabras en boca de la víctima sin siquiera preguntarle si está de acuerdo, o al menos, dispuesto a decirlas. Se da por sentado que el sujeto no puede opinar, ni siquiera en asuntos que le atañen directamente. Como se le están pagando sus horas de trabajo, puede ser tratado durante ellas como un simple objeto. Para la gran mayoría de quienes la presencian, la escena es normal. Hay algunos que no resisten la tentación de hacer una denuncia falsa para aumentar su diversión, y otros que se conforman con mirarlo con curiosidad. Todas esas cosificaciones, a quien las practica le resultan naturales e inofensivas, como un resabio del derecho que detentaban, no hace mucho, sobre sus esclavos, pero al subconsciente de las víctimas llegan convertidas en un rencor identificar la causa En nuestra(s) sociedad(es), en fin, la superioridad del dinero sobre casi cualquier la gran mayoría está dispuesta a renunciar a y al cabo, nadie puede vivir de ésta. del cual les es difícil mejor expresión de la otro valor es que por él, la propia dignidad. Al fin La ignominia, sin embargo, como intuyeron los romanos, tiene un rol social imprescindible. A pesar de su aparente crudeza, sigue siendo - como los golpes del destino- la sanción más efectiva para inducir un cambio de conducta en aquéllos a quienes aún se puede rescatar del delito o del vicio, principalmente por 3 factores: su efecto ejemplificador, la economía de su aplicación y el daño menor que causa a quien la sufre transitoriamente. Diría que hace las veces de una advertencia que los que sistemáticamente cometen delitos menores o simples infracciones, no pueden dejar de tomar en serio, y hasta salir de ella espiritualmente fortalecidos, como les ocurre a los hijos de un padre severo, que transgreden la conducta que se espera de ellos. En el caso de crímenes o delitos graves, en cambio, aplicarla públicamente sólo introduce al castigo legal, una dosis innecesaria de sadismo. El problema es que nuestra cultura occidental, salvo en el caso militar, la proscribe en casi todas sus formas, y la pregunta es si tal descalificación no es sólo uno más de nuestros dogmas, esta vez en nombre de los derechos humanos. Noviembre de 2014 4 UNA MIRADA A LA CORRUPCIÓN Soy mayoritariamente cínico, así que me incluyo en el lema del título, y no sin cierta arrogancia. Me doy cuenta de que la corrupción es generalizada, y que así, la misión de los que quieren alcanzar algún ideal de justicia o de desarrollo humano, es imposible. Nuestra sociedad es como un hipotético grupo de hormigas que se propone trasladar la pata de un saltamontes a la despensa de su hormiguero, pero ésta no se mueve, porque cada hormiga tira hacia sí misma para apoderarse de un trozo. Aunque la corrupción no es un invento local, ideas como la del trabajo virtual o de la confianza en el prójimo, son rechazadas de plano, con un argumento que todos entendemos: “estamos en Chile”, es decir, en un país de pillos y aprovechadores. Un par de ejemplos: 1) A una señora le falla la lavadora y llama a un Servicio especializado. Después de examinarla, el técnico le presenta un presupuesto por 38 mil pesos, pero en seguida le propone hacer él mismo la reparación por sólo 20 mil, sin factura, se entiende. Le dice que el dueño del Servicio le ha ordenado cambiar la pieza defectuosa por otra usada que –a lo más- le va a durar un par de meses. En cambio él le instalará un repuesto legítimo y sin uso. ¿Que qué hace ella? Acepta encantada, por supuesto, sin siquiera preguntarse por el origen la pieza. 2) El dueño de una fuente de soda, compra el queso para los sándwiches en una fábrica cuyo dueño es su amigo personal. Un día, se le acerca uno de los vendedores y le ofrece -a $7.000 el kilo- el mismo queso que él compra a $10.000. Mi conocido acepta pero le pide la factura. -A ese precio la venta es sin factura- contesta el vendedor -Entonces te lo pago a $5.000 el kilo. Cierran trato. Ahora mi conocido está impactado por la corrupción que lo rodea. En ambos casos yo, y la mayoría de nosotros, habría hecho lo mismo o algo parecido. Cuando la deshonestidad está en todas partes, esperar que las personas respeten principios éticos que jamás les fueron transmitidos con el ejemplo, es supererogatorio, es decir, equivale a exigirles un comportamiento heroico, sin que posean tal vocación. Bienaventurados los que lo hacen, pero la gran mayoría somos cualquier cosa menos héroes, incluso cobardes. Lo que me diferencia –y no sé si también a Ud.- no es mi honradez ni mucho menos mi valentía, sino -aunque no lo confiese públicamente- que me sé una parte de la maquinaria y no el espectador inocente, que pretenden ser los personajes anteriores. En otras palabras, no soy hipócrita. Puedo ver fríamente el rol que desempeño y divertirme pensando en cómo hacer una sociedad honrada a partir de una corrupta, tal como un estafador es capaz de aconsejar con propiedad al resto, sobre cómo protegerse de tipos como él. Tratándose de faltas o delitos menores, mis conclusiones no son en absoluto originales. Es más, sospecho que corresponden aproximadamente a la “Tolerancia Cero” que aplicó el alcalde de Nueva York para erradicar el delito generalizado, de sus calles y subterráneos. Actualmente, a los infractores se les aplican castigos tibios, como multas o suspensiones temporales. Pero dichas sanciones son el prototipo de la injusticia y desigualdad social: los que tienen el dinero, pagan y quedan libres de polvo y paja, y aquéllos que no lo tienen –aunque ese sólo hecho podría esgrimirse como un atenuanteson confinados a la infamante celda. En la práctica, la ley misma se pliega al sistema de mecanismos regresivos que segregan a los habitantes. Por otra parte, muy pocos empezarían a pasar sus tarjetas bip! por el lector de la micro si se hiciera una campaña educativa contra la evasión en el Transantiago. Pero al enterarse de que a alguien le aplicaron sin más, una pena ignominiosa, al menos lo pensarían, y si en la semana siguiente otro de ellos tuviera el mismo tratamiento, y luego dos más, creo que cundiría la alarma entre los evasores habituales. Es obvio que no se puede encerrar a todos los que no pagan el pasaje de la micro -ninguna megalópolis posee cárceles suficientes para albergar a cientos de miles de infractores o delincuentes menores- pero ese extremo no es necesario: bastaría con que cada semana –orquestado con algún despliegue mediático- un par de polizontes pasara una noche en cana, para que la evasión disminuyera ostensiblemente. Claro que hacer cumplir la ley y lograr un cambio en la mentalidad son cosas bien distintas. Una condición para que la estrategia tenga efecto, es que se aplique en forma sostenida, al menos hasta que la “honradez de trayecto”, por llamarla de algún modo, se imparta desde la infancia, mediante el ejemplo. Si los padres pagan su micro, a los hijos no les importará si lo hacen por miedo al calabozo o por fidelidad a sus principios, simplemente harán lo mismo o, al menos, sentirán algo de culpa si pasan colados. A partir de entonces –si se quiere mantener el incentivo- como ya prácticamente no habrá infractores a la mano, se necesitarán chivos expiatorios voluntarios. O pagados, ¿por qué no?4 Hay un aspecto de la corrupción, que considero más grave, pues deriva de su alianza con la hipocresía, el cartuchismo y la estupidez, o sea, con lo más negativo de nuestra idiosincracia. Las leyes están hechas para establecer y mantener un orden social. Las hay bien concebidas, y otras -a las cual llamo hipócritas (también podrían llamarse estúpidas), que operan en un escenario algo más complejo. Desde luego, ambos tipos pueden enriquecer al que se valga de ellas (sobre todo si ocupa un cargo público). De hecho, para hacer una excepción a sus obligaciones fiscalizadoras, los que deciden si se aplica o no, suelen requerir algún aporte en efectivo, como ocurre, entre otros, con los inspectores municipales, y los actuarios de los juzgados5. Las leyes hipócritas son aquéllas que se promulgan, aunque el legislador sabe inconscientemente que no se van a respetar pues cada vez que oficializa un dogma, deja abierta una puerta lateral de escape. Es lo que se hizo durante décadas, con la calificación de “entidades sin fines de lucro” dada a las universidades, sin mencionar para nada a las empresas relacionadas, hacia las que se desviaban las ganancias. O con la negativa al divorcio y la habilitación de la nulidad por incompetencia del oficial civil, o la condena al aborto y la tácita aceptación de las clínicas clandestinas. La corrupción mayor no radica tanto en la pillería intrínseca que se atribuye a nuestro pueblo, sino en una manera de legislar, que valoriza las apariencias por encima de la praxis. Leyes y ordenanzas demasiado austeras o estrictas, aunque se ven muy bien en los 4 Recuerde que me declaro cínico. Se decía, hace un tiempo que había dos tipos de actuarios: los “poetas”, que vendían su “asesoría” por un billete de cinco mil pesos (que tiene la imagen de Gabriela Mistral), y los “marinos” que exigían uno de diez (con la de Arturo Prat). 5 códigos, en los reglamentos, e incluso en las señales de tránsito, son imposibles de cumplir y para que el sistema siga operando, en lugar de modificarlas o eliminarlas, se hace la vista gorda a los actos y costumbres que las pasan por alto. Por ejemplo, para anular el efecto de aquélla que asignaba al Presidente y a los ministros un sueldo de alrededor de un millón y medio de pesos, esto es, inferior al de cualquier país de América, e incluso al de un alumno recién egresado de derecho, no se mejoraban los sueldos, sino que se les entregaba bajo cuerdas- un sobre con dinero en efectivo. Para anular los efectos de un letrero que limita a 30 Km/Hra la velocidad máxima en una vía donde no existe mayor peligro, no se elimina la señal, pero se permite que los autos la excedan. Ambos contribuyen a un ambiente donde no respetar la ley ha pasado a formar parte de la cultura y se proyecta a las futuras generaciones a través de los niños, que no captan lo absurdo de la ordenanza pero sí el mensaje implícito de que la ley se puede violar. Con todo, hay leyes hipócritas que se justifican por razones prácticas. El dogma de que “la justicia es -o debería ser- igual para todos” tal vez podría remplazarse por “en cada caso, para establecer el castigo, se hará un balance entre las acciones buenas y malas del acusado”, pero eso resulta demasiado complejo y subjetivo. Aún así, si bien la reincidencia es un agravante, no sé por qué, tener un “irreprochable comportamiento anterior” es un atenuante, cuando debería ser lo normal. Sorprendentemente los códigos no consideran atenuante el haber tenido “un comportamiento heroico”, de modo que si se descubriera que el Padre Hurtado fue pedófilo habría que estigmatizarlo, o encarcelarlo, si aún estuviera vivo. Por supuesto, situaciones tan incómodas como esa, se suelen arreglar discretamente, pues el “comportamiento anterior” de la mayoría de los héroes rara vez ha sido irreprochable, y no por eso dejan de ser héroes. Aun así, conjeturar que en ocasiones el heroísmo les haya surgido como compensación al vicio o a la maldad, aunque indemostrable, es una idea perfectamente plausible. Los legisladores hipócritas son individuos difíciles de identificar pues se refugian en la personalidad más conveniente según el caso y porque nunca -ni ahora ni antes-, tuvieron conciencia del mal que causaban sus leyes. Cuando las promulgaron, incapaces de un análisis más profundo, creían hacer un bien a la sociedad, y ahora, con igual convicción, levantan el dedo acusador que los libera, de paso, de todo cuestionamiento. El caso de los políticos, es un ejemplo elocuente. Como muy bien dice Joaquín García Huidobro, no existe una causa para que la clase política concentre tanta deshonestidad. Pero hay ambientes intrínsecamente deshonestos, en que a los recién llegados –fieles al refrán “donde fueres haz lo que vieres”-, no les resulta difícil adaptarse. En el Congreso, la necesidad de desembolsar muchos millones para ganar cada elección, se ha compensado, no regulando efectivamente el gasto ni el financiamiento, sino dejando de fiscalizar al cohecho, lo que ha convertido a nuestro sistema en la más feroz plutocracia de que se tenga conocimiento. Seguramente hay muchos congresales que no se han aprovechado de la situación, pero en rigor, todos están involucrados, ya sea por participar activamente en la danza de boletas ideológicamente falsas o por haber guardado silencio cuando su misión explícita era fiscalizar el cumplimiento de la ley. Eso, claro, no se ha dicho. Ahora bien, descubrir una verdad que ha sido enmascarada por décadas, por doloroso que resulte, es un hecho positivo, pues permite corregir la estructura que la hizo posible, tomando las medidas adecuadas. Pero, como ocurre a todos los humanos, cometemos el error de interpretarlo como una catástrofe recién acaecida, y actuamos en consecuencia, esto es, buscando culpables, en la creencia de que -una vez que todos hayan sido castigados- el asunto quedará resuelto y se podrá volver definitivamente la página. En este caso, como en muchos otros, el problema de fondo no es que no se haya respetado la ley, sino que ésta es estúpida. Pero nadie da la alarma ni se sorprende por ese hecho evidente. Si nos centramos en sólo castigar a los culpables, en lugar de hacer leyes realistas, es posible que consigamos que aquélla se respete, pero el problema social, en vez de resolverse, tal vez se agravará, pues se habrá cerrado la que -aunque ilegal y dañina- era la única vía de escape habilitada. Quisiera, por último, agregar un pensamiento relativo a la efectividad de las penas, que, aunque muy simplificado, constituye una variante respecto a los actuales criterios, digna de considerar. La gran mayoría de los que cometen faltas o delitos menores, como hurtar un dulce en un supermercado o no pagar la micro, no está conscientes de que su acción puede ser castigada. Para ellos es efectivo aplicar un castigo breve pero ignominioso y que puedan sentir como advertencia, como el descrito en la primera parte. Si es por segunda o tercera vez, pasarían a la siguiente categoría, esto es, la de los delincuentes habituales. Para éstos, ni las advertencias ni la cárcel tradicional son efectivas. La primera, desde luego, sería para ellos un buen chiste, y la segunda, muy contraproducente (ver “Delincuencia” en este mismo ensayo), por el aprendizaje delictual que conlleva, y por no incluir ningún aspecto de la imprescindible reinserción. Sugiero, en cambio, una medida “innovadora”, como la prisión activa, esto es, que -después de un período de aprendizaje- desarrollen una labor constructiva por la cual serían remunerados y podrían comprar sus alimentos. Como en principio, el que no paga, no come, algunos captarían el sentido del trabajo honrado. El único caso en que tendrá efecto la cárcel tradicional, es el de los delincuentes económicos o políticos, esto es, los que actualmente se sienten inmunes a la posibilidad de tal castigo, pues todo lo arreglan, ya sea con dinero o moviendo influencias. En ese caso, si bien se les podría conceder los beneficios por buen comportamiento que contempla la ley para los delincuentes comunes, las penas deberían ser inconmutables. Me parece que los tres tipos de castigo tendrían un fuerte componente ejemplarizador. Febrero de 2015 5 DELINCUENCIA En momentos en que la delincuencia se considera uno de los problemas más graves de nuestra sociedad, parece que la disyuntiva es aplicar mano dura o dejar las cosas como están. Como se verá, arengas y argumentos simples como “Basta de puertas giratorias” o “No puede ser que sean puestos en libertad criminales que vuelven a asaltar, matar y violar”, son consignas imprescindibles para los políticos pues enfervorizan a la gente. Sin embargo, recuerdan al entrenador de barrio que sólo instruye con frases como “¡Arriba mis leones”! o “¡Fuerza muchachos! “Declarar la guerra a los delincuentes” es una invitación al heroísmo de los buenos para neutralizar o eliminar a los malos, y corresponde a un primitivo recurso literario y cinematográfico que logra encender la más simple de las emociones. “Luchar contra la delincuencia”, en cambio, sugiere una estrategia donde no hay malos y buenos sino un círculo que nos envuelve a todos, abarcando desde la desigualdad de oportunidades al nacer, hasta la difícil reinserción social. Como ocurre a cualquier estrategia, basta que un solo eslabón falle o no sea tomado en cuenta para que todo el plan naufrague. En cierta ocasión puse a mis alumnos la tarea de elegir entre una serie de afirmaciones aquélla de la cuál estuviesen más convencidos, y luego buscar argumentos que la cotravinieran (ejercicio que induce a auto-cuestionarse, o sea, a abrir la mente). Las afirmaciones eran del tipo “la justicia debe ser igual para todos”, “hombres y mujeres deben tener los mismos derechos”, “a los delincuentes hay que aplicarles mano dura”, etc., y fue justamente esta última la que capturó más adherentes. Los argumentos en contra, que insertaron para completar la tarea, fueron del tipo “los delincuentes también son seres humanos” o “es mejor dar oportunidades e invertir en educación”. Todos tan piadosos como inoperantes frente al gigantesco problema del delito. Por un lado, aplicar mano dura significa que todos los delincuentes deben ir presos (ya que la pena de muerte no existe). Considerando que cárceles atestadas como son la mayoría de las de nuestro país donde en las noches los reclusos duermen en el piso haciendo “cucharita” y al amanecer salen a un pequeño patio y pasean de un murallón a otro, intercambiando ideas de práctica delictiva, enviarlos allí una temporada es tan pernicioso como darles un curso gratuito para mejorar sus técnicas. Los jueces optan muchas veces por dejarlos en libertad -provocando la indignación de los “ciudadanos honestos”- aunque en realidad es la opción menos mala: en las circunstancias actuales, el daño que son capaces de causar es menor antes que después de haber pasado algún tiempo en esas escuelas de delito que eufemísticamente llamamos Centros de Rehabilitación o cualquier otro nombre pomposo. También –por supuesto-porque el castigo (convertirlos en parias por el resto de sus vidas) es demasiado cruel para un ser humano. De nada sirven, pues, la captura de los delincuentes, las redadas ni todo el despliegue policial, y de poco, los esfuerzos a favor de la seguridad ciudadana. Cuando un delincuente muere aparecen tres que quieren reemplazarlo o simplemente vengarlo. Por otra parte, aunque comparto la idea de que el problema de fondo es la falta de oportunidades, la desigualdad socioeconómica y la falta de educación, entre otras, creer que medidas que apunten a corregir esos defectos sociales van a contribuir por sí solas a difundir la honestidad entre las mafias organizadas es tan utópico como pensar que las buenas palabras pueden redimir a un asesino. El eslabón no cubierto es desarrollar una infraestructura carcelaria que los mejore y en la cual quepan todos aquéllos que cometen delitos de cierta gravedad. Un país sin suficientes cárceles adecuadas6 es como una casa sin WC. Podrá tener una hermosa sala de estar, jardines, piscinas y dormitorios a todo lujo, pero los excrementos estarán bajo las alfombras, detrás de las cortinas de brocato o en los estantes enchapados, de la lujosa biblioteca. Me atrevo a sugerir que contar con buenas cárceles es tanto o más urgente que construir hospitales, desarrollar una infraestructura carretera, o comprar aviones de combate. Desgraciadamente nadie podría llegar al poder prometiendo que va a invertir una parte importante del presupuesto nacional en construir cárceles, pues el “ciudadano honesto” se interesa tanto por la vida en los centros de reclusión como por los mataderos de donde sale la aséptica carne que lo nutre. Para él los presos son escoria olvidada que se pudre lentamente en nuestras prisiones, sin ninguna posibilidad de llevar una vida digna, ni adentro ni afuera. Cuando han pagado su deuda no tienen otra opción que volver a delinquir, para lo cual, ahora están mucho mejor preparados. Las actuales cárceles para delincuentes comunes, carentes de una infraestructura de reinserción, no aportan en nada a resolver el problema del delito o a mejorar las condiciones de seguridad de la población. Al contrario, sus moradores no sólo pierden años de sus 6 Dudo que la solución vaya por las cárceles enormes donde el amotinamiento y las sangrientas luchas intestinas son el pan de cada día. Creo que va por cárceles pequeñas con secciones de esparcimiento y aprendizaje y controladas, no por improvisados gendarmes sino por profesionales especialmente preparados. vidas, sino que –al quedar marcados- pierden toda eventual posibilidad de alejarse de ese submundo y su única opción es volver a delinquir. Febrero 2010 6 NACIONES Y CLUBES DE FÚTBOL Es curioso que los humanos -que hemos ido evolucionando para mejor en tantos sentidos- hayamos creado engendros sin matices ni moral de ningún tipo, como son las naciones, que -a pesar de sus protocolos- se estancaron en la edad de piedra o, tal vez, en una etapa infantil, en su manera de relacionarse. Ningún ciudadano se escandaliza cuando el que lo representa, declara -sin tapujos- que hará “lo que al país más le conviene”, lo que podría significar: si le conviene vender su voto ante las Naciones Unidas, al mejor postor, lo hará, y si le conviene traicionar los principios de equidad, comprensión, clemencia y solidaridad, que tanto defendemos como individuos, también lo hará. Suena espantoso, pero, es -al parecerexactamente eso lo que significa. Tal vez deberían decir “lo que al mundo le conviene”, pero creo que, si bien dejarían su cinismo, se convertirían en hipócritas. Cuba, siendo un estado que acepta la diversidad sexual, apoyó ante las Naciones Unidas, el derecho de los países musulmanes a ejecutar a los homosexuales. Todo el mundo sabía que el objetivo cubano era obtener el respaldo de Irán en sus disputas con Estados Unidos y ante esa irrepetible oportunidad ¡qué importancia podía tener que al otro lado del mundo, colgaran públicamente a unos cuantos maricas! Cuando algunos gays cubanos le pidieron explicaciones a su gobierno, el representante de éste les dijo que no tenían nada que temer, que había sido un acto de “política” 7. -Además, a la moción iraní seguramente la van a rechazar y eso no depende del voto de Cuba, así que no tienen de qué preocuparse, le faltó argumentar al encargado. A quien quiera buscar otros ejemplos, le bastará hojear, con ese prisma, cualquier diario. En el campo internacional, cinismo, hipocresía y prepotencia se confunden en un solo meta-concepto que –en lo más profundo- emana de una causa: el chovinismo. Su símil humano es el que trata a las demás personas como una nación trata a las demás naciones. Una declaración de amor o amistad de ese personaje tiene el mismo valor que las declaraciones de amistad y los pactos de no agresión entre aquéllas. De hecho, los dogmas de Patria y Soberanía territorial han superado al de Dios. Mientras “ateo” o “agnóstico” cobran fuerza, significado y aceptación, “apátrida” es sinónimo de traidor. Mientras, el principio de la “no intervención y libre determinación de los pueblos”, es invocado por los países para desentenderse del sufrimiento ajeno, y se considera aceptable que unos posean armas atómicas, las santifiquen y las apunten hacia las capitales vecinas, lo mismo es inmoral si lo intentan los que no pertenecen a esa élite. Cuando hay litigios territoriales entre países, se encarga su defensa a abogados que -al parecer- intentan trasladar la justicia entre personas, al terreno de los estados, sin parar mientes en que no 7 La palabra “política” debe haber tenido alguna vez un sentido más noble que ese. es aplicable en absoluto. Chile, por ejemplo, durante unos cinco o seis años, en sus alegatos ante La Haya por la frontera marítima con el Perú, adujo que lo que valía no era el principio de equidad, defendido por éste, sino los tratados de límites. Ignoro en qué consiste la equidad entre países y -que yo sepanadie se hizo esa pregunta. ¿Podría ser, tal vez, que el territorio de cada uno, debe ser proporcional a la cantidad de habitantes, o que todos deberían tener salida al mar, e igual número de yacimientos petrolíferos? Ciertamente, es enorme la complicación que tendría cualquier intento de acomodar el actual mapamundi a esos ideales. Además la discusión se avivaría en cuanto los pozos de uno se agotaran antes que los de otro. Aún así, el hecho es que Chile -en las alegaciones- no impugnó la existencia del principio de equidad, sino que se basó en la fuerza de los tratados, aunque se hubieren firmado bajo el obvio desnivel de capacidad negociadora que hay entre vencedores y vencidos. Para las personas, los principios están antes que los tratados u otros documentos, y si se demuestra que un contrato se firmó bajo presión o es manifiestamente injusto, pierde su validez, sin importar los sellos de legitimidad que ostente, ya que al firmarlo, el favorecido cometió el delito de engaño o presión indebida. Pero ese argumento tampoco es aplicable a los países, a menos que se pretenda atribuir alguna traza de justicia a la primitiva ley del más fuerte. Se discutió, pues, sobre un terreno jurídico más bien etéreo en que todos los dictámenes posibles eran igualmente razonables e irracionales. Lo único que podía hacer la Corte de La Haya, era elaborar un fallo salomónico, es decir, el que hiciera menos daño, posibilidad que Chile se apresuró a rechazar, aun sabiendo que las únicas alternativas serían una nueva mediación 8, o el retorno a la solución tradicional, esto es, la guerra, que -a pesar de que arrasa 8 Que otra vez carecería de base para un dictamen justo todo a su paso y destruye la vida de miles de inocentes- fascina a muchos, a ambos lados de la frontera. La solución de la corte –llevar el litigio desde el litoral sudamericano a una ubicación distante miles de kilómetros mar adentro y tirar allí una diagonal, cuyo ángulo sigue siendo para mí un misterio- obedece a una táctica elaborada: ambos litigantes quedaron tan sorprendidos que, al no tener argumentos a mano, tuvieron que aceptar. Sospecho que, además, les entró pánico de que saliera a la luz el impresionante gasto en abogados expertos en “justicia internacional”, en que habían incurrido. En las disputas entre países, los dogmas nacionalistas vuelven irreflexivas a las personas, de modo que a los disidentes no les queda otra que refugiarse en el silencio. En el diferendo de Chile con Bolivia, por la salida al mar, si no fuera por el dogma del amor a la patria, habría sido imposible que todos los habitantes de cualquiera de ambos países sólo le hallaran la razón al suyo. Tal polarización se encuentra fácilmente entre fanáticos religiosos pero no en personan que razonan fríamente. No hablo por Bolivia, pero en Chile, al menos, el circunstancial “fervor patriótico” es tan fuerte, que si algún chileno se atreviera a sugerir que Bolivia podría tener algo de razón, tal vez le apedrearían la casa. Hace años yo no me habría opuesto a que lo hicieran (mentalmente digo, porque en un sentido físico, tampoco hoy me opondría), pero he cambiado mi manera de pensar. Estoy seguro de que más de alguno de los políticos que formaron ese frente granítico en defensa de la patria agredida, sabe que es una pantalla necesaria, para protegerse. No de Bolivia, sino de una opinión pública domesticada en el chovinismo, y que posee las herramientas para sacarlos de sus cargos. Como les sucede a todos, que Bolivia sea un país más débil que el nuestro facilita el “patriotismo” y exacerba nuestra agresividad. En la disputa con Perú las declaraciones no fueron tan tajantes ni agresivas, y cuando, en el montaje de las uvas envenenadas con cianuro, los americanos desplegaron parte de su prepotencia, nuestros reclamos se fueron morigerando paulatinamente hasta su extinción total sin pena ni gloria. No creo que sea diferente en otros países, pero en los desarrollados –al menos- los disidentes tienen tribuna. Hay cantantes británicos que declaran sentirse avergonzados de las “relaciones internacionales” de su país, por llamar de una forma suave a la conquista a sangre y fuego con que construyeron su imperio. Los americanos son capaces de satirizar e incluso hacer que sus propias instituciones sean los villanos de una trama fílmica o una novela de suspenso. Sartre no tuvo pelos en la lengua para denostar, criticar –y algo más- a Francia y a los demás estados europeos por las guerras genocidas que perpetraron por siglos en África. Pero aquí seguimos hablando de la “Pacificación” de la Araucanía como si hubiese sido una mediación para aplacar los frecuentes altercados entre indígenas, y de la “Chilenización” del Norte como si se tratara del envío de filósofos y profesores de cueca a los territorios conquistados, para encantar a sus habitantes con la esencia de la chilenidad. Sostenemos que lo que le quitamos a Bolivia fue el resultado de una guerra justa –eso, al menos, es lo que yo creía cuando estaba en preparatorias- y no una invasión en la que prácticamente no encontramos resistencia. Fueron ellos los que nos declararon la guerra –dirán- pero aprovechar esa imprudencia de nuestros vecinos, cuando les teníamos bloqueado su puerto principal, no da para enorgullecerse. No estoy en contra de mi país. Todos hacen lo mismo, y no por eso deja de ser una de las actitudes que hoy nos parecen normales y sanas, y a las futuras generaciones, les parecerán bárbaras. Claro que no todo es tan malo. Aunque su objetivo inicial fuese sólo la colaboración industrial, la Unión Europea, sin ahondar en los temas de equidad ni buscarle el lado “justo” a los tratados que firmaron tras miles de años de violencia, ha logrado bajarle el perfil al chovinismo y a las tensiones territoriales, que a nosotros –los sudamericanos- nos caracterizan. Entre otras diferencias, allí las personas atraviesan las fronteras sin que les pidan papel alguno, lo que contribuye a que los nacionalismos a ultranza tengan una importancia cada vez más baja. La guerra de los Balcanes fue sólo un desgraciado paréntesis, pues, desde entonces ha imperado la paz. O al menos, así fue hasta que Rusia empezó a encapricharse con Ucrania. Humm… claro que Rusia no pertenece a la Unión Europea Bueno, como sea, al observar el fanatismo de los pueblos, el de los hinchas deportivos me parece menos descabellado. Algunos piensan que la Economía es más importante que el Fútbol. Craso error. Si Chile saliera campeón mundial y ese mismo día un terremoto arrasara desde La Serena a Coyhaique, la gente igual celebraría toda la noche en las plazas. Comenzó como una actividad privada de unos pocos clubes, y ahora es a la vez un gigantesco negocio y un ente que millones de personas consideran su realización o fracaso, su escape del estrés, y hasta su principal motivo de alegría, rabia o tristeza. Y todo eso, sin moverse de su escritorio. El fútbol remplaza las pasiones nacionalistas y religiosas que antes eran monopolio de las guerras y otros espectáculos sangrientos. Por ejemplo, cuando un jugador “fusila” al arquero contrario, éste –si bien experimenta algún pesar por no haber podido evitar que la pelota llegara a las mallas- no sufre la agonía de irse para siempre de este mundo y no ver más a los suyos. Cuando un conocido relator grita que un jugador ¡mató!, ¡mató!, ¡mató!, cuéntelos y va a ver que sigue habiendo 22 en la cancha. Lo que al país le conviene es que la selección ande bien pues cada partido que se gana incide en el bienestar de la nación. Triunfar en uno importante debería -a nivel de gobiernoconsiderarse un objetivo estratégico por su efecto en el prestigio exterior y en las encuestas internas, y ganar un Campeonato del Mundo nos instalaría directamente en el Grupo de los 8, sin necesidad de revertir índices de cultura, gastar plata en educación, eliminar la pobreza, ni ganarle la batalla a la delincuencia. ¡Saque la cuenta del ahorro que eso significaría! Una derrota inesperada, en cambio, puede tener impredecibles efectos sobre la gobernabilidad. Lo que los hinchas defienden y por lo que rasgan vestiduras no es un plantel de jugadores, ni un entrenador, ya que -en rigor- éstos no son parte de ningún club, sino seres que cambian de uno a otro, según ciertas transacciones monetarias exorbitantes, de las que algunos fanáticos se ufanan, como si la plata se la hubieran ganado ellos. Lo que nos enfervoriza hasta el éxtasis, es la fuerza que nos infunde una cerrada barra gritando por un nombre, que representa el ideal que alguien nos inculcó de niños, y se nos quedó grabado a fuego. En mi caso, a los siete años elegí al Audax, y como nadie me lo había inculcado, no me percaté del trascendental compromiso que estaba adquiriendo. Era un momento en que tenía que tomar urgentemente una opción, pues la mayoría de mis compañeros de curso ya tenían el suyo. Probablemente, durante el inconsciente proceso de análisis, le mencioné -en algún momento- a mi hermano, mi vaga simpatía por ese club, y una tarde que estaban trasmitiendo un partido por radio, me dijo que estaba jugando mi equipo. -¿Y cuál es mi equipo?- pregunté. - El Audax, pues. Fue el empujón que faltaba. Borges decía que los hechos más importantes -aquellos que cambian la historia de la humanidad- no aparecen en los diarios, y da como ejemplo al nacimiento de Cristo, que jamás habría sido titular de prensa, ni siquiera a una columna. Del mismo modo, los cambios trascendentales en la vida de una persona son pequeños clicks que ocurren en el interior de la mente sin que ni el mismo sujeto perciba su importancia. Hersey y Blanchard, por su parte, dicen que, si en un juego de embocar aros en una estaca, se da a los participantes la opción de ubicarse donde quieran, las personas con espíritu de logro lo harán a una distancia en que sus posibilidades de ganar impliquen algún esfuerzo e incertidumbre, y no donde las cosas sean demasiado fáciles, o tan difíciles que no haya posibilidades de éxito. A juzgar por mi actitud, debo haber tenido, en ese tiempo, algo de ese espíritu. El Audax, aunque rara vez salía campeón, solía terminar entre los primeros cuatro, así que incorporé la camiseta verde y la insignia redonda a mi identidad más profunda, y a pesar de las malas campañas posteriores, ha seguido siendo por muchas décadas, un valor irrenunciable. Si gana, duermo bien, y cuando está en peligro de descender, sufro de insomnio. Deploro, eso sí, que hoy sólo se hable de tres clubes, y los demás, Audax incluido, conformen la eterna comparsa, o trampolín de jugadores hacia esos tres “grandes”. Antes, no era así. Pero no hay lógica, ni razonamiento esquemático que pueda apagar esa devoción infantil que a veces juzgamos irracional. Me pregunto, no obstante ¿Es menos racional esa pasión, sólo por tener ese origen? ¿O será que las oficinas, la economía, el trabajo, y las disputas territoriales entre países, esto es, lo que como Homo Sapiens entendemos por realidad, no es la única, sino sólo la que esta demente sociedad nos impuso? Recordaré aquí un pensamiento recogido de Internet, cuyo autor desconozco: Todo es relativo... nada es corregible o discutible, todo es válido, todo puede ser. La realidad es como una jalea sin forma propia que toma la del envase/mentalidad que la contenga/observe. A la larga, un país tampoco es mucho más que un territorio. Todo lo aparentemente esencial, va cambiando: su gente, su idiosincrasia, sus íconos. Tal vez dentro de un par de siglos, los telescopios del Norte Chico serán realmente parte de Chile y no una base que dejaron acá, civilizaciones más desarrolladas. Los descendientes de quienes hoy los operan, y todo lo que ellos, con su ancestral cultura, hayan creado, será tan chileno como el vino y la cueca. Claro que eso no tiene mucho que ver con lo que hoy entendemos por chileno, ni es una meta a que aspire un pueblo como el nuestro, inclinado más bien al corto plazo. Es más, pienso que si se les planteara eso como objetivo, lo interpretarían como la amenaza de una invasión extranjera. Lo que enfervoriza a los nacionalistas es un nombre, son las marchas militares y los coros de fanáticos. Después de todo, el fútbol, así como el dinero, el sexo, y la Patria (dios de dos caras) también son dioses por los que estamos dispuestos a matar y a dar la vida. Con todo, ¿qué es lo que al mundo le conviene?, o bien ¿tiene algún sentido esa pregunta? He pensado en un planeta en el que sólo existirían unos cincuenta estados, como son los actuales Estados Unidos, es decir, autónomos pero interdependientes. Cada uno tendría leyes propias, pero habría también, leyes universales. Las competencias deportivas convocarían barras numerosas y organizadas, los logros científicos y artísticos enaltecerían al estado que los consiguiera, y las diferencias culturales y las especialidades culinarias se valorarían. Al mismo tiempo, un poder central afiatado y elegido popularmente, haría inconcebible una guerra entre ellos. Pero es sólo una utopía irresponsable, pues ¿qué nos motivaría a seguir adelante una vez alcanzado? La existencia de tal sociedad sólo es posible si hay un propósito que aúne a sus integrantes. En el caso de las actuales potencias, como Estados Unidos y otras que heroicamente han tratado de hacerle el peso, lo fue imponerse a las demás naciones. Para el mundo globalizado, en cambio, no se ha comprobado, por ahora, una amenaza extraterrestre. Dios parece en franca retirada y dejando al amor cómo un don íntimo de cada ser, el objetivo que me parece más plausible es el conocimiento del universo y de nosotros mismos, que puede durar muchos siglos ya que -al parecer- cada vez que la ciencia encuentra una respuesta, la naturaleza le plantea nuevos enigmas. Me han dicho que esa manera de pensar está muy cerca del pensamiento religioso, y yo lo discutía. Pero ahora siento que, de algún modo, es así. Enero 2013 7 ROTOS, INDIOS Y SUDAKAS Según la definición de Wikipedia, el chovinismo “es la creencia narcisista, próxima a la paranoia y la mitomanía, de que lo propio del país al que uno pertenece, es lo mejor en cualquier aspecto”. La ilusión de que el nuestro es admirado en todas partes, y el inagotable anhelo de que sea una realidad, aparecen cuando a las personalidades extranjeras que están de visita, se les pregunta aunque no venga al caso- qué opinan de Chile. Entonces se revela como una relación de amor/odio con la Patria, su gente y los iconos que la representan, como hace la mujer que, a solas, vilipendia al marido que la maltrata, y en público se enorgullece de él. Cuando la Patria es tocada, las oposiciones dejan de vapulear a los gobiernos y todos, pobres o ricos, cultos o ignorantes, justifican el proceder de los encargados de turno. Todos los gobiernos, sean de derecha, izquierda o centro, cultivan esa adhesión incondicional para que el recurso esté siempre disponible. Por eso, los acercamientos entre países limítrofes, son efímeros e inconducentes: siempre se impone el recelo y la desconfianza entre los pueblos. Lo de más abajo -en cursiva-, es parte de la carta enviada por Alejandro Eguren a sus compatriotas peruanos de todo el mundo y que hallé por casualidad en Internet. La publico sin pedirle permiso a su autor, pues del texto se desprende que no me lo habría dado 9. Quisiera remitirle -a cambio- mi admiración. No es el discurso de un chovinista sino el reto de un líder a su grupo. Y el hecho de que lo haya escrito un peruano, habla bien del Perú: dudo de que en Chile haya muchos que se atrevan a formular una posición semejante, pero sí, millones dispuestos a exaltar lo grandioso de la Patria, para compensar su total desprecio hacia ella. Lo que tenemos que hacer es dejarnos de tanta lamentación antichilena. ¿Sabemos por qué hoy día “LAN" es dueña y señora de nuestros cielos? Porque nos hemos encargado de destruir a "Aerolíneas Peruanas", "Aeroperu", a la legendaria "Faucett", y hemos permitido que exista "Aerocontinente". Cuando los chilenos largaron a esa línea de Chile -aduciendo que Zevallos era traficante de drogasprotestamos de un millón de maneras y nos dimos por injuriados hasta en lo más profundo de nuestra peruanidad, pero resultó ser bochornosamente cierto. Dejémonos, pues, de falsos patriotismos zambocavéricos, dejémonos de "unida la costa, unida la sierra, unidos el norte el centro y el sur", ¡porque es mentira! Dejémonos de “daré la vida, por ti, Perú". A veces el chovinismo deriva en xenofobia. En Chile, cuando un lector planteó la urgencia de tener un camino continuo “que no dependa de los avatares del clima ni de caprichos de ningún otro país ni de ningún extranjero asentado en Chile” entendí porqué pertenecemos al tercer mundo. Cada uno de nuestros países es una isla que desconfía de las influencias foráneas y de sus vecinos y trata de tener la menor relación posible con ellos. Sinceramente no creo 9 Reconozco que me estoy poniendo algo cínico. que tengamos un tesoro tan valioso que cuidar (ni en lo social, ni en lo político ni en lo cultural) como para exhibir ese chovinismo a todo trance. Me parece estúpido encerrarnos en nuestras fronteras, e invertir enormes sumas en proyectos nacionalistas. Lo inteligente es establecer con nuestros vecinos y con los inversionistas extranjeros un clima de confianza, colaboración y mutua dependencia. Pero tal vez la parte más odiosa del chovinismo es su rechazo a lo autóctono y a lo que proviene de sectores marginales, y que acá comenzó cuando le cambiamos el nombre al cerro Welén por Santa Lucía y al barrio La Chimba por Recoleta, cuando Andrés Bello declaró que era peligroso educar demasiado al pueblo, pero inició una campaña para erradicar los vulgarismos chilenos, entre ellos, el voseo (mientras, el argentino era elevado por ellos mismos, al rango de bien cultural de la Nación) para mejorar nuestro español. Sé que está bien hablar en un lenguaje que fomente el pensamiento, cosa que la mayoría de los chilenismos no hace, y es más, reconociendo que lo mío debe ser una idealización de la mujer, con ocultos componentes psicosexuales y machistas, añoro la época en que ellas no decían palabras soeces, y nosotros frente a ellas, las callábamos. Ahora, claro, mi aserto anterior suena anquilosado. Los garabatos son impublicables, pero no tanto por soeces sino por ser chilenismos. De hecho, sus equivalentes extranjeros se aceptan sin objeciones. En las publicaciones deportivas, por ejemplo, los futbolistas y los boxeadores tienen “huevos” (sin importarles que éstos sean adminículos propios de las hembras) mientras el chilenismo “huevas” sigue siendo impúdico. Las parejas “follan” (hay una película que lleva ese nombre) pero ponerlo en chileno sería un escándalo. Ya no se trata, pues, de la expresión, sino de su origen. No en todas partes ha sido así: “descamisado” surgió en el centro de Buenos Aires en el verano de 1945, cuando unos manifestantes políticos –debido al agobiante calor- se quitaron las camisas. Fue acuñado como término despectivo por los opositores, pero los aludidos respondieron ungiéndolo como estandarte y consigna nacional. Sans-culottes, significa sin calzones, una prenda habitual entre los aristócratas de la Revolución Francesa, mientras que el pueblo vestía sólo pantalones. El mote fue utilizado por la clase alta para despreciar al estado llano, pero después engendró un personaje que es hijo glorioso de la sang impure y de la revolution, e insignia de una heroica categoría social. Lo mismo podría haber ocurrido con “roto”, “indio” o “sudaka” (dudo que con “flaite”, término peyorativo de nacimiento), pero hemos preferido renegar de ellos. En Chile, los rotos formaron la montonera que derrotó a los españoles y nos dio la independencia, la que se celebra con dos días feriados irrenunciables, además del infaltable sándwich, en que las radios ponen cuecas y se instalan fondas donde predominan los asados y la cumbia, nuestro segundo baile nacional. Pero el dieciocho huele a cebolla, orina de borracho, y vino litreado. Como en las ciudades existen poblaciones marginales y guetos en los que prima el hacinamiento y la miseria y se llaman 18 de Septiembre, a ningún alcalde decente se le ocurriría llamar así a un bien de su comuna. Roto es el participio de “romper” o “jugársela”. Es lo que queda de uno, tras el intento –exitoso o no- de alcanzar lo imposible o vencer a la historia. Así llamaron a los que volvieron al Perú con sus vestimentas hechas jirones después de descubrir y recorrer Chile. Son los batallones diezmados que regresaron a Santiago tras romperse en la batalla de Yungay. Más tarde, Edwards Bello escribió una novela clásica sobre ellos, y se les erigió varios monumentos, uno está en la plaza Yungay y otro cerca de la cuesta Chacabuco. Entonces, el vocablo, indirectamente glorificado en el Himno de Yungay, pareció la consolidación de la nacionalidad chilena. Pero –al parecer- eran vanos intentos de paliar el creciente desprecio que inspiraban, y que explotó al apagarse los vítores del fin de campaña. Prácticamente no existe quien se diga “roto” con orgullo, ni quien deje de ofenderse si otro lo llama de ese modo. Hasta el "roto encachao" perdió su antigua vigencia, y hoy, lo que se diga o haga a su favor, como sinónimo de chileno, se estrella con el generalizado desprecio hacia un vocablo al que hemos despojado de toda su gloria, y convertido en insullto. Hablamos de nuestra falta de identidad. Ojalá que -en algún discurso- alguien dijera “somos rotos” o somos el “pueblo roto”, pero ¿qué autoridad cree que eso sea necesario? ¿Cuál está dispuesta a desobedecer un paradigma que ella misma no cuestiona? “Indio”, por su parte, lanza su desprecio a las culturas aborígenes y a quienes llevan un apellido oriundo del Chile prehispánico. Para ellos, en lugar del apelativo “mapuche”, que en mapudungún significa “hombre de la tierra”, y es el que se daban y se siguen dando, los españoles los llamaron “araucanos”, que en mapuduñol10 significaría “hombre del agua gredosa”, gente a la que Ercilla describió como granada y soberbia. Mapuche, en cambio, es un araucano desmitificado, es decir, flojo, borracho, ladrón, rencoroso, y carente de toda nobleza. Cuando los nacionalistas exigieron que los lugares fueran rebautizados con nombres autóctonos, en vez de giros yankis, para el “mall” de la avenida “Kennedy”, se escogió “Parque Arauco” y no “Parque Mapuche”. Hoy, los mapuches pueden ser médicos, abogados o ministros de gobierno, pero su apellido les sigue penando. Tal como los habitantes de la “La Pintana” reniegan de su domicilio, los mapuches se cambian de apellido para eludir el escarnio. Y lo mismo sucede con los aborígenes de nuestros países vecinos. En Youtube existen vídeos que lo llevan a uno en un tour por principales ciudades, mostrando –además de sus atracciones- a la gente que se desplaza en micros, taxis tradicionales y motos taxi. Cuando la cámara hace una toma a vuelo de pájaro, se ve cómo en un mismo cruce principal aparecen cientos de ellas, la mayoría ocupados. No sé si será adecuado para Santiago, pero ¿por qué ese 10 Lenguaje imaginario proveniente de la mezcla entre el mapudungún y el español. medio de transporte ni siquiera se ha pensado en Chile? Temo que sea porque se considera muy rasca. Así, al menos, lo deduje de los comentarios del público en una página de propaganda de dichas vehículos. Están bien para Lima o Bogotá, pero ¿Santiago? Bueno, podría ser una solución para La Pintana o la Legua, pero ¿Cómo evitar que tarde o temprano lleguen a Vitacura? ¡Es seguro que si les prohibimos la entrada lo van a tomar por segregación! Elegimos en cambio los buses oruga que arrastran unas 30 toneladas de fierro, que cuando se trajeron, obligaron a ampliar los pasos bajo nivel, que -si no están en pana por falta de mantenciónpara doblar tienen que abrirse a la pista contraria, obligando a retroceder a los que vienen por ésta, y que en las horas valle circulan desocupados ocupando 100 m2 de pista. Realmente no era necesario pensar en esas desventajas para intuir que era un absurdo adquirirlos. En otras ciudades la movilización colectiva está a cargo de máquinas pequeñas -como las referidas motos-taxi o las antiguas liebres que teníamos en los años 60 y 70 –época en que aún no salíamos del añorado subdesarrollo y por lo tanto éramos menos tontos-, que tienen más frecuencia, van más rápido y no provocan tacos. Con ellas los paraderos no se atestaban y el público tenía que esperar mucho menos a que pasara la siguiente. En general siempre había una a mano. Es la solución que eligieron los bolivianos, esos indiecitos sin mar, que no impresionan con macroproyectos sino que tratan de resolver sus problemas, y al parecer –contra todo pronóstico- lo están consiguiendo. “Sudaka”, cuyo parecido con “okupa” no es para nada casual, es un personaje sudamericano que llegó a España escapando de las dictaduras instaladas en Argentina, Chile y Uruguay. En el centro de Madrid -en lo que llamaron la “movida sudaka”- hubo grupos de música andina que tocaban y cantaban con charangos, y guitarras, iniciando una moda musical que –por un lapso- desplazó de las calles a la española. El término, seguramente migró desde el rencor al desprecio al convertirse en una discutible generalización de unos cuantos connacionales y vecinos que aplicaban veloces técnicas – chilenas, en su mayoría- para ganarse la vida sin tanto sacrificio. Sólo en 1988 un grupo de mujeres residentes en España, entre las que estaba la escritora uruguaya/española Carmen Posadas, creó el colectivo Sudakas Reunidas, S.A. para luchar contra la discriminación hacia las sudamericanas. En nuestro continente, en cambio, en un intento de evadir la estigmatización, el antiguo Campeonato Sudamericano de Fútbol ahora se llama Copa América y los Juegos Sudamericanos de Atletismo pasaron a ser “suramericanos”, con ere. Son ejemplos del lado más oscuro del chovinismo, el mismo que compensamos frente a los extranjeros cada vez que nos parece oportuno, en las discusiones de los foros, en las competencias o en el folclore, a través de un extático amor a la Patria. 24 de agosto de 2014 8 DIÁLOGOS CON LA SOCIEDAD 1 Un ciudadano se enfrenta a la sociedad, a través de las instituciones que la representan. Los siguientes diálogos, muestran algunas de las asimétricas reglas del juego que esta le propone. Caso a Sociedad: Yo cuidaré tus gallinas, para que no te las roben. Tú sólo tendrás que traer el maíz para alimentarlas. Eso sí, me quedo con los huevos. Ciudadano: Interesante, ¿cómo dijiste que se llama tu negocio? Sociedad: Banco. Caso b Sociedad: Me parece que tu hija podría servirme de secretaria. Tráemela y le enseñaré a usar el computador. ¿Qué te parece? Jefa de Familia: Es que ella me ayuda con la casa y los niños más chicos, mientras yo trabajo. Sociedad: Pero no puedes comparar el futuro que le ofrezco con el que tú le puedes dar. Impedirle estudiar, sería un egoísmo de tu parte. Mira qué linda es mi casa. Una vez que aprenda, tendrá buena comida, podrá recorrer a su gusto los salones y jardines, bañarse en la piscina y ver televisión HD. Incluso tú podrás visitarla de vez en cuando. ¿Qué te parece? Jefa de Familia: ¿En serio? Sociedad: Claro que tendrás que pagarme la enseñanza. Pero no te preocupes, te daré un crédito. Bueno, y si me doy cuenta de que no sirve para secretaria, te la devuelvo y listo. Jefa de Familia: ¿Y si aún te debo dinero? Sociedad: No te preocupes por eso. Me lo pagas en cómodas cuotas. Esta vez, la jefa de hogar no lo pregunta, pero -como sabemos- el negocio se llama Educación. 2 La funesta noche del 11 de septiembre de 2007 fueron detenidas más de noventa personas que estaban promoviendo desórdenes pero todas fueron puestas en libertad. La televisión filmó a varios que disparaban sus armas de alto poder contra los carabineros, pero nadie hizo esfuerzo alguno por identificarlos y capturarlos aún teniendo la prueba fehaciente de las cámaras. Todo el peso de la ley -CDE incluido- se centrará en uno sólo de esos individuos, simplemente porque dio en el blanco. ¿Cuál es la señal? Felices van a estar todos los demás que actuaron ya que nada de la ley caerá sobre ellos, con lo cual, el riesgo que se correrá al delinquir en la próxima ocasión será casi cero. El asunto me recuerda la manada de bisontes que huye cuando la persiguen los leones, y se relaja al percibir que estos ya han atrapado a uno. En Estados Unidos, el 11 de septiembre de 2001, no se buscó un chivo expiatorio. Pero la menor imprudencia –como mencionar la palabra “bomba”- significaba graves problemas para el sospechoso. Tal vez ambos caminos sean injustos, pero el segundo tiene el atenuante de ser efectivo. Enero 2014 9 BARRERAS A LA CREATIVIDAD Actualmente los tipos peculiares sólo son aceptados cuando tienen dinero, o sea, después de haber alcanzado lo que nuestra sociedad entiende por éxito. Pero la apertura a una sociedad menos inclinada a la censura o -peor aún- a la autocensura, es esencial para superar el estancamiento intelectual. El temor al rechazo provoca que todos los individuos de un grupo se parezcan unos a otros, se vistan iguales, empleen en su conversación los mismos términos y otorguen a sus existencias el mismo objetivo. El grupo, por su parte, se encarga de volver a su sitio a quien intenta diferenciarse. Desde el interior del grupo, cada miembro cree estar haciéndolo bien si cumple con la norma, aunque eso signifique rechazar sus inclinaciones, ocultar sus gustos, y en fin, disfrazar su propia personalidad, desarrollando un insidioso estado de tensión. Las grandes ideas, sin embargo, nunca surgen de grupos homogéneos. Los albores de la ciencia crecieron más en un puñado de islas del Mar Egeo que en las sólidas estepas de Mesopotamia, porque en ese archipiélago podían mantenerse en contacto -sin fundirse entre sí- distintas visiones del universo que generaron la primera controversia. Los grupos homogéneos, en cambio, sólo pueden dogmatizar los aportes al pensamiento para luego -al darse cuenta de que no lo son- desecharlos por inútiles. La sabiduría se forma en el interior de los individuos en base a asimilar contradicciones. Las ideas filosóficas, los conocimientos científicos, y las actitudes de un individuo o un grupo son casi siempre contradictorias. Lo mismo sucede con las directrices con que nos bombardea la sociedad respecto al desarrollo industrial, el respeto por el medio ambiente, el amor a los animales, la pobreza de espíritu y el éxito, entre una infinidad de tópicos. Incluso en la ley es aceptable un grado de contradicción, en la medida que el que la aplique sea poseedor de sentido común. Muchos empresarios, consecuentes con la baja autoestima de los chilenos, están llanos a desechar lo propio y a aceptar sin más lo que viene de afuera. Así, modelos de organización, como Reingeniería, Teoría Z, Calidad Total, Excelencia, Benchmarking y otros con igual aspecto de panaceas yankis, fueron tomados al pie de la letra, y no tardaron en desilusionar a sus seguidores. Para quienes las estudiaron con beneficio de inventario, en cambio, resultaron positivas. Las ideas de Calidad Total elaboradas por W. Edwards Deming, por ejemplo, pueden dogmatizarse hasta el absurdo. Hacer las cosas bien a la primera podría significar que todo lo que es experimental, es decir, falible, quedaría proscrito. Los inventores de máquinas voladoras que cayeron desde alguna cumbre dando frenéticos aleteos, serían ejemplos claros de lo que no debía hacerse, ya que bastaba la física teórica para demostrar que era mucho mejor tener alas rígidas que batientes. El dogma proscribe tanto a los hermanos Wright como al primer aeroplano desarrollado por Santos Dumont, un armatoste de cabrestantes y cuerdas innecesarios para volar: ellos debieron haber investigado en duraluminio en lugar de usar telas, y en vez de la hélice (de tan bajo rendimiento) debieron haber tentado suerte con el motor a reacción. Por otra parte, es cierto que se necesitan industriales que hagan las cosas bien (aunque no sea a la primera), pero también se necesitan viejos que salgan a la calle en vehículos estrafalarios inventados por ellos mismos, y ministros que se pongan nerviosos con el protocolo, se les escapen gallos en los discursos y se vean preocupados en las fotos, en lugar de esa eterna sonrisa de optimismo. Se necesitan especuladores que vendan joyas en la plaza y animadores que se equivoquen ante las cámaras. Se requiere urgentemente personas que vivan en casas en las que el papel se desprenda de las paredes por simple descuido -como eran los padres de Stephen Hawking - y no sea eso lo que más les importe. En una sociedad de clases, el temor -de los que están arriba- de que sus iguales los descubran haciendo cosas propias de los de abajo, les impide ser libres. No pueden, por ejemplo dedicarse a la artesanía y vivir de ella. No pueden bañarse -en el verano- en un río que pasa junto a la autopista, no puede disfrazarse de estatuas y sólo moverse para aquéllos que les dan unas monedas. Cualquiera de esas actitudes los haría aparecer como fracasados y no son capaces de soportar tal humillación. Aunque posean alguna habilidad, prefieren ayunar, endeudarse, o emplearse en un trabajo esclavizante donde les descuentan los minutos de atraso, obedecer ciegamente a un jefe que sólo les paga lo que les permite –temporalmente- mantener un estatus “digno”, dormir angustiados, y despertar con ojeras, antes que cambiarse de barrio y soportar las murmuraciones y el descrédito. Estoy hablando en general. Donde más frecuente es ese temor, es entre los que están sólo un poco más arriba de la pobreza. En el nivel social más alto, aunque no trabajen, no tienen necesidad de endeudarse ni obedecer o rendir pleitesía a nadie para permanecer y gozar los privilegios de ese estatus. Salvo una encomiable minoría, no sienten, pues, necesidad o no se atreven a cambiar nada en sus vidas. Mayo 2013 10 INTRODUCCIÓN AL CARTUCHISMO A algunos sólo les importa lo que van a decir los demás. A otros, les importa lo que van a decir las próximas generaciones. (Yo) La convocatoria que desplegó el destape organizado por Tunick en las calles de Santiago, hace unos trece años -a pesar de los cero grados, y de la importante final que a esa hora se realizaba en Japónfue mayor que en otros sitios, debido a la larga represión anterior. En ese caso, la minoría opositora fue la Iglesia Evangélica que primero invocó la “ley de las buenas costumbres”, y una vez que sus recursos fracasaron, se tapó los ojos, dejando un leve resquicio entre el dedo anular y el medio para –según dicen- testificar más tarde sobre lo que estaba pasando. “Buenas costumbres”, es una frase forense que se acomoda a la subjetividad de cualquier ciudadano, pero procura dejar fuera de la ley a todo comportamiento erótico-sexual, incluyendo, entre otros, la exposición del cuerpo, el lenguaje y los modales que contravengan el recato. Desde luego, sería más sincero decir “costumbres socialmente aceptadas” en lugar de “buenas”, sin entrar en calificativos de valor, pues el concepto es evolutivo: las “buenas costumbres” de hace doscientos años eran distintas a las de hace cien, y éstas, muy distintas a las de hoy. Lo más probable, entonces, es que nuestros descendientes nos midan con una vara diferente de aquella con la que nosotros medimos a nuestros contemporáneos. La influencia internacional ha hecho que en Chile la visión haya empezado a cambiar. Al menos, en las teleseries de después de las 10 de la noche, se usa un lenguaje algo más parecido al que -gústenos o no- se escucha a toda hora en la calle, en las casas de estudio, en el Congreso, y en las micros que van de Plaza Italia hacia el este, y sin el cual, toda representación dramática perdería su esencia. Por otra parte, los gobiernos han conducido campañas -reforzadas por los grupos afectados por la discriminación- para que se acepte la diversidad sexual, con tibios resultados y una minoría de furibundos opositores. Pero se mantiene el dogma de que una película de extrema violencia es “de aventuras” y se puede exhibir en cualquier horario, mientras que una con sexo, debe remitirse al horario para mayores, criterio dudoso, si tomamos en cuenta la agresividad circundante. Connotados comentaristas se lamentan de que el recurso “piel”, venda tanto, y culpan a la “mentalidad del chileno” del interés que concita. Si una actriz muestra uno de sus pechos, aumenta la sintonía por la expectativa de que en unos minutos más, muestre el otro, o los dos. Aún hoy, el sexo explícito se auto-regula, autolimita y autocensura en las series hechas en el país, pero -curiosamente- se acepta sin observaciones si es extranjera. Nadie dijo una palabra en contra de la teleserie “Spartacus”11, pero los llamados a la moralidad abundaron a través de foros y comentarios de la prensa escrita y radial en el caso 11 Para ahorrar comentarios les diré que se puede ver por Internet. de “Reserva de Familia”, donde las escenas sexuales y los semidesnudos femeninos asomaron tímidamente y sin ninguna extravagancia ni elemento que pudiera calificarse de sádico o anormal, como sí los tuvo la primera. Pero ¿cómo querían que fuese, después de todas esas décadas de represión sexual? Antiguamente la palabra “pierna” era inapropiada para referirse a las extremidades inferiores de una mujer. El contacto de pieles era pecaminoso incluso entre esposos, y para no afectar demasiado al imprescindible recambio generacional, en la cama, se separaba a los cónyuges mediante una sábana con marrueco, una especie de aduana del pecado. La nuestra era una época en que el término sexo era tabú, de manera que no había cómo criticar o rebelarse contra su forzada exclusión de las conversaciones, o la imposibilidad de referirse a él, ni siquiera en términos académicos. Recuerdo el caso de una mujer que fue denunciada y multada porque en la refriega por bajar de una micro repleta, se le desgarró la pechera del vestido, dejando expuesto uno de sus senos, y también la controversia que concitó la idea edilicia de vestir las esculturas del Teatro Municipal, que afortunadamente, no prosperó. La excitación pictórica a través de clandestinos Playboys y Pingüinos, y la consecuente masturbación -una práctica vergonzanteera el único desahogo posible para quienes –por temor a pecar o timidez- no teníamos acceso a ningún otro tipo de “sexo” y sentíamos los efectos y la tensión de ahogar un instinto a veces irrefrenable. Además, era perniciosa: en mi curso, el cura de religión se había dado cuenta –seguramente a través del confesionario- de que calificarla de pecaminosa, ya no tenía efecto a favor de la abstinencia, y su discurso iba ahora por el lado de que el orgasmo era un cortocircuito cerebral que mataba cada vez a millones de irremplazables neuronas, hacía supurar la piel, acortaba la vista y nos hacía infértiles. El clero, por suerte, ya había renunciado al argumento de la muerte horrorosa que sufrían los pajeros, y ya no se castigaba a la eyaculación onírica, esa involuntaria y poco higiénica liberación nocturna, conocida como “ida de cabras”. Crecimos, pues, con el íntimo convencimiento de que el sexo –la relación sexual- era un acto degradante e inmundo, sobre todo para la mujer, paradigma del cual -como ocurre hoy con la homofobia- es difícil desprenderse. Como las mujeres nos excitan, nos excita también degradarlas o presenciar como las degradan. Pero el cartuchismo es mucho más que mero miedo al sexo. Siempre hay -al menos- una minoría que viola algunas costumbres, con el beneplácito de un grupo y el rechazo de otro, que trata de mantener a las conductas estacionadas en un recodo del tiempo. Sin embargo, ¿cuántos de ellos murieron o huyeron del país a consecuencia de la Legalización del Divorcio? Ninguno, que yo sepa (además no habría tenido adónde ir). Tampoco, cuando se abolieron los mayorazgos, ni cuando se decretó la igualdad entre hijos legítimos e ilegítimos, o se aprobó el voto femenino. A pesar de que en su momento lucharon con denuedo contra esos desmadres, hoy no existe el que sostenga que fueron errores. Los dogmas se aceptan fácilmente pues no necesitan argumentos para legitimarse. Basta con que alguien recuerde lo que aquél manda, para que los demás guarden silencio. Cartuchismo es la incapacidad de cuestionar los dogmas y paradigmas arraigados, y sus efectos abarcan desde el uso constante de frases, eufemismos y juicios cliché o “políticamente correctas”, hasta la elección de sólo colores discretos y la imitación indiscriminada, y lo mismo se hace con aquellas instituciones que fallaron o cayeron en desgracia. Las cárceles ya no son tales, sino centros de rehabilitación, las antiguas sirvientas se convirtieron primero en empleadas domésticas y luego en asesoras del hogar, con la absurda pretensión de que cambiándoles el nombre también se modificaría su esencia. Hay paradigmas aparentemente inofensivos pero que se mantienen incólumes al confrontarlos con la realidad, como aquél de que los pizarrones son negros y no verdes, o el que se ha instalado en las teleseries, de que las madres, sin importar su edad, son más altas que sus hijas. Pero también los hay, que limitan severamente la esencia de las personas o son sólo fieles a alguna convicción ventajosa para quines ostentan el poder, como aquél de que el dinero vale más que el trabajo y la dignidad. Uno de ese estilo, que –debido a la rebelión de algunos afectados- está empezando discutirse, es aquél de que al Congreso sitio emblema de nuestra democracia, y al que ojalá asistieran representantes, no solo de partidos y corrientes políticas, sino de regiones, tipos de trabajos, estratos sociales, religiones e incluso tipos de personalidad- se debe asistir vestido formalmente. Si cada asistente, cuando está fuera del hemiciclo, se viste de la manera que mejor lo identifica con quienes representa, no existe razón para que tenga que renunciar a esa identidad cuando habla por ellos. Por el contrario, obligarlo -o inducirlo por cualquier medio- a una vestimenta estándar, es despojarlo de parte de sus convicciones, alejarlo de sus electores o al menos de la forma cómo lo conocieron, y consecuentemente, reducir su potencialidad política y parlamentaria. Siento que así, al menos, le sucedió al dirigente sindical de Aysén que conquistó a sus electores por la sencillez y claridad de expresión y pensamiento, y al convertirse en diputado optó por mimetizarse con los demás. La apertura de mente es un producto de la voluntad y la razón, no una derrota de ésta. Una persona o una cultura cartucha, siguen siéndolo aun cuando, por obligación, por imitación o por falta de energía para sostenerlas por más tiempo, flexibilicen algunos de sus mandamientos internos. Cuestionar un dogma, aún muy arraigado, no es cambiar sin más, el rechazo por aceptación –creo que tal cosa es imposible- sino refrenar el impulso de rechazo poniéndolo bajo el control de la razón. Desde luego, no es cartucho, o está, al menos, en vías de dejar de serlo, quien –en una discusión, es capaz de escuchar al otro, buscando interiormente, argumentos y hechos que apoyen sus ideas, en lugar de sólo los que le sirven para rebatirlas. Creo que tal opción es la mejor con que puede contar el que quiere crecer y acercarse a su esencia. 2 de Mayo 2015 11 DESCONFIANZA Nuestra idiosincrasia es la desconfianza mutua, causante de que muchas veces seamos incapaces de colaborar unos con otros. Los profesores la adoptamos como sistema frente a quienes -se suponedeben aprender, no sólo de lo que decimos, sino -fundamentalmentede lo que hacemos. El “Paradigma del Engaño” -así lo he llamado- es “el alumno que puede engañar, lo hará”, y en él creen -sobre todoquienes actuaron de esa manera cuando eran estudiantes. Pero innovar -verbo tan de moda- significa también no hacer lo que hicieron con uno, que es lo que ocurre –además de en educaciónen diversos ámbitos de nuestra cultura, formando círculos viciosos en todo el espectro social. La mayoría de los que se forjaron a sí mismos luchando contra la explotación de los malos empresarios, una vez exitosos, engrosan el rol de los explotadores. Los que de jóvenes se rebelaron en contra de la mentalidad conservadora de sus padres, se convierten -de adultos- en defensores del estatus. Los que despreciaron a los viejos, una vez tales, invocan los derechos de la tercera edad. Los empleados públicos que reclaman mayor autonomía para sus regiones, si consiguen ser trasladados a Santiago, se vuelven firmes partidarios del poder central. Así, el que alguna vez fue alumno deshonesto, se erige en implacable guardián de la “Ley de la Honestidad Universal”, mientras sus faltas, paradójicamente, le refuerzan la fe en lo imprescindible que es él para hacerla cumplir. Tal paradoja se transmite de profesores a alumnos, de padres a hijos, y de éstos a la generación siguiente, perpetuando el círculo12. Tal vez tengan razón. Al fin y al cabo, nada mejor que un ex ladrón, para ser policía, pues se conoce al dedillo las artimañas más socorridas de sus antiguos colegas. Sin embargo, lo que se trata es de crear un espacio sin policías! La honestidad no es tanto un principio que haya que inculcar, como algo que hay que proteger mientras el niño aun es inocente. En cualquier esquema de justicia, es imprescindible distinguir al culpable de los inocentes en lugar de meterlos a todos en un mismo saco. El profesor que se para frente a su curso y los advierte a todos, de que el que copie se irá con un uno, junto con informarles del riesgo que corren, les trasmite a aquéllos que no han pensado en copiar, que en ese curso todos copian, lo que en la mente infantil se convierte en “yo también tengo que hacerlo, para ser como los demás”. Creo en la estrategia de dar por sentado que todos son honestos, la cual se puede aplicar mejor en aquél punto crucial, en que el niño debe captar su lado serio de las cosas sin que le resulte un trauma demasiado fuerte. Por suerte las generaciones entrantes son ingenuas y nos brindan la oportunidad de hacerlas mejores que nosotros, aplicando psicología y una pizca de cinismo. En un establecimiento que se ha ganado un nombre institucional, en la primera prueba escrita, se le explica sucintamente a todo el curso, lo que mide, así como la forma en que se va a corregir. Lo esencial es dejar fuera cualquier alusión al tema de la copia, y en 12 No descalifico necesariamente a quienes así se comportaron cuando eran estudiantes. ¿Cómo se podría culpar a alguien de actuar como lo exige la cultura imperante? particular, las trilladas advertencias sobre el castigo. Lo esperable es que los que provengan de un ambiente en que tal práctica es habitual, al ver que el mensaje del profesor no hace alusión alguna al tema, sientan que se rompe su esquema y tal vez, que ahora el desafío no es copiar, sino adaptarse al nuevo escenario. El profesor observa a sus alumnos para resolver dudas de enunciado, y ayudar a los que han olvidado la materia o están confundidos, sin hacerlos sentir que su presencia significa vigilancia. Si ve a alguien haciendo trampa se limita a tomar nota mental (o anotarlo discretamente), y en el momento de devolverles la prueba con su nota, lo cita a conversar con él a su oficina. Allí le dice –con una mezcla de sorpresa, y preocupación- que le parece que copió, cosa que a él, como profesor de esa institución en que están ahora, nunca antes le había sucedido 13. El objetivo es hacer pensar al alumno que él es el único o, al menos, uno de los pocos que lo hizo, y al sentirse al borde de la ignominia, tal vez aprenda la lección. Tratándose de la educación superior, en la vida real no suele ocurrir que un profesional trabaje aislado pues lo que se busca en las empresas es eficiencia y creación grupal. El sentido de que los alumnos lo hagan así en las pruebas, reside en evaluar el desempeño y los conocimientos individuales. Pero presenta cuatro inconvenientes graves: 1º Es muy ineficiente: se pierden muchas horas que podrían ser de aprendizaje, en evaluar el desempeño de una persona. 2º Se hace en un ambiente tenso, que nunca se le presentará cuando trabaje. 3º Se centra en reprimir malas prácticas, no en fomentar las buenas. 13 Es importante que el alumno sienta que está en un ambiente (la institución) distinto a ese del que provenía. 4º No permite evaluar -entre otros aspectos- la capacidad de integrarse o de liderar un equipo, ni proponer ideas o escuchar las de otros. Se me consultó, en cierta ocasión, qué método de evaluación propondría para reemplazar al actual trabajo individual vigilado. Es sólo un principio, pero formar grupos rotativos permitiría identificar -mediante un algoritmo bastante simple- a quienes potencian y a quienes devalúan los grupos a que les toca pertenecer. Tal vez, en los trabajos, se debería identificar al integrante que aportó cada idea, como se hace en las memorias al citar la bibliografía, o bien, que -tras una etapa de discusión- cada uno escriba o exponga una parte. No me cabe duda de que existen proposiciones mejores. Un tercer factor (de perpetuación de la desconfianza a través de la educación), es la política de exigir una justificación a las ausencias, emitida por un externo. Si alguien falta a una prueba o a un examen, la casa de estudio -para cerciorarse de que no estuvo ausente por simple desidia o porque no había estudiado- le exige que presente un justificativo médico. Pero es injurioso decirle a alguien que recién se está conociendo “para que yo crea lo que Ud. me dice, debe traerme un papel firmado por alguien digno de confianza”. ¿Qué me mueve a sospechar de él y confiar ciegamente en alguien a quien no he visto nunca? Está demás decirlo, pero el título de médico no es garantía de probidad. Al margen de que algunos faltan por razones de trabajo o simplemente porque estaban resfriados -lo cual no ameritaba llamar al doctor-, exigir ese documento, produce el efecto contrario al pretendido: los que no tienen escrúpulos, se consiguen el certificado con un médico amigo de la familia, mientras los demás, tratan de explicarle al profesor por qué no vinieron. Ante la incomprensión de éste -impuesta, a veces, por reglamento-, tal vez reclamen un poco, pero al final aceptan el uno en la prueba. También es posible que el profesor, para desembarazarse del problema, los derive a la Oficina de Administración, donde –con un sorprendente concepto acerca de lo que es ético y lo que no- se les recomienda que se consigan un certificado. Con un médico conocido, se entiende. Al final, los alumnos honestos tendrán que enfrentarse a la disyuntiva de perder el año o pasar por encima de sus valores. ¿Qué cree Ud. que elegirán? Y si es así, ¿por qué tenemos que obligarlos a decidir entre obedecer a sus valores o falsear documentos? Hay profesores que hacen caso omiso de la norma: si un alumno falta y le dice que estuvo resfriado, o que no pudo venir por un problema laboral o por cualquier otra causa, le creen y le dan una segunda oportunidad. En la práctica, ésta existe aunque el afectado ni siquiera la solicite, pero lleva implícita la advertencia de que esta vez no valdrán las excusas ni aunque traiga una carta firmada por el Papa. Ni el sistema educacional ni él, tienen recursos para terceras oportunidades. Lamentablemente, en algunas universidades, el mecanismo hoy vigente, coarta la voluntad del propio profesor. Al alumno le basta con presentar un justificativo en la Oficina de Administración para eludir la sanción prometida. No soy un asiduo de los recuerdos. Por el contrario, me parece que la mayor parte de las cosas –incluso la ética y el respeto por las normas de convivencia- se han ido perfeccionando, pero cuando yo estudié en la universidad, era simple: existían pruebas parciales y pruebas semestrales. Las parciales tenían coeficiente uno, mientras que la semestral valía por sí misma y por todas las parciales no rendidas. Al alumno ni siquiera se le preguntaba porqué había faltado a ellas, ni se exigía certificados de nada. Desde luego, la semestral era más difícil, y faltar a una parcial no era negocio. El método actual está inspirado en la legalidad chilena –y tal vez de todo el mundo- que difunde un código subterráneo de antiética y perpetúa esa forma de vivir que, simultáneamente, vilipendiamos y practicamos en todos los ámbitos: la del estado policial, con la ley estricta, moral y justiciera, pero puesta allí sólo para tranquilizar la conciencia, y al final, muerta, por inaplicable o contraproducente. Creo que no enseñamos a ser honestos, sino a cumplir los reglamentos para simular que lo somos. Hay que reemplazar el miedo por la motivación. Dudar sistemáticamente de la probidad de los alumnos es peor que creer sistemáticamente en ella. Desconfiar de alguien que carece de malicia es una manera de inculcársela. Si uno, en cambio, les entrega la confianza a todos, se las podrá retirar a los que abusen de ella. Lo planteado sugiere un cambio en las prioridades. Es más trascendental que introducir nuevas materias o elaborar nuevas mallas. No está afecto a los cambios tecnológicos ni por los métodos de enseñanza. ¿Su costo? Es muy probable que, al menos al principio, algunos se aprovechen y obtengan un título sin merecerlo, lo cual -por lo demás- ocurre profusamente en las actuales condiciones. Es parte del precio que debemos asumir por lograr un cambio positivo en nuestra idiosincrasia. Abril de 2013 12 LA UNIVERSIDAD ACTUAL EN CHILE Antes de la irrupción de las universidades privadas, el sistema de educación superior adolecía de los problemas de ineficiencia, burocracia y falta de recursos que tradicionalmente caracterizan al estado, como aquél de que los funcionarios eran dueños de sus cargos o la imposibilidad de incorporar capitales privados. Por otra parte, si bien el sistema admitía alumnos provenientes de estratos socioeconómicos inferiores, la cantidad limitada de vacantes inhibía cualquier intención de paliar -mediante educación- las marcadísimas diferencias sociales. Otra causa de lo mismo era que los que ascendían, se incorporaban a la elite y se hacían partidarios del orden imperante. Pero, dejando de lado las deficiencias anteriores, cuando las universidades no eran más de diez, podían referirse con cierta propiedad a “su cuerpo docente”. De hecho –salvo excepciones- un profesor pertenecía a sólo una de ellas, postulaba, elegía a las autoridades y participaba a través de éstas, en la creación de los planes y políticas de su casa de estudios, con la cual se sentía comprometido, incluso más allá de lo laboral. Había, en consecuencia, en cada una, un sello institucional que no era impuesto por la fuerza ni adoctrinamiento, sino por la natural identificación de los miembros, con el medio que los formó. Algunos estaban a jornada completa y otros compartían la jornada docente con el trabajo profesional. Los primeros, en sus horas no docentes, actualizaban sus conocimientos, preparaban sus clases, corregían pruebas, atendían a los alumnos y aunque con discutibles resultados- practicaban la investigación. Tal como ocurre en cualquier conglomerado humano, cada maestro tenía características propias, que el sistema respetaba. El modo de enseñar, lejos de ser único, era, en importante medida, prerrogativa del profesor, y casi independiente de los administradores y directores. Se consideraba beneficioso que aplicaran su criterio y su experiencia, eligieran sus libros y se movieran con cierto grado de libertad en el contenido de su curso, en tanto éste contemplara un conjunto esencial de materias. En el escenario actual, las universidades tratan de proyectar la imagen de focos de discusión y saber, pero son empresas, y como tales, su objetivo esencial es la rentabilidad. Lo anterior no es una descalificación, sino -simplemente- una asunción de cómo son en realidad las cosas. Como se verá, el problema no es el libre mercado, sino un conjunto de irracionalidades que parten con la identificación del cliente. Las empresas son, tradicionalmente, entidades que agregan valor a cierta materia prima, convirtiéndola en un producto comercializable. Para ello, cuentan con proveedores externos, de quienes adquieren la materia prima, la transforman en producto mediante cierta infraestructura que incluye instalaciones y recursos humanos, y lo venden a clientes externos. Al establecer una analogía entre universidad y empresa, algo que se escucha en el ambiente académico, es que “la materia prima de la educación, en cada uno de sus ciclos, la constituyen los alumnos que ingresan, y el producto son los egresados”. El cliente de todo el proceso sería, entonces, la sociedad en su conjunto, representada por sus instituciones, empresas y aparato estatal, en tanto que la infraestructura serían los profesores e instalaciones. Dicho esquema –a no ser por ciertos aspectos incontrolables- se ajustaría muy bien al funcionamiento de un país y sus necesidades de desarrollo: las casas de estudio deberían, pues, pagar a las familias, ya que son estas las que producen a los jóvenes que ingresan, y a su vez, las empresas e instituciones -como clientes directos del sistemadeberían pagar a la universidad por cada profesional que contratan. Pero está claro que nada de eso ocurre en el ámbito académico, ya que, en el hecho, son los alumnos, sus familias, y el estado, quienes solventan el costo de la educación superior. Desde luego, tampoco las empresas compensan a las casas de estudio, sino que las ven como proveedores gratuitos. Actualmente existe indefinición respecto a quién es el cliente del sistema educativo superior: dependiendo de la circunstancia, las autoridades universitarias consideran a sus alumnos como clientes y a sus profesores como proveedores, o bien, como materia prima a los primeros y “cuerpo docente” a los segundos. La realidad, no obstante, sólo calza con la primera definición. Los profesores que no están contratados a jornada -esto es, más de la mitad- conforman de hecho, una masa flotante de “profesores-taxi”, y “profesores–moto”14 que entre clase y clase deben desplazarse raudos por la ciudad para cumplir medianamente sus horarios en diversas casas de estudio. Cobran mediante boletas de servicio, por hora dictada, y su compromiso mutuo con cada una de ellas, más allá de lo estrictamente docente, no existe15. Por cierto, ocurre lo mismo con los que tienen un contrato de plazo indefinido: si bien -por el tipo de éste- se 14 Yo era de los segundos. Las casas de estudio –en rigor- son nuestros clientes, pero somos pocos los que así lo entendemos. 15 consideran estadísticamente como de planta, son pagados según las horas de docencia que les asignan y -en las restantes- enseñan en otros sitios. En el hecho, independiente del tipo de remuneración que reciban, los maestros no son parte de la casa de estudio, sino sus proveedores externos esenciales. Para la universidad actual, la materia prima es la actividad docente y el conocimiento que ellos aportan. Los clientes son, obviamente, los alumnos y sus familias. El producto es el servicio de formación o potenciación que entregan, y el valor que agregan es, básicamente, su prestigio y su infraestructura física, que incluye, salas, laboratorios, equipos y bibliotecas. En ese escenario, por cierto, la pretensión de cada universidad, de poseer, un sello, o una “manera propia” de enseñar, así como la existencia de un cuerpo docente, son falacias. Además, corresponde a un enclave social muy reducido, que no alcanza a trascender a las empresas ni a otras instituciones receptoras, sino que limita a la universidad, al rol de intermediario o facilitador entre sus proveedores, esto es, los profesores, y sus clientes, los alumnos. De hecho, la universidad y las empresas -salvo en algunos trabajos de titulación- casi no colaboran entre sí y no existe sinergia entre ellas. Por otra parte, dado que pueden hacer clases de un mismo ramo en diversos sitios, muchos profesores tienen a la docencia como única fuente de ingresos y carecen de experiencia laboral en empresas u otras instituciones, o han perdido contacto con ellas, convirtiéndose de hecho- en meros vectores entre los libros y sus alumnos. Hay, también, principios educacionales que se ven distorsionados como consecuencia de que el alumno es el cliente y no la materia prima. Además de mermar la autoridad del profesor, las casas de estudio se ven favorecidas si los alumnos pasan de curso y egresan, aún con preparación deficiente, y si -en caso de tener que pronunciarse ante un conflicto con el profesor- optan por aquéllos. No estoy afirmando que lo hagan, sólo que el sistema contiene ese incentivo perverso. Por razones de marketing, las autoridades universitarias tratan también de mantener viva la ilusión de pertenencia de su “cuerpo docente”, y suelen convocar a unas reuniones de intercambio que, por cierto, complican a los profesores taxi, pero rara vez son algo más que informativas. Su objetivo real, es crear un espejismo de participación que cae, previsiblemente en el vacío. La relación entre autoridades y profesores, se acerca más a la de jefe-empleado -es decir, basada en autoridad y mando vertical- que a la de clienteproveedor, cuyo principio activo es la negociación igualitaria. Los organigramas son verticales y las comunicaciones fluyen exclusivamente en el sentido de la gravedad, esto es, de arriba hacia abajo. Dos consecuencias de la indefinición, son que la discusión y la controversia, inherentes al concepto de universidad, han desaparecido por completo, y que la autoridad administrativa ostenta predominio absoluto sobre la académica. Entrambas han desdibujado a la educación superior en general. Digamos, por último, que el esquema contribuye a la polarización del poder económico, al proyectarse idéntico hacia la educación extra o postuniversitaria, en que a las PYMES les es imposible capitalizar las habilidades a las que -a través de ellas- acceden sus trabajadores: cualquier mejoramiento curricular, ya sea financiando posgrados u otra capacitación formal, o el aprendizaje a través de la práctica, los convierte en mejores presas para las empresas grandes. Al irse un empleado con años de servicio, es probable que éste alcance una mejor remuneración y estatus, pero la pequeña empresa, que ayudó a su formación, no recibe ninguna compensación por dicha pérdida. Diciembre 2014 13 UN IDEAL PARA LA EDUCACIÓN Tal vez estoy equivocado en mi Ideal, pero no en que necesitamos uno. La Utopía es la isla de Ningún Lugar, creada por Tomás Moro y anticipada por Platón, que cobijaría a una sociedad feliz y completa. Tiene una connotación holística, como el paraíso de las religiones medio-orientales o el socialismo perfecto de Marx. Ambos sugieren una estabilidad deprimente, pues en ellos, lo que hay es inmejorable. En Utopía no existen anhelos, ni dolor, ni temor a la muerte. Y la felicidad es una sustancia viscosa que todo lo envuelve, inhibiendo cualquier emprendimiento. Me pregunto ¿cómo podría un utopeño despertar cada igual mañana lleno de la alegría de estar vivo, y saltar del lecho para insuflar el aire siempre prístino sin jamás aburrirse de los colores del paisaje ni de las iguales caminatas al atardecer? La sola idea me induce a devolver lo comido. Un Ideal, en cambio, es un modelo dialéctico relativo sólo a un proyecto, y su sentido es netamente práctico: ayudarnos a escoger una ruta para perfeccionar o construir algo que deseamos. Si es colectivo, es producto de una elaboración de principios o hipótesis esenciales, que se discuten hasta llegar a un consenso o a un acuerdo mayoritario. Un ideal es un faro que cambia, se aleja, y por instantes se apaga, pero –superada la confusión- vuelve a encenderse. Si bien se puede no estar de acuerdo con él, no tiene mucho sentido impugnarlo por su transitoria inviabilidad ni por los riesgos que implica dar cada paso. De hecho, éstos requieren un análisis de oportunidad, y puede debatirse o remplazarse la manera de darlos, pero la ausencia de ellos conduce a la indefinición y la vacilación frente a cada disyuntiva. Creo que en el actual debate educacional, dicha discusión se ha omitido, y mi intención en este ensayo, es proponer algunos principios en los que creo, y esbozar un modelo coherente con ellos. I Introducción La causa fundamental de la desigualdad social y de oportunidades entre las personas, es la diferencia en el entorno en que nacen y se crían, incluyendo el nivel cultural de las familias, el acceso a servicios esenciales, el vecindario, la calidad de vida, la alimentación y otras causales. Dicho escenario no se puede cambiar sólo con educación, sino con ésta, más una política de largo plazo, con medidas de acercamiento como la integración territorial, el acceso a servicios como jardines infantiles, vigilancia, farmacias y lugares de esparcimiento, la eliminación de guetos y la mejora de los salarios, entre otras. Es más, dado que –debido a lo mismo- un alto porcentaje de los niños de Chile, y –en general- del tercer mundo, sufre un atraso en su desarrollo biológico e intelectual, centrar los esfuerzos sólo en lo educacional, sería inútil. Pero la esencia de un país es su gente, no sus riquezas naturales, y para proyectar su capital humano necesita acercarse cuanto sea posible al ideal de igualdad de oportunidades al nacer. Una política de crecimiento económico que no incorpora a las personas como factor y objetivo primordiales, sólo conduce a un espejismo de desarrollo que durará mientras sus recursos físicos no se agoten o pierdan relevancia comercial. Sin embargo, el modelo socio-económico en que nos basamos considera a las personas de escasos recursos, como un lastre de la sociedad, y no como un activo potencial. El combate a la desigualdad y a la pobreza, se basa en bonos de auxilio, caridad y solidaridad, idea que se sustenta en el pensamiento y la moral cristiana, pero que sólo logra perpetuar el statu quo. La educación no se ve como una inversión imprescindible para el desarrollo, sino sólo como un derecho u oportunidad que se les brinda a los alumnos, para ascender en la inamovible escala social. Desde esa perspectiva, es natural que toda inversión mayor en ella, parezca un gasto superfluo o derechamente un despilfarro. Ahora bien, en la discusión social, suele haber una visión contingente, que antepone el crecimiento económico a cualquier otra necesidad, y está referida -entre otros tópicos- a la situación internacional, la política o los planes de gobierno, y otra, cuyos argumentos –basados en principios- pueden parecer, a primera vista, demasiado obvios. Con la visión histórica que hoy tenemos, si el tema fuese la abolición de la esclavitud, no sería aceptable el argumento de que aquélla traería aparejada una crisis económica ni el de que los esclavos no tendrían dónde ir. Se buscaría la forma de paliar ambos efectos. Si lo fuese la implantación del voto femenino, su argumento sería que las mujeres son seres humanos y que la sociedad no puede prescindir de su opinión, aunque las estadísticas indicaran que el ochenta por ciento no tiene interés en la política, o que lo que hay que gastar en implementarlo no redituaría beneficios monetarios. II Postulados básicos 1- La educación no es un bien de consumo, sino una obligación que la sociedad impone a sus individuos, y un derecho de éstos a exigir que sea de calidad. Si fuese un bien de consumo, la sociedad obtendría sólo dinero a cambio, pero lo que recibe es un retorno a mediano plazo -no sólo en bienes sino en desarrollo de las personaspor su esfuerzo educativo. Para alcanzar ese objetivo, es una necesidad esencial que el educando también se desarrolle. 2- Estudiar y trabajar son obligaciones similares, en cuanto ambas demandan el esfuerzo de quienes la acatan y que de ambas, la sociedad en su conjunto obtiene beneficios. Pero actualmente, mientras la segunda no sólo es gratuita, sino remunerada, estudiar requiere un esfuerzo económico y endeudarse o convertirse durante varios años en una carga para la familia, sin tener seguridad respecto al logro. 3- Para reducir la desigualdad, sólo es efectivo generar instancias igualitarias. Las medidas que, para paliar las diferencias, crean nuevas desigualdades en sentido inverso -como cobrar menos a los más pobres por un mismo servicio-, legitiman a las primeras y perpetúan la segregación. Lo anterior implica que, si bien pueden coexistir colegios y universidades que –aunque normados en las materias esencialestengan diferente orientación religiosa o a-religiosa, de género, con énfasis en los deportes o las artes, o con diversos criterios educativos, y hasta colegios y universidades buenos y menos buenos, no puede haberlos para pobres y para ricos. Tampoco es coherente con dicho principio, que en un mismo establecimiento, algunos alumnos paguen y otros no. En ese sentido, el Servicio Militar, más allá de sus defectos, es un laboratorio de igualdad e integración: además de preparar a los conscriptos para la defensa del país, los capacita en un oficio y los remunera, propiciando un ambiente de camaradería entre personas de estratos y niveles culturales muy diferentes. Sería impensable que alguno -cualquiera sea su procedencia social- tuviera que pagar por rendirlo o que el sueldo lo recibieran sólo los de estratos más bajos. 4- En el caso de la Educación Superior, el costo de educarse sumado al de renunciar a un eventual empleo remunerado, hace que el obstáculo sea insalvable para un amplio sector, y la única opción coherente con el objetivo de equidad es remunerar por igual a todos, según la carrera, pero independiente de su estrato social. Lo anterior se justifica no sólo por razones económicas: desde un punto de vista psicológico, para todos, incluidos los que provienen de familias de ingresos altos, la remuneración genera un fuerte compromiso con la actividad. Además les otorga un primer nivel de independencia de sus padres, favoreciendo la autoestima, y es coherente con el principio educativo de que entregar la confianza a todos y quitársela a quienes abusen de ella, es mejor que desconfiar de todos por principio. En todo caso, el ingreso a las carreras remuneradas debería condicionarse a una evaluación vocacional positiva. En las actuales circunstancias, tal prioridad la ostentarían las carreras de pedagogía. El monto de la remuneración podría ser el equivalente al promedio de lo que aportan a sus familias los que actualmente trabajan, o bien, variable según sea la necesidad de profesionales de cada especialidad. 5- Los alumnos que entran son la materia prima, y los que egresan, el producto del sistema educativo, pero en el actual modelo, son quienes lo financian, es decir, sus clientes. Además de la distorsión que ello trae consigo en la relación maestro/alumno, se está cargando sólo en ellos, el costo de preparar el recambio generacional, esto es, un bien del cual la sociedad en su conjunto no puede prescindir sin arriesgar su propia subsistencia. Si bien, actualmente, ambos métodos de financiamiento son imperfectos, el costo social es el mismo si la educación la pagan directamente sólo los alumnos cuyos padres pueden hacerlo o si se distribuye a través de impuestos, según la capacidad económica de todos los entes sociales. 6- Los riesgos de una calidad defectuosa, los deberían correr fundamentalmente los que educan, pero en el modelo actual, lo hacen quienes –anticipadamente- pagan por ella, esto es, los alumnos, sus familias, o el estado y, en muy menor medida, la casa de estudio. Como los pagos del arancel son anteriores al proceso mismo y a cualquier evaluación de su resultado, su rentabilidad sólo depende de cuántos alumnos logren matricular y no de la calidad de los que egresan. Los controles de acreditación no garantizan dicha calidad, pues no miden resultados, sino que califican procedimientos e infraestructura, suponiendo una relación causa-efecto que no se puede -o al menos- no se ha podido verificar. 7- Suponer que el libre mercado es el principal causante de los defectos de la educación, es como culpar a la democracia de los fraudes electorales. Independiente de las actuales deficiencias del modelo económico, una rentabilidad razonable de la inversión, es el motor de este, y si a una actividad se la priva de ella, generalmente se detiene. Un aspecto fundamental del modelo que se propone, es alinear las leyes y controles del Libre Mercado con los ideales de calidad. En él no existe aporte fiscal ni subsidio a la matrícula, sino una retribución al éxito formativo de las casas de estudio. Dicho estipendio –condicionado al resultado- es una de las palancas que generan la calidad de la educación, que –por lo demás- no es un tema del estado ni del gobierno de turno, sino un desafío permanente de los educadores. Los gobiernos no pueden definir métodos de enseñanza ni establecer requisitos previos, sino fijar reglas del juego basadas en resultados mínimos. III Protocolo La siguiente es una sucinta reseña del procedimiento y las condiciones en que fincaría el sistema. 1- Los establecimientos educativos serán financiados por el estado según los resultados que obtengan. Habrá en cada ciclo un examen nacional u otro mecanismo que califique a los egresados, cuyo contenido y evaluación no dependerá de los establecimientos sino del estado, y habilitaría al alumno para pasar al ciclo siguiente o ejercer la profesión, según el caso. 2- Durante el proceso, el fisco pagaría a los establecimientos una parte de los costos de cada carrera o ciclo, en tanto el aporte correspondiente a la utilidad se haría efectivo cuando un alumno rinda satisfactoriamente el examen nacional. Bajo estas reglas -para cuidar su inversión- las casas de estudio seleccionarían a sus profesores exigiendo mejores estándares de calidad y entregarían a sus alumnos una enseñanza más personalizada, propiciando el mejoramiento continuo de sus métodos educativos. 3- En los ciclos preescolar, básico y medio, la educación, sería gratuita para los alumnos. 4- En la superior, además de gratuita, según la carrera, el estado remuneraría por igual a todos, en un monto mensual equivalente al promedio de lo que aportan a sus familias, quienes actualmente lo hacen. 5- Los métodos de enseñanza no son prerrogativa del estado, sino de los educadores, esto es, las casas de estudio, sus profesores y quienes las dirigen. Dado que son ellos quienes correrán los riesgos de una educación defectuosa, deberían tener libertad para desarrollar, escoger y perfeccionar dichos métodos. Sin desmedro de eventuales auditorías de avance, la principal herramienta de control por parte del estado es el examen nacional. Se observa que sólo se especifican grandes lineamientos. Entre otros aspectos, es necesaria la confección de un mecanismo legal que regule objetivamente la necesaria atribución de las casas de estudio, de exonerar a aquéllos estudiantes que no satisfagan los requisitos mínimos de rendimiento. IV Efectos Socioeconómicos El examen nacional determinaría la eficiencia de cada establecimiento según la cantidad de alumnos que logren aprobarlo, y reemplazaría a los controles de acreditación, como instrumento del estado para establecer una orientación básica de contenidos y niveles exigidos, eliminando la verificación de condiciones previas. En los niveles básico y medio, esto redunda en que la mejor educación ya no será la más exigente o tecnificada, sino aquélla que permita a las casas de estudio admitir -y lograr que aprueben el examen nacionalincluso alumnos que no sean los más capaces. Con dicho objetivo, los establecimientos -o los profesores- que lo desarrollen y/o apliquen correctamente podrán ampliar su mercado. Si lo hacen -en cambioaquéllas que no posean la infraestructura o método apropiado, probablemente incurrirán en infructuosos costos de operación. Tal mecanismo -regido en esencia por el mercado- hace menos relevante la fijación y el monitoreo estatal sobre métodos e infraestructura y la intervención o clausura de un establecimiento por calidad insuficiente. En el terreno económico, se abandona la visión cortoplacista, tan criticada y tan propia de nuestra cultura. Es esperable que la inversión requerida por el cambio de paradigma, implique -a corto plazo- una caída de los índices de crecimiento económico, pero también, una robusta recuperación basada en el mayor profesionalismo y justicia social. Noviembre, 2014 14 DOS INTENTOS DE HUMANIZAR EL MERCADO 1 Alianza Estratégica Hay personas que se sienten bien cuando se les rinde pleitesía, pero otras -ante las frases recitadas, con que se cierran las conversaciones de tipo comercial- terminan por hacerse insensibles a ellas. A otros, simplemente les desagradan. La viga maestra del éxito comercial es el marketing, y sobre él se ha escrito infinidad de libros. El cliente es la persona más importante que está en la tienda, hay que conocer sus costumbres y –por supuesto- tenerlo siempre satisfecho, para lo cual, difunde técnicas de seducción, como concursos, ofertas, puntos canjeables, sorteos, y otros que van apareciendo a medida que evoluciona la tecnología. Muchos derivan, por supuesto, en una flagrante violación a nuestra privacidad. El que considero más molesto, es el trato vasallesco, o falsamente afectuoso, que tiene su origen en la maquiavélica sentencia de que “el cliente siempre tiene la razón”, a menos, como he notado, que se pueda evitar. La atención a las consultas y reclamos telefónicos de los clientes, parte con un desbordante discurso sobre la importancia que para ellos tiene nuestra llamada, y una súplica de permanecer en línea. Entrambas consiguen elevarnos la autoestima hasta el fin del primer entremés musical. Para una persona pacífica, el entusiasmo empieza a decaer a la cuarta o quinta repetición del discurso y toca fondo entre la octava y la décima, cuando cuelga con evidente descortesía hacia la grabadora. Para que le quede claro lo que uno piensa de ella. Por suerte, la exageración de ofertones, descuentos preferenciales, liquidaciones, suscripciones o ventas con tarjeta, cuyo objetivo primordial es seducir y cautivar al cliente, han puesto en alerta a los ciudadanos comunes. Entre otras revelaciones, se han dado cuenta de que las empresas son –a su vez- clientes de sus proveedores pero tratan a éstos de manera muy distinta a como les gustaría a ellas ser tratadas por los suyos. Por el contrario, cuando encuentran una oferta mejor que las de su proveedor habitual, lo cortan sin explicación de ningún tipo. Así, en el ámbito comercial la cadena de doble estándar –dependiendo del sentido en que viaje el dinero- se acepta como una manera legítima de operar. Centros de poder como empresas importantes, supermercados y universidades establecen con sus proveedores (vgr. contratistas, productores o profesores), relaciones asimétricas en que se da alguna o varias de las siguientes actitudes: - Se los descontinúa sin aviso ni expresión de causa Los pagos se difieren varios meses - Les pagan un día fijo de la semana y por un par de horas (por ejemplo, los miércoles de 3 a 5) Se les rechazan partidas completas Se les anulan unilateralmente órdenes de compra Etc. Proliferan los libros de marketing con triunfadoras recetas para obtener máximo beneficio de los clientes (todas dentro de la ley, por supuesto), y que a algunos les parecen sólo compendios de técnicas para engatusar al prójimo. Pero también han aparecido recomendaciones –mucho más tímidas y sensatas- para obtener mejores resultados del trato con los proveedores. Aparte de cierto profesionalismo cada vez más heroico, lo que generalmente motiva a éstos a entregar productos o servicios de buena calidad, no es la posibilidad de obtener grandes ganancias, sino la de alcanzar una relación estable basada en la confianza y no en un contrato o una letra chica. Según Edwards Deming, el ambiente más motivador se alcanza cuando establecen una alianza estratégica, que no favorece a uno sino a ambos, lo cual –por lo demás- es la única forma no estúpida de transacción que se puede esperar entre seres humanos. No se refiere sólo al trato entre una empresa y sus proveedores sino a cualquier acuerdo de dar y recibir entre dos entes o grupos de ellos, e incluye desde las de la dueña de casa con su casero de la feria hasta las que a veces se dan entre empresas transnacionales. En ellas, en lugar de clientes y proveedores se trata de “socios comerciales”. La actitud se podría definir como de una confianza no ciega y se alcanza sin necesidad de levantar un perfil psicológico ni firmar escrito alguno. La dueña de casa no establece suscripciones con su casero, no le paga por adelantado los víveres del mes siguiente ni le ofrece una fidelidad incondicional. Tampoco deja de recorrer los demás locales para comparar precios y calidades. Si encuentra condiciones mejores, se las hace presentes a su proveedor habitual y tal vez consiga que las iguale. También tiene con él, la confianza necesaria como para hacerle encargos especiales y hasta obtener consejos (lo que entre empresas del esquema tradicional sería asesoría pagada) que le son brindadas gustosamente. No se trata, pues, de aprender los puntos débiles del rival, sino los fuertes del aliado. Se comprende que un elemento esencial de ese trato es su carácter implícito y no oficial. Al contravenir ese punto, la alianza podría deja de existir, pues desaparecen los incentivos para que ambos ganen y –al mismo tiempo- miren otras alternativas. El único cliente con el cual no es posible establecer tal relación es, lamentablemente, el Estado, dado que para éste cualquier adquisición cuya conveniencia no se pueda demostrar en cifras, es sospechosa de corrupción y puede exponerlo a la denuncia de los partidos contrarios al gobierno de turno. En aras de la transparencia, el Estado está obligado a llamar a licitación pública cada vez que tiene que hacer una compra mayor a cierto monto. En ésta, los proveedores saben que no se valora la confianza ni la calidad sino el precio16, de modo que el fisco termina eligiendo la oferta más barata y de peor calidad. Hay empleados públicos –sobre todo, personas jóvenes- que quieren ser eficientes. Pero a veces es la ley quien se los impide. Si quieren elegir a un determinado proveedor o contratista porque le tienen confianza, para salvar los aspectos reglamentarios y ponerse a salvo de las indagaciones, le piden que –además de su cotizaciónles haga llegar otras dos, de empresas del mismo rubro, con precios más altos. Pero en la administración pública no existe incentivo ni felicitación para los funcionarios que logran un contrato ventajoso para el fisco. Por otra parte, los funcionarios que ya están 16 El fisco supone erróneamente que si todos los oponentes se atienen a las bases de licitación no hay razón para no elegir la más barata. corrompidos hacen lo mismo, pero con motivaciones muy diferentes a la eficiencia común, y por ello, relajar la atención o las reglamentaciones estatales sería negativo. Es difícil que el estado pueda actuar de una forma distinta a como lo hace: si se admitiera sin más el argumento de la confianza en el proveedor, los casos de real corrupción proliferarían, con el consecuente desprestigio gubernamental. Una penosa conclusión es que la corrupción de algunos es capaz de atemorizar y obnubilar la racionalidad de todos. Pero –en bien de la propia transparencia- es bueno admitir que hasta los asuntos de probidad tienen matices. 2 Responsabilidad Social Empresarial Si todos estuvieran dispuestos a darlo todo por los demás, nuestro mundo sería un aburrido paraíso sin intrigas, competencia ni imponderables. Aún sin que eso ocurra, los conceptos de solidaridad y caridad que poseen algunos pueblos, sugieren -de vez en cuandosu lado menos bueno. En una situación de normalidad las personas compran productos o servicios a empresas y personas con experiencia en cada rubro. Como se sabe, la estrategia para cautivar un mercado, consiste en venderlos a precios inferiores a lo razonable para eliminar a la competencia. Los consumidores se ven favorecidos por un tiempo, pero una vez alcanzada la meta, lo que queda es un monopolio que maneja los precios a su arbitrio. Además, ha desaparecido una cantidad de puestos de trabajo con el consecuente desempleo y miseria. Pues bien, si la intención de quien regala o vende a precios inferiores al costo, no es maliciosa, sino que obedece a un impulso altruista, el efecto social es el mismo: se produce una recesión temporal del mercado, que puede tener un efecto irreversible para los más vulnerables. De hecho, desempeñar gratuitamente la actividad que a otros les permite vivir con dignidad, o regalar lo mismo que otros venden es, para éstos, una violencia que genera miseria. Por supuesto, toda esa ayuda no es gratuita, sino que tiene un costo social importante. En el incendio de Valparaíso, el efecto del llamado a la solidaridad a una población previamente concientizada, por decirlo de algún modo, fue que gran parte de los víveres, medicamentos y ropa regalados haya ido a parar a los botaderos, y que los voluntarios -a quienes, además, había que alojar y alimentarse estorbaran unos a otros en los senderos de las quebradas. Todo eso, sin contar el trabajo o estudios que tuvieron que dejar de lado. En teoría, al menos, si en una catástrofe, los que desean colaborar, en lugar de bienes específicos, dieran dinero a los damnificados, el efecto sería el inverso: la actividad económica experimentaría un repunte pues los proveedores verían incrementada su demanda y contratarían más personal. Pero tal vez, esa ayuda no rendiría los efectos esperados, ya que parte de los receptores, la emplearían en otras cosas como, por ejemplo, saldar sus cuentas con los siempre atentos acreedores. En todo caso, si en lugar de solicitar voluntarios gratuitos e inexpertos, el estado contratara albañiles, ingenieros, conductores, colchoneros, cocineros, etc., pagándole a cada uno lo que corresponde, el efecto sería positivo. Creo, por último, que también lo sería si al menos – previa selección- a los actuales voluntarios o a los damnificados que quieran reconstruir sus propias casas, se les remunerara su trabajo. Además, en todos esos casos, la calidad sería mejor, o al menos se podría controlar. Ya que un objetivo de los impuestos que pagan los ciudadanos, es mantener un fondo de catástrofes, si se recurriera a él siguiendo un plan preconcebido de emergencia, la solicitud de donantes y colaboradores voluntarios, difícilmente se justificaría. Pero en Chile es costumbre tener en cada casa una bodega -o pieza de guardar- saturada de cosas inútiles para sus dueños, húmeda en invierno y llena de polvo en verano, en la que pululan los ratones y acechan las arañas de rincón, así que desastres como el de Valparaíso -además de demostrar solidaridad- sirven para limpiar conciencias y bodegas. La solidaridad, aunque muy bien intencionada, puede convertirse también en un arma de la codicia. Reconociendo el aporte social de la Teletón, es injusto juzgarla sólo desde su lado bueno, sin mencionar a los médicos y paramédicos especialistas en minusválidos, que quedaron sin trabajo por su causa. Además, ¿cuántos le donaron dinero sólo para mejorar su imagen o legitimar sus negocios y prácticas deshonestas? Sin ir más lejos, ¿cuántas donaciones hizo La Polar mientras secretamente saqueaba a sus clientes? Según Wikipedia “Responsabilidad social empresarial (RSE) es una forma de gestión que se define por la relación ética de la empresa con los accionistas, y por el establecimiento de metas empresariales compatibles con el desarrollo sostenible de la sociedad; preservando recursos ambientales y culturales para las generaciones futuras, respetando la diversidad y promoviendo la reducción de las desigualdades sociales”. La definición no corresponde exactamente a lo que yo entiendo por RSE. Puedo estar equivocado pero mi idea se podría explicar con la siguiente parábola. Cuando un pobre le pide algo para comer, la actitud caritativa es regalarle comida, por ejemplo, un jurel frito. Aunque la Caridad, es una virtud teologal mucho más amplia, lo anterior es lo que la mayoría entiende por ella. En todo caso, la acción, tal como está señalada, sólo conduce a mantener el statu quo: mañana el hombre se aparecerá a pedirle más comida. Una manera práctica de librarse de él -en vez de regalarle el jurel- es enseñarle a pescar. Claro que tendrá que regalarle también un bote y una caña, lo cual sube los costos. Pero hay otra opción: pasarle el bote y la caña, comprometiéndolo a que le dé el 20% de los jureles que saque. Si él acepta, Ud. instala una pescadería y con la plata que gana, contrata instructores de pesca y compra más botes y cañas. Luego le ofrece el mismo trato a todos los que llegan a pedirle comida. La pescadería crece y es probable que Ud. también gane. La empresa es viable mientras no estén en peligro los jureles como especie, y pescar con caña, está muy lejos de constituir tal peligro. En un sentido figurado, lo que se hace nuestro país es proveer a los pobres de pescado frito gratis, capturado y cocinado por voluntarios ad honorem de las instituciones filantrópicas. El gas y el aceite se compran con fondos recogidos mediante colectas públicas. El mar, en tanto, se entrega a empresas que -mediante una técnica llamada “de arrastre”- capturan el grueso de los jureles, los muelen y secan para que sirvan de alimento para pollos, y éstos se venden al público - incluidos pobres y ex pescadores artesanales - a un precio por proteína, 10 veces mayor que el de los jureles. Un problema, claro, es que éstos se van a acabar pronto. Es sólo una parábola. Pero creo que se entiende lo que pretendo decir. No me convence la solidaridad masiva y al bulto, que aflora sólo en los desastres, y a la que se aferran las conciencias intranquilas, básicamente, porque no forma parte del natural humano, sino que es inculcada y -como tal- propensa a una temprana deserción. Creo que la verdadera, es una disposición -permanente, y capaz de superar decepciones- a entregarse uno mismo, al semejante cercano que lo necesite. Mayo de 2014 15 EL RENUNCIO CATÓLICO Desde la atracción natural hacia los niños –que en las personas normales tiene una componente sexual muy amortiguadahasta la pederastia, hay un largo gradiente. Existen personas, en las que dicha componente es algo mayor pero la controlan sin ningún esfuerzo. También existen los que para contenerla recurren inconscientemente a la cultura, y los que, además de eso, deben extremar su voluntad para hacerle frente. Para algunos, la lucha consigo mismos, llega a un extremo que los induce a consultar especialistas. La sociedad no tiene derecho a juzgar a ninguno de ellos ya que los pensamientos, las emociones y los impulsos que no se transforman en acción son un territorio exclusivo de quienes los elaboran o experimentan. De otro modo, la vida sería una maldición. De hecho, cuando la homosexualidad, otra supuesta aberración, era condenada, el término se refería, no a aquéllos que la reprimían, sino a los que la practicaban. Pues bien, a los que -para no abusar de los niños- confiesan su tendencia como un problema, o buscan ayuda médica, la ciencia les ha puesto un nombre: pedófilos. El problema es que por degradación del lenguaje, el término se ha convertido en sinónimo de pederasta, es decir de aquéllos que abusan físicamente de aquéllos. Entre éstos, algunos aún luchan y sólo incurren en el aberrante delito cuando les resulta imposible contenerlo. Los hay que no ofrecen resistencia al impulso y lo liberan cuando se les presenta la ocasión. Están los que han convertido a la pederastia en práctica normal y no sólo aprovechan oportunidades, sino que buscan sus objetos de placer, y –por últimolos que montan organizaciones cuyo objetivo -encubierto o no- es asegurarse la satisfacción. Pero no sé si –fuera de la lealtad hacia los demás y hacia uno mismo- habrá algún principio ético que no esté en permanente revisión. Los demás, incluida la demonización y el rechazo a la pedofilia, evolucionan. Tal vez, una criatura inocente que sea víctima de la pederastia no quedaría tan traumada si no fuese porque la sociedad de los mayores, le ha trasmitido que las actitudes sexuales “contra natura” como la sodomía, el lesbianismo, la masturbación o el incesto, son pecaminosas y vergonzantes. Durante siglos prevaleció el dogma de que la homosexualidad era un pecado mortal. Muchos crecieron con esa convicción y sólo cuando llegaron a la pubertad se dieron cuenta de que se sentían atraídos por los de su mismo sexo. Vaya dilema. O bien ¡vaya agonía!, ¿Dónde encontrar refugio? Conjeturo que tenían 3 opciones principales: la muerte, vivir odiándose o practicando clandestinamente la promiscuidad de su acosado submundo, o entrar a la Iglesia Católica, cuyos miembros se consagran a Cristo para la otra vida, mientras en ésta –cobijados en el grupo- consiguen bajarle drásticamente el perfil a esa -para ellos- inadmisible contradicción entre cuerpo y espíritu. La Iglesia Católica, como todas las organizaciones, necesita asegurar su subsistencia y en tal propósito, la homosexualidad juega un rol esencial. Para mantener un flujo suficiente de almas es necesario condenarla puertas afuera y aceptarla puertas adentro. En cuanto a la pederastia, hace poco que dejó de ser un secreto a voces, para convertirse en una práctica diabólica. Antes, ser tocado por la mano de Dios o de sus representantes en la Tierra, se consideraba una bendición, y hasta los más suspicaces relegaban sus aprensiones a un lugar de la mente, donde “no molestaran”, alentados por una comunidad de creyentes que hacía lo mismo. Sin duda que hay curas que desprecian el púrpura y los lujos, prefieren el terreno al púlpito y hasta cuestionan esa caridad hurtadiana de dar hasta que duela, sin esperar nada a cambio. El padre Felipe Berríos, por ejemplo, sabe que la caridad no es dar sino darse, y dedica su vida a liderar y organizar comunidades, es decir, a crear la única herramienta capaz de devolverles la dignidad. Para ello le sobra una cualidad que a los demás nos falta: la humildad. Pero gran parte de los restantes han sido desde siempre pedófilos, y un tercio de estos, pederastas. Claro que eso –por sí sólo- no significa que la Iglesia sea algo detestable, ni reside en eso su renuncio, sino en su hipocresía, en su doble estándar, en predicar algo y practicar lo contrario, y en el encubrimiento, si ponerse duro amenaza su imagen de santidad. Octubre 2013 16 RELIGIONES No pretendo tomar partido por una corriente de pensamiento, sino cuestionar un debate al que le falta definir nada menos que el objeto de la discusión. Que aquél continúe sin necesidad de aclarar ese punto, sólo se explica porque la palabra Dios es demasiado inmensa, demasiado trascendental, como para que la conmuevan las incongruencias terrenas. Curiosamente –aunque las guerras religiosas han abundado en la historia- nunca han sido consecuencia del abismo conceptual entre los litigantes, sino todo lo contrario: su cercanía. Los súbditos de Alá y Jehová han tratado de exterminarse mutuamente desde siempre, lo mismo que sunitas y chiítas o católicos y ortodoxos, mientras ateos y creyentes no se maldicen ni desenvainan sables: se lanzan ironías y se miran con cierta curiosidad, como lo harían los habitantes de planetas lejanos. Tal vez están demasiado lejanos como para discutir. Tal vez saben íntimamente que poseen un espacio común o que evolucionan hacia él. Entre una religión y otra hay diferencias, como los mandamientos, los ritos, y las personalidades de sus mesías. También en el interior de cada una, hay parcelas horizontales que tienen el mismo dios y el mismo mesías, pero usan libros sagrados algo distintos y se niegan enfáticamente unas a otras y, del mismo modo, en un sentido vertical, en cada religión existen estratos horizontales con el mismo dios y el mismo libro, pero en cuya letra algunos creen y otros –sin desconocerlo- le dan a éstas diversos sentidos. Las religiones medio-orientales, sean la cristiana, la judía o la musulmana, consideran a Dios, un ser antropomorfo, misericordioso y omnipotente que creó al universo, que nos manda adorarlo, y según el grado con que nos hayamos atenido a las normas del libro correspondiente, nos envía por toda la eternidad al paraíso o al infierno. Si por ejemplo, a un grupo de católicos se les recuerda lo que describe la Biblia acerca de los castigos que impone Dios, algunos declaran que en efecto así es Dios, y otros morigeran su adhesión. Lo que pasa –dicen- es que la Biblia es metafórica y por lo tanto hay que interpretarla sagazmente para acceder a su sabiduría. Lo que existe es un ser supremo, esto es, “una inteligencia que habita en una dimensión que los católicos llamamos Cielo”. Así lo de la forma humana de Dios, es una parábola, y el infierno y los ángeles, alegorías. Hay otras interpretaciones que extienden ese oscuro lenguaje a la ética (me pregunto, si Dios quería que entendiéramos su palabra, ¿para qué tantas parábolas, abstracciones y misterios?), a los milagros, a las vírgenes y a los santos, estableciendo para cada uno, una especialidad, y para cada pecado una pena terrenal (por ejemplo, ahorcar al vecino si se lo sorprende trabajando un Sábado 17). Otros niegan al infierno por obsoleto, pero envían a todos los pecadores al purgatorio para que recapaciten, y también los hay que recogen las normas de conducta, pero no premian ni castigan. Son formas distintas de pensar y aunque deriven en resultados y conductas que a primera vista parecieran 17 Decir que tal párrafo es una parábola, parece la única forma de hacerla compatible con culturas que evolucionan velozmente. Hoy –como sabemos- ni el judaísmo ni el cristianismo aceptan que la gente haga justicia por mano propia. En ese sentido, al menos, el Islam es menos estricto. opuestos, todos son católicos, apostólicos y romanos. En su interior las diferencias respecto a la estrategia de Dios, en tanto no empiecen a llamarlo de otro modo, tampoco generarán conflictos. Algunos creen en algún ser supremo más compatible con la ciencia, que -de hecho- está detrás de ella y al que también llaman dios. Para algunos, tal ser no tiene características conocidas. Otros se reconocen incapaces de explicar nada que exceda nuestra limitada capacidad intelectual. Lo que no es explicable (“llámelo como quiera, incluso dios, si así le parece”), si llegara a dilucidarse, en el mejor de los casos será accesible para la mente matemática de unos cuantos genios. Están, por último, los ateos duros. Algunos creen en un dios llamado Átomo o en una partícula de éste. Otros niegan la existencia de dioses de ningún tipo y, por lo tanto –infiero- de todo lo que no se puede explicar por la ciencia. Creo que me sentiría más cómodo en el grupo de los que se declaran incapaces de resolver el enigma que en el de los que esperan que algún día la ciencia se los desvele. Pues bien, creer en Dios, no es un acto voluntario, pero no creer, nos hace -a ojos de los creyentes- dignos de compasión, como descubrí cuando quería enviar algunas tarjetas de navidad a mis amigos. -Estoy buscando tarjetas con motivos como paisajes o escenas familiares. No quiero santos, porque no creo en Dios, le dije a la joven que atendía, como quien le informa a un vendedor de zapatos, el número que calza. -Tengo sólo las que ve, respondió. Pero lo compadezco. Usted debe ser muy desgraciado. Fue una sorpresa. Siendo así, ¿qué consejo -además del suicidio y aceptar su compasión- pueden ofrecer a quienes no podemos creer? Algunos -es cierto- recomiendan “hacer las cosas sin fe (en su dios)”, pero eso contradice la esencia de una religión fundada en el dogma de que nada se logra sin aquélla. Aunque aceptara como cierto que al que cree en Dios, se le hace más sencillo soportar las penas de esta vida, no estoy de acuerdo en que los que no creen, estén impedidos de apañárselas. Es más, conozco a algunos que respetan la naturaleza, aman, son leales y hasta felices, aún rechazando las ideas de otra vida y de un ser todopoderoso. Siento que hay otros caminos para vivir. No tengo dios pero tampoco infierno. Tal vez la no creencia en ese prevenido ser, me permite desarrollar una defensa psicológica ante la inevitabilidad de la muerte, de la que los creyentes comunes carecen, pues el miedo inconsciente limita y retarda el desarrollo emocional. Así –según entiendo- le ocurre a un niño que le teme a un padre castigador, y de quien, sin embargo, seguirá seguramente los pasos. Uno que conozco, es tener una pasión que trascienda la existencia personal, y por la cual algunos -incluidos religiosos y santos- estarían dispuestos a entregar sus vidas, como el amor a los animales, a los niños, a los pobres o a los moribundos. Yo no la tengo, pero estoy muy cerca de quien sí, y en vez de miedo, transmite paz. Alicia, mi pareja, tiene en su casa catorce perros, todos salvados de las calles, y cada un es un motivo para seguir viva. Para alguien acostumbrado sólo a lo convencional, es inviable ese escenario. Dos o tres veces al año tiene que “hacer dormir” a alguno que ya no es capaz de habitar su propio cuerpo. Lo acaricia y se le humedecen los ojos mientras la ponzoña lo adormece llevándolo por hambres, peleas, regresos de su ama, y demás acontecimientos que gobernaron su breve existencia. Después, ella misma hace el hoyo en un sector del patio. La tristeza le dura algún tiempo, pero se le nota sólo por unas horas. Tras el dogma religioso, de que todo es creación de un ser divino que ha existido desde siempre, no caben más preguntas. Pero ¿por qué, entonces, existe una masa de seres que compatibilizan la religión y la ciencia? De hecho, las universidades católicas, judías y musulmanas poseen departamentos que estudian y comentan postulados y conclusiones científicas que la Biblia, el Torá y el Corán niegan de plano. ¿Es que el temor obliga a soslayar al absurdo? Si los que no creen en su libro sagrado, dejaran de llamarse creyentes, en la religión quedarían sólo aquéllos capaces de rehusar la medicina moderna y los avances tecnológicos, y -como algunas sectas que merecen todo mi respeto- se abstendrían de estudiar la evolución de las especies o la teoría de la relatividad y se recluirían a un territorio sin luz eléctrica, agua en cañerías, ni señal de cable, con coches tirados por caballos donde los deberes diarios –además de las devotas misas- serían arar, sembrar, cosechar y amarse los unos a los otros. Un sector seguiría en manos de un ente sin forma ni sentimientos conocidos, actitud que –en su efecto- se aproxima bastante al agnosticismo. Me parece que a los restantes, nunca les ha importado la fe, y siguen la corriente por costumbre o por estrategia terrenal. Aparte de no estar dispuestos a renunciar a la tecnología ni a la ciencia, al producirse la escisión, desaparecería el incentivo social para decirse creyentes. Hoy, no obstante, pretenden que asimilemos su temerario desafío a la lógica, y acatemos la moral y las limitaciones al pensamiento que imponen a través del Estado18. Si existiera un dios creador, me preguntaría qué lo creó a él. Y si no, nos debería hermanar el misterio de poseer una identidad en el fascinante escenario del universo. Aunque tengo la impresión de que la ciencia no va a develar el misterio de la vida, prefiero sorprenderme en aquella zona del pensamiento en que ya no es aplicable la lógica mundana, sino algo cuya esencia no alcanzo a 18 Por ejemplo la proscripción del aborto terapéutico, la homosexualidad, y el divorcio, entre muchísimas otras. entender. De hecho, los fenómenos físicos y evolutivos son lógicos, y la ciencia -tal como la vemos- no puede explicar el origen de la lógica. Creo que deberíamos estar sorprendidos de todo. No sabemos qué somos, hacia dónde vamos, ni porqué estamos aquí, pero sí podemos comunicarnos y empatizar unos con otros, en torno al misterio, en lugar de someternos a una solución de las religiones tradicionales. Tal vez, el momento en que el hombre más amó a sus semejantes, fue aquel breve lapso en que –a pesar de su incipiente inteligencia- aún no había inventado a Dios, y no tenía nada en qué apoyarse, excepto el prójimo. Por la ventana de la micro, sin embargo, veo pasar autos, fuentes de soda y bancos para financiar más autos y más fuentes de soda. En Chile, la investigación y la cultura científicas, prácticamente no existen. La gente -sin darse cuenta- está perdiendo la fe y no sabe aún con qué reemplazarla. Pero no he visto un lugar donde compartir mi sorpresa. Agosto 2014 17 EL ABORTO Antes, una aclaración semántica. La fecundación del óvulo no es el inicio de la vida -de hecho, el espermio y el óvulo estaban vivos antes de que ocurriera su unión-, sino de la identidad, pues se crea lo que -para la naturaleza- es algo irrepetible: el código genético. Antes de ella, el nacimiento de ese individuo era una probabilidad infinitesimal. Después, ya es un plan en ejecución. Lo que se discute es si ese plan constituye un mandato que todos debemos acatar y apoyar hasta el fin, como dicta la fe católica. Al respecto, hay, claramente, dos posiciones: La religiosa, que considera al óvulo fecundado, como un ser humano con todos sus derechos, por lo que su eliminación voluntaria sería un asesinato. A ella adhieren también, personas que no creen en Dios, pero crecieron en un ambiente que acepta la moral cristiana sin cuestionamientos, y La disidente, para la cual, el óvulo fecundado y el ser humano son dos cosas tan distintas como una semilla y un árbol a pleno follaje. Por alguna razón, al botar el árbol, experimentamos sensaciones que nos obligan a cavilar, lo cual muy rara vez ocurre en el caso de la semilla. Personalmente, adhiero a la segunda posición, al menos por 8 razones: 1. Lógica. Nuestra Lógica no se puede aplicar al misterio de la identidad. La pregunta “¿quién habría nacido si el espermio que me creó hubiese llegado tarde al óvulo?” no tiene sentido. Eso no ocurrió y, aunque la ciencia pudiera determinar con exactitud cuál iba a ser su código genético, no hay nadie odiándonos por haber ocupado su lugar o lamentándose por no haberse apurado un poco más. En otras palabras, no llevo el estigma de haber impedido que alguien distinto a mí naciera. Tampoco tiene sentido sorprenderse de la suerte (buena o mala) de haber nacido, aunque un segundo antes de la fecundación la probabilidad de que eso ocurriera era de una en millones, y una semana antes, tan pequeña que los ceros antes del primer dígito significativo podrían llenar varios cuadernos. Cualquiera que hubiese ocupado mi lugar, se podría sentir igual de maravillado. Pero tenemos que vivir acorde a nuestra lógica y nuestra inteligencia, ambas muy limitadas: un hecho es algo que ocurrió y los otros -los que no ocurrieron- no están acusándonos desde un limbo. Podemos emplear nuestras facultades en recorrer el camino que cause menos dolor o humillación a los que sufren. No me refiero, pues, a un grupo de células sin pensamientos, sentimientos ni pasado, incapaz de sentir miedo ni dolor, sino a la aterrada mujer que lo alberga. 2. La civilización Convengamos en que las acciones del hombre jamás han pretendido salvaguardar los designios –todos probabilísticos- de la naturaleza. Por el contrario, su razón de ser es pragmática a sus intereses, y -gústenos o no- de otra forma, nuestra civilización no existiría. ¿cómo podemos oponernos a lo que nos ha permitido estar vivos? No entiendo el sentido de detenerse ante un designio que sólo se suma a los miles que ya han sido violados, desde que la primera chispa de inteligencia apareció en nuestros ancestros primates- como es la determinación del genoma. Hemos hecho cosas que destruyen no sólo árboles, sino especies enteras y nos preparamos para seguirlo haciendo, ¿porqué, entonces, ese miedo frente a la posibilidad de una intervención perfectamente inocua en un sentido global, y sin la cual continuaríamos oprimiendo y tratando a la mitad de la población humana, como personas de segunda categoría? La respuesta está en el castigo que la religión inflige a los apóstatas. Frente a él, el pensamiento disidente propone que el derecho del óvulo fecundado, a convertirse en persona, es el que le otorga su madre cuando se compromete a cuidarlo para que así sea, afirmación que, en la época en que se escribió, sólo habría cosechado rechazo. No por el individuo que no va a nacer, sino por el impensable de entregar un derecho tan trascendental a la mujer. La pregunta es ¿Cuántas leyes abortivas habrían sido promulgadas sin objeciones, si los preñados fuesen los hombres y no ellas? 3. La mujer y el hombre tiene iguales derechos. Muchas mujeres y agrupaciones femeninas están cansadas de su rol de reproductoras exclusivas 19. Han echado al mundo, criado y socializado a siete mil millones de seres. Quieren ahora, que se las reconozca -como individuos- esto es, con el derecho de decidir ellas mismas lo que hacer con su cuerpo. Y en Chile, al menos, lo están haciendo: a pesar de las leyes que lo proscriben, ocurren al menos 30.000 abortos cada año. Pienso que concederle a la mujer un lapso 19 Es obvio que sólo algunas adhieren a esa idea. Las mujeres -subyugadas por el hombre durante milenios- aceptan su condición como lo haría cualquier ser en ese escenario. para contraer o no dicho compromiso es lo más acorde a nuestra era y menos injusto para ellas. Esto sería, al menos, transar con la realidad. 4. Leyes hipócritas. Se insiste en gobernar mediante leyes que no se fiscalizan, y dejan el problema en un punto de la zona gris, donde -por una parteel supuesto crimen no se sanciona ni persigue, y por otra, se hace la vista gorda a la proliferación de clínicas clandestinas carentes de recursos e higiene, lo cual es, por lo demás, el efecto típico de las leyes que sólo se dictan para tranquilizar la conciencia. Víctimas de la angustia ante la perspectiva de sostener a otro vástago, y carentes de todo apoyo sistémico, las mujeres de bajos ingresos acuden a ellas, pues ante la ética oficial, les son más comprensivas y acogedoras que las legalmente establecidas, mientras las que poseen recursos, toman un avión y abortan en una clínica de lujo de cualquier país extranjero. Lo anterior hace que negar a las mujeres el derecho a decidir sobre su cuerpo, sea, de todos los dogmas que propician nuestra abrumadora desigualdad social, el más infamante. 5. Libertad de Culto. Nuestra Constitución consagra que cada religión puede tener sus propias convicciones morales, pero no pueden imponerlas a nadie. El más grave castigo que pueden aplicar a sus fieles, si no las acatan, es la expulsión. No tengo objeciones a que los católicos se prohíban el aborto a sí mismos. Un prisma esencialmente laico lo haría parecer una curiosidad como la circuncisión, o un rito inhumano, como la ablación genital a la que algunas sectas musulmanas someten a sus mujeres. Pero el Catolicismo, no sólo suscribe el discutido principio, sino que lo impone a través del Estado -supuesto garante de la libertad religiosa o laica- a todos los habitantes del territorio. 6.- Argumentos falaces Los que se oponen a legislar sobre el aborto suelen esgrimir razones contrarias a lo que ellos mismos defienden, haciéndolas pasar por argumentos a su favor. Para ello, ponen –indirectamente- en boca de sus adversarios, intenciones y argumentos que éstos nunca han suscrito, basándose en que, a la entrada del inconsciente de sus auditores, la razón ha dispuesto muy pocos filtros. Las mujeres que deciden parir y criar a un hijo, a pesar de haberlo concebido por una violación, pueden ser ejemplos heroicos del respeto a la vida humana y del instinto de madre, pero al esgrimirlo como argumento en contra de la legalización del aborto, invitan a inferir que los partidarios de ésta se oponen a dicho opción. Al publicar una entrevista en que una mujer –engendrada por violación y actualmente profesora de danzasostiene que “ella debería estar muerta”, transmiten al inconsciente de sus desprevenidos auditores, la idea de que si el aborto fuese legal, esa sería su actual situación. La entrevistada no declara derechamente que -de haber podido- su madre la habría abortado, pues en el contexto del relato, esa afirmación se caería por su propio peso. Tal estilo de argumentación es semejante a la del fiscal que -para convencer al juez de la culpabilidad de un acusado- se centra en relatar lo horroroso del crimen en lugar de presentar pruebas. 7.- El instinto maternal La defensa natural de un embrión en desarrollo no es tarea de la justicia humana sino del instinto maternal que poseen las hembras de todas las especies superiores, y su derecho a convertirse en individuo, es el que la madre le otorga al acatar ese mandato. Si éste no existiera, tal vez se justificaría la prohibición del aborto, como única manera de posibilitar la supervivencia de la especie, pero el hecho de que sí exista no puede esgrimirse como argumento en favor de tal prohibición, sino al contrario. En nuestra civilización, todos los instintos compiten con factores racionales, lo cual es parte esencial de la condición humana, y tratándose de la disyuntiva entre echar o no un hijo al mundo, esos factores pueden ser -entre muchos otros- la imposibilidad de alimentarlo o educarlo, las opciones que la misma sociedad le cierra, incluida la de desarrollarse como persona, o emocionales, como el miedo a odiar al hijo de quien la ultrajó, o de revivir todos los días ese trauma. 8.- Motivos Los mal llamados “abortistas” no somos partidarios de que haya más abortos. Al contrario, lo somos, de que se les dé a las mujeres motivos reales -y no sólo dogmas religiosos- para no abortar. Lo que defendemos es su derecho a decidir sobre algo que les atañe sólo a ellas. Si la sociedad no quiere que aborten, debería proveer un nivel de vida aceptable a todas las madres, abrirles opciones de desarrollo independientes del estrato social, terminar con la segregación por género, la estigmatización de las menos agraciadas, la cosificación y la explotación sexual, y asumir –como hace José María Vargas Vila en sus Reflexiones sobre la Crianza- que dicha tarea es la más trascendental de cada especie. Se sabe que para que las personas hagan algo que se considera necesario, las ordenanzas y las leyes son un mal sustituto de la motivación o de neutralizar lo que las desmotiva. Es más, si eso se lograra, las leyes y ordenanzas serían innecesarias. Pero la sociedad, en cien mil años no lo ha hecho y –debido al incesante crecimiento de la complejidad de la vida- es obvio que hoy menos que nunca lo hará. Les cierra –en cambio- la única vía de escape, mediante una ley que prohíbe y desampara, con la absurda pretensión de forzarlas a comportarse como seres irracionales. Enero de 2015 18 LENGUAS MESTIZAS El mismo orgullo que sintió Omar Gadaffi al augurar el predominio de los musulmanes sobre los cristianos -ya que, gracias a su fertilidad, el Islam se apoderaría de Europa sin derramar una gota de la sangre de sus fieles-, lo sienten los españoles por la preeminencia del castellano sobre el inglés en cuanto a cantidad de hablantes. Un regalo que les cayó del cielo y que –obviamente- no se debe a los méritos de aquél, ni a la cantidad de científicos o literatos que lo emplean como primera lengua, sino, simplemente, a que los hispanoparlantes procreamos más hijos que los angloparlantes. La estrategia de la RAE20 para consolidar ese predominio, consiste en cerrar las puertas al spanglish y a la incorporación de palabras extranjeras a las conversaciones y a los escritos en español. Así, en lugar de “clikear” deberíamos “oprimir la tecla izquierda del ratón” y en vez de “hardware” deberíamos decir “ferretería”. 20 Real Academia Española de la Lengua Yo no creo que las palabras extranjeras atenten contra un idioma, sino lo contrario, esto es, que lo enriquecen. Particularmente, tratar de castellanizar la jerga técnica creada por los anglosajones, me suena como una insinuación de que también participamos en esos inventos. Pero más azoramiento me causan las películas dobladas del inglés al castellano, donde forzamos a los actores a decir “español” para referirse al idioma que están hablando. ¿Cómo se las arreglarán cuando en el film aparezca un profesor de gramática inglesa dictando una clase magistral? El inglés, por tener palabras cortas, obliga a pensar rápido, lo que incide en múltiples aspectos de su cultura. Se adapta en forma pragmática a las circunstancias. En los textos técnicos -por ejemplo se suelen encontrar términos como sort, prompt, zoom, click, etcétera, en general sustantivos onomatopéyicos y formas verbales que derivan de sustantivos u onomatopeyas, y que no siempre aparecen en el diccionario. Gracias a la flexibilidad de sus reglas, en inglés el término nace junto con el concepto, se acepta de inmediato y tiene un grado de precisión inalcanzable por nuestro etimológico español, que arrastra el peso de su rigidez normativa. Por otra parte, los idiomas han sido siempre dinámicos. El español, el francés y el inglés llegaron a ser idiomas, en parte, como resultado de las formas que fueron adoptando los vocablos latinos en las distintas regiones. Tal como hoy a los latinoamericanos, los estadounidenses nos producen sentimientos encontrados, los habitantes locales admiraban y denostaban a los romanos, pero –tal vez para simular cultura ante sus coterráneos- trataban de hilvanar frases en latín, que –supongo- les deben haber salido atarzanadas. Tal vez, igual que en nuestros días, ese esnobismo fue parodiado por los que sí lo hablaban, pero se fueron quedando y -tras una larga evolución que incluye, seguramente, un sostenido esfuerzo por capturar la estructura idiomática del latín- dieron origen a las lenguas romances. No faltan quienes defienden la pureza netamente formal del español. Un columnista, por ejemplo, sostiene que es un error escribir las iniciales mayúsculas sin acento, pues la RAE no lo ha establecido así, aunque no creo que a ésta le preocupe demasiado el tema. La RAE dice normar el significado de las palabras pero incorpora a su diccionario aquéllas expresiones o acepciones que el uso acredite, lo cual es –desde ya- un contrasentido: si el criterio para aceptar como legítimo a un vocablo es cuán generalizado sea su uso, entonces las normas las establece el pueblo y no la academia. La lógica me dice que salvo cuando se distorsiona un significado, es falso que no hablar o escribir acorde a lo que dicta la RAE o cualquier otra entidad suprema, constituya un error. Si fuera así, no existiría ninguna lengua de las actuales. Lo que la gente habla y escribe no es lo que dicta la RAE, sino más bien al revés, y al recoger expresiones de hecho, la propia academia reconoce que en este tema no rige la ley ni la etimología, sino la práctica. En otras palabras, si las personas hablan y escriben como lo hacen, y los demás les entienden, significa que se puede hacer. Por lo mismo, no podría restringirse la potestad de cualquier ciudadano, de inventar palabras, o modificar su pronunciación o su ortografía y escribirlas tal como las pronunciamos, por ejemplo, “pallá” en vez de “para allá” y “cuaenno” por “cuaderno”. De hecho el que manda es el idioma hablado, no el escrito. ¿Qué avala, entonces, el Diccionario de la RAE? Durante miles de años el lenguaje escrito se ha utilizado para enviar mensajes, de los que no siempre se espera respuesta. Un libro, por ejemplo, es un mensaje al futuro, cuyos lectores, tal vez, no habían nacido cuando fue escrito, y cuyo remitente, al momento de la recepción, ya no existe. La actividad de escribir admite múltiples interrupciones temporales que pueden incluso demorar años, además de lapsos vacíos, reordenamientos y reescrituras para llegar, finalmente, a un producto duro, destinado a permanecer en el tiempo y -generalmente- sin sufrir nuevas modificaciones. En él, todo, incluidas las emociones, está expresado en el lenguaje de las palabras escritas. Las ideas que se escriben, pueden provenir de alguna reflexión anterior, o ser producto del permanente diálogo entre el escritor y su texto. Estimo que la proporción entre unas y otras es, más o menos, de 1 a 8. La conversación, por su parte, es una colaboración presencial, también basada en el intercambio de emociones e ideas. Pero en ella, las primeras pueden traducirse a palabras o comunicarse mediante ademanes, gestos faciales o corporales, y tonos de voz, que no están necesariamente gobernados por la voluntad ni la razón. Unas y otras pueden ser preconcebidas o consecuenciales al intercambio entre los partícipes, y la mayor cohesión entre éstos, se alcanza al proponer las que recién ingresan al borrador de la mente, es decir, al pensar en voz alta, pues en ese momento el hablante tiene parecida afinidad con sus interlocutores y con sus pensamientos incipientes, y está abierto a escuchar, perfeccionar, corregir y desechar. Siendo, esencialmente, un intercambio activo y con escasas pausas, la conversación requiere de una cierta continuidad. Comparados con los de la escritura, los tiempos de respuesta son exiguos, y las elaboraciones, más superficiales. La horizontalidad -o cantidad de ideas- es mayor en una reunión de diez personas, donde hay muchas ideas tratadas superficialmente, y donde es frecuente la disputa por la palabra, que en un diálogo, donde hay menos conceptos pero mayor profundidad. Así, en una discusión -esto es, una conversación en que los participantes esperan llegar a una conclusión común- la cantidad óptima depende de la dificultad del tema y de la etapa en que se halla. La inicial, puede ser una tormenta de ideas o “brainstorming”, y funciona mejor con muchas personas, pero la de definición se logra mejor con pocas. A veces, no obstante, se supone erróneamente, que 30 horas/hombre dan lo mismo si son el producto de 3 horas por diez hombres o el de 15 horas por dos hombres. Para conversar, la herramienta tradicional ha sido desde siempre el método presencial y –desde hace menos de un siglo- por teléfono, pero -con el advenimiento de las comunicaciones vía webha tomado cuerpo la conversación tipo escritura-lectura, que combina defectos y virtudes de la tradicional carta y el mensaje oral, y en la que ha surgido en forma casi espontánea, un lenguaje más eficiente -que algunos llaman “Twiter"- que reduce los vocablos largos a sólo unos 3 símbolos, por ejemplo, “nos” por “nosotros”, “K” por “que”, “to2” por “todos” o “llmm” por llámame. El Twiter ha incorporado los emoticones o dibujos faciales que llenan -aunque modestamente- un vacío. Antes, la escritura, con excepción de las antiguas historietas y los actuales comics, parecía ser territorio exclusivo de la racionalidad. Ahora, emoticones como , y xD, permiten enviar, mediante el teclado, una sonrisa, una pena o un guiño de complicidad, e incluso, que dicha emoción presida el mensaje, si se le agranda el tamaño y se inserta lo en el sitio adecuado21: Hay profesores y hombres de letras, que resisten esa drástica transformación visual de las palabras porque los alumnos de colegio trasladan al papel las pronunciaciones orales, como es el caso de “to2” o “5mentarios” y usan abreviaciones incomprensibles para quien no está habituado, como “tb” por “también” y “k” por “que” 22. 21 Todos los emoticones tienen un trasfondo alegre y es probable que quien esté desesperado por una tragedia se abstenga de usarlos. El emoticón implica transitoriedad y capacidad de reírse de sí mismo. No se puede, con estas figuras, trasmitir desesperación, y creo que eso es bueno. 22 El filólogo argentino José Luis Moure, deplora el hecho de que se pase por alto todo elemento de corrección gramatical y ortográfica, como acentos y mayúsculas, tan sólo Es claro que las abreviaciones sólo sirven si se sabe de cuál palabra completa provienen, y ello limita los conceptos a sólo los más frecuentes. Si alguien por ejemplo, para referirse al sufrimiento, usa la abreviación “sfto”, los que saben algo de química tal vez entiendan “sulfato”, con la consecuente perplejidad. No creo, sin embargo, que la degradación del pensamiento provenga de esa brutal poda de letras, sino de la degradación del lenguaje por esnobismo o siutiquez, o por vulgarización. . El objetivo de la siutiquería verbal es obtener superioridad y liderazgo sobre quien esté escuchando, y consiste en reemplazar unos términos por otros –que no siempre vienen al caso- a fin de obligarlo a un esfuerzo mental y al razonamiento inconsciente: “a mí me costó y a él no”. Las nuevas acepciones de vocablos antiguos, se expanden como regueros de pólvora, son adoptadas por los medios y -una vez generalizado su uso-, oficializadas por la RAE. A veces pierden sus acepciones originales, y con ello desaparecen conceptos del lenguaje, e ideas de las mentes. Tal es el caso de “metodología”, hoy “conjunto de métodos” y no “estudio de los métodos”, que fue como partió con Descartes. O bien confunden al lector, como el término “cancelar”, que antes era “anular” pero ahora se usa como eufemismo de “pagar”. Ahora, si a un alumno le cancelan la matrícula, ¿es que se la pagan o que lo echan de la escuela? Cuando un médico usa su jerga profesional, establece, un filtro sobre las recomendaciones que le pudieran llegar al paciente desde fuentes “no médicas”, lo cual es -en principio- positivo para su salud. Se produce un problema, claro, si alguien se aprende dicha jerga y la emplea para hacerse pasar por facultativo, por lo que, para prevenir una eventual falsificación, si un término perteneciente a una jerga profesional, se generaliza, es rápidamente dado de baja en la propia jerga. Pero antes de que eso ocurra, los giros técnicos porque molestan y demoran. A mí me cuesta imaginar razones más contundentes que esas. pueden operar como poderosos placebos. Algunos enfermos, de hecho, sanan al sólo conocer su diagnóstico. - Me duele la cabeza - Te he estado observando, y creo que tienes una cefalea psicogénica En algunos casos, los efectos benéficos se notarán tras el lapso que requiere el enfermo para asumir el rol de paciente. Los que lo emplean, saben que si el dictamen es pronunciado sin denotar emoción y mirándolo a los ojos, el efecto será mayor. En realidad, para darse importancia no es imprescindible recurrir a términos técnicos. Si alguien pretende que su opinión pese entre personas comunes, debe reemplazar las palabras comunes por otras, que pueden también serlo, siempre que la acepción que le está atribuyendo les sea desconocida a los oyentes. Al despedirse de los pasajeros, en lugar de “recojan sus cosas”, el sobrecargo del avión dice “recojan sus efectos personales”, cuya sinonimia con la primera, no es fácil de detectar. Quien hoy lo escucha, ya sabe lo que es, pero los que lo oyeron por primera vez, tuvieron que esforzarse, aplaudirse a sí mismos por haberlo logrado, y luego al hablante, para que los demás se enteraran de su cultura. La palabra “consecutivo” a todas luces significaba “a consecuencia de” y no, “seguido” o “a continuación de”, hasta que alguien, tal vez al encontrar que, en esas expresiones, la idea de secuencia era demasiado obvia, puso en su lugar a “consecutivo” , conquistando la admiración de sus seguidores. Pero si un equipo obtiene dos empates, uno tras otro, es temerario afirmar, sin tener pruebas que lo demuestren, que el segundo haya sido consecuencia del primero y no de la simple casualidad. Ahora –incluso para la RAE“consecutivo” y “seguido” significan lo mismo 23. 23 Curiosamente no ocurre eso con secuencia y consecuencia. Para expresar consecuencia he usado el término “consecuencial”, que no sé si existe, con la ilusoria esperanza de que se generalice y la RAE lo valide. Si tal cosa llega a ocurrir, pueda ser que se mantenga, al menos por un par de décadas. La vulgarización, por su parte, es el uso de palabras genéricas como “cuestión” o “asunto” (y otras mucho más vulgares), que no tienen una idea asociada, y pueden referirse a cualquier cosa, como un resfrío, un cheque protestado o un fósil del precámbrico. Obviamente si todo se expresara con vocablos genéricos, nuestro intelecto disminuiría por la cantidad de conceptos a los que no les quedaría otra que desaparecer. El lenguaje soez se compone de garabatos, esto es, alusiones verbales a cosas que no se deberían nombrar, pues evocan verdades repugnantes, inaceptadas, dolorosas o sacrílegas. Pero (¿quién lo podría negar?) su empleo relaja el cuerpo por la vía de traspasar el control mental al inconsciente, con grandes beneficios para la salud. Por algo, cada cultura tiene sus propios garabatos. De observar los que se utilizan en Chile, se concluye que no hay nada más grotesco que el aparato reproductor femenino, cualidad que lo hace óptimo para librar tensiones ante una amenaza, frustración, o dolor físico. Además, es versátil y tiene incontables derivados. No en vano se lo denomina “La Madre de Todos los Garabatos”. Se lo suele invocar como simple desahogo, o bien como injurioso misil, asociándolo a la anatomía de la progenitora del aludido, para recordarle de dónde proviene, y su efecto anímico es equivalente al de acertar un uppercout a la mandíbula de este. (Advertencia: dependiendo de su PFA24, puede ser aconsejable establecer antes, alguna distancia con él). El más común de sus derivados es el acto sexual, símbolo liberador por derecho propio. Sin importar su género, quien haya 24 Potencia Física Aparente participado en él como ente receptor, se hace acreedor a cierto estigma, equivalente a “fecundado(a)” o “penetrado(a)”, asunto, al parecer, indecoroso y -que de ser efectivo- se debería mantener celosamente oculto. No me queda claro cómo -a pesar del escarnio que implica- algunas embarazadas circulan tranquilamente por la vía pública, y no faltan, incluso, las que, con total impudicia, ¡van al parque con sus hijos! Claramente, participar en dicho acto como parte emisora (dominante), es decir, como “fecundador” o “penetrador”, no sólo no estigmatiza, sino que da prestigio, de modo que no se le asocia ningún improperio liberador. Respecto al aparato reproductor masculino, como se sabe, consta de dos piezas con connotaciones soeces distintas. La superior -dependiendo de sus dimensiones- es un icono nacional al que se rinde devota pleitesía mural, en imagen y texto, aunque también es objeto de humillación, si no alcanza cierto mínimo en centímetros, o si no reacciona al estímulo erótico o bucal. Cuando eso sucede, se la compara sarcásticamente con su equivalente en los gatos o con el asa de un paraguas. En cuanto al artefacto inferior o “pendular”, sus eventuales mayor tamaño y peso, no son motivo de orgullo, pero como tal condición es una característica nacional, se usa en modo aumentativo como apelativo corriente de hombres, mujeres y transexuales. Digamos que la garabatología es, en realidad, una ciencia muy amplia. Espero que este barniz le sirva a quien por ella se interese. Septiembre 2014 19 ESCUCHAR Y SINTETIZAR Pongámonos serios. Raramente los atributos de comunicación se han considerado importantes en la selección de personas que deben liderar grupos. De hecho, para elegir o promover a un Jefe de Departamento, se exige sólo experiencia en el uso de herramientas operacionales, con lo cual se favorece el primer principio de Peters (precursor de nuestro conocido Murphy), es decir que todo cargo tiende a ser ocupado por un empleado que no es idóneo para él. Dicho de otro modo, un empleado asciende en la escala jerárquica de su compañía hasta llegar al puesto donde menos rinde, y allí se queda pues no es capaz de hacer suficientes méritos. Por lo mismo, si bien los conocimientos técnicos son importantes, carecen de valor si no se cuenta con los primeros. Las siguientes son algunas de las competencias conductuales que se debería exigir a un jefe de Departamento. En la descripción de cada una se ha puesto en cursiva los atributos de comunicación. Actualización Continua de Conocimientos Es la capacidad de informarse a través de publicaciones, participación en foros y consultas a personas idóneas, acerca del estado actual del arte en su materia, y evaluar la conveniencia de recoger ejemplos, introducir avances para resolver problemas técnicos puntuales o mejorar los productos finales. Comunicación y Discusión de Objetivos Es la capacidad de transmitir al personal a su cargo, los objetivos a alcanzar y los métodos para lograrlos, escuchar e internalizar sugerencias u opiniones diversas u opuestas, y admitir, e incluso, buscar argumentos a favor de estas, para cotejarlos con los propios. Planificación Es la capacidad de elaborar, proponer y discutir planes realistas, incluyendo recursos técnicos, humanos, de infraestructura y de tiempo, y evaluar y dar a conocer los riesgos que dichos planes conllevan. Control Es la capacidad de elaborar y aplicar pruebas que verifiquen la calidad de los productos intermedios o finales y –eventualmenteproponer y discutir acciones remediales. Nichols y Stevens en “Listening to People” (Harvard Bussines Review, 1957) plantean que la mayoría de las personas, inmediatamente después de escuchar a alguien sólo recuerdan entre un 60 y un 50 por ciento de lo que dijo. Ello, independiente de lo cuidadoso que cree haber sido el auditor. Es más, la pérdida de información durante las ocho primeras horas es mayor que la que ocurre en los ocho meses siguientes. Sabemos, por otra parte, que no existe ninguna enseñanza formal relativa al arte de escuchar, excepto los consabidos consejosreprimendas como ¡Abre los oídos! o ¡Presta atención! Otras consideraciones de los autores son: -Que el nivel intelectual del auditor es importante, pero no determinante: muchas personas inteligentes no saben escuchar. -Que escuchar es una actividad distinta de leer. Si bien algunas habilidades se aplican a una y otra, saber leer no garantiza saber escuchar. -Que escuchar es una habilidad que se puede enseñar, no una vocación innata del individuo. Hablar es mucho más lento que pensar: en inglés se habla a aproximadamente 125 palabras por minuto (en español, según mi observación, a sólo 85) y se piensa a una velocidad 10 veces mayor. La persona que escucha, por lo tanto, se ve obligada a aplicar un sistema de interrupciones, como el de los computadores, entre las palabras que oye y sus propios pensamientos. Lamentablemente, no es fácil adaptar nuestros procesos mentales al ritmo del hablante, de modo que los malos escuchas (la gran mayoría de nosotros) formamos pensamientos tales como juicios de valor, ideas propias, conclusiones prematuras, búsqueda de intenciones como disculpas o amenazas, y otras. Los principales distractores del auditor común, son, pues, sus propias ideas, que pueden estar en concordancia o en desacuerdo con lo que se está diciendo, pero abren un sendero de elaboración que termina por aplacar lo que proviene del hablante. Cuando se retoma, el auditor ha quedado varias unidades (palabras) atrás 25. Agravan la incomunicación la tendencia a capturar hechos o descripciones detalladas en lugar de ideas, y los filtros emocionales, esto es, el rechazo o la empatía a ciertos temas que se están 25 Algo semejante ocurre cuando al leer por primera vez un informe cuyo contenido no conocemos, desviamos nuestra atención para marcar o corregir errores de tipeo. tratando. La primera desconoce que los hechos generalmente están puestos allí para reforzar, a través de ejemplos, las ideas de trasfondo, por lo que su exactitud no es un factor relevante. Así, no tiene sentido interrumpir el desarrollo de un tema, o apartarse de éste, con el exclusivo propósito de precisar un ejemplo, pero solemos hacerlo. En cuanto a los filtros emocionales, puede ser que la mera mención de una palabra, en determinadas circunstancias, cierre las puertas de la comunicación26. Los buenos auditores dedican la mayor parte de sus pensamientos a lo que están escuchando, a través de 4 actividades mentales: 1 Tratar de prever la meta. Ello implica ir por delante del discurso del hablante. 2 Sopesar la validez y completitud de las evidencias aportadas por el hablante. 3 Resumir mentalmente el contenido del discurso, y 4 Leer entre líneas expresiones no explícitas. Pero lo más importante: cuando escuchamos algo que entra en conflicto con nuestras convicciones, tendemos a buscar evidencias que favorezcan lo nuestro a fin de –llegado el momento- rebatir al interlocutor. Con lo cual la conversación se convierte en un debate, como el de los políticos en televisión 27. Por el contrario, lo que hace el buen auditor es buscar evidencias que refuercen los argumentos que escucha, aún cuando contradigan las convicciones propias. No hace gestos de desaprobación ni rebate lo que está escuchando. Sólo 26 Es posible que ocurra eso, por ejemplo, si en una reunión con el gerente de una empresa que tiene dificultades financieras, lo primero que mencione el contador sean las facturas por pagar. 27 Al menos ellos –los políticos- saben que los debates no son para llegar a acuerdo, sino más bien una manera ordenada de destruirse mutuamente y así ganar las simpatías del público, pero en la empresa o en cualquier grupo que persiga un objetivo común, esa modalidad no conduce a nada. interviene para pedir aclaraciones sobre las ideas expuestas. Ya tendrá ocasión de cotejar y afirmar o cambiar su opinión. No es difícil –a partir del análisis de Nichols y Stevens- inferir la otra cara de la moneda, esto es, el rol del nivel de síntesis de los comunicadores, sobre el desarrollo de un diálogo o una relación de grupo. Una síntesis es la versión abreviada de cierto texto del cual sólo se presenta la información más importante. Sintetizar consiste, pues, en eliminar de un relato o de una película, todo aquello que el espectador o el lector pueda inferir de lo ya dicho o mostrado, y –por lo tanto- no es necesario explicitarlo. Si el lector o auditor se ocupa de extraer desde su cerebro e incorporar a lo que está leyendo o escuchando aquello que le da sentido, entonces no desarrolla pensamientos que lo alejen de la exposición, es decir, se mantiene atento. El cine moderno, de hecho, basa su poder de entretención –entre otras cosas- en su capacidad de síntesis. Como ejemplo, la película Mar Adentro, que relata el caso de una pareja de turistas abandonada -por un error de conteo- en un océano infestado de tiburones, centrada casi exclusivamente en el drama de los protagonistas, dedica tres escenas a la operación de rescate. En la primera se ve a un tripulante descubrir en un rincón del yate -ya amarrado y vacío- las prendas de vestir de las víctimas. La segunda muestra la mano de un botones de hotel golpeando la puerta de una habitación, y la tercera, una cantidad de embarcaciones que se internan en el océano. En total, no más de un minuto, en el que los espectadores –inconscientemente- hilan ideas a gran velocidad. Otro ejemplo lo da el libro Historias de Amor de Totó Romero (escritora con gran poder de síntesis). Al relatar la de Pedro de Valdivia e Inés de Suárez, éstos sostienen en Lima el siguiente diálogo: Pedro de Valdivia: Me voy a conquistar Chile. Inés de Suárez: Voy contigo Pedro de Valdivia: Esta campaña no es para mujeres. Inés de Suárez: O voy contigo, o no vas a ninguna parte. En la siguiente escena ya se preparan a fundar Santiago. Así como en el cine, el hablante o el escritor que explica lo que sus auditores o lectores son capaces de deducir por sí solos, generalmente rompe la comunicación por aburrimiento. Una forma de evitar dicho efecto es exponer sólo hitos entre los que el escucha debe construir puentes mentales. En ese sentido, las escrituras públicas son ejemplos de la no-síntesis, y a algunos nos es difícil leer una completa. En ellas, sin embargo, el lenguaje explícito tiene su razón práctica de ser: habiendo compromisos y dinero de por medio, no pueden dejar espacio a interpretaciones que podrían -más adelante- ser aprovechadas por alguno de los suscritos o de sus descendientes. Pero esa condición, el arte, incluyendo al cine, la literatura, la poesía y la conversación, no tienen por qué cumplirla. En Chile subsisten comunicadores cotidianos, escritores y conversadores de los que a veces es imposible escapar, y que desprecian la capacidad de razonamiento de sus auditores. En París los conductores del metro, igual que en Santiago, se dan el trabajo de anunciar las estaciones. Pero entre los de una y otra ciudad hay dos diferencias: allá se anuncian todas, acá sólo algunas. Por otra parte, mientras los conductores franceses mencionan dos veces -y quedamente- sólo el nombre de la estación (dicen, por ejemplo “Republique” y luego de un segundo, nuevamente “Republique”) los de acá agregan bastante información. Dicen “Señores pasajeros, próxima parada, Estación Los Héroes, lugar de combinación a Línea dos”, luego “Deje bajar antes de abordar el tren” y por último -poco antes de que suene el timbre anunciando que se van a cerrar las puertas“Precaución, comienza el cierre de puertas”, la que suelen repetir varias veces. Me parece que si los parisinos se encontraran un día con esa cantinela se extrañarían muchísimo. Esa forma de instruir es la aceptada por nuestra cultura. ¿Existe una relación entre ella y el hecho de que a algunos empleados que acceden a un cargo con poder, lo más innovador que se le ocurre no sean estrategias, simplificaciones, formas de motivar u otras cosas útiles, sino sólo formularios y controles? Marzo 2009 20 VIOLENCIAS Galtung: “Estamos educados en una cultura de violencia, donde no se nos enseña, ni se nos permite ver alternativas a ésta. En las escuelas y los demás medios de transmisión y reproducción de la cultura, nos han enseñado la historia como una sucesión de guerras. Nos han inculcado que los conflictos se reprimen, que la autoridad paterna es incuestionable, que el macho tiene autoridad sobre la hembra”. Agregaría la violencia moral-religiosa que nos hace creer que el sexo es inmundo, y algo que dicta la actual cultura: que el dinero está por encima de la dignidad humana, la justicia y la preservación del planeta. Por ella, la mayoría ejerce -sin enterarse- la más común de las violencias: la de la desatención, el desamor y la sordera, que deja abandonados a seres con expectativas que se van apagando de a poco. Por ejemplo, a los inocentes que están en la cárcel, cuyo clamor, nos parece la confirmación de su culpa, ya que todos los presos dicen serlo; a las familias erradicadas por la construcción de una represa, de las cuales nadie se ocupó y que ni siquiera tuvieron el beneficio de la gradualidad, pues su entorno físico y humano desapareció bajo el agua, de pronto y para siempre; a las víctimas del canto de sirena de la sociedad de consumo, que al fin renuncian a deshipotecar sus vidas, y también a las mujeres cosificadas como artefactos sexuales o incubadoras humanas. El problema con las violencias culturales no es que las víctimas se rebelen, sino lo contrario: que se sienten merecedores de ella, y sólo despiertan cuando agitadores profesionales o curas disidentes los remecen, propiciando la –generalmente desbocada- violencia reactiva. A ésta las autoridades oponen el cliché “nada se logra con la violencia, excepto más violencia” (algunos agregan “para reclamar están los canales regulares”), pero los hechos sugieren que es la única forma de llamar la atención y vencer, al menos, al olvido. Entre los cultos (por ejemplo, pobladores que hacen barricadas en un camino, para protestar por la contaminación a que están sometidos), dicha violencia asocia una petición definida, pero en los incultos proviene de un sentimiento vago, que no pueden expresar en palabras. Se dice, al respecto, que las "justas" marchas estudiantiles han sido empañadas por el lumpen. Pero creo que no son lumpen, sino postergados carentes de autoestima, que en tiempos de paz trabajan en sus empleos y colaboran sumisamente con la sociedad. El lumpen es el sector al que la única puerta que se les abrió fue la de la delincuencia, y no recibieron ni siquiera la educación de nuestros mal educados escolares. Me parece que ellos están bastante conformes con las cosas, así como están. En todo caso, a la violencia -sea espontánea o catalizada por agitadores- que surge de las masas, la historia la suele reivindicar como una gesta heroica, y atribuir a una causa justa. La crueldad de Revolución Francesa que en su tiempo dejó atónito al resto del mundo, fue un desahogo de los ignorantes oprimidos contra la opulenta corte, y hoy se la reivindica por sus legados a la humanidad. Las dirigidas por el poder, en cambio, no tiene esa suerte: el intento americano de presentar a las bombas de Hiroshima y Nagasaki como necesarias para impedir la matanza de más soldados, sólo logró ahogar la vergüenza de un pueblo. El que mata para robar, desprecia la vida de su víctima frente al beneficio material, y lo mismo –aunque menos sofisticado- hace un animal para saciar su hambre. El que mata por celos o por venganza es la proyección del animal furioso, y el que lo hace por deporte, es el gato bien alimentado que atrapa y mata a un pájaro. Pero no hay animales que practiquen el sadismo, esto es, que destruyan a otro sin odio personal ni para comer, sino para solazarse en su agonía. Los sádicos son seres hipersensibles, que infligen pavor, dolor y humillación a una víctima por la cual no sienten animadversión, pero calculando que esta comenzará a crecer con el progreso del suplicio hasta convertirse en frenesí y luego en orgasmo. El sadismo es una bestia que despierta cuando el sufrimiento ajeno le toca por primera vez la cuerda del placer. Al que lo practica, se le hace realidad el sueño de un poder omnímodo, que lo excita y lo vuelve adicto. En la última estación están los que invocan el conservacionismo para justificar su adicción al dolor ajeno. Si se proscribiera la tauromaquia, dicen, se extinguiría también la raza de los toros de lidia. Pero crear y preservar una raza para proveerse de individuos a quienes torturar y destruir, es más diabólico que dejarla extinguirse. El sadismo es intrínseco al ser humano. Todos lo tienen y algunos lo dominan. No somos buenos o malos, sino buenos y malos al mismo tiempo. De hecho, la mayoría de los grandes héroes tienen un lado oscuro del cual poco se sabe, gracias, en parte, a sus propios cuidados. Se dice que la policía política de O’Higgins habría hecho parecer a la DINA de Pinochet como un centro de madres, tal vez algo estricto. Como dicen Cristián Guerrero y Ulises Cárcamo “Se relega al olvido una situación esencial: el héroe fue un ser humano y, como tal, estuvo expuesto a las pasiones, a los odios; tuvo virtudes y méritos, pero también pecados y deméritos. Como cualquier persona, los héroes también se enamoraban, sufrían, odiaban, defecaban y cometían errores”. Incluso -agregaría yo- se masturbaban, robaban de las arcas públicas, abusaban de los débiles, y algunos traicionaban a sus amigos para salvar sus propios pellejos. ¿En cuantos casos la historia le ha robado el nombre a un truhán para dárselo a un héroe tan perfecto como imaginario? A pesar de todo, quien impugne los avances en libertad, justicia y derechos no hace sino rendir tributo a la comprensible nostalgia de la infancia. Paradójicamente, es ese crisol de ambigüedad e hipocresía lo que le da al mundo la energía que necesita para avanzar. Tal vez no existe una lucha entre el bien y el mal sino que ambos son partes esenciales de un sistema que aceleradamente evoluciona. Hace sesenta, años los norteamericanos linchaban impunemente a los negros “por sospecha” y hacían junto a los cadáveres que colgaban de los árboles un picnic en el que participaban niños y abuelitas. En Chile, de 100 niños nacidos vivos, morían 7. La depredación del hombre hacia la naturaleza no generaba ningún cargo de conciencia, la tortura se practicaba abiertamente. ¿Tienen esos hábitos del pasado algún punto de comparación con lo que hoy nos escandaliza? Me pregunto qué ha hecho posible –dentro de ese panorama tan oscuro- que estemos considerando a los animales como nuestros hermanos y nos hayamos hechos sensibles a su dolor, y que hayamos llegado no sólo a comprender nuestro universo sino a intuir la existencia de once dimensiones que nos acercan a la esencia del saber. Dentro de este ecosistema que llamamos humanidad, no hay grupos a eliminar. Los hipócritas, por ejemplo, difunden los principios éticos y frente a ese hecho es secundario que ellos mismos no los respeten. Sin ellos no tendríamos normas de convivencia. Sin el mal no sería posible el heroísmo, y sin la hipocresía, no sería la honestidad una virtud. Enero 2010 21 LOS VIEJOS Estamos tan imbuidos del tiempo, que si imaginamos algo más allá de la muerte, es un mundo en que sigue imperando lo temporal. No concebimos lo atemporal, del mismo modo que los antiguos no concebían la ausencia de la gravedad. Pensamos en el futuro como algo que aún no existe y en el pasado, como algo que ya dejó de existir, y de lo cual queda sólo una huella, cuyo sabor indescriptible se extinguirá junto con los dueños de esos recuerdos. El presente es un proceso de cristalización, que va convirtiendo futuro aún incierto, en un pasado que nos parece inamovible. Pero el tiempo es un asunto más psicológico que físico. Uno podría estar consciente y -por alguna razón- inmóvil, contemplando una escena donde no ocurre cambio alguno y, de todas maneras, del interior de su cuerpo, percibiría ciertos eventos, como los latidos de su corazón, la respiración o el hambre. Incluso si todos esos mensajes estuviesen inhibidos por alguna droga, elaboraría pensamientos y emociones posibles de predecir y recordar. Hay, desde luego, características del tiempo psicológico, más difíciles de representar. El pasado, por ejemplo, es, para las personas comunes, conocido, familiar y limitado, y el futuro, desconocido y lejano. ¡Qué cerca nos parece “hace diez años”, y qué lejos, “dentro de diez”! Tal vez por esa sensación, seguimos presos de un ciclo primitivo y letal. No vemos en los viejos un espejo de nuestro futuro. Cuando nos toca serlo, sufrimos una metamorfosis como la de la pupa que se devora a sí misma antes de abandonar la crisálida y -sin nada que discutirle a la naturaleza- se hace cargo de su nueva esencia, olvidándose por completo de la anterior. Lo que nos aterroriza de la vejez es que cuando jóvenes despreciamos a los viejos. Los hicimos nuestros guías y confidentes en momentos de desorientación, fuimos amables con ellos, les cedimos los mejores asientos del living, les hablamos fuerte para que nos oyeran, y les sonreímos. Pero interiormente los veíamos como seres out, que se acostaban temprano, para encerrarse en si mismos, con vagos conocimientos de fútbol, pero sin interés por la sensualidad, la tecnología, el jolgorio colectivo ni las demás cosas que motivan al resto. Para qué hablar del sexo. Sólo querían ser reconocidos y moverse lo menos posible. Aún cuando todos somos niños, jóvenes, adultos y ancianos al mismo tiempo, el rótulo -para la mayoría de la gente- es peyorativo y casi excluyente. Quien lo ostenta, puede ser, también, introvertido, cínico, estúpido, deportista, astuto, cariñoso o poseer cualesquiera otros atributos humanos, pero todos en un distante segundo plano. Al envejecer, algunos están preparados y siguen la ruta que la tradición les hizo dar por sentada Van comprándose autos cada vez más grandes, ascienden en su carrera, se vuelven conservadores en sus costumbres, exigen la preferencia en las esquinas, acuden a los gimnasios, hacen paseos a Europa, y poseen casas con piscina que después -al irse los hijos- permutan por departamentos más centrales. Otros, para darse cuenta de que lo son, necesitan mirarse al espejo cada cierto tiempo, aunque la conciencia de sus años les dura poco. La señora Nancy, por ejemplo, que trabajó como contadora independiente hasta después de haber cumplido los 90, salía de su casa a las nueve de la mañana a ver a sus clientes, se desplazaba con su portafolio en micro, y aunque no siempre le ofrecían el asiento, eso no la incomodaba. Un día entró a un local de Sencillito a pagar una cuenta atrasada. Había cola, y cuando el funcionario de la ventanilla se percató de su presencia, dijo en voz alta: -Por favor, cedan su lugar a la señora de tercera edad que está al fondo. Todos se dieron vuelta, y la señora Nancy… también. Algunos requerimos protagonizar unos cuantos episodios de ese tipo. En mi caso, me subí a una micro llena, y un señor -que supuse de mi edad- encaró a un par de escolares que iban sentados: -¡Ustedes! ¡Cédanle el asiento al caballero! Y con un tono bastante más cordial. -Pase, caballero, pase, que aquí tiene asiento. El incidente fue tan sorpresivo que sólo atiné a levantar las cejas y apuntar el índice hacia mi cuello como preguntando ¿Yo?, mientras sentía converger hacia mí las miradas, Algún tiempo después fui con Alicia al cine, y al final de la fila de las entradas, la empleada me ofreció las de tercera edad. Afortunadamente, gracias al primer episodio, me había puesto en guardia, así que le pregunté tranquilamente si ya habían terminado los “agregados”. Me miró como si le hubiera hablado en gaélico, y un caballero que estaba detrás, con un gesto que oscilaba entre risa y sonrisa, me dijo en vos baja: -Ahora se llaman trailers. Igual que les sucede a los de cualquier edad, los viejos estamos aprendiendo a serlo. Para ello, tenemos que ir desenmascarando y -eventualmente- reemplazando creencias acerca de nosotros mismos, que ahora tienen poca base, como: - Que mañana sí tendremos la voluntad para hacer cierta tarea. - Que cierta actividad que alguna vez nos trajo satisfacción o placer, debería volver a traérnoslo28. - Que entenderemos rápidamente el manual de instrucciones de la cámara fotográfica digital que acabamos de adquirir. Lo cierto es que cada cual mantiene su propio set de falacias, pues los ejemplos anteriores sólo corresponden a mi caso. Lo que sí es general, es que hay que saber dónde le está empezando a apretar al zapato a uno. Hay algunos que se ponen intolerantes y no controlan sus enojos ni su tristeza, y otros a quienes los atormenta una culpa, casi siempre injustificada. Al envejecer, algunos siguen siendo lo que siempre han sido, mientras que otros, cambian drásticamente de ubicación. Seguir tal cual, es desconocer que somos dueños de sólo un ciclo vital. Tal vez deberíamos desprendernos de ese temor al futuro que sólo antes podía justificarse. Pero muchos, al sentir que si renunciaran a sus antiguas costumbres, no les quedaría nada que los ligue al mundo, se aferran a ellas y las exacerban. Si antes cuidaban la plata, ahora se vuelven avaros, si tenían miedo de ser asaltados, duplican sus medidas de seguridad y si desconfiaban de los desconocidos, ahora también rehúyen de sus relaciones. La mayoría se sumerge en ese mar de recuerdos que les copa casi todas las conversaciones, y cuyo sabor inefable -por lo íntimolos liga a un entorno ya acabado, como el de la leche Delicias que repartían casa por casa, en botellas de vidrio con tapas de cartón, 28 Una vez, conservé un melón hasta mediados de mayo, pero comerlo no me devolvió el verano recién pasado, ni ningún otro, sino un gusto extraño y frío con la llovizna pegada a las ventanas. de cuya cara interna lamíamos la crema y volvíamos a tapar despreciando toda norma de higiene, o la fruta de esos años, que no se exportaba como ahora. A ningún viejo le he escuchado decir algo como “gracias a la ingeniería genética, las manzanas de ahora son mucho más dulces y jugosas que las de cuando era niño”, salvo, claro, que sea dueño de alguna patente del rubro. Respecto de los que cambian, una parte de ellos sigue la corriente de su malestar. Los que -al ir parados en el bus- renegaban de los que iban sentados y -cuando se sentaban- reclamaban por los bultos de los que aun estaban de pie, son los mismos que de jóvenes despreciaban a los viejos y ahora, denuestan a los jóvenes. En todo caso, esa opción parece mejor que la de seguir despreciando a los viejos cuando ya se es uno de ellos. La otra parte, piensa que cada edad tiene un rol social, establecido por cierta ley divina: la época de ser socialistas es la juventud, y la madurez, la de defender el estatus. Yo pensé que mis amigos se librarían de esos dogmas, pero no ha sido así. Al enfrentar nuestro pasado, lo que observamos es una serie de escenarios, cada uno con un sabor indescriptible que alguna vez lo llenó todo, y ya no existe. Tal vez cada cambio fue un pequeño duelo. No lo sabemos con certeza, porque el tiempo va borrando selectivamente las penas, excepto las más agobiantes. Requiere un esfuerzo replicarlas, pero al hacerlo, tenemos a mano la reconfortante conciencia de que las superamos. Algunos, igual que los jóvenes, aun se emocionan con el paso del cometa Halley que ya no se verá sino hasta dentro de 200 años. Otros, somos más románticos, y nos ensoñamos con una época pasada y relativamente incierta, en que las cosas ocurrían de una manera menos cómoda. Para nosotros, cuando estábamos en Magallanes, una carta de Santiago demoraba muchos días, y viajar a la capital era una agitada travesía en el DC-3 de LAN, cuyo despegue no tenía fecha fija y, debido al mal tiempo o a fallas mecánicas, solía quedar varado por varios días en alguna de sus escalas. Una vez, por ejemplo, lo que falló fue el motor de partida y aún veo al piloto, gritando instrucciones a los pasajeros que tiraban de una cuerda atada a las aspas de una de las hélices, como si fuera un Fiat 600 en pana de batería. Cuando, finalmente, el avión despegó, nadie cuestionó la seguridad del procedimiento. Los románticos actuales no imaginan que más adelante, alguien se ensoñará de la misma forma, con el Sistema Operativo Android, la norma ISO-9000, el juego de playstation, en que se ganan puntos atropellando a peatones virtuales, o una hamburguesa de 185 gramos exactos. Esos –suponen- no serán nunca objetos románticos. Pero cada época asocia una más romántica, que se remonta a unos cincuenta años antes, cuando el dueño de esos recuerdos era joven. Las cosas que dejan de usarse, si bien pasan por un lapso demodé en que son despreciadas, después despiertan convertidas en reliquias. Los cables de la luz que hoy nos parece que sólo afean el paisaje, renacerán algún tiempo después de que desaparezcan de las conversaciones cotidianas, como las cuerdas de los barcos a vela y las locomotoras a vapor. Hace poco más de un siglo, la minería del oro generó grandes expectativas en Magallanes. Tal como lo hizo la fiebre californiana, movilizó capitales e ilusiones por miles. Alrededor de 10 compañías holandesas y estadounidenses trajeron desde Europa, enormes dragas, que se trasladaron por piezas desde Porvenir hasta las orillas del mítico Río del Oro, en diversos puntos de Tierra del Fuego. Una de ellas, que se subió en carretas al cordón Baquedano, hasta no hace mucho se divisaba desde el camino. Si uno bajaba hasta la estructura, empuñaba los oxidados comandos que se usaron por años hasta que -después de una larga agonía económica y legallos inversionistas se rindieron a la evidencia de que el negocio no iba a ser rentable, entonces era capaz de imaginar el instante preciso en que se detuvo para siempre. ¿Sería así? Esa mañana, ya todos sabían que era el último día. Trabajaron callados y nadie dijo nada cuando acabó la jornada y volvió el silencio, esta vez, para quedarse. En unos segundos se disipó el último vapor. En unos minutos se enfrió la caldera, y en unos días, la cubrió el óxido. En un par de años, el río borró su última huella sobre el lecho, y en los siguientes, improvisados comerciantes de fierro la fueron desguazando plancha por plancha, hasta dejar entre los cerros sólo el majestuoso esqueleto, donde durante setenta años, en los veranos silbaba el viento y en primavera anidaban las bandurrias. Hoy, de lo que hacía esa draga, apenas debe quedar un recuerdo infantil en los más viejos. En cuanto al presente, al parecer, hay sólo dos formas de captar su lado romántico. Una es recordar la forma como imaginábamos lo que entonces era el enigma del futuro, por ejemplo, si dos amantes confiesan sus sentimientos mutuos en esa etapa del inicio, cuando su relación era apenas circunstancial. La otra, es adivinar lo que recordaremos más adelante, ejercicio que nos obliga a volver a esos escenarios que ya se fueron, y a aceptar -dolorosamente- que el actual no puede ser sino sólo uno más de la serie, y que inevitablemente también se nos irá entre los dedos. Para sobrevivir a ese pronóstico inevitable, la única opción es el amor, al que sentimos imperecedero y atemporal. En todo caso la paz interior -y con los demás- se podría retomar si en vez de maldecir el entorno, nos preguntamos qué nos está pasando, como si fuéramos espectadores de nosotros mismos, para la cual es válida casi cualquier respuesta en la que uno crea, por ejemplo, “estoy envejeciendo como todos” o incluso “lo que me pasa es que no sé qué me pasa”. Luego hay dos opciones: esforzarse hasta lograr que esas creencias juveniles resulten más verdaderas, o bien, buscar nuevas aptitudes. Recomiendo la segunda. De niño solía ir a un lugar que había bautizado el “Barrio Bichento”, una zona de edificios demolidas y abandonadas donde buscaba insectos que después vendía a mi hermano, para su insectario del colegio. Cerca de allí vivía un viejo que parecía disfrutar recogiendo objetos de la vía publica, y con el que siempre nos saludábamos con una sonrisa. A veces me mostraba sus humildes hallazgos, como un raro clavo oxidado o un colgador de ropa labrado en bronce y, como un niño, revivía la emoción de haberlos descubierto y tenido en sus manos. Años más tarde, los objetivos sociales me llevaron a sentir cierto rechazo por él y su infantilismo carente de propósito. Pero eso fue en una época en que nuestras rutas iban en sentidos opuestos. Al llegarme el feliz momento de desaprenderlos, las rutas han vuelto, de algún modo, a correr paralelas. Cuando somos niños no sabemos que la muerte existe. La primera noción de su inevitabilidad, no proviene de sufrir el fin de alguien cercano, pues tampoco supimos que un día íbamos a ser adultos, hasta que alguien nos dio oralmente la impactante noticia. Creo, no obstante, que aún si no existiese esa transferencia cultural, en algún punto de nuestro crecimiento pensaríamos: “Mis manos son muy parecidas a las manos de los demás. Los demás mueren. Luego, yo también moriré”. Los viejos toleramos mejor las penas, y no porque sepamos manejarlas, sino porque sabemos que no las cargaremos mucho tiempo. Cuando la vida sea para siempre29, también lo serán aquéllas. Y lo que sentimos al escuchar de nuevo las canciones que eran populares en nuestra juventud, es lo que preveíamos. Nos lo anticiparon nuestros viejos con su serena nostalgia, pareciendo decirnos “era bonito entonces, pero también lo es ahora”. Como todo el mundo, a veces nos sentimos como partículas solitarias en el tiempo. Pero, de mirar más a menudo la cinta del 29 Idea que tiene muchísimos adeptos, y en consecuencia, un gran mercado. devenir, podemos configurar e identificarnos con una trayectoria que se aparta del plano, y ver ya no sólo lo que en un instante creemos ser, sino lo que -a través de los años- hemos sentido que somos. Así, empezamos a aprender a ser pacientes con nosotros mismos y con los demás, dominar el resentimiento, esa pócima venenosa compuesta de amor, odio y manipulación, en partes iguales, y de vez en cuando, como Violeta, darle gracias a la vida por habernos traído hasta donde estamos. Octubre 2014