expresión de la personalidad nacional.

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El español de Cuba: expresión de la personalidad nacional
Autora: Lic. Clara Domínguez Martí
"...Las representaciones compartidas en torno a las tradiciones, historia,
raíces comunes, formas de vida, motivaciones, creencias, valores, costumbres,
actitudes, rasgos y otras características de un pueblo son, precisamente, los que
permiten decir que un pueblo tiene una identidad".
Carolina de la Torre
Desde una perspectiva histórica, el español es el legado del acervo lingüístico hispano que, como
consecuencia del descubrimiento, la conquista y un dominio colonial de siglos, se constituyó en tradición
lingüística común, también para los cubanos.
Ya establecido en la Isla como medio de comunicación para las distintas etnias y sectores sociales
en el territorio desde el inicio del proceso de transculturación o de síntesis de tendencias culturales
diversas que dieron origen a la cultura cubana, el español hablado ha ido desarrollando una manera
propia de expresión, que hoy admite la denominación específica de español cubano o español de Cuba.
Obviamente, no existe nada más compartido por todos, nada más efectivo como lazo de unión,
nada más ligado a la idiosincrasia del cubano y aunque no nos percatemos bien de ello nada que otorgue
más un sentido de pertenencia a la tierra donde se ha nacido y se ha vivido, que la lengua de origen. Es
necesario añadir, además, que no hay expresión tan lograda de la cultura de un pueblo, ni mejor forma
de dar a conocerla y modo de preservarla para las venideras generaciones, que el propio lenguaje del
pueblo que la genera.
Por esta razón, al pensar en los rasgos que identifican sustantivamente al pueblo cubano, es
obligado considerar el español que hablamos, el español de Cuba.
El destacado intelectual y prosista Alfonso Reyes, certeramente y con el carácter inconfundible de
su estilo, expresa en su Discurso por la lengua:
Todo pueblo tiene un alma y un cuerpo modelados por un conjunto de fuerzas
ideales, normas e instituciones, que determinan a lo largo de sus vicisitudes históricas el
cuadro de su cultura. El alma, el patrimonio espiritual, se conserva en el vehículo de la
lengua. El cuerpo, el patrimonio físico, sólo se resguarda y organiza mediante una
operación de símbolo, en la lengua también. Una civilización muda es inconcebible. Sólo a
través de la lengua tomamos posesión de nuestra parte del mundo. (1)
Queda revelado en este texto lo esencial de la relación entre un pueblo, la lengua y su cultura. Si la
cultura es la esencia espiritual y el ser material resultante de la actividad creadora de un pueblo, que se
perpetúa en la tradición, entonces el lenguaje de ese pueblo es el medio sígnico que la abstrae y la
organiza, así como también, la voz que la expresa y la conserva.
Considerado así, el español de Cuba ha sido y es el medio y la voz de la cultura cubana desde sus
orígenes. Lo cubano en nuestro español aflora, indefectiblemente, tanto del contenido cultural que
expresa como de la forma lingüística con que lo expresa.
Los rasgos que tipifican la expresión cubana y le configuran un rostro propio, se han ido
conformando bajo múltiples influencias del entorno sociocultural en el que se desenvuelve el quehacer
lingüístico de la comunidad. La expresión cubana se manifiesta en un conjunto de normas o patrones de
comunicación que son privativos de los hablantes cubanos y que no son relevantes para otros pueblos
de habla hispana en la Península, América y Asia - recuérdese Filipinas.
Cabe señalar que estas peculiaridades del habla cubana son de carácter periférico, porque el
núcleo estructural básico de la lengua en la Isla se ha mantenido suficientemente apegado a los
patrones generales del español, que dan continuidad a la tradición pan-hispánica. Este núcleo común es
el que funciona como vehículo de intercambio y de unión intercontinental entre los pueblos
lingüísticamente denominados hispanos. La forma de comunicación más fiel a ese patrón general del
español es la lengua escrita.
La lengua oral, espontánea e innovadora, es más susceptible a la variación; por el contrario, la
escrita es conservadora porque debe ajustarse con fuerza a la convención ortográfica, gramatical y del
estilo. Por tanto, los indicadores de la expresión cubana son en mayor medida orales: la entonación, la
pronunciación, la altura de la voz, las preferencias morfológicas, el vocabulario -con una variada
influencia de otras lenguas y la proliferación de neologismos propios-, la fraseología y las construcciones
sintácticas orales, que son quizás las menos frecuentes. Algunas de estas peculiaridades trascienden a
la lengua escrita, según se ha demostrado en investigaciones realizadas sobre estos aspectos.
En el hablar cubano se entretejen armoniosamente las normas hispanas con normas americanas
que también compartimos los cubanos -indigenismos, seseo, yeísmo, arcaísmos, africanismos y otros- y
con las innovaciones específicas creadas por el pueblo. Estas últimas funcionan como un sello que
identifica y diferencia la manera de hablar de Cuba de otras modalidades del español como son: la
colombiana, la mejicana, la argentina, etc. Dichas innovaciones son las que más pesan a la hora de
definir el español de Cuba como una variante con personalidad propia dentro del complejo de variantes
dialectales del español. Mientras, las normas o patrones hispanos y americanos, son atributos para el
pueblo cubano, de una supraidentidad doble: hispana y americana, a las que está unido por otras
tradiciones culturales, -no exclusivamente las lingüísticas-, resultantes todas de realidades comunes y
de procesos históricos y culturales compartidos.
Desde un punto de vista social el español de Cuba -como cualquier lengua- se ha caracterizado
por la clara manifestación de tres niveles de uso: el uso culto, el popular y el vulgar. Cada uno de ellos
está en correspondencia con el nivel cultural que caracteriza a los estratos sociales que lo utilizan.
La expresión culta fue privativa siempre de aquellas clases y grupos sociales con posibilidades de
acceso a la educación y tradicionalmente se ha manifestado en las ramas especializadas del
conocimiento: la filosofía, el arte, la ciencia, que constituyen la esfera superior de la cultura de un
pueblo.
Funcionando ininterrumpidamente en épocas diferentes, el habla culta ha servido en el curso de
los acontecimientos sociales, políticos y culturales a clases y grupos sociales, cuyas personalidades han
sabido expresar los ideales, las aspiraciones, las luchas y los valores significativos de la nacionalidad
cubana.
En una esfera intermedia, relacionada con la vida cotidiana, el pueblo con su diversidad de
sectores, interactúa en el intercambio comunicativo y viabiliza las relaciones sociales con un lenguaje
popular. El mismo está ligado a una forma coloquial o conversacional, que de manera dinámica y
espontánea, expresa lo vivencial ordinario y el amplio caudal de la experiencia empírica del pueblo.
El último lugar en la escala sociocultural, lo ocupan los sectores de menor nivel de instrucción y
educación, a los que pertenece la vertiente marginal de la sociedad. El lenguaje de estos grupos incluye
la vulgaridad, la expresión chabacana o de mal gusto, que sirven de expresión a la subcultura e incluye
también las jergas de la delincuencia surgidas a razón de determinadas prácticas antisociales.
Las sociedades con clases antagónicas imponen fronteras casi infranqueables a estas tendencias.
Los límites entre las clases no hacen factible que sus hablas se interpenetren. Incluso, la diferenciación
por el lenguaje entre las clases dominantes y las dominadas es usada como un estandarte para la
oposición y la diferenciación de los intereses entre ellas.
Concierne justamente a los últimos cuarenta años una situación verdaderamente compleja,
condicionada por un conjunto de factores de la vida cubana, inmersa en un proceso de transformación
de carácter netamente popular. Esta situación se caracteriza por la generalización de formas de pensar,
de actuar y, en el plano idiomático, de hablar que se relacionan con los tres niveles antes mencionados.
Sin que se pretenda introducir esquemas sociologizantes rígidos, para explicar el movimiento de
estas tres tendencias en el contexto social cubano de hoy, sí es justificado considerar la relación general
de causa y efecto que existe entre esta situación, globalmente analizada, y los hechos sociales de la
realidad cubana del período.
Rotas las barreras entre las clases, el período se caracteriza por un amplio proceso de
democratización que conduce a los diversos sectores sociales a participar activamente en la vida del
país.
En este contexto de intercambio social libre de barreras clasistas, emergen de forma
interrelacionada y se colocan en un primer plano de la vida nacional, las ideas, el comportamiento y el
lenguaje populares. Este lenguaje, producto creativo de la sabiduría popular, posee un relevante arsenal
léxico y fraseológico, desenvuelto y chispeante, con el que el cubano colorea constantemente su
expresión. Desarrollado coloquialmente, la tendencia fonética que lo distingue es el relajamiento de la
pronunciación y la presencia de normas que le imprimen características diferentes en cada región.
Simultáneamente con la generalización del habla popular como proceso espontáneo, otros
propician la extensión de la expresión culta en las capas populares. Es condición indispensable para
acelerar el desarrollo de la sociedad, la ejecución de un vasto programa educacional que se inició con la
erradicación del analfabetismo, seguido de la implantación obligatoria de la educación y de una apertura
a los estudios universitarios para las masas populares.
La capacitación universitaria masiva abre paso a la lengua culta como vehículo de acceso de los
sectores populares a la ciencia, al arte, la tecnología y al desempeño de la actividad profesional
especializada.
En el habla de algunos sectores profesionales, lo culto prevalece fundamentalmente en el manejo
necesario de la terminología y de las construcciones sintácticas asociadas a formas de razonamiento
propias de la especialidad, pero se permea con frecuencia de la pronunciación cotidiana y, en
situaciones comunicativas informales, lo culto convive con giros fraseológicos y vocabulario populares.
Así la coexistencia y alternancia en un mismo hablante de lo culto y lo popular, es una realidad palpable
en la expresión del cubano.
Junto a la educación, el programa cultural para la comunidad, el accionar de los medios masivos
de comunicación con una orientación informativa, educacional y cultural, más el constante uso del
discurso público como instrumento de orientación política, han actuado en el mismo sentido, reforzando
la generalización de formas cultas, aunque todavía subsisten factores que frenan su avance; entre ellos,
la carencia de hábitos en lectura de la población.
De esta manera lo culto y lo popular –antagónicos en la sociedad anterior- se concilian en el nuevo
contexto, como dos fenómenos lógicos y necesarios en la dinámica del desarrollo social. Lo popular,
expresión auténtica de las capas populares en la vida cotidiana, se complementa con lo culto que es
expresión, también auténtica, del ascenso del nivel instructivo de la sociedad en su conjunto.
Aunque socialmente condicionadas, el curso espontáneo de estas tendencias provoca el
entrecruzamiento de sus aspectos positivos y negativos, que no han sido sometidos a regulación.
Entonces lo vulgar, como ya hemos expresado, asociado a la falta de instrucción y de educación,
se ha evidenciado en los procesos comunicativos cotidianos, pues los sectores que lo generan, eximidos
ya de la marginación social, desempeñan un papel activo en la sociedad, en las esferas de los servicios
y de la producción. Tienden a usarlo sin diferenciar las situaciones comunicativas.
Mezclado y, frecuentemente confundido con lo popular, lo vulgar-chabacano se filtra por las fisuras
abiertas en la educación y el trato social.
En las circunstancias adversas derivadas de las dificultades económicas, que se han agudizado
durante el período especial, tienen lugar formas de conducta excesivamente pragmáticas que junto a los
hábitos vulgares que se generalizan en el habla, evidencian la pérdida de algunos valores.
Por otra parte, las manifestaciones artísticas que se nutren de la realidad, tanto en la vertiente
culta como en la popular, funcionan como ecos de esa realidad. AI reflejarla en la creación, los
compositores, humoristas, narradores, dramaturgos y cineastas asumen las diversas tendencias del
lenguaje, incluyendo la vulgar. Los propósitos pueden ser diferentes: utilizarlo como recurso de
caracterización de los personajes y de la realidad que reflejan, convertirlo en objeto de crítica
conjuntamente con las formas de comportamiento a las que acompañan, usarlo como novedad frente a
los recursos artísticos tradicionales o, simplemente, es usado para lograr empatía con las grandes
masas. Así ciertas letras de la música bailable y algunas manifestaciones humorísticas de escaso valor
estético, pasan a la difusión masiva con el sello de arte popular, cuando en realidad sólo son
reafirmaciones de conducta y lenguaje vulgares.
Lo cierto es que lo vulgar es el virus que contamina, deforma y resta eficacia y armonía a lo culto y
lo popular. Urge, entonces, proceder con inteligencia en la aplicación de medidas profiláctico-culturales,
educativas y lingüísticas, para evitar que lo vulgar se convierta en un mal crónico de la sociedad cubana.
El español de Cuba, en la voz del pueblo, también debe gozar de buena salud para afrontar las
consecuencias de los procesos globalizadores del mundo actual, que afecten la cultura y la identidad del
pueblo cubano. Al cultivo de los valores espirituales ha de integrarse un programa lingüístico sin
esquemas ni extremismos, sin posturas rancias o academicistas, que puedan maniatar la auténtica
creatividad del pueblo y el genio de sus creadores e intelectuales.
Martianos también en esta magna labor comunitaria estamos convocados a contraponer a lo
contrahecho, la armonía intrínseca de lo compartido y lo propio del español cubano como expresión de
la personalidad nacional.
Referencia.
(1) En Redacción y Composición II de Evangelina Ortega, La Habana, Facultad de Artes y Letras, 1987, p.277
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