estructura de la personalidad

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UNIDAD 4
LA PERSONALIDAD
Compilación y armado Sergio Pellizza
Dto. Apoyatura académica I.S.E.S
ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD
Uno de los progresos fundamentales que logró la psicología en el curso de las últimas décadas es, según señalamos, haber establecido el punto de vista molar u holístico
en la investigación de la conducta; con ello se conecta otro avance igualmente esencial:
el desplazamiento del interés desde el análisis de los procesos generales del comportamiento a la consideración de ese especial tipo de organización que caracteriza a cada ser
humano en particular, o sea su personalidad. Sin que las nuevas investigaciones hayan
suplantado a los primeros, llevar el enfoque molar hasta sus últimas consecuencias exigía
sin duda insertar todo fenómeno psicológico en el contexto individual en que se da.
Ante cualquier persona desconocida, e incluso conocida, cabe preguntarse: “¿cómo es?”. Nos hallamos ante un repertorio determinado de actitudes, palabras, gestos y
acciones constituidos en una estructura particular cuya clave resulta a veces difícil de
desentrañar y que al establecer las diferencias entre las personas hace de cada una de
ellas un individuo único. Se trata de un fenómeno sumamente complejo y es natural que
haya hecho surgir variadas conceptualizaciones, las que sólo en un tiempo relativamente
reciente cobraron valor científico. En su Psicología de la Personalidad, Gordon W. Allport
enumera hasta cincuenta definiciones de la personalidad (y del concepto conexo de “persona”), acuñadas por filósofos, teólogos, sociólogos y juristas no menos que por psicólogos.
En cuanto a la definición que se debe al propio Allport, vastamente aceptada entre los
psicólogos, lo que pone de relieve es sobre todo el carácter de unicidad y complejidad de
ese conjunto de rasgos físicos y mentales en que consiste la personalidad. Esta es definida como “la organización dinámica dentro del individuo de aquellos sistemas psicofísicos que determinan sus ajustes singulares a su ambiente”. (1) J.C. Filloux señala en
esencia los mismos aspectos: “la personalidad es la configuración única que asume en el
curso de la historia de un individuo el conjunto de los sistemas responsables de su conducta”. (2) Incluye una referencia al carácter evolutivo de la personalidad, que sólo se va
formando de modo gradual en el curso de la existencia, pero no señala en cambio otro
aspecto esencial: su índole vincular, pues entraña siempre formas peculiares de establecer relaciones con el ambiente humano. Los psicólogos de las más diversas escuelas
coinciden, en sus teorizaciones sobre la personalidad, en adjudicarle una índole estructural; constituye una totalidad (“organización” “configuración”, en las definiciones citadas)
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que es más que la suma de las partes, y entre cuyos elementos existe una íntima interacción. Las divergencias residen en estos últimos años en la concepción misma de lo que
es una estructura; o se la entiende, a la manera gestaltista, como una totalidad o conjunto, una unitas multiplex (partimos de la idea de que no tratamos con elementos aislados,
ni con sumas de elementos, sino con conjuntos cuyas partes son a su vez estructuras”,
dice Lagache), (3) o se adopta, como el psicoanalista Jacque Lacan, la concepción inaugurada por Claude Lévy-Strauss, quien ve en las estructuras los sistemas subyacentes en
que radica la cohesión que liga a hechos aparentemente dispersos y cóticos en el plano
fenoménico. Son divergencias no enteramente elaboradas aún y no nos detendremos
aquí en ellas; señalamos en cambio que una y otra concepción subrayan igualmente lo
artificioso y deformante de toda investigación que descuide las relaciones mutuas entre
las diversas posibilidades funcionales y las funciones efectivas de la persona, y su integración en una totalidad única.
Otras diferencia en el enfoque se refieren ya a los miembros o subestructuras que
constituyen esa estructura que es la personalidad. Algunos consideran como fundamentales características innatas (en gran parte el psicoanálisis, con su énfasis en las dos grandes pulsiones instintivas de vida y de muerte, cuyo interjuego se halla en la base de toda
conducta); otros ponen el acento en los aspectos adquiridos, como por ejemplo el conductismo y la reflexología (esta última puso de relieve el papel del condicionamiento en la
vida psicológica), o la dirección culturalista del psicoanálisis, cuyos representantes principales. Karen Horney, Erich Fromm y Harry Stack Sullivan, recalcan el influjo formador de
las condiciones socioculturales.
Clásicamente las subestructuras que los psicólogos diferenciaron en la personalidad son la constitución, el temperamento y el carácter, y la forma aproximada y con distinta terminología éstas vuelven a aparecer en concepciones actuales. Por ejemplo, la discriminación de las tres instancias freudianas, ello, yo y superyó, no deja de poseer afinidades con la posición clásica.
Dentro de la orientación holística en la psicología, la teoría de las tres instancias
freudianas significó un jalón, sin embargo, porque fue la primera postulación de un enfoque totalista y dinámico de la personalidad, al tenerse en cuenta las relaciones dialécticas
que vinculan entre sí las subestructuras, entre las cuales brota constantemente el conflicto. “Los conflictos endopsíquicos son (sin embargo) estructurales”, afirma Harry Guntrip,
con relación a la teoría freudiana. “Pronto se comprendió que no existen impulsos o emociones aislados, como entidades autónomas que entraran en conflicto dentro de la psiquis, comparando así a ésta con una especie de liza. Los impulsos y emociones son aspectos o actividades dinámicas de estructuras psíquicas, y el conflicto endopsíquico es
una manifestación de diferenciaciones estructurales de índole contradictoria”. (4)
Otra posición, la de Kurt Lewin, también subraya la existencia de subestructuras
dentro de la personalidad, desde un punto de vista diferente, pero que acentúa igualmente, al par que la unidad de la persona, sus diferenciaciones internas. Hay que reconocer,
sostiene Lewin, que las experiencias psicológicas del individuo, sus acciones y emociones, propósitos, deseos y esperanzas se hallan... inmersos en estructuras, esferas de la
personalidad y procesos totalmente definidos”. (5)
“Por elevado que uno estime el grado de unidad en una totalidad psíquica, el reconocimiento de que en el interior de la mente existen grados de coherencia extremadamente variados, constituye de todos modos una condición de enorme importancia para
una investigación psicológica más penetrante...Es necesario... reconocer la estructura
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natural de la mente, sus sistemas, estratos y esferas psíquicas”. (6) Las tensiones psicológicas que engendran la conducta emanan de subestructuras de la personalidad definidas, que “ya han sido formadas, o se forman entonces, merced a ciertos procesos dinámicos que no discutiremos aquí”. (7)
La representación topológica de la personalidad, (8) simboliza su carácter gestáltico, tanto en el sentido de que constituye un sistema “cuyas partes se hallan ligadas dinámicamente en forma tal que el cambio en una de ellas trae apareado un cambio en
todas las demás”, (9) como en el sentido de que esas partes o “regiones” están diferenciadas.
El sistema de la personalidad comprende según Lewin diversas regiones, algunas
más centrales, otras más periféricas. Las regiones centrales constituyen la interioridad
individual: rasgos de carácter, capacidades, prejuicios, anhelos, “complejos”, en tanto que
las más periféricas se encuentran en directo contacto con el medio: son perceptivomotrices. La más íntima de todas las regiones personales lo sustituye un “núcleo”, que
dota de unidad y continuidad a la persona; es el “sí mismo”, y no debe ser confundido con
la totalidad psíquica. En esta reina una gran movilidad; regiones que tenían mayor proximidad con la periferia se tornan más centrales y recíprocamente; y también el grado de
integración entre todas ellas es variable, ya que factores diversos determinan que la unidad se torne más o menos estrecha en distintos momentos o períodos. “La estructura de
una persona es con frecuencia relativamente constante durante un período”, es lo más
que concede Lewin. Pero es una constancia compatible con un alto grado de estratificación; estratificación que va aumentando progresivamente desde el nacimiento hasta la
edad adulta. A lo largo de la existencia se forman diversas “esferas de la vida”: profesionales, familiares, amistosas, así como van surgiendo asimismo necesidades nuevas. Cabe también que en la estructuración de la personalidad haya armonía o disociaciones
marcadas según la mayor o menor uniformidad en el desarrollo de las diversas regiones y
según la nitidez de los límites de su separación mutua. “El fenómeno de la división de la
personalidad es un ejemplo de un tipo de estructura muy especial”. (10)
Influye asimismo en la personalidad el “material psíquico” (la mayor o menor habilidad de los sistemas; así ejemplo, en los niños los intereses y estados anímicos varían
más rápidamente); los diferentes estados de tensión intrapsíquica, de promedio variable
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en las distintas personas, y los contenidos constituidos por las aspiraciones, temores,
ideales, y en general las “esferas de vida” de cada uno.
La teoría de Lewin nos pone frente a un intento de explicar tanto la riqueza y movilidad interna como la unidad de la personalidad; o sea, frente al hecho, evidente para la
simple observación, de que en cada individuo coexisten disposiciones e intereses múltiples y a la vez “un estilo de conducta característico y predecible”.
A este autor se le debe otra importante teoría de la personalidad: la “ “teoría de los
rasgos”. Cuando entre los actos o actitudes diversas de las personas es dable hallar un
estilo común, nos hallamos, afirma Allport, ante un rango (decisión o medrosidad, dominación o sumisión, puntillosidad o descuido, rudeza o dulzura, lealtad o deslealtad, constancia o inconstancia, frugalidad o derroche, afición al arte, pasión por la verdad, amor al
riesgo, o sus opuestos, etc.). Situados en la teoría de Allport entre los “hábitos” y los
“Yos”, que constituyen “sistemas de rasgos coherentes entre sí pero que pueden variar en
situaciones diferentes”, los rasgos constituyen a su juicio la mejor explicación posible de
“la coherencia de la personalidad, siempre que tal coherencia se pone de manifiesto, y la
incoherencia, en los casos en que prevalecen el conflicto y la discordancia. Entre los rasgos hay estabilidad y también contradicción; hay rasgos cardinales y centrales, a los cuales pueden ser subordinados los rasgos menores como rasgos subsidiarios, y hay rasgos
disociados”. (11) Son rasgos todas las disposiciones que suelen denominarse sentimientos, actitudes, valores, complejos e intereses; tienen por característica ser más dinámicos
y flexibles que los hábitos, aclara Allport, aunque resultan, al menos en parte, de la “integración de hábitos específicos”, y expresan modos de adaptación a los diversos mundos
en que el individuo desarrolla su existencia. La personalidad representa una integración
mayor aún, aunque nunca perfecta, y su unidad consiste “en la compleja interrelación
funcional de los rasgos y su ordenamiento combinado en jerarquías”. (12) Esta unidad
nunca es rígida, y se manifiesta por otra parte no en conductas idénticas, sino “equivalentes”, esto es, que revelan coherencia, toda la coherencia que sea compatible con las diversas tensiones que provocan las variaciones del medio y con las contradicciones mutuas entre los propios rasgos personales.
Mencionaremos también a Gastón Berger entre los teóricos que intentaron explicar
el hecho, al parecer contradictorio, de que la personalidad constituye una estructura unitaria y a la vez una interacción dinámica de subestructuras (¿no somos una misma persona
a pesar de las emociones, actitudes y acciones tan diversas y aún contradictorias que a
veces parecen desgarrarnos?). La posición de Berger continúa en este punto la doctrina
sobre el carácter de René Le Senne. En “esa naturaleza compleja y secreta propia de
cada individuo... en esa totalidad concreta del yo”, como dice Tené Le Senne”, distingue
estratos de profundidad diversa, que son, “yendo de lo esencial a lo accidental”, las siguientes: el carácter (centro de la personalidad), las aptitudes, el personaje (construido
por la sociedad sobre el andamiaje del carácter, en función de las aptitudes y de las circunstancias), la historia personal (que contribuye a que se actualicen algunas tendencias,
se repriman algunos deseos, se sublimen determinadas aspiraciones...), las situaciones
(que aunque desbordan en cierto modo el estudio de la personalidad son imprescindibles
para su comprensión), y por último la persona y el yo trascendental (que plantean problemas axiológicos y metafísicos a partir de la personalidad empírica). (13) En cuanto a
esta última cuestión, es explicable, si la psicología intenta mantenerse dentro de los límites de una ciencia fáctica e independiente de la filosofía, que parezca ajena a su competencia, pero es imposible omitirla enteramente, a riesgo de dejar fuera de toda considera-
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ción psicológica aspectos fundamentales del comportamiento y de las motivaciones humanas. Volveremos más adelante sobre este punto, que en cierto modo el de las fronteras de la psicología.
Bases orgánicas de la personalidad
En posiciones biologizantes se ha considerado, ya desde antiguo, que son factores
somáticos los que determinan fundamentalmente las características de la personalidad;
en la constitución residiría, entonces, su verdadero núcleo. El concepto actual del comportamiento entendido como una estructuración unitaria, en la que los fenómenos corporales representan únicamente una de las áreas de manifestación, contradice ese punto de
vista. Incluso cuando se habla hoy de “organismo” dentro del ámbito de la psicología, lo
que se quiere significar es una totalidad dinámica que se conduce de manera integral,
tanto en el área corporal como en la mental.
“Genio y figura hasta la sepultura” reza el dicho popular, y esta vinculación entre la
morfología y aspectos típicos de la personalidad fue establecida desde muy antiguo. En la
Edad Media se denominaba “fisiogonómica” a la doctrina constitucionalista, entonces vigente, pero su origen se remonta más atrás aún, porque ya en la antigüedad había sido
escrito un opúsculo bajo ese nombre, atribuido a Aristóteles. Se consideraba en particular
la correlación entre características de la personalidad y la expresión o, mejor aún, la forma de la cara. Sin que pueda negarse que representa un dato esencial para el conocimiento de las personas, así como para los estados emocionales transitorios que experimentan, lo cierto es que los constitucionalistas actuales conceden más importancia a
otros aspectos de la morfología corporal, pero lo que persiste y ahora apoyada en investigaciones metódicas, es la convicción de que las características morfológicas corresponden a características psicológicas. Tales correlaciones constituyen la base de la casi totalidad de las tipologías, como lo hemos de comprobar más adelante, al reseñar los principales intentos de clasificación de la personalidad.
El temperamento
De esa compleja estructuración orgánica que es la constitución dependen estrechamente el estilo peculiar de movilización energética y de reactividad emocional propio
de cada persona. En este “aspecto funcional de la constitución” consiste el temperamento; capa instintivo-afectiva de la personalidad, según lo denomina J. J. López Ibor, a diferencia de la capa intelectual, volitiva que constituye el carácter.
Para Gordon Allport pertenecen al temperamento las siguientes funciones y rasgos: “Los fenómenos característicos de la naturaleza emocional de un individuo, incluyendo su susceptibilidad ante los estímulos emocionales, la intensidad y rapidez habituales de sus respuestas, la calidad del temple de ánimo que predomina en él, y todas las
particularidades de las fluctuaciones y de la intensidad del mismo, considerándose estos
fenómenos como dependientes de su estructura constitucional y en consecuencia de origen principalmente hereditario”. (14)
Se trata, pues, de los efectos que ejerce en el estilo individual de comportamiento
la dinámica energético-emocional: el grado de energía o fuerza de reacción, así como el
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grado de energía o fuerza de reacción, así como el grado de sensibilidad o de excitabilidad, según especifica Pende. Son aspectos de la personalidad íntimamente ligados a lo
biológico y se traducen externamente en la estructura somática, (15) por lo que se explica
que las clasificaciones que se han hecho de los temperamentos sean simultáneamente
clasificaciones de estructuras somáticas predominantes. De éstas dependen en gran parte, descontando un mayor o menor grado de exteriorización que es consecuencia de la
inserción en un determinado medio familiar y cultural, la tendencia más o menos marcada
a la efusividad, al entusiasmo, al sentimentalismo, a la expresividad, si consideramos la
emoción; la tendencia más o menos marcada hacia la impulsividad, o la apatía, la perseverancia en el esfuerzo o la irregularidad, en el terreno de la acción; la rápida y vivaz percepción de los estímulos o una cierta inercia, en lo que atañe a los umbrales de la reactividad, o la tendencia a la alegría o a la tristeza, en lo referente al humor.
Todo ello, que configura el temple de ánimo característico de cada persona, resulta
difícil de adscribir, sin embargo, a un factor determinado. Como lo señala Allport, una cualidad temperamental tan tipificadora como la energía, la vitalidad o el vigor, factor decisivo
por lo corriente para gozar de popularidad en las relaciones personales (“en el lenguaje
común se hace a la personalidad sinónimo de esta propiedad”), y hasta para la experiencia de la felicidad, no se sabe aún con qué estructuras constitucionales se halla ligada, y
sólo se puede conjeturar que depende del modo de actividad de ciertas glándulas: la hipófisis, las suprarrenales, las gónadas y las tiroides.
De todos modos, la actividad endocrina es posiblemente el mayor determinante de
los rasgos temperamentales, rasgos que son innatos y casi invariables a partir ya de la
infancia, si bien, como hemos indicado, sufren en alguna medida los efectos del medio.
Cualquier aspecto innato de la personalidad es sólo una predisposición a “responder” de
cierta manera, pero las respuestas están condicionadas igualmente por las características
ambientales. Estas consideraciones nos llevan al problema de la herencia en cuanto factor que coadyuva a la formación de la personalidad.
La herencia
El patrimonio innato consiste fundamentalmente en lo que le ha sido trasmitido al
individuo por sus antecesores y en las modificaciones experimentadas en el seno materno durante el período prenatal, esto es, en su condicionamiento congénito, a lo que
puede agregarse los efectos del nacimiento en sí, si éste ha tenido características anómalas.(16) Ph. Greenacre sugiere que la predisposición a la angustia acaso se vincule
con experiencias especialmente perturbadoras durante el nacimiento.
En el proceso de la concepción, al unirse dos células, la materna óvulo y la paterna
(espermatozoide) en una célula germinal fertilizada, quedan fijadas a través de los genes
(partículas ultramicroscópicas y sumamente numerosas que ocupan un lugar determinado
en los cromosomas de las células), condiciones trasmitidas por los padres que a medida
que se van desarrollando merced a la maduración, pre y postnatal, constituirán rasgos
constitucionales y temperamentales. (17) ¿Se trasmiten también, a través del plasma
germinal, rasgos netamente psicológicos’. Autores como Pearson, Heymans y Wiersman
así lo sostienen, en controversia con la mayoría de los investigadores, los que niegan la
transmisión hereditaria de caracteres psicológicos. Existe aquí sin duda una imprecisión
semántica. Son sí caracteres psicológicos, y sin embargo heredados, o congénitos a me-
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nos, el humor predominante, la fácil o lenta excitabilidad, la emotividad, la energía, pero
corresponden al aspecto de la personalidad más ligado con las dotes biológicas. En cambio, los rasgos de carácter son adquiridos. Nadie nace honesto o deshonesto, veraz o
mentiroso, leal o traicionero, y así sucesivamente. Las experiencias vividas son las que
plasman estas cualidades.
Queda mucho por investigar aún sobre el interjuego de lo heredado y lo adquirido
dentro del organismo individual. La inteligencia, determinadas habilidades especiales (hay
estirpes enteras de músicos o de pintores), y algunas formas de trastornos psiquiátricos:
la predisposición a la psicosis maníaco-depresiva, a la esquizofrenia (aunque aquí se
plantean mayores dudas), a algunos tipos de epilepsia, parecen ser índole hereditaria. El
factor hereditario se manifiesta en estos últimos casos en forma de una especial fragilidad
del sistema nervioso o del sistema glandular.
Ocurre con frecuencia que rasgos que parecían hereditarios revelan ser, ante un
estudio detenido, sólo seudohereditarios, producto de actitudes de imitación o de identificación con personas significativas del medio que se dan en la niñez.
Uno de los problemas que se ha suscitado últimamente con respecto a la herencia
surgió en relación con casos de criminalidad. Se comprobó que un homicida, autor de un
asesinato incomprensible y del que se mostró muy arrepentido, padecía de una irregularidad en la composición de los cromosomas, y por ello se elaboró la conjetura de que esta
anomalía, que se encontró coincidentemente en muchos criminales, la mayoría con retardo mental, fuese la responsable de su comportamiento antisocial. ¿Empujará inexorablemente a la violencia, si no al crimen, la existencia de un carictipo anormal?.
Influyó en esta hipótesis el hecho de que en 1959 el profesor Jerome Lejeune reveló que los mongólicos poseen un cromosoma excedente en el vigesimoprimer par. Los
seres humanos tienen normalmente cuarenta y seis cromosomas en el núcleo de cada
célula, distribuidos en dos grupos de igual número, que son trasmitidos respectivamente
por el padre y la madre. Dos de los cuarenta y seis cromosomas, que por sus características morfológicas son denominados X e Y, determinan el sexo. Las células de los cuerpos
femeninos posee todos dos cromosomas X, las de los masculinos poseen un par formado
por una X y una Y. Pero en algunos casos estas proporciones no se mantienen, y la fórmula genética es XYX oXXYY.
La literatura neurológica presenta numerosos tipos de anosognosias, esto es, de
incapacidad de reconocer en sí mismo trastornos funcionales tales como ceguera, sorderas, parálisis, o diversas aquirias o aloquirias, que consisten en la no percepción de una
mitad del cuerpo, y de agnosias de la imagen corporal en su totalidad. Toda esta patología del esquema corporal es prueba de una perturbación, por lo general profunda, de la
personalidad toda. Schilder sostiene que el sujeto deposita amor a sí mismo a través de
su cuerpo, y que es esta carga narcisista la responsable de las deformaciones de la imagen corpórea, por ejemplo, las que se dan en los hipocondríacos y en los histéricos. Se
trataría a su juicio de un especial “mecanismo de defensa”; de una “represión orgánica”.
(18)
El carácter
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Con la consideración del carácter pasamos a un campo en que se aprecia de manera más neta aún que en las subestructuras de la personalidad hasta ahora consideradas, el influjo del aprendizaje.
El carácter se define como el conjunto estructurado de actitudes (19) estabilizadas
y modos típicos de actuar de una persona, mediante los cuales realiza su estilo individual
de adaptación. El mismo origen de la palabra (charasso= grabar) lo está señalando ya
como resultado de lo que el sujeto ha experimentado y adquirido en el curso de su existencia.
El carácter es de índole eminentemente relacional; los rasgos de carácter constituyen pautas peculiares de vinculación con el mundo exterior y aun consigo mismo, para
Alfred Adler, reflejan el modo individual de solucionar el interjuego dentro de cada sujeto
del sentimiento de comunidad y del afán de dominio, y una somera lista de los rasgos de
carácter más comunes basta para confirmarlo. En efecto, si según nuestro temperamento
somos por ejemplo apacibles, enérgicos, sensitivos, o lo contrario, según nuestro carácter
somos honestos o deshonestos, reticentes o abiertos, intro o extrovertidos, pulcros o descuidados, ahorrativos, pródigos, confiados o desconfiados, sumisos o independientes...
La lista podría ser mucho más extensa, (20) pues estos calificativos condensan la experiencia humana sobre las casi infinitas modalidades del actuar y reaccionar de las personas.
Son predominantemente, aunque no de manera exclusiva, estilos de conducirse
que se reflejan en el área 3, porque si bien el carácter incluye también predisposiciones
mentales a encarar las situaciones y las personas de determinada manera (“actitudes”),
se revela sobre todo en el obrar.
Es común considerarlo como aspecto moral de la personalidad, y hasta asimilarlo
con la fortaleza de carácter, lo que involucra la intervención de la voluntad (para J. J. López Ibo constituye la “capa intelectual-volitiva de la personalidad”), pero en verdad, según
se aprecia incluso por la corta lista de rasgos de carácter arriba enumerados, no todos
ellos son éticamente valorables, o implican una determinada potencia de la voluntad.
Si así no fuera, cabría preguntarse, junto con Allport, por qué se habría de designar
con un nombre especial, el de carácter, un grupo de rasgos que emanan, junto con todos
los otros, de la personalidad total. El nombre queda en cambio justificado si los diferenciamos como el producto de lo “adquirido” por el individuo, siempre en relación, desde
luego, con su patrimonio innato.
En el habla común, en la literatura y aun en la psicología, carácter, temperamento
y personalidad se dan o han sido dados como sinónimos, por el hecho de que todos trasuntan rasgos distintivos de las personas. Las diversas “caracterologías” por ejemplo, cuyo antecedente más antiguo posiblemente lo representen Hipócrates (V a C.) y Teofrasto
(IV a C.), cuya clásica obra Los caracteres describe treinta tipos distintos, casi siempre
son en definitiva tipologías de la personalidad centradas en algunos rasgos dominantes,
unas veces constitucionales y temperamentales, y sólo otras netamente caracterológicos.
Es el caso, en la Antigüedad de la Fisiognómica atribuida a Aristóteles, aparte de los trabajos de los pensadores citados; en la Edad Moderna el caso de Los caracteres de La
Bruyére (1645-1696), y en la época actual de las tipologías de Kretschmer, de Sheldon,
de Jung y de varios otros autores, que reseñaremos en otro capítulo.
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Lo que sobre todo nos interesa retener del concepto de carácter es que su formación es paulatina y precede primordialmente de las relaciones interhumanas establecidas
en los primeros años de la vida. A través de ellas le son inculcadas al niño normas sociales vigentes, y el modo en que éstas son asimiladas depende del tipo de vínculos personales que establecen estas experiencias. Por ejemplo, un carácter autoritario (o superyoico, en el lenguaje psicoanalítico), o por el contrario un carácter “blando” o indeciso, se
constituyen según el modo en que al niño se le van impartiendo, y él va introyectando según también sus características propias, normas higiénicas, de trato social, la obediencia,
etcétera.
Nos referimos ya a la significación esencial de las actitudes de los demás hacia el
niño, y en especial de las actitudes parentales, en lo que respecta al esquema corporal.
Los sentimientos hacia él que refleja el trato que recibe son factores decisivos en este
plano. Lo mismo vale para el carácter. La dinámica psíquica involucrada es similar en uno
y otro caso. Consiste primordialmente en la identificación, la imitación y las reacciones en
sentido contrario, distintos procesos por los cuales lo que vemos o experimentamos en el
medio humano que nos rodea pasa a formar parte de nosotros mismos. Se da así una
suerte de espiral: lo vivido determina rasgos de carácter y éstos determinan a su vez cómo serán sentidas o interpretadas las experiencias posteriores.
En la literatura psicológica y psicoanalítica actual no se concede gran interés al
carácter, a pesar de que constituye un aspecto fundamental de la personalidad y de que
trae a primer plano el tema no resuelto aún de la importancia relativa de los factores innatos y los adquiridos en la formación individual. Se multiplican en cambio los estudios sobre el “yo”, instancia central de la personalidad estrechamente vinculada con el carácter.
Según la formulación del eminente psicoanalista Otto Fenichel, éste se constituye precisamente como conjunto de las modalidades del yo. “...los modos habituales de adaptación del yo al mundo externo, al ello y al superyó, y los tipos característicos de combinación de estos modos es lo que constituye el carácter”.(21)
Pero esto nos introduce en una conceptualización de la estructura de la personalidad distinta de las que hemos considerado hasta aquí, aunque coincidente en algunos
aspectos: la que establece como subestructuras las tres instancias del ello, el yo y el superyó.
Ello, yo y superyó
Dado que el psicoanálisis es una de las escuelas a la que en mayor medida se debe la preocupación actual de la psicología por el ser humano considerado como totalidad,
también influyó en el surgimiento de la psicología de la personalidad.
Freud fundó su doctrina en las observaciones concretas de pacientes a los que
trataba en calidad de psiquiatra, y su trabajo clínico lo llevó a conceder un papel fundamental en la determinación de la conducta presente a sucesos del pasado, dotados de un
persistente poder motivador insospechado hasta entonces; también lo llevó a superar las
dicotomías cuerpo-alma e individuo-medio, al comprobar que los dos términos resultan
dinámicamente interrelacionados en esa estructuración unitaria y persistente de rasgos
psicológicos idiosincráticos en que consiste la personalidad.
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Hubo modificaciones, sin embargo, en la conceptualización freudiana de la personalidad. A una primera teoría, de 1900, que implicaba una visión “topográfica” del denominado “aparato psíquico”, expresión de fuerte acento fisiologista con que Freud designa
la dinámica psicológica, le siguió, una veintena de años más tarde, una concepción “estructural”. En la topográfica importaba sobre todo la ubicación, por así decirlo, de los procesos, en uno de tres sistemas: consciente, preconsciente e inconsciente.
También en el nivel de integración psicológico interviene la retroalimentación. Se
manifiesta del siguiente modo en la comunicación interhumana: la conducta que alguien
adopta (el emisor) ejerce invariablemente cierto efecto en los demás (receptores), y la
percepción del mismo por parte del emisor sirve para que modifique sus conductas futuras, “adaptándolas” mejor a las circunstancias. Hay pues la posibilidad de autorregular los
propios mensajes a través de las actitudes de los otros, que constituyen un mensaje de
respuesta.
La retroalimentación consiste así en un rodeo por el cual el emisor se transforma
en receptor de los efectos del propio mensaje. Su función principal es la de permitir que
los sistemas de comunicación se mantengan dentro de ciertos límites que posibiliten su
continuidad. Por ejemplo, si una persona se muestra ofensiva con otra, la retroalimentación le permite ir graduando sus siguientes actuaciones, al percibir los efectos de su
ofensividad, de manera que el sistema de mensajes no se interrumpa o llegue a niveles
críticos o explosivos, lo que en casi todos los casos equivale en definitiva a una mala
adaptación.
Los fenómenos de la autorregulación mediante el feedback son procesos vinculados con el mantenimiento de homeostasis. En efecto, sin la capacidad de automodificarse
de acuerdo con los datos recibidos sobre las variaciones del medio —sean éstas condicionadas originariamente por la propia acción o por otras causas— no se mantendrían los
niveles óptimos de equilibrios de un organismo o sistema, mantenimiento que es función
precisamente de los mecanismos homeostáticos. Pero equilibrio no significa adaptación
pasiva, como aclaramos al referirnos a la teoría homeostática de la motivación. Los intercambios de mensajes instalan a la persona, por así decir, en su medio social, al que es
necesario que se adapte sin dejarse llevar exclusivamente por sus motivaciones individuales, y la retroalimentación, funcionando de manera inconsciente o consciente, facilita
esa adaptación; (22) pero por otra parte los núcleos básicos del modo de equilibrio individual tienden a subsistir sin disolverse en medio de las cambiantes condiciones exteriores,
y ésta es, bien entendida, la función homeostática del comportamiento. No se trata de
una especie de inercia o de inmovilidad psicológica, sino del mantenimiento de niveles
óptimos acordes con los rasgos idiosincrásicos del organismo.
Desarrollo de la personalidad
Nos hemos interesado en las redes de comunicación que mantienen conectado al
individuo con su medio atendiendo no a los mensajes incluidos en el aquí y ahora del
campo psicológico, sino al papel que cumplen en la formación de la personalidad. Sabemos ya que son varios los procesos que interactúan en este desarrollo: unos pertenecen
a la maduración, otros al aprendizaje. Llamamos maduración a las transformaciones espontáneas que conducen hasta su nivel más elevado de funcionamiento a los distintos
sistemas neurológicos y en general orgánicos, (23) y aprendizaje a la adquisición y estabilización de pautas de conducta nuevas, merced a las experiencias que se suceden en el
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curso de la existencia; esto es, el aprendizaje involucra necesariamente comunicaciones:
el medio emite mensajes cuya recepción modifica al receptor, con la particularidad de que
esta modificación afecta no sólo sus estados momentáneos sino su estructura psicológica
general.
Estos procesos se dan de manera especialmente acusada en la primera infancia,
cuando la organización individual es más hábil porque no ha alcanzado a configurarse
aún como una personalidad, pero aunque dentro de límites cada vez menos amplios, continúan hasta la vejez, intensificados a veces por situaciones exteriores de carácter especialmente impactante, pero debidos en esencia a la sucesión natural de las etapas del
desarrollo. (24)
En épocas más recientes, la psiquiatría existencial recalcó, como ya indicamos, el
sentido de responsabilidad como uno de los fundamentales caracteres del hombre. El
sistema de terapia de V. Frank, representante de una de las orientaciones de la escuela,
se funda específicamente en esta capacidad. La psiquiatría debe tener presente que en
última instancia “un ser humano no es una cosa entre las demás; las cosas se determinan
unas a otras, pero el hombre se autodetermina”, y la logoterapia intenta hacer al hombre
“totalmente consciente de su propia responsabilidad”. (25)
Aparece implícitamente, en todo lo expresado sobre la voluntad, que constituye
una facultad exclusivamente humana; aun cuando sus raíces haya que buscarla en las
tendencias orgánicas a cumplir fines que rigen el mundo total de la vida, la voluntad en sí
resulta indisociable de la razón. Como actividad contrapuesta a la compulsión, la actividad
voluntaria requiere metas conscientemente perseguidas y medios conscientemente escogidos; sólo en estos tipos de acción cabe hablar de responsabilidad, pero se trata siempre
de responsabilidad hacia valores propios, repetimos, lo cual liga la vida volitiva con la vida
afectiva.
El aprendizaje
Este es uno de los temas capilares dentro de la psicología, al punto de constituir
las distintas teorías sobre el aprendizaje un punto central de muchas corrientes o sistemas, y al mismo tiempo, y como consecuencia de ello, uno de los asuntos más debatidos.
Aquí nos limitaremos a señalar las características del aprendizaje generalmente aceptadas, y las posiciones de mayor vigencia.
En sentido amplio aprender significa adquirir en forma permanente al menos duradera, modos de respuesta nuevos, como resultado de la experiencia. (26) El aprendizaje,
junto con los procesos de la maduración de las capacidades innatas, conduce al desarrollo psicológico pleno. (27) Sus procesos se verifican dentro de las tres áreas de conducta;
aprende la mente y aprende el cuerpo, y la capacidad que implica de adquirir conductas
nuevas requiere siempre, de una manera u otra, el concurso de la inteligencia, en tanto
que percepción de relaciones. Capacidad de aprender e inteligencia son prácticamente
sinónimos en este sentido, pero la perduración de tales adquisiciones se liga con funciones diferentes.
Prácticamente todas las funciones psicológicas a que hemos pasado revista se
hallan involucradas en los procesos de aprendizaje, incluso cuando consiste en un simple
condicionamiento, y más aún cuando responde a alguna motivación consciente o inconsciente. A su vez, las funciones psicológicas benefician también del aprendizaje; es posible
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adiestrar la memoria, la atención, la voluntad, la capacidad de razonar, de manera que
rindan el máximo de sus posibilidades en las distintas personas.
Los modos de respuesta nuevos que se adquieren mediante el aprendizaje significan con frecuencia un progreso en relación a pautas anteriores menos adecuadas, y
aprender es sinónimo generalmente de una mejor adaptación; en el ser humano aún la
mera supervivencia requiere aprendizajes múltiples, dada la relativa pobreza de su dotación instintiva, pero toda conducta no innata es aprendida, de manera que también se
aprenden las respuestas inadaptadas, en especial las socialmente inadaptadas. Incluso
las perturbaciones de la conducta que no obedezcan a causas orgánicas han sido interpretadas como trastornos del aprendizaje, y una psicoterapia efectiva como un reaprendizaje que permite corregirlas. Nos referiremos más adelante a una corriente psicoterapéutica que se funda específicamente en los descubrimientos experimentales de la psicología
del aprendizaje.
Mencionamos arriba que los psicólogos se hallan muy divididos en lo que respecta
al tema que estamos tratando. Aprender siempre implica conectar en alguna forma un
estímulo y una respuesta, sea ésta concreta o puramente mental, pero algunas corrientes
enfatizan la adquisición de la respuesta en sí (aprender consiste según esto en el establecimiento de una asociación entre estímulo y respuesta que se estabiliza en hábitos),
en tanto que otras ponen el acento no en las asociaciones mismas sino en los procesos
de comprensión o de discernimiento de las relaciones dentro del campo perceptivo, esto
es, en el papel de la inteligencia. Es común que la comprensión de relaciones no percibidas anteriormente se dé de manera súbita; se habla por ello de la “experiencia del ¡aha!”.
En verdad la disyuntiva entre ambas posiciones no debe considerarse tan absoluta, sino que es consecuencia de que el interés de los psicólogos de una y otra tendencia
se centra en aspectos distintos del proceso. Aun admitiendo que todo aprendizaje da por
resultado hábitos. Esto no implica necesariamente que la formación de los mismos sea
siempre pasiva, como en el caso del concidionamiento pavloviano, pues puede ser resultado de un discernimiento de las vinculaciones entre los factores que intervienen en una
situación. Por ejemplo, cuando se ha aprendido una poesía de memoria, la capacidad de
repetirla constituye un hábito, pero los procedimientos mnemotécnicos que posibilitaron el
aprendizaje pueden ser producto del discernimiento y no sólo de repeticiones mecánicas;
se puede comprender por ejemplo la relación entre el fin de cada estrofa y la iniciación de
la siguiente, transiciones en las que puede haber siempre cierto paralelismo, etcétera.
Las teorías conexionistas son las que reducen el aprendizaje a las asociaciones
estímulo-respuesta; sus principales representantes, E. L. Thorndike, E. R. Guthrie, y C.L.
Hull y otros, toman en cuenta sobre todo, como base última de todas las conductas adquiridas, la “asociación entre alguna estimulación de órganos sensibles y una correspondiente contracción muscular o secreción glandular”.(28) El primer psicólogo que formuló el
principio mecánico del conexionismo fue Thorndike; sin embargo, lo que se conecta no
son únicamente contenidos intelectuales que se hayan experimentando de manera contigua (29) sino también las acciones efectuadas y las consecuencias de las mismas. así es
como puede funcionar la “ley del efecto” que formuló en 1931; esto es, quedan conectadas (lo que equivale a decir aprendidas), las acciones cuya consecuencia fue gratificar al
organismo. En una situación nueva las acciones se realizan primero según el principio del
ensayo y error, las que quedan fijadas y se repetirán en el futuro, son las que resultaron
efectivas según un principio hedonista.
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Las teorías que ponen el acento en la comprensión son teorías intuitivistas (30) o
cognoscitivas. Sus principales representantes empezaron por ser los psicólogos de la
Gestalt, y se deben a uno de ellos los famosos experimentos con monos chimpancés que
aprendieron a fabricar instrumentos para alcanzar unas bananas uniendo unos palos
sueltos. De pronto fueron capaces de discernir relaciones nuevas: los palos sueltos podrían constituir las partes de un palo único, del largo requerido para sus fines. (31) El discernimiento o insight es, desde luego, sólo una de las etapas del aprendizaje, la que desde luego, sólo una de las etapas del aprendizaje, la que corresponde a la captación inteligente de los rasgos de una situación, pero debe recordarse que aprender significa igualmente fijar una respuesta. Se puede coincidir con Hilgard, por lo tanto, en su conclusión
de que las teorías estímulo-respuesta y las cognitivas son complementarias más que contrapuestas.
Por otra parte, los experimentos de Kohler ponen de manifiesto, aunque no haya
sido esa la conclusión que se hizo resaltar, el papel de la afectividad en el aprendizaje;
era el interés por alcanzar los frutos lo que desató el proceso.
Otro autor que comparte una orientación molar en la interpretación del aprendizaje
es E.C. Tolman, afiliado no obstante a la escuela conductista, pero que se califica a sí
mismo de “conductista finalista” (purposive behaviorist). Según Tolman, en quien se hace
sentir el influjo de la escuela de la forma, el aprendizaje consiste en un problema más
vasto de organización de los estímulos de lo que suponen los conexionistas, puesto que
se aprenden ideas, significados, y supone siempre una finalidad, el logro de una meta
valorada. Estamos constantemente bombardeados por estímulos, pero el sistema nervioso es altamente selectivo con respecto a cuáles admitirá en cada momento; esto es, estructura (o reestructura a veces) el campo cognoscitivo del sujeto.(32) Gran parte del
aprendizaje, sostiene Tolman, en coincidencia con Lewin y con Koffka especialmente,
consiste en la interpretación de signos; cada uno de los cuales va remitiendo a un paso
siguiente. El proceso de debe a que cada signo crea determinadas expectativas, de
acuerdo con la experiencias anteriores. Esto equivale a haber aprendido un significado, y
es lo que permite que aún cuando surgen en la situación algunos detalles distintos, sea
posible con todo arribar a la solución. (33)
En suma, no siempre el aprendizaje consiste en conectar determinados estímulos
con determinadas respuestas, sino que también es con frecuencia la capacidad de reconocer signos a los que cabe responder de maneras distintas.
En una forma u otra, las diversas teorías sobre el aprendizaje conceden un importante papel a la motivación, cuya función como motor de la conducta ha sido tan recalcado en las últimas décadas. La motivación interviene en el aprendizaje aunque sólo sea en
forma de curiosidad o de tendencia a la manipulación, que han sido observadas incluso
en animales. El conexionista Thorndike puso de relieve la función del “efecto”; esto es la
expectativa de gratificar, de manera directa o indirecta alguna necesidad, es lo que motiva
para aprender, ya que sólo se fijan los cursos de acción que en el pasado han tenido esa
consecuencia. No es necesario que intervenga ninguna idea previa, afirma Thorndike, en
forma no consciente. No se halló, en cambio, en estudios experimentales sobre el aprendizaje, (Skinner), que los castigos (esto es, el efecto contrario de la gratificación) ejerzan
el efecto simétrico de inhibir respuestas con la misma intensidad que en los procesos inversos.
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Según Lagache, la ley del efecto, que concede un papel tan marcado a la motivación dentro del aprendizaje, tiene su equivalente en la teoría psicoanalítica. Sería este
equivalente el principio de realidad, según el cual las conductas ajustadas a las condiciones objetivas se imponen a las emanadas del subjetivo principio del placer, porque estas
últimas traen como consecuencia choques dolorosos, a veces con obstáculos exteriores,
otra, con los propios requerimientos éticos, de modo que no se concilian en definitiva, con
la “ley del efecto”.
La posición de O.H. Mwrer y C. Klukhonhn sobre el aprendizaje conjuga aspectos
de la teoría psicoanalítica con otros tomados de la psicología experimental. Así, consideran como “gran principio unificador” la proposición de que “toda conducta es motivada y
de que todo aprendizaje implica gratificación (principio del placer y conducta funcional
respectivamente en las otras dos disciplinas)”; al referirse al papel del condicionamiento,
ligan este fenómeno con las emociones. “Como tendencias que son en sí mismas el resultado de un aprendizaje anterior, suministran la base para un nivel de actividad y de
desarrollo psíquico enteramente nuevo. Se sabe en la actualidad que una vez que se ha
desarrollado una emoción sobre la base de un condicionamiento anterior (Mower, 1939;
Miller y Dollard, 1941; Mowrer y Lamoreaux, 1942), puede servir a su vez como motivo y
fuente de refuerzo para nuevos aprendizajes por ensayo y error, para generalizaciones y
discriminaciones, y aun para otros condicionamientos de orden superior (Finch y Culler,
1943). Así queda abierto el camino para el análisis y la comprensión de los tipos de conducta más intrincados y de más alto nivel”. (34)
Como sucede con tantos otros temas capitales de la psicología, no nos es posible
sino presentar las distintas posiciones asumidas con respecto al aprendizaje; las que se
apoyan en el papel que desempeñan las tendencias afectivas y la estructuración activa
del medio según los requerimientos del organismo, transitorias o permanentes, resultan
más compatibles con una concepción molar de la conducta y con la concepción holística
de la personalidad, que al parecer se ajustan más fielmente a lo que es el organismo humano.
El lenguaje
El producto fundamental del aprendizaje en el hombre, que posibilita a su vez una
multiplicidad de otros aprendizajes, es el lenguaje. Puesto que la vida humana se desarrolla en sociedad, parte esencial de la estimulación que interviene en el aprendizaje procede del entorno humano, y el lenguaje constituye dentro de éste el medio de comunicación privilegiado. Su adquisición y empleo requiere la puesta en acto de la totalidad de las
funciones psicológicas.
En un sentido amplio puede entenderse por lenguaje todo conjunto estructurado de
signos que alude a otra realidad, esto es, a cualquier sistema de significaciones. (35) No
nos referiremos aquí sino al lenguaje en tanto que sistema verbal o lingüístico, constituido
por palabras orales o escritas, con cuya aparición se inauguró en el universo el desarrollo
más extraordinario conocido hasta ahora dentro del conjunto de los seres vivos. En psicología los estudios sobre el lenguaje (la psicolingüística) se halla en un comienzo, pero
todas las escuelas coinciden en otorgar la mayor trascendencia a la personalidad y en
cuanto recurso diagnóstico y terapéutico.
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Una línea del psicoanálisis actual, la orientación estructuralista representada por J.
Lacan, ha introducido consideraciones de la lingüística en la teoría psicológica, y en lo
que concierne específicamente al método psicoanalítico, afirma: “La experiencia psicoanalítica ha reencontrado en el hombre el imperativo del verbo como la ley que lo ha formado a su imagen. Maneja la función poética del lenguaje para dar a su deseo su mediación simbólica... es en el don de la palabra donde reside toda la realidad de sus efectos,
pues es por la vía de este don por la que ha llegado toda realidad al hombre, y es por su
acto continuado como la mantiene”. (36)
Dentro de un enfoque sumamente alejado del de Lacan, la escuela reflexológica
coincide en atribuir una función fundamental al lenguaje dentro del psiquismo. La conducta es interpretada como cadenas de reflejos que se desencadenan ante la aparición de
estímulos-señales; el habla o la escritura también pueden constituir señales, aunque de
un tipo especial. Son, en efecto, señales de señales, estímulos de segundo orden en relación a las situaciones efectivas, que a través de condicionamientos anteriores son asociados con aquéllos, con los estímulos naturales, pero “el lenguaje, la palabra, constituyen
una condición necesaria del origen y existencia del pensamiento en su sentido propio y
específico”. (37)
Mediante el lenguaje se expresan estados interiores; se describen hechos exteriores y se influye en la conducta ajena. Tales son las discriminaciones establecidas por Karl
Bühler en su conocida teoría sobre las tres funciones del lenguaje (1933), a las que relaciona con las tres esferas clásicas de la investigación psicológica: afecto, conocimiento y
voluntad, con las que estarían respectivamente ligadas. Cada una de estas funciones se
ejerce de manera deliberada o inintencional, en forma consciente o inconsciente.
Charles Morris en sus investigaciones ya clásicas sobre el lenguaje, discriminó tres
niveles: el semántico, el sintáctico y el pragmático. (38) El primero corresponde a las relaciones entre los signos y lo significado; el segundo a las relaciones de los signos entre sí,
y el tercero a las relaciones entre los signos y las personas que los emplean. Este es el
nivel que interesa ya específicamente a la psicología. Gracias al lenguaje, el pensamiento
y la vida interior en general se convierten en un hecho social, y por ende, el estilo personal de emplear el lenguaje, constituye un índice observable de características de la personalidad, posiblemente una de las más ricas fuentes de datos para el psicólogo. (39)
También fuera de todo lo que implica el lenguaje en las redes de comunicación
interhumanas, desempeña funciones que son esenciales en la configuración de la vida
psíquica; en efecto sin las palabras nuestros pensamientos carecerían de permanencia y
apenas si se podrían relacionar unos con otros. Los que se alejan demasiado de lo concreto ni siquiera podrían ser concebidos y todo el campo de la especulación menta, cuya
riqueza y complejidad es característica esencial y exclusiva del ser humano, asumirían un
aspecto totalmente distinto. Entre pensamiento y lenguaje existe una estrecha conexión, y
uno de los índices de ella es el paralelismo que se da entre las estructuras lógicas y las
sintácticas.
Todo lenguaje, sea verbal o de otro tipo, supone la existencia de un circuito de comunicación compuesto de un emisor —el que habla, escribe, gesticula, viste de cierto
modo, muestra tal o cual expresión, etc.—, un receptor —oye, lee, interpreta los signos—,
un mensaje —trasmitido por el primero al segundo—, y el proceso del feed-back —efecto
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retroactivo del mensaje sobre el propio emisor, a través de la reacción del receptor—. Implica también un código o clave que permite interpretarlo trasmitido. En los seres vivos,
tanto el proceso de la emisión como el de la recepción de mensajes son tanto más finos y
permiten el intercambio simultáneo de mensajes tanto más complejos cuanto más perfectos son los mecanismos neurológicos puestos en juego; por eso, sólo el hombre, poseedor del sistema nervioso más complejo de la vida animal, ha podido elaborar el lenguaje
verbal, que es el que más posibilidades ofrece para el intercambio de signos espacial y
cronológicamente distantes de sus significados.
A diferencia de otros signos significantes, las palabras posee no sólo un valor indicativo o denotativo sino también un valor connotativo: “connotan” resonancias históricas,
literarias, emocionales, etc. Si el estilo verbal de cada persona resulta tan altamente significativo para el psicólogo, ello se debe sobre todo a esa variedad de resonancias de los
símbolos del lenguaje empleado, que traducen inconscientemente afectos, ideas dominantes, proyectos, etc. En sus teorizaciones sobre la entrevista psiquiátrica, Harry Stack
Sullivan recalca que todo psiquiatra o psicólogo no sólo se vale como principal instrumento de diagnóstico de lo que sus clientes y pacientes dicen, sino de cómo lo dicen. Sullivan,
al atender a los aspectos averbales de la comunicación verbal, toma en cuenta el modo
de pronunciar, o el hecho de que la persona enrojezca o palidezca al emitir determinadas
frases; todo esto indica la aparición de la ansiedad frente a ciertos contenidos, y la ansiedad indica a su vez, el peso psicológico de los mismos. Pero también es significativa la
terminología empleada; es por empezar, un indicador de la ubicación social de una persona, pero también de rasgos idiosincrásicos y de su manera de vivir la situación de entrevista.
También los distintos trastornos del lenguaje, aunque poseen diversos orígenes,
obedecen en muchos casos a perturbaciones de la personalidad y pueden ser curados
con psicoterapia. Es el caso del tartamudo, por ejemplo. Las afasias son causadas por
lesiones neurológicas en las zonas cerebrales que intervienen en su adquisición y utilización, pero traen siempre aparejada una perturbación psicológica más vasta: no sólo el
lenguaje sino la función de pensar resulta afectada y en general la relación de la persona
con el mundo. Maurice Merleau-Ponty afirma con respecto a esto que “es imposible hallar
en ninguna parte un trastorno del lenguaje que sea puramente motor y que no afecte en
cierta medida el sentido del lenguaje... En la afasia motriz, la lista de las palabras perdidas y conservadas no corresponde a sus caracteres objetivos (extensión o complejidad),
sino a su valor para el sujeto...” (40) Y cita más adelante a Goldstein: “Puesto que el
hombre se sirve del lenguaje para establecer una relación viva consigo mismo o con sus
semejantes, el lenguaje no es ya un instrumento, no es ya un medio; es una manifestación, una revelación del ser íntimo y del lazo psíquico que nos une al mundo y a nuestros
semejantes”...
Otro aspecto que debe tomar en cuenta la psicología es la adquisición gradual del
manejo verbal. Los psicolingüistas se han interesado en las variaciones que presenta el
lenguaje en relación a las etapas evolutivas. En su obra El estructuralismo, Jean Piaget
cita entre otros a R. Brwn, S. Ervin y U. Belluci, quienes analizaron las “gramáticas infantiles”, bien distintas de la gramática empleada por los adultos. Son aplicaciones genéticas
del estructuralismo que se vinculan, señala Piaget, con la tendencia general de la epistemología genética instituida por él mismo de tomar en consideración el papel de la ontogénesis, “aunque se inscriba en los marcos de la filogénesis o del desarrollo social, pero
en marcos que siempre modificó de rechazo”. (41)
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El YO como unificador
Existe en el psiquismo un centro organizador que coordina las operaciones de los
diversos modos de operar de que dispone el organismo humano, poniéndolos al servicio
de sus necesidades tanto adaptativas como expresivas, y que permite a la vez que cada
individuo se experimente a sí mismo como un ser único y distinto de los demás. Esta organización implica una estructuración en sentido transversal y en sentido longitudinal,
pues asegura la unidad del sujeto en cada momento y la continuidad de su personalidad
a lo largo de su historia individual. La unidad no es masiva, sino compatible con disociaciones de mayor o menor intensidad, pero en condiciones normales el individuo es y se
siente uno a través de la multiplicidad de sus impresiones y reacciones, y se mantiene
siendo el mismo a través de las transformaciones corporales y anímicas que experimenta
en el curso del tiempo.
El centro organizador es el denominado yo, y funciona en forma tanto consciente
como inconsciente. Nos ocupamos anteriormente del yo, al referirnos a la teoría de la
personalidad de Freud, en tanto que una de las tres instancias discriminables en según
esa teoría. Freud recalca sobre todo un papel esencial del yo: el del mantenedor del equilibrio entre las exigencias antagónicas del ello y del superyó, gracias en gran parte a la
instrumentación que hace de la angustia a modo de señal de alarma que permite no quebrar este equilibrio; pero configuran igualmente el yo el conjunto de potencialidades para
actuar y para manifestarse en que consisten las funciones psicológicas de la memoria,
atención, voluntad, sentimientos, imaginación, etcétera.
Es preciso distinguir el concepto de yo de los otros que le son cercanos, a saber,
“sí mismo” e “identidad”. El sí mismo es “el centro más radicalmente individual y significativo. Lo que en verdad cada uno es, es su sí mismo, y esto significa no el conjunto de las
conductas o vivencias generales de la especie humana, o de las que son características
de los hombres colocados en idénticas circunstancias, históricas, culturales o sociales,
sino de las que son privativas de cada uno, en cuanto este hombre único y que, en última
instancia, dotan de sentido a su vida”. (42) En cuanto a lo que se debe entender por identidad, “es el equivalente de la personalidad, pero cuando se emplea este término se
atiende primordialmente a lo que ofrece de particular la personalidad de cada uno en relación con la de los demás, a lo que cada uno es en medio de los otros”. (43) Y el yo, por
último, es una instancia eminentemente ejecutiva”... sus funciones, tan diversas que llegan a ser antitéticas y que entran frecuentemente en conflicto, poseen un denominador
común: el contacto con la realidad. Es el yo lo que nos permite conocerla y lo que nos
permite actuar en ella de manera coherente y como la persona particular que somos. en
este último sentido constituye un instrumento tanto de la personalidad total como de su
estrato nuclear: el sí mismo” (44)
El yo se va constituyendo gradualmente, y el equilibrio psicológico requiere que
llegue a adquirir suficiente fortaleza para permitir al individuo conductas acordes con las
exigencias de la vida social y con sus autoexigencias en medio de los conflictos que jalonan inevitablemente la existencia humana; también es gradual el surgimiento de la “identidad del yo”.
GLOSARIO
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-1- Psicología de la personalidad, op. cit., p. 65.
-2- Op. cit., p.10.
-3- La Psychanalyse, N° 6, Paria, PUF, 1961, p. 5.
-4- Estructura de la personalidad e interacción humana, Buenos Aires, Paidós, 1965, p.81.
-5- Kurt Lewin, Op. cit., p. 54.
-6- Ibíd., p.57.
-7-Ibíd, p.56.
-8- Kurt Lewin, Principles of Topological Psychology. New York, Mc Graw Hill, p. 117. 1936, la que reproducimos es una de las numerosas representaciones gráficas con que simboliza Lewin la estructura de la personalidad.
-9- Ibíd, p. 218.
-10- A Dynamic Theory of Personality op. cit.., p. 207.
-11-G. W. Allport, Psicología de la personalidad, op. cit., p. 363.
-12- Ibíd, nota al pie.
-13- Véase Caractére et personnalité, París, PUF., 1954, Cap.1.
-14- Psicología de la personalidad, op. cit., p. 71.
-15- Y en parte en la voz, signo que puede indicar a la vez otros rasgos constitucionales, como por ejemplo
una proporción excesiva de hormonas masculinas en las mujeres o de hormonas femeninas en los hombres.
-16- Nos limitamos a mencionar el concepto de “trauma de nacimiento”. Este sería, según el psicoanalista
Otto Rank (1884-1939), un trauma que se produce universalmente en toda la especie al separarse el niño
del cuerpo de su madre. Como consecuencia de este hecho quedarían en el bebé huellas mnémicas, que
explican toda situación de angustia posterior como reedición de esa conmoción primera. Ya el mismo destete, separación del pecho materno provoca una angustia que repite la del trauma de nacimiento. De todos
modos, el carácter universal de éste , si es que se admite su existencia, no permite adjudicarle un papel
configurador de características idiosincrásica.
-17- Dentro de los genes, el D:N:A: (ácido desoxi-ribonucleico) es el portador del “código genético del que
dependen los rasgos heredados; consiste en una cantidad de aminoácidos”.
-18- Ibíd., p. 33.
-19- Entendidos aquí como una disposición interior del individuo a valorizar de determinadas maneras las
realidades naturales, sociales o humanas que lo circundan, especialmente estas últimas.
-20- Observa Allport que el idioma inglés incluye unos 18000 vocablos aproximadamente para designar
“formas distintivas y personales de comportamiento”, esto es, rasgos de carácter.
-21-Teoría psicoanalítica de las neurosis, Buenos Aires, Paidós, 1966, p. 598.
-22- Ruesch y Bateson señalan por ejemplo el importante efecto que tiene en la propia conducta la percepción de haber sido percibido (Véase su Comunication, the Social Matrix of Psychiatry. Nueva York , Norton &
Co. p. 173. Hay traducción española: Buenos Aires, Paidós, 1965).
-23- También el crecimiento es una transformación espontánea, pero consiste en el aumento de las dimensiones corporales, no, como la maduración, es una diferenciación funcional. El desarrollo comprende los dos
procesos, junto con los de aprendizaje.
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-24- Aunque los conceptos de evolución y desarrollo son muy cercanos.
-25- V.E. Frankl, Man’s Search for Meaning. Nueva York , Washington Square Press, 1967,p. 173.
-26-En estos términos define Ernest H. Hildard el aprendizaje: “Aprendizaje es el proceso por el cual una
actividad se origina o es modificada a través de la reacción a una situación hallada, siempre que las características de la modificación en la actividad no puedan ser explicada sobre las base de tendencias a responder
innatas, por la maduración, o por estados temporarios del organismo (fatiga, drogas, etc.)”. En Theorias of
Learning. New York, Appleton, Century Crofta, 1956, p. 3. Hay traducción castellana de la obra (México,
F.C.E. 1961).
-27- Pero para cada aprendizaje se requieren ciertas bases mínimas de maduración, por lo cual el aprendizaje abarca paulatinamente zonas más vastas de la personalidad en el curso del crecimiento.
-28- La reflexológica, que explica el aprendizaje como condicionamiento, lo mismo que el conductismo, que
comparte esta posición, se sitúa dentro de las corrientes conexionistas. Incluso otras corrientes pueden admitir el aprendizaje por condicionamiento, aunque sólo como el tipo más simple de aprendizaje, no los que
implican el ejercicio de la racionalidad, sino los que implican respuestas viscerales y de tejidos vasculares,
que intervienen en la vida emocional. Se trataría siempre de respuestas regidas por el sistema autónomo, en
tanto que en las que requieren la intervención del esqueleto no sería suficiente la estimulación simultánea y
repetida de varios centros nerviosos (el refuerzo pavloviano) para fijarlas,
-29- Recuérdese el papel fundamental que se concede a la contigüidad temporal en las asociaciones.
-30- Intuición equivale aquí a aprendizaje por insight, de manera súbita.
-31- Algunos psicólogos objetan que la intuición (insight) de relaciones nuevas no es ajena a las experiencias anteriores, a hábitos instrumentales ya adquiridos, por lo general subconscientes.
-32- Aunque esta concepción gestaltista de un acto integrativo descarta el ensayo y error como fase fundamental del aprendizaje, no está excluido sin embargo que proceda a este mismo, como es de común observación.
-33- La transferencia en el aprendizaje, proceso por el cual las soluciones aprendidas para determinada
situación se generalizan a otras similares, encuentra una explicación plausible en la interpretación del aprendizaje como aprendizaje de signos y no de respuestas fijas.
-34- Dynamic Theory of Personality, en J. McV Hunt, op. cit., tomo I, p.82.
-35- Puesto que las palabras constituyen sólo uno de los lenguajes posibles, cabe una multiplicidad de “lenguajes extralingüísticos”. El crítico literario Roland Barthes, uno de los principales representantes de la corriente estructuralista, cita entre ellos la vestimenta, las imágenes, el cine, la literatura, los alimentos, puesto
que todos ellos son “objetos culturales que la sociedad ha dotado de un poder de significación”. Por ejemplo,
“los alimentos sirven para ser comidos, pero también para significar (condiciones, circunstancias, gustos);
los alimentos son pues un sistema significante” (Essais critiques, París, Editiona du Seuil, 1964, p. 155). A
los ejemplos de Barthes cabe agregar los conjuntos de símbolos de la matemática, la lógica, la química, el
lenguaje de los sordomudos, las señales de tránsito, etc. Y fuera ya del ámbito humano, constituyen lenguajes los medios por los que los animales se comunican entre sí: las danzas de las abejas constituyen entre
éstos un ejemplo especialmente interesante de sistemas codificado de movimientos dotados de valor de
signos.
-36- Ecrits., op. cit., p. 322.
-37- L. S. Rubinstein, op. cit., p. 225. No es por cierto la reflexología la única escuela que establece esta
relación entre lenguaje y pensamiento; quisimos destacar esta coincidencia como prueba de la significación
esencial que conceden igualmente al lenguaje las escuelas situadas en posiciones muy distintas.
-38- Véase: Signos, lenguaje y conducta, Buenos Aires, Losada, 1962.
-39- También otras manifestaciones de la vida simbólica constituyen fuentes especialmente valiosas para la
psicología, individual y social. Los sueños y los mitos, a que tanta importancia concede el psicoanálisis, son
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estructuras simbólicas cuya significación se halla en la vida inconsciente de personas individuales o de pueblos enteros. En verdad la psicología profunda no constituye una excepción al valerse de los símbolos como
instrumento de comprensión, puesto que toda la conducta observable constituye un signo que los psicólogos
deben interpretar; lo distintivo reside en su atención preferente a los símbolos que traducen la vida inconsciente.
-40- Puénomenologie de la perception, París, Gallimard, 1945, p. 227.
-41- Buenos Aires, Proteo, 1970, p. 75.
-42- Aída, Aisenson Kogan, El yo y el sí mismo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1969, p.
102.
-43- Ibíd., p.103.
-44- Ibíd., p. 102.
Síntesis
A) Tomaremos como definición de personalidad la de Filloux: “La personalidad es la configuración única que toma en el transcurso de la historia de un individuo el conjunto de
sistemas responsables de su conducta”.
La “Personalidad es una construcción teórica elaborada por el psicólogo para designar la manera de ser y funcionar única que determina su adaptación al ambiente que le
es propio”. Nos interesa fundamentalmente aquellos rasgos personales que afectan su
convivencia con los demás y consigo mismo.
El estudio de la personalidad puede realizarse en dos ámbitos distintos dentro de la Psicología.
1) El estudio de la personalidad en general como objeto de estudio de la psicología general y
2) El estudio de las capacidades, de las motivaciones de la reacción emocional, etc. como
objeto de estudio de la Psicología de las diferencias individuales, esto nos permite conocer a la personalidad en aquello que la caracteriza individualmente.
Precisaremos ahora algunos términos relacionados con la definición de personalidad.
La individualidad: es un concepto abstracto que señala la característica esencial de la
personalidad por ser única en su género y separada de las otras personalidades.
El individuo: Proviene del latín in-divisible, designa al ser humano como unidad psicofísica
intrínsecamente diferenciada del resto. El individuo designa el yo singular y único.
La identidad: Se refiere a los límites que la circunscriben frente a los demás. es ese sentimiento que nos permite sentirnos diferenciados de los otros y ser fuente de nuestros
propios actos. Si este sentimiento (por cualquier razón) es perturbado aparece entonces
la enajenación como grado máximo de perturbación o en grado más leve la rebaja de la
auto-estima. La identidad no es pensada (concepto), la identidad es vivida (sentimientovivencia).
La persona: Designa al individuo concreto en oposición a personalidad que es una construcción científica. Persona: Proviene del etrusco y significa “máscara” (que se relaciono
en un principio a la máscara que cubría la cara de los actores.
Jung dice que la persona es la máscara que oculta los componentes profundos de la personalidad y que responde a las demandas del medio cotidiano pero oculta su esencia.
El yo: Es la representación de la personalidad. Se refiere al yo sujeto, yo ejecutivo, la persona concreta. Es un instrumento de la personalidad total.. Es el que dirige y organiza la
91
conducta. Es un compuesto de pensamiento y sentimiento que constituye la conciencia
que una persona tiene de su existencia.
B) Al hablar de personalidad estamos haciendo referencia al concepto de desarrollo. Es
decir que así como se desarrolla la parte orgánica-física también se desarrolla la personalidad, que se va configurando a través de este continuo desarrollo. Tanto en el aspecto
físico como en el psíquico el desarrollo comporta un proceso continuo de integración y
diferenciación. Ya desde antes del nacimiento el ser viviente (de cualquier especie) se va
diferenciando de los otros seres y cada una de las partes de su organismo, también lo
hacen mientras que, simultáneamente hay un proceso de integración al medio y de cada
una de las partes que componen su organismo para formar un todo armónico.
En la formación de la personalidad, entonces, también aparecen como básicos estos dos
procesos de integración y diferenciación que se dan en forma continua e inseparable y
que son los causantes de esa individualidad característica de todo ser humano que lo hace distinto a los demás y también de su interrelación con el medio al que se integra y que
lo moldea y al que el humano también modifica (a través de sus conductas).
Como el individuo, además de ser producto de su ambiente es, a la vez, víctima de él, es
que aparecen las alteraciones de la personalidad cuando dicho ambiente no es propicio
para su desarrollo. Al bagaje congénito-hereditario de la personalidad (que ya está “programado”) debe sumársele el producto de la relación individuo-medio ambiente. Cuando
esta relación (por diferentes razones) no es satisfactoria pueden aparecer las alteraciones
de la personalidad que, a su vez, ocasionan alteraciones en el medio y en el mismo individuo apoyándose en un proceso circular: el medio actúa sobre el organismo que a su vez
actúa, nuevamente, sobre el medio y así sucesivamente.
Se puede ejemplificar este proceso en cualquier medio laboral en el que una incidencia
negativa sobre el trabajador desde el medio provocará, siempre, un retorno negativo desde este medio y así sucesivamente, y de no mediar una solución de control sobre esta
situación provocará un aumento de los conflictos.
C) Ya hablamos en el punto anterior sobre desarrollo de la personalidad. Dijimos que
puede establecerse un parangón entre el desarrollo bio-físico y el de la personalidad. En
relación a la estructura de la personalidad podemos decir que la misma es el producto de
la interacción de 3 factores: lo congénito, lo hereditario y lo adquirido.
Las sucesivas experiencias del ser humano desde que nace van configurando una determinada estructura de personalidad, que sí bien es única e irrepetible, posee manifestaciones y rasgos que la psicología agrupa en distintas clasificaciones.
Estas corresponden a los diversos “tipos” de personalidad que podemos encontrar en
términos generales y que solo persiguen la finalidad de agrupar estos tipos en función de
características comunes a determinados individuos en comparación a otros distintos para
otro grupo.
Aparecen así la personalidad fóbica, la paranoide, la histérica, etc., que se refieren a las
característica más sobresaliente de determinados individuos. Esta característica es el resultado de una observación cuidadosa de sus conductas en las que aparece como constante, una especie de vector común a todos ellos, una forma especial de respuesta repetida como signo característico de sus distintas conductas. En distintos sujetos pueden
aparecer similitudes en su forma de respuesta o conducta y en base a ellos se agrupan
en una misma clasificación o “tipo” de personalidad. Esto no implica, insistimos en ello,
que estas personas sean iguales, sino, tan solo que eligen los mismos mecanismos adaptativos para diferentes situaciones.
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Así por ejemplo, dos personas completamente diferentes en su edad, sexo, historia familiar, etc., que pueden corresponder al tipo fóbico de personalidad tendrán como actitud en
común y en su forma de respuesta habitual la huida, el escape.
Son personas que ante una situación de conflicto ó una nueva experiencia recurren al
escape de esa situación en forma directa o solapada (por ej.: en una postura de timidez o
de introversión).
La teoría psicoanalítica determina como estructura de la personalidad la relación entre las
“series complementarias (lo heredado, lo congénito y lo adquirido) y el interjuego de los
impulsos del ello, yo y superyó.
De acuerdo a como se dé este interjuego y de como cada sujeto “maneje” esas pulsiones
resultará una personalidad determinada en lo que algunos rasgos preponderan sobre
otros, determinando así un tipo característico de personalidad.
D) La personalidad laboral se refiere a las características que cada sujeto aporta en su
medio laboral. No será distinta la personalidad laboral de la personalidad familiar. La personalidad es siempre constante en cualquier ambiente y situación y las respuestas de ese
individuo serán acordes a su personalidad en cualquier espacio.
Pero en el campo laboral interesa, fundamentalmente, como se interrelacionan las distintas personalidades y cómo lograr de esas personas y de sus relación el mejor provecho
posible. Nuevamente es esta tarea de los investigadores del campo laboral (sociólogos,
psicólogos, etc.). Las distintas personalidades cuya clasificación puede ayudar a la tarea
de prevención general (accidentes, malas relaciones, etc.) deberán estudiarse para determinar si están capacitados para las tareas asignadas, si podrán adaptarse cómo responderán en situaciones de emergencia, y en general, para sacar de estas personas lo
mejor de sí mismos y controlar todo aquello que pueda perjudicarlos a ellos mismos, a los
demás o alterar las interrelaciones laborales, en relación a los jefes, los pares y a los
subalternos.
No existe entonces, una personalidad laboral, sino distintas personalidades que actúan
en el medio laboral.
Temperamento:
Se refiere al componente fisiológico estable y hereditario, que influye en la parte
afectiva-dinámica de la personalidad. Es el armazón más o menos fijo que da a cada organismo un estilo característico en función de datos anatómicos y fisiológicos determinados por la constitución.
El temperamento se refiere al aspecto funcional de la constitución, a la capa instintivaafectiva de la personalidad a diferencia de la capa intelectual-volitiva que constituye el
carácter.
Es el aspecto de la personalidad ligado a lo biológico y se traduce externamente como
determinada estructura somática. Es por ello que las clasificaciones sobre tipologías temperamentales apuntan, fundamentalmente, al aspecto somático ó físico.
El temperamento marca tendencias hacia, por ej.: la efusividad, las respuestas rápidas, la
lentitud, la expresividad, la apatía, etc., y a su vez. las estructuras temperamentales se
suponen muy ligadas a la actividad glandular: la hipófisis, suprarrenales, gónadas y tiroides (hay clasificaciones íntimamente ligadas a la actividad glandular directamente).
En la formación del temperamento, entonces, intervienen fundamentalmente los aspectos
heredados y congénitos y posiblemente las variables existentes durante el nacimiento.
Es el único componente innato de la personalidad.
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Carácter
Etimológicamente significa (del griego: impronta) ese signo ó sello característico
que distingue a una persona ú objeto de otro. Está más ligado a la relación del organismo
con el medio externo.
En el enfoque estrictamente psicológico significa el modo de reaccionar, si bien tiene un
componente innato, lo más trascendental es el de intercambio con el medio el que finalmente determina el carácter. Es el COMO se presenta la persona.
El aprendizaje cumple un papel muy importante en la formación del carácter. Se
puede definir al carácter como: conjunto estructurado de actitudes estabilizadas y modos
típicos de actuar de una persona, mediante los cuales realiza su estilo individual de adaptación. Constituye los modos peculiares de vinculación con el mundo externo y aún consigo mismo. Son ejemplos de carácter: ser extravertido ó introvertido, honesto ó deshonesto, sumiso ó independiente, etc.
Se ha asimilado al carácter con el “aspecto moral” de la personalidad hasta con la
voluntad (aunque no todos los rasgos de carácter dependen de la voluntad: por ejemplo:
ser confiado ó desconfiado).
El carácter se desarrolla con las sucesivas experiencias desde que nacemos. Se forma a
través del aprendizaje que absorbemos del medio ambiente.
Su desarrollo puede verse perturbado por malas experiencias durante la etapa formativa
del ser humano, como cualquier otra función relacionada con el desarrollo evolutivo.
LA PERSONALIDAD
Definiciones
FILLOUX: la personalidad es la configuración única que toma en el transcurso de
la historia de un individuo, el conjunto de sistemas responsables de su conducta.
ALLPORT: la personalidad es la organización dinámica dentro del individuo, de
aquellos sistemas psicofísicos que determinan su ajustes únicos a su ambiente.
La personalidad es el centro de estudio de la Psicología, porque es la unidad a la
que quedan referidas todas sus manifestaciones: conductas, motivación, etc.
La personalidad no es un todo que resulta del agregado de cientos de conductas,
sino que, la estructura de la personalidad es la que se manifiesta en cada una de esas
conductas.
La personalidad se caracteriza por ser una totalidad con una organización de relativa estabilidad, unidad e integración.
La personalidad es dinámica, es decir, cambiante, está sometida a fluctuaciones
entre evolución y regresión y entre integración y dispersión.
La personalidad está dada por el conjunto organizado de la totalidad de conductas.
La personalidad es el resultado de la interacción de factores hereditarios, congénitos y
socioculturales ó ambientales (condicionantes: natura y nutura, según Filloux).
ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD
1) Constitución, temperamento y carácter (según criterio clásico ó tradicional).
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2) Consciente, preconciente e inconsciente (según criterio psicoanalítico).
3) Ello, yo y superyó.
Bibliografía Recomendada:
Bleger: Psicología de la conducta, Centro Editor de América Latina.
Filloux: La personalidad. EUDEBA.
Ravagnan: Introducción a la Psicología. Kapeluz.
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