CÓMO-PODEMOS-HACER-TRABAJO-GREMIAL-DESDE

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¿CÓMO HACER TRABAJO GREMIAL DESDE LA ACADEMIA?
David Alberto Campos Vargas, MD*
Escribo este artículo en respuesta a varias inquietudes de estudiantes,
maestros, colegas, investigadores médicos (psiquiatras, neurólogos,
internistas, neuropsiquiatras, pediatras) y no médicos (psicólogos,
terapeutas, sociólogos y filósofos). También como una manera de
contestación a numerosas interpelaciones de estudiosos del hombre,
la sociedad y la cultura (antropólogos, sociólogos, epistemólogos,
juristas), periodistas y ciudadanos comunes y corrientes (pacientes,
familiares de pacientes, personas interesadas aunque noveles en el
tema), que hoy en día se preguntan por el quehacer de los psiquiatras,
la validez de sus métodos y su propia supervivencia como
especialidad médica.
La reflexión y las inteligentes observaciones de varios de mis
estudiantes y compañeros me han llevado a esbozar esta estrategia
para fortalecer el gremio de los psiquiatras en Colombia. Sobra decir
que no son “las fórmulas del éxito” ni el único mecanismo de
empoderamiento. De hecho, estoy convencido que nuestro gremio
puede hacerse fuerte sólo si combina varias estrategias
(entrenamiento en asertividad y técnicas de negociación, ampliación
de redes sociales, vocería política y comunitaria, ejercicio clínico
impecable, fortalecimiento de vínculos entre colegas, presencia en la
vida intelectual y académica del país, actividades encaminadas a
nuestra salud y a nuestro bienestar, etcétera); el objetivo de este
artículo es ahondar en cómo se puede, desde el ámbito escolar y
universitario, hacer fuerte a nuestro gremio.
Lo primero es realizar una labor de educación y sensibilización, en la
mayoría de centros de formación posibles (desde colegios hasta
centros de estudios no formales, en instituciones tanto técnicas como
universitarias), acerca de qué es un psiquiatra. A lo largo de
conversaciones y encuentros de lo más variopinto, he podido constatar
que la inmensa mayoría de colombianos no tiene idea de lo que
realmente hacemos los psiquiatras. En el imaginario colectivo hay todo
tipo de fantasías erróneas, discordantes con la realidad. De ahí que un
vasto número de ciudadanos desconozca que seamos médicos
especialistas, que tratamos con psicoterapia y otras terapéuticas no
farmacológicas, o que hemos recibido una formación universitaria que
respalda nuestro ejercicio.
Con respecto a lo anterior, ha sido para mí una sorpresa (no muy
grata, por cierto) que en varias reuniones sociales la gente me
manifieste que no tenía idea que había que estudiar Medicina (y cursar
la carrera completa, graduarse y refrendar el título) como un requisito
sine qua non para ser Psiquiatra, al menos en Colombia. Y me lo han
dicho educadores, magísters y doctores en sus respectivas
profesiones. De otro lado, a más de uno de ustedes les puede haber
pasado que, en plena consulta, el propio paciente pregunte: “¿Y cuál
es la diferencia entre un psicólogo y un psiquiatra?”.
Otra inmensidad de colombianos no tiene idea que los psiquiatras
hagamos psicoterapia. Los más cultos creen que Moreno, Erickson y
Ferenczi hacen parte de un pasado glorioso que no volverá, y que el
modelo actual implica un reduccionismo biologista a ultranza, un furor
medicamentoso despiadado. Los que han leído menos, y no tienen
idea siquiera de quién fue Freud, simplemente me han manifestado
algo que, por desgracia para todos nosotros y para la nación, los
mismos medios de comunicación se han empeñado en difundir:
“cuando el paciente está necesitando hablar de sus problemas debe ir
al psicólogo, cuando está necesitando medicamentos debe ir al
psiquiatra”.
No podemos culpar a los periodistas de su ignorancia. En realidad,
ellos sólo amplifican lo que la misma sociedad les transmite. Buena
parte de la población colombiana desconoce qué es un psiquiatra, y
eso ya nos pone a los psiquiatras colombianos contra la pared. De ahí
que sea indispensable re-educar a la ciudadanía, transformar los
prejuicios y preconceptos de la opinión pública, y ofrecer una imagen
más fidedigna de lo que somos (pues, para desilusión mía, muchas
personas sólo tienen la imagen de psiquiatra que proyectan
caricaturistas y humoristas, o peor aún, películas que suelen
desvalorizarnos y hasta estigmatizarnos).
Otra tarea para los docentes es la de volcarnos a la labor gremial, con
toda la elegancia y sutileza que la delicada función (el oficio de
maestros) nos exige. Es decir, complementar la apertura a las
instituciones educativas (que se podrá realizar por medio de charlas,
actividades informativas y culturales, bazares, foros con estudiantes y
padres de familia, ferias de salud, visitas y aún educación a los propios
educadores) con una labor educativa propia, en la que nuestros
estudiantes se liberen de los prejuicios que cargan y entiendan con
claridad qué es lo que hacemos.
Los psiquiatras que seamos docentes (de psiquiatras en formación, de
psicólogos, de estudiantes de medicina y enfermería) tenemos el
deber de ilustrar a cabalidad qué es la psiquiatría, qué es un psiquiatra
y de qué manera el tratamiento psiquiátrico contribuye al bienestar de
los pacientes, de las comunidades y de la sociedad en general. En
este orden de ideas, tenemos que mostrar la labor real de los
psiquiatras, que va mucho más allá de la simple formulación de
fármacos, o del ejercicio diagnóstico.
Muchos estudiantes desconfían a priori de la psiquiatría, por el simple
hecho de haberse encontrado, para infortunio del gremio entero, a
algunos psiquiatras que en su furor farmacológico parecen actuar
como meros recetadores, o peor aún, como entes entregados a las
casas farmacéuticas. Es un hecho que quienes se dedican a eso
corren el gran peligro de hipotecar su prestigio, su imagen pública, y
aún su carrera. Pero, aún ellos, hacen mucho más que “pepiatría”. No
he conocido ningún colega tan obtuso, o tan limitado, que se dedique
solamente a formular. Todos los psiquiatras intentamos, así los
contextos laborales no sean los mejores (pues nos dejan poco tiempo
de consulta en las instituciones, y el propio sistema de salud
colombiano nos restringe enormemente), al menos una consejería, o
un poco de psicoeducación. Así que, en la docencia, debemos aclarar
que la labor de nosotros los psiquiatras es también (y ante todo)
psicoterapéutica, que cuando usamos medicamentos lo hacemos con
una visión integral y considerándolos coadyuvantes dentro del
tratamiento, y que nuestro radio de acción no sólo es individual, sino
también de pareja, de familia y de comunidad.
Otros estudiantes, aún sabiendo que el tratamiento psiquiátrico es
completo (psicoterapia, psicoeducación, consejería, farmacoterapia,
otras tecnologías), creen que el psiquiatra es “el especialista”, “el gurú”
que diagnostica, da un dictamen y da los lineamientos generales del
tratamiento, pero hasta ahí llega. Sé que puede parecernos insólito a
los psiquiatras, pero muchos profesionales de la salud me han
confesado que creían que “el psiquiatra da el diagnóstico y el
psicólogo es el que trata al paciente”. De este modo, el imaginario
colectivo también nos ha hecho daño. De “tratantes” pasamos a ser
“diagnosticadores”.
Se trata, entonces, de asumir nuestro oficio de psiquiatras en su
totalidad. Es cierto que nos apoyamos en neuroimágenes y exámenes
de laboratorio; que debemos ser buenos escudriñadores, es cierto que
la psicopatología y la fenomenología son dos herramientas útiles en
nuestro ejercicio, pero también es verdad que somos mucho más. Y,
cuando esté en nuestras manos, debemos favorecer ese puente, ese
enlace entre la etapa diagnóstica y la etapa terapéutica propiamente
dicha. De hecho, como afirmaba Sullivan, la primera entrevista ya
viene siendo terapéutica. Esa escisión carece, por tanto, de
fundamento, y se debe más a la distorsión que se ha hecho de nuestra
labor. Distorsión que, dicho sea de paso, algunos administradores,
economistas y gerentes sin escrúpulos se han entusiasmado en
favorecer: como les resulta en apariencia (y soy enfático: en
apariencia) más barato hacer que a los pacientes los sigan tratando
profesionales a los que pagan salarios aún más bajos que a nosotros
(pues no somos los únicos minusvalorados y esclavizados del
sistema), simplemente nos usan para “atender la urgencia y
diagnosticar”, y, ya con el paciente estabilizado, dejan los controles a
cargo de médicos generales, médicos familiares, psicólogos y
“terapeutas” misceláneos.
Estamos llamados a hacer que los estudiantes, y la ciudadanía,
entiendan que por nuestra formación, nuestros estudios (perfil
académico, perfil humano) y por sentido común (puesto que los
pacientes corren menos riesgo de descompensarse, y tienen mejores
desenlaces, si se les brinda un tratamiento psiquiátrico constante y a
largo plazo), debemos continuar con los pacientes y sus familias el
proceso que ya hemos iniciado en la primera consulta. Claro que la
participación de psicólogos, terapeutas ocupacionales, trabajadores
sociales, enfermeros, auxiliares de enfermería, fisioterapeutas,
terapeutas de lenguaje y sociólogos es de suma importancia. Al fin y al
cabo, del trabajo multidisciplinario los beneficiados somos todos. Pero
no podemos permitir que se nos relegue.
Ahora bien, podemos hacer esto tanto en nuestra práctica privada
como en el trabajo institucional. Muchas veces una conversación
oportuna con las directivas (que son férreas en sus convicciones a
veces, pero que, finalmente, ante una argumentación razonable y bien
elaborada, en la que se les demuestre los beneficios que obtendrían,
pueden mostrarse dispuestos a negociar), o con las familias de los
pacientes (que pueden erigirse en “grupos de presión” y exigir a las
instituciones la continuidad del tratamiento psiquiátrico) allana el
camino. Por eso creo que nuestro gremio debería tener más
preparación en técnicas de negociación, y que los psiquiatras
deberíamos tener mayor conciencia de lo que valemos, de lo que nos
necesitan, y mayor asertividad a la hora de entrar al mundo laboral.
Otro punto es el relacionado con la idoneidad de los terapeutas. Creo
que urge en Colombia una ley que delimite claramente quién puede
hacer psicoterapia, y establezca un estándar de calidad básico.
Teniendo en cuenta que la psicoterapia es la piedra angular del
tratamiento psiquiátrico, es un riesgo, una ligereza, una canallada y un
error imperdonable el poner a los pacientes en manos de personal no
cualificado, mal entrenado o mal intencionado. Para ilustrar hasta
dónde hemos llegado, contaré una anécdota que viví en carne propia:
trabajaba en una clínica privada, llegó un paciente con
drogodependencia y una colega empezó el manejo farmacológico
pertinente. La hermana del paciente, al ver que me esmeraba en
brindarle un apoyo psicoterapéutico, y creyendo que la única
psiquiatra era la colega que los había atendido en Urgencias, me
agradeció efusivamente. Acto seguido, y con toda la cachaza del
mundo, me preguntó: <<¿Ustedes los terapeutas ya son adictos
rehabilitados, cierto?>>. Al notar mi mirada de desconcierto, remató:
<<Ay, perdone, doctor. Verdad que ya no se dice adictos, eso suena
ofensivo. Quise decir farmacodependientes>>. Me quedé con la
espina y, al hablar con otros familiares, otros pacientes, y ciudadanos
de a pie, me encontré con que, efectivamente, en Colombia hace
psicoterapia todo el mundo. Es todo un circo: personas con
dependencia a sustancias (rehabilitadas o no), religiosos con delirios
mesiánicos, esquizotípicos (algunos hasta de buena fe, que ni cobran),
políticos y reformadores sociales frustrados, y aspirantes a clérigos de
sus propias congregaciones, cuando no pacientes en franca manía
pero con “don de palabra”.
De este modo, es mandatorio que mientras se legisla al respecto los
psiquiatras nos empeñemos en aclarar a nuestros estudiantes, y a la
ciudadanía, que sólo nosotros, y los psicólogos clínicos (ojalá con una
maestría), podemos hacer psicoterapia. Ojalá que en todo tipo de
entrevistas y contactos con otros profesionales, comunicadores,
líderes comunitarios y gestores sociales, mantengamos esta postura y
la demos a conocer.
Por último, alguien puede preguntar: ¿y qué podemos hacer los
psiquiatras que no somos docentes? Sencillo. En realidad, todos
somos educadores. El concepto de “Academia” no puede limitarse a la
Universidad. Casi todos tenemos contacto con estudiantes, aun
cuando sea por el simple hecho de trabajar en un sitio donde roten. O
supervisamos a psicólogos o médicos en formación, en sus prácticas
clínicas. O tenemos hijos, sobrinos, primos, amigos e hijos de amigos,
a los que les vendría bien una conversación sobre los tópicos
anteriores. Manos a la obra, entonces.
* Médico Psiquiatra, Pontificia Universidad Javeriana
Diplomado en Neuropsicología, Universidad de Valparaíso
Diplomado en Neuropsiquiatría, Universidad Católica de Chile
Lic. Filosofía, pensamiento político y económico, Universidad Santo
Tomás de Aquino. Escritor.
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