RECUERDOS DE NAPOLEÓN FRANCESCHI GONZÁLEZ (MEMORIAS Y DESMEMORIAS, 1948-2013) Publicación como Libro Digital del autor www.nfghistoria.net Caracas – Septiembre de 2013 ALECCIONADORES EPÍGRAFES: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y como la recuerda para contarla”… Gabriel García Márquez (MEMORIAS) “La vida es aquello que pasa mientras hacemos planes para el futuro”. (John Lennon) “Los mejores libros son aquellos que quienes los leen creen que también ellos pudieran haberlos escrito.” (Blaise Pascal) “Si no actúas como piensas, vas a terminar pensando como actúas.” (Blaise Pascal) <<Leemos para saber que no estamos solos>> (Anónimo) Decía un monje tibetano: <<Si el discípulo no es mejor que su maestro entonces éste fracasó>> <<No titulo, como es habitual "Mis Memorias", porque no tengo más que una memoria, a no ser que se considere una segunda a esa "criptomnesia" o memoria oculta que hace saltar de repente, del subconsciente recuerdos que estaban dormidos. Además, porque "Mis recuerdos" han de ser reforzados por los recuerdos de otras personas>> Eduardo Alfonso y Hernán: MIS RECUERDOS. Madrid, 1986 “Si quieres conocer el pasado mira el presente que es su resultado. Si quieres conocer el futuro, mira el presente que es su causa” (Proverbio japonés) UNA CUESTIÓN PREVIA La escritura de estas páginas que recogen una versión ya corregida, resumida y reorganizada, recopila recuerdos, anécdotas y noticias sobre nuestra familia inmediata, pueblo natal y especialmente todo lo relacionado con mi vida. Tal trabajo lo inicié hacia el mes de julio del año 2003 – partiendo de la base que uno debe anotar tales recuerdos mientras lo pueda hacer aceptablemente bien, esto es, antes de que ellos se le olviden o borren, tal vez irremediablemente, o mucho peor, uno sea alcanzado por la chochera, la demencia senil o el terrible mal de Alzheimer. Por ahora, solamente haremos una publicación digital preliminar sobre esos primeros sesenta y tantos años de vida. No insertaremos muchos datos recogidos en sucesivos borradores guardados y que hemos ido depurando, al eliminar cuestiones escabrosas, otras de las que no estamos completamente seguros, o que tal vez no sean tan relevantes para esta historia personal Además – en aras de una mayor continuidad del relato – colocaremos uno anexo final sobre nuestras publicaciones y lecturas. Además, una buena cantidad de material anecdótico sobre la familia y algunos personajes de Miranda, lo pondremos en un archivo aparte.1 Es casi inevitable, y lo tenemos presente, el que ciertos asuntos o recuerdos aparezcan más de una vez en el relato. Tomando como punto de partida lo planteado por varios autores, he comprendido mejor el verdadero significado e importancia de recordar muchas cosas que uno creía olvidadas para siempre. He entendido cabalmente lo que menciona Don Eduardo Alfonso y Hernán en su obra <<MIS RECUERDOS>> 1 En archivos apartes, hemos colocado un amplio conjunto de anécdotas de la familia y de otros personajes de Miranda. Igualmente otros anexos sobre automóviles que he tenido desde 1972, mascotas, mujeres de servicio en Miranda y otros temas que harían demasiado extensos esta primera entrega revisada de nuestros RECUERDOS. (Madrid, 1986) cuando afirma que no titula su trabajo como "Mis Memorias", porque dice tener no más que una, a menos que se considere la llamada "criptomnesia" o memoria oculta que hace saltar de repente, del subconsciente, recuerdos que estaban dormidos o aparentemente olvidados. Y agrega, “porque <<Mis recuerdos>> han de ser reforzados por los recuerdos de otras personas”. Sobre eso último que menciona Don Eduardo Alfonso y Hernán, esto es, lo de reforzar nuestros recuerdos, he comprobado repetidas veces que lo que uno recuerda – a veces vagamente – se ilumina compartiendo tales vivencias con quienes igualmente participaron de dichas experiencias o pudieron conocerlas de alguna manera. En fin, he verificado como algunos memoriosos miembros de la familia (por ejemplo, mi hermana María Elena) corroboran casi siempre mis recuerdos o en algunos casos me aclaran el sentido de cosas ocurridas cuando estaba muy pequeño o ausente. No hay duda que las experiencias vividas en los años iniciales, uno las conoce más que todo por las anécdotas que la familia guarda y que uno internaliza como si realmente hubiese estado completamente consciente desde el momento de esos episodios. UN CASO INTERESANTE Considerando eso último, puedo decir que cuando le escuché muchas historias a mi padre, yo daba por sentadas la veracidad y exactitud de muchos datos sobre nuestros abuelos paternos y otros temas. No obstante, una también memoriosa y más anciana tía (Carola Franceschi de Morazzani) nos aclaró y corrigió cosas, que papá parecía no conocer bien o había confundido. Esa experiencia nos permitió profundizar sobre nuestros ancestros y llevar adelante la grata tarea de escribir el libro titulado <<Los Franceschi, La Pequeña Historia de una Familia>> (Caracas, Gráficas Tao, 2003). En fin, revolver recuerdos o hacer memoria sobre nuestro pasado puede ser - a veces - una tarea agradable. Otras, pudieran llevarnos a experimentar de nuevo cuestiones no tan placenteras. Pero una cosa si es cierta, vale la pena conocer ese pasado pues en él están las raíces de lo que somos ahora, esto es, nuestra identidad. Y en esa materia no podemos aplicar aquello que sobre la Historia se plantea en la obra de George Orwell: <<Quien controla el presente controla el pasado>>. Las personas no somos tan cínicas como los estados o los gobiernos. Sabemos que aunque pudiéramos manipular el pasado – hacer tal cosa sería absurdo – porque en realidad nunca podemos engañarnos totalmente a nosotros mismos. PUNTO DE PARTIDA Un primer asunto sobre nuestra vida personal – y que puede servir como una excusa para comenzar este relato - está relacionado con la fecha de mi nacimiento: Nací realmente el 18 de septiembre de 1948, a las 8 de la noche (un día sábado según el cálculo de mi horóscopo) en el pueblo de Miranda, en los llamados valles altos del occidente del estado Carabobo, Venezuela. Sin embargo, en mi partida de nacimiento se señala – equivocadamente - que, en 1950, fue presentado un niño varón nacido “el año pasado”; por tanto, la fecha tomada como legal en el documento oficial fue el año 1949. Ese pequeño error surgió tal vez porque mi papá lo dijo así o porque dijo: “el muchacho nació el año ante pasado” y el secretario anotó simplemente “el año pasado”. Y por supuesto, ya sabemos que lo elegante y correcto sería decir “el año próximo pasado”. Y como fuimos trece hermanos, contando sólo los de mi mamá Victoria González, puede uno imaginarse que nuestro padre tuvo que visitar repetidamente la oficina de la prefectura municipal donde se hacía la inscripción de los nacimientos. Cuando nosotros le leíamos a mamá el texto de la partida de nacimiento firmada por el entonces Jefe Civil Juan Miguel Piñero, ella se molestaba cuando oía que, según el acta, no firmaba por no saber hacerlo. Ella protestaba señalando que eso era incierto, primero, porque en verdad si sabía leer y escribir aceptablemente, y además, ella nunca había ido a presentar a ningún muchacho a la Jefatura Civil pues eso lo hizo siempre nuestro padre. Para ese entonces, además, las partidas de nacimiento señalaban cuestiones embarazosas como el detalle que el niño presentado era “natural” o era “legítimo”. En nuestro caso se indicaba que habíamos sido legitimados por “subsiguiente matrimonio de sus padres”. En todo caso, eso de la fecha de nacimiento, me trajo algunos inconvenientes en mi temprana existencia. Fui menor de edad – sin serlo realmente – durante todo un año adicional. Así que tuve que esperar un año más para entrar a los lugares “para mayores de 18 años”, sacar la licencia de conductor de automóviles, inscribirme en el Registro Militar, etc. Ese “karma” siempre lo tengo presente cada vez que lleno cualquier planilla y al asentar la fecha de nacimiento tengo que tener presente lo que textualmente señala mi partida de nacimiento y cédula de identidad y no lo que en verdad es la fecha de mi primer llanto acostado en la cama de mi madre Victoria González de Franceschi, atendida por la partera Sofía Guinán (Misia Pipa) la que después se convirtió en mi madrina. Esta madrina siempre me dio su bendición con gran cariño y murió hace ya varios años en el pueblo de Bejuma (estado Carabobo) donde vivió en la última etapa de su vida. Y a propósito de los otros padrinos, estos fueron Tomás León y Efraín Salvatierra, ambos del pueblo de Miranda y también fallecidos hace ya mucho tiempo. Decía antes que el asunto de la fecha me hizo aparecer como “menor de edad” y ello retardó algunas cosas. Además, para el año 2008, hubiese tenido la oportunidad de ser legalmente sexagenario, y sin embargo, debí esperar al año 2009 para recibir la pensión de vejez del Seguro Social y también obtener los descuentos que a las personas mayores se le asignan en aviones, ferrys, cines, etc. Un malentendido cronológico con mi edad y la edad de mi esposa Beatriz. Eso de mi edad verdadera me trajo otro inconveniente menor, esta vez con mi esposa Beatriz. Cuando nos conocimos (hacia mayo de 1969) al ella preguntarme sobre mi edad yo le dije que había nacido el 18 de septiembre y “andaba” en 21 años; ella asumió o entendió que yo había nacido en 1947 y me dijo que igualmente ella tenía 21 años pues había nacido un 18 de agosto de 1947 y por tanto apenas era un mes mayor que yo. El problema fue que ella “no andaba” en 21 sino que - ya había cumplido 21 años - y cumpliría 22 ese próximo agosto, mientras que yo no había cumplido los 21 todavía – y además – legalmente no los tenía según mis documentos que solamente me acreditaban nacer el año 1949. En fin, todo un enredo cuando después tuvimos que hacer mayores precisiones. El peculiar “problema” de nacer en un lugar llamado <<MIRANDA>> Tengo otro problemita parecido cuando al informar que nací en <<Miranda>>, debo aclarar - de inmediato - que no me refiero al estado de ese mismo nombre sino a un pueblo o municipio situado en el occidente del estado Carabobo. Muchas veces he tenido que discutir con obtusos funcionarios públicos venezolanos y aclararles que en realidad no me equivoqué al llenar la planilla del caso. Esto pareciera algo absurdo, pero repetidas veces he sido “regañado” y mandado a llenar nuevamente los formatos en oficinas de la Dirección de Identificación cuando he tenido que renovar la cédula de identidad o el pasaporte. A uno de esos tercos funcionarios, que me insistía que ese “Municipio Miranda” debía tener otro nombre como lo tiene, p. e., Petare (Municipio Sucre) o tantos otros con sus respectivos epónimos a veces desconocidos o no utilizados salvo para los documentos legales, tuve que “restregarle” en su cara mi título de Profesor de Geografía e Historia - y además el haber nacido allí - para que no siguiera discutiéndome el punto. Cuando la última vez fuimos a tramitar mi pasaporte, el de mi esposa Beatriz y el de mi hija Irene (diciembre de 2004), hicimos una larga cola desde las 6 de la mañana, con lluvia y luego fuerte sol en plena calle, finalmente recibimos nuestro número, esperamos pacientemente hasta la tarde, llenamos los formularios, entregamos todos los recaudos, etc. Pero – por supuesto – cuando regresamos a la semana siguiente a retirar los pasaportes, el mío no me fue entregado porque – según anotaron al margen - no quedaba claro cuál era el lugar de mi nacimiento. Tuve que, diplomáticamente, insistir en que no había ningún error en cuanto a mi lugar de nacimiento. No obstante - para los efectos prácticos perdí el viaje y debía esperar a que subsanaran el problema para la semana siguiente. Esto es un verdadero récord. La próxima vez le anexaré una copia del mapa del estado Carabobo, un oficio de la alcaldía, un ejemplar de mi partida de nacimiento y una estampita de la Nuestra Señora del Carmen, patrona del pueblo de Miranda, cuya fiesta se celebra el 16 de julio de cada año. Quién sabe si algún día tenga la oportunidad de ofrecer una pequeña lección de historia regional y citar a Don Torcuato Manzo y sus estudios sobre la evolución del antiguo caserío de nombre Onoto, su transformación en la parroquia eclesiástica “Nuestra Señora del Carmen” y finalmente en el “Municipio Miranda”. Y ya que mencionamos este pueblo, debemos señalar que de acuerdo con el criterio del citado historiador carabobeño Don Torcuato Manzo Núñez (QEPD) la verdadera fundación de Miranda ocurrió el 7 de diciembre de 1849 cuando quedó sancionado el acto legislativo que le dio rango de municipio. No obstante, según Manzo “equivocadamente se ha venido dando como fecha de fundación de Miranda el 13 de marzo de 1850.”2 Una vieja historia oral sobre los epónimos y otras cosas: Según una vieja tradición de la gente de nuestro pueblo – y que mi papá repetía - eso de ponerle el nombre a Miranda fue idea del presidente Antonio Guzmán Blanco cuando hizo una gira administrativa por todo el occidente de Carabobo y tierras de Yaracuy (Nirgua). Se contaba que cuando pasó por el sitio de “La Mona” allí supuestamente habían colocado un letrero que decía: <<Guzmán, La Mona te saluda>>, luego pasó por Onoto (la actual Miranda) y siguió hacia otro caserío cercano donde le escribieron <<Guzmán, El Tigre te abraza>> y así sucesivamente. Contaban que Guzmán ya molesto con tales denominaciones poco elegantes ordenó rebautizarlos a todos con nombres de 2 Torcuato Manzo Núñez: Historia del Estado Carabobo. Caracas, ediciones de la Presidencia de la República, 1981 próceres, y fue así que aparecieron los pueblos y caseríos de Miranda, Mac Gregor (antes El Tigre), Cedeño, Salom y otros más. En realidad esa historia atribuida a Guzmán tiene algunas inexactitudes cronológicas. Pero todos la repetían para explicar los nombres oficiales de los lugares que la gente seguía y sigue llamando de otra manera. Esa historia de los cambios de nombres la completaban rememorando un supuesto discurso de bienvenida que un montalbanero (de oficio carpintero seguramente) había pronunciado en estos términos: <<Guzmán, tu programa de gobierno avanza como serrucho en tabla de cedro; como berbiquí en madera de saqui-saqui, y como un chivo montado en la cúpula de una iglesia que esparce cagarrutas por doquier>> Ese supuesto “discurso” pronunciado por ese también imaginario habitante del vecino pueblo de Montalbán era, obviamente, una manera de burlarse de los políticos pueblerinos y era también una vía para zaherir a los nativos de la capital del antiguo distrito que sometió a Miranda a su control hasta tiempos recientes cuando las reformas políticas de 1989 permitieron establecer el municipio autónomo y su respectiva alcaldía y concejo municipal. Desde tiempo inmemorial los mirandinos lanzaban dardos verbales a sus vecinos montalbaneros llamándolos “montalvainosos”, asegurando que esos avaros o pichirres habían inventado el queso rallado y eso de darle tres golpecitos al rallo para que soltara las últimas boronitas o restos de queso. Otra cosa que siempre lanzaban los mirandinos a sus vecinos era referirse a ellos como “la ciudad perdida” para destacar que estaban lejos de la principal vía o eje de comunicación entre Valencia y Nirgua, esto es, la moderna carretera Panamericana que pasaba, eso sí, por el frente de nuestro pujante pueblo de Miranda, con mayor población y actividad económica pero sometido al control del “Distrito” Montalbán y su concejo municipal. MI FAMILIA Mi padre - conocido por todo el mundo en Miranda y sus alrededores con el sobrenombre de Caíco - se llamó Augusto Franceschi Giuli, nacido un 1º de septiembre de 1904 en el mismo pueblo de Miranda. Murió un 23 de agosto de 1989. Ello ocurrió en una clínica de Valencia una semana antes de cumplir sus 85 años y lo llevamos a enterrar en el panteón familiar del cementerio de su pueblo natal, panteón que él mismo había hecho construir para enterrar los restos de sus padres, hermanos y otros parientes. Papá, asociándose con algunos de sus hermanos, especialmente con la mayor de nombre Carola Franceschi de Morazzani, se dedicó varios años a reunir el dinero, contratar y supervisar las obras para el panteón familiar. Para eso, hizo sacar previamente todos los restos que quedaban de los antiguos difuntos de la familia para colocarlos todos en una pequeña urna común en el fondo de uno de los varios puestos del mausoleo. Según el plan, los puestos que tendría el mausoleo – construido en el área que había quedado libre al eliminar las viejas fosas - se destinarían a cada uno de los hermanos sobrevivientes, esposos, esposas e hijos. Por cierto, fui yo quien tuvo que acompañar a Caracas al albañil que hacía las nuevas fosas. Una vez que llegamos al <<Cementerio General del Sur>> de la capital serví como testigo para retirar los pocos restos que quedaban allí de un hermano de mi padre de nombre Enrique, gemelo de tía Enriqueta. El señor Flores (a quien llamábamos “pata recia” porque le gustaba correr mucho cuando actuaba como chofer de papá) echó los escasos restos del tío Enrique en un maletín que llevaba y se los trajo secretamente hasta Miranda. Sus honorarios - por ese trabajo especial - fue quedarse con la propiedad del terreno que ocupaban esos restos allá en el viejo cementerio de Caracas. Esa noche, cuando llegamos a la casa de Miranda, el señor Flores le hizo entrega de los restos a papá y éste los guardó, hasta que a la mañana siguiente, los llevó al cementerio del pueblo para juntarlos con los otros huesos que ocuparían una urnita en el fondo de la fosa colectiva. Mis hermanos y hermanas estaban esa noche en nuestro hogar mirandino, con mucho miedo por la presencia de los restos mortales del tío Enrique, pero no paraban de hacerme preguntas sobre qué cosa exactamente había en el maletín que papá guardó con la mayor naturalidad. Mi padre fue hijo de François Marie Franceschi Mattei quien nació en 1861 (Ersa, isla de Córcega, Francia) y murió en el pueblo de Miranda en 1918. Mi abuela paterna fue Marie Sebastiénne Giuli Antoni de Franceschi (1867-1943) igualmente nacida en Córcega y fallecida a avanzada edad en Miranda. De estos ancestros poco añadiré ahora porque ya publicamos un libro donde se aborda ampliamente el tema.3 Ahora solamente agregaríamos – a título de ejemplo - que papá fue toda su vida un entusiasta agricultor. A ese oficio de trabajar en el campo dedicó su existencia, desde su temprana juventud hasta que murió (como ya anotamos antes) una semana antes de cumplir sus ochenta y cinco años. Mucho le gustaba a papá rememorar sus inicios en el trabajo de la tierra. Decía que se vio obligado a asumir graves responsabilidades de adulto aunque era mucho menor que sus otros hermanos varones, especialmente de François y Napoleón. El otro hermano varón, Enrique, el que nació mellizo con Enriqueta, era semi ciego, entre otras limitaciones que tenía. El que sería mi padre – aunque era entonces un muchacho de 14 años – se fue a una de las haciendas de la familia y se dedicó a las faenas agrícolas (siembra de tabaco negro y productos como ocumo, ñame, caraotas, cambures). Con esa producción se pudo mantener el mismo, a su madre viuda y hermanas solteras. Posteriormente se mudó de la primera finca (Hacienda La Concepción) para otra propiedad de la familia que ocupó el resto de su vida: la <<Hacienda El Taque>>, denominación esta que hace referencia al nombre de un árbol común en la zona. 3 Napoleón Franceschi G.: LOS FRANCESCHI, LA PEQUEÑA HISTORIA DE UNA FAMILIA. Caracas, Impreso en Gráficas Tao, 2003 Él siempre fue una persona trabajadora. Iba diariamente a la sección de la hacienda El Taque que heredó, donde dirigía las labores propias de cada tipo de cultivo. Incluso, ya en sus últimas décadas también iba - por lo menos una vez a la semana - a otras haciendas que tomó en arriendo – primero en San Sebastián de los Reyes (Aragua) y después en Lagunita (cercana al pueblo de Libertad del estado Cojedes) – a supervisar sus siembras de tabaco rubio. A lo largo de todos sus años como agricultor cultivó tabaco negro, tabaco rubio (tipos Virginia y Burley), árboles y matas frutales (naranjas, mandarinas, parchitas, parcha real, lechosa y otras), hortalizas y similares (lechuga, berenjena, zanahoria, remolacha, tomates, pimentón, repollo, cebolla, ajos), granos como caraotas, frijoles y maíz; papa, ocumo y muchas otras cosas más. Siempre fue un hombre innovador. Tenía especial gusto por hacer ensayos agrícolas, leía revistas y libros para estar actualizado en materia agrícola. Adicionalmente, era amante de la lectura de obras literarias e históricas, y del disfrute de la música clásica y otras como las zarzuelas españolas. Era un hombre metódico, muy organizado. Le gustaba anotarlo todo para guardar una especie de memoria sobre todo lo que hacía o tenía que hacer. En una gran cantidad de cuadernos dejó constancia no sólo de la minuciosa contabilidad propia de una finca agrícola; también dejó noticias sobre su diario quehacer, sus relaciones sociales y familiares, juicios sobre personas que lo visitaban, etc. Desafortunadamente, desde el propio día de su muerte mucha de esa información se ha venido extraviando por la acción de saqueadores y otras personas inescrupulosas que destruyeron o robaron parte de ese archivo. Actividades de cría: Papá nunca tuvo interés por la cría o explotación de ganado vacuno o de otro tipo. Que recuerde, solamente cuando era yo muy niño se utilizaba en la hacienda El Taque un “macho” o mulo para halar una “charruga” o pequeña máquina surcadora. Al animal – de gran tamaño y fuerza – mi papá lo bautizó como Cantinflas, aunque no tenía aspecto cómico. En una oportunidad pude estar muy cerca de este animal cuando lo llevaron a la casa de Miranda. Allí durmió una noche en el solar para que al día siguiente pudiera ser herrado o encasquillado por Don Pedro Marinelli. Los otros animales que si siempre se criaban eran pollos y gallinas, pavos, gallinetas, patos y unos escandalosos gansos que eran una especie de mascotas. Papá diariamente se acercaba a la laguna principal de la hacienda donde se concentraban y los llamaba para darles su comida. A sus gritos de “Don Cleto, Don Cleto”; llegaban a devorar todo lo que les echaba papá. Él disfrutaba mucho que el jefe de la bandada de gansos (Don Cleto) viniera escandalosamente con toda su parvada hacia el sitio donde le colocaba el alimento. Como su actividad económica fundamental era el cultivo y papá gastaba demasiado – según el criterio de sus otros colegas y de mi hermano Jesús – él nunca pudo ser una persona muy adinerada, aunque era dueño de una extensa finca heredada de sus padres y pudo criar y educar una extensa familia. Eran muchas las veces que las cosechas se perdían por exceso de lluvias o plagas; o en otros casos, se daban muy bien pero entonces el ínfimo precio obtenido en el mercado no arrojaba ganancias. Papá se quejaba tanto de sus pérdidas que su “mal hablado” amigo Jesús María Landínez lo bautizó como “La Llorona”. Sólo sus siembras de tabaco rubio y en cierta manera la explotación de la naranja le dieron ingresos aceptables. No obstante, muchas veces lo ganado en el tabaco y en la naranja lo perdía en sus otras empresas agrícolas. En ellas, utilizaba muchos trabajadores a los cuales papá pagaba aceptables salarios permanentes, con cumplimiento estricto de las obligaciones legales: Pago de domingos y feriados, sobre-tiempos, vacaciones y bono navideño en dinero efectivo. Además, papá – por su propia iniciativa – obsequiaba en navidad juguetes y ropas a los niños y niñas de sus obreros. Y durante todo el año, les suministraba medicinas, leche diaria a algunos infantes, ayudas para entierros, etc. Y eso no era solamente con sus propios obreros. Prácticamente él era una especie de “paño de lágrimas” para muchos necesitados: Una diaria fila de limosneros frente a su casa de Miranda, gente solicitando ayuda para enterrar a alguien, solicitudes para comprar medicinas y otras cosas eran el espectáculo que siempre veíamos desde niños. Pero dejemos esto hasta aquí, porque en otras partes de estas memorias contamos muchas anécdotas o pequeñas historias sobre papá e igualmente comentamos sobre sus hábitos o rutinas diarias en la casa. EL ENTIERRO DE MI PADRE Un detalle que nunca olvidaré fue la espontánea participación oratoria, de nuestro amigo, paisano y colega docente, Miguel Ángel Pinto Salvatierra. Cuando ya toda la familia, los amigos y una gran cantidad de personas de Miranda y áreas vecinas esperábamos a que cerraran la fosa que guardaba la urna, en medio de aquel solemne silencio del camposanto, se oyó la voz de M.A. Pinto para despedir al difunto. Recordó M.A.P.S que Caíco (como todos lo conocían en Miranda) había sido una genuina representación de un conjunto de mirandinos que dejaron positivo testimonio como gente de trabajo, dignos hijos de esos inmigrantes europeos que trajeron nueva sangre, ideas, culturas y la creación de riquezas. Ellos, significaron un valioso aporte al progreso económico, social y cultural de Miranda. Dijo que hombres como Caíco habían dejado un legado digno de rememorar. Por ejemplo, podía recordar como él pudo acercarse por vez primera a la música clásica, a la música culta, la literatura y otras ideas en el propio pueblo de Miranda, gracias a las conversaciones, a la cercana relación con mi padre 4. Enfatizó que cuando moría un hombre como Caíco moría uno de esos últimos mirandinos que dejaban un vacío inmenso. No pude evitar – además de la profunda emoción y agradecimiento por esas sentidas palabras de nuestro amigo – evocar las conocidas palabras de tono elegíaco que Juan Vicente González escribió en el siglo XIX para honrar al difunto Fermín Toro al que calificó como “el último de los venezolanos”, esto es, el final de una gloriosa estirpe de próceres civiles que desaparecía irremediablemente en una Venezuela juzgada como 4 Sobre este tema, el de la importancia de estos inmigrantes y sus descendientes, la cineasta Malena Roncayolo escribió y presentó una película: De Navíos, Ron y Chocolate. (Caracas, 2013) sociedad decadente y en crisis. Sobre esto, también podemos acotar que en un libro nuestro ya publicado5 - señalamos que ese texto de Juan Vicente González recrea uno similar de la antigüedad clásica (Tácito) donde se hablaba del “último de los romanos”. Sin duda, esta es una de las consecuencias de estar uno inmerso en las actividades intelectuales, siempre está relacionando todo con lo que ha leído o ha escrito. En fin, el entierro de mi padre fue algo memorable, entre otras cosas, por la masiva asistencia de gente de toda edad, condición social, procedencia, etc. Llegamos con la caravana fúnebre desde Valencia donde había fallecido. Una vez en la iglesia del pueblo de Miranda pudimos apreciar las muestras de solidaridad de todos aquellos que le conocieron y apreciaron. Ya completadas las ceremonias en el templo, llevamos la urna a través de las calles del pueblo hasta el cementerio, siguiendo la acostumbrada ruta y seguidos de una gran muchedumbre. En medio del dolor que uno siente en esas circunstancias, fue un gran alivio verse rodeado del afecto de tanta gente que apreciaba al viejo. No podía dejar de pensar lo que siempre él mismo decía en vida, refiriéndose a alguno de esos miserables que nada daban y nada ofrecían a nadie: A ese carajo (decía papá) lo irán a enterrar los cuatro policías que cargarán la urna, si es que le pagan aparte por hacerlo. Y de seguidas rememoraba el caso verdadero (según él) de un personaje que había conocido en el pueblo, a cuyo entierro ni siquiera su familia inmediata había asistido. MI MADRE VICTORIA GONZÁLEZ DE FRANCESCHI Ella nos contaba que nació en un campo de la zona de Canoabo, un pueblo ya tricentenario del estado Carabobo, el día 25 de marzo de 1917 (día de Nuestra Señora de la Victoria). Falleció a los 76 años en la ciudad de Valencia, donde vivió sus últimos años, el siete de septiembre del año 1993. Su muerte a esa edad fue 5 Napoleón Franceschi G. El Culto a los Héroes y la Formación de la Nación Venezolana, 1830-1883 causada por una grave enfermedad (Diabetes) que la dejó inválida. Allí en Valencia está enterrada en el cementerio <<Jardines del Recuerdo>>. Lo hicimos de esa manera, por expresa voluntad suya. Cada vez que comentaba sobre su futuro fallecimiento decía que deseaba morirse de “tres brincos” y – además – que no quería ser enterrada en Miranda sino en Valencia. Aunque no lo decía abiertamente, seguramente suponía que sus hijos podían visitar su tumba con mayor facilidad en ese cementerio, más seguro y cercano. Tampoco simpatizaba con la idea de ser enterrada junto con sus antiguas cuñadas y cuñados y otros miembros de la parentela de su marido ya instalados en el panteón construido por mi padre. Sus reconcomios también se los llevaría a la tumba y nosotros respetamos eso. La familia de mamá Mi abuela materna se llamaba María de la Cruz González, a la que llamábamos Mama Cruz. Era una mujer de tez morena y muy flaca, también nativa de los campos cercanos al pueblo de Canoabo. Según contaba ella misma su madre de nombre Agustina era negra pero su padre era un isleño español. Siguiendo la costumbre de esos tiempos en esas remotas zonas rurales, formó una familia al unirse con un alemán – o hijo de alemán – de nombre Raimundo Yank, conocido entonces como “musiú Yanque”. De esa unión nació mi madre y sus doce hermanos. De ellos conocí a mis tías María (la mayor de ellas, nacida en 1901), Vicenta (1927), Emilia y Esperanza, y a mis tíos Jacinto y Roque. Esos hijos no tuvieron el apellido alemán paterno pero casi todos heredaron el color muy blanco y los cabellos rubios. No fue casualidad que mi madre siempre fuese conocida como “La Catira”. Para el año 2013 ya sólo sobrevivía la tía Vicenta, diez años menor que mi madre. De los tíos y tías ya fallecidos, Esperanza – la menor de las hermanas González – falleció el 8 de junio de 2012. Ella tuvo varios muchachos producto de su primer matrimonio y de otras parejas. Ya una mujer madura y sola, y con una muchachera que sostener, tuvo la buena suerte de casarse de nuevo con un generoso esposo de nombre Erasmo. Este se convirtió en padre ejemplar de los hijos e hijas de su esposa. Hasta ese entonces, tía Esperanza – viviendo en Mariara – había tenido que trabajar muy duro en Maracay. Su hermano Roque y su madre Cruz la ayudaron solidariamente durante esos años difíciles. Hay que recordar que tía Esperanza cuando era una joven hermana de mamá vivió en Miranda junto a nosotros. En esa época (me contó mi mamá) se casó en Miranda con un joven que tenía un próspero negocio. La prosperidad fue más grande cuando el marido se ganó el primer premio de la lotería. Contaba mamá que ese sujeto, de nombre Pedro León, dilapidó su dinero y un buen día desapareció sin dejar rastros, abandonando a la joven esposa y su única hijita de nombre María Auxiliadora. Todos los miembros de la familia de mamá, después de haber nacido y vivido en los campos de Canoabo y algunos años en la hacienda El Taque en Miranda, se fueron a vivir al pueblo de Mariara. Mi abuelo Raimundo, mi abuela Cruz y todos los hijos, incluyendo a tía Esperanza se fueron de Miranda. Desde ese entonces los veíamos cuando íbamos a visitarlos en navidad u otra fecha especial. Otras veces, alguno de ellos visitaba la casa de su hermana en Miranda, pero casi siempre era papá quien cuando iba a Maracay por cuestiones de negocios, pasaba por Mariara a saludar y a dejarle alguna ayuda económica a su suegra y comadre Cruz. El abuelo alemán: Raimundo el padre de mi mamá De ese abuelo alemán poco conocemos. Nos han contado que murió el año 1947 en el pueblo de Mariara, y allí está enterrado. Lo poco que sabemos de su vida fue un tanto anecdótico e inconexo. Muchas veces mi madre me comentaba sobre su papá diciendo que yo me le parecía mucho, no solamente por mis facciones y en lo muy blanco de mi piel y amarillo de mi cabello (por eso me llamaba “Batío”, esto es, el nombre de un dulce color amarillo claro derivado del papelón) sino que, según ella, actuaba mucho como él, que era muy persistente para todo. También recuerdo a mi madre decir que el nombre del padre de Raimundo era Cristian. Por cierto, ese nombre – Cristian – le fue asignado al único hijo de nuestra prima María Auxiliadora, la primera hija de tía Esperanza. Recuerdo que en una oportunidad mamá me hizo entender que una de las razones por las cuales Raimundo y su mujer nunca se casaron formalmente se debió a que Raimundo no era católico. Cierta o no esa causa, tampoco lo hicieron por civil. Hay que entender que en las zonas campesinas en el lejano pasado, donde vivían casi aislados del mundo urbano, no estar casados legalmente era algo bastante común. Todavía en la época que mi papá y mamá se casaron, era habitual que el Obispo de la diócesis realizara visitas a los pueblos y campos para bautizar y confirmar a todos los que no habían recibido esos sacramentos, igualmente se aprovechaba para casar a gran cantidad de parejas estables y con hijos. Para muchos de esos que hacían vida en común estar “civiliados”, esto es, casados por civil no era lo importante. Mi hermana María Elena, siempre atenta a viejos detalles, me contaba – al pedirle me precisara ciertos vagos recuerdos de algunas cosas oídas a mamá – que la familia de los abuelos Raimundo y Mamá Cruz se estableció – después de migrar desde los campos de Canoabo – a trabajar en la hacienda El Taque. Ellos vivieron precisamente donde estaba una vieja casona de adobe y tejas cuyas restos conocí cuando la puerta principal de nuestra hacienda estaba en la parte de la finca que papá vendió antes de morir. Contaba papá que esa vieja casa de la hacienda, había sido ocupada en una época anterior por la propia familia Franceschi. Allí la abuela Sebastiana y sus hijos menores, se refugiaron temporalmente a raíz de una racha de mala situación económica de la viuda. Fue de esa casa ocupada posteriormente por Raimundo, su mujer y toda la muchachera González; de donde mi papá “sacó” a mi mamá a vivir con él. Posteriormente (según me han contado los hijos de la tía Vicenta) nuestro abuelo Raimundo y sus hijos varones mayores viajaron a Mariara para trabajar en faenas agrícolas y obtener una vivienda para alojar al resto de la familia que había quedado en Miranda. Una vez reunidos todos, vivieron y trabajaron en los campos de Mariara. Ya siendo yo un adulto – y con ciertas inquietudes por la pequeña historia de la familia – indagué en los registros de nacimientos de la ciudad de Bejuma, donde sabía reposaban datos correspondientes a Canoabo, Chirgua y otros pueblos y caseríos de su jurisdicción. Pues bien, allí, localicé el registro de dos personas apellidadas Yank pero ninguno con el nombre Raimundo. Supuse que, tal vez, fuesen hermanos, sobrinos u otros parientes de mi abuelo materno. Desde entonces siempre continué con estas interrogantes: ¿Cuándo, y de dónde, vino realmente mi abuelo Raimundo? No parecía lógico que un supuesto inmigrante o colono alemán se hubiese establecido aislado en esas serranías entre Chirgua y Canoabo a finales del siglo XIX ya que casi todos los alemanes que se han registrado en nuestro país vinieron con el célebre grupo de pobladores iniciales de la Colonia Tovar (1843), algunos de los cuales migraron posteriormente hacia La Victoria (estado Aragua) ya que sus comunicaciones tuvieron esa ruta desde un principio. Otros migraron después hacia El Jarillo, en el actual estado Miranda. También, y de manera casual, localicé y leí un libro escrito por Hanns Dieter Elschnig6. La obra está dedicada, como lo indica su subtítulo, a los camposantos o cementerios de los extranjeros del siglo XIX. Como sabemos, muchos de los pobladores alemanes, ingleses, judíos y otros extranjeros “no católicos” debían ser enterrados fuera de los cementerios principales que estuvieron controlados por la iglesia Católica hasta que el presidente Antonio Guzmán Blanco secularizó los camposantos. No obstante, a pesar de ese cambio, muchas comunidades conservaron sus antiguos cementerios específicos. Pues bien, leyendo la obra de Hanns Dieter Elschnig, averigüé que precisamente para la época cuando debió llegar mi abuelo – o su padre – a Venezuela – esto es para las décadas finales del siglo XIX – había una hacienda en el sitio de Guataparo, cerca de Valencia, donde estuvieron las instalaciones de la llamada “Compañía Inglesa”. A esa hacienda, entonces propiedad de la familia Glöckler, se trajo bajo contrato un contingente de trabajadores alemanes. 6 Hanns Dieter Elschnig: Cementerios en Venezuela. Caracas, tipografía Cervantes, 2000 Según el libro citado, muchos de estos trabajadores del campo murieron durante una epidemia de fiebre amarilla y fueron enterrados en un cementerio de la antigua hacienda, cuyas tumbas aparecen fotografiadas en el libro. Algo muy interesante del relato sobre el fallecimiento de los trabajadores alemanes es que se informa que varios sobrevivientes decidieron internarse hacia las montañas de Chirgua, seguramente para dedicarse a la agricultura en un clima más benigno. Apenas leí ese relato sobre este desconocido grupo alemán hice una lógica conjetura: ¿Sería nuestro abuelo Raimundo uno de ellos? Para corroborar mi hipótesis contacté al autor del libro antes citado pero éste me confesó que nada más sabía del asunto. Además, me señaló que estaba casi seguro que el apellido “Yank” no era apellido alemán, que tal vez fuese más bien Jahn o Hank. Es probable que ese “Yank” o “Yanque” fuese una manera de escribirlo tal como era oído al pronunciarlo. Como ejemplo puedo recordar un caso parecido con un testimonio sobre un lejano “pariente” que aparece citado en la historia venezolana de la época de la guerra de independencia como Agustín “Franchesqui” (por Franceschi). A menudo, eso ha ocurrido, antes y ahora. A pesar de lo dicho por Hanns Dieter Elschnig, al indagar en las bases de datos que pueden consultarse en Internet hemos constatado que el apellido “Yank” (y también Yanks) si aparece registrado en Alemania de manera general, en “Prusia” (una región alemana) y en Estados Unidos de América, donde muchos de los que llevan ese apellido tienen ancestros alemanes. También revisamos un interesante libro de Rolf Walter, titulado, <<Los Alemanes en Venezuela y sus descendientes>>7. Desafortunadamente, la obra es dedicada fundamentalmente a los representantes de la elite comercial y cultural alemana y en ella no aparecen todos los inmigrantes de esa nacionalidad, y claro está, no se menciona a nuestro abuelo entre esos destacados hombres de negocios, cónsules, etc. 7 Rolf Walter: Los Alemanes en Venezuela y sus descendientes (Tomo II, 1870-1914), Caracas, 1991 ALGO MÁS SOBRE MI MADRE Como dijimos antes, nació en 1917 y vivió 76 años. Murió el día 7 de septiembre de 1993. Sus últimos años de vida fueron muy dolorosos pues debió soportar varias operaciones quirúrgicas y la amputación de sus dos piernas, todo ello producto de los avances letales de la diabetes. Mi mamá fue una gran mujer en todo sentido. No sólo dio a luz y crió 13 muchachos aceptablemente sanos de cuerpo y de mente sino que, voluntariamente, asumió la crianza, antes de tener los suyos, de los varios que había tenido mi papá antes de vivir y casarse con ella. Además, ya cuando tenía todos sus hijos grandes, prácticamente crió a su nieto José Gregorio Araujo Franceschi, hijo de Libia. A Víctor Blanco (QEPD), el primer hijo de mi papá, y los siguientes, cuatro que tuvo mi padre con María Pineda, los cobijó en su casa de la calle Páez en el sector de “El Peñusco”, la primera casita donde vivió la familia, antes de mudarse a la más amplia vivienda situada en la calle Pedro Camejo Nº 9, en el sector denominado El Playón. De esa primera casa de la calle Páez en el sector El Peñusco no tengo recuerdos directos, aunque la conocí cuando ya había crecido y me la mostraban al pasar en nuestra ruta hacia la carretera de El Taque. De la vida en ella – lo que conozco – se lo debo a los cuentos de mi mamá y de los hermanos mayores como Domingo Antonio, al que todos llamamos siempre Peluso o Pepe. El me contó que en esa casita (donde pasó su primera infancia) tenían en su patio dos vacas lecheras: Careta y Chinchurria. Cada día las ordeñaban y él, al levantarse cada mañana, disfrutaba del placer de tomar una taza de leche recién ordeñada, todavía caliente y espumosa al salir de la ubre del animal. Me decía Peluso que, muchos años después, todavía tiene grabado en su memoria ese rico sabor de la leche en las mañanas. Las dos vacas, una vez ordeñadas las soltaban y se iban solas a pastar por la sabana cercana en la salida del pueblo hasta que ellas mismas regresaban – en la tarde – a recogerse en el patio de la casa. Sólo pocas veces había que ir a buscarlas si oscurecía y no daban señales de venir. Contaba mi mamá que en esa casa de “El Peñusco” dormían, comían y venían a que se les arreglara la ropa, los primeros hijos de papá, especialmente los varones mayores: Víctor Blanco y Carlos Luís (Poña), Ángel (Maruso) y Darío Pineda. De esos hijos, para 2013 sólo sobrevive Darío. Ellos siempre tuvieron un gran afecto y respeto por “la catira” que tanto bien les hizo cuando niños y adolescentes. Cuando esos cuatro varones se fueron a trabajar para Caracas no dejaron de visitar el pueblo en los días navideños o en las fiestas patronales (el 16 de julio en honor a N. S. la Virgen del Carmen), y cada vez que venían a Miranda iban con gran cariño a la casa de mi madre. La única hembra de ese grupo, de nombre Hilda, vivió siempre con su madre y ya adulta vivió con la tía Mariucha. Ya casada, murió joven de manera trágica. Seguimos con otras cosas de mi mamá que ella misma contaba: Mi mamá – como era muy común en Miranda y todos esos pueblos y campos donde imperaba el machismo – no estuvo casada desde el principio sino que tuvo que esperar pacientemente a que mi padre decidiera casarse por civil y por la iglesia, una vez nacidos varios de nosotros. Mientras ocurría eso, y aún después de ser ya reconocida como la señora Victoria González de Franceschi, debió soportar algunos desplantes o humillaciones, que nunca olvidó, sino que “masoquistamente” recordaba y relataba. Orgullosa de sus hijos e hijas: Ella decía – cuando sus hijos e hijas lograban alguna meta importante – que algo de eso le correspondía. Y tenía razón. Aunque, como ella misma afirmaba, sólo era “una campesina”, nos dio una excelente formación moral, muchísimo afecto y grandes enseñanzas para enfrentar exitosamente a la vida. De acuerdo con los valores propios de la época, mi madre era una mujer callada, muy de su casa y dependiente – casi totalmente – de la machista y autoritaria voluntad de mi padre. Sus días los consumía atareada por las labores domésticas que significaban lavar, planchar, cocinar y atender abnegadamente una muchachera de todas las edades y tamaños. Aunque normalmente contaba con la ayuda de varias empleadas para esos trabajos domésticos, ella debía supervisarlo todo – y sobre todo – encargarse personalmente de la comida especial de mi papá, de su ropa, arreglo de su cuarto, calentarle y ponerle el agua para el baño de la tarde, servirle la cena y hasta llevarle una taza de té caliente antes de acostarse. Cosa esta última que yo aprovechaba para pedir una taza para mí. Y dicho sea de paso, a propósito de eso de tomar té, siempre he mantenido ese hábito; por eso, cuando fui a estudiar a Valencia, una cosa que le gustó mucho a mi nuevo amigo y mentor José (Pepe) Vitale, fue que yo era el único de sus amigos-camaradas que tomaba té. Mi madre rara vez salía de la casa. Nunca visitaba a nadie, no hacía compras en bodegas, carnicerías o tiendas (eso era cuestión de los varones). Sólo iba a la misa de los domingos, generalmente a la primera de las 7 de la mañana, a las ceremonias religiosas de Navidad, Semana Santa, fiestas de Nuestra Señora del Carmen (algunas veces acompañada de mi papá). Pocas veces iba al cine u otro espectáculo especial (circos, magos, etc.), y sólo en contadas oportunidades nos acompañaba si mi papá y el resto de la familia lo hacían. Mi papá debía insistirle varias veces a que nos acompañara, sobre todo, después del error que cometió en una oportunidad al decirle “¿Catira, verdad que no vas al cine? Ella era muy susceptible, especialmente a los comentarios de mi padre, algunas veces abiertamente imprudentes. Ejemplos de esos encontronazos eran las alusiones que hacía mi padre sobre su antigua novia Dilia Castellanos. Cada vez que empezaba a conversar sobre alguna vieja historia (como sobremesa) muchas veces terminaba relatando algo relacionado con la antigua novia que lo había dejado despechado al romper con él. Mi padre maquinalmente bajaba su alta voz, y de inmediato mi madre le gritaba desde la cocina: “No lo diga calladito, siga hablando de Dilia Castellanos”, y entonces mi padre se ruborizaba y decía: “¡Mírame pues, la catira está celosa!”. Si alguien visitaba la casa ella los recibía pero no era de mucho hablar. Solamente con algunas viejas amigas de la juventud aprovechaba para conversar. Se alegraba mucho cuando las hermanas Monsalve (Célica, Bienvenida y Antonia Cecilia), Pastora Hernández y su esposo el Sr. Lucena, Carmen Sánchez, la comadre Ruta y otras venían a casa. A propósito de esa “comadre Ruta” (madrina de Libia) – que en realidad se llamaba Ruth Ainer y creo era hija de alemanes – sus visitas eran comentadas hasta mucho tiempo después, considerando las fabulosas historias que contaba. Mi papá se reía mucho con los embustes y exageraciones de la fabuladora comadre. Por ejemplo, Ruta contaba que ella solita había levantado – en un barrio de Valencia – una gran casa, rompiendo con una pesada mandarria unas grandes piedras, amasando barro, levantando paredes y techos. Decía – sin pestañar – que cada día salía del sitio donde sus muchachos vivían provisionalmente, y sin decir a dónde iba, se fajaba ella solita con el trabajo hasta que les anunció a sus muchachos que la casa estaba lista. Aquello había que oírlo. Como gesticulaba y trataba de darle forma a su cuento, y uno no se podía reír por respeto a los mayores. Otras veces nos abrumaba con las hazañas de su hijo Hugo que hacía el servicio militar como soldado en Caracas, y era, algo así, como una importante personalidad en las fuerzas armadas. Cada cosa que contaba era increíble, pero lo decía con convicción y entusiasmo. Ella tenía varios muchachos y muchachas, entre ellas una muy linda de nombre Morella. NUESTRA ABUELA: “MAMA CRUZ” Quien a veces pasaba temporadas en la casa de Miranda era nuestra abuela materna “Mama Cruz”. A mi madre le gustaba tenerla en casa y ayudarla de alguna manera, pues vivían muy pobres en el pueblo de Mariara, junto con los otros hermanos y hermanas de mi madre. El problema de mi abuela era que siempre se traía “un arrebiate”, como decía mi mamá. El “arrebiate” o acompañante no era otro que una nieta llamada María Auxiliadora (hija del primer matrimonio de tía Esperanza). La niña era motivo de continuas discusiones porque era sobre protegida por la abuela. Hasta por la edad de cada muchacho y otras nimiedades discutían. Paradójicamente, mi abuela se llevaba muy bien con mi papá, lo llamaba compadre y él la llamaba comadre, ya que era padrino de más de uno de sus cuñados menores. Por esa razón, cuando mi abuela no estaba en nuestra casa sino en Mariara, mi papá no perdía la oportunidad de visitarla y dejarle algo de dinero como ayuda. Esto lo hacía cuando iba de viaje a Maracay, donde estaba la compañía tabacalera CATANA con la que tenía contrato como cosechero. Tristemente, en uno de esos viajes, en abril de 1977, mi hermano Francisco – acompañado de mi hermana Conchita – recibió el encargo de llevarle dinero a la abuela y murió en un grave accidente automovilístico camino a Mariara. Afortunadamente, Conchita sólo sufrió traumatismos menores. De alguna manera, ese terrible golpe producido por la muerte de Francisco hizo que mi madre se encerrara mucho más en su casa, y además, desarrollara un rechazo inconsciente hacia el pueblo de Mariara donde estaba su familia. Ya años antes de la muerte de Francisco, mamá había sido golpeada duramente por otra tragedia familiar. Su hermana Emilia y todos sus hijos murieron calcinados por más de 40.000 litros de gasolina que llevaba una gandola-tanque que se volcó y cayó sobre la vivienda situada a orillas de la carretera nacional que atravesaba el pueblo. A raíz de la tragedia del accidente de Mariara – que puso fin a la vida de nuestro hermano Francisco en 1977 – todo cambió en nuestra casa. Para entonces ya yo estaba casado y vivía en Caracas y tuve que hacer repetidos viajes a Valencia a donde se mudó mi mamá, pues ella no soportaba vivir en la casa de Miranda. En la nueva casa de Valencia, una quinta situada en la Urbanización “Los Nísperos”, vivió mi mamá junto con Libia (ya divorciada del segundo marido) y los dos hijos menores solteros Aura Concepción (Conchita) y Miguel Ángel (Piqui). A pesar de esa mudanza de mi mamá y mis hermanos menores a Valencia papá siguió viviendo en la vieja casa de Miranda pues debía atender su hacienda El Taque y además no era muy entusiasta de la vida en la ciudad. A propósito de esa posible mudanza suya, le gustaba referir – medio en serio y medio en broma – que no deseaba terminar como le pasó a un anciano amigo suyo llevado a vivir a la ciudad. A éste, los hijos lo sacaban todos los días a tomar el Sol en una silla a la puerta de la casa. Hasta que un día lo sacaron y se les olvidó llevarlo adentro en la noche, por lo que el pobre viejo amaneció muerto, tieso y “aserenado” en la propia puerta de su casa debido a la desidia de la familia. Cada fin de semana, una vez terminados sus compromisos en Miranda, se venía con un chofer en su camioneta a pasar el fin de semana en la Quinta <<Mi Muchachera>> de Los Nísperos, a la que él prefería denominar Villa Bárbula. Allí, pasaba la mayor parte de ese tiempo encerrado en su cuarto – leyendo y oyendo música y programas hípicos – hasta que el lunes en la mañana regresaba a Miranda. Esos últimos años de vida fueron muy tristes y tensos para ambos. Había hostilidad, producto de la mala situación económica, las enfermedades (especialmente la diabetes en ambos), la vejez y algunos resentimientos de mi madre hacia mi padre y su familia. VIAJES DE MAMÁ AL EXTERIOR: Una cosa extraordinaria fue que mi madre – a pesar de su timidez y otros factores – se atrevió, primero a viajar con Tana hasta Estados Unidos, y luego, viajar sola desde Tampa-Florida (donde estaba viviendo Tana) hasta Stockton, California, donde residía yo mientras estudiaba mi postgrado entre 1981-1984. Tana la embarcó en un vuelo directo y yo fui a recibirla al aeropuerto de San Francisco. Pasó más de un mes con nosotros. Le dimos todos los paseos posibles, la llevé a ver y tocar la nieve en las montañas de California, a las ciudades de San Francisco, Sacramento, etc. Mi papá, con todo y lo “civilizado” que era, nunca se atrevió a salir de Venezuela (salvo un corto viajecito a Colombia). Estando yo en Stockton, le mandaba fotografías de las zonas agrícolas y muchas cosas para entusiasmarlo, pero siempre respondía que su falta de dinero y sus ocupaciones en la hacienda le impedían salir. LOS “OTROS HERMANOS” Además de mis hermanos de padre y madre – y que llevan el apellido Franceschi – tuve otros cinco por parte de padre, lo que antiguamente se denominaba “hermanos naturales”. Cuatro de ellos de apellido Pineda: Darío (vivo todavía en 2013) y los ya fallecidos Hilda, Carlos Luís (Poña) y Ángel (Maruso). LA TRAGEDIA DE HILDA Hilda murió cuando yo era un niño y me produjo una gran impresión su deceso. Ella se suicidó dándose un tiro con el revólver de Antonio Toro, esposo de mi ya fallecida tía Mariucha (María Franceschi de Toro) quien para esa época (gobierno de Rómulo Betancourt) era ya dirigente de COPEI y Prefecto de Montalbán. Hilda se había casado con un sujeto que la hizo muy infeliz en su corta vida matrimonial y por ello decidió terminar con su existencia. Había vivido poco con su esposo que no era persona de buena fama. Se decía que era celoso en extremo, con divorcios en su haber y fama de violento. Según oí en ese entonces, desde que se casó la llevó a vivir en una casa solitaria en el pueblito de <<La Entrada>> (más allá de Naguanagua, vía Puerto Cabello). Se contaba que la mantenía encerrada y no le permitía salir, ir a Miranda, ver a la familia u otras personas. No puedo precisar si cuando vino a Miranda por última vez lo hizo con el visto bueno del marido o si había escapado de él. Su deceso en casa de la tía Mariucha no fue casual. Antes de casarse, ella había vivido allí varios años y trabajaba en una tienda con esta tía que la tomó bajo su techo con mucho afecto pues no tenía hijos propios. VÍCTOR BLANCO El otro hermano – por parte de padre – se llamaba Víctor Blanco (QEPD). Con él tuve mayor contacto cuando vine a estudiar en la UCV en Caracas. Víctor vivía modestamente en el oeste de la capital (en Catia). Cuando lo contacté (después de 1967) trabajaba como conductor de los autobuses municipales de Caracas, y, cuando liquidaron esa empresa pública, trabajó por su cuenta manejando su propia camioneta. Aunque no era una persona adinerada era muy generoso conmigo. Cada vez que lo iba a saludar a la parada o terminal de autobuses en el centro de Caracas, insistía en meterme algo en mi bolsillo, me llevaba a pasear con él hasta La Guaira y me invitaba a comer algo, en la calle o con su modesta familia. Siempre traté de ser solidario con él y lo visité en momentos difíciles de su vida. Una vez casado yo, continuamos nuestro contacto hasta que murió hace ya más de veinte años. Fue el primer hijo de mi papá y tenía sesenta y tantos años cuando murió en Caracas como consecuencia de la diabetes y otras dolencias, pues no cumplía las indicaciones de los médicos. Dejó varias hijas y nietos. LOS HIJOS DE VICTORIA Y AUGUSTO Los hijos de mi madre Victoria y mi padre Augusto fuimos trece hermanos: Siete hembras y seis varones. Todos nacimos vivos y nos criamos sin mayores problemas. Uno de nosotros, Francisco (QEPD), tristemente, murió a temprana edad en 1977. Otro que también murió (diciembre de 2010) fue Miguel Ángel. Para el año 2013, de los seis hermanos varones sólo quedamos cuatro, y yo – después de muchos años – volví a ser el menor de ellos. VIDA Y LOGROS DE LA “MUCHACHERA” FRANCESCHI GONZÁLEZ DE MIRANDA ESTADO CARABOBO: Domingo Antonio: Nació el 13 de agosto de 1939. Médico-cirujano, especializado en Medicina Legal (Forense). Profesor jubilado de la Universidad de Carabobo. Fundador y director de importantes centros de atención médica en Valencia. Parlamentario regional del estado Carabobo hasta 2004. Residenciado en Valencia. Casado actualmente con Lorena Villarroel. Sus hijos: Domingo Augusto, Gerardo y Francisco Alberto Franceschi, todos ya casados. Libia: 27 de Mayo de 1941. Funcionaria pública retirada. Comerciante. Residenciada en Valencia. Sus hijos: Laura y José Gregorio Araujo Franceschi; Héctor y Carlos Asuaje Franceschi, todos ya casados y con hijos. Jesús Augusto: 3 de enero de 1943. Ya retirado como agricultor y empresario del transporte de carga pesada. Residenciado en Puerto Cabello, estado Carabobo. Casado con Gloria Díaz Arenas. Sus hijos: Jesús Augusto, Daniel (QEPD) y Gloria Elena Franceschi Díaz. Casados y con hijos, los dos varones mayores. Marina: 6 de mayo de 1944. Maestra Normalista jubilada del Ministerio de Educación. Residenciada en Bejuma estado Carabobo. Viuda de José Gregorio Hernández (QEPD). Sus hijos: Natalie, Mary Cruz, José Pablo y José Francisco Hernández Franceschi. María Elena: 15 de Agosto de 1945. Maestra Normalista, Licenciada en Educación (Universidad de Carabobo), egresada de la Escuela de Artes Arturo Michelena de Valencia. Ceramista y pintora activa. Residenciada en Valencia. Casada actualmente con el Ingeniero Ricardo Il Grande. Sus hijos: María Elena, María Cristina, María Carolina y Mario Augusto Arcila Franceschi. Alberto: 20 de Mayo de 1947. Estudios de Economía en París, Francia. Ex parlamentario y dirigente político nacional. Empresario agrícola. Residenciado en Valencia. Casado con la profesora Edelmira Hernández. Sus hijas: Valia y Vera Franceschi Hernández. Napoleón José: 18 de septiembre de 1948. Doctor en Historia (UCAB, 1995), Master of Arts (UOP, 1984), Profesor de Historia egresado del Instituto Pedagógico de Caracas en 1976. Profesor Titular (Jubilado) de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Escritor, Actualmente, Profesor en la Universidad Metropolitana. Residenciado en Caracas desde el año 1967. Casado con Beatriz Díaz Morales (1972). Sus hijos: Fernando Augusto (1975) e Irene Beatriz Franceschi Díaz (1977), ya casados. Aída Sebastiana: 28 de Mayo de 1950. Empresaria, residenciada en Valencia. Casada actualmente con el Arquitecto Giorgio Sferra. Sus hijos: Karla Adriana, Alí Augusto y María Gabriela Figueroa Franceschi. Casados y con hijos. Carolina: 17 de Febrero de 1952. Odontóloga (ULA) Profesional activa, residenciada en Ciudad Bolívar, estado Bolívar. Casada con el Ingeniero Rafael Ángel Sosa. Sus hijos: Tatiana, María Carolina y Rafael Augusto Sosa Franceschi. Casadas y con hijos las dos primeras. Gisela Coromoto: 21 de Julio de 1953. Odontóloga (ULA) Actualmente residenciada en Valencia. Casada con el Ingeniero Elis Saúl Molina Sánchez. Hijos: María Victoria, Luís Mariano, Juan Sebastián y María Luisa Molina Franceschi. Casados y con hijos los dos mayores. François Noel (Francisco): QEPD – Nació el 11 de enero de 1955. Permanecía soltero cuando falleció el 18 de abril de 1977 después de sufrir un trágico accidente vial el día 1º de ese mismo mes, en las cercanías de Mariara, estado Carabobo. Aura Concepción (Conchita): 8 de diciembre de 1958 Licenciada en Educación mención Orientación, Magíster en Educación egresada de la UNELLEZ y de la Universidad de Carabobo. Profesora de la Universidad de Carabobo. Residenciada en Valencia. Estuvo casada con el Ingeniero Nelson Oviedo. Sus hijos: Nelson Augusto e Ivana Victoria Oviedo Franceschi. Miguel Ángel: 29 de Julio de 1960. QEPD. Murió en diciembre de 2010. Licenciado en Administración Comercial (Universidad de Carabobo). Sus hijos: Ángelo Giochino, François, Amalia Victoria y Bernardette Franceschi. OTROS DETALLES E HISTORIAS SOBRE CADA UNO DE MIS HERMANOS FRANCESCHI GONZÁLEZ: NUESTRO HERMANO DOMINGO8 Sobre Domingo Antonio Franceschi González, el mayor de los hijos de Victoria González y Augusto Franceschi Giuli, tenemos que decir – además de lo antes ya escuetamente resumido – que tuvo una infancia y juventud diferente a muchos de los hermanos menores. Primeramente, tuvo que nacer en el caserío de Sabana Arriba, atendido el parto por una vieja comadrona de nombre María Presenta López. De niño vivió en Miranda donde sólo había una escuela elemental para varones y otra para hembras – una vez completada esa etapa inicial - tuvo que continuar sus estudios en Valencia. Lo hizo como estudiante interno, al igual que otros muchachos de familias pudientes de nuestro pueblo, en el célebre Colegio Don Bosco. Allí, en esa prestigiosa institución educativa católica privada, estudiaban los hijos de las familias de clase media y alta de Valencia y de muchos lugares vecinos. Todavía recuerdo como cada día domingo iba mi papá acompañado de mi mamá y otros familiares a llevarle ropa limpia y otras cosas a Domingo Antonio (Peluso o Pepe, como siempre lo llamaban). Nos acompañaban señoras amigas como Doña Teresa de Ecarri, que vivía en el pueblo de Bejuma y tenía dos hijos en el Don Bosco. A veces iba ella y en otras sólo enviaba la bolsa de ropa limpia. En oportunidades viajó con nosotros en la camioneta Ford la señora Carola, la esposa de Don Ángel Rafael León, acompañada de uno de sus nietos (Humberto) que se hizo buen amigo mío. Otras veces, Doña Herminia Guinán de León (madre de Marcos León y esposa de mi padrino Tomás León) era la que aprovechaba la oportunidad de viajar ella o enviar la ropa limpia y recibir de vuelta la sucia. 8 Nuestro hermano mayor Domingo corroboró muchos de estos recuerdos y me suministró mayores detalles sobre cuestiones que sólo conocía de manera muy vaga. En ocasiones, tuve la oportunidad de ir a Valencia en ese viaje dominical hacia el Colegio Don Bosco. Recuerdo como allí, en el patio del colegio, coincidían muchos padres y madres de Miranda, Bejuma, Montalbán y otros lugares que conversaban con sus muchachos al terminar la misa de la mañana, todos vestidos de gala. Uno de los que iba a Valencia en su propia camioneta era Don José Franceschi y misia María, aunque no recuerdo exactamente si su hijo Key estaba también en el Don Bosco o en la escuela agrícola salesiana. Don José, al regreso - siempre bromista - le indicaba a mi papá que los pelos de sus brazos estaban erizados por el miedo que le producía pasar junto a un supermercado de moda entonces, el Mínimax (luego convertido en Mínimax Cada) y la razón era que su esposa quería detenerse a hacer algunas compras, cosa peligrosa según Joselito. Un final un tanto semi trágico tuvieron esos viajes semanales a Valencia. En uno de ellos, papá sufrió un aparatoso accidente en la vieja y estrecha carretera de entonces, llena de peligrosas curvas, subidas y bajadas. A la camioneta de papá “se le fueron los frenos” y para detenerla la estrelló contra un cerro. Sufrió fractura de costillas y aporreos al doblar el volante con su pecho. Otros de los pasajeros también sufrieron aporreos pero nada delicado. Lo único grave fue que hasta ese día tuvimos esa elegante y cómoda Ford Ranchera, ya que quedó muy dañada y papá la vendió. Después, y por muchos años, papá sólo tuvo como medios de transporte algunas camionetas de carga, camiones y en una época, el mismo tractor que usaba en la hacienda para las tareas agrícolas, al cual le enganchaba un remolque o “zorra” para viajar entre el pueblo y la hacienda. TERMINA SUS ESTUDIOS DE BACHILLERATO Y COMIENZA ESTUDIOS UNIVERSITARIOS Domingo, al terminar su bachillerato, inició sus estudios en la Universidad de Carabobo, recién reabierta después de la caída de la dictadura perezjimenista en 1958. Esta etapa de la época estudiantil de Domingo la hemos conocido fundamentalmente por las historias que él mismo me ha referido. Al culminar sus estudios de 4to año de bachillerato en el “Colegio Don Bosco” de Valencia, como la legislación de entonces no permitía otorgar títulos de Bachiller a los colegios privados, cursa el 5to año de bachillerato en el Liceo Pedro Gual, donde obtiene este ansiado título. Durante ese año vivió en una residencia estudiantil ubicada en la famosa “Esquina de la Estrella” de Valencia, donde comparte con estudiantes de la antigua “Escuela de Derecho Miguel José Sanz”, varios de ellos, dirigentes de la Juventud Comunista. Con ellos participa en la distribución de propaganda contra la agonizante dictadura de Pérez Jiménez y por ello fue brevemente detenido por la policía política del régimen, la temida SN (Seguridad Nacional) en una media noche del mes de noviembre del año 57. Ya pasadas más de 36 horas fue visto por un agente de ese cuerpo que resultó ser un antiguo compañero de clases del Colegio Don Bosco. Este, sorprendido por la detención, aboga ante sus superiores, logrando su libertad con la condición de abandonar la ciudad, trasladarse al pueblo de Miranda y no hablar a nadie del nombre del agente ni de su arresto. CAE LA DICTADURA PEREZJIMENISTA EN 1958 Caída la Dictadura el 23 de enero del año 58, participa activamente en las manifestaciones de júbilo y en una de ellas habla en la plaza Bolívar de Valencia en representación de la juventud estudiantil pronunciando un encendido discurso de novato político. Cuando se realiza la reapertura de la Universidad de Carabobo9 (UC), en ese mismo año 1958, inicia sus estudios de Medicina. Paralelamente, continúa su 9 La Reapertura de 1958: No es sino hasta el 21 de marzo de 1958, cuando por el Decreto Nº 100 de la Junta de Gobierno que presidía Wolfgang Larrazábal, se abre la Universidad de Carabobo, y se nombra como Rector al Dr. Luís Azcunez Párraga. De esta manera la Escuela de Derecho Miguel José Sanz, pasa a ser la Facultad de Derecho, a la cual se unen la Facultad de Medicina y la Facultad de Ingeniería como las tres primeras de esta etapa de reapertura. (Ver Wikipedia). NOTA: Los Antecedentes de la UC fueron el “Colegio Nacional de Valencia” decretado por el presidente José Antonio Páez en 1833 e instalado finalmente el 5 de julio de 1836 en el Hospital San Antonio de Padua en la llamada “Casa de La Estrella”. Ya para 1840 se comienza a dictar Filosofía y doce años más tarde (1852) Ciencias Médicas, Políticas, Eclesiásticas, Filosóficas y Matemáticas; otorgándose el título de Bachiller y cambiándose el nombre de la institución a “Colegio de Estudios Superiores”. Dificultades de índole económica y políticas hacen que el Colegio sea cerrado hasta el 3 de octubre de 1874, cuando Antonio Guzmán participación política asistiendo a un curso de formación de dirigentes en el instituto de formación demócrata cristiana (IFEDEC), que lo conducía entonces el Dr. Arístides Calvani. Posteriormente, realizó otro curso con el Dr. Remo Di Natale ex candidato presidencial de la Democracia Cristiana de Bolivia, entonces asilado en Venezuela. Con estas nuevas herramientas participa en la JRC o “Juventud Revolucionaria Copeyana” en el Estado Carabobo, dirigida nacionalmente en aquel momento por Hilarión Cardozo. En aquellos años comparte sus luchas con los dirigentes juveniles regionales como Chucho Ganen, Gerardo Saer, Rolando Carrillo, Luis González entre otros. A la par de sus estudios se incorpora a la Dirección de Cultura de la UC, durante la gestión de Ángel Ramos Giugni, quien lo impulsa a organizar conciertos de Música Clásica en la vieja sede de la Escuela de Derecho para el disfrute de estudiantes, profesores e invitados. Funda y dirige junto con otros colaboradores el primer periódico estudiantil de la Facultad de Medicina llamado “El Bisturí” y hace de productor y entrevistador del primer programa radial denominado “Cultura Universitaria”. Allí, en ese programa, pudo contar con extraordinarios invitados, entre ellos los docentes de la Facultad de Medicina venidos de Chile, Argentina, Brasil y “ Blanco lo abre nuevamente. En 1883, el general Antonio Guzmán Blanco eleva el Colegio de Estudios Superiores” a “Colegio Federal de Primera Categoría”, teniendo como Rector al Dr. Julián Viso y contando en ese entonces con cerca de cien alumnos. Estaba integrado por las siguientes especialidades: Filosofía, Ciencias Exactas, Ciencias Políticas y Ciencias Médicas. A causa de la elevación de rango, el antiguo Convento de San Francisco es sujeto de diversas modificaciones para convertirse en la nueva sede del Colegio Federal, siendo edificada una planta superior y desapareciendo el nivel de los techos originales. Es en 1880, cuando el Ingeniero Lino Revenga inicia la construcción del edificio sede de la Universidad que en ese momento era la Facultad de Derecho lo que hoy día es el Paraninfo. Más tarde, el 15 de noviembre de 1892 el Presidente de la República para ese entonces, Joaquín Crespo, decreta la creación de la Ilustre Universidad de Valencia. Sobre el Dr. Alejo Zuloaga recae el honor de ser el Primer Rector de esta Universidad que comienza a funcionar con las Facultades de Derecho, Medicina, Ingeniería y Teología. Posterior al Dr. Zuloaga ejerce como Rector el Dr. Alejo Machado, quien permanece en el cargo hasta el año 1904, fecha en la cual la Universidad es clausurada por Decreto de Cipriano Castro. El 12 de marzo de 1915, el Presidente Constitucional del Estado Carabobo, Emilio Fernández, dicta un Decreto en donde se crea el Instituto Oficial de Ciencias Políticas que llevaría el nombre de Miguel José Sanz, fundador del Primer Colegio de Abogados de Venezuela. En dicho Instituto cursarían todas las asignaturas que permitirían optar al título de Abogado y Procurador. El Director de este Centro seria el Doctor Alejo Zuloaga. Para 1949, el 13 de diciembre, esta Escuela de Ciencias Políticas pasa a estar adscrita a la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela. Uruguay. Igualmente, desfilaban por el programa connotados directivos de la Universidad y la Sociedad Civil. Este programa de noticias del ámbito cultural científico y estudiantil, fue llevado a la TV, en la naciente estación “Radio Valencia TV” (canal 13), allí compartía con su amigo y compañero de estudios José Luis Fachin. Esta experiencia en los medios sirvió para que le nombraran Director de Información del naciente periódico de la Universidad llamado “Boletín Universitario”, siendo Américo Díaz Núñez, dirigente del PCV, Director de Redacción del mismo y quien más tarde en su carrera periodística, alcanzó la Dirección del periódico del PCV Tribuna Popular. La Lucha como Dirigente Estudiantil Comenzó sus estudios de medicina y al mismo tiempo su activa participación como dirigente político en la juventud demócrata cristiana. Fue electo Presidente de la FCU (Federación de Centros Universitarios) de la UC, con el apoyo de la juventud de COPEI y de lo que quedaba de la juventud de AD. Y en medio de esa época de violencia guerrillera en contra del gobierno de Rómulo Betancourt al que COPEI apoyaba solidariamente (cumpliendo así el Pacto de Punto Fijo), debió soportar todo tipo de ataques y enfrentar la violencia de los grupos izquierdistas (MIR-PCV). VEAMOS OTROS DETALLES DE ESA ETAPA DE SU VIDA. Iniciada la década de los 60’ es electo Vicepresidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad y luego en el año 1962 Presidente de la F.C.U, y a la vez representante de los estudiantes de la U.C en el Consejo Nacional de Universidades, primera experiencia en cogobierno estudiantil de las Universidades Nacionales. En el seno de este organismo traba sincera amistad con el Ministro de Educación Reinaldo Leandro Mora, viajaba en ese entonces a Caracas casi semanalmente en un Renault 4cv usado (su primer carro) comprado a crédito con su salario que ya devengaba como director del “Boletín Universitario”. UN RECUERDO ESPECIAL SOBRE SU ELECCIÓN COMO PRESIDENTE DE LA FCU DE LA UNIVERSIDAD DE CARABOBO La noche de las elecciones para la directiva de la FCU, fue una verdadera fiesta democrática para la ciudad, toda vez que la mayoría de los organismos estudiantiles a nivel nacional, estaban en manos de la izquierda, por ello el triunfo de las corrientes democráticas fue de gran alegría. En medio de la celebración, en la vieja Facultad de Derecho, la multitud de estudiantes tomó en hombros a Domingo, electo Presidente, lo trasladaron a las oficinas de la FCU, que funcionaban al costado de la misma, y allí procedieron a derribar la puerta. Domingo desprendió de lo alto, un retrato de Fidel y una bandera cubana que decoraba la oficina sustituyéndolos, en medio de aplausos, por una bandera de Venezuela y el retrato de Bolívar que allí ocupaba un lugar secundario. Entonces estudiantes y curiosos tomaron estos “trofeos de la victoria” y los quemaron en la Plaza Sucre. Por esa época, y por su activa participación política, es invitado a ser parte de la delegación venezolana que enviaría el partido Copei a la “3ra Conferencia Mundial de la Democracia Cristiana” en Chile. Igualmente forma parte de la delegación venezolana de los estudiantes que asistiría al “Festival Mundial de la Juventud” en la ciudad de Natal, nordeste de Brasil. Nos contó Domingo, que en ese Festival, la delegación de Venezuela iba dividida ideológicamente (sectores democráticos y sectores de la izquierda). Los organizadores del Festival no contaban que, por primera vez, al aliarse las delegaciones democráticas de los países asistentes, lograrían una mayoría circunstancial, lo cual produjo manifestaciones violentas que finalizaron, al declarar este organismo de la propaganda soviética, sin lugar la celebración de este evento y abruptamente abandonaron la ciudad sede. Testigo del “Porteñazo” en junio de 1962 Más adelante, cuando ejercía la Presidencia de la FCU, vivió una situación relacionada con el llamado “Porteñazo” en junio de 1962. En esa oportunidad el partido Copei le ordena trasladarse a la ciudad de Puerto Cabello, al igual que a otros dirigentes regionales y nacionales para que, desde una emisora radial de la ciudad porteña, alentara y exhortara a la resistencia democrática y se condenara este golpe militar. Es el caso que, provisto de salvo conducto expedido por fuerzas leales al Gobierno, logra llegar a las cercanías del barrio La Alcantarilla, donde ocurre el famoso incidente del Padre Padilla auxiliando a un soldado herido y cuya foto dio la vuelta al mundo. Frustrada su intención, por el fiero combate que allí tenía lugar, se trasladó a Radio Morón, donde cumplió con las instrucciones recibidas de la Dirección Nacional del Partido. Su Gestión como gremialista Domingo con mucho orgullo recuerda que los cronistas de la época reconocieron su positiva gestión reivindicadora estudiantil. Entre lo más relevante señalaban la obtención, a través del Ministerio de Obras Públicas, de una casa en el Centro de la ciudad para ser utilizada como sede de la FCU y futura residencia estudiantil, que por carecer de personalidad jurídica no pudo usufructuarla, pero si la Universidad como sede de la Organización de Bienestar Estudiantil (OBE). Además, se dedicó a la distribución gratuita de libros para estudiantes de bajos recursos, con donaciones de entidades públicas y privadas y logró la creación de la primera barbería estudiantil gratuita. Junto con este trabajo social, nunca abandonó su lucha por la democratización de los estudios de Medicina sin desmedro en la calidad de la enseñanza. Ataques y atentados en su contra Durante su exitosa gestión gremial estudiantil, se vio atacado ferozmente por la guerrilla urbana y sectores de la Ultraizquierda universitaria, llegando al extremo de ser víctima de dos graves atentados: el primero, fue lanzarle por la ventana de la habitación donde dormía una bomba molotov. Afortunadamente se despertó a tiempo y pudieron sofocar las llamas con la ayuda de sus compañeros de la residencia estudiantil, que daba a la calle Colombia de Valencia. Después, al poco tiempo, le dispararon una ráfaga de ametralladora, frente al viejo Ateneo de Valencia en la Av. Bolívar resultando milagrosamente ileso, a Dios gracias. Ante esos hechos y severamente enfermo de una úlcera gastrointestinal, no aceptó ir a la reelección como Presidente de la FCU y opta por salir del país para culminar sus estudios de medicina. Viaja a España, en compañía de Marisol Núñez con quien se había casado previamente. Para su estadía en España logra una beca otorgada por el Ministro de Educación Reinaldo Leandro Mora. Su disyuntiva entonces era, o seguía adelante con esa carrera política o se dedicaba completamente al estudio de la medicina, pero hacer ambas cosas no parecía posible. Por esa razón aceptó, más bien, irse del país a continuar sus estudios en una universidad en Madrid, España, y fue allí donde finalmente se graduó como médico, especializándose en medicina legal. UNA CURIOSA ANÉCDOTA DE SU RELACIÓN CON EL PRESIDENTE BETANCOURT El Presidente Betancourt, cuando visitaba Valencia, siendo Gobernador del Estado José Regino Peña, en varias oportunidades, pidió invitaran al Presidente de la FCU y eventualmente a otros dirigentes de la Juventud de Copei y AD, para reunirse y comentar la situación que se vivía en el país por la presencia guerrillera en la universidad. En dos ocasiones dijo textualmente: “tráiganme al Franchesquito” y caminaba en amena charla con él y el mandatario regional, desde la residencia de los gobernadores, ubicada en la Urbanización las Acacias, hasta un restaurant Chino, ubicado a escasas cuadras, en la planta baja del antiguo “Hotel Excélsior”. Esta caminata era observada por los vecinos y transeúntes con verdadera sorpresa, por las escasas medidas de seguridad, a pesar de la situación del país. Domingo, al contarnos sobre esos encuentros, nos decía que “al Presidente le gustaba mucho la comida china de ese restaurant y era buen diente”. Nuestro hermano Alberto visita a Domingo en su oficina de Presidente de la FCU En esa época, cuando Domingo ocupaba la presidencia de la FCU, nuestro hermano Alberto lo visitó en su oficina y este orgulloso le mostraba los adelantos tecnológicos que disponían como máquina de escribir eléctrica, grabador de cintas, multígrafos y le presentó a su bella secretaria de nombre María Eugenia González, estudiante de economía. Alberto le preguntó: “Hermano y eso de los Centros estudiantiles lo puedo hacer en Nirgua, porque allá eso no existe” Domingo le respondió: “Claro que si” y le da una larga explicación de todo el proceso de cómo organizar y elegir los Centros estudiantiles. Para sorpresa de Domingo, a los tres meses Alberto había montado, organizado y ganado las elecciones y con ello inició su fructífera carrera política. EL VIAJE A MADRID Volvamos a lo que antes ya habíamos acotado. Esto es, que Domingo decidió casarse antes de irse de Venezuela. Lo hizo con su novia de entonces, Marisol Núñez González (QEPD). Allá en Madrid debió vivir muy modestamente con el dinero de una beca de estudios que le otorgó el gobierno venezolano y algunas remesas de papá. Estando en España nació su primer hijo de nombre Domingo Augusto. El otro que tuvo con Marisol (Gerardo) nació después de su regreso a Venezuela. VIDA DE DOMINGO EN MADRID, ESPAÑA En su estadía madrileña no podía permanecer políticamente inactivo, por ende entra en contacto con la “Asociación de Estudiantes Demócratas-cristianos Residentes en Europa” y con ellos organiza, junto a dirigentes de organizaciones españolas semi-clandestinas de esta ideología, la visita de Caldera a este país en plena dictadura franquista, para dictar conferencias con las limitaciones del caso. En esa ocasión el Dr. Caldera le visita en su modesto apartamento, dejando testimonio de la misma, bellas fotografías con su primer hijo Domingo Augusto en brazos. En esa misma época ocurren en Chile las elecciones para presidente de la Republica, y para seguir su curso, Domingo reúne en la madrugada de ese día a varios estudiantes amigos de varias nacionalidades, pero de orientación demócrata cristiana. Fue el caso que, oyendo las incidencias de este proceso, en un viejo radio Transoceanic llevado de Venezuela, se forma tal algarabía por el triunfo de Eduardo Frei Montalva, que motiva la protesta airada del conserje del edificio. Al día siguiente este le dice, “Hombre por Dios… modere el volumen y lenguaje de sus reuniones; mire que de este mismo edificio otros - por menos de lo que ustedes han hecho - han salido deportados, por el aeropuerto de Barajas”. Se refería este hombre a los gritos de ¡Muera la dictadura, abajo Franco! Viva Frei!!, que se habían oído, bajo la influencia de la mezcla de licores de varios países y de baratos vinos españoles. Esta advertencia fue confirmada por otros residentes del edificio, quienes afirmaban que el conserje era un espía de los cuerpos de seguridad franquista. Por circunstancias, tuvo Domingo que ser más cauteloso y finalizar sus estudios de medicina en paz. Una anécdota de nuestras cartas a España Recuerdo que siendo yo un muchacho - y Domingo viviendo en Madrid decidí escribirle una carta y modestamente le dije que esperaba no fastidiarlo con las bolserías que podía comunicarle en mi cartita. Cuando me contestó - me dijo que de ninguna manera dijera eso porque sólo “los bolsas” escribían bolserías, y yo, según él, aunque era su hermanito menor, no tenía esa condición de bolsa. Para rematar lo dicho le anexó algo muy oportuno y gracioso al texto de la carta: Un recorte de una página de periódico de Madrid donde se anunciaba una “reunión de bolsas”. Pero – por supuesto – no era una reunión de tontos, era una asamblea de representantes de bolsas de valores, esas donde se transan las acciones y bonos. DE NUEVO EN VENEZUELA Domingo retorna al país en el año 1966 graduado de Médico y con la especialidad de Médico Legista. Participa activamente como delegado por Carabobo a las Asambleas de la Federación Médica y miembro de la Junta Directiva del Colegio de Médicos. Fue candidato a la Presidencia del Colegio, pero como perdió por seis votos, fue reglamentariamente designado Vicepresidente. Paralelamente, en su vida universitaria ejerció la docencia como Profesor de Medicina Legal, y además, fue electo miembro del Consejo de la Facultad. Para entonces, otra importante tarea que debió cumplir fue hacer su reválida del título de Médico en el año 1969. Esto lo cumple en la Universidad de los Andes (Mérida). Veamos otros aspectos de esta fase de su vida. Una vez que terminó su estudios en la capital española – y ya graduado de médico – regresó a Valencia. Al retornar tuvo la oportunidad de ingresar como profesor de Medicina Legal en la UC, donde ejercía el rectorado el Dr. Humberto Giuni, su consejero académico, compañero de partido y amigo. Como se había graduado en España tuvo que revalidar su título (lo hizo en la ULA) y posteriormente, además de sus tareas docentes en la UC, se dedicó al trabajo en el Centro de Medicina Legal de la UC donde se realizaban las experticias forenses. Además, tales trabajos le servían como apoyo a su trabajo docente en la Facultad de Medicina y para los cursos ofrecidos al personal de la PTJ. Ya con su título de médico debidamente revalidado compartirá su trabajo docente y de investigación con el ejercicio profesional privado. Primero hizo una incursión en el campo de la psiquiatría pero varios sinsabores le llevaron a abandonar esa tarea. Posteriormente se concentró más bien en su trabajo como pediatra en su consultorio de la Clínica la Isabelica. CLÍNICA LA ISABELICA DE VALENCIA Esta clínica, actualmente dotada con un imponente edificio donde funcionan casi todas las especialidades médicas, fue fundada por mi hermano Domingo y un pequeño grupo de colegas bajo su liderazgo empresarial. Empezaron con un modesto consultorio, luego agregaron unos módulos y gradualmente se estructuró un hospital privado con gran sentido social funcionando en un área popular, una urbanización edificada por el INAVI. Leamos algunos datos adicionales acerca de cómo fue ese proceso: En 1969 puede iniciar el ejercicio privado de la medicina en un pequeño consultorio de la Urbanización La Isabelica, siendo el primer médico que llega, con estos fines, a la recién estrenada urbanización construida durante el primer gobierno del Dr. Rafael Caldera. En diciembre de 1972 inaugura la primera sede del <<Centro Clínico la Isabelica>>, en una sección del “Centro Comercial Central Madeirense”, la cual años más tarde fue cerrada y sus módulos de fibra de vidrio que les cobijaron, demolidos, para mudarse a la moderna sede finalizada en 1983, contando para ese momento con más de 100 socios. De ese Centro Clínico fue su presidente por más de veinte años, retirándose a los fines de iniciar su segundo Proyecto de Salud. En Enero de 1983 tres meses antes de inaugurar la nueva sede del CC Isabelica, contrae segundas nupcias con Lorena Villarroel, hija de sus grandes amigos el Profesor Raúl Villarroel y Adela Jiménez. En 1986 inicia la construcción de la más moderna Unidad Oncológica del centro del país, iniciando operaciones en el año 1988. En esta empresa ejerce la Dirección de Administración desde su fundación hasta la fecha. De la Universidad de Carabobo se jubila después de 30 años ininterrumpidos de trabajo con el rango de Profesor titular de la Cátedra que regentaba ya como jefe de la misma. Previa a esta jubilación había sido jubilado también, pero de manera forzosa y por razones políticas, del cargo de Médico jefe de la Medicatura Forense de Carabobo, dependencia donde laboró por 20 años. SU RELACIÓN CON HENRIQUE SALAS RÖMER En los años 90, siendo Henrique Salas Römer primer Gobernador de Carabobo por elección popular, es llamado por este para gestionar el proceso de descentralización de la salud y luego dirigir el Sistema Regional de Salud, con el cargo de Director Regional de Salud del Gobierno de Carabobo y luego adicionalmente, Comisionado de Salud del MSAS en Carabobo, primera y única vez que ocurre esta circunstancia en el país, para unificar los esfuerzos nacionales y regionales en materia de salud. Posteriormente, renuncia a estos cargos a pedido del Gobernador Henrique Salas Römer, para ser postulado y electo con el apoyo de <<Proyecto Venezuela>> como diputado por el Circuito Rafael Urdaneta (Parroquia donde se encuentran sus inversiones en Salud), siendo reelecto por tres períodos, en el último de ellos fue nombrado Presidente del Consejo Legislativo de Carabobo, hasta que, a consecuencia del Proceso Constituyente fue despojado del cargo y de su condición de diputado, como lo fueron todos los parlamentarios regionales de Venezuela. Al ocurrir esto, retorna a su actividad privada en el sector salud como Director de la “Unidad de Terapia Oncológica”, próxima a cumplir sus 30 años de fundada, actividad esta que sigue desempeñando con ahínco hasta la presente fecha. Reencuentro político entre Domingo y Alberto Curiosamente, entre Domingo y Alberto hubo un largo periodo en el cual ambos siguieron rumbos políticamente muy opuestos. No obstante, décadas después, se reencuentran en la misma trinchera de <<Proyecto Venezuela>>. Domingo lo pone en contacto con Henrique Salas Römer y de inmediato Alberto se convierte en uno de sus más eficientes asesores y colaboradores durante la campaña presidencial de Salas en 1998. Alberto, además, fue electo diputado al Congreso Nacional por Proyecto Venezuela, y posteriormente, ya fuera de este, es electo miembro de la Asamblea Nacional Constituyente. MI CASO FUE PARECIDO Pudiéramos agregar acá, que algo parecido pasó entre Domingo y yo. Por muchos años, anduve muy cercano a las políticas defendidas por Alberto. Sin embargo, las decepciones político-ideológicas que sufrí me llevaron a abandonar totalmente esas posturas marxistoides del pasado. Sin duda alguna que la madurez que viene con la edad, el estudio y los cambios profundos que trajo el derrumbe del llamado socialismo real (caída de la URSS, Perestroika, proceso chino y cubano, etc.) – todo eso nos llevó a nuevas posiciones en política y la vida entera. Una vez más se comprobó aquello que afirmaba Churchill, que quien no había sido socialista a los 18 años no tenía corazón, pero si lo seguía siendo a los 50, no tenía cerebro. Creo que soy vivo ejemplo de eso. NUESTRA HERMANA LIBIA Ésta, llamada comúnmente Chobi por todos en la familia – es la mayor de las hermanas. Eso del nombre <<Chobi>> tuvo que ver con una tira cómica que leíamos en nuestra infancia. En ella, había un niño gordito con el nombre de <<Chobi>>, que era el primo de otro gordito de nombre <<Tobi>>, amigo de <<La Pequeña Lulú>>, heroína de esas historietas. Aunque Libia era alta y flaca cuando muchacha, después de su casamiento y los partos se convirtió en gorda para siempre, igualita a Chobi. Mi hermana Libia - fue presentada por mi padre en la Jefatura Civil e indicó allí que sus nombres serían los de <<Libia Beatriz>>. No obstante, alguien se equivocó al asentar los nombres. Años después cuando solicitó una copia de la partida de nacimiento descubrió que la habían asentado con los nombres de <<Libia Margarita>>. Toda la vida, Libia recordaba con molestia ese segundo nombre. Su único consuelo fue darle a su primera hija el nombre de <<Laura Beatriz>>. Laura, obviamente, porque el padre de la niña la quiso bautizar con el nombre de la abuela Laura Ecarri de Araujo, y Beatriz, en recuerdo del segundo nombre que debía llevar la madre, pero que un inepto funcionario cambió. Le tocó vivir su infancia y primera juventud en Miranda, bajo la férrea autoridad de papá. Ella fue contemporánea de sus primas Carolita la de Loló, y de las hijas mayores de Joselito: Dilcia y María Carlota. No obstante, no pudo disfrutar de la relativa mayor libertad que éstas tenían, como el ir a fiestas, bailes, desfiles de carnaval, ser reina de carnaval, ir a toros coleados, andar con novios, etc. – o siquiera pintar la casa con vívidos colores de moda o encerar los pisos eran cosas que la mantenían conflicto con papá. Terminada su educación primaria Libia solamente tuvo la oportunidad de iniciar estudios de secretariado (mecanografía) en Bejuma. Para ello tuvo que utilizar una pesada máquina de escribir Underwood que papá había comprado antes a unos estadounidenses de la compañía tabacalera establecida en Miranda. Como Libia sugirió que necesitaba una máquina con su estuche para llevarla de manera portátil papá le mandó a hacer una caja de madera con su asa similar a una maleta. Aunque bien elaborada por su carpintero de confianza (Don Agustín Pérez) era pesadísima e incómoda y Libia no la quería llevar porque su modelo no era de las “portátiles”, las que estaban a la moda. Cuando tuvo la oportunidad de iniciar un noviazgo con un joven de Valencia, hijo de un prestigioso odontólogo (Don Leopoldo Araujo) al que por cierto papá conocía y visitaba como paciente, ello si fue bien recibido; Libia se entusiasmó y rápidamente se casó con Leopoldo Araujo Ecarri (hijo del odontólogo). Este era hijo único y muy consentido de sus padres que le dieron una buena casa (en la calle Páez) para vivir muy cerca de la de ellos situada en la calle Colombia. Para ese entonces, todavía muchas familias acomodadas y de clase media vivían en esa zona. Al lado de su casa, sus suegros le ayudaron a instalar una tienda (Novedades Laurita) que ofrecía ropa y objetos para niños. La tienda no tuvo éxito pues desapareció junto con la crisis del matrimonio. El joven Leopoldo (Popo) era gerente bancario (Banco Unión) y parecía ser lo que llamaban un “buen partido” para una muchacha de clase media de un pueblo como Miranda, cuyos prospectos eran limitados. El problema fue que pasado un corto tiempo el matrimonio se vino a pique. La separación y finalmente el divorcio determinaron que Libia regresara a vivir a Miranda. Primero estuvo residenciada en una casa alquilada situada en la calle Páez, y finalmente, regresó a la casa paterna de la calle Pedro Camejo. La suegra en Valencia (Doña Laura) se quedó con la hija llamada Laurita y un hijo varón (José Gregorio) nacido durante esa época del conflicto conyugal se quedó en Miranda. Como recuerdo personal directo puedo señalar que cuando Libia comenzó a sentir los dolores de parto tuve que salir “en carrera” a buscar al médico asignado al hospital del pueblo (de apellido Silva y tez muy oscura). Como no lo conseguí en la llamada <<Medicatura Rural>> fui al Club (Centro social y deportivo Miranda) en donde el galeno estaba jugando una partida de bolas criollas e ingiriendo licor. Ante mi solicitud de que fuera lo antes posible a examinar a mi hermana Libia, este me dijo que iría después, que no nos preocupáramos. Sin embargo a los pocos minutos vino a la casa porque varios de los presentes (según supe después) le reclamaron por su actitud negligente. El caso fue que la examinó y remitió al <<Hospital Central>> en Valencia. Aunque no recordaba exactamente quién la había trasladado hasta allí, mi hermana María Elena me ha dicho que fue ella quien la acompañó, viajando en un automóvil prestado a Jesús. Allí llegó bien y dio a luz a su segundo hijo. Y dicho sea de paso, el médico de apellido Silva que tan grosero había sido con nosotros en Miranda (y parece que también con otras personas) sufrió después un grave accidente automovilístico que lo hizo perder varios dedos en una de sus manos. Ante eso, mi inseparable amigo Luís León (el Galán) decía que ello había sido un castigo de Dios por todas sus malas acciones. Ya restablecida, Libia empezó a trabajar como secretaria en la Escuela Daniel Mendoza de Miranda pero al poco tiempo se retiró porque enamorada de Héctor Asuaje - decidió irse a vivir con él a Barquisimeto. Este era muy conocido en Miranda como el encargado de un centro agrícola de la compañía Juconasa, empresa con la cual mi padre y Jesús tuvieron relaciones ya que dicha organización compraba grandes cantidades de naranja y otras frutas para procesar concentrados, en Cabudare, estado Lara. Al poco tiempo, el pequeño hijo de Libia - José Gregorio - fue traído nuevamente a nuestra casa de Miranda y allí se crió bajo el cuidado de mi mamá, mi papá y los tíos y tías del niño. Quien tuvo que irlo a buscar a Barquisimeto (donde vivía Libia) fue María Elena. Esta – según nos contó – debió hacer un largo y penoso viaje por una difícil carretera, pues todavía no existía la actual autopista. Libia se casó con su nuevo marido y tuvo dos hijos varones: Héctor y Carlos. Posteriormente se divorció de Héctor Asuaje y se vino a vivir a Valencia, primero en un apartamento con sus dos hijos barquisimetanos, y posteriormente, sola, pues los hijos Asuaje se fueron a vivir con su padre. Entonces Chobi se quedó para siempre en la casa de mamá que ya vivía también en Valencia, en la quinta <<Mi Muchachera>> de la Urbanización Los Nísperos. En esa casa vivió mamá desde que se mudó de Miranda a raíz de la trágica muerte de nuestro hermano Francisco (1977). Allí – como contamos en otra parte - permaneció hasta su muerte en 1993. Chobi, compartió esa casa junto con mamá, los dos hermanos menores (Conchita y Miguel Ángel) y su hijo José Gregorio. Al irse mudando los demás (por casamientos) ella permaneció al lado de mamá y después del fallecimiento de nuestra madre se quedó a vivir en la ya vieja casa de Valencia. JESÚS Jesús Augusto fue el tercero de los hijos de Caíco y la Catira. Desde muy joven se inclinó por el trabajo del campo. Terminado su sexto grado de educación primaria inició sus estudios en la Escuela Técnica Industrial en Valencia. En ese entonces estas escuelas eran de un excelente nivel. Al aprobar los tres primeros años le otorgaban un certificado como “Perito Industrial” y al culminar los seis años de estudios, egresaban como “Técnicos Industriales”. Tales graduados como técnicos medios recibían una completa formación teórico-práctica, con énfasis en las actividades de talleres y laboratorios. Jesús, aunque estudió y aprobó el primer año, para continuar el siguiente curso fue seleccionado para especialidades que no lo atraían. Y entonces perdió el entusiasmo inicial y se vino de nuevo a Miranda, donde su opción fue trabajar en las faenas del campo en la hacienda de papá: El Taque. En realidad, además del desinterés por los estudios, a Jesús lo que lo halaba con fuerza hacia Miranda era su eterna novia Gloria Díaz. Con ella quería estar a diario y con ella finalmente se casó muy joven para formar una familia que le dio tres hijos. Al principio, Jesús trabajaba manejando un tractor y atendiendo otras duras tareas propias de la hacienda. Posteriormente, después de varias experiencias sembrando maní y tabaco negro por su cuenta, decidió comprar un camioncito Ford 350 que fue el comienzo de una serie de sucesivas adquisiciones de nuevos 350 y de un camión para diez toneladas. Tales unidades de carga las utilizó para transportar la producción de las cosechas de la hacienda hacia los centros de acopio de frutas en Barquisimeto-Cabudare (Juconasa) y Valencia (Frica), y sobre todo, hacia el Mercado Mayor de Coche en Caracas. Igualmente, hacía otros trabajos en las empresas de tabaco de papá y para otros clientes. Ese duro trabajo como camionero, mayormente llevando carga pagada por papá no le dejó mucha utilidad o independencia económica por lo que decidió, después de varios años, dejar ese escenario mirandino y se fue a Puerto Cabello. Mudó la familia y se convirtió en transportista en grande utilizando gandolas. Al principio estuvo asociado con Ángel Pineda (el hermano Maruso, QEPD) y con el primo Toussaint Morazzani (QEPD). De esa sociedad comercial inicial sólo quedaron desavenencias entre ellos. Por eso, Jesús continuó él solo sus operaciones. Por décadas ha vivido y trabajado en Puerto Cabello, y allí, logró adquirir y mejorar una casa en el sector Rancho Grande y después una amplia casa-quinta en una de las mejores urbanizaciones de la ciudad (Cumboto), donde reside todavía. Además, posteriormente pudo adquirir y embellecer una cercana finca campestre con vivienda e instalaciones para el disfrute familiar. En una época ya lejana, yo acompañaba a Jesús en muchos de sus viajes. A él le encantaba llevarme de compañero porque siempre he sido un gran conversador y eso evitaba que se fastidiara y le diera sueño. Me decía que su fiel ayudante, Próspero Sánchez (el Gato), excelente en muchos aspectos, tenía el grave defecto de ir dormido a toda hora durante los largos viajes en el lento camión cargado. Ya en otra parte explico que esos viajes no eran cosa de puro disfrutar. Había que salir de Miranda en la tarde, y después de unas cuatro o cinco horas de viaje llegar al mercado mayor de Coche a dormir en una hamaca colgada del mismo camión. Jesús dormía en el asiento de la cabina, Próspero (el Gato) dormía sobre sacos y cartones en el suelo, y yo en la hamaca, donde además de lo incómodo había que soportar el frío de la madrugada y los ruidos de los camiones que llegaban durante toda la noche. El remate era levantarse de madrugada a contar y descargar las decenas de miles naranjas, arreglar cuentas con los compradores, desayunar tarde y comenzar el regreso - alrededor del mediodía – hacia Miranda; para salir de nuevo ese mismo día, o al día siguiente de madrugada. Era un trabajo duro en verdad. Tanto así, que en una oportunidad Jesús sufrió un grave accidente porque se quedó dormido y se volteó su camión en la autopista regional del centro, en el sector valles de Aragua. Ese accidente ocurrió cuando ya estudiaba en la UCV, 1968-71. Desde esa época, mucho le gustaba a Jesús asustar a sus acompañantes cuando iba manejando, y de repente, echaba un gran bostezo y decía “Que pesadilla tan fea acabo de tener”. Siempre tuve una muy cercana relación con Jesús. También comento en otra parte que fue generoso con sus carros. Uno de ellos, su célebre Ford Fairlane 500 (color marrón) me lo prestó nuevecito para que le diera una vuelta y me luciera con las muchachas de Miranda, y para mi desgracia, apenas había iniciado el paseo, me chocaron en una esquina de la plaza Bolívar del pueblo. Sin embargo, Jesús en vez de enfurecerse sólo me dijo: “mala suerte, menos mal que la lata tiene remedio”. Todo mi aprendizaje inicial como chofer (eso que se llamaba “matar fiebre”) lo hice primero manejando el tractor en la hacienda El Taque y después llevando el camión vacío a guardar al garaje cercano a nuestra casa, y en una oportunidad pude realizar la hazaña de llevarlo cargado de naranjas desde la hacienda hasta la puerta de la casa de Jesús. En otra oportunidad, lo acompañé hasta Valencia, él adelante en el camión 350 cargado de naranjas para entregar en la empresa Frica de la zona industrial de Valencia y yo siguiéndolo en un carrito Hillman – Humbert automático. El objeto era dejar el camión en la cola de espera de turno y poder regresar a dormir a Miranda en el auto nuevecito. Esa fue otra de mis primeras hazañas del volante. De tal manera, que Jesús me dio muchas oportunidades de practicar antes – incluso – de tener licencia legal de conductor. Aunque también lo señalo en otra parte de estas Memorias, cuando estudiaba en Caracas, Jesús era quien me dejaba el dinero autorizado por papá para mi manutención como estudiante. Semanalmente iba yo al Mercado Mayor de Coche a recoger la plata para pagar la residencia y mi comida. Y antes de eso, también lo contamos en otra parte, él iba a la casa de Carolita a llevarnos frutas, caraotas y otros productos de la hacienda. MARINA Esta hermana nuestra continúa la cadena de la muchachera de Caíco y la Catira. Después de Peluso, Chobi y Jesús vino Marina, a la que papá cariñosamente llamaba “la Capina” porque así le decían a las personas demasiado blancas, catiras y pecosas. Una anécdota sobre eso de tener un solo nombre; A Marina, por alguna razón, no le asignaron un segundo nombre como a la mayoría de los hermanos (los otros – con un solo nombre - son Alberto y Carolina). En una oportunidad una amiga le preguntó ¿Y tú eres Marina qué…? Y ella le respondió: “Marina pura”. A lo que la amiga le contestó: me gusta el Marina pero no ese nombre “Pura”. La otra persona – equívocamente - había entendido no que Marina tenía un solo nombre (como era el sentido de la lacónica respuesta) sino que su segundo nombre era el de Pura. Nuestra hermana Marina creció al lado de María Elena que la seguía en edad. Estudiaron ambas en la escuela de niñas, el plantel denominado <<Dr. Simón Arocha Pinto>>, en Miranda. Aunque Marina era mayor que María Elena, esta la alcanzó cuando cursaron el sexto grado. Años después, me contaba María Elena que Marina se puso muy nerviosa durante la prueba oral del Examen Final que se presentaba ante un riguroso e intimidante jurado examinador externo. En ese entonces, si uno fallaba – por la razón que fuera en una de las pruebas (Escrita, Oral o Práctica) eso tenía carácter eliminatorio. Y no importaba si el estudiante había tenido un buen desempeño durante todo el año escolar, lo del examen privaba sobre todo lo demás. Pasada una corta etapa durante la cual Marielena estuvo en Bejuma, donde quiso estudiar 1er año de bachillerato, fueron las dos hermanas a estudiar en una Escuela Normal, esto es, para formarse como maestras. La institución funcionaba en el colegio <<Nuestra Señora de Fátima>> en Valencia. Posteriormente, continuaron la carrera en un colegio de monjas en Maracay (Inmaculada Concepción) donde María Elena culminó sus estudios, mientras que Marina los culminó en el colegio de Lourdes de Valencia. Esos estudios como internas los ayudaron a financiar las hermanas de papá encabezadas por tía Carola. Para entonces, recuerdo que papá tenía una situación difícil y no podía pagarlo. Marina (al igual que María Elena) se graduó como Maestra Normalista y de inmediato ambas comenzaron a trabajar como docentes. Una de las cosas más importantes que siempre recordamos (y que comentamos en otras oportunidades) fue que desde el momento que Marina (y también María Elena) tuvieron sus propios ingresos ayudaron generosamente en los gastos de la casa: Compraron una cocina grande y con horno que funcionaba con gas licuado en bombonas, y que dejó atrás los viejos fogones y el budare calentado con leña y las dos cocinas de querosén. Todavía recuerdo esas hediondas cocinas: una de tres hornillas y la otra de dos. Sobre esa última se colocaba un horno donde habitualmente se cocinaban los plátanos y otras comidas. Pues bien, además de la moderna cocina de gas traída por uno de los árabes que ofrecían todo a crédito; compraron un televisor, muebles, camas, lavadora y muchas cosas más. Papá – que era un tanto conservador y terco – no parecía celebrar demasiado los cambios en la casa, pero al final tuvo que adaptarse. Marina, además de trabajar en la escuela, pasaba largas horas encerrada en su cuarto leyendo obras varias, entre ellas, muchas de la literatura universal. Recuerdo verla leyendo obras de autores como León Tolstoi y similares. Cuando yo todavía era un chamo Marina inició sus amores con quien después sería su marido, José Gregorio (Goyo) Hernández (QEPD), uno de los muchos isleños que habían llegado a Miranda y pueblos cercanos a sembrar papa. Una vez formalizado el compromiso se casó y fue a vivir a Bejuma. Allí continuó trabajando como maestra hasta que fue jubilada por el Ministerio de Educación. Formó junto con su inseparable marido una muy estable y feliz familia de cuatro muchachos: Dos hembras y dos varones. Natalie, Maricruz, Pablo y Francisco. ALGO MÁS: En otra parte de estas Memorias comento que cuando esos isleños llegaron a Miranda – eso fue en los años 60 – yo traté mucho al grupo que se instaló en una casa cercana a la nuestra en la calle Pedro Camejo. Además de la familia isleña dueña de la empresa agrícola, también se alojaban varios “mozos” o trabajadores contratados para toda la siembra y cosecha de la papa. Esos muchachos tocuyanos y su madre (la Sra. Teodosia) los traté y me hice pana de ellos. En esa casa, venían diariamente a trabajar otros isleños que preparaban la semilla de papa para la siembra. Uno de ellos, conocido como Frijol, pero que se llamaba José Gregorio (Goyo) Hernández, me tomaba el pelo haciendo pesadas bromas con mi hermana Marina. Me decía (para fastidiarme) que él quería casarse con ella porque así viviría muy bien sin tener que trabajar pues le bastaría su excelente sueldo de maestra. A mí no me hacía ninguna gracia todo eso, aunque suponía que eso no era en serio. Pero lo más interesante del caso fue que el tal Goyo terminó en verdad enamorando a Marina, formalizando un serio noviazgo y casándose después con ella. Y por cierto, ese matrimonio duró más de cuarenta años y resultó uno de los más sólidos de la familia. Goyo – hasta su reciente fallecimiento en 2011- fue siempre un excelente esposo, padre y cuñado. A su vez, Marina se convirtió en algo así como una “isleña asimilada”, muy bien integrada con la familia de su esposo, sin dejar de seguir cercana a toda su gran familia Franceschi desde su casa de Bejuma. MARÍA ELENA Después de Marina nació María Elena y ambas como ya antes dijimos crecieron y estudiaron juntas hasta convertirse en maestras de escuela. María Elena inició estudios de bachillerato en Bejuma, aprovechando que podía incluso almorzar a mediodía en la casa de la señora Teresa Ecarri, buena amiga de papá y muy agradecida por las innumerables colitas que le dieron en la camioneta de papá cuando iba a visitar sus hijos al colegio Don Bosco de Valencia o – por lo menos - mandarles su ropa limpia cada domingo. Pasada esa corta etapa de Marielena en Bejuma, esta como anotamos previamente estudió y se graduó como Maestra normalista. Con María Elena compartí desde muy niño nuestra afición por los gatos. Ambos salíamos temprano a recorrer las carnicerías a solicitar pellejos para ellos, cortesía que los vendedores no nos negaban porque éramos clientes de los que diariamente les comprábamos carne de res, huesos para sopa, hígado para moler, carne de cerdo (lomo) y otras cosas. Igualmente, ambos éramos amigos del deslenguado Landínez, quien nos regaló uno de los gatos que llamamos Liborio. Mientras nuestra hermana vivió en Miranda, ella era de esas personas muy activas en las actividades de la iglesia: Directiva de la Juventud Católica femenina, trabajadora de la obra social Cáritas y del periódico parroquial Juventud, participaba también (junto con nosotros) en la organización y realización de viajes turísticos hacia variados lugares de Venezuela y Colombia. Ya para la época cuando fui a estudiar bachillerato a Valencia (4to y 5to año), María Elena viajaba conmigo casi todos los fines de semana. Ella se había trasladado a trabajar en una escuela de Valencia pues deseaba continuar sus estudios de bachillerato y universitarios. Recordemos que para entonces, los graduados de las “escuelas normales” cursaban apenas cuatro años de estudios, por ello, si deseaban proseguir estudios en la universidad debían primero hacer una equivalencia de estudios y completar los cursos faltantes para obtener su título de bachiller. En uno de esos viajes semanales hacia Valencia nos tocó soportar a un gran grupo de borrachos desordenados que subieron al autobús en Bejuma después de la salida de los toros coleados de la fiestas patronales. Los abusadores no sólo gritaban y se burlaban de todo el mundo sino que se orinaron y convirtieron todo el piso del autobús en una laguna de orines y cerveza. Unas bolsas que llevábamos en el piso se mojaron y tuvimos que – con asco y todo sacar nuestras cosas de las bolsas de papel que amenazaban con deshacerse. Esa tarde de un domingo decíamos: las vainas que uno tiene que soportar… Cuando yo ya estaba graduado de bachiller y mayorcito de edad, nos fuimos juntos a Caracas, yo a estudiar en la UCV (1967), y ella, a trabajar como maestra en la “Escuela José Martí” situada en el sector de Sarría y a preparar su matrimonio con quien entonces era su prometido. Este había establecido una librería y alquilado un apartamento en Caracas. Afortunadamente, ese proyectado matrimonio no llegó a materializarse. La causa principal fue que el novio sufrió una aguda crisis personal. Él era un hombre muchísimo mayor, comparado con quien supuestamente iba a ser su esposa. María Elena resultó muy afectada por todo ese asunto de irse a vivir y trabajar en Caracas, con planes de matrimonio. Ella, con gran entereza, se mudó de nuevo a Valencia. Allí se incorporó a su trabajo docente e hizo nuevos planes para estudiar en la universidad. Ya viviendo en Valencia conoció a Mario Arcila. Pasado un tiempo, formalizaron su noviazgo y se casaron, poco antes que pudiera hacerlo yo, que me casé en 1972. De su matrimonio con Mario le quedaron cuatro hijos: María Elena, Mario Augusto, María Cristina y María Carolina. Terminada esa primera relación matrimonial, se volvió a casar, esta vez con el ingeniero Ricardo il Grande. Además de criar a sus cuatro hijos, pudo María Elena graduarse de Licenciada en Educación (mención Orientación) en la Universidad de Carabobo. Con muchos sacrificios logró graduarse pero prácticamente nunca más pudo trabajar por largos períodos. Ya divorciada de M. A. – casada con R. I. – y con sus hijos ya crecidos; decidió volver a las aulas. Se dedicó a estudiar en la escuela de artes Arturo Michelena de Valencia. Se graduó y logró su sueño: convertirse en pintora y escultora (ceramista). Como artista ha podido adelantar un amplio trabajo evidenciado en centenares de obras y en muchas exposiciones individuales y colectivas. Con María Elena he compartido mucho más que con los otros hermanos y hermanas. La afinidad de intereses, las excelentes relaciones con su actual esposo Ricardo y cierta buena química personal que hay entre nuestras familias (esposos, hijos, etc.) facilitan esa especial amistad y camaradería fraternal. ALBERTO: Siempre fue un verdadero “trotamundos”, comparado por mi hermana María Elena con Melquíades, aquel personaje de <<Cien años de Soledad>> de Gabriel García Márquez; que aparecía después de largas ausencias con noticias que impactaban a todos. Después de dos hembras seguidas (Marina y María Elena) nació Alberto, el hermano varón que me antecedió. Este siempre fue un hermano muy diferente a mí. Había una diferencia de edad de sólo 16 meses (mayo, 1947 – septiembre, 1948) pero su carácter, costumbres, experiencias de vida no pudieron ser más dispares. Por ejemplo, mientras yo siempre fui un niño dócil, obediente y tranquilo; Alberto era lo que se llama un muchacho travieso, por decir lo menos. En la escuela se juntaba con los peores e indisciplinados, como lo era el célebre Giovanni. Sus maestras, especialmente la de tercer grado (Melanía Ortega) lo castigaba permanentemente. Cada vez que Alberto tenía algún problema conmigo mi mamá salía siempre en mi defensa y Alberto se molestaba por lo que consideraba favoritismo y demasiada protección hacia mí de parte de mamá. Siempre gritaba que porqué si sólo había esa pequeña diferencia de edad tenía yo ese tratamiento especial. El problema era que – como ya decía antes – su conducta y actitudes lo hacían candidato a castigos y regaños diarios. Ya cuando Alberto iba a estudiar el cuarto grado de primaria las tías más religiosas (Franceschi-Dorta) hicieron gestiones para que ingresara en un Seminario Católico de Caracas, donde supuestamente la vida como estudiante interno en esa institución religiosa lo acomodaría o reformaría. Allí en ese Seminario Católico (creo quedaba en el sector Dos Caminos, Caracas) estudió su cuarto grado, y allí, como cuento en otra parte de estas memorias lo fuimos a visitar (fui con María Elena y Libia, acompañada de su novio Leopoldo Araujo y la suegra doña Laura). Sus conmovedoras cartas donde decía que esperaba dar la comunión a sus ancianos padres cuando él ya estuviera ordenado como sacerdote en el futuro, no eran verdaderas expresiones suyas. Cuando ya estaba de regreso otra vez en Miranda y su escuela, contaba con mucha risa que tales cartas debían escribirlas así, porque los buenos sacerdotes se sentían felices al leer tales correspondencias antes de permitir su envío a los padres. El quinto grado lo estudió en la Escuela Simón Arocha Pinto, puesto que para entonces, en ese grado se unían los muchachos que culminaban el cuarto grado de la Escuela Daniel Mendoza (la de varones) y las muchachas que egresaban del 4to grado, de la escuela Simón Arocha. Y era el caso que cuando iban a estudiar el 6to grado, lo hacían integrados también (varones y hembras) pero en la escuela Daniel Mendoza. Terminado su quinto grado, nuevamente Alberto hizo planes para irse de Miranda. Esa vez su destino sería la escuela-granja <<El Mácaro>> ubicada en Turmero, estado Aragua. Se entusiasmó con otros muchachos del pueblo que se iban a estudiar allí estimulados por un maestro nativo de Miranda, el Profesor Páez (al que todos conocían como Chilico). Por cierto, este “Profesor Páez” fue después un importante funcionario público regional, y se decía, que había huido a Colombia por haber sido acusado de actos de corrupción administrativa en el estado Cojedes. Alberto, durante su estancia en El Mácaro, pudo regresar varias veces a casa a ver la familia y amigos. No fue como en su experiencia del Seminario, donde estuvo interno un año continuo y sin poder venir al pueblo natal. Cada vez que regresaba de su escuela-granja, y aún más, cuando se retiró de la misma, Alberto no paraba de hablar de sus experiencias con los cultivos y sobre todo con la cría de animales como los cerdos, gallinas, etc. No obstante ese aparente entusiasmo agrícola que le permitió culminar su sexto grado no fue suficiente para hacerlo continuar de inmediato en esa ruta rural. Al siguiente año, esto es, cuando debía iniciar sus estudios de bachillerato, nuevamente cambió su destino estudiantil. Entusiasmado por la posibilidad de convertirse en oficial de las fuerzas armadas recibió la ayuda de Héctor Franceschi Marcano, oficial del ejército (nativo de Río Caribe, estado Sucre), casado con nuestra prima-hermana Elia Franceschi Dorta. Este pariente (de los Franceschi de Oriente) gestionó su inscripción en el liceo militar Gran Mariscal de Ayacucho en Caracas. Desde allí nos escribía jocosas postales. En una de ellas, inolvidable, dibujaba (si mal no recuerdo) varios muñequitos: Uno con la cabeza pelada y unos pelitos parados (decía: aquí creciéndome el pelo), otro con un arma larga o carabina (decía: aquí carabineando) y el otro decía: aquí estudiando, y aparecía el muñequito con un libro. En la primera oportunidad que tuvo vino a Miranda y pudo lucir su elegante uniforme militar de gala. Un día - vestido de civil – fue reprendido por un policía local por estacionar la bicicleta en la acera de la plaza Bolívar de Miranda. De inmediato regresó a la casa, se vistió con su uniforme y buscó al policía para que se le tuviera que “cuadrar” o saludar militarmente, pues según él, su rango de “Distinguido” así lo requería. Esa fue su venganza. Pero una vez más, Alberto cambió de destino. Terminado su primer año de bachillerato en el liceo militar, lo hizo teniendo que “reparar” en septiembre una materia aplazada en julio. Por esa y otras razones se retiró - o lo retiraron - del LMGMA. Pareció que sus superiores no apreciaron en él suficiente aplicación en los estudios y espíritu o vocación militar. En realidad, su personalidad rebelde y libre no cuadraba con ese ambiente militar. De hecho, cuando yo más adelante (terminando mi tercer año de bachillerato) le comuniqué mi deseo de presentar el examen de admisión para ingresar a la EFOFAC para convertirme en oficial de la Guardia Nacional; Alberto me quitó esa idea de la cabeza, me dio docenas de argumentos en contra de la vida militar, considerando sus amargas experiencias, algunas de las cuales ya me había contado: Dura disciplina, castigos irracionales, autoritarismo, humillaciones, etc. Creo que me abrió los ojos a tiempo y desistí de la idea de ser oficial militar. En los años subsiguientes, Alberto continuó sus estudios de bachillerato en el liceo del cercano pueblo de Nirgua. Compartimos esos primeros años juntos hasta que culminó el 3er año y nos separamos de nuevo ya que el pequeño liceo Dr. Heriberto Núñez Oliveros sólo ofrecía el ciclo básico de educación secundaria. En Nirgua, además de estudiar, tuvo varias y efímeras novias. Siempre tuvo mucha suerte con las mujeres. Era envidiable como las atraía. Creo que sus habilidades en el baile y su audacia a toda prueba le daban gran atractivo. Una catirita llamada Mireya Villegas, la seria y bonita morena Soledad Ferrer (que a mí me gustaba, pero nunca me atreví a decirle nada) y otras que no recuerdo. La que si guardo mucho en mi memoria fue una de las que tuvo mayor tiempo con él: Ninive Rodríguez, la que fue reina del carnaval de nuestra escuela Daniel Mendoza cuando ambos estudiábamos sexto grado. (En otra parte cuento del papelón que sufrí por no saber bailar). Esa Ninive fue su novia hasta que terminado el bachillerato en Valencia Alberto se fue para Chile. Seguimos con Alberto: Mientras Alberto vivió en Miranda (antes de irse a Valencia) participaba activamente en las actividades religiosas y culturales que lideraba el para entonces Padre Juan Bofelli. Se hizo activo militante de la Juventud Católica, redactaba junto con los hermanos Dorta Franceschi (especialmente René), María Elena y muchos otros colaboradores un periódico parroquial – multigrafiado denominado <<JUVENTUD>>. Igualmente cooperó activamente con el programa de ayuda social <<Cáritas>> y los múltiples viajes o excursiones en autobús hacia Maracaibo, Mérida, Margarita, nor.-Oriente (Caripe, cueva del Guácharo) y Guayana (Ciudad Bolívar, Puerto Ordaz, Guri). Y otra que llegó a Cúcuta y Bogotá en Colombia. En otra parte de estas Memorias refiero mi participación en tales viajes, fui a todos, con excepción del primero realizado a Maracaibo. Uno donde tuvieron que atravesar el lago en los viejos ferrys pues todavía no existía el puente Gral. Rafael Urdaneta. También Alberto fue partícipe conmigo en la formación del grupo de Boy Scouts. En fin, Alberto participaba en muchas actividades y siempre terminaba “jefeando” o “gregoriando” todo. Igual fue cuando llegó a Valencia y se lanzó a la actividad político-estudiantil. Eso del “gregoreo” hacía referencia a un típico personaje mirandino conocido como Gregorito, quien se auto asignaba la tarea de dirigir cualquier actividad, como por ejemplo, el orden de la marcha de la gente y las imágenes en las procesiones religiosas, en los entierros, etc. VIDA Y ESTUDIOS EN VALENCIA Nuestro hermano mayor se fue a Valencia a continuar sus estudios en el Liceo Martín J. Sanabria (4to y 5to año) y yo lo alcancé el siguiente año. En Valencia tuvimos la oportunidad de estar en la misma residencia estudiantil (con la señora Celmira Orta en la Av. Bolívar) y en el mismo liceo, él en quinto año y yo en 4to año, ambos en la especialidad de Humanidades. Como cuento en otra sección de estos recuerdos, allí en Valencia Alberto se consagró como dirigente estudiantil demócrata-cristiano. Compartimos las luchas por la conquista del Centro de Estudiantes, la asistencia al Círculo de Estudios del grupo <<Humanismo Integral>> que dirigía José Vitale Hidalgo, y muchas cosas más. Una vez que se graduó de bachiller se entusiasmó para irse a estudiar sociología en Chile, donde además iría a participar en la llamada <<Revolución en Libertad>> que encabezaba el presidente demócrata-cristiano Eduardo Frei (padre). Ya desde que estábamos en el liceo Alberto soñaba con ese viaje a Chile, hasta se aprendió de memoria algunos discursos del legendario dirigente político chileno Radomiro Tomic (del ala progresista del PDC) y los usó como recurso oratorio en la campaña electoral liceísta. En uno de esos discursos, un joven le preguntaba a su padre sobre las columnas que avanzaban en los diferentes combates y hazañas de la guerra de independencia chilena (paso de los Andes, Maipú, Cancha rayada) y al final cuándo el joven preguntaba ¿Padre, quiénes son? Este le respondía, ¡son la patria, son la patria joven, Gracias a Dios! (Esto lo rememoro en otra parte de estas Memorias, las de mis tiempos liceístas) Su vida en Chile, donde supuestamente estudiaría sociología, le sirvió para viajar por todo ese gran país, participar en la actividad política de los grupos más izquierdosos, y sobre todo, trabajar intensamente con el ilustre pedagogo brasileño Paulo Freire y su método para “concientizar” a los sectores populares. Para nuestra sorpresa Alberto regresó cambiadísimo de Chile. Ya no compartía para nada el asunto ese de la <<Revolución en libertad>> y la Democracia Cristiana. Además, trajo una colección de música de protesta de cantantes como Violeta Parra, Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui y otros similares (La Peña de los Parra). Incluso, aprendió a tocar guitarra y cantar dichas canciones, y a bailar “cuecas” chilenas folklóricas. Pasado el shock inicial fuimos haciendo la digestión de todo ese notable cambio ideológico. Como ese regreso de Alberto coincidió con el primer gobierno de Caldera, la situación nos llevó - como jóvenes copeyanos - a un proceso de ruptura, y a irnos del partido. En Caracas, mientras yo participaba en la llamada <<Izquierda Cristiana>>, en Valencia, Alberto se hará parte de los grupos que terminaron rompiendo también con COPEI. Como cuestión interesante hay que destacar también que Alberto ayudó mucho a un grupo progresista copeyano que ocupaba posiciones en el gobierno, en la denominada dirección de equipamiento de barrios, dependiente del Banco Obrero (el posterior INAVI). Con ese grupo (entre ellos la arquitecto Teolinda Bolívar) trataron de aplicar masivamente en los barrios los métodos del pedagogo Paulo Freire (traídos por Alberto). Ese plan de ir penetrando los barrios sembrando una conciencia crítica entre los explotados y pobladores de esos barrios, fue detectado por el partido Acción Democrática que lo denunció en el Congreso Nacional y la prensa como un supuesto plan de “copeyanización” de los barrios. En realidad los adecos no entendieron lo que se estaba haciendo. Pero el ala derecha copeyana si lo entendió muy bien y entonces la poderosa señora Adelita de Calvani (esposa del canciller Arístides Calvani) hizo cortar todo apoyo gubernamental para esos “Círculos de cultura popular”. ¿Cómo funcionaba eso? Bueno es acotar acá, que en las reuniones de esos grupos de los barrios se hacía que los asistentes, después de observar una serie de escenas grabadas en “filminas” y proyectadas en una pantalla, participaran en una activa discusión sobre sus problemas cotidianos, lo que los llevaba a tomar conciencia sobre asuntos más complejos de manera paulatina. De esa manera se ideologizaban en sentido revolucionario, tomaban conciencia de su identidad como marginados, excluidos, explotados, víctimas de injusticias. Y así, podían organizarse de manera consciente asumiendo nuevos compromisos, liberados por esa educación que les hacía entender - a partir de la “problematización” de su propia realidad – cómo podían avanzar en la construcción de una nueva sociedad. Todo esto se resumía en las conocidas obras de Paulo Freire <<Pedagogía del Oprimido>> y <<La Educación como Práctica de la Libertad>>. Se Va Para Francia Ya para entonces Alberto programaba otro periplo. Se fue a estudiar a París, Francia. Dejó atrás una novia de su corta pasantía por la Escuela de Educación en la UC. Después se casó con ella “por poder” estando él ya instalado en París y luego su esposa (Edelmira) se fue a vivir con él. Tuve la oportunidad de asistir en Caracas a ese peculiar matrimonio “por poder” en el que lo representó nuestro hermano mayor Domingo Antonio. Pasó varios años en París en varias etapas. Allí estudió un diplomado en economía y - sobre todo – se formó y luchó como parte de un partido trotskista francés internacionalista. Como militante trotskista tuvo la oportunidad de viajar por medio mundo, cosa que sería largo de contar y que sólo conocemos de manera fragmentaria. De regreso a Venezuela, decidió formar una organización de signo trotskista en el país. Ese grupo creció bastante en los sectores estudiantiles de universidades como la de Carabobo, la ULA y otras (FCU y “sindicatos” de estudiantes) y también en importantes movimientos obrero-sindicales de Valencia, Maracay, Guayana y en la zona petrolera zuliana. Cuando el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) obtuvo su legalidad y después se abrió a otros grupos para que participaran en la reconstrucción del partido, entonces Alberto y su grupo decidieron incorporarse a esa “vanguardia abierta” (así la denominaron) como una “tendencia proletaria” o Trotskista. Como dirigente del MIR tuvo la oportunidad de hacer campaña en las elecciones de 1978. Estas culminaron con la elección presidencial del copeyano Luís Herrera Campins (1978-1983), pero también varios dirigentes del MIR lograron salir electos como diputados al Congreso Nacional: Américo Martín (candidato presidencial), Moisés Moleiro y nuestro hermano Alberto. Debe si aclararse que de esos diputados por cociente nacional (Constitución de 1961), el que correspondió al estado Carabobo fue electo fundamentalmente por los votos de Alberto y su grupo, pero desde Caracas les impusieron que Alberto fuera en segundo lugar en la lista, detrás de Romulito Henríquez, un figurón de la Dirección Nacional del MIR. Y ocurrió que después, cuando el MIR se dividió en tres fracciones irreconciliables, Romulito se alzó con la curul y Alberto quedó por fuera. Eso dejó un mal recuerdo y una enseñanza política: En Venezuela, eso de creer que siempre nos turnaremos y participaremos, a veces no se cumple. Por cierto, a mi compadre Freddy Domínguez le ocurrió exactamente lo mismo con otra organización, la Causa R. Los trotskistas del grupo de Alberto siguieron la lucha política y éste decidió ampliar su radio de acción. Pasó varios años viviendo y luchando políticamente en Europa y en toda América latina. Visitó mucho los países comunistas-estalinistas de la Europa oriental apoyando a los grupos disidentes clandestinos. Igualmente viajó intensamente en comisiones secretas políticas por varios países latinoamericanos como Brasil, Colombia, Bolivia y varios de Centroamérica. Y se estableció por varios años en Argentina. Al final de todos esos periplos revolucionarios, y ya definitivamente derrumbados la URSS y sus satélites stalinistas, llegó la hora del regreso definitivo a Venezuela y a la familia en la década de los noventa. Un corto paréntesis de vida en USA Uno de los períodos que Alberto estuvo un tanto alejado de sus actividades políticas internacionales fue cuando acompañó un tiempo a su esposa Edelmira mientras realizaba estudios de postgrado en California, USA. Precisamente esa estadía coincidió en parte con la nuestra en ese mismo estado, aunque en ciudades distintas. Mientras nosotros vivíamos en Stockton, ellos vivieron en El Cerrito, esto es, el área de la bahía de San Francisco, cerca de Oakland. Nos pudimos ver varias veces pues estábamos separados sólo por unas 80 millas de autopista y una hora y pico de tiempo de viaje. Cuando comentamos la visita de Tana en una de esas navidades, decíamos que pudimos compartir los tres en mi casa. Tana, Alberto y nosotros. La pasamos muy bien degustando hayacas, pan de jamón y otras exquisiteces venezolanas. De regreso en Venezuela: Muchos no lo querían creer al principio. Se habían acostumbrado a no verlo sino como un revolucionario profesional y trotamundos. Costaba acostumbrarse a verlo trabajando con su suegro, ayudando a manejar una empresa de transporte de carga pesada y después manejando la hacienda El Taque dejada en herencia por nuestro difunto padre. Esa primera estadía en la hacienda fue después de haber participado en varios procesos electorales. Una de las tareas más importantes que asumió fue la de hacer construir un conjunto de habitaciones como parte de un proyecto arquitectónico campestre, una gran casa de dos pisos con facilidades para que cada uno de los hermanos y sus hijos pudieran (si así lo deseaban) pernoctar, comer y divertirse en esa casa de la hacienda. Igualmente se rescataron las lagunas, caminos, pozo profundo o taladro, canales, instalaciones eléctricas, etc. – para iniciar diversas actividades productivas: Cultivo de flores, cría de cerdos y gallinas, siembras de tomates, pimentón, papas y otros frutos. VUELTA A LA POLÍTICA EN 1998 Algo más sorprendente para muchos fue su participación activa en política venezolana veinte años después de aquella incursión parlamentaria de 1978. Entonces - en 1998 - lo hizo como uno de los jefes de la campaña de Henrique Salas Römer para enfrentar la candidatura presidencial de Hugo Chávez. En esa oportunidad si pudo tener finalmente una audiencia nacional. Ello le permitió ser electo diputado y dirigente notable en el Congreso Nacional. Y cuando se desató la crisis, se fue a la campaña para obtener una curul en la Asamblea Nacional Constituyente (1999). En esa asamblea fue uno de los cinco diputados electos que pudieron romper el kino o tubo de 123 diputados chavistas. Terminada la dura experiencia en la Asamblea Nacional Constituyente de 1998-99 – por razones de principios - se negó a firmar la constitución de 1999. Tomando en cuenta la importante votación obtenida en la campaña por la Asamblea Nacional Constituyente, y que para entonces se había residenciado temporalmente en la urbanización Las Mercedes de Caracas, se lanzó como candidato a la alcaldía de Baruta pero fue derrotado. Terminado ese ciclo se retiró de nuevo a la vida del campo. Se convirtió en empresario agrícola y prácticamente se mudó para nuestra hacienda El Taque. Ese semi retiro en el campo, cual moderno Cincinato, lo ha interrumpido varias veces para retomar la lucha política, aunque sea combatiendo por Internet. Durante el año 2008 y los siguientes, Alberto ha estado concentrado únicamente en su trabajo agrícola en El Taque, ampliando las actividades de cultivos ya ensayados (papa, maíz, pimentón, tomate) con la actividad de cría de cerdos a gran escala. Napoleón José: Obviamente, no es necesario incorporar una sección especial sobre mí ya que en todas estas Memorias hay datos sobre su autor. El séptimo hijo de Caíco y la Catira. El que nació en 1948 pero quedó registrado equívocamente como nacido en 1949. AÍDA SEBASTIANA (TANA) Tana fue la hermana que me siguió en el orden de nacimientos, ella fue la octava en la lista de la muchachera Franceschi González. Como mi hermana menor, Tana creció muy cerca conmigo y Alberto. Con este último peleaba permanentemente, pues Tana no se quedaba tranquila ante cualquier cosa que le hiciera Alberto: En ese entonces uno de los insultos – un tanto extraños – que lanzaban las hermanas a sus hermanos varones eran gritarle: “Marico, pato, Nicolino”. Y en verdad, eso de “Nicolino” no sabía de dónde venía o que quería decir exactamente. Mi madre tenía que ser una especie de réferi o árbitro en esas peleas permanentes entre esa muchachera, y entre quienes eran los más peleones estaban Tana y Alberto; Alberto conmigo, etc. Una de las más tempranas rabietas de Tana que recuerdo haber oído comentar, como si ello fuera un chiste, era su amenaza de: “No tomo teteo y me barrajeo”; queriendo decir que se negaba a tomar su tetero y que se iba a “barrajar”, esto es, lanzarse o tirarse contra el piso. Ese tipo de actitud retrató desde muy pequeña su fuerte carácter. Ya cuando estaba más crecidita empezó a mostrarse enamoradiza. Uno de los primeros novios que le conocí fue un joven recién llegado a Miranda, hijo de Mr. Featherstone (que la gente del pueblo llamaba Fereston). Este Hugh Featherstone era un simpático muchacho que andaba – junto con un hermano menor de nombre Dwight – en un auto convertible, haciéndose amigo de todo el mundo. Ellos pasaban temporadas en Miranda en las instalaciones de la Hacienda La Concepción (cerca de Sabana Arriba) finca que había sido de la familia Franceschi años atrás. Mi papá, por cierto, vivió en ella varios años y allí sembró tabaco hasta que la vendieron para poder pagar las deudas acumuladas por los sucesores de Francisco Franceschi Mattei. Cuando yo fui a estudiar bachillerato a Valencia, Tana también empezó a estudiar en un colegio y vivieron un tiempo en la casa de la familia de Marisol Núñez (QEPD) la entonces novia de nuestro hermano Domingo. Mientras estuvo en Valencia inició unos amores con un muchacho de nombre Alirio, este tenía su familia en Ciudad Alianza. Al final, eso duró poco porque Tana volvió a Miranda. Después retomó su noviazgo que desde los días de la escuela primaria tenía con Alí Figueroa (QEPD), hijo de Don Alí Figueroa, compadre, buen amigo de papá y sembrador de tabaco también. Esos amores con Alí (hijo) terminaron en matrimonio pero tuvieron que vivir varios años en una pequeña hacienda de los Figueroa (El Espolón) en las cercanías de Los Manires-Hato Viejo. Posteriormente se mudaron a vivir a Valencia mientras Alisito trabajaba en las haciendas de su papá en la zona de los llanos de Acarigua. El vivir en Valencia y ya con tres muchachos nacidos: Karla Adriana, Alí Augusto y María Gabriela Figueroa Franceschi; le permitió a Tana empezar a trabajar como empleada administrativa de la Universidad de Carabobo. Ya para la época de cuando yo estaba haciendo estudios de postgrado en USA (1981-1984) también Tana se pudo ir a estudiar al exterior. Vivió mayormente en la zona de Tampa (Florida, USA) Allí estudió inglés para sacar su certificado de High school y poder proseguir su formación superior ya que su estadía la financiaba una beca. Sus muchachos estudiaron en escuelas estadounidenses y aprendieron inglés. Ya entonces, su matrimonio con Alisito estaba llegando a su fin y fue cuando conoció a su futuro nuevo marido Giorgio Sferra. Cuando ambos lograron sus respectivos divorcios se casaron y posteriormente se establecieron a vivir en Valencia, dedicándose a crear varias empresas. Giorgio se convirtió en un excelente padre sustituto para los hijos de Tana. Un buen recuerdo de nuestra vida en USA: Cuando yo estaba en Stockton (California), Tana siempre me llamaba y estaba pendiente de nosotros. En una oportunidad me preguntó qué cosa deseaba me trajeran de Venezuela, pues ella pudo regresar en más de una oportunidad o también tenía la ocasión de recibir envíos. En fin, fue el caso que le dije que algo que no probaba desde hacía mucho tiempo eran las “panelas de San Joaquín”. Y para mi sorpresa, un día llegó a nuestra puerta una caja de cartón (entregada por UPS) donde venían exquisiteces venezolanas, incluyendo muchos paquetes de “panelas de San Joaquín”. Otra cosa muy buena fue que llevó a mi mamá a pasar una temporada con ella en Florida y después la puso en un avión para que yo la recibiera en el aeropuerto de San Francisco. Fue una gran alegría – casi parecía un milagro – que mamá llegara hasta California y se pasara varias semanas con nosotros. En los fines de semana, pude llevarla a pasear por toda la región, incluyendo una gira a las montañas nevadas donde a mi vieja emocionada la fotografiamos con trozos de nieve congelada en sus manos. Ya en otra parte de estas Memorias comento que, a pesar de que mi mamá decía que ella era una campesina, se atrevió a viajar a USA, ir sola en avión desde Florida a California, pasar meses por allá y regresar a Venezuela. Mientras que papá (supuestamente más “civilizado”) nunca quiso ir a ninguna parte, siempre buscando excusas para no salir de su hacienda y su pueblo. Además de esas dos experiencias, hubo otra muy buena. En una navidad, Tana se fue con sus muchachos a pasarla junto con nosotros y con Alberto, Mirita y sus hijas que estaban viviendo para entonces en las cercanías de San Francisco, mientras Mirita terminaba su Master en Psicología Humanista. “SÚPER TANA”: Centro social para reunir a la familia en su casa. En los años que siguieron a la desaparición física de papá y mamá, la familia se ha mantenido bastante unida, entre otros factores, porque Tana y otros aliados suyos (Mirita entre ellas y ellos) se las han ingeniado para celebrar reuniones especialmente el 31 de Diciembre de cada año. Muchas veces prolongadas con reuniones en la hacienda El Taque, esta última fueron famosas cuando nuestros hijos estaban más pequeños y participaban en las célebres “Yincanas” competencias variadas. Y algo más, en buena medida la tarea de ayudar a construir las instalaciones sociales en El Taque tuvo en Tana uno de sus entusiastas financistas, siempre al lado de Alberto en esa labor. Siempre comentamos que parece mentira que los que más peleaban cuando eran niños, ahora, cuando son adultos se hacen inseparables compañeros de muchos proyectos y actividades familiares. Una de las recientes celebraciones realizada en la gran casa valenciana de Tana en la urbanización Guataparo fue la fiesta de matrimonio de Irene (14 de mayo de 2011). Hicimos una lucida boda en la iglesia San Antonio, y esa noche, a pesar de un aguacero, celebramos junto con toda la familia y los amigos más cercanos. Además de realizar todo tipo de reuniones y celebraciones (fundamentalmente en la casa de Tana), recientemente se ha venido desarrollando una actividad que contribuye bastante a mantener viva esa llama de unidad familiar. Esta actividad es el <<Chat>> Los Franceschi, bajo la cobertura del denominado whatsApp usado en nuestros teléfonos celulares. CAROLINA El nacimiento de Carolina - o Carola (nombre muy repetido entre toda la parentela Franceschi y otras familias conexas) siguió al de la difícil Tana. A Carola y Gisela Coromoto (Chelita) les tocó crecer y andar siempre juntas, yendo a la escuela primaria Dr. Simón Arocha Pinto de Miranda, al liceo público <<José Andrés Castillo>> de Montalbán (donde para ese entonces ya había la posibilidad de estudiar todo el bachillerato) y, finalmente, a estudiar su carrera de odontología en la Universidad de los Andes (ULA), donde ambas se graduaron. Allá en Mérida se enamoraron y se casaron. Nuestros cuñados, los ingenieros Rafael Sosa y Elis Saúl Molina fueron los escogidos. Ya casadas, les tocó vivir con sus respectivos maridos varios años en esa ciudad donde nacieron sus primeros hijos. Por todas esas razones, es más que obvio, que siempre hayan sido y sean tan unidas. De Carola y de Chela estuve más separado porque además de las diferencias de edad, para cuando ellas pasaban buena parte de su infancia y juventud en Miranda, Montalbán y Mérida yo estaba viviendo en Valencia y Caracas. Estudiando primero, y luego ya casado y trabajando en la capital. Recordemos que me fui a estudiar para Caracas hacia 1967 y me casé en 1972. Esto es, de mis primeros sesenta y cinco años de edad, he vivido cuarenta y seis en Caracas. Sólo cuando ya pudimos organizarnos mejor, tratamos de visitarlas en Mérida y después a Carola en Ciudad Bolívar, cuando ésta se mudó para Guayana. Carola se fue a vivir a Ciudad Bolívar (si mal no recuerdo) desde los tiempos del gobierno de Luís Herrera Campíns (1978-1983). Precisamente, fue el ejercicio de un alto cargo público regional (Secretaría de Obras Públicas) por parte de su esposo Rafael lo que determinó la mudanza desde Mérida a Guayana. Antes, el cuñado Rafael Sosa, esposo de Carola, había tenido una elevada responsabilidad en el área de los acueductos y otras obras de Mérida y estados vecinos. Como era un hombre recto y honesto, era un obstáculo para algunos que parece no lo eran tanto. Por esa razón fue enviado a Caracas a estudiar un postgrado en recursos hídricos en la USB. Mientras lograba conseguir un mejor sitio para vivir (una habitación o residencia) pasó un corto tiempo hospedado con nosotros en el pequeño apartamento del edificio Orión, y eso fue precisamente en los días que nació Irene (1977). Cuando en la mañana del día 6 de marzo de 1977 se le presentaron “los dolores de parto” a Beatriz, lo dejamos cuidando al pequeño Fernando Augusto mientras Beatriz y yo salíamos corriendo a la <<Clínica Leopoldo Aguerrevere>> y la familia de Beatriz llegaba al apartamento a buscar a Nano. Rafael vivió luego en una habitación rentada a una familia, creo que por la zona de San Bernandino. Posteriormente, terminados sus cursos, volvió a Mérida y de allí – pasado un tiempo - partieron a Guayana. Al finalizar su ejercicio como alto funcionario en el estado Bolívar, fundó una empresa de ingeniería y se dedicó a los estudios de suelos y cuestiones similares. Su dedicación le ha dado una sólida reputación y buena posición económica. Igualmente, su esposa Carola – además de tener su cargo como odontólogo al servicio del estado – estableció su consultorio propio y también le ha ido muy bien. Pasados los años, construyeron su buena casa, criaron y educaron sus hijos, y ya para 2008, las dos hijas mayores: Tatiana y María Carolina estaban graduadas (de odontólogo y administradora, respectivamente) y también se casaron. Ya Tathy tiene tres hijos: su primogénito varón y mucho después, en 2013, dio a luz unos trillizos, de los cuales sobrevivieron dos. La segunda, María Carolina, tuvo también su primera hija para enero de 2009. Para 2013, sólo el menor, Rafael Augusto, sigue soltero y viviendo en la amplia casa de Ciudad Bolívar, aunque ya también se graduó como ingeniero. Varias veces hemos ido a visitarla en Ciudad Bolívar o compartimos vacaciones en Margarita, en Valencia, y también en un apartamento que tuvo varios años en Guanta-Puerto La Cruz. Allí en ese apartamento pasamos inolvidables días echando broma, yendo en excursiones hacia las playas, compartiendo con su simpático vecino Ulises, el del famoso mercado de pura pasta. Igualmente compartimos con ella las fiestas de quince años y los matrimonios de sus hijas en Ciudad Bolívar, viajando hasta allá y hospedándonos en hoteles como el Laja Real, degustando lau-lau y otras exquisiteces locales. Nos tocó también compartir con ellos cuando se casó nuestro hijo Fernando Augusto con una muchacha cuya familia casualmente vive en Ciudad Bolívar y que fue compañera de estudios y buena amiga de sus hijas. GISELA COROMOTO (CHELITA) Como dije, buena parte de la vida de Chela está muy asociada con la de Carola. Y como están muy entrelazadas, no repetiremos lo ya contado de sus andanzas comunes. Chela siempre fue una niña muy sensible. Prácticamente lloraba por todo y por eso papá la llamaba “Jeremías”, el profeta de las lamentaciones. Nosotros, a veces con cierta crueldad, le empezábamos a decir: ¡a que llora, a que llora, a que llora! Y de inmediato Gisela se ponía a llorar sin razón. Ya adulta, se graduó de odontóloga pero prácticamente no ha ejercido la profesión. Prefirió atender a sus cuatro hijos (María Victoria, Mariano, Juan Sebastián y María Luisa) y a su marido Elis Saúl Molina. Mientras vivió en Mérida, ya casada y graduada en la ULA, aunque estableció una clínica odontológica propia, no se entusiasmó demasiado con dedicarse a ella. En cambio, más bien, atendió algunos negocios propios: Un supermercado o abasto de víveres y una finca ganadera de leche. Desafortunadamente también le tocó sufrir una terrible experiencia cuando le secuestraron a su hijo mayor. Joven estudiante universitario entonces, fue tomado como rehén por la guerrilla colombiana y mantenido secuestrado por unos ocho meses. Después de esa horrible ordalía para él y toda la familia, pero por supuesto que en primer lugar para el secuestrado y su mamá, fue liberado en medio de la coyuntura política del ascenso de Hugo Chávez al poder en 1998. Ese año Alberto había sido electo como parlamentario y pudo establecer contactos con el alto gobierno: José Vicente Rangel, Luís Miquilena y otros. En esas circunstancias la guerrilla colombiana dio una muestra de “buena voluntad” y accedió a liberar a varios secuestrados venezolanos, entre los cuales afortunadamente - estuvo Luís Mariano. Después de haber vivido muchos años en Mérida y haber disfrutado los últimos de ellos residenciada en una bella casa, decidieron mudarse a Valencia ya que buena parte de los negocios de construcción de su marido estaban desarrollándose en la capital carabobeña y sus alrededores. Con los dos hijos mayores (Victoria y Mariano) ya casados y trabajando (Mariano se quedó en Mérida), Chela vive ahora en Valencia dedicada su marido y los dos hijos menores que vivían con ella para el año 2008. Posteriormente, Juanchi terminó su carrera y pasó un año USA estudiando inglés. Asimismo, Malú, la menor, se fue a estudiar arquitectura a Bogotá. SALUD, DINERO Y AMOR Gisela es la que ha vivido – sobre todo en las últimas dos décadas - dentro del mayor nivel de confort y riqueza material, gracias a que su marido encabeza un emporio de negocios de construcción. Sus últimos años de vida en Mérida los disfrutó en una moderna y extensa mansión. Y aunque se ha mudado a Valencia, todavía la conserva pues allí vive por ahora su hijo Mariano y ella y el resto de su familia la utilizan cada vez que van de vacaciones a su amada ciudad de Mérida. En años recientes se mudó a Valencia y ha vivido en una urbanización rodeada de campos de golf, áreas verdes, casa-club, etc., aunque todavía esperan mudarse a una vivienda diseñada a su gusto. Desafortunadamente, su felicidad no es completa, especialmente por problemas de salud de ambos, especialmente de su esposo. Gracias a Dios, los hijos mayores Luís Mariano y María Victoria han podido rehacer sus vidas. María Victoria (con una hija de su primer matrimonio) se casó de nuevo, esta vez, con un arquitecto que ha trabajado – y lo continúa haciendo – en las empresas de su suegro. Hasta estos días que corren, la felicidad parece que le llegó a la hija mayor y por ende al resto de la familia. Igualmente, Luis Mariano se casó y ya tiene sus dos primeros hijos, varones los dos. FRANCISCO (QEPD) El nombre de quien siempre llamábamos Francisco, Nachico o Nacho era en realidad: François Noel. Nombre este que recordaba a nuestro abuelo francés (François Marie Franceschi Mattei), a nuestro tío paterno: François Franceschi Giuli; y también a un hijo de este, de nombre Noel Franceschi Dorta, muerto muy joven, aquejado de una terrible enfermedad. Este hermano varón vio la luz por primera vez en Miranda después de haber transcurrido un largo intervalo de varias hermanas nacidas seguidas (Tana, Carola, Chela). Hasta su llegada, yo fui el niño varón menor de la casa y por ello tal vez mamá me favorecía o consentía especialmente. Cosa que mucho le molestaba a Alberto, siempre protestando por esa protección o trato especial de niño varón menor y “buenecito”. Francisco desde muy pequeño andaba apegado conmigo por ser su inmediato hermano varón aunque con mucha diferencia de edad, como ya dijimos. Su bautizo gozó de ciertos privilegios. Recuerdo sus hermosas tarjetas de recuerdo con su fotografía impresa. Además, sus padrinos le obsequiaron una morocota de oro y una hermosa cadena y medalla del mismo metal. A los demás hermanos, cuando mucho nos habían dado unas tarjetitas de esas genéricas que Don José Franceschi “timbraba” (así decían) agregándoles los datos específicos en su famosa máquina de escribir. A cada una de tales tarjetas, además, se les colocaba un “mediecito” de plata (Bs. 0,25) debidamente adherido con una gota de pegamento. Tristemente, algunos de nuestros hermanos dejaron a casi todas esas tarjetas que guardaba mamá sin sus respectivos mediecitos, se los arrancaron a escondidas y los gastaron. Durante algún tiempo Francisco, Nachico o Nacho fue mi compañero de cuarto cuando ya pude mudarme del cuarto general de la muchachera donde abundaban las hembras. Una de las anécdotas que recuerdo de esos tempranos días de infancia era cuando íbamos los dos a ver televisión en la casa de Don Andrés Bonavita (el poco amigable y poco “familiar” esposo de tía Pola). Como a mí me daba pena ir a averiguar si el odioso Don Andrés ya había encendido el televisor, le decía a Nacho, anda tú y discretamente me vienes a avisar. Pero el inocente Nacho se asomaba en la puerta de la casa de tía Pola y me pegaba un más que indiscreto grito: “Napo, vente que ya está prendido”. Y yo tenía que llegar, “con arrechera y todo” a dar las buenas noches y sentarnos a ver el programa que Don Andrés decidiera ver esa noche, eso sí, sólo hasta las nueve en punto. En otra parte de estas Memorias, contamos como esa dictadura se acabó sólo cuando nuestras hermanas Marina y María Elena (ya maestras y trabajando) compraron un primer televisor para nuestra casa. Años después cuando ya yo estaba viviendo en Caracas, trabajando y casado, tuvimos la oportunidad de hacer un viaje juntos hasta Mérida. Para entonces, también Nacho ya estaba trabajando como fotógrafo en la Universidad de Carabobo hacia 1976. Después de visitar la vieja ciudad capital de Trujillo y dormir en Valera, nos fuimos por la vía del sitio turístico de <<La Puerta>>, subiendo por la carretera trasandina, Timotes, Pico del Águila, hasta la ciudad de Mérida. Antes de iniciar ese trayecto, estando en el hotelito en Valera, se me rompió uno de mis gruesos lentes de miope y solamente cargaba un par. Como entonces mi miopía era muy alta (8,5 en un ojo y 10 en el otro) traté de que en una óptica me tallaran el cristal, pero todas me decían que eso se tardaba varios días, incluso algunas informaban que debían enviar el pedido a Maracaibo. En una de ellas, afortunadamente, tenían un cristal que era similar al que se me había roto, lo único – que no me dijeron al vendérmelo y montarlo – fue que dicho cristal tenía las dioptrías de miopías parecidas a mi fórmula pero no así el nivel de astigmatismo. Sin embargo, aunque al llegar a Caracas tuve que descartar ese cristal, este me salvó de andar semi ciego en mis vacaciones. Desde ese día aprendí la lección y siempre anduve con dos pares, por si acaso. Ya hoy en día disfruto, desde hace varios años, no tener que usar lentes pues me operaron con laser los dos ojos y me eliminaron la alta miopía. Antes de iniciar la subida a la vía trasandina estuvimos en La Puerta y en el pueblo de Isnotú (santuario de José Gregorio Hernández). Ya en Mérida, paseamos por toda la ciudad y sus alrededores. Tomamos muchas fotos pues Nacho era un excelente fotógrafo y me preparó una buena cantidad de fotos y diapositivas que incluso pude utilizar después como recurso didáctico en mis clases de <<Geografía de Venezuela>> en colegios de secundaria. Tristemente, en una oportunidad cuando utilizaba las diapositivas en un proyector para ilustrar mi clase, ya Nacho había muerto, y casi lloré cuando lo vi que aparecía a mi lado en una de las fotos proyectadas ante mis alumnos. Como dije, Nacho murió muy joven en un accidente de tránsito en la carretera que conduce a Mariara. Aunque en otra parte lo menciono, recordemos que ese accidente ocurrió cuando viajaba con nuestra hermana menor Conchita en una camioneta Chevrolet tipo “Picó” que había comprado papá, gracias a un premio de lotería. Una NOTA sobre ese premio de lotería Papá era un habitual jugador de loterías y normalmente adquiría una parte de un billete, casi nunca un billete entero. Todas las semanas iba a la casa de Miranda un vendedor de apellido Cordero, a quien él llamaba jocosamente el “Panadero Pavoso”, porque este antes había sido panadero, y ahora además, como vendedor de loterías nunca le había traído suerte. Muchas veces también papá compraba sus “quintos” o fracciones de billetes de loterías cuando iba a Valencia o a Maracay. Un caso extraordinario fue que en un viaje a Barquisimeto se detuvieron en una estación de servicio a tomar café pero terminó comprando lotería. En realidad ese día no quería comprar nada pero el vendedor fue sumamente insistente y él cedió, tomó el billete entero y le entregó el dinero creyendo que le habían vendido Lotería de Caracas que era su preferida. Pero el honrado vendedor corrió detrás de él para devolverle el cambio, pues como era Lotería del Zulia tenía un costo menor. Cuando papá se dio cuenta que no era la de Caracas le dijo al vendedor que no la quería, pero éste insistió en que por lo menos se llevara la mitad del billete y papá cedió para quitarse al hombre de encima. Cuál no sería su sorpresa, cuando se enteró que había salido el primer premio en ese billete de la Lotería del Zulia. Pero por haber devuelto la mitad del billete sólo cobró la mitad del primer premio; creo le dieron apenas Bs. 40.000. Papá siempre se lamentaba de su mala suerte y decía que el honrado vendedor le echó la vaina de correr detrás de él a darle el vuelto y con ello la noticia de que no era su lotería habitual. En fin, ese dinero, le sirvió para adquirir la camioneta nueva, pero para mala suerte, en ella se mató Francisco, nuestro hermano menor. La Tragedia de Nacho Un primero de abril, Nacho sufrió el accidente y salió eyectado del vehículo. En esa época los autos no tenían cinturón de seguridad y ello fue fatal en su caso. Conchita, que iba a su lado, solamente sufrió algunos golpes que le dejaron fuertes dolores de columna por algún tiempo. Nacho, en cambio, agonizó y se desangró durante más de dos semanas. Fue intervenido quirúrgicamente varias veces en el hospital central de Maracay; pero al final, todo fue inútil. Murió el 18 de abril de 1977. Y ello fue, un duro golpe para todos, pero especialmente para mamá que nunca se recuperó totalmente de esa tragedia. Una vez fallecido Nacho y enterrado en el panteón familiar del cementerio de Miranda, toda la familia se congregaba para recordar su memoria. Durante el primer año se le hicieron muchas misas y posteriormente ellas se han venido haciendo una vez al año por lo menos. CONCHITA (Aura Concepción) Conchita nuestra hermanita menor que siguió a Nacho en el orden de los nacimientos vio la luz en Miranda precisamente el día de la “Inmaculada Concepción”, esto es, el 8 de diciembre. Obviamente eso explicaba lo de Concepción como segundo nombre. A su vez, Aura recordaba a nuestra vecina, amiga de la casa y maestra Aura Ramos – cuyo nombre le gustaba mucho a papá. Otra razón pudo haber sido por el título de una célebre novela de su admirado autor, el colombiano José María Vargas Vila. Entre las obras del citado novelista estaba una titulada <<Aura o Las Violetas>>. Para mayor notoriedad de la fecha, su nacimiento fue casi simultáneo con la celebración de las primeras elecciones democráticas de diciembre de 1958, posteriores a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, derrocado el 23 de enero de ese mismo año. Cuando yo le comenté a Benjamín Pérez (el pulpero amigo donde hacía yo las compras) que había nacido mi hermanita este – que era un adeco militante – comentó que debían ponerle como nombre Blanquita para honrar el triunfo adeco – con su emblemática tarjeta blanca - en las elecciones del día anterior. En cierta manera, la edad de Conchita es la misma edad de la democracia contemporánea venezolana, la que para diciembre de 2008 completaría su primer medio siglo, y ya para 2013 llegará a sus cincuenta y cinco primaveras. Conchita pudo educarse igual que Carola y Chela en la escuela de Miranda y en el liceo público. Una vez graduada de bachiller, y ya residenciados en Valencia, pudo estudiar en la Escuela de Educación de la Universidad de Carabobo. Sus amores y matrimonio con <<Horripi>> o el “marciano” Nelson Oviedo. Ya desde que vivía en Miranda (hasta 1977) Conchita conocía a un joven llanero de Camaguán, estado Guárico. Este había estudiado su secundaria en Valencia y posteriormente estudió en la facultad de agronomía (UCV) de Maracay. Allí se graduó como Ingeniero Agrónomo. Cuando - después de la tragedia de la muerte de Nacho en 1977 - mi mamá se fue a vivir a Valencia acompañada de Conchita y Miguel Ángel (Piqui), tales amores de Concha la llevaron a casarse en Valencia. Como mi mamá le tenía especial cariño a ese esposo de Conchita, al que trataba como un hijo más, no tuvo ningún problema que vivieran un tiempo con ella y que luego - cuando tuvieron que mudarse a vivir a San Fernando de Apure – viajaran muchas veces al año a esa casa de Valencia y se pasaran muchos días acompañándola. De hecho, Conchita no perdía ninguna oportunidad para venirse desde Apure hasta Valencia, sola o acompañada del marido y sus muchachos. Durante sus años de residencia en Apure, Conchita tuvo dos hijos: Nelson Augusto e Ivana Oviedo Franceschi. Igualmente se esforzó en continuar su formación profesional. Le agregó a su título de Licenciada en Educación (mención Orientación) obtenido en la Universidad de Carabobo; un título de magíster en educación otorgado por la UNELLEZ. Trabajó como Orientadora en un liceo de San Fernando y como profesora contratada en los núcleos de las universidades públicas que allí funcionaban, especialmente en la Universidad Nacional Abierta. Por variadas razones su matrimonio con Nelson Oviedo (Horripi) llegó a su fin. La crisis, la separación y el divorcio la hicieron volver a su terruño valenciano. Acá en Valencia ha estado viviendo y culminó una segunda maestría como un paso hacia el ansiado doctorado. Ingresó como profesora contratada en la UC y posteriormente ganó el respectivo concurso para convertirse en docente ordinaria en su alma mater, cuestión que finalmente logró en 2013. Mientras tanto, sus hijos siguen a su lado, estudiando y trabajando en un entorno menos rural que el que les tocó en sus primeros años. Un viaje a Camaguán y otros a San Fernando En la época que Conchita y Nelson estaban felizmente casados, eso es, en sus primeros años de matrimonio, tuvimos la oportunidad de pasar unos días con ellos y la familia Oviedo en su casa de Camaguán (estado Guárico) y visitar <<El Viñero>>, su fundo ganadero. En esa oportunidad me acompañó Miguel Ángel (Piqui). Dormimos en la casa de los padres de Nelson, y en la finca la pasamos muy bien. El día que conocimos el fundo el señor Nelson Oviedo (padre) nos abrumó con todas las atenciones posibles. Hizo preparar unas ricas y grandes cachapas de puro maíz jojoto, y para acompañarlas, mucha carne de cerdo y venado, queso cuajada, etc.; y además, quería también hacer preparar un gran sancocho de gallina. Cosa última que le pedimos no hacer pues estábamos literalmente súper llenos de comida llanera. Por supuesto, Piqui y yo comimos mucho y tuvimos que descansar – de aquel atracón - en unas cómodas hamacas que colgaron en los corredores de la casa del fundo. Al regreso a Camaguán tuvimos la oportunidad de ir a un establecimiento donde se podía disfrutar de la típica música llanera, igualmente asistimos a una especie de feria donde se hacía la elección de una reina. VISITAS A SAN FERNANDO Una de ellas fue colectiva con casi toda la familia. Asistimos a una reunión organizada por Conchita con motivo del bautizo de Ivana, su hija menor. Para ello nos hospedamos en un hotel de la capital de Apure. Mucho disfrutamos la reunión familiar aunque hubo dos incidentes que lamentar. El mismo día de la llegada, el hijo menor de Domingo (Francisco Alberto) se golpeó e hizo una cortadura. El propio Pepe tuvo que llevarlo a una clínica y suturarlo el mismo pues no había quien atendiera en ese momento. Para completar, al día siguiente, cuando fuimos a un establecimiento donde comeríamos cachapas y carne asada, otro de los sobrinos (creo recordar que fue Juanchi, el menor de Chelita) estuvo a punto de ser arrollado por un pelotón de ciclistas y motocicletas participantes en una competencia deportiva. Varios de los ciclistas por evitar al imprudente muchachito sufrieron una aparatosa caída colectiva. MIGUEL ÁNGEL (Piqui) QEPD Este fue el último de los hermanos en nacer, el bordón, o el “asiento de la olla” como antes se decía. Su nombre, Miguel Ángel, al igual que todos los demás fue escogido por papá y recordaba él del querido tío materno y padrino suyo llamado Miguel Ángel Giuli, trágicamente desaparecido cuando vino a Venezuela en tiempos de Cipriano Castro, sobre lo cual hay una explicación en mi libro <<LOS FRANCESCHI, La Pequeña Historia de una Familia>>. (Caracas, Gráficas Tao, 2003) Piqui nació, creció y estudió en Miranda. Su primaria la hizo en la escuela Daniel Mendoza y toda la secundaria en el flamante liceo público de Miranda que, ya para esa época, atendía sus estudiantes hasta el 5to año de bachillerato. Él no tuvo que estar viajando desde pequeño a otra parte. Solamente cuando mamá se mudó a Valencia (después de la tragedia de Nacho en 1977) estudió fuera del pueblo natal, y para su comodidad y facilidad, cursó toda su carrera universitaria en la Universidad de Carabobo (UC) sin tener tampoco que salir de las paredes del hogar. Se graduó como <<Licenciado en Administración>> en esa universidad pero en realidad casi nunca ejerció tal profesión. Pudiéramos decir que Piqui creció siempre al lado de papá y mamá, y junto con Conchita tuvo la oportunidad de “agarrar cansados a los viejos” como siempre les decíamos. Ellos, en especial Piqui, se permitieron libertades y privilegios que los mayores nunca tuvimos. No pasaron trabajos viviendo en residencias estudiantiles o con familiares o amigos que les pusieran mala cara. Todo lo recibieron facilito en la propia casa. Los restantes hermanos – y yo en particular – no tuvimos la oportunidad de interactuar mucho de manera permanente con estos hermanos menores. Sólo cuando ya éramos hombres y mujeres “hechos y derechos”, casados y con hijos, compartimos como parte del gran grupo familiar. Piqui tuvo una vida sentimental un tanto “accidentada”. Pasó por todos los posibles status: Soltero, casado, viudo, divorciado, concubino, etc. Muy joven se casó con una callada y trabajadora merideña, Licenciada en dietética de nombre Lourdes Albornoz (QEPD). Con ella tuvo dos hijos varones: Ángelo Giochino y François Joseph Franceschi Albornoz. Tristemente, esa primera esposa murió joven y lo dejó viudo y con los dos hijos muy pequeños. Mientras mi mamá estuvo viva ellos vivieron en la casa de Valencia, sólo posteriormente vivieron una corta temporada en nuestra vieja casa de Miranda. Una vez fallecida Lourdes (enterrada en una fosa al lado de la de mamá en el cementerio <<Jardines del Recuerdo>>, Valencia) Piqui continuó viviendo en la casa de la calle Pedro Camejo de Miranda. Allí hizo vida marital con una extraña mujer de no muy buena reputación, conocida como “la pelcu”. Lo de “pelcu” hacía alusión a una expresión suya sobre un gato muy sucio o percudido, pero que ella pronunciaba como “pelcudío”. Por suerte, esa relación no duró mucho y fue sustituida por otro “empate” que terminó en nuevo matrimonio y una hija de nombre Amalia Franceschi López. Ella tenía como actividad económica principal la elaboración de todo tipo de dulces y tortas para venderlos en establecimientos comerciales. Dos cosas buenas tuvo esa relación con Lila, primeramente la linda niña que nació de esa unión (Amalia), y en segundo término, que era hermana de un buen amigo y condiscípulo de mis años de liceo en Nirgua, incluso conocido mucho antes porque su padre de crianza era un amigo de papá conocido como <<Vale Ricardo>>. Mi viejo amigo Tilino, del pueblo de Hato Viejo, me mandaba saludos cada vez, pero nunca pudimos vernos mientras duró esa relación sentimental de Piqui con su hermana Lila. Por cierto, este amigo Tilino se llama (extrañamente) Matilde Avelino López (curiosamente, en las zonas rurales era común bautizar a varones con nombres como Matilde, José del Carmen, Ramón María). Una tía suya, que no tuvo hijos y estaba casada con Ricardo Sánchez (Vale Ricardo) lo crió como si fuera su propio retoño. En realidad sus verdaderos padres – los López – y sus otros hermanos vivían en una casa a escasos metros de distancia. Una anécdota sobre el extraño nombre de Tilino: Cuando cursábamos el primer año de bachillerato en el liceo de Nirgua, el primer día de clases, el profesor de biología (el Prof. Calvo) pasaba la lista tratando de ver a cada quien a medida que decíamos los nombres y apellidos. Cuando leyó: López, Matilde Avelino; nadie contestaba y entonces preguntó: ¿Dónde está ella? – suponiendo que con ese nombre tenía que ser una estudiante – pero todo el mundo se rió cuando Tilino que llegaba tarde dijo ¡Presente, Profesor! Fin de la Relación con Lila Después de varios años de tormentosa relación decidieron separarse y pasado un tiempo prudencial sin reconciliación posible se divorciaron. Entonces Piqui decidió regresar a vivir a la casa de Valencia, ocupada por Libia y aprovechada como negocio (alquiler de habitaciones). Esa mudanza a la quinta <<Mi Muchachera>> de la urbanización Los Nísperos, no dejó de ser un tanto traumática por los sucesivos conflictos entre Libia y el nuevo hermano-inquilino, instalado en lo que había sido el anexo o habitación especial donde mamá pasó sus últimos años de vida. Los conflictos arreciaron cuando Piqui se “empató” y luego se casó con una nueva mujer (Ligia Cabrera) que le dio otra hija: Bernardette Franceschi Cabrera, la que bautizamos en Valencia como padrinos y madrinas, Beatriz, y yo, una hermana de Ligia y otros más que no recuerdo. A esta nueva mujer la conoció Piqui porque María Elena y sus hijas, los presentaron y los entusiasmaron inicialmente. La nueva novia era abogada, con un buen cargo público y altos ingresos. Además, la susodicha era hermana de un amigo y colega artista de María Elena, y para más complemento, casado con una antigua novia de Piqui, la mirandina y médico Marielis Ramos Piñero de Cabrera, hija de Luisa Piñero y Luís Ramos. Ligia se mudó con Piqui a la casa ocupada por Chobi y ello determinó un continuo conflicto. Al final, después de graves enfrentamientos de pareja, se separaron y divorciaron. Y al igual que había pasado con la pareja anterior (Lila) ella se quedó con la niña, con el agravante que ésta no permitió a Piqui visitar o tratar a su propia hija. Ya para 2007-2008 nuevamente Piqui se juntó con otra pareja. Ella de nombre Miriam, de modesta familia, y ya sin el peligro de poder tener otro muchacho. Vivieron felices hasta que poco después Piqui falleció el 3 de diciembre de 2010. Las grandes Conversaciones de Fin de Año y otras oportunidades especiales Piqui tenía especial predilección por mantener largas conversaciones conmigo, aunque más bien pudiera decirse que, le encantaba oír mis pormenorizadas explicaciones sobre diversos temas históricos, políticos, económicos y todo lo que uno pueda imaginar. Muchas veces, después de pasarla bien en los festejos de navidad y año nuevo nos reuníamos en la sala de recibo de la casa de mamá en Valencia (Quinta Mi Muchachera) a conversar de todo. En una oportunidad (un primero de enero, cuando mamá estaba viva todavía) rompimos algo así como un récord de resistencia. Comenzamos a “darle a la lengua” antes de desayunar, hicimos la primera comida del día y la respectiva sobremesa hasta que nos llamaron a almorzar, seguimos la charla con la nueva sobremesa de mediodía, nos tomamos varios cafés hasta que cenamos y continuamos en la misma conversa. Todo eso hasta que - ya muy de noche - nos dimos cuenta que habíamos pasado todo el santo día hablando de manera incansable. Mi hijo Fernando Augusto, quien no se perdía detalles, me recordaba hace poco, al rememorar el asunto en el CHAT (Whatsapp-Los Franceschi) que el tema inicial de la conversa fue una pregunta de Piqui sobre la Batalla de Carabobo del 24 de junio de 1821. Aunque cada vez que podíamos echábamos una conversada, siempre Piqui rememoraba esa extraordinaria reunión en la cual él, nuestros cuñados (Rafael, Nelson y otros) y yo – por supuesto – dilucidamos una variedad de temas históricos y dudas de todo tipo que Piqui, de manera insaciable, quería aclarar. Para no perder la costumbre, cada vez que nos veíamos, si había tiempo para ello, Piqui me lanzaba una buena cantidad de preguntas y le gustaba que le ofreciera mi opinión sobre variados temas que le apasionaban. A mí nunca me costó mucho complacerlo, tal vez por la vocación de docente que nunca me abandona, y porque no, también porque esa es una manera de mantener viva la buena comunicación con el “hermanito menor”, cargado de hijos y problemas y ya camino al medio cupón. EN LA CASA DE LA CALLE PEDRO CAMEJO: UNA DESCRIPCIÓN COMPLETA DE TODA ELLA: De la casa donde vivimos en el pueblo de Miranda (la situada en la calle Pedro Camejo Nº 9) si tengo muchos recuerdos ya que viví en ella desde que puedo recordar hasta que me vine a Caracas a estudiar (1967), donde además después me casé (1972) y me quedé a vivir ¿para siempre? En ese caserón mirandino con “techo a dos aguas” o de caballete, sostenido con horcones y viguetas de madera, cubierto con caña brava, barro y tejas; con altas y gruesas paredes de adobe y un largo corredor (con pilares cilíndricos de concreto) al que asomaba una hilera de grandes cuartos de dormir; todo esto terminaba al fondo en una especie de anexo donde estaba el comedor, la cocina, fregadero, batea de lavar, cuarto de planchar, etc. Más al fondo estaba un cobertizo y un gran solar o patio rodeado de paredes; en él había árboles de tamarindo, mango, toronja, guayaba, coco y otros. Frente al corredor principal de la casa estaba un amplio jardín lleno de todo tipo de plantas que incluían rosales de varios colores, así como diferentes palmeras, un pino y un extraño arbolito de grosellas. Esa casa, bastante vieja, fue remodelada – según los cuentos que le oía a papá – por unos hermanos de color muy oscuro que después yo conocí cuando niño. Ellos eran de apellido Balabú y eran muy buenos albañiles. Cada vez que mi padre quiso hacer un trabajo importante los contrataba. Otro personaje que siempre salía a relucir, pero para trabajos menores como el de “coger goteras” era un viejito flaquito de nombre Víctor Tortolero. En la parte de la casa donde hacía esquina la calle Pedro Camejo y la calle Sucre, había un gran salón que se denominaba “la pieza de la pulpería”. Esa parte conservó por muchos años un conjunto de puertas que daban hacia la calle pero que sólo se abrían cuando venía un camión-tanque a descargar querosén que se guardaba en varios tambores de 200 litros c/u. Esa reserva de combustible que después se succionaba con una bomba manual, servía para las cocinas y la nevera, pues recordemos que hasta los años sesenta, en Miranda no había servicio de electricidad permanente sino en las noches, entre las seis y las once pm. Eso del querosén por barriles, era propio de casas como la nuestra donde todo se compraba en grande o al mayor. También creo que era la única casa donde se traían cajas de 100 rollos de papel toilette y muchas cosas más. Años después, cuando Libia regresó ya divorciada a vivir en la casa familiar, a esa pieza de la esquina se le taparon todas esas antiguas puertas, dejando solamente unos bloques de ventilación en la parte superior y una ventana grande. En ese cuarto colocó Libia sus muebles y durmió hasta que decidió irse a vivir a Barquisimeto con su nuevo marido Héctor Asuaje. ALGO MÁS SOBRE ESA PIEZA Años antes de haberse hecho ese cambio para que Libia se instalara en esa denominada “pieza de la pulpería”, en una oportunidad, fueron raspadas las sucesivas capas de cal y pintura en la pared externa de dicha pieza. Entonces pudimos observar que todavía quedaban restos de un largo letrero que anunciaba lo que allí había funcionado antes: Se podía leer el nombre de Juan Félix León y algo más sobre el almacén que allí estuvo. Ese Juan Félix León había sido un rico comerciante, familia de los otros de ese mismo apellido en Miranda como Don Pánfilo León (famoso por su gran fortuna y su actitud avara o cicatera). Este Juan Félix León, a quien nunca conocí, había sido el padre de nuestro vecino Don Félix León, esposo de misia Petra Coronel de León, padres – a su vez de mi gran amigo, compañero de juegos y contemporáneo Luís León (hermano de José y Mariita). Curiosamente, Don Félix, siempre vivió en una muy estrecha situación económica. En la parte del llamado solar o patio habitualmente se reservaba un área para tener un huerto sembrado con hortalizas: Lechugas, zanahorias, remolacha, berenjena y otros vegetales para nuestro consumo. También regularmente en ese solar había pollos, gallinas, y también, uno o más cochinos encerrados en un corral o chiquero donde cada día recibían las sobras de la cocina y algún otro complemento como nepe o conchas de maíz pilado, hojas de bledo traído de la hacienda, etc. Ya en otra parte comento sobre la peculiar sociedad que tuve con mamá ayudándola a criar esos cerdos y una vez engordados venderlos al carnicero. Aunque en la parte del solar que daba hacia la calle Sucre había un portón de garaje – se le llamaba la “puerta de campo” – allí casi nunca se llegó a estacionar algún vehículo pues papá había hecho construir un amplio garaje en un terreno situado a media cuadra de la casa, colindante con el cauce del caño o pequeño río que llamaban “cañaote”. En ese garaje externo también había un amplio cobertizo o caney de techo de zinc y paredes de bahareque utilizado como depósito y para realizar la clasificación o enmanillado del tabaco rubio (Virginia y Burley) seco después de la cosecha. Uno de los recuerdos que nunca olvidé sobre ese cobertizo fue que en una oportunidad toda la familia durmió allí porque nuestra casa (y todas las demás del pueblo) fue fumigada por el gobierno. En realidad, creo que ninguna otra familia hizo esa mudanza de camas y otros enseres para pasar la noche fuera, pero papá así lo determinó, pues temía que el desagradable olor del poderoso insecticida DDT hiciera pasar una mala noche a él y al resto de la familia. Esa fumigación con el poderoso DDT fue algo histórico. Se decía que después de ella una buena cantidad de plagas desaparecieron. Cosas como las “niguas”, piojos, pulgas, zancudos transmisores del paludismo y otros bichos indeseables desaparecieron por largo tiempo o para siempre, como el caso de las niguas, unos horribles insectos que se alojaban sobre todo debajo de las uñas de los pies de la gente sucia. Eso de las niguas lo conocí por los cuentos de mamá y otras personas mayores. Mi papá tenía - como en otra parte señalo – su propia habitación. En ella estaba una cama grande con mesita de noche y lámpara para leer, un amplio escaparate de dos puertas, varias gavetas y espejo; un escritorio, una caja fuerte grande y una pequeña, un “aguamanil” y todo lo necesario para su aseo personal y para preparar su propio café en las mañanas. Mi mamá tenía su propia habitación con su cama grande, un buen escaparate para su ropa y la cuna para el niño o niña que estuviera criando en ese momento. Esta cuna era una especie de “jaula” cerrada con fina tela metálica que protegía a cada bebé de las picaduras de zancudos. Tanto la cuna como la mayor parte de las camas de los muchachos menores sólo tenían un bastidor de lona sin colchón. De esa manera, cada vez que el bastidor recibía una dosis de orines se procedía a sacar el bastidor hasta el patio, se le echaba agua y jabón y el sol lo secaba para ser instalado la noche siguiente. Solamente cuando ya el infante era mayorcito y no había peligro de las meadas nocturnas se le ponía sobre el bastidor un colchón artesanal que fabricaba y vendía la familia Quintero. Esos colchones eran algo así como un saco o gran cojín relleno de pajilla suave y lana de tambor (una pelusa sacada de unas mazorcas producidas por un árbol de ese nombre). Esa “lana de tambor” la usaban igualmente para elaborar almohadas. Esos colchones hechos en Miranda por Marta Ainer de Quintero y su familia, los usábamos colocándolos sobre el mismo bastidor de lona de las camas. Solamente la cama de mi papá y la de mi mamá tenían jergones y los ya famosos colchones de resortes marca “Sweet Dream”. Y ya muchos años después cuando Jesús y las hermanas mayores tuvieron recursos suficientes también adquirieron camas con jergón y colchones modernos y no esos llenos de pelotas de lana apelmazada. Recuerdo que en la casa había un gran cuarto – ubicado al lado del de mamá y comunicado con una puerta interna – donde dormíamos todos los muchachos pequeños. Solamente cuando uno estaba mayor le asignaban un cuarto separado. Por ejemplo, Jesús tenía su cuarto propio, generalmente cerrado con candado, para que nadie le tocara sus pertenencias: Una gran colección de suplementos (La Zorra y el cuervo, la pequeña Lulú, Viruta y Capulina, los de Disney, etc.); discos, almanaques con bellas mujeres y otras cosas. Igualmente, las muchachas mayores Libia, y después Marina y María Elena, tomaron como su cuarto uno de gran tamaño que antiguamente denominaban “la sala” (aunque nunca funcionó como tal). Pasados los años, esta “sala” fue dividida en dos cuartos al construirle una pared divisoria en la parte central. Aparte de los escaparates de papá y mamá, había otro más pequeño que al principio no estaba asignado a nadie en particular. Igualmente había una especie de gran repisa de madera que tenía abajo varias puntas donde se colgaban ganchos con ropa o la ropa directamente. Ese pequeño mueble colgante le llamábamos “el ropero” y era también de uso común. En realidad, cuando éramos niños no teníamos mucha ropa que digamos. La ropa limpia ya lavada - pero todavía no planchada - era puesta en unas petacas o grandes cestas de mimbre de las que servían para embalar los vinos y otros licores importados. Tales petacas las conseguían (creo) en el mayor de licores de Don José Franceschi Sanguinetti (primo hermano de papá). Por cierto, en la puerta de ese mayor de licores – a manera de emblema – estaba colocado un garrafón de esos que tenían una cubierta tejida, dicho garrafón ya vacío del licor importado, estaba montado sobre un antiguo soporte de farol, de los tiempos cuando no había luz eléctrica en Miranda, y sobre tal armazón metálica, se ubicaban los faroles o lámparas de querosén, encendidas por un farolero cuando empezaba la noche. Todavía tengo en la memoria que sobre la pared (en la propia esquina) de la llamada “pieza de la pulpería” de nuestra casa también sobrevivía uno de esos soportes metálicos para farol. Recuerdo que ella fue arrancada cuando se hizo la remodelación de ese cuarto de la esquina. Viéndolo desde ahora, fue estúpido eliminar ese viejo soporte de farol que era una verdadera reliquia histórica. LOS PERROS QUE RECUERDO En nuestra casa siempre hubo gatos y perros. Personalmente no fui realmente propietario de ninguno de los perros pero si me encariñé con varios de ellos. Entre los que recuerdo hubo dos que vivieron en nuestra hacienda El Taque. El más viejo era uno blanquinegro que mi papá llamaba “Estorbo” y mi hermano Jesús le agregaba derivados del nombre como “estorboso”. Muerto este quedó uno que creo fue hijo del primer “Estorbo”, era de color amarillo rojizo y debía heredar el nombre del anterior pero Jesús terminó llamándolo Tamborino. Después mi hermano Jesús tuvo dos canes famosos, uno era un auténtico perro “zurrero” (comedor de excrementos) o criollo-callejero de color negro al que bautizó como “Tanganazo”. Este ágil perrito aprendió a ir montado en la bicicleta. Era todo un espectáculo verlo sentado “a caballito” sobre el tubo del chasis y con sus patas delanteras sobre el manubrio. Otro que tuvo para ese tiempo de mi infancia fue de nombre “Mangolo” de color y pelaje como de pastor alemán pero de bajo porte y orejas caídas. Después siguió un perro medio pastor alemán al que llamamos “lobo”. Este pobre perro cuando estaba todavía muy joven fue atropellado por un tractor (en El Taque) y quedó malherido en una pierna trasera. Apenas me dieron la noticia en la tarde salí de la casa de Miranda, en mi bicicleta, solo hasta la hacienda. Desde allí me lo traje cargado hasta Miranda. Iba asustado porque ya oscurecía en la carretera y tuve que venirme a pie con el perro cargado y llevando mi bicicleta con la mano que me quedaba libre. De todas maneras, a pesar de mi hazaña del rescate perruno, el pobre animalito quedó manco para siempre, pero aún así corría en sus tres patas buenas mientras la otra le colgaba muy flaca y más pequeña. Siguió en la dinastía perruna uno muy gracioso, un perrito criollo de negro pelaje, al que naturalmente lo bautizaron como “Negro”. Este tenía la particularidad de acompañar todos los días a mi papá desde la casa a la hacienda y desde la hacienda a la casa. Esos viajes los hacía corriendo adelante o a un lado del tractor que sirvió durante un largo tiempo de máquina agrícola y vehículo de transporte. “Negro” competía a diario con el tractor y con los otros perros que se agregaban en la carrera. Otra particularidad del perrito era su desmesurado gusto por la mantequilla. Cada vez que nos descuidábamos y se dejaba una lata de mantequilla abierta sobre una mesa o en la cocina, éste se la comía todita. Y era muy fácil descubrirlo, el muy tonto se acercaba a uno relamiéndose los restos de grasa en su hocico y esa era la señal de su reciente festín. Ni los golpes y regaños le quitaron esa mala maña, lo único que había que hacer era nunca dejar la lata de mantequilla a su alcance. Una graciosa anécdota sobre <<Negro>>. En una oportunidad mi papá llevó al perrito en su pequeño camión 350 hasta la hacienda del tabaco en San Sebastián. Al regreso, al casi detenerse en la zona del peaje de la Encrucijada de Aragua, el inquieto perro se bajó de la parte trasera del camión donde viajaban. Al llegar a Miranda mi padre estaba consternado pensando que Negro había desaparecido para siempre. A la mañana siguiente habló con Jesús para que lo acompañara a tratar de encontrarlo. Viajaron hacia los lugares donde suponían pudo haberse bajado y lo consiguieron. Mi papá súper feliz de rescatar al travieso animal y el perrito daba saltos y ladridos de alegría al verlos de nuevo. Definitivamente, su inteligencia fue no alejarse del lugar donde equívocamente se había bajado. Hubo otro perro parecido a él en el color y aspecto callejero. Su particularidad era que al mostrar su alegría meneaba su cola con tanta fuerza que se le movía toda su parte trasera, por ello mi papá con su acostumbrado buen humor lo bautizó “Tongolele” en honor a la famosa bailadora. Otro más fue uno que llamamos <<Mota>>, este último convivió con el que cerró la dinastía de nombre Fido. Sin duda el más famoso de todos fue Fido. Este ya tuvo el privilegio de vivir entre Miranda y Valencia. Tanto mi mamá como Piqui se consideraban sus dueños. Este Fido era un perro fino de color amarillo, de espeso pelaje y parece tenía algo de raza Mucuchíes. Tanta influencia tuvo su recuerdo que hasta bautizamos un carro viejo con ese nombre posteriormente. Y la razón fue esta: Cuando Fido ya estaba muy viejo, hediondo y molestoso; mi mamá lo echaba para la calle. Por eso cuando tuvimos un viejo Ford Fairlane (que mi suegra regaló a Beatriz) al que teníamos que dejar estacionado en la calle porque sólo teníamos un puesto (y ese era para el carrito nuevo), lógicamente Fido le sirvió de epónimo. Pero no todo ha sido ese ponerle su nombre a un carro viejo, todavía conservo fotos de Fido y hasta lo he puesto de “fondo de pantalla” en mi computadora. OTROS RECUERDOS DE LA INFANCIA EN MI PUEBLO DE MIRANDA Volvamos hacia años atrás. Cuando era yo muy pequeño: Como ocurre a muchos niños tuve un vocabulario especial o lo que los adultos entonces llamaban “lengua mocha”. Cada vez que mi papá me pedía que me identificara yo repetía – en medio de las risas de todos – que yo era <<Polón, Plom-plom, Plomploneta, Pachedoco…>> Ese galimatías no era otra cosa que mi imitación de unas frases sin sentido que reafirmaban mi sobrenombre de Polón (o Polión para mis tías Franceschi) como apócope de Napoleón. A esto le agregaba las respuestas sobre los juguetes. Al preguntarme qué era algo respondía “algalgo”. Si me preguntaban sobre un amasijo de cuerdas y latas que arrastraba por toda la casa, respondía que ello era un “pachedoco gandío” (i.e. un zaperoco guindado). Si me seguían preguntando por ni nombre u otra cosa simplemente repetía sin cesar “gori-gori-gori goche”. Esas “salidas” hicieron que varias personas que me conocieron como niño pequeño me echaban broma hasta cuando me hice mayor llamándome “Plom-Plom-Plomploneta”, Pachedoco, etc. Igualmente algunos (especialmente el Gago Elías, uno que por varios años fue chofer de mi padre) me llamaba Plomploneta y además me decía “Cura” por mi costumbre de jugar a que era sacerdote. Para ello improvisaba un hábito religioso, un altar y representaba la ceremonia con los fieles que eran mis hermanas y otros amigos. Mi entusiasmo por ser Cura me duró hasta que un día le pregunté a mi papá si los curas se casaban y él me respondió jocosamente que no, que más bien los “capaban” (castraban). Eso me aterrorizó y decidí que en realidad no tenía vocación. Además, poco después mi hermano Alberto fue enviado al Seminario de Caracas y con sus cuentos sobre la vida como interno en dicho instituto me terminé de enfriar. Por cierto, cuando mi hermano mayor Alberto estuvo interno un año en el Seminario de Caracas tuve la oportunidad de visitar la capital por vez primera en mi vida. Eso sería cuando tenía unos diez años de edad puesto que estaba yo en tercer grado y Alberto en cuarto grado. Para ese tiempo mi hermana mayor Libia había comenzado sus amores con quien fue su primer esposo (Leopoldo Araujo Ecarri). Fuimos en el automóvil de los Araujo hasta Caracas acompañados de su mamá (Doña Laura Ecarri de Araujo). En el auto íbamos, además, mi hermana María Elena, Libia y yo. Para el viaje a Caracas nos quedamos una noche en Valencia en casa de los Araujo. Dormimos en un cuarto de huéspedes, mis dos hermanas en una cama muy grande y yo solo en otra. Ambas, al verme chiquito y flaco en medio de aquella gran cama de estilo antiguo, se burlaban y me decían que parecía Simón Bolívar en su lecho de muerte en la “Quinta San Pedro Alejandrino” de Santa Marta, Colombia, 1830. En fin, dormimos en Valencia y salimos en la madrugada hacia Caracas para visitar a Alberto y poder regresar ese mismo día. Todo el camino iba muy excitado preguntando cuánto faltaba y siempre mi cuñado Leopoldo – que era medio jodedor – me decía que apenas entráramos a la ciudad un inspector descubriría que era un nuevo visitante y me colocaría un cagajón de burro en la boca. Por supuesto esa amenaza no me gustaba para nada, y al final, cuando por fin entramos a la ciudad me pareció tan fea por los arrabales donde pasamos que decepcionado dije en alta voz ¿Y esto es Caracas? También, durante todo el camino – acostados y arropados María Elena y yo en el asiento trasero del auto – preguntábamos sobre cómo sería ese frío y neblina del llamado “páramo” en las montañas de Los Teques del que tanto nos habían hablado pero nunca conocido. Ya entrada la mañana arribamos al seminario y pude ver a mi hermano Alberto quien muy seriecito y vestido con pantalón largo y paltó oscuro se limitaba a recibir cada uno de los obsequios y sobres con cartas o dinero de la familia diciendo “chagracia”, “chagracia”, esto era, muchas gracias, muchas gracias. Posteriormente cuando terminó el año escolar regresó mi hermano a Miranda y pudo así echar libremente todos los cuentos que tenía guardados, entre otros, que su supuesta vocación de la que hablaba en sus cartas era pura fantasía para consumo de los curas que revisaban la correspondencia que entraba o salía del seminario. Enfermedades y otras dolencias sufridas cuando niño: Recuerdo que cuando niño sufrimos las típicas enfermedades propias de la edad. Mis hermanos y yo sufrimos con el sarampión, la lechina, parotiditis, virosis y - sobre todo - ataques de parásitos (lombrices). Aunque recuerdo que en la escuela nos aplicaron varias vacunas que evitaron algunas otras enfermedades, esas mencionadas si nos afectaron. En nuestra casa era obligatorio que una o más veces al año nos purgaran utilizando aceite de castor u otro similarmente horrible de sabor llamado Vermífugo. Algunas veces nos administraban un polvo blanco (creo era magnesia) disuelto en refresco de kolita que por supuesto era mil veces preferible a las desagradables cucharadas de aceite administradas al amanecer. Una vez purgados, para pasar el trago de aceite, le daban a uno un refresco dulce (Kola G.). Debíamos evacuar varias veces en una bacinilla para verificar si había lombrices u otros bichos. Una ventaja de la purga, además de tomarse la sabrosa kolita, era no tener que ir a la escuela uno o dos días. Como consuelo, a uno le decían que lo de la purga era por nuestro bien, y además, le contaban que antiguamente eran peores los purgantes como el aceite de Ricino o los más artesanales como el aceite de tártago o el pasote o pasota. Había la arraigada creencia – incluso en los médicos – que era bueno purgarse repetidamente para limpiar el organismo. Y nuestros padres, especialmente mi mamá, aplicaban tales remedios de uso común para la época. Pudiera decir que yo no fui un niño particularmente enfermizo. La única cosa que si me afectaba eran esporádicos ataques de asma. Mi padre me comentaba que él también los había sufrido durante varios años y de manera grave. Contaba que no podía dormir acostado y debía hacerlo sentado y con los brazos en alto. Siempre repetía que había perdido casi todos sus dientes por los efectos de un medicamento que tomaba para calmar los accesos o ataques de asma que lo asfixiaban. Adicionalmente papá contaba que su cura definitiva se la debió al consejo de un médico que le recomendó dedicarse a la práctica de tocar un instrumento musical de viento. Él escogió el bombardino y ello le quitó el asma y le dio la oportunidad de aprender música y convertirse en miembro de la célebre Orquesta Fuentes, reseñada en otra parte de estos recuerdos. Una de las cosas que descubrí cuando niño era que el olor de trapos quemados me desencadenaba el asma. En una oportunidad encendí un trozo de tela para producir humo y así espantar los zancudos, cosa que había visto hacer en casas de gente pobre que igualmente quemaban estiércol seco de ganado (bosta) u otras cosas que generaran mucho humo. Mi madre, conocedora de este factor me alertó que no produjera la humareda pero yo no atendí su alerta. Y fue así que apenas empezó a salir el humo y el consabido olor penetrante me comenzó un fuerte ataque. Desde entonces me cuidaba más, incluso de no colocar muy cerca los llamados espirales contra zancudos (Caracol o Plagatox) porque me afectaban también. En otra parte de estas Memorias menciono que cuando llegué a vivir a Caracas, en la casa de mi tía Carolita, mi contacto diario con mi asmática prima Ofelia me estimuló la recurrencia de los ataques. Y así fue hasta que apliqué mucho el auto convencimiento por consejos de mi profesor de psicología en la UCV, Benito Velasco. Igualmente ayudaron los cambios propios de la edad y del nuevo ambiente caraqueño. Me fui curando y dejé de aplicarme los nocivos calmantes empleados entonces con una especie de bomba o perilla. ENTRETENIMIENTO: LA MÚSICA Y EL CINE En nuestra casa siempre existió un equipo para reproducir todo tipo de música. Para mi época, ya las viejas “victrolas” (o gramófonos) sólo se veían como objetos del recuerdo. Tal vez una excepción era la que utilizaban en la casa de familia de Carmen Sánchez, entrañable amiga de mi mamá. Allí pude observar una en pleno funcionamiento, con sus pesados discos de pasta que giraban a 78 RPM, sus agujas desechables que sólo duraban para uno o dos discos y la manivela o manilla que había que mover para darle cuerda. En nuestra casa teníamos un moderno tocadiscos o “Pick Up” (“picó”) y dos grandes colecciones de música. Una, la de carácter popular, incluía música venezolana, mexicana y mucha música bailable. Esa colección era adquirida y oída por mis hermanos, especialmente por Libia, Jesús, María Elena y otros. La otra colección era una vasta cantidad de discos de música clásica y otros géneros “serios”: Óperas, operetas, zarzuelas, conciertos sinfónicos y de ejecutantes cultos como el guitarrista español Andrés Segovia. Muchas veces, especialmente en las noches, mi padre se deleitaba oyendo tales obras maestras. Algunas veces nos incorporábamos a oír las piezas que más nos empezaron a gustar después de escucharlas muchas veces. Una vez adultos, esa colección de música clásica fue enriquecida mucho más y aprovechada por nuestra hermana María Elena gran entusiasta del género. Aquí debe anotarse, antes de seguir con el relato, que tanto Ángel (Maruso) como Carlos Luís (Poña) Pineda (ya difuntos hijos de mi padre) fueron siempre grandes entusiastas de la música clásica. Ya adultos maduros, ambos tenían sólidos conocimientos de este género y eran excepcionales melómanos. Evidentemente, algo tuvo que influir lo genético y su temprana exposición a la buena música desde su infancia mirandina. Esas sesiones de música clásica algunas veces se reforzaban con la interpretación que hacía nuestro padre de partes de esas composiciones ejecutándolas en su viejo acordeón. Recuerdo nítidamente que siempre le solicitaba a papá que me tocara una alegre melodía, parte de una zarzuela titulada “La del Soto del Parral”. A mi papá le hacía mucha gracia mi manera de pronunciar tal título con mi “media lengua” de niñito. Antes de ejecutar mi petición me hacía repetir varias veces el nombre – yo balbuceaba algo así como “de sodo de padal”. Además de oír música en el tocadiscos, escuchar programas de radio o jugar en la calle – en frente de la casa - hasta las nueve de la noche, poco o más nada se podía hacer hasta que llegó la televisión. UN RECUERDO ESPECIAL SOBRE LA RADIO: Durante buena parte de nuestra infancia y juventud en Miranda oíamos más que todo, radio-emisoras de Valencia. De ellas recordamos las siguientes: La Voz de Carabobo, Radio América, Radio 810 y Radio Valencia. Se oían con cierta dificultad una emisora de Morón (estado Carabobo) y una del cercano pueblo de Nirgua (estado Yaracuy). Además de estas, ya cuando era un joven que asistía al liceo, escuchábamos una emisora que transmitía desde Maracay en circuito con <<Radio Caracas Radio>>. Mis hermanos mayores eran asiduos oyentes de programas como el <<Hit Parade>> y otros animados por el gran locutor Clemente Vargas Júnior. Mucha expectativa había cada año con la transmisión del célebre <<Festival de San Remo>> (Italia). Pasado este evento, muchas de las canciones que allí figuraban se convertían en favoritas de la radio y generalmente se vendían tanto en las versiones en italiano como las cantadas en español por artistas venezolanos. Casos especiales eran – sin duda alguna – dos estaciones de Caracas (Radio Rumbos y Radio Continente) que hacían llegar su programación de noticiarios y radio-novelas a través de sus cadenas de emisoras en circuito nacional. Una vecina nuestra, misia Petra, no dejaba de oír diariamente Noti- Rumbos “El periódico impreso en la radio” (como ellos se definían) y una sucesión de radio-novelas durante todo el día y la noche. Esa era su principal distracción. Cuando ya estudiaba en Valencia, lo comento en otra parte de estas Memorias, tuve la oportunidad de estar varias veces en la cabina de transmisión de Radio Valencia, gracias a mi amistad con José Vitale Hidalgo productor y locutor del excelente programa <<Discomanía>> en Radio Valencia, cada día, de dos a cinco de la tarde. El estilo del locutor, el tipo de música (más moderno o fino) era muy diferente al de aquellos chabacanos y gritones locutores de otras estaciones. Recuerdo uno en especial que cada tarde animaba su audiencia de la Radio 810: Joaquín Jiménez González. Él, al anunciar su nombre, lo hacía casi a gritos y arrastrando cada letra así: “Joaaaaaquíííínnn Jiméééneeezzz Gooonzález”. Mi amigo Freddy Tejeda (QEPD) se deleitaba imitando esa peculiar manera de identificarse y se entretenía además oyendo las canciones mejicanas (rancheras), colombianas (vallenatos) y mucho de Billo, Melódicos, Orlando y su Combo, “Súper combo Los Tropicales” y otros similares: Pérez Prado, Sonora Matancera, etc. CINES En contadas oportunidades íbamos al cine con toda la familia. Cuando había una buena película de las que le gustaban a mi papá, éste rompía su diaria rutina y asistíamos al viejo <<Cine Principal>> a una hora temprana (7 pm) en la sección llamada Preferencia, la que tenía mejores sillas de madera y un buen techo. En esta sección los adultos pagaban un bolívar y los menores, bs. 0,75. La otra sección del cine, la llamaban patio, galería o “gallinero”. Era sin techo y tenía unos rústicos bancos de metal y madera sin espaldar. Allí se pagaba solamente bs. 0,50. Cuando llovía, toda esa pobre gente tenía que refugiarse en una especie de corredor hacia las partes laterales y algunos hasta saltaban la barrera que los separaba del área de Preferencia. Pocas veces íbamos al otro cine, el <<Popular>>, propiedad de Don Pedro Ochoa y que quedaba más lejos de nuestra casa (después se le llamó cine Palermo por su nuevo dueño, un italiano de ese apellido), muy parecido al Principal en muchos aspectos. Obviamente en ambos cines solamente se podían ver películas en las noches. Tiempo después, cuando ya era un adolescente inauguraron un moderno teatro totalmente techado, con flamantes butacas y tres secciones: Patio (la más económica - Bs. 0,50), la preferencia (Bs. 1) y el balcón (Bs. 2). Esa sección de balcón era – como su nombre lo indica – un área en piso alto. En realidad, aunque tenía unas mullidas butacas, desde allí la película no se veía mejor que desde Preferencia. Sólo los muy caprichosos o los novios que querían estar más solos pagaban esa suma de dos bolívares por sentarse en el área de balcón. Además de las películas mejicanas y españolas que más gustaban a papá y todos nosotros (las de Cantinflas, las de Joaquín Pardavés, Sara García, Andrés Soler, Joselito, Sarita Montiel, las de temas religiosos e históricos) a los muchachos nos permitían ir a ver las “series” exhibidas por capítulos semanales. Entre las que más recuerdo hubo una titulada <<El Capitán Maravilla>>, una especie de Superman que volaba y hacía otros prodigios al transformarse después de decir la palabra mágica: “Shasán”. Estas eran unas viejas series estadounidenses cuyos capítulos continuaban a lo largo de varias semanas. Cada emocionante nuevo capítulo iba precedido de una película vaquera, algunas del legendario Roy Roger. De tal manera que recibíamos dos programas de casi una hora cada uno por apenas Bs. 0,75, costo de lo que se denominaba entrada de “Media Preferencia” para niños. UNA “VIVEZA” DE ALBERTO Cuando Alberto y yo íbamos solos al cine, papá nos daba Bs. 1,50 para las dos entradas (bs. 0,75 c/u), pero nada extra para comer o beber algo en el intermedio. Ese pase o ticket - llamado “media preferencia” - era el que se le cobraba a los niños; la de los adultos costaba un bolívar. En una oportunidad, mi hermano Alberto quiso pasarse de vivo y compró una entrada de “Preferencia”, de las de adulto que costaba un bolívar, se la entregó muy serio al portero (el negro Justino) y entramos los dos al cine. Cuando éste le dijo ¿dónde está la otra? Alberto le dijo: ¿No entiendes? Te acabo de entregar UNA preferencia, porque media preferencia más media preferencia es UNA preferencia y eso te acabo de entregar: UNA preferencia. El pobre portero se quedó pensativo y dijo está bien catire. Pero la siguiente vez que pretendió Alberto aplicar lo mismo, ya el hombre había consultado con el dueño y le dijo que la vaina no era así. Nos devolvieron de la puerta, tuvimos que regresar la entrada y pedir nuestras dos “medias preferencias” de Bs. 0,75 c/u y quedarnos sin poder comprar los camburitos fritos que planeábamos. Cuando se inauguró el moderno teatro, totalmente techado, propiedad de Cayetanino Pifano, el esposo de una prima nuestra, Carolita Franceschi Montagne (hija de Loló), pudimos disfrutar de una gran novedad, las películas en “Matinée”; los domingos a eso de las tres de la tarde. Igualmente, gracias al mejor equipo de sonido y la gran pantalla pudimos ver películas en cinemascope y colores, la mayoría de ellas provenientes del cine europeo y estadounidense. Paradójicamente este moderno teatro terminó cerrado por la baja asistencia de los pocos que entonces apreciaban ese tipo de cine. La mayoría popular prefería las películas mexicanas en español pues además de ser las tradicionales no tenían que leer los subtítulos de la traducción. LA TELEVISIÓN Aunque ya comenté algo de este tema cuando contaba sobre mis hermanos Francisco, Marina y María Elena; reitero estas vivencias. Al principio no teníamos receptor de televisión en nuestra casa. Mi papá – que no estaba muy bien de situación económica – consideró que eso no era necesario o prioritario. Pero por supuesto, nosotros - los niños - no teníamos esa misma opinión. Cada noche mi hermano Francisco (QEPD) y yo nos íbamos hasta la casa de Don Andrés Bonavita y nuestra tía Paulina. Don Andrés encendía su receptor hacia las siete de la noche, una vez que había terminado su cena, y lo apagaba puntualmente a las 9 PM, sin importarle si el programa o película no hubiese terminado. Eso me molestaba tanto que cuando ya sabía que algo iba a terminar después de las nueve prefería dar las buenas noches e irme anticipadamente a mi casa, echando maldiciones en silencio sobre nuestra desgracia de no tener televisión propia. Una nota mortuoria sobre Don Andrés Bonavita Hubo otro detalle curioso - a propósito de Don Andrés Bonavita – que quedó grabado en mi memoria. Hacia 1964, cuando era un joven quinceañero, una mañana llegó tía Pola a nuestra casa de Miranda y, muy alterada, me pidió que la acompañara a su casa pues su asmático esposo Don Andrés estaba muy mal. En efecto, fui con ella y la ayudé a moverlo y a sostenerlo mientras este agonizaba en su cama mientras el médico lo atendía. Y fue así que llegó el terrible momento en que éste después de una crisis con fuerte respiración entrecortada dejó de respirar totalmente y el doctor me hizo señas para que ya no lo siguiera sosteniendo. Lleno de miedo, lo fui acostando con mucho cuidado mientras tía Pola y su hija Nela lloraban. Extrañamente, a este “tío” - que casi nunca tuvo un gesto amable conmigo – tuve que asistirlo en ese transe. Como yo era muy miedoso, en las noches me asustaba hasta del ruido de la respiración de mi hermano menor Francisco (QEPD). Al oírlo respirando en la oscuridad me hacía recordar la agonía del difunto Don Andrés. ¡ AL FIN, TUVIMOS TELEVISIÓN PROPIA ! Afortunadamente - eso de ver TV en casa ajena - tuvo su final cuando nuestras hermanas Marina y María Elena se graduaron de maestras, empezaron a cobrar su fabuloso sueldo de 600 bolívares y de inmediato adquirieron muchas cosas para la casa: Nueva y moderna cocina de gas, nueva nevera eléctrica, (antes todo era de kerosén), muebles, y, sobre todo, el deseado televisor. Así – finalmente - podíamos ver cada tarde los programas de “comiquitas”, emocionantes series como “Aventuras en el paraíso” (con una goleta o velero en los mares del Sur del Pacífico), “Los bucaneros” (piratas en sus veleros del siglo XVIII), películas varias y otros más. En la noche, ya no teníamos que soportar la tiranía del odioso “tío” Bonavita. Ahora toda la familia y muchos vecinos y amigos disfrutábamos de películas, programas cómicos, de concursos, musicales, etc. Hasta mi papá, un poco reacio al principio, terminaba integrado a la audiencia de varios programas que le gustaban. Para entonces veíamos sólo dos canales privados de TV en nuestro pueblo de Miranda, el canal de Vene-visión y el canal de “Cadena Venezolana de Televisión” o CVTV (la ahora llamada VTV). Un canal local de Valencia (Tele trece) se veía muy mal, y el otro famoso, Radio Caracas Televisión, no se veía en absoluto. Por supuesto toda la TV de la época era en blanco y negro. En mi caso, solamente cuando me fui a estudiar a Valencia - el 4to y 5to año de bachillerato y ya con 17 años de edad - fue cuando pude observar los programas de esa popular estación (RCTV), entre ellos, el Show de las Doce, los musicales de Renny Ottolina, la Radio Rochela y otros. Antes, y solamente por un rato, había visto un programa de TV en la casa de los suegros de mi hermana Libia en Valencia, eso fue cuando tenía yo unos diez años. JUEGOS Y CUENTOS Otras actividades que permitían pasar las noches de manera divertida antes de esa “invasión” de la televisión en nuestros hogares eran los juegos y la audición de relatos. Uno de los juegos más practicados era el denominado “Policías y ladrones” o “Policía librada” casi siempre jugado sólo por los varones que debían corretearse entre los bandos en pugna. Eso de “librada” hacía referencia a que los prisioneros eran “librados” o liberados cuando uno del bando de los ladrones lograba penetrar la sede de los policías. Otros juegos, esos si con participación de las niñas eran “alelimón” (que suponemos era una mala pronunciación de “al alimón”; el bonete del rey, caras más bonitas y feas, el fusilado, pato para el agua, el escondido, el loco o “sere” y otros más. En cuanto a los relatos, casi siempre estos los hacían personas mayores que contaban viejas historias fantásticas, algunas medio terroríficas relacionadas con difuntos o aparecidos. Y como esas sesiones de cuentos se hacían, por lo general, mientras estábamos sentados en la acera del frente de las casas, al mismo tiempo se aprovechaba para observar estrellas y señalar las constelaciones, haciéndolo bajo los nombres populares de éstas, por ejemplo, Siete cabrillas, Tres reyes magos. Entre las “historias” o largos cuentos que recordamos más, estaban los de un personaje fabuloso que llamaban “Pedro Grimales”, quien participaba en múltiples aventuras que casi siempre tenían una moraleja. (Ya adulto, leí en un texto de folklore andino sobre un personaje similar al que allí llaman Pedro Rimales. Igualmente he leído sobre un personaje folklórico de origen hispano de nombre Urdemales). También contaban muchas aventuras de una pareja identificada como Juan Bobo y un astuto amigo. Tampoco faltaban los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo, llenos de moralejas y lecciones sobre la astucia del débil conejito que terminaba venciendo siempre al peligroso, poderoso, pero tonto y crédulo tigre. VOLVAMOS HACIA ATRÁS Y CONTEMOS CUANDO EL PUEBLO QUEDÓ SIN LUZ: Cuando éramos muchachos - de unos diez años – recuerdo que a la caída de la última dictadura (la de Marcos Pérez Jiménez, 1958) ocurrió un cambio que nos afectó mucho en nuestra vida. No fue solamente la eliminación de los castigos corporales en la escuela (había maestras que golpeaban con un rejo de cable, con reglas de madera y cinturones, y aplicaban pellizcos, coscorrones y templones de orejas y cabello). Ese cambio positivo propio de la nueva era democrática lo opacó una situación absurda: Nuestro pueblo quedó sin energía eléctrica por más de un año. Hasta ese entonces, en Miranda había una planta eléctrica propia formada por varios motores Caterpillar con sus respectivos generadores que producían suficiente energía para iluminar las calles y casas del pueblo desde la 6 de la tarde hasta las 11 de la noche. Los ruidosos motores estaban instalados en una casa que llamaban “La Planta”, situada en la calle Páez, al lado del Club o Centro Social y Deportivo Miranda. Esta planta era atendida, entre otros, por Andrés Colmenares. El horario sólo cambiaba si había algún enfermo grave o un fallecido de cierta posición social. En esos casos dejaban la luz toda la noche. Si alguien preguntara cómo se hacía durante el día para activar los equipos eléctricos que conocemos hoy en día, la respuesta es muy sencilla. Las pocas familias o los negocios que tenían refrigeradores, los tenían de los que funcionaban con un sistema de kerosén. Para mí era todo un misterio que una especie de cocinilla encendida de manera permanente debajo de la “nevera” pudiese generar frío. Las cocinas y hornos funcionaban también con kerosén, las planchas “Coleman” funcionaban con gasolina blanca, un combustible especial utilizado también para las lámparas de iluminación nocturna y para los reverberos o “primus”, potentes mecheros utilizados para cocinar y para soldar con estaño. Los radios de baterías se utilizaban durante el día pero en la noche cuando ya había energía eléctrica se podía oír la radio o el tocadiscos. Como ya dijimos, el pueblo quedó sin energía eléctrica. Ello debido a que se decretó que Miranda y muchos otros pueblos iban a ser beneficiados por los nuevos sistemas interconectados de electrificación de la empresa estatal Cadafe. En efecto, más de un año después ello fue una realidad pero mientras tanto quedamos a oscuras, pues sin esperar el nuevo cableado y la respectiva conexión se llevaron toda nuestra planta para darle servicio a lejanos pueblos aislados que no estarían incorporados como nosotros al nuevo sistema. Pero repito, la terrible consecuencia fue que pasamos más de un año alumbrándonos con lámparas de gasolina y lámparas de carburo. Los más pobres apelaron a improvisadas lámparas de kerosén, hediondas y humeantes. Un problema que no podía resolverse durante todo ese tiempo fue oír el tocadiscos, Lo único que se podía oír era radio en los portátiles que funcionaban con baterías. Cuando después de muchos meses se inauguró el servicio de energía eléctrica permanente nos parecía algo maravilloso. Como locos prendíamos todas las luces, radios y tocadiscos. Pudimos guardar las lámparas de gasolina, empezar a utilizar planchas y neveras eléctricas, lavadoras, televisión, etc. LA NUEVA CARRETERA Un recuerdo muy importante también ligado a esa época – finales del régimen de MPJ – fue la construcción de la gran carretera Panamericana. Hasta ese entonces nuestro pueblo se comunicaba con Nirgua, Montalbán, Bejuma y Valencia a través de la vieja carretera cuyo trazo inicial era de la época de Antonio Guzmán Blanco en el siglo XIX. Para ir a Nirgua había que viajar por la vía del caserío La Guarura y el pueblo de Salom. Era la llamada carretera de “Cerro del Medio”. Para ir a Valencia se viajaba por una vía de dos estrechos canales, muchísimas curvas y terribles subidas y bajadas (Bellorín, Batatal, vuelta del diablo). La carreterita pasaba a través de todos los caseríos y pueblos de la vía. Esa vieja carretera fue sustituida por la nueva autopista que pasaba directa o de manera expresa sin entrar a tantos pueblos y lugares. Recuerdo que mi papá me llevaba a recorrer las obras cercanas a nuestro pueblo. Por vez primera observé las grandes maquinarias en acción “rebanando” cerros, formando gigantescos terraplenes, cubriéndolos con sucesivas capas de piedra picada y asfalto. Toda una maravilla para mis ojos de niño. Mi papá me permitió acompañarlo varias veces y ver así el rápido avance de la gran obra de ingeniería, inaugurada y puesta en servicio plenamente ya después de 1958. En nuestro propio pueblo pude ver a diario el avance de muchas obras públicas, nuevas cunetas, asfaltado de calles, aceras, electrificación, escuelas, etc. Pasaba horas observando a los obreros y otros operarios haciendo su trabajo. De especial impacto para mí fue ver una mezcladora de concreto en acción. Como todos los días venía eufórico echando los cuentos de la célebre mezcladora mi padre dijo que estaba enamorado de la máquina. Empezó con un “chalequeo” o burlas diciendo que ella era mi novia y me puse bravo. Una cosa que me fascinaba también era observar a los que instalaban la red de cables eléctricos en los nuevos postes. Tanto me asombraba ver los trabajadores subiendo los altos postes con dos fajas enlazadas que decidí fabricar unas hechas con trozos de sacos de coleta para ascender el largo tronco de un árbol de cocos que había en nuestra casa de Miranda. Novias o “seudo novias” Hay una edad en la cual a uno le da una vergüenza terrible si le dicen que está enamorado, o si alguien lo besa. En mi caso – cuando era niño - me escondía para que no me saludaran unas bellas primas con besos llenos de pintura de labios. Ellas, las que llamaban las muchachas de tío François (Elia, Nelly y Alida) venían cada año de Caracas a visitar a la familia de Miranda. Asimismo me escondía cada vez que mi papá les decía juguetonamente a muchachas mayores, que yo quería decirles algo y que estaba enamorado de ellas. Rojo de vergüenza y furioso me negaba a salir de la parte de atrás de la camioneta, diciendo que eso era mentira de mi papá. Una de esas jóvenes era una catirita mayor que yo e hija de un alemán muy serio que tenía un taller a donde iba papá. Años después, cuando era ya un joven interesadísimo en una hermana de ella, recordaba con mucha risa esas pesadas bromas de mi padre. Tristemente, su hermana menor (Nora) no me prestó mayor atención, a pesar de mi “ataque” permanente. Un primo de ella terminó ganando la partida. Tenemos que recordar también que la catira hermana mayor, llamada Cristina y gran amiga de mi hermana María Elena, se enfermó gravemente y murió muy joven en esa época. Después, su nombre se lo puso María Elena a una de sus hijas. La pobre muchacha sufrió terriblemente hasta que murió en plena juventud. Ella le contaba a mi hermana - que la iba a visitar a diario – lo bien que le hacía oír mi “madura” conversación con su hermanita, pero que al mismo tiempo le molestaba lo gafa que era esta niña pues mientras yo me explayaba en profundas reflexiones, la que yo quería como noviecita, en vez de escucharme y responder lo que planteaba, se limitaba a decir, de repente, cosas como estas: “mira, hay una arañita allí en el techo”. Tal “chisme” sirvió para que mi ácida hermana María Elena me preguntara siempre: ¿Y cómo está la arañita? – diciendo esto como lo hacía la susodicha, esto es, sin pronunciar muy bien la “r”, decía algo parecido a “adañita”. En esta familia de Nora y Cristina había - además - un hermano varón menor. La madre, también gran amiga de María Elena, se llamaba Baudilia. Ella y sus hermanos de apellido Hernández eran del vecino pueblo de Montalbán. Uno de nombre Berto Xenón – amable y servicial - era amigo y colega cosechero de tabaco de mi papá. El esposo de doña Baudilia era un alemán de nombre Agustín Reichenshammer (creo se escribía así), quien tenía un taller mecánico al lado de su casa. Este señor alemán, como dije antes, le hacía trabajos a mi papá. Cuando años después visitaba su casa él ya había fallecido. TAMBIÉN CUANDO ERA UN NIÑO MUY GENEROSO: Un día decidí darles todo el dinero del “diario” de nuestra casa a unos limosneros peculiares. Un nítido recuerdo de mi muy temprana infancia fue la oportunidad en la cual decidí regalarle veinte bolívares a una familia de niños muy pobres que andaban pidiendo limosna. A estos los llamaban “los chiquero” porque vivían en una choza en medio de un terreno baldío que antes había servido de chiquero o corral para criar cochinos, sitio que quedaba cerca de un cerro a dos cuadras de nuestra casa de la calle Pedro Camejo. Estos infelices apenas recibieron los veinte bolívares (el doble de lo que ganaba un obrero por día) salieron corriendo y gastaron casi todo en comida. Apenas mi padre descubrió la entrega de mi “macro-limosna” se puso furioso – no tanto conmigo - que evidentemente no sabía distinguir entre lo que se le daba a los limosneros: Una locha (doce céntimos y medio), medio real (0,25) o un real (0,50). Sólo personas muy generosas (como mi papá) daban un Bolívar a limosneros muy apreciados y ancianos, una vez a la semana. Mi padre se molestó mucho con “los chiquero” ya que sentía que habían abusado de mi inocencia y además los consideró “malagradecidos” porque él casi todos los días les daba su limosna en dinero y muchas veces les hacía llegar todas las sobras de comida de nuestra casa. Piénsese que la cantidad de veinte bolívares era lo que entonces dejaba mi papá como “diario” para parte de los gastos de la casa. Algunas veces era un billete de 20, otras dos de diez y muchas veces lo dejaba en monedas de plata. Una nota adicional sobre <<los chiquero>>: En una oportunidad mi hermana Tana contó una anécdota muy particular sobre uno de estos antiguos mendigos. Recordando al mismo tiempo que mucha gente nos hace saber sobre variados gestos de generosidad de nuestro padre. Me contó lo siguiente: Ella había tenido un encontronazo con un irresponsable y grosero obrero de una empresa suya y procedió a despedirlo. De inmediato fue citada por la Inspectoría del Trabajo en Valencia pero para su gran sorpresa el funcionario que la atendió la abrazó emocionado al oír el apellido Franceschi y corroborar además que quien le hablaba era hija de Caíco Franceschi, de Miranda estado Carabobo. El conmovido señor le dijo a Tana que gracias a los consejos de nuestro padre y una ayuda inicial de cien bolívares pudo irse a Caracas y así continuar sus estudios hasta graduarse de abogado en la universidad. Casi sollozando recordaba que esa generosa ayuda lo encaminó hacia una vida mejor, alejado para siempre de la miseria y los maltratos de su alcoholizado padre. Recordaba con tristeza lo que había soportado en Miranda al lado de su madre y hermanitos: vivir en un sitio antiguamente destinado a corral o chiquero de cerdos. HACIENDO LOS “MANDADOS” O COMPRAS EN LA BODEGA: Por varios años, mientras tuve edad de “hacer los mandados” (entre los 8 y 13 años) con esos veinte bolívares compraba diariamente en las carnicerías (llamadas “pesas”) un kilo o kilo y medio de lomo de cochino (a 6 Bs. El kg.) , o en su defecto carne de res (solomo o pulpa negra) a Bs. 5 el kg. Algunos días pedía un kilo de huesos de res para sopa, hígado para comer molido en el desayuno, otras veces, una lengua de res, que le encantaba a papá. En la casa de María o de Rosa Mega, compraba cinco litros de leche fresca (a Bs. 0,50 el litro), para ello llevaba cada quien su respectivo envase metálico o lechera, algunos días adquiría uno o dos quesos de mano acabaditos de hacer; en otras casas, compraba también un pollo grande (vivo por unos 3 Bs.) para la sopa con “presas” de la cena de papá. Algunas veces adquiría, chicharrones de cerdo para el desayuno u otras sabrosas cosas. Comprábamos arepas de maíz, pan de trigo, algunas veces se compraba mondongo o frito, y (rara vez) pescado fresco cuando llegaba un pescadero a domicilio que venía desde Valencia. Es bueno recordar que en esas “pesas” como se denominaban las carnicerías de entonces, en las mañanas sólo se vendía carne y otros subproductos frescos, sin refrigeración. Las que vendían carne de res eran las más grandes. Otras pesas sólo vendían carne de cerdo que llamábamos “adobo”. En esas ventas de cerdo se colocaba como aviso una bandera blanca que indicaba que había carne de cerdo disponible desde temprano en la mañana, y en tiempos más remotos, me contaron que al tener listo los chicharrones y el frito (morcillas y otras tripas fritas) avisaban tirando un cohete en la parte del pueblo donde se iban a vender tales ricuras criollas. Tanto en las pesas de carne de res como en las que se vendía la de cerdo se adobaba con sal, comino, orégano y otras especias la parte sobrante o no vendida ya para las horas del mediodía. Esa carne de res salpresa o cochino salpreso se colocaba en una batea de madera y la mantenían hasta varios días, casi siempre con moscas a su alrededor. Curiosamente, esa carne para pobres, más barata y de mal aspecto era muy sabrosa, según los que la consumían. Nosotros, obviamente, no la comprábamos. En las horas de la tarde era común que pasara un muchacho ya casi adulto, con un azafate o bandeja de madera lleno de unos atados que combinaban trozos de panza, tripas varias y patas de res. Era el llamado mondongo. El “mondonguero” se anunciaba con sus gritos y su peculiar olor penetrante, Algunas veces mamá mandaba a comprar varios de esos atados o “combos” de mondongo, los lavaba muy cuidadosamente hasta quitarle la suciedad y olor característico, para luego convertirlo en una rica sopa con ese picadillo, verduras y sus aliños. Todavía, cada vez que tengo la oportunidad de ver que ofrecen mondongo en areperas o restaurantes criollos, siempre pido un plato de esa venezolanísima sopa pues ello me hace viajar a los viejos tiempos de mi infancia mirandina. Otra cosa que se vendía en esos azafates, de puerta en puerta, era el llamado <<frito>>, unos paqueticos de morcilla, tripa, chinchurria, trozos de asadura, etc. Los grasientos paquetes de papel donde venía el frito casi nos hacían agua la boca al verlos. LO QUE SOBRABA DE LOS VEINTE BOLÍVARES ERA PARA LOS <<COTEROS>> De los famosos veinte bolívares, siempre sobraba algo que mi mamá guardaba para pagar lo que compraba por cuotas a los árabes que también llamaban “coteros”, que visitaban semanalmente las casas ofreciendo sus telas, ropas y quincallería en general. Estos hábiles comerciantes insistían en dejar fiadas todas esas mercancías a cambio de una módica suma, pago parcial o abono. Lógicamente la cuenta nunca se terminaba de pagar pues la familia pagaba la cuota semanal y pedía otras cosas. Estos “turcos” - como los llamaba la gente - empezaban modestamente vendiendo con una maleta, y al poco tiempo, todos terminaron instalando tiendas muy bien surtidas que se adueñaron del comercio de todos esos pueblos. Además de esa cantidad diaria de veinte bolívares en efectivo, teníamos un crédito abierto en una bien surtida pulpería o bodega: fuimos clientes sucesivamente - de Benjamín Pérez Almarza, de Marcos Henríquez y de Santos Henríquez. Cada semana, yo, para ganar tiempo, hacía una especie de gran mercado que llevaba a la casa en un “carro de mano” o carretilla, semi fabricado por mí con partes de un equipo que rescaté en la hacienda. Adicionalmente, durante la semana, se adquirían cosas que se agotaban rápido: Quesos, plátanos, mantequilla, jamón, etc. Toda esa comida de la semana, mi papá la pagaba el sábado cuando iba a “arreglar cuentas” con el bodeguero que lo anotaba en un cuaderno. Papá se molestaba mucho cuando la cuenta total sobrepasaba los cien bolívares (Bs. 100). Decía que no entendía como cada vez tenía que pagar tanto, que ninguna casa de Miranda gastaba esa cantidad. Y en verdad tenía razón. El problema era que comíamos muchos y comíamos bien todos los días. Examinemos algunos de los precios de entonces para hacernos una idea, cuando no se conocía eso que después llegó para quedarse: La inflación. Un kilo de queso blanco costaba tres o cuatro bolívares, un kilo de buena carne de res (5 Bs.), carne de cochino de primera (6 Bs. / Kg.), huesos, costillas y carnes de segunda (2 y 3 Bs.), una gallina o un pollo entero grande y vivo (en total tres o cuatro Bs.), leche natural (Bs. 0,50 el litro, llevando uno el envase o lechera), refrescos tipo Pepsi-cola (Bs. 0,25 c/u - y cuatro bolívares una gavera de 24 botellas de vidrio), lata de mantequilla (2 Bs.), lata de diablitos (1 Bs.), huevos de gallina (Bs. 0,25 c/u), plátanos grandes (8 por 1 Bs.), papas, ocumos, ñame, yuca, hortalizas, etc. (menos de 1 Bs./Kg.), azúcar (1 Bs./Kg.), caraotas, arroz, maíz pilado y otros granos (de 0,50 a un bolívar por Kg.). En general casi todas las cosas costaban un bolívar o menos. Muchas familias modestas vivían con un mercado semanal de 30 bolívares, pero en la nuestra gastábamos unos 250 Bs. BENJAMÍN PÉREZ Este Benjamín Pérez era un viejo amigo de mi papá, hermano de otro entrañable amigo suyo llamado Andrés Gregorio e hijos de la famosa Doña Julita Almarza de Pérez, la que tenía la guarda y custodia de la imagen del “Santo Sepulcro” en su propia casa cercana a la plaza Bolívar. Benjamín era todo un personaje. Un gran “mamador de gallo” con juegos – hasta pesados – con los que íbamos a su pulpería. Por ejemplo, al pobre cieguito Chicho al que le daba un desayuno todos los días, antes de entregarle el verdadero desayuno (generalmente una arepa con queso y una taza de café con leche) le ponía enfrente un trozo de madera y un pedazo de metal, una lata vacía y un pedazo de cartón u otras cosas similares. El pobre cieguito tenía que aguantar esos juegos tanteando hasta que finalmente sentía que lo que tenía enfrente era la comida de verdad. A mí, muchas veces no me contestaba ninguna de las innumerables preguntas que le iba haciendo - pero que sin que yo me diera cuenta anotaba en una hoja - hasta que al final, al terminar de hacer todo mi pedido y él de despacharlo sobre el mostrador, procedía a gritarme una respuesta única: ¡NO SÉ PADRE! ¡Y aquí tiene su lista de preguntas porque yo no se la voy a responder! Esa era su manera para que no lo importunara con mis interrogatorios que lo hacían sentir en un confesionario frente a un inquisidor sacerdote. Lógicamente, todo eso no era otra cosa que hacerme una broma, pues después, otro día cuando estuviera de humor si me respondía todas mis preguntas y conversaba animadamente conmigo. Cosa que yo disfrutaba mucho. Otra de sus bromas permanentes era repetirnos muchas veces una sentencia en alta voz: “Todo flojo es hartón”. Pero pronunciándolo así: “to’ flojo es jartón”). Eso me lo aplicaba a mí mientras comía alguna merienda tomada de la pulpería (por ejemplo, un refresco con un pan con queso y mortadela) y especialmente al pobre cieguito Chicho durante el desayuno. Otra de sus máximas era que “el que trabaja con agua no pierde”. Eso lo afirmaba- especialmente cuando ya había cerrado su vieja pulpería y decidió establecer un pequeño negocio denominado <<Agua y Cariño>> donde vendía jugos y guarapos, y además, tenía mesas donde se jugaba dominó. ¿QUÉ COMÍAMOS EN NUESTRA CASA? Esto incluía un gran desayuno con arepas (de maíz pilado y hechas en budare calentado con leña). Esas arepas las acompañábamos con uno o varios de estos alimentos: huevos, caraotas negras refritas, mantequilla, queso blanco rallado, tajadas fritas de plátano maduro, a veces carne molida o hígado molido en salsa, “tomatada” (una especie de perico o huevos revueltos pero con mucho tomate). Ese pesado desayuno se hacía alrededor de las nueve de la mañana. En nuestra casa y muchas de Miranda no se almorzaba, más bien, entre el mediodía y las dos de la tarde, se tomaba una merienda: Casi siempre, plátanos horneados y queso, pan de trigo con queso y guarapo (café clarito), una arepa u otra sobra del desayuno. Por eso la cena para los muchachos era temprano. Hacia las cinco de la tarde nos servían la comida. Generalmente en una mesa cercana a la cocina. Todo colocado en un solo plato hondo de peltre: Arroz blanco, caraotas negras u otros granos (frijoles, quinchonchos, caraotas rojas o pintadas llamadas cuarentonas, etc.), trozos de carne de cerdo bien dorados en un pequeño caldero – a eso le llamaban “chicharrón de adobo”- , otras veces, era carne de res en bistec, molida, mechada o frita tostada tipo <<bachaco>>. Casi nunca faltaban tajadas de plátano, plátanos horneados o en dulce. Algunas veces en vez de plátanos nos daban los ricos cambures “titiaros” fritos con mantequilla o los “lochos” o topochos con melado de azúcar y clavos de olor. Para variar – a veces – mamá preparaba espaguetis aderezados con una sencilla “salsa” hecha con el mismo aliño de las otras comidas, con aceite onotado, diablitos y queso. Otras veces mechaban todo el pollo que no consumiría papá y se lo echaban a una pasta. Generalmente no nos servían vegetales o ensaladas. OTRAS COMIDAS También tenemos gratos recuerdos de ciertas comidas especiales. Por ejemplo, algunas veces mamá preparaba una rica polenta, muy distinta a la de estilo italiano. La que comíamos la hacían con masa de maíz muy blanda, carnes mixtas (pollo, cochino), aceitunas, alcaparras, pasitas y otros aliños. Esta especie de torta con varias capas, tenía su masa suavecita con un punto entre salado y dulce. En ciertas ocasiones – en recuerdo a mi difunta madre – decido repetir ese placer y preparo, yo mismo, una polenta que pretende ser igual a ese delicioso plato mirandino, muy parecido al sabor de una hallaca o bollo navideño. Otra cosa que anualmente rememoro es la preparación de una especie de pisillo de carne de chigüire durante los días de Semana Santa. Cada año, era de rigor, comer esa carne bien aliñada y con sus hebras casi tostadas. Iba acompañada con ricas hayaquitas de maíz. Igualmente, para esas fechas, se consumía mucho pescado salado mechado. Generalmente en mi casa se consumía un pescado salado en especial, y ese era el lebranche, más costoso pero de mejor calidad. El consumo de pescado fresco no era común en Miranda. Sólo ocasionalmente visitaba el pueblo un “pescadero” que llevaba en un vehículo equipado con una cava (un cajón con hielo) pescado anunciado como fresco, pero con un olor no muy recomendable. De todas maneras, en contadas oportunidades lo compraban y lo comíamos. Por esa razón, cuando ya fui adulto, tuve que aprender a comer pescado y otros productos del mar, considerando su importancia para una dieta balanceada. Pesca Local Un recuerdo asociado al pescado era la actividad que realizaban algunos pescadores locales muy conocidos que lo hacían habitualmente en ríos y lagunas cercanas. Entre estos estaban uno que llamaban Alfaro, un empobrecido primo de nombre Rolando Franceschi y otros más. Don Loló Franceschi (primo hermano de papá y padre de Rolando) era un hábil pescador y cazador, prueba de ello era una vasta colección de cabezas y cornamentas de venado colocada en su casa mirandina. Una tía nuestra, Mariucha, le encantaba ir de pesca junto con su primo Loló y otros familiares y amigos no sólo en las cercanías sino en lejanos ríos llaneros. En fin, comer bagres, guabinas y pequeñas sardinas pescados por nosotros o comprados a uno de los que pescaban por negocio era una manera de saborear algo diferente. Otro plato que nos fascinaba era lo que mamá llamaba carne “bachaco”. Esta era preparada mechando muy finamente la carne de res, hasta que quedara como delgados hilillos, que al tostarse quedaban como bachacos fritos, esto es, muy crujientes y gustosos. En la casa se preparaba una gran cantidad de arepas, casi todas consumidas en el desayuno. Si sobraban algunas, nos servían de merienda junto con una taza de guarapo o café muy claro endulzado con azúcar o papelón. Otra manera de aprovechar esas arepas viejas era agregárselas cortadas en trocitos a una sopa, o freírlas cubiertas con huevos batidos. Café y guarapo En esa época se colaban tres tipos de café. En la primera colada se pasaba una o dos veces el agua caliente a través de una bolsa de tela con su fondo lleno de café molido. Sacado ese café muy negro o “cerrero”, utilizado para consumo de los adultos o para preparar café con leche; se sacaba otra porción menos fuerte tipo guayoyo, y, finalmente, se sacaba el guarapo, esto es, cuando ya el café había sido utilizado, se colaba un café muy suave y endulzado, adecuado para los niños. Es de destacar que algunos echaban sólo agua caliente para sacar el primer café negro o “cerrero”. Pero para el guayoyo y el guarapo se le echaba agua hirviente endulzada previamente con el papelón que se derretía en esa agua. Otro detalle sobre las arepas. Al principio se preparaban las arepas en la propia cocina de la casa. Mi mamá – a veces con la ayuda de alguna mujer de servicio - hacía ese duro trabajo de sancochar cada día varios kilos de maíz pilado y en las mañanas molerlo para preparar la masa y luego preparar las arepas en un budare grande calentado con leña. Es de notar que a veces se pilaba o descascaraba el maíz en concha en nuestro propio pilón en la casa, pero casi siempre se compraba el maíz pilado en las bodegas o en el propio pilón mecanizado de César Bayones. Cuando se pilaba el maíz en la propia casa había doble ganancia: el maíz en concha costaba la mitad y quedaba una abundante cantidad de nepe para los cochinos y “pico” o pedacitos de maíz para los pollos. Además de ese arduo trabajo de preparar las arepas, esa tarea dejaba la cocina con un aspecto muy deplorable. La nuestra y muchas de las cocinas de entonces tenían sus paredes (y áreas del techo) cubiertas de innumerables capas de negro hollín. Esa situación llegó a su fin cuando se celebró el matrimonio de nuestra hermana Libia. Como se iba a celebrar una buena fiesta mi papá hizo algunas remodelaciones: Arreglo del baño, pintura general, y sobre todo, cambios en la ennegrecida cocina. Para eso se sacó el budare y otros viejos fogones de leña e instalaron una cocina auxiliar en un cobertizo anexo. Allí se preparaban arepas y las sabrosas cachapas cuando era la temporada de maíz jojoto. Bueno es no olvidar que ello era al cosechar el maíz tierno en julio-agosto. Para entonces también comíamos cachapas, mazamorra y jojotos sancochados. A veces, se hacían y se comían en un paseo de toda la familia a la hacienda El Taque. Cuando, finalmente, mi mamá ya estaba demasiado extenuada de tanta labor en la cocina, se decidió que lo mejor era adquirir las arepas en casa de dos vecinas que las hacían muy buenas y eran personas aseadas y de confianza. En los primeros tiempos se le encargaron a misia Isabel Mora de Vita; posteriormente, se encargaban a nuestra querida vecina misia Petra de León. Esta tenía la ventaja – para nosotros – que vivía al lado, y yo decidí un día abrir una ventana en la pared divisoria de nuestros patios y por allí se nos pasaban las arepas. Esa especie de ventana abierta por mí la llamaban jocosamente “el hueco de Misia Petra”, y por él cada vez más ancho hueco o ventana improvisada (le fuimos sacando adobes a la pared) podíamos no sólo pasar arepas y otras comidas, también nos deslizábamos para entrar o salir hacia el patio vecino. Periódicamente papá hacía venir desde la hacienda un cargamento de leña recogida allí. Siempre había en la casa (en el fondo del patio) una sección del cobertizo llena de esa leña para alimentar el fogón que calentaba el budare. Posteriormente, cuando se encargaban las arepas en las casas vecinas antes mencionadas mi papá les enviaba como ayuda un cargamento de esa misma leña que estas señoras mucho agradecían. UNA COSA MÁS SOBRE LAS RICAS AREPAS Eso de hacer las arepas era un trabajo realmente duro. Después de tener el maíz pilado, cocinado y molido; este se amasaba, se daba forma a cada arepa y se colocaban sobre el budare hasta que se le formara una concha y estuviera semi cocinada. El siguiente paso era irlas colocando sobre las brasas debajo del budare hasta que se doraran. Una vez tostadas la cocinera las iba sacando - casi quemándose las manos - y las colocaba sobre un trozo de tela para rasparlas con algo filoso hasta que quedaran limpias y listas para comer. Una vez raspadas se les colocaba en una cesta, envueltas con un paño limpio para que se mantuvieran calientes y suaves. LA CENA DE PAPÁ La cena de papá era diferente pues casi siempre observaba una rigurosa dieta. Él comía después que llegaba de la hacienda, le daba un primer vistazo al periódico y se daba un baño con agua caliente. Cumplido ese ritual, hacia las siete de la noche, se sentaba a cenar solo o con la compañía de alguno de los varones mayores. Los restantes sólo nos sentábamos a mirar como comía su infaltable sopa de pollo o de hueso de res. Algunas veces, en vez de sopa, tomaba el caldo colado de las caraotas. Seguía con una ensalada o vegetales varios, uno o dos muslos de pollo, puré de papas (o de ñame) y en ciertas ocasiones le servían berenjenas rebosadas o empanizadas, un trozo de plátano horneado, dulce de locho o en un platico unas cuantas tajadas de plátano. Siempre completaba su cena con una taza de café con leche. Cuando se tardaba mucho en comerse sus tajadas de plátanos, nosotros “inocentemente” siempre preguntábamos ¿papá se va comer esas tajadas? Y la respuesta siempre era la misma: “Si, mijo”, y procedía a engullirlas de un bocado. Su rutina de las mañanas: Mi papá tenía su propia habitación. Allí tenía su amplia cama con mosquitero, una buena linterna y al lado del lecho, una alfombra, y su infaltable bacinilla (o vaso de cama) para orinar. Tenía su mesita de noche, un gran escaparate de caoba para la ropa, un escritorio cuya tapa se abría como un cajón, silla reclinable y con ruedas, un “aguamanil” con ponchera, jarra de agua, un tobo para echar el agua usada, jabón, pasta dental, equipo para afeitarse, etc. Y lo más extraño, una cocinilla de alcohol y una rara cafetera para preparar su propio café al levantarse. Algunas mañanas - me instalaba a observarlo y ver atentamente como afeitaba su tupida barba, lavaba su cara con jabón marca Reuter o uno Pearson de glicerina, se secaba con un gran paño blanco y se empapaba de agua de colonia Jean Marie Farina. Completado su aseo, tomaba su café negro. Debemos decir que esa agua de colonia era lo único que usaba y se le podía regalar. Todos los demás perfumes o colonias decía que eran insoportables y hasta los calificaba de perfumes de putas. Cosa parecida ocurría con los jabones. Sólo le gustaban los jabones antes mencionados, a los demás los descalificaba – igualmente - como olorosos a puta. Debo confesar, que cuando estaba muy pequeño no entendía bien cuál podía ser ese “olor a putas”. Culminada esa tarea se terminaba de vestir con una muda de ropa limpia, siempre con traje liquilique hecho de “Alfonzo Barela G. Sastrería” de Valencia, franelillas e interiores de pierna color blanco, botas altas y un sombrero marca Borsalino. Tenía varios. Unos de ala grande para el Sol del campo y de color beige, otros más pequeños y de color gris para sus salidas a Valencia, Maracay, Caracas u otros lugares. Acá me gustaría agregar que cuando ya fui adulto y tuve medios económicos adquirí un liquilique en esa famosa sastrería valenciana. Ese traje lo estrené cuando mi hija Irene hizo su Primera Comunión. Lógicamente, mi traje aunque lo conservo como recuerdo del pasado, ya no me sirve pues desde ese tiempo he engordado más de veinte Kg Las únicas veces que mi padre alteraba esa indumentaria habitual, vistiendo con camisa, corbata y zapatos “corte bajo” era cuando la ceremonia así lo exigía: Matrimonios u otra gran ocasión similar. Generalmente reservaba los mejores liquiliques para sus viajes de negocios a Valencia, Maracay, Caracas. Y además, siempre tenía uno de reserva (nuevecito) para que se lo pusieran cuando “apagara el ojo”, esto es, para que lo vistieran al morir. Paradójicamente, aunque por muchos años siempre guardaba un traje nuevo para esa oportunidad, al final, al morir no hubo ocasión de ponerle nada de eso, pues falleció en Valencia y nuestro hermano Domingo simplemente lo hizo amortajar con uno de sus propios trajes. LOS REGALOS: A él era difícil regalarle algo. Para no complicarnos la vida, cuando ya éramos adultos y cumplíamos con el ritual de llevarle algún regalo en navidad, el Día del Padre o en su cumpleaños (el 1º de septiembre) no debíamos sino pensar en un limitado número de posibilidades: Un frasco de agua de colonia Jean Marie Farina, unos tirantes o elásticas que usaba para sostener sus pantalones, jabones de glicerina, sombrero Borsalino, libros, discos o cintas de música (zarzuelas, operas, etc.) y pantuflas. Ya cuando estaba al borde de los 80 años, le traje un bastón especial desde USA. No era conveniente regalarle camisas u otras prendas de vestir o zapatos. En una oportunidad le hicimos un regalo colectivo - le obsequiamos entre todos un nuevo acordeón - el que desafortunadamente le robaron en la hacienda. Después, otros le obsequiaron armónicas o “pianitos” para que se divirtiera tocando sus viejas canciones. Una cosa que le encantaba era que le regalaran monedas o billetes de otros países o viejas monedas venezolanas. Llegó a tener una gran colección de cientos de especímenes. Desafortunadamente, una vez fallecido nuestro padre, Giorgio Sferra, un cuñado nuestro, trasladó dicha colección para clasificarla. Pero unos delincuentes en Caracas robaron su apartamento y se llevaron la mejor parte de ella. Dicho sea de paso, una de las diversiones que tuvimos cuando niños era observar esa amplia colección de monedas metálicas y billetes. La guardaba en el cajón de su escritorio junto con muchos otros objetos: Un viejo revólver de su padre (que el compadre General Héctor Franceschi Marcano le hizo limpiar y empavonar en una dependencia de las FFAA), un viejo vaso de su tío-padrino Juan Miguel Giuli, navajas, fotografías, tarjetas, papeles, estampillas y muchos otros objetos viejos. LAS OTRAS COMIDAS DE PAPÁ Y LA RUTINA DE LA HACIENDA Durante mi infancia mi papá rara vez tomaba el desayuno en la casa de Miranda. Generalmente lo hacía en su hacienda El Taque, donde tenía cocina y los utensilios necesarios para preparar cosas sencillas. Cada día compraba arepas, pan de trigo, galletas, etc. Además de dos o tres litros de leche pasteurizada (en envases de cartón parafinado), queso, jamón, enlatados como sardinas finas, salmón rosado, atún y ensaladas; así como otros ingredientes. Por lo general comía pocos huevos pero si le gustaba preparar algún “badulaque” como decíamos, esto es, una mezcla de alguna lata de atún, salmón rosado o buenas sardinas con los vegetales que se recogían en la propia hortaliza que siempre se mantenía con una buena provisión de lechugas, cebollín, cilantro, hierbabuena, zanahoria, remolacha y otros vegetales. A veces – aunque eso suene extraño - papá decidía preparar arroz blanco en la mañana al que agregaba una gran cantidad de rico salchichón en trozos. Completaba ese fuerte desayuno con la infaltable taza (o pocillo, como él decía) de café con leche y sin azúcar. Lógicamente a medio día no teníamos hambre, y digo teníamos, porque muchas veces (cuando no estaba en clases) me iba con él para la hacienda y pude disfrutar de ese régimen. El almuerzo o merienda era comer cambures, un trozo de lechosa, naranjas, un pedazo de queso, pan y café con leche. Una de las cosas que más me gustaba era - cuando ya estaba mayorcito que me comisionaran para que pasara el día en la hacienda cuando mi papá debía ir a Valencia, Maracay u otro sitio. Pasaba todo el día como “jefe”. Junto con el encargado o caporal preparábamos un macro desayuno. A mí me encantaba la comida que éste traía de su casa: unas grandes arepas, quinchonchos, pescado salado guisado y cosas parecidas. Como él me daba parte de lo suyo yo aportaba (de la surtida despensa de mi padre) alguna lata gigante de sardinas, salmón o atún. Con eso mi amigo Juan Luís (el encargado) hacía lo que denominaba un “terceo” o mezcla con aceite de oliva, mucha cebolla picada, ají dulce, lechuga, cilantro y otras ramas. Ese copioso plato lo acompañábamos con arepas. Y por supuesto se cerraba con café con leche. Antes que lo olvidara debía barrer muy bien toda la oficina, dejar todo muy limpio en la cocina, barrer toda la casa, incluyendo los corredores, la bodega, etc. Terminada esa limpieza no había mucho que hacer. Pasaba el día leyendo en un sillón o en la hamaca de mi papá hasta que después de la merienda hacía el poco trabajo que debía hacer, dar una vuelta por donde estaban los trabajadores para observar lo que hacían por si acaso mi papá pedía detalles sobre lo hecho en la hacienda en su ausencia. Después de terminada la jornada de los trabajadores, hacia las tres de la tarde, el caporal me dictaba los nombres y lo ganado por cada uno de los peones. Tanto de los que trabajaban “por día” como de los que trabajaban “por tareas”. Hecha la lista y pasada en limpio con la mejor letra posible, le preparaba la comida a un anciano trabajador que mi papá tenía viviendo en una casita al lado de la casa principal de la hacienda. La comida era casi siempre una sopa sencilla hecha con cubitos o sobres a los que agregaba arepas picadas, fideos, un huevo y cualquiera otra cosa que hubiese quedado del desayuno. El viejo Maga (su nombre era Magdaleno Sánchez) se relamía y decía que esas sopas “magaleneras” - como las bautizó mi padre - eran una cosa muy fina y buena. Después, le dejaba algo de comer al perro y lo demás era sólo esperar la salida del camión para irme junto con los trabajadores de vuelta para la casa. Debo agregar, a propósito de Maga, que durante el día este anciano nos hacía divertir a todos con sus historias y sus preguntas. A él le parecía algo maravilloso que yo leyera los libros y le explicara algunas cosas que planteaba como curiosidad. Muchas veces tenía que suspender la lectura y simplemente dedicarme a seguir su divertida “conversa” campesina. Tal vez a él le gustaba que yo lo tratara con afecto y respeto y no como los demás que con sus burlas y juegos pesados trataban de convertirlo en algo así como el “bufón de la corte”. Su régimen de trabajo era muy flexible. Mi padre lo tenía encargado de tareas sencillas como atender la hortaliza, la limpieza a mano - y sentado – de las semillas o granos, etc. En fin, sólo cosas livianas y hechas a su propio ritmo. Por eso, si se cansaba, simplemente se venía a la casa y se ponía a conversar y a fumar. Tareas domésticas y atención a una bodeguita en El Taque: Como ya decíamos antes, una de las enseñanzas de esas pasantías en la hacienda fue aprender a barrer bien los pisos, limpiar, lavar platos y ollas, preparar comidas, etc. Papá lo hacía cuando estaba solo y nos hacía aprender a hacerlo cada vez que íbamos a acompañarlo o a pasar el día como “encargados”. Además de esas tareas “domésticas” debía atender la pulpería <<El Pujío>>. Esa tarea era un tanto fastidiosa porque la clientela formada por los propios trabajadores de la hacienda venía en cualquier momento a comprar alguna tontería, por ejemplo, un refresco, un pan de trigo y un trozo de mortadela barata. Me paraba de la silla donde leía, abría la bodeguita, despachaba el pedido, lo anotaba en la lista de fiados (casi siempre) y volvía a semi-cerrar la puerta hasta que pasado un corto tiempo se aparecía alguien más a solicitar otra cosa y debía repetir la tarea. Solamente al final de la tarde y especialmente los sábados se despachaba a mucha gente de manera seguida, pero ya en esos momentos era mi hermano Jesús, el propietario del negocio, quien se encargaba del trabajo. Posteriormente, cuando mi hermano Jesús o mi papá leían mis anotaciones de las compras se burlaban de mi letra. Mi papá llegaba al extremo de llamarme y decirme, por ejemplo, ¿qué dice aquí, qué es esto de “Romonfolopo OSO”? Y yo tenía que aclararle, nada de eso papá, ahí dice clarito “Ramón Felipe: 0,50.” A lo largo de mi vida como niño pequeño y después como adolescente, lógicamente podía ir a la hacienda sólo cuando no tenía clases. Ya más adelante en mi vida, ya mayor de edad, tuve otras responsabilidades en una empresa de tabaco del primo Toussaint Morazani (QEPD), pero ese cuento lo escribo aparte y más adelante. Aprendiendo a Manejar: Cuando ya era lo que mi papá llamaba un “zagaletón” (14 a 17 años) gradualmente fui aprendiendo a manejar con los tractores de la hacienda. No perdía ninguna oportunidad para “matar fiebre” llevando el tractor con el remolque o “zorra” cargado hasta la casa principal de la finca. Una vez que llevaba las naranjas, mandarinas, parchitas u otra cosa cosechada, se colocaban en el corredor de la casa hasta que llegara el camión de Jesús, desde Caracas u otro sitio donde hubiese ido el día anterior con otra carga. Mi máximo triunfo fue el día que mi hermano Jesús me dejó llevar el camión cargado hasta Miranda. Otras veces, por lo menos, iba desde la casa de Jesús a guardarlo en el garaje cercano a nuestra casa si era que la salida era la madrugada siguiente. Para esa época, cuando ya casi salía de bachillerato pude acompañar varias veces a Jesús hasta Caracas y dormir en hamaca (bajo el camión) en el mercado mayor de Coche. La aventura era muy buena una o dos veces, pero en realidad era algo duro: Viajar lentamente cuatro o cinco horas en el camión, dormir mal unas pocas horas hasta la fría madrugada y después tener que ayudar a contar miles y miles de naranjas hasta que, hacia medio día, regresábamos soñolientos a Miranda. Nada fácil era esa vida de mi hermano mayor, manejando casi todos los días, viajando para el mercado de Caracas o llevando naranja para las fábricas de jugo y concentrados en Valencia (Frica) y en Barquisimeto (Juconasa). Una consecuencia de esos trasnochos seguidos fue que en una oportunidad (cerca de La Victoria) se quedó dormido por un instante, se volcó en la carretera y esparció una verdadera ensalada de frutas gigante de miles de naranjas y huacales de parchita y mandarina. Desde entonces, uno de los chistes que repetía Jesús cuando iba manejando era simular que se despertaba. Se estiraba y bostezaba ruidosamente diciendo al mismo tiempo: ¡Que pesadilla tan fea acabo de tener! Una experiencia traumática: Choqué el nuevo automóvil de Jesús. Mi hermano Jesús tuvo muchos autos. No sólo se compró varios vehículos de carga sino otros de paseo. Fue así que cuando adquirió un bello Ford Fairlane de color marrón tabaco me dijo emocionado que lo fuera a probar, que diera una vuelta por el pueblo. Muy orondo fui hasta la plaza Bolívar con la esperanza que me vieran algunas amigas manejando esa nave. Lo triste fue que apenas iba por la primera vuelta cuando en una de las esquinas de la plaza se vino contra mí un viejo Jeep sin frenos (manejado por un alocado muchacho) y se estrelló contra una de las puertas del Ford Fairlane nuevo. Aunque no fue mi culpa, deseaba que me tragara la tierra. Jesús, aunque sacudido por la noticia repitió lo que siempre decía en situaciones similares: “La lata tiene arreglo”. Pero allí no paró eso. El pobre carro recién comprado sufrió de tres o cuatro choques mayores en manos de mi hermano, y éste, al poco tiempo decidió que ese carro como que estaba empavado y lo entregó una vez debidamente arreglado. Se compró entonces otro mejor: Un bello auto Chevrolet - Caprice. Desde entonces, cada vez que alguien generosamente me dice: anda prueba mi nuevo carro, trato de no aceptar la oferta con alguna excusa, pues temo volver a regresar con la noticia de que estrenaron el carro con su primer choque yendo yo de chofer. LOS BAÑOS EN LOS POZOS DE LA QUEBRADA DE LA <<HACIENDA EL TAQUE>> (Quebrada Martín Ascanio, línea fronteriza o raya entre Carabobo y Yaracuy) Durante muchos años disfrutamos del placer de bañarnos en los pozos que se formaban en la limpia quebrada que atravesaba la hacienda, la cual por esa razón estaba repartida entre los dos estados: Carabobo y Yaracuy. Cuando éramos muy niños mi papá nos llevaba a los varones y se bañaba con nosotros. En otras oportunidades, con más edad y acompañados de toda la familia, nos bañábamos en los pozos en días especiales como el carnaval o en época de vacaciones escolares. Otra alternativa de baño en la hacienda era aprovechar el gran chorro de agua que salía del viejo pozo artesiano o taladro. Era tradición que el día martes de carnaval saliéramos temprano – toda la familia – para pasar un día de campo en la hacienda. Generalmente se preparaba un gran sancocho y también comíamos de las cosas traídas desde la casa de Miranda, y por supuesto, muchas frutas. Mi papá era enemigo de los juegos de carnaval con agua y las otras porquerías que se lanzaban en todo el pueblo. Una manera de evitar esa costumbre “propia del perraje” (como decía mi padre) era irnos todos de paseo y regresar al anochecer cuando todo estaba ya calmado. Un mal momento que pasamos uno de esos años fue que dos groseros muchachos (Nicanor Quintero y uno conocido como “Pata de gallina”) trataron de mojar a nuestras hermanas al salir temprano en la mañana hacia El Taque; ante esta situación, Jesús se enfrentó a los dos zagaletones. Una peculiar familia mirandina: Los Fuentes Esta familia – mencionada en varias oportunidades en estas memorias – ha estado presente en muchas de mis vivencias y en las de otros miembros de nuestra familia. Por ejemplo, la figura del Maestro Carlos Fuentes siempre estuvo ligada a los recuerdos y anécdotas que contaba papá a cada momento. Este Carlos Fuentes Almarza hizo honor a sus sonoros apellidos cuando en una oportunidad llegó a Miranda un pedante visitante que al presentarse ante varias personas lo hizo con voz engolada y diciendo algo así como “Sánchez y Pérez” (no recuerdo los apellidos reales). De inmediato el Maestro Carlos le respondió con una fórmula similar, al casi gritar “¡Virgen del Carmen, esta no me la colea nadie!” – y agregó - con un gran vozarrón acompañado de un duro apretón de manos: “Fuentes y Almarza”. Esa, sin dudas, fue su manera de ridiculizar al recién llegado que ignoraba con quienes estaba alternando. Prácticamente todos los hombres de esa familia formaron parte de la famosa <<Orquesta Fuentes>> en la cual mi papá participó durante varios años. Contaba mi padre que quien le enseñó música (teoría y solfeo, etc.) – y a convertirse en un hábil ejecutante del bombardino y otros instrumentos – no fue otro que su admirado maestro Carlos. Su deuda de gratitud por sus enseñanzas la pagaba obsequiándole la alícuota de los honorarios que le correspondían como músico en las presentaciones hechas en iglesias, plazas públicas y otros lugares. Además le ayudaba con emergencias pecuniarias y le prestaba o le regalaba discos de buena música y partituras que papá compraba en Caracas. Y una cosa más: Pasados varios años de la muerte del Maestro, papá organizó el traslado de sus restos mortales desde Bejuma – donde reposaban en una simple y pobre fosa – y los hizo enterrar en un sencillo pero hermoso mausoleo en el cementerio de Miranda. Para ello mi padre encabezó una colecta pública que permitió sufragar los gastos del sepulcro. Para su satisfacción y el de innumerables admiradores del Maestro Carlos Fuentes se pudo contar con la presencia en el evento del Orfeón de la Universidad de Carabobo, la Orquesta del Estado y muchos otros grupos e instituciones. Mi hermano Alberto, quien para entonces tenía buenos contactos en Valencia, logró que adicionalmente se hiciera una publicación que recogía las partituras y letras de sus más notables composiciones musicales. Una lejana consecuencia de ese homenaje es que pude adquirir un CD que se grabó en 2003 (pero que casualmente localicé en 2008) titulado: VALENCIA 1900. Quince Valses Venezolanos (Leopoldo Betancourt, piano). En este memorable disco se incorporan dos piezas emblemáticas del maestro Fuentes: “Cine Miranda” y “Mazurca”. LA CASA DE “DON JOSÉ” y “Misia María” en Miranda Nunca nos acostumbramos A llamar “tíos” a Don José Franceschi Sanguinetti y su esposa misia María Montagne de Franceschi. No obstante, sus hijos si llamaban a mi papá “Tío Caíco”. Cosa parecida ocurría con los esposos o las esposas de las tías y los tíos: Por ejemplo, Andrés Bonavita, Luís Dorta, Pedro Morazzani, Antonio Toro, Enriqueta Dorta. Igualmente, no recuerdo que jamás esos primos que llamaban tío a mi papá llamaran tía a mi madre. Gran importancia tuvo la casa de familia donde vivía José Franceschi Sanguinetti, su esposa “Misia María” Montagne y mis primos, especialmente mi contemporáneo y condiscípulo Ángel Francisco o Frank (llamado el copetón por mi papá). Esa casa era el centro de juegos para un gran grupo de muchachos ya que ella tenía un gran solar de casi una cuadra, con varias casas derruidas en sus extremos que nos servían para jugar a los vaqueros y muchas cosas más. En ese macro solar teníamos una especie de pueblo imaginario al estilo del “viejo Oeste” con casas, bares o cantinas, prisión del Sheriff, guaridas para los bandidos y todo lo que podíamos soñar para escenificar con mucho realismo las series y las películas de vaqueros del cine. Igualmente - bajo la influencia de la escuela y, sobre todo, de una película sobre Bolívar que vimos en el cine escenificamos en nuestros juegos los combates de la guerra de Independencia con lanzas y espadas de madera. Pasábamos horas y días enteros jugando en esa hospitalaria casa de nuestros primos. Una sola cosa desagradable que recuerdo de esos días de jugar a los “vaqueros” fue una herida causada al pasar cerca de un filoso pedazo de vidrio. Me llevaron al hospital local y el enfermero (Matías Granadillo) me anestesió y luego suturó con tres puntos la cortada en mi tobillo. Para esos días ya teníamos prohibido jugar con flechas afiladas pues años antes un joven (Chacho Aular) de la generación anterior a la nuestra – con gran realismo - hirió con un flechazo en el pecho a Key, hermano mayor de mi primo Frank. En algunas oportunidades cocinábamos elementales “sancochos” o un dulce denominado “cuero de vieja” una especie de caramelo hecho de papelón derretido en el fuego. Generalmente usábamos una lata vacía como olla ya que era bastante difícil que nos prestaran una verdadera, pues podía dañarse con el terrible pegote que quedaba al final. Ya con mucha más edad – y a escondidas - preparábamos una bebida alcohólica denominada “meladura”. Esta era una mezcla de aguardiente de caña (Pecho amarillo de la Hacienda Montero), jugo de limón, azúcar y una pizca de bicarbonato. Cuando a esta meladura se le echaba más agua o mucho jugo de frutas la llamaban guarapita. Además de jugar casi todos los días en casa de Misia María jugábamos en las noches en la calle frente a nuestra casa, íbamos a bañarnos a los ríos y quebradas de los alrededores, a pescar a las lagunas, a volar “Samuras” o cometas a los cerros cercanos, el de La Cruz y el de Las Piedras. Nuestras propias “Samuras”: Acá aprovechamos para recordar que, a diferencia de muchos niños que debían comprar sus cometas o “samuras” para volarlas, nuestro padre dedicaba – como mínimo – uno o dos días del año a fabricarnos muchas de ellas. Previamente compraba papel de seda de todos los colores, almidón para el engrudo y varios carretes de hilo. Lo demás, las veradas, esto es, los extremos muy livianos de la espiga de la caña brava, las hacía recoger en la hacienda. Con esos materiales hacía una gran cantidad de “samuras” muy bellas, de todos los colores y que se elevaban a gran altura. Otro familiar que recuerdo como hábil fabricante de papagayos y cometas era Don Luís Dorta. Este le hacía a sus hijos – nuestros primos René y Franklin Dorta Franceschi – unos buenos volantines. OTROS ENTRETENIMIENTOS Cuando no jugaba en la casa del primo Frank, lo hacía en el amplio solar de mi casa. Allí construimos una especie de casita o rancho donde cocinábamos unas mini sopas. Instalamos una pulpería o bodega con todo tipo de latas vacías, paquetes de tierra, etc. Como monedas para jugar usábamos pedazos de tejas a las que redondeábamos con una especie de rallo, hecho con una lata a la que se le hacían huecos con un clavo. Todo el polvillo rojizo de las ralladuras de los cascajos lo convertíamos en bolsitas de imaginario “polvo de oro” que servía también de medio de pago. Esas monedas (morocotas de arcilla) y el seudo polvo de oro también lo fabricábamos para nuestros juegos de vaqueras en casa del primo Frank. Algunas veces nuestras hermanas nos incorporaban a sus juegos con sus muñecas. Hacían bautizos de las mismas y servíamos de padrinos. En ciertas oportunidades yo asumía el rol de sacerdote o cura para la ceremonia por lo que un chofer de mi papá (el gago Elías) siempre me llamó “el cura”. Aunque en esas actividades siempre asumíamos papeles muy masculinos, de todas maneras no nos gustaba que otros muchachos más grandes lo supieran, porque entonces se burlaban diciendo que estábamos “jugando con muñecas”. Además de esos juegos me entretenía con algunas mascotas. En una oportunidad tuve una cría de acures a los cuales llevaba cada día agua y pasto fresco: paja del pará, aunque en Miranda la llamaban del “paral”. Todo acabó para mis acures cuando un perro descubrió mis animalitos y los mató a todos. Posteriormente tuve una mansa ardilla que cargaba sobre mi hombro. Esta escapó y desapareció un día. De todas maneras, a mi mamá no le gustaba para nada que anduviera con ese animal en el hombro, y todo, porque así andaba un conocido vecino al que los mirandinos de entonces juzgaban como afeminado y que vivía en una casucha llena de animales que lo seguían a todas partes. Para alimentar a un gato llamado Liborio iba - junto con mi hermana María Elena - a solicitar pellejos en la carnicería. Era costumbre pedir como “ñapa” tales recortes donde hacíamos las compras. Ese gato fue un regalo de nuestro amigo el viejo Landínez. SOBRE JESÚS MARÍA LANDÍNEZ: A propósito de este personaje - llamado por algunos “el Leo de Miranda”, por Leoncio Martínez, por supuesto - es bueno recordar que era un viejísimo conocido de mi papá, desde los tiempos cuando existía la panadería y almacén de nuestro abuelo corso Francisco Franceschi Mattei. Cuando lo traté era ya un hombre bastante mayor, muy flaco, de tez oscura, facciones finas y pelo ralo y canoso, pero pintado. Su avanzada edad no impedía que yo pasara horas hablando con él. El viejo tenía una modesta pulpería (las despectivamente llamadas “ratoneras”) y en una salita aparte atendía también una barbería, en las que “pelaba” mostrencos como él llamaba a sus clientes que pagaban un bolívar por el servicio. Otra barbería mirandina de igual jerarquía (esto es, pobretona) era la de Don Fermín. Aunque una o dos veces me atreví a probar el servicio, no me gustaba para nada la fama de afeminado que tenía ese barbero. Nosotros (incluyendo a mi papá y otros hermanos) nos cortábamos regularmente el cabello en establecimientos de superior categoría, con serios y aseados barberos italianos. El primero que conocí se llamaba Vicente, y cuando este se fue del pueblo quedó su paisano Fortunato Locaccio, quien vivió muchos años hasta su muerte en Miranda. Estos barberos cobraban dos y tres bolívares, tenían modernas sillas giratorias y reclinables, máquinas eléctricas y otros elementos modernos. DECLAMANDO VERSOS El viejo Landínez me echaba gran cantidad de chistes y declamaba versos, algunos un tanto vulgares. Uno de ellos decía algo así: “Hubo en mi pueblo un vergajo vestido de sacerdote…” Arrecho como el carajo y birriondo como padrote. Cogió un día el curita una cuquita jojota… Medio pueblo se alborota y ya lo quieren linchar Pero éste les gritó: ¡Callaos pueblo estúpido! ¡Que Dios fue el primero que dijo creced y multiplicaos! Igualmente me hizo memorizar muchos versos humorísticos y hasta tenebrosos poemas como este: Era un sepulcro ya viejo y carcomido Hecho de cal y canto En cuyas grietas escondidas, entona el búho su agorero canto Quién duerme allí, se ignora Aunque el curioso caminante quiera saber quién allí mora No verá una inscripción reveladora ni el borrón de una lágrima siquiera En esa hora gris, muda y sombría en que la vista taja Desde ahí, asquerosa, la vi en el fondo de la negra caja… Los gusanos hambrientos como hervían… de aquella forma que adoré por bella Sus desnudos cuencos parecían Noches oscuras, noches sin estrellas Até con cintas sus desnudos huesos Su yerto cráneo coroné de flores Su horrible boca cubrí de besos Y sonriendo le conté mis amores Entre los versos humorísticos que recuerdo estaba este: Cayó un mojón en una fuente cristalina Hermoso, colosal y de color almagre Y en la playa lloraba una cochina En ver la vaina que le echaba un bagre Este último y grosero verso (aprendido de Landínez) lo declamé durante un <<intermedio>> ante el público que asistía a una proyección de películas (comiquitas) en una sala de cine improvisada por el primo René Dorta. Todo el mundo se rió mucho de mi actuación, complementada por las canciones de un joven (hijo del albañil conocido como <<Tiempo Malo>>) que se acompañaba con una guitarra. Una de las que cantó era sobre un pájaro carpintero. La letra, muy sencilla sólo repetía varias veces las mismas expresiones, lógicamente siguiendo variadas modulaciones junto con la música. “El pájaro carpintero para trabajar se agacha Bis, bis El pájaro carpintero, cuando voy con mi muchacha El pájaro carpintero para trabajar se agacha” Mi familia se horrorizó con el tipo de cosas que me enseñaba nuestro irreverente y lengua larga vecino Landínez. Cada día lo visitaba, especialmente desde que mudó su pulpería y barbería para un local vecino a nuestra casa. Allí oía su colección de chismes diarios sobre todo el mundo y sobre sus propias desventuras. Su lengua era terrible y no se le salvaba ni mi papá, a quien llamaba “la Llorona”, porque según él, siempre se andaba quejando de las pérdidas en sus negocios agrícolas. Pero sus dardos principales los lanzaba a un personaje italiano recién llegado al pueblo al que tuvo como vecino en su anterior local de la calle Bolívar. A este italiano que bautizó como “el Zorro”, lo acusaba de haberse enamorado y casado por puro interés con una hermosa hija única y de buena familia. Argumentaba que este italiano, al que señalaba como vividor de su “braguetazo”, se había comido todo un patio de gallinas en casa de su amorosa suegra, y que cuando ya no quedaba ninguna hizo preparar con arroz al loro de la casa. Decían en Miranda que la ofendida suegra – cuando se enteró de esos chismes contra su querido yerno – maldijo a Landínez y anunció que se le caería la lengua. Coincidencias o no, el pobre viejo enfermó de cáncer en su boca (lengua, garganta) y desesperado ante el avance de la enfermedad prefirió ahorcarse y poner fin al sufrimiento y a la soledad. Mi hermana Tana, también asidua de la tertulia, lo vio colgado y muerto cuando acompañaba a la niña que cada día le traía la comida desde la casa de su señora, separada de él pero que le enviaba diariamente sus alimentos. Landínez era tan desinhibido que me echaba cuentos de sus cosas más íntimas. Un día me comentó que había llegado una muchacha a su bodega y de inmediato le preguntó cuánto le cobraría por irse con él a la cama. Como ésta le dijo que cobraba veinte (20) bolívares – una buena suma para entonces – él le replicó que lo sentía mucho pero no tenía fuerzas para echarle “cuarenta cogidas de a real” (esto era, Bs. 0,50 c/u.) sugiriéndole así que ese sería el precio de su mercancía. Lógicamente la aludida lo insultó. Días de juegos con mi vecino Luís León Durante mis primeros años infantiles pasaba días enteros jugando con mi vecino Luís León, llamado “El Galán” por mi hermano Jesús. Este era de mi misma edad y tenía una hermana menor (Mariíta) y un hermano mayor, José. Todos hijos de Don Félix León y Misia Petra Coronel de León, quienes antes de vivir en la casa vecina a la nuestra habían vivido en el pueblo de Temerla, estado Yaracuy. En esa casa, muy pobre, pasaba yo muchas horas conversando con las personas mayores, especialmente con Misia Petra y una anciana negra y flaquita que vivía con ellos - que llamaban “Mina” - pero cuyo nombre era Dolores Istúriz. A veces yo les ayudaba a pilar, moler el maíz, hender o cortar leña y otras tareas que no hacía en mi propia casa, pues durante los últimos años (después del matrimonio de Libia) las arepas se hacían primero en casa de la señora Isabel de Vita y después en casa de Misia Petra. Desde esta última, las hacíamos pasar a través de una especie de ventana que abrí en la pared divisoria para no tener que ir por la calle. Jugaba mucho con mi vecino y amigo contemporáneo Luís Roberto. Yo le prestaba parte de mi gran colección de soldaditos, vaqueros, indios, caballitos, carretas y otros juguetes plásticos. A ellos les agregábamos gran cantidad de “vacas” y “toros” hechos con toronjas de un árbol de su patio, a las que clavábamos patas y cuernos hechos con astillas de caña brava y otros materiales. Construíamos corrales, fuertes o cuarteles, pueblitos, canales, etc. - aprovechando una especie de pequeño pantano en el patio de la casa de Luís. Como el papá de éste tenía experiencia de trabajo con ganado, Luís se entusiasmaba imaginando que enlazaba ganado, lo llevábamos a los corrales, etc. Igualmente escenificábamos combates con los muñequitos plásticos y otras cosas más. De verdad que disfrutaba esas largas horas de juego con mi amigo pobre. Mi solidaridad llegaba al extremo de acompañarlo algunas veces, caminando varios kilómetros, para llevarle la comida a su papá que estaba trabajando como vigilante de una obra en construcción en el sitio conocido como Los Papayos. Mucho disfrutaba también cuando una tía suya y sus primos los visitaban viniendo desde el lejano campo de “Cerrajones”. Estos traían burros y los guardaban en el patio de la casa de misia Petra. Como a mi mamá la molestaban los burros que rebuznaban y pateaban toda la noche en el solar ubicado detrás del cuarto de mi madre, yo les sugerí que los lleváramos a un área con mucho pasto en la casa de depósito y garaje que tenía mi papá a una media cuadra. Al día siguiente, cuando fui con ellos a buscar los animales les pedí permiso para montarme en uno de ellos. Antes les pregunté si eran mansos. El campesino me dijo que sí, que como no. Pero apenas me monté sobre el lomo del animal éste salió corriendo dando tumbos, y, por supuesto, caí al suelo. Cuando me levanté adolorido y lleno de raspones le dije al primocampesino de Luís, ¿Y usted no me dijo que era manso? Pero éste simplemente respondió, menos mal que no lo pateó y mordió porque él a veces hace eso. Ese día entendí que los campesinos generalmente responden sin contradecir a quien pregunta. Esto es, si uno le dice “ese burro es manso”, él dice sí. Y si uno le dice ¿ese bicho tumba la gente? Pues responde si, ese tumba a todo el mundo. Años después, pude ver en televisión un personaje que representaba el humorista Joselo Díaz que más o menos tenía esas características, era el llamado “Don Guabino”. OTRA FAMILIA CAMPESINA LLEGA AL VECINDARIO: LOS PAREDES Para ese entonces (1958-1959) llegó una familia de campesinos a vivir en una vieja casa desocupada a escasos metros de la de nosotros. (Por cierto, allí en la parte delantera de esa casa, fue donde se mudó Landínez, poco tiempo después) Esa familia, los Paredes, estaba formada por los padres (Don Gregorio y doña Luisa, muy viejos ellos), varios hermanos varones (recuerdo uno de nombre Bartolo, otro Francisco, Pablo y uno más o menos de mi edad llamado Jesús), las hermanas eran varias, entre ellas: Flor y Gregoria, esta última entró a trabajar un tiempo en nuestra casa. A los hombres los recomendé para que trabajaran en El Taque, sin muy buenos resultados. Mi papá los calificó de flojos y de no cumplir con el horario de entrada y salida. En realidad, los pobrecitos no estaban acostumbrados a trabajar en haciendas, sólo conocían el trabajo libre en sus conucos. Una vez acompañé a mi nuevo amiguito campesino, Jesús, a llevarle el desayuno al papá y a los hermanos varones que trabajaban en El Taque. Lo divertido era que íbamos montados los dos en un burro de la familia, que iba muy despacio, comiendo del monte de la orilla de la carretera. Llegamos casi a medio día cuando los hambrientos hermanos y su papá habían tenido que solicitar algo fiado para desayunar en la bodega de la hacienda. Otro detalle curioso de esta familia que me impactó era su mal olor. En sus cuartos de dormir tenían catres (llamados camas de tijeras) y hamacas (que recogían de día) y una gran cama de cuero de ganado, una especie de gran bastidor. Esa era la cama de los padres. Pero todas eran muy hediondas, era algo que nunca había sentido sobre mi nariz de niño urbano y de clase media alta. Sobre la época de la llegada de esta familia no me queda duda que debió ser entre 1958-59 porque uno de ellos leía siempre el periódico de manera idéntica a como se enseñaba en las viejas escuelitas, esto es, deletreando cada palabra. Y era así que Pablo (creo así se llamaba) leía en voz alta: Ele a La, erre a rra, zeta a za, be al bal, Larrazabal, y lo decía así, sin acento Larrazabal, más bien haciendo énfasis en la última sílaba “bal”. Me daba mucha risa ver al pobre campesino haciendo todo aquel esfuerzo para descifrar el nombre del presidente provisional de ese entonces. Imaginemos lo que le costaba leer algunas cuantas noticias del periódico. Poco tiempo después “los Paredes” desaparecieron. Creo que volvieron algunos a su antiguo campo, las muchachas se fueron a trabajar en casas de familia de Valencia y varios de los varones se fueron a trabajar como peones para el llano. En ese entonces buscaban jóvenes obreros para que trabajaran durante toda la cosecha de tabaco en las lejanas haciendas del Guárico donde no se conseguían jornaleros con experiencia. LOS APARICIO Unos vecinos que también recuerdo de mis días infantiles fueron los Aparicio. Un día esta familia – que vivía en la parte de arriba del pueblo – se mudó a una casa diagonal a la nuestra. El padre de familia, el señor Tomás Aparicio, era una especie de enfermero profesional (entonces los denominaban “practicantes”). Trabajó en el hospital local y posteriormente por su cuenta como partero, dentista y -más que todo - aplicando inyecciones a domicilio. Su señora, doña Lourdes, estaba muy enferma y como tenían varios muchachos, no estaban en buena situación económica. Yo me hice muy amigo de los dos varones mayores, Guillermo y el “Negro”. Posteriormente todos se fueron a vivir a Valencia. Uno de los descubrimientos culinarios que hicimos observando su comida de la noche fue algo que nunca habíamos probado: Sánduches de tajadas de plátano. A cada muchacho le daban un pan francés de los que entonces costaban una locha (12 céntimos y medio) y se lo rellenaban con tajadas y un poquito de queso blanco. Desde el primer día llegamos – mi hermana Tana y yo – con la gran novedad de esa riquísima cena que habíamos probado. Pero mi mamá que si entendía bien lo que pasaba, algunas veces les hacía llegar lo que quedaba de nuestra comida de la noche, y que por supuesto, les gustaba más que su simple sánduche de plátano. “Don Aparicio”, como todo el mundo lo llamaba, me producía pánico cuando llegaba con su maletín negro colocado sobre la parrilla de su bicicleta. En ese maletín, similar al usado por los médicos, traía todo su equipo para sacar muelas, aplicar inyecciones intramusculares e intravenosas, tensiómetro y otras cosas. Siempre me ponía la carne de gallina el penetrante olor a alcohol, los algodoncitos y la gran cantidad de jeringas y agujas de todos los tipos y tamaños que sacaba de sus estuches metálicos, todo impecablemente esterilizado. Una de las más dolorosas inyecciones que todavía recuerdo fue una del antibiótico Bencetacil. COMO “LORO EN ESTACA” Y COMO “ZORRO CAÑERO” (Dos anécdotas relacionadas con mi tía Carola Morazzani) Yo tenía como costumbre estar muy pendiente de las conversaciones de las personas mayores. Por eso, cada vez que la tía Carola venía de visita en las noches yo me instalaba a escuchar todo lo que me dejaran. Para eso me metía en un angosto espacio que había entre el escritorio y el gran escaparate de papá, esto es, quedaba muy cerca de donde mi papá y su hermana mayor conversaban de todo tipo de cosas: Asuntos de la familia, negocios, etc. A pesar de mi interés, cada vez que mi tía necesitaba cierta privacidad para tratar algún tema no apropiado para mis oídos, ella trataba de hacerme salir del cuarto con excusas como ir a buscar un vaso de agua. Pero como cada vez que me enviaban fuera yo regresaba demasiado rápido, entonces tía Carola se molestó y me dijo: ¡Pero qué problema con este muchachito, parece un loro en estaca!, esto es, como esos loros que pasan día y noche parados sobre su “estaca” o percha observándolo todo. En otra oportunidad, la noche anterior a un “Día de reyes” (6 de enero), tía Carola llegó a la casa con una bolsa misteriosa. Lógicamente allí estaban algunos regalos para que fuesen colocados cuando estuviésemos dormidos, junto con los que papá nos agregaría. Por supuesto, como yo seguía a la tía y a papá por toda la casa y no me descuidaba un momento, entonces tía Carola se molestó de nuevo y me dijo: “¡Pero qué problema con este muchachito, que anda pendiente de todo como un zorro cañero!” Y esa noche, aunque no sabía exactamente cuál era la conducta de un “zorro cañero” entendí que debía obedecer y alejarme de los que trataban de guardar la bolsa en un lugar seguro. Al día siguiente, atamos cabos, y comprobé que la dichosa bolsa contenía unos regalitos de reyes. Algunas veces la tía Carola venía acompañada de su cascarrabias esposo Pedro (Pierrot) Morazzani y de un perrote fino llamado Shanghái. Mientras duraba la visita, el perro se echaba al lado de la puerta hasta que llegaba el momento de despedirse, a eso de las nueve de la noche. Si mi tía venía sola entonces mi papá me ordenaba acompañar a mi anciana tía hasta su casa para que no se fuera sola o se cayera al subir o bajar de las aceras. La tía era una gran conversadora que le ganaba - incluso a mi padre - en eso de darle a la lengua. Era sumamente dominante, discutía mucho con su esposo, más dominante todavía. Por ser la mayor y con ese fuerte carácter, mi papá la llamaba “La patrona”. RECUERDOS DE LA NAVIDAD En nuestros lejanos días infantiles cuando se hablaba de la navidad se utilizaba preferentemente la palabra “Pascua”. Por ejemplo, en esos “días de pascua” en cada casa se elaboraba un gran “Nacimiento” con su pesebre para el niño Jesús (con su virgen María, San José, una mula y un buey) adornado con muchas ovejitas, pastores, casitas de cartón, luces, fuentes de agua, mucho musgo (lo llamábamos “verdín”), cerros de cartón o grueso papel pintado, etc. Claro está que los había de distintos tamaños y variedad. Algunos eran verdaderas obras de arte, llenos de fuentecitas de agua, espejos, grutas, etc. Uno que ganaba concursos era el de los primos Dorta-Franceschi. LA COMIDA NAVIDEÑA Otra parte importante era la comida. Hacer cientos de hallacas y bollos, hornear pavos y piernas de cochino, pan de jamón, dulces y otras delicadeces era uno de nuestros privilegios de “ricos de pueblo”. Por mala que estuviera la situación, mi papá hacía preparar en la casa casi todos esos manjares navideños. Generalmente hacían sacrificar un gordo cochino de los que se criaban en el chiquero del solar de la casa, alimentándolos con la gran cantidad de sobras de comida y complementando su dieta con nepe y maíz en concha. Para mí era todo un rito observar la matanza del cerdo, aunque me tapaba los ojos cuando al animal le asestaban un golpe en la cabeza con una mano de pilón para aturdirlo, antes de darle una certera puñalada cerca de su cuello que lo hacía morir desangrado en pocos minutos. Una vez muerto el cerdo, lo colgaban por sus patas traseras para que toda la sangre se escurriera sobre una vasija; esa sangre y parte de las tripas, junto con muchos aliños era convertida en ricas morcillas. Una vez colocado sobre un mesón, le echaban agua muy caliente para poder rasurarlo completamente con la ayuda de un cuchillo muy afilado. Posteriormente lo lavaban con mucha agua fría. Ya limpio, lo colgaban de nuevo, le quitaban la piel con el tocino y lo cortaban en piezas. Una pequeña parte del tocino lo destinaban a las hallacas y el resto de esta piel con grasa y pequeñas porciones de carne la convertían en chicharrones fritos en un gran caldero que colocaban sobre un fogón de leña en el patio. Ese era el primer festín: desayunar con esos chicharrones acabaditos de freír y degustar posteriormente la morcilla y otras tripas que llamaban “frito”. Una o dos piernas se destinaban para ser horneadas para la cena del 24 de diciembre. El resto del cerdo se destinaba como ingrediente del guiso de las hallacas. A ese guiso (o “guisado” como le llamaban en Miranda) se le agregaba abundante carne de res, masa de maíz diluida y variados aliños (cebollas, ajos, pimentón, etc.). Junto con ese guiso, se preparaban los otros ingredientes: trozos de gallina sancochada, aceitunas, alcaparras, pasas, trozos o tiras de jamón, papa, apio y encurtido. Realmente nuestras hallacas eran de las mejores y generalmente se hacían unas doscientas, contando los bollos más sencillos. Cuando se decidía servir pavo relleno en la cena navideña o en la de la noche de año nuevo, generalmente se le enviaba el pavo vivo (mi papá los criaba en El Taque) a Misia Chala de Granadillo. Yo le llevaba el pesado animal desde el día anterior y esta señora se encargaba de matarlo y prepararlo. Una vez debidamente aliñado y relleno con un rico guiso, yo lo recogía y lo llevaba a la panadería para que el señor Roso Padrón lo horneara junto con una buena cantidad de panes con jamón elaborados especialmente para nosotros. Mi papá enviaba “jamón del bueno”, pues decía que a los demás le echaban cualquier cosa – y además – no los cocían bien. Papá como antiguo hijo de panadero conocía muy bien los secretos del oficio. Además de esas comilonas había otras cosas buenas. Recibíamos nuestros juguetes el día de Reyes, esto es, el 6 de enero. No se acostumbraba dejar regalos el 24 de diciembre, como en las ciudades, ni tampoco colocarlos al pie de arbolitos navideños. A nosotros – y a todos los niños que podían recibir regalos – se les colocaban sus juguetes y otros obsequios al lado de un zapato al que se le ponía una nota con el nombre y hasta una lista de pedidos. Teníamos también la costumbre de repartir zapatos (debidamente identificados) en casa de los tíos. Una vez que recogíamos nuestro regalo principal en la casa hacíamos un recorrido para recoger lo que “los Reyes Magos” nos habían dejado de regalo en las otras casas. Para nuestra frustración, esos regalos nunca eran muy buenos, y no podíamos evitar hacer las odiosas comparaciones con los obsequios que estos tíos y tías les daban a sus otros sobrinos o nietos más cercanos. Viéndolo bien, en realidad éramos muy afortunados si nos comparábamos con los que recibían sólo un juguetito barato o nada. Hubo años en que recibíamos muchos y muy buenos juguetes. Recuerdo que estando yo pequeño me dieron de regalo de reyes, pistolas y sombrero de vaquero, una zaranda grande con música y luces, y sobre todo, algo que me impactó mucho, un Jeep metálico verde militar, con su volante, y donde podía pasear sentado impulsándolo con sus pedales. El problema fue que me duró muy poco, pues un alocado muchacho que ayudaba en la casa decidió pasearme a gran velocidad, halándome con un mecate y haciéndome pasar sobre todo tipo de obstáculos. El resultado fue que mi poderoso Jeep verde con estrella militar quedó destrozado a los pocos días gracias a las locuras de Luís Felipe Fuentes. Una historia parecida (que también creo ya contamos) fue la de un velocípedo de mi hermano Jesús. A este, cuando pequeño, le trajeron uno y apenas lo recibió decidió desarmarlo totalmente y repartir las piezas. Siempre se burlaban de él con el cuento de que cuando llegó María Elena le dijo: “y como llegaste de última sólo te tocaron las pelotitas”, y dicho eso, le dio una porción de las municiones del mecanismo de las ruedas. Al echar el cuento, remedaban su voz nasal de entonces. Un regalo que nunca pedí - y tampoco me lo dieron - fue los patines que entonces se usaban. Eran de cuatro ruedas, totalmente metálicos y se fijaban con correas y en la parte delantera apretando una especie de tuerca con una llave que traían éstos. Así cada zapato quedaba pegado con unos ganchos y unas correas al respectivo patín. Nuestros primos Dorta y otros muchachos del pueblo que tenían patines marca Winchester andaban a toda velocidad por las aceras haciendo gran ruido. Los más temerosos lo hacían usando un solo patín. En mi caso, debo confesar que nunca fui patinador. Me daba pánico caerme y fracturarme una pierna. Al contrario de mi actitud miedosa hacia los patines, mi hermana María Elena si logró aprender a patinar pidiéndole prestados los Winchester de los primos René y Franklin Dorta. En realidad yo era un tanto retraído para muchos juegos. Aunque jugaba con trompos, metras y otros similares, lo hacía sin mayor destreza y entusiasmo. En parte participaba, más por estar con los amigos que por el juego en sí mismo. Mi papá no sólo financiaba nuestros regalos sino los de varios niños vecinos y sobre todo los de los hijos de sus peones de la hacienda. En una época en la cual ningún hacendado lo hacía, mi papá – por su propia iniciativa – le llevaba un juguete y alguna ropa para estrenar a cada niño o niña. Esa generosidad de papá con los niños de la hacienda no era sólo en navidad. Cada día le llevaba medio litro de leche pasteurizada a dos familias cuyos niños estaban muy flacos. Al pasar cada mañana hacia la casa de la hacienda, se detenía frente al rancho de los peones y la niña salía corriendo a recoger su leche. Aunque durante los años de nuestra infancia generalmente no faltaron esos regalos hubo un año en que ante los aprietos económicos de mi papá nuestro hermano mayor Jesús asumió la responsabilidad de financiar parte de esos gastos, especialmente de los “estrenos” de ropa y zapatos. LOS ESTRENOS (Ropa y zapatos nuevos) Además de disfrutar de esa gran cantidad de comida navideña y de los regalos del Día de Reyes también recibíamos los llamados “estrenos”. Era de rigor – según costumbre de la época - que se nos comprara una o varias mudas de ropa nueva y zapatos. Como no era costumbre adquirir ropa hecha o de fábrica, simplemente se nos compraba varios metros de tela para llevarlos a una costurera. En el caso de los varones, nos tocaba ir a la casa de Doña Amelia (la esposa de Enrique Sánchez) con la tela de dril ya comprada por mi papá. Ella nos tomaba las medidas y nos hacía dos o tres pantalones del mismo color. Igual cosa ocurría con las botas y zapatos. Íbamos a la zapatería de un italiano establecido en el pueblo para que nos tomara las medidas colocando el pie sobre un papel y nos hiciera unas botas similares a las que usaba mi papá. Sólo cuando ya estábamos más crecidos no permitieron comprar calzados Rex, así como camisas de las tiendas y pantalones de caqui importados, los célebres “Ruxton” y los jeans, entonces llamados “overoles”. Una sociedad con mi mamá: Cría de cochinos en el solar de la casa. Cuando era ya un adolescente establecí una peculiar sociedad con mi mamá para criar por lo menos un cochino en el solar de la casa. Ella encargaba y pagaba el precio de un cochinito, preferiblemente ya “capado” para engordarlo en un chiquero o pequeño corral que había en el solar de la casa. Yo me encargaba de echarle la comida (generalmente sobras de la cocina y mucho nepe con agua). Le llenaba su canoa con agua, lo bañaba y, al mismo tiempo, limpiaba el área “encementada” del chiquero con chorros de agua a presión con una manguera. Pasados varios meses negociaba con un carnicero amigo mío (de nombre Visita) la venta del marrano gordo. El comprador venía a la casa, inspeccionaba la lengua del animal para ver si estaba sano y lo pesábamos en una romana de la vecina bodega de Don Pancho Villa. Cumplida esa tarea me pagaba la suma acordada, unos dos o 2,25 bolívares por Kg. / del peso bruto del cerdo. Eso representaba en un cochino mediano de más de cincuenta kilos, alrededor de ciento y pico de bolívares. De ese dinero mi mamá me daba una comisión o regalo y el resto lo gastaba en cosas que le compraba al turco cotero: Ropas, zapatos, telas, etc. Finalmente, no podemos dejar fuera de estas reminiscencias la asistencia a las misas de aguinaldo, las misas de Noche Buena y Año Nuevo, y algo muy hermoso, los conjuntos musicales conocidos como parrandas. Las Misas de Aguinaldo La primera misa era la de los niños, esto es, la que correspondía a todos los que estábamos en la escuela. Cada 1º de diciembre íbamos a esa primera misa de aguinaldo – especial - todos los alumnos de las dos escuelas de entonces. Nos sentábamos juntos en los primeros bancos de la iglesia, cantábamos los villancicos y una vez terminada la animada misa, disfrutábamos de los paseos hasta el amanecer en medio de cohetes, triquitraques, chocolate, café con leche, arepitas dulces, etc. Cuando ya éramos estudiantes del liceo de Nirgua asistimos a una de esas misas de aguinaldo allí en el pueblo vecino. Era emocionante ir a la misa, ver las muchachas que nos gustaban y pasear en medio de fuegos artificiales. Por cierto, Alberto – siempre entusiasta de esos objetos pirotécnicos casi le quemó una pierna con un cohete a una compañera del liceo. Ya antes, en Miranda, se le había quemado una chaqueta o paltó en los que él guardaba una buena cantidad de “salta pericos”, una especie de pastillas aplastadas de una sustancia azul que se raspaba y producía una cascada de chispas que saltaban en todas direcciones. Las otras misas de aguinaldo se celebraban desde el 16 de diciembre hasta la víspera de Noche Buena del 24, cuando ya estábamos de vacaciones pascuales, cada madrugada íbamos a la misa de aguinaldo de las 4 de la mañana. Nos poníamos de acuerdo para despertarnos, ir a la misa y organizar los paseos hasta que soñolientos regresábamos a casa hacia el amanecer. Ese ciclo de misas de aguinaldo lo cerraba la celebración de las dos grandes misas, la del 24 de diciembre o de Noche Buena y la no menos solemne y festiva de Año Nuevo, a esas misas (fundamentalmente a la del 24) asistía toda la familia después de la cena temprana. Era costumbre en nuestro pueblo que terminada la misa de Año Nuevo, a las 12 de la noche, casi todo el mundo salía a la puerta de la iglesia y a la plaza Bolívar a darse el feliz año o abrazo de año nuevo. Cumplido ese rito nos íbamos a la casa a darles el feliz año a los otros miembros de la familia que estaban en la casa, a los vecinos y amigos. Casi siempre mi papá y mi mamá estaban en casa. Papá no era muy partidario de esos bochinches del 31 de diciembre en la plaza y se quedaba en su habitación. Lógicamente, si mi papá no iba, mi mamá también se quedaba en su cuarto hasta que regresábamos a darle un beso y abrazo de feliz año. Cumplida esa fase, cuando éramos niños debíamos irnos a acostar, pero cuando ya éramos mayorcitos íbamos al club social a celebrar con todos los amigos la gran fiesta bailable de año nuevo. Otra alternativa era hacer un recorrido por todas las casas de familias amigas o conocidas que tenían celebraciones. En nuestra casa, muy pocas veces se hacían reuniones sociales. Generalmente sólo había la cena, se conversaba y después a misa. Mi papá no era muy amigo de bailes y cosas similares. Las excepciones fueron las celebraciones de los matrimonios, entre ellos, los de Libia, Marina, Carola. Y por supuesto, algunas fiestas infantiles con piñata, que no fueron muchas, dicho sea de paso. LAS PARRANDAS Durante las semanas finales de diciembre y hasta el día de Reyes (6 de enero) varios conjuntos de cantadores de aguinaldos o parrandas recorrían las calles del pueblo. Había de todos los tipos: las de niños, las de adultos del propio pueblo de Miranda y algunas famosas que venían de otros lugares. Yo mismo, en una oportunidad acompañé a mi primo Frank y a otros amigos de la infancia a salir a tocar aguinaldos en casas vecinas. El peor insulto que recibimos de un cascarrabias que no falta nunca, fue que nos pagarían algo con tal que no intentáramos tocar y cantar en su casa. Esas parrandas (las buenas) tenían uno o dos tambores o tamboras, chineco (un madero con medias lunas llenas de colgantes pedacitos de lata), furruco, charrasca, maracas, cuatro, guitarra y violín. Algunas llevaban una gran estrella hecha de veradas y papel de colores, elaborada de forma hueca para ponerle adentro una vela encendida en las noches, toda ella colocada sobre una vara. Otras llevaban además una gran bandera con el nombre de la parranda y del pueblo de origen. Entre las famosas recordamos la <<Bochinchera de Bejuma>> y la <<Verde Clarita>> del Central Tacarigua. De las de Miranda fueron notables las de un joven apodado “Chaparrita” y la de un señor apodado “Tiempo Malo”. Esas parrandas llegaban a la puerta de cada casa y solicitaban permiso para cantar. Si no había duelo u otro impedimento se les hacía pasar y cantaban una buena cantidad de versos improvisados, generalmente haciendo referencia a los dueños de la casa, sus hijos y otros detalles relacionados con las pascuas o navidad. Cada cantador decía un verso y a veces se intercalaba una especie de coro o tema de la parranda. Ya cuando era un adulto pude conocer que este tipo de verso es lo que denominan los expertos “el verso tornado”, pues la última parte se toma como pie para el otro verso pero diciéndolo a la inversa. Una vez que se había saludado a todo el mundo y divertido a los presentes se anunciaba que “iban a parar”. En ese momento se les traía un obsequio en dinero que se echaba por la boca de la guitarra, se les brindaba un trago de licor y hasta se le obsequiaban algunas hallacas para llevar. Recibidos los obsequios, volvían los parranderos a cantar otra tanda de versos dando las gracias y comentando lo que habían recibido. Uno de los problemas de estas parrandas era la gran cantidad de asomados y agregados que andaban con ellos y aprovechaban para entrar a las casas. Algunos de ellos no eran de buena conducta y hasta se robaban los adornos del nacimiento o cualquier otra cosa que quedara a su alcance. A pesar de todo, eran los que le daban sabor navideño popular a las fiestas. DÍA DE LOS LOCOS (28 de diciembre) Para el día 28 de diciembre – día de los Santos Inocentes – era costumbre cuidarse mucho para no caer por inocente, esto es, ser víctima de alguna pesada broma inventada por algún familiar o amigo. Además, era peligroso salir a la calle pues el pueblo era recorrido por grupos o comparsas de “Locos”. Por eso se llamaba “día de los locos” a esa fiesta. Los llamados locos eran individuos que andaban vestidos con todo tipo de trapos. Los hombres como mujeres y viceversa. Llevaban máscaras, muñecos que simulaban bebés enfermos o muertos y hacían sonar una guarura o caracol para anunciar su presencia, pedían dinero y golpeaban a los que los molestaban tratando de quitarle sus disfraces. No era recomendable dejarlos entrar a las casas pues en medio de ese tropel, había quien robara cosas, dañaran el nacimiento, etc. Lo más prudente era verlos desde lejos o por las ventanas y disfrutar así sin problemas sus locuras o pantomimas. PARTICIPACIÓN EN OTRAS ACTIVIDADES RELIGIOSAS A lo largo del año, además de las fiestas navideñas, había otros eventos religiosos donde todos participábamos. Entre ellos estaban las misas de cada domingo. Generalmente los jóvenes asistíamos a la segunda misa que se celebraba a eso de las nueve de la mañana. En esa misa predominaban las muchachas que queríamos saludar y acompañar hasta sus casas caminando lentamente. La primera misa de las siete de la mañana era para las beatas y personas mayores, y la de la noche, parecía un tanto triste o lúgubre. Durante la Semana Santa en los pueblos no había esa costumbre de ahora de irse de vacaciones, especialmente a las playas. Todo el mundo permanecía en el pueblo y asistíamos a las solemnes misas de cada día, sobre todo, las del jueves y el Viernes Santo. Estas misas estaban combinadas con grandes procesiones religiosas con las imágenes respectivas: el Nazareno, Jesús crucificado, el “Santo Sepulcro” y varias vírgenes: la Dolorosa y otras más. Era aterrador ver en plena noche aquellas tétricas figuras avanzando en medio de la multitud, sobre unas mesas levantadas por los fieles cargadores. Cuando tuve suficiente estatura y fuerzas cooperaba metiendo mi hombro debajo de algunas de estas mesas. Y no era fácil lograrlo pues había una especie de competencia de algunos que pagaban sus promesas cargando las imágenes. A propósito de esa imagen denominada el “Santo Sepulcro” debo agregar que tal imagen: un Cristo colocado acostado dentro de una urna de cristal; se mostraba durante los días de Semana Santa y se llevaba en solemne procesión por todo el pueblo, la noche del Viernes Santo. Pasada la solemnidad, se guardaba en la casa de la familia Pérez Almarza, esto es, la familia de nuestro ya mencionado amigo Benjamín Pérez (el de la pulpería). En una oportunidad entré a esa casa cercana a la plaza Bolívar y salí aterrado cuando vi a mi lado la urna de cristal con el Cristo acostado. Yo ignoraba que la imagen la guardaban en esa casa de familia y sólo salía de allí durante la semana mayor. NO TODO ERA DEVOCIÓN En las procesiones, muchos y muchas que no cargaban los santos iban con velas encendidas y rezando, mientras algunos malos muchachos iban quemando los velos de las mujeres con la llama de sus velas y haciendo otras diabluras. A propósito de esas procesiones mi papá siempre recordaba dos anécdotas graciosas. Contaba que el célebre Rafailito Fuentes (de los mismos Fuentes colegas de la orquesta,) pretendía ayudar a llevar el Santo Sepulcro, un mesón con una urna de vidrio con la imagen del Cristo ya muerto. El problema era que Rafailito generalmente estaba totalmente ebrio y a duras penas se podía mantener en pie. Aún así, se metía debajo de la mesa junto con otros cargadores, pero no sólo no ayudaba a soportar el peso sino que iba literalmente colgado de la mesa y dejaba la huella de sus dos zapatos – como dos delgados canales - en la arena y la tierra de las calles de Miranda. Cuando ya suponía estar cerca de su casa se separaba de la mesa de la imagen y decía, ya pagué mi promesa, y ya estoy en casa. La otra anécdota, relatada también por mi papá, estaba relacionada igualmente con los Fuentes. Contaba que cuando tocaba con la orquesta de los hermanos Fuentes había un cura (creo el Padre Ramírez) un tanto mal hablado y duro. Éste, molesto por la actitud del populacho que entraba corriendo de manera desordenada y atropellándose para “coger puestos” en los bancos de la iglesia al terminar la solemne procesión, que debía continuarse con otras ceremonias en el templo; en medio del tropel de gente el cura gritaba: “Por aquí, la caballería…”. Ante ese insulto generalizado, el maestro Carlos Fuentes que venía junto con los demás de la orquesta a continuar tocando la música sacra de rigor, le gritó al cura: “¿Y por dónde la infantería, asno con arneses dorados?” LAS FLORES DE MARÍA Durante todo el mes de mayo había – además de algunos <<Velorios de Cruz>> (en casas de familia y en el club social) - una serie de misas y rezos del santo rosario cada noche en la iglesia del pueblo. Era de rigor que cada año los muchachos de las escuelas asistiéramos juntos a una misa dedicada a nosotros (algo similar a la misa de aguinaldo del primero de diciembre). Una experiencia maravillosa era ir a las sabanas cercanas ya semi-inundadas por las lluvias de mayo a buscar los bellos lirios silvestres. Esas flores las recogíamos para llevarlas y decorar los altares, especialmente el de la virgen María. Lógicamente, aprovechando el asunto de la búsqueda de las flores silvestres quedábamos exonerados de las clases, comíamos mereyes y guayabas silvestres, y sobre todo, hacíamos todo tipo de bochinches. A eso había que agregar que con la excusa de asistir a la ceremonia religiosa de las “Flores de María” uno aprovechaba para tratar de enamorar alguna muchacha. En mi caso, tal como ya antes conté, había una de nombre Nora a la que seguía todos los días a los rosarios, además de los que le rezaban en su casa en recuerdo a su difunto padre, un mecánico alemán. Pero como ya dije, perdí todo mi esfuerzo y mis rezos porque la niña sólo quería que fuéramos amigos. LAS FIESTAS DEL CARMEN En el mes de julio, y especialmente el día de la patrona - el día 16 – asistíamos a la misa y a las procesiones con la imagen de <<Nuestra Señora del Carmen>>, la que iba ricamente vestida con un traje de terciopelo marrón oscuro y muy adornada, iba de pie bajo su cúpula de fina madera pulida colocada sobre una plataforma atravesada con cuatro largos listones de madera que permitían que varios cargadores dividieran el peso. Era costumbre de los hombres de todas las edades, y yo lo hice apenas tuve estatura suficiente, llevar la imagen de la virgen por todo el pueblo, llevarla a una misa en el cerro de la Cruz y acompañarla en camiones hasta una misa en el cercano caserío de Sabana Arriba. Como no todo era sufrimiento y religión, las fiestas patronales tenían otras cosas muy agradables. Siguiendo un amplio programa de festejos disfrutábamos de varias tardes de toros coleados, observábamos la subida del palo ensebado y la captura de cochinos ensebados (esto es, embadurnados con mucha grasa) bailes, retretas o conciertos en la plaza Bolívar, paseos cívicos mañaneros (con música y cohetes), carreras de bicicletas y otras competencias. Y había algo más divertido, era la oportunidad de que llegara una especie de feria con carritos chocones y de otro tipo, avioncitos, la gran rueda o “viaje a la luna” y otras atracciones mecánicas. También el pueblo se llenaba de vendedores de cotufas, algodón de azúcar, “raspado· o hielo cepillado, endulzado con esencias o jugos y otras golosinas; también de ruletas y muchos otros juegos y diversiones. SUBIENDO LOS CERROS CERCANOS DE MI PUEBLO Cerca del sitio donde estaba mi casa de la calle Pedro Camejo Nº 9, en el sector conocido como El Playón, estaba un pequeño cerro conocido como <<Cerro de la Cruz>>. Sólo con caminar unas cuatro cuadras se llegaba al cerrito. Al principio era accesible solamente por varias veredas escarpadas. Posteriormente abrieron una especie de calle empinada que era utilizada, sobre todo, para subir la procesión y celebrar en la parte superior del cerrito una misa a la Virgen del Carmen durante las fiestas patronales de julio. Durante las tardes, especialmente durante los meses de mayor viento, nos gustaba subir hasta allí para volar cómodamente nuestras “samuras”, papagayos, cometas y barriletes. Yendo un poco más lejos, ya en las afueras del pueblo, pasando la zona del cementerio estaba el mucho más alto “Cerro de las piedras”. Desde esta montañita, en cuya cumbre había un conjunto de grandes piedras blancas, sobre las que uno se acostaba o sentaba a descansar, se podía divisar todo el pueblo y su valle circundante. En medio del fuerte viento de las lomas cercanas o en la propia cumbre volábamos nuestras “samuras” y se hacían competencias entre los muchachos que lograban elevarlas más alto, hacerle subir “telegramas” o pedazos de papel a través del hilo, y los más traviesos, cortaban los hilos de los rivales con hojillas atadas a las colas de grandes papagayos y cometas con cola de tela. Una Historia de Papá al despeñarse desde el “Cerro de las piedras”. Muchas veces, al contarle nuestros ascensos al “Cerro de las piedras” mi papá aprovechaba para relatarnos una historia que nos llenaba de asombro. Contaba mi padre que cuando él era un niño, inocente pero muy audaz, se atrevió a hacer un experimento de aviación. En efecto, un mitómano amigo mirandino de mayor edad le había contado que cuando vivió en Caracas había fabricado un pequeño planeador y lo ensambló sobre una bicicleta. Le relató que se lanzaba desde una parte alta, volaba y aterrizaba cerca de la universidad donde estudiaba ingeniería. Mi crédulo padre se entusiasmó con la idea y decidió experimentarlo. Y fue así que, con el mayor secreto llevó madera, telas, cuerdas, clavos, herramientas y otras cosas necesarias. Con todo eso hizo una armazón atada a su bicicleta y se lanzó a volar – con su improvisado planeador - desde el “Cerro de las piedras”. El problema fue que no logró volar sino que rodó cuesta abajo envuelto en un amasijo de madera, tela y pedazos de su querida bicicleta. Afortunadamente sólo se rajó la cabeza con una piedra filosa, y para demostrarlo nos mostraba la cicatriz que le había quedado. MIS BICLETAS Antes cuando relataba una anécdota de uno de nuestros perros mencioné una bicicleta. Debo decir que no tuve la fortuna de que mi papá me comprara una buena bicicleta nueva. En una oportunidad, cuando estaba, creo, en 4to grado, fue a la hacienda un muchacho (de nombre Esteban) con una vieja bicicleta mediana. Ante mi insistencia éste accedió a venderla por apenas veinte bolívares, y por supuesto, como no tenía completo el dinero mi papá me dio una parte. Yo, muy contento, andaba para todas partes con ella y la usaba para ir hasta la escuela. El problema que rápidamente descubrí fue que la aparente buena bicicleta tenía serios defectos o fallas, entre ellos, tenía partida una parte (interna) del tubo del manubrio que conectaba con la horquilla donde iba la rueda delantera. A cada momento, especialmente si montaba a alguien más conmigo, el manubrio se aflojaba y se torcía la rueda delantera. Le cambié varios repuestos, aprendí a engrasarla, reparar sus cauchos, etc. Me la pasaba todo manchado de sucia grasa y por ello más de una vez el director de la escuela (el Br. Gustavo Gutiérrez) me hizo devolver a mi casa a cambiarme de ropas, cosa que molestaba a mi mamá por aquello de la mala imagen familiar. Esa problemática bicicleta la tuve hasta que llegó a nuestras manos una casi nueva de las llamadas Raleigh. Esta había sido adquirida totalmente nueva por mi hermano mayor Jesús en 180 bolívares. Poco después, este pudo tener su primer automóvil, un Renault usado, que había sido de la famosa Mery Silva (vieja señorita y profesora de pintura). Pues bien, la bicicleta había quedado “prestada” en manos de un amigo de Jesús hasta que mi papá hizo un arreglo económico y la bicicleta se nos asignó a Alberto y a mí. No obstante, una bicicleta para dos, supuestamente un día para uno y otro día para el otro, era algo complicado. Alberto se adueñaba de ella todo su día y muchas veces se desaparecía todo el día que me tocaba a mí. Eso producía discusiones y conflictos hasta que logré “comprarle” el 50% de mi hermano, de esa manera, aunque a veces tenía que prestársela, pero por lo menos tenía ahora el derecho de reclamarle como dueño único. Esa bicicleta la mantenía bien arreglada, limpia y con variados aditamentos que le fui agregando: Dinamo, faro y luces de aviso para la noche, corneta, timbre, asiento acolchado, candado de seguridad, etc. Pero un día, con gran dolor, me la robaron de la puerta de la casa. Y por supuesto nunca la conseguí ni me compraron otra. Sólo después de muchos años, ya adulto y casado, me di el gusto de comprarme una buena bicicleta nueva del tipo utilizado para carreras. Igualmente, cuando vivimos en USA durante mi postgrado compré una bicicleta para hacer ejercicios por las calles de Stockton. Y también le compré una para Beatriz y una a cada uno de mis hijos, Fernando e Irene. Una corta etapa como aficionado a las “peleas de gallo” En una oportunidad – cuando ya terminaba mis estudios de primaria - tuve la oportunidad de entablar amistad con un muchacho de Hato Viejo, hijo de un amigo de mi papá que visitaba nuestra Hacienda El Taque. Este me invitó a su casa y allí me regalaron un gallo de pelea, todavía muy joven. El gallo en cuestión era del tipo y color que denominaban “gallino”. De inmediato me entusiasmé con ese – un tanto – sanguinario “deporte” o competencia. Mi primo Frank y varios de sus amigos tenían gallos finos de pelea y por ello fui junto con él a varios desafíos. El problema fue que mi único gallo al que bauticé Euclides no resultó de muy buena calidad. Su nombre se debió al “algoritmo de Euclides” del que nos hablaron en clases de matemática del primer año de bachillerato. Apenas se enfrentó con un primer rival, pegó una carrera, demostrando que no servía para campeón. Gradualmente fui perdiendo el interés por esa actividad donde había que tener varios gallos, dinero para apostar y, además, pasión verdadera por ese violento entretenimiento. LAS GALLERAS Y LAS PELEAS DE GALLOS QUE RECUERDO DE MIRANDA Muy cerca de mi casa de Miranda, a unas dos cuadras escasas, había una gallera famosa en toda la región. Era un local construido específicamente para presentar las peleas de gallos “finos” de raza española, muchos traídos de Cuba o Puerto Rico. Ese local, junto con el bar y el patio para jugar bolas criollas, formaba una unidad para la diversión de hombres adultos, pero yo a veces me las ingeniaba para entrar sin tener todavía los 18 años cumplidos. La gallera tenía un espacio central circular, una especie de arena, rodeado de una baranda de poca altura, que servía de escenario para los combates - a veces a muerte - de los gallos allí llevados por sus dueños. En ese espacio circular se colocaba una jaula, dividida en dos secciones separadas, una para cada gallo que combatiría. Ella era bajada con una cuerda como si fuera una piñata hasta el suelo. Una vez colocados los dos gallos en la jaula (que no tenía piso, esto es, era abierta por la parte de abajo), se le levantaba halando la cuerda y se iniciaba el duelo o combate entre los gallos, todo vigilado por un juez que tomaba la decisión sobre quien resultaba ganador, a menos que uno de los dueños decidiera levantar su gallo y dar por perdida la pelea. Esto se hacía cuando un valioso gallo que estaba ya en muy malas condiciones físicas para seguir el combate o poder ganarlo, su dueño – reconociendo su valentía o buena raza – prefería salvarle la vida para cogerle cría. El área que rodeaba el círculo central donde peleaban esas sanguinarias aves formaba una especie de gradería que se llenaba con los espectadores y apostadores que gritaban ensordecedoramente con sus palabras de aliento a su gallo preferido, ofreciendo nuevas apuestas a favor del gallo que creían seguro ganador, etc. Una peculiaridad de tales apuestas era que ellas se hacían al viejo estilo campesino, esto es, en “Pesos” (Bs. 4). Si se decía, van cien pesos, eso significaba que la persona apostaba 400 bolívares a ese gallo. Cuando la ventaja era demasiada y el apostador sabía que ya nadie quería arriesgarse tomando más apuestas a favor de un gallo que parecía perdedor, entonces los apostadores agresivos ofrecían pagar “al partir” (aunque decían al partil) esto era, que aceptaban cobrar sólo la mitad si ganaban la apuesta, pero el otro, el que arriesgaba más por apostar a un gallo que lucía perdedor cobraría todo o el 100% de la apuesta. Antes de comenzar la riña se pactaban las mayores apuestas, especialmente las que hacían los respectivos dueños de los gallos que se enfrentarían. No obstante, en la medida que se desarrollaba el combate se pactaban diversas apuestas o se modificaban – de mutuo acuerdo - las ya pactadas. Eso sí, cuando alguien daba su palabra en una gallera eso era un pacto de caballeros, eso era sagrado. Para identificar a los gallos había un código de colores o pintas de su plumaje: Marañón, giro, zambo, canagüey (seguramente por Camagüey de Cuba), y uno muy extraño que llamaban gallino, por tener cola corta y color grisáceo parecido a una gallina fina. Esa gallera de Miranda (y sus anexos) eran propiedad de Lucho Ramos. Su hijo Ángel (conocido popularmente como Tiburón) se encargaba del bar y el patio de bolas, pero la gallera era el dominio de Don Lucho. En esa gallera tenía una gran cantidad de jaulas llenas con su “cuerda” de gallos. Una “cuerda” se denominaba a un conjunto de gallos debidamente seleccionados y preparados para los desafíos. Dichos animales eran cuidadosamente alimentados con granos enteros de maíz amarillo seleccionado, yema o amarillo de huevo de gallina, tomate y otras comidas escogidas. Casi a diario ellos eran bañados con agua limpia. También eran refrescados con un rocío de aguardiente que el gallero cuidador les aplicaba con su boca. Las plumas de sus muslos y su cuello, así como sus crestas de piel rojiza les eran cortadas totalmente y el plumaje de la parte superior del cuerpo era recortado o “tusado” dejándole completa sólo su larga cola y sus alas. Daba gusto ver al gallero o cuidador responsable atendiendo a cada uno de estos costosos animales que se cotizaban en miles de bolívares. El gallero responsable tenía sus ayudantes que limpiaban las jaulas y hacían otros trabajos menores. Una de las tareas que presencié varias veces fue como eliminaban buena parte del plumaje o como le eliminaban las espuelas naturales para que una vez cicatrizadas esas partes de las patas colocarle unas a la medida para cada combate. Se las fijaban con un pegamento especial y cinta adhesiva. Era fundamental que para aceptar un desafío los gallos tuviesen un peso equivalente y unas espuelas de igual longitud. El juez, antes de dar inicio al combate verificaba el peso de los animales y la longitud de las espuelas. Y además, las limpiaba varias veces con alcohol para evitar que le pudiesen colocar algún veneno o sustancia letal. CHILÓN Uno de los oficios de este curioso personaje era precisamente el ayudar en las tareas propias del gallero. Era un individuo de aspecto un tanto desaliñado: Barrigón, una barba de varios días, su camisa por fuera, un viejo sombrero ala corta y un palillo entre los dientes. Casi siempre lo veía pasar frente a mi casa cuando iba rumbo a la gallera de Don Lucho Ramos. Pero Chilón tenía otras facetas interesantes de su vida. Primeramente, debe recordarse, que era un hombre tenido como “misterioso” o enigmático. Si le preguntaban sobre algo, le gustaba dar un largo rodeo verbal, de tal manera que su respuesta no era clara sino “misteriosa”, como decían los del pueblo. Y fue por eso que muchos usaban un término derivado del nombre del curioso personaje. En Miranda se usaba el término “achilonamiento” como sinónimo de algo enrevesado, misterioso, complicado adrede, etc. Muchos decían a la otra persona que no definía claramente el asunto: Déjate de “achilonamientos”, esto es, déjate de vainas raras. CHILÓN “DEPORTISTA” Inspirado en ese personaje yo escribí hace varios años un cuento que envié a un concurso literario auspiciado por el diario deportivo MERIDIANO de Caracas. Dicho cuento lo publiqué posteriormente junto con otros dos, en un librito titulado Tres Cuentos, Tres Generaciones y Un Solo Pueblo: ONOTO10. Pues bien, para ese cuento utilicé algunos de mis recuerdos sobre Chilón, el deportista. Estaba yo muy muchacho (tenía más o menos unos quince años) cuando asistí a un juego de béisbol en un improvisado campo deportivo situado cerca de la entrada-salida de Miranda, cerca de la carretera panamericana o “autopista” y de las últimas casas de la urbanización Banco Obrero. Allí posteriormente se instaló todo lo correspondiente a un estadium elemental: Una cerca, tribuna central, gradas laterales, etc.; y se le bautizó como estadio “Chilón” Figueredo. Un domingo en la mañana, hubo allí un candeloso encuentro entre el equipo de Miranda - cuyo nombre oficial era Miranda BBC (o sea Miranda Béisbol Club - o Miranda Base Ball Club) - y el de los visitantes, un equipo del vecino pueblo de Montalbán. El equipo mirandino tenía un excelente pitcher o lanzador de nombre César Ojeda, un nativo del pueblo que había interrumpido sus estudios de medicina y estaba trabajando como profesor en el liceo de Montalbán. Por cierto, años después pudo terminar sus estudios y se graduó de médico. Además del tremendo pitcher que ponchó a muchos jugadores contrarios, nuestro equipo contaba con otros buenos jugadores como Numa Colmenares (conocido como “el negro Monagas”, el mismo que irónicamente maldecía al presidente Monagas por libertar a los esclavos) quien jugaba en el short stop, el muy gordo Néstor (Nestico) Latouche como cátcher (o queche), Emilio Latouche, un catire “a juro” y dientón (de apellido Lajaste) que jugaba primera base, Noel Sánchez (Ala de Pollo); “Pico mocho” Marvez y otros más que no logro ubicar después de tanto tiempo. 10 Tres Cuentos, Tres Generaciones y Un Solo Pueblo: Onoto. Caracas, H. G. Editor, 1999. Puede leerse en nuestra página web (www.nfghistoria.net) y hay una nueva edición en Cuadernos Unimetanos (Nº 27, Caracas, Universidad Metropolitana, 2011 (pp. 37-45) El resultado fue una gran victoria para nuestro equipo, que ese día estrenaba sus vistosos uniformes de color gris con números y letras rojas que identificaban a cada uno. Pero los mirandinos, no contentos con darles una paliza deportiva con muchas carreras de ventajas y haber dejado ponchados a innumerables jugadores contrarios con las súper rápidas rectas y difíciles curvas de nuestro pitcher, los despidieron con gran pita, gritos insultantes y algunas piedras contra su autobús. Tuvieron que intervenir los jugadores vencedores para controlar y regañar a los más salvajes que tan mal nos hacían quedar con los visitantes. Aunque – como lo sabíamos – todo ello era debido a una tradicional enemistad entre los dos pueblos. Los mirandinos no soportaban que teniendo Montalbán menos población y movimiento económico, y además, aislada como la “ciudad perdida” lejos de la carretera principal, fuera la que nos controlara como capital del distrito, con su concejo municipal. Para entonces no existían las alcaldías autónomas. Todo esto es para recordar que ese día me enteré que Chilón también era una antigua gloria deportiva mirandina. Por ello se le concedió el honor de lanzar la primera bola en ese juego notable, cuando se estrenaban los uniformes que usarían en lo adelante los jugadores de nuestro equipo Miranda BBC y se anunciaba – además - que ese peladero que servía de campo de juego sólo marcado con largas líneas de cal se llamaría en el futuro estadium <<Chilón Figueredo>>. Tarde me entero del origen del nombre Mientras era un muchacho en Miranda nunca me imaginé que ese nombre de Chilón tuviera algún significado especial. Muchos años después, mi cuñado Ricardo Ilgrande – gran conocedor de los griegos antiguos - me comentó que quien le puso ese nombre a ese individuo semi folklórico de nuestro pueblo debió ser una persona culta, pues ese nombre de Chilón era el de un personaje griego cuyas características correspondían (guardando las distancias) con el que llevaba el alias que le atribuyeron a Francisco Figueredo (QEPD). OTRA HISTORIA QUE RECUERDO: La cena para “mano sucia”. Cuando yo era muy niño, recuerdo que una noche llegó a la hora de la cena un humilde campesino que llevaba negocios con mi papá. El pobre hombre estaba muy apenado cuando se dio cuenta de lo inapropiado de la hora de su llegada. A pesar de todo mi papá lo tranquilizó y le dijo que se quedara a comer con él y después hablarían. Mi papá le avisó a mamá que le trajeran de comer y rápidamente agregaron un plato con caraotas y arroz, arepas, carne y además quedaba parte de lo que papá no comería como pollo, puré de papas y otras cosas. A pesar de tener todas esas comidas frente a él, este se limitó a comer el plato de caraotas, algo de arroz y una arepa. Mi padre le insistía que se sirviera de las otras cosas pero él se limitó a lo básico. Una vez terminada su cena, el campesino – que tenía las manos muy sucias y no se las había lavado antes de comer – sacó un sucio pañuelo donde llevaba unas monedas anudadas y preguntó a papá cuánto le debía por la comida. Extrañado, mi papá le contestó que se le había invitado a comer y que nada debía pagar. Fue en ese momento cuando comprendimos porqué el pobre hombre no se había servido carne, pollo y otras finezas que estaban en la mesa; el infeliz creía que le íbamos cobrar la cena y él, posiblemente, no cargaba mucho dinero. Esa historia, esto es, la historia de <<mano sucia>> como siempre lo recordábamos, nos sirvió en adelante para significar que no debemos ser tan mercantiles en nuestras relaciones. Por ejemplo, cuando muchas veces yo me quedaba varios días en casa de María Elena y para no ser una carga económica me le aparecía con un mercadito, ésta me decía jocosamente, recordando al invitado de aquella noche: Mano sucia, ya volviste a traer todo lo que te vas a comer, mira que no estamos tan mal de situación. LLEGAN LOS ISLEÑOS A MIRANDA Hubo una época (hacia los años sesenta, cuando yo iniciaba el bachillerato) que nuestro pueblo recibió muchos inmigrantes de las islas Canarias, casi todos dedicados a la siembra de papas. De esos grupos hubo uno que se instaló a vivir casi enfrente de nuestra casa – y otros - venían a trabajar allí algunas veces. En la vieja casa alquilada a Don Pancho Villa, depositaban los huacales de semilla de papas (traída de Canadá) y otros insumos necesarios (abonos químicos, insecticidas, fungicidas), y además allí vivían sus trabajadores fijos o “mozos” venezolanos. Me hice muy amigo de uno llamado Luciano, quien vivía allí con otro hermano menor y su mamá (la señora Teodosia) encargada de hacerle la comida a todo ese gentío. Estos, Luciano y su familia, eran negros “aindiados” de El Tocuyo, estado Lara. Para mi sorpresa, la alimentación de estos isleños y sus trabajadores venezolanos incluía mucho gofio en el desayuno y otras comidas. El plato principal lo denominaban “rancho” (al estilo militar) y consistía en una especie sopa o menestrón con garbanzos, papas, carne picada, etc. Lo acompañaban con arroz amarillo pintado con “Carmencita”. Pasaba horas observando cómo preparaban la semilla de papas cortando cada una de ellas en trozos que incluyeran un “ojo” por lo menos, donde después aparecía un retoño que al sembrarlo daba origen a una nueva mata de papas. Los acompañaba a los sembradíos y a las sucesivas etapas que culminaban en la cosecha y despacho de los camiones cargados de sacos de papa fresca. Hice varios paseos con mi nuevo amigo Luciano quien me llevó en su bicicleta Raleigh hasta Paso Real y haciendas cercanas. También conversaba mucho con la señora Teodosia y con los isleños encabezados por un catire a quien ellos llamaban “Macho”. Este tenía un hermano llamado Amado que vivía en Aguirre. Además, estaban los conocidos como los “Frijoles”. Uno de ellos, de nombre José Gregorio Hernández (al que ya antes describí) se deleitaba haciéndome enfurecer con sus comentarios sobre mi hermana Marina. Decía que él se quería casar con ella para no trabajar más y vivir de su sueldo de maestra. A mí no hacía ninguna gracia ese tipo de juego pesado, no obstante, quiso el destino que José Gregorio “Frijol” de verdad se enamorara y terminara casándose con Marina para formar una sólida familia con varios hijos y nietos. Un viaje a Maracay y otro a Caracas: Cuando yo estaba muchacho tuve la oportunidad de asistir a una corrida “bufa” de toros en Maracay. En el espectáculo presentaron – si mal no recuerdo al famoso Mario Moreno <<Cantinflas>> y a otras figuras como Simón Díaz. Allí torearon unos novillos sin darle muerte, por supuesto, pues la corrida era más bien de las llamadas “bufas” donde uno se divertía muchísimo con las actuaciones llena de comicidad. Fui acompañando a mi hermana María Elena, invitada por Antonio Toro y su esposa nuestra tía Mariucha. Esa primera visita a la <<Maestranza de Maracay>> fue mi primera experiencia taurina. Sólo después de muchos años, en plena campaña electoral del candidato presidencial Enrique Salas Römer (1998) tuve la oportunidad de asistir a una verdadera corrida de toros en la plaza de toros de Mérida durante la conocida <<Feria del Sol>>. También durante una campaña presidencial del Dr. Rafael Caldera (creo fue la de 1963) viajé con gran número de paisanos mirandinos (incluyendo a tía Mariucha) a oír al líder en su famoso mitin del Nuevo Circo de Caracas, que era una plaza de toros pero también se utilizaba para reuniones políticas. En ese mitin me impactó la afinada coreografía que se hacía en toda la concentración. Después se comentaba que ella la dirigió el entonces líder juvenil copeyano José Ignacio Cadavieco. Este, colocado bajo el espacio de la tarima principal manipulaba unas luces y otras señales para coordinar cuando aplaudir, gritar determinadas consignas, hacer sonar pitos y maracas, etc. Todo ello combinado con luces y música le daba al mitin una animación poco común. VIAJES CON PAPÁ, JESÚS Y ALBERTO Hubo varios viajes o paseos con papá. En cierta manera los hijos varones (aunque menores que varias de nuestras hermanas) tuvimos ciertos privilegios en eso de disfrutar de esos paseos o viajes a los cuales no las llevaban a ellas. Las mujeres para entonces estaban como marginadas, incluyendo a mi mamá. Recuerdo especialmente tres actividades: Un viaje a Valencia a disfrutar de la presentación de una zarzuela; asistencia a un gran espectáculo de acrobacias aéreas en la base militar de Palo Negro; y finalmente, la asistencia – varias veces – a la fiesta anual de fin de cosecha en la empresa tabacalera CATANA, en Maracay. El viaje a Valencia, para asistir a una gala musical en el Teatro Municipal de esa ciudad lo hicimos en un automóvil de mi hermano Jesús. Fuimos mi papá, Jesús y yo. También se agregó el amigo melómano Benjamín Pérez y otro más que no recuerdo. La zarzuela fue la bella pieza <<Luisa Fernanda>>. Esa obra le gustaba muchísimo a papá y ya la habíamos disfrutado oyéndola en discos de acetato reproducidos en el toca discos (picó) de nuestra casa de Miranda. Por cierto, tenía mi padre una gran colección de estas obras musicales españolas, y como ya anotamos en otra parte de estas memorias, tenía mi padre muchos discos de zarzuelas, música clásica europea (Bach, Beethoven, Mozart, etc.) y otros géneros de música culta. Una vez en el teatro, ocurrió que no pudimos sentarnos todos juntos, y fue así que mi padre, sentado a mucha distancia, se volteó hacia nosotros (Jesús y yo), y colocando sus manos como embudo, al mismo tiempo señalando hacia un muchacho parecido a mí, pegó un grito con gruesa voz: <<¡ah Jesús! ¿Aquel no es Polón? >> Jesús se hacía el distraído para que no supieran que la cosa era con él pero eso fue peor porque entonces papá repitió varias veces su llamado. Ese llamado – imitando la voz y gestos de papá - fue repetido siempre como “mamadera de gallo” durante muchos años, y todavía, mi sobrino José Gregorio Araujo, casi como un saludo me repite: ¡Ah Jesús! ¿aquel no es Polón? Eso de asistir a conciertos o presentaciones de buena música no era algo nuevo para él. Ya desde que era un joven con buenos ingresos económicos, le gustaba mucho viajar a Caracas y asistir a las presentaciones de varias obras musicales ofrecidas por compañías españolas que hacían giras internacionales. Papá siempre nos contaba de esos viajes cuando se hospedaba en un céntrico hotel de la ciudad, denominado <<Guimerá>>. En ese hotel dormía y comía mientras durara la temporada a la que se “abonaba”. Aprovechaba también para hacer sus compras, especialmente de discos, partituras musicales y libros. Algunas de estas cosas las regalaba a su Maestro Carlos Fuentes. Asistencia a un gran espectáculo de acrobacias aéreas en la base de Palo Negro: Tendríamos Alberto y yo más o menos entre trece y quince años cuando fuimos con papá, viajando un domingo en autobús hasta Palo Negro, estado Aragua. Durante el viaje, era costumbre que el colector que cobraba a los pasajeros solicitara el nombre y apellido de cada uno para asentarlo en una lista. Como cosa curiosa, cuando a mí me preguntaron, yo – siempre correcto – respondí: Napoleón Franceschi. Pero mi hermano Alberto, siempre irreverente y jodedor respondió: “Pedro Freites”. Este, por cierto, era el nombre de un bodeguero de Miranda al que conocíamos desde niños. Lógicamente papá no se enteró de esa respuesta albertera porque estaba sentado algo distante de nosotros. Una vez llegados a la base aérea Libertador en Palo Negro – estado Aragua - pasamos un día maravilloso observando las increíbles acrobacias de los pilotos en sus aeronaves. Hubo de todo: formaciones a gran velocidad, caídas en picada, destrucción con explosivos de blancos distantes, vuelos con grandes salidas de humos de todos colores, saltos en paracaídas, etc. Creo que además de pilotos venezolanos había invitados extranjeros. En fin, todo fue inolvidable, aunque Alberto estaba viajando de incógnito bajo el alias de Pedro Freites. La fiesta anual de fin de cosecha en la tabacalera CATANA, en Maracay: Cada año – al final de la cosecha de tabaco y del proceso de entrega de la producción debidamente horneada o secada – la compañía CATANA con la cual mi papá tenía un contrato invitaba a todos sus relacionados a celebrar. Esa fiesta donde se servían grandes cantidades de bebidas alcohólicas, refrescos y comidas variadas se cerraba con discursos de los jefes de la empresa y del gremio de los cultivadores de tabaco (UNCULTA). Igualmente se presentaba un animado espectáculo artístico: Música venezolana, animadores como Simón Díaz y otros más. Se pasaba un día de completa diversión rodeados de amigos y colegas cosecheros conocidos de papá. Generalmente en esas fiestas no había muchas mujeres. Sólo contadas esposas o mujeres-empresarias se veían allí. Y por supuesto, papá sólo se hacía acompañar de sus hijos varones, casi siempre Jesús (que trabajaba con él) y yo que era el varón presente siempre en casa. Ya que como sabemos, Domingo estuvo en otros ambientes, y Alberto, casi igual. Visitando presos en la antigua sede policial mirandina En los tiempos en que la prefectura y la comandancia de policía local funcionaban en la vieja casa de dos plantas (la única que para entonces había en el pueblo) fui en dos oportunidades (a pesar de ser solo un niño) a visitar dos presos. El primero que recuerdo se trataba del señor Aparicio, antiguo enfermero y partero, un hombre pacífico, religioso y bondadoso; quien también fue nuestro vecino durante varios años, como ya contamos. “Don Aparicio”, como todo el mundo lo llamaba, tuvo una inexplicable pelea e hirió a Juan Miguel Piñero, antiguo Jefe Civil de Miranda quien estaba acompañado de su hijo Miguel. Me tocó ver en un área de la prisión a los Piñero y en otra sección (separado prudentemente por las autoridades) estaba el señor Aparicio. Aunque conocía muy bien el carácter de los Piñero, ellos eran nuestros vecinos y siempre tuvimos gran estima por la servicial y solidaria Mery, gran amiga y comadre de mi mamá. Entre las otras hermanas de Mery, estaba Luisa (quien varias veces me dio clases como maestra suplente) y Chila y Araceli que hasta estudiaron con nosotros. Los varones menores eran mis contemporáneos: Freddy y Julio. La sufrida Misia Carmen, llevaba la cruz de un marido difícil. Por otra parte partía el alma ver al señor Aparicio, herido también y muy triste, tal vez pensando qué pasaría con su familia. Creo que al final el asunto se resolvió sin mayores complicaciones legales, pues el señor Aparicio salió libre al igual que los Piñero. En otra oportunidad fui al área de los calabozos de la comandancia de policía y su patio donde los presos conversaban con sus familiares y amigos que los iban a ver. Allí estaba recluido un hombre conocido por muchos con el nombre de “Visita” pero que en realidad se llamaba Visitación (no recuerdo su apellido). A este sujeto lo venía tratando por varios años porque tenía una venta de carne de cerdo, lo que se llamaba “una pesa”. Yo no solamente le venía comprando la carne de cada día, igualmente él me compró varios cerdos criados en el chiquero situado en el solar de nuestra casa, en los cuales éramos socios mi mamá y yo. Esa particular relación de negocios me hizo tomarle aprecio a Visita y por ello lo fui a visitar mientras estuvo preso por haber participado en una riña con arma blanca. MIS PRIMEROS ENCUENTROS CON LA POLÍTICA Desde que tuve “uso de razón” – como antes se decía – en mi casa y en toda la familia éramos copeyanos, esto es, seguidores del partido COPEI. Mi papá, un hombre muy conservador en política, siempre recordaba que estuvo entre los primeros fundadores del partido Social Cristiano COPEI en Miranda. Es más, a menudo recordaba una terrible experiencia ocurrida cuando el Dr. Rafael Caldera visitó a nuestro pueblo en la campaña electoral de 1947. En ese entonces mi papá tenía una buena motocicleta (Indian) y sirvió de “mosca” o escolta de honor al automóvil de Caldera, cuando por sorpresa – desde el solar de una casa le lanzaron una gran piedra que cayó sobre el guardafangos de la moto, muy cerca del auto del líder copeyano. Contaba papá que por poco no le cayó sobre su cuerpo, cosa que hubiera sido fatal. Lo tragi-cómico fue que después se supo que uno de los que había ayudado a lanzar la gran piedra había sido su amigo Efraín Salvatierra - quien después sería mi padrino. Este era adeco y quedó muy preocupado que por su culpa hubiera su futuro compadre pasado ese susto. Efraín – en su descargo – decía que él no sabía que Caíco iba a ir de asomado adelante en su motocicleta, que ellos solamente querían darle una lección a esos copeyanos. Lógicamente esos hechos los conocí sólo de oídas, por los cuentos de los mayores. Lo que si viví y tengo recuerdos fue de la vida política posterior a 1958, ya en plena democracia contemporánea. Como decía, toda la familia era copeyana y visceralmente anti adeca. Mi tía Mariucha y su esposo eran los jefes locales del partido. Posteriormente éste, Antonio Toro, llegó a ser diputado a la Asamblea Legislativa de Carabobo y Secretario General Regional del partido COPEI durante varias décadas. En una de las campañas electorales – creo que fue la de 1963 – el Dr. Caldera visitó Miranda y pernoctó en la casa de mi tía Mariucha. Esta arregló un cuarto especial, con baño nuevo, etc. – y además – le ofreció una buena cena al candidato y a toda la comitiva. Como mi papá estaba entre los invitados, yo pude acercarme y ver muy de cerca al Dr. Caldera mientras departía amablemente con sus anfitriones de Miranda. Además de esa visita de Caldera recuerdo las visitas de otros personajes a nuestro pueblo. Cuando yo era niño visitó el pueblo el Presidente Constitucional Rómulo Betancourt (1959-1963). Éste se detuvo unas horas y comió en la casa de Don Gonzalo Pinto, de una honorable y muy tradicional familia mirandina. Ese día – por mera curiosidad – me acerqué lo más que pude a la puerta de la casa de los Pinto y pude ver de cerca a Rómulo al subirse a un gran auto negro. Aunque me sentía como “cucaracha en baile de gallinas” por estar rodeado de todo el adecaje del pueblo, calladito lo observé todo. También en campaña electoral, visitó a Miranda el legendario líder de URD Jóvito Villalba. En ese entonces ese partido no tenía muchos seguidores en Miranda, su local no era como el de Acción Democrática o el que tenía COPEI, que eran casas muy grandes. La sede de URD era una especie de pequeño local comercial con una puerta hacia la calle. Allí se reunía el escuálido grupo, entre los que estaba, curiosamente, nuestro primo Fico Bonavita Franceschi (hijo de tía Pola). Pues bien, cuando Jóvito visitó a Miranda también me acerqué y pude ver a un señor blanco y muy calvo. Este al salir del pequeño local con toda su gente (unas veinte personas) saludó a los curiosos que estábamos en la calle. Y en ese momento, creo que fue mi primo Fico quien gritó muy fuerte: “¡Viva el Dr. Jóvito Villalba!”, y como respuesta sólo se oyó un pequeño murmullo: “¡Viva!”. Ese grito de Fico y la inaudible contestación fue motivo de muchos chistes y burlas por parte de los “mamadores de gallo” del pueblo. Además de esos líderes históricos de AD, COPEI y URD (Betancourt, Caldera y Villalba) pude ver de cerca otra figura que fue el ex presidente de la Junta de Gobierno de 1958, el vicealmirante Wolfgang Larrazábal. Este fue a Miranda cuando posteriormente fue candidato del partido Fuerza Democrática Popular (FDP) cuyo emblema era el timón de un barco sobre un campo azul y plata. Tuve la oportunidad de ver a este simpático y sencillo hombre público mientras conversaba con su gente en la casa del FDP. Para deleite de los presentes alguien le trajo un cuatro y el marino ofreció una de sus canciones. Tal cosa le parecía ridícula a muchos pero le granjeaba también mucha simpatía del pueblo sencillo que le admiraba por ese estilo llano. Pudiera decirse que la primera formación política que tuve fue consecuencia del ambiente familiar copeyano, donde a cada momento se descalificaba a los líderes de AD con burlas de todo tipo. Especial tirria le teníamos a dos humildes dirigentes adecos el “Mocho Pernalete” y el “Mocho Heriberto” (al primero le faltaba una oreja, y al segundo, una mano y parte del antebrazo). Se hacían chistes sobre sus discursos a propósito de la Reforma Agraria iniciada en 1960 con el gobierno de Betancourt. Decían que Pernalete gritaba: “teneremos tierras, teneremos tratores y quienes los maginen” (SIC). Otro discurso memorable que siempre se recordaba fue el dado por una adeca que intentaba dar un pequeño discurso y sólo atinó a decir esto: “Acción democrática, democrática por su acción, ¡¡viva Acción Democrática!!” A estos dos célebres “mochos” tuve la oportunidad de darle la terrible noticia del atentado al presidente Betancourt. En efecto, cuando apenas minutos antes habían radiado la noticia y casualmente salí a la calle, venían caminando los dos jefes adecos. De inmediato, yo de “asomado” creyendo que ellos ya sabían todo les dije: “¡Y de casualidad no mataron al hombre!”. Ante ese comentario mío estos me contestaron, que a que me refería, y yo con secreto gozo les dije que las radios estaban encadenadas dando la noticia del atentado con un carro bomba en Caracas (24/06/1960). De inmediato, estos se devolvieron muy apurados hacia el local del sindicato adeco situado hacia la zona del barrio del cementerio a reunir a los seguidores. Mientras estudié en los liceos de Nirgua y sobre todo en Valencia milité en la JRC o Juventud Revolucionaria Copeyana, Mientras estuve en Valencia participé en las luchas estudiantiles y después en Caracas. Eso lo anotaré en otra sección de mis andanzas. ME ANUNCIAN COMO ORADOR EN UN MITIN A FAVOR DE LUIS BELTRÁN PRIETO FIGUEROA. En la campaña electoral de 1968, ya estaba estudiando en Caracas, había roto con COPEI y era parte de la <<Izquierda Cristiana>>. Este grupo participó en la campaña electoral de Caracas bajo la tarjeta del Partido Revolucionario de Integración Nacionalista (PRIN) donde se agrupaban los restos del antiguo grupo ARS o AD-oposición, después llamado PRN (Raúl Ramos Giménez); junto con parte del llamado MIR blando (Domingo Alberto Rangel) y sectores de lo que había sido el Miquilenismo o izquierda de URD encabezada por Luis Miquilena y José Vicente Rangel. La Izquierda Cristiana contribuyó con su gente y afiches a impulsar la candidatura parlamentaria de José Vicente Rangel y la de Fernando Márquez Cairós como concejal caraqueño por la parroquia El Valle. Con esa misma tarjeta del PRIN (con la grande) se apoyaba la candidatura presidencial del Dr. Luís Beltrán Prieto Figueroa, recién enfrentado a su antiguo partido AD y fundador de uno nuevo: el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP). Tuve la oportunidad de visitar la sede sur (Prado de María) de ese partido PRIN y participar en una operación de pega de esos afiches a lo largo de la avenida Nueva Granada y otras vecinas. Un tanto asustado por tener que hacerlo a altas horas de la noche. En el caso del estado Carabobo, el grupo <<Izquierda Cristiana>> participaba en una plancha parlamentaria regional junto con el ilegalizado PCV que lo hacía bajo la fachada de las siglas de Unión Para Avanzar (UPA). Para efectos regionales usaba la Izquierda Cristiana una tarjeta con un trébol mientras que UPA se identificaba con una tarjeta con un gallo rojo. Como la gente de Prieto no tenía mucho interés en que los identificaran con los comunistas, estos, los del UPA, sólo anunciaban su preferencia así: “La chiquita por el gallo ¡y la grande… tú sabes!”. Esa era la manera de decirle a su militancia que votaran por los candidatos comunistas (y sus aliados) en las planchas para cuerpos deliberantes (Concejales, diputados y senadores), pero que debían votar por Prieto Figueroa para presidente de la república con la tarjeta grande del PRIN que lo apoyaba legal y abiertamente. Todo esto viene al caso, porque estando yo en Miranda, mi paisano, condiscípulo y amigo de entonces, Jaime Carrillo Ochoa, me pidió que hablara en un mitin convocado para apoyar la candidatura de L. B. Prieto. Ingenuamente yo dije que sí y de inmediato por todo el pueblo comenzaron varios carros equipados con alto-parlantes a invitar al mitin prietista anunciando mi participación en el mismo. Eso bastó y sobró para que de inmediato llegaran a mi casa todas mis tías Franceschi horrorizadas, algunas llorando, otras muy molestas y hasta casi suplicando que no les hiciera eso, algo que consideraban una cosa terrible: apoyar a ese antiguo adeco, sospechoso de comunista y, además, negro, feo y orejón para completar. Fue tal la presión que, desesperado, les dije que si mi simple presencia en un mitin iba a provocar una tragedia familiar les avisaría a mis amigos prietistas que no hablaría en el dichoso mitin en la plaza Sucre. Sin duda alguna fui débil al ceder ante la “lloradera” de las viejitas de la familia. Me imagino que quedé muy mal políticamente hablando, pero por la otra parte, las viejas hermanas de mi papá quedaron convencidas que “Polión” (como ellas me decían) no era tan malvado. Hasta ese entonces los únicos de la familia que no eran parte de esa cofradía copeyana eran Fico (el hijo de tía Pola y Don Andrés Bonavita) quien era un disciplinado seguidor de URD y Toussaint Morazzani (hijo de tía Carola y Pedro Morazzani) quien tenía una especie de leyenda como contestatario. Mi hermano Alberto, ya andaba en lo suyo, pero estaba lejos por tierras de Chile, durante el gobierno del Dr. Eduardo Frey Montalba, el que anunciaba una “revolución en libertad”. En esos primeros años en Miranda la gente votaba mayoritariamente por Acción Democrática, una minoría votaba por COPEI, poquísimos votaban por URD y una sola persona votaba por el viejo PCV. Ese solitario militante al que todos conocían con el sobrenombre de “el mochuelo” esperaba pacientemente a que se desarrollara el escrutinio de los votos hasta que aparecía UN voto de la tarjeta roja con el gallo. Cuando lo anunciaban, todos los presentes decían: ese es el voto del mochuelo y este respondía muy serio y en alta voz: ¡A mucha honra! En décadas posteriores la cosa sería distinta. Por ejemplo, ya no fue sólo lo del aluvión de votos por Prieto en 1968, también – hacia 1978 – Américo Martín obtuvo 800 votos en nuestro pueblo de Miranda, claro está, gracias a una buena campaña dirigida por mi hermano Alberto convertido en uno de los jefes del MIR, organizado entonces bajo el esquema de vanguardia abierta, y siendo Alberto con su ala trotskista jefe del MIR en Carabobo. Gracias a ello logró salir electo diputado al Congreso nacional. LOS ESTUDIOS Al igual que todos mis hermanos tuve la dicha de nacer y crecer en una familia relativamente estable y unida. Y creo también que todos los que desearon estudiar lo hicieron sin mayores limitaciones. Antes de entrar a la escuela primaria en Miranda asistí por unos meses a un “Kinder” regentado por la señorita Aura Brito (contemporánea y buena amiga de mi hermana Libia). Esta nos atendía en su casa, adonde cada uno, desde el primer día, debió llevar una sillita de cuero para sentarse. Allí en esa casa pude jugar con otros niños y niñas de mi edad. Una de las niñas que recuerdo se llamaba Hermelinda Manzo, hermana de las maestras Enriqueta y Alicia Manzo, así como de varios varones unos de mi edad y otros mayores. Mi mayor recuerdo de la niñita Manzo tuvo relación con las características de su silla. Mientras las de todos los demás eran de cuero de ganado con el pelo muy corto, la de ella tenía una cubierta de piel con una larga pelambre. Nos daba mucha risa, nos maravillaba esa silla tan peluda. El padre de estos muchachos era don Miguel Matías Manzo, del que también se pueden contar muchas y graciosas anécdotas. Una muestra la veremos en una parte o anexo donde reunimos una gran cantidad de anécdotas. Ese grupo infantil dirigido por la dulce Aura Brito nos hizo pasar meses felices, jugando, cantando, oyendo cuentos sentados sobre nuestras sillitas. EN LA ESCUELA PRIMARIA En mi caso, hice mis estudios iniciales fundamentalmente en la Escuela Daniel Mendoza situada al lado de la <<Plaza Sucre>> del pueblo de Miranda. Curiosamente, durante muchos años, no había allí en el pedestal colocado en el centro de dicha plaza una estatua de Antonio José de Sucre sino un busto del Precursor Francisco de Miranda. Cada vez que pasábamos por las oficinas de la Junta Comunal podíamos observar, en un rincón, el busto del Gran Mariscal de Ayacucho esperando que se corrigiera la equivocación. Tuvieron que pasar varias décadas para que se instalara el busto de Antonio José de Sucre en la llamada Plaza Sucre y el de Francisco de Miranda en una nueva placita a la entrada del pueblo. Además de ese entuerto del busto colocado en la plaza, cada día – al hacer la fila en el patio de la entrada - observábamos que nuestra “Escuela Daniel Mendoza” exhibía en su frente un gran letrero que decía “Grupo Escolar Generalísimo Francisco de Miranda”. Esas extrañas situaciones – la de la estatua cambiada y el nombre de la escuela - no las entendí bien cuando sólo era un niño vestido con mi uniforme de guardapolvo o pequeña bata de color blanco, preocupado de que el director, el Bachiller Gustavo Gutiérrez, se fijara en mi pantalón sucio (con manchones de grasa de mi vieja bicicleta) y me devolviera para la casa. Cursé 1º, 2º, 3º y 4º grado en la Escuela Daniel Mendoza donde para ese entonces asistíamos puros alumnos varones. Ya en 5to Grado tuvimos la oportunidad de asistir a la “Escuela Dr. Simón Arocha Pinto” – plantel al que asistían sólo las niñas de 1º a 4º grado. Allí en el 5to grado pudimos integrarnos – por vez primera - con alumnas, hasta que al ser promovidos al 6to grado volvimos a nuestra escuela Daniel Mendoza a cursar (varones y hembras) juntos el último año de nuestra educación primaria, bajo la tutela de la severa y excelente maestra Misia Justa Pino de Pérez, hija del también célebre maestro Don Faustino Pino y antigua esposa del conocido carpintero Agustín Pérez. Tuve la suerte de que casi todas mis maestras fuesen excelentes docentes. En Primer Grado me atendió la maestra Pilar. Ella no sólo nos enseñó muy bien a leer y escribir, también recuerdo todavía las hermosas canciones infantiles (El ratoncito Miguel), cuentos y otras cosas. Nos acompañaba los sábados a limpiar el salón de clases, encerar el piso, y lo más divertido, pasearnos a gran velocidad sentados nosotros sobre una pieza de “tela de coleta” y ella halando un extremo de la tela mientras nosotros gritábamos alegres disfrutando el paseo. En esa época había la obligación de trabajar de lunes a viernes, con clases en la mañana y la tarde, con un periodo de descanso a mediodía para ir a la casa a comer y reposar. Los días sábado sólo se realizaban actividades especiales durante la mañana: Limpieza de los salones, reuniones de docentes, actividades deportivas, etc. Seguí en segundo grado bajo la dirección de la señora Etelvina Martínez, en tercer grado con Dilia Oñate (esta no me dejó buenos recuerdos con sus maltratos). Ya en cuarto grado tuve otra maestra que si fue gratamente inolvidable, mi maestra Aura Ramos. Aura no sólo fue nuestra vecina de toda la vida en la casa de Miranda, hermana de uno de mis mejores amigos de la infancia (el ya fallecido Freddy Tejeda), madrina de mi hermana Chela y – posteriormente – la esposa de nuestro paisano, colega y amigo Miguel Ángel Pinto Salvatierra. Fue además una maestra que me enseñó mucho y me dejó recuerdos tan hermosos como el de confeccionarme mi primer disfraz de carnaval. Aura, que era también desde entonces una gran costurera, me hizo un súper colorido traje de payaso (verticalmente mitad amarillo y mitad rojo), con grandes motas de estambre sobre los broches de cierre desde el cuello hasta la cintura, una gran peluca hecha también de estambre y un elaborado maquillaje sobre mi cara. Ese día sentí por vez primera el sabor de la pintura de labios y pude ver mi cara llena de colores, quedando muy diferente al serio niñito de siempre. En el gran desfile de carrozas tuve el honor de ir (vestido como payaso) acompañando a mi maestra bellamente disfrazada de mariposa con grandes alas cosidas a las mangas de su traje. Fuimos toda una sensación ese día, aunque no ganamos ningún premio. Ese año – que coincidía con el triunfo de la revolución cubana iniciada en la Sierra Maestra - mi antiguo compañero de estudios y amigo de la infancia, Jaime Carrillo, ganó el premio con su disfraz de Comandante Fidel Castro. El Quinto Grado, como ya dije antes, lo hicimos en la Escuela Dr. Simón Arocha Pinto. Tuve allí dos experiencias agradables, estudiar con niñas – muy lindas algunas – y tener como maestra a una excelente y dulce docente, Bienvenida Monsalve de Marval. Era comadre de mi mamá y ella y sus otras hermanas (Célica y Antonia Cecilia) habían sido grandes amigas de mi madre desde sus días de juventud. En esa escuela la directora era nuestra prima Ángela Bonavita Franceschi, conocida por todos como la “Maestra Nela”. No puedo decir que tuviese ningún tratamiento especial o acercamiento de este “familiar”, como ella acostumbraba referirse a quienes tuviesen algún parentesco con ella. Simplemente sabía yo que ella era la hija de nuestra tía Pola (Paulina Franceschi de Bonavita) y ella, seguramente sabía que el catirito de la fila de quinto grado era hijo de su tío Caíco, más nada. Terminada con éxito mi experiencia de ese penúltimo grado de escuela primaria volvimos a nuestro plantel Daniel Mendoza. Entre los varones estábamos mi primo Ángel Francisco Franceschi Montagne (Frank), Leonte Ortega, Jaime Carrillo, Ángel Augusto León, Leonardo Ortega, Esteban (no recuerdo su apellido), Félix Ríos, Jesús Acevedo, Juan Vicente Mirabal, José Luís “piquiña” Pacheco (hermano natural de Ninive Rodríguez), Raulito León (hermano de Noemí León), Pipo Ojeda (el hermano de Madrecita) y un muchacho de nombre Julián al que todos llamaban <<el polero>> por venir de una escuela de Caracas y usar una larga bata blanca parecida a las que llevaban los vendedores de helados o “polos”, bata muy diferente a nuestros guardapolvos del mismo tamaño a una camisa normal. Varios de esos compañeros varones los tuve como condiscípulos desde el primer grado, y con dos de ellos, Félix Ríos y Jesús Acevedo me había peleado más de una vez, aunque yo era muy pacífico tuve que defenderme de su agresividad. Continuamos con nuestras compañeras incorporadas recientemente desde quinto grado, entre ellas Elizabeth Marín (hija de la maestra Olga de Marín y hermanita mayor de Maritza), las hermanas Lidia y Gloria Quintero (hijas del célebre Ramón Quintero), Ninive Rodríguez (hermana mayor de Elenita y Aída), Noemí León, Nelly Marinelli (QEPD), Alesia Pinto, María Auxiliadora y Doris (no recuerdo sus apellidos), las hermanas Ofelia y Rosita Bañes y otras más. Ninive, cuyo nombre lo pronunciábamos sin el acento en la primera “í” era muy admirada por todos los varones. Su nombre – que al principio tampoco sabíamos era el mismo de una famosa ciudad de la antigua Mesopotamia – terminó pocos meses después en la semana de carnaval convertido en “Ninive I” reina del carnaval. Una coincidencia fue que en ese año (sexto grado) hicimos un dibujo de Mesopotamia que guardé mucho tiempo en mi cuaderno. El dibujo que supuestamente representaba a ese territorio entre los ríos Tigris y Éufrates y que se dividía en dos secciones (Asiria y Caldea) lo tracé como la figura de un huevo cuyos bordes eran los mencionados ríos con sus extremos cerrados. La maestra como única corrección le marcó con su pluma unas rayitas para abrir esos extremos de la figura. Me tocó en suerte acompañarla como su “Rey Momo”, pareja o escolta oficial en su trono de reina. Fui escogido por ella y la maestra considerando que mi estatura era la adecuada, simpatizábamos bastante, y además tenía disponible un traje oscuro, la corbata y los otros elementos necesarios. Creo, si mal no recuerdo, que ese flux me lo habían comprado para el matrimonio de mi hermana Libia. Lo único que no tenía era un sombrero alto o de “pumpá” y me lo fabricó de cartón y forró de negro mi antigua maestra Aura. Una terrible limitación la descubrí el mismo día de la fiesta de carnaval. Todo marchó muy bien mientras lo único por hacer fuese ir al lado del trono de la reina y saludar junto con ella desde la carroza que encabezaba el desfile por las calles del pueblo. Lo doloroso fue cuando llegamos a la escuela y empezó el baile. Yo me quedé petrificado, parado como un tonto, y todo, sencillamente, porque no sabía bailar. En ese momento quería que me tragara la Tierra cuando quedé solitario al lado del trono de la ingrata reina que con otros bailaba - sin parar - pasodobles, valses, guarachas, cumbias, joropos, merengues, boleros y los interminables mosaicos, bloques o potpurrí de las canciones bailables de moda, interpretados por la <<Sonora Miranda>>, conjunto formado fundamentalmente por los hermanos Sumoza, mejor conocidos como “Los Patojos”. Ese día me prometí obligar a mis hermanas a que me enseñaran a bailar, aunque, según ellas, era yo un caso perdido. Me ponía tieso y no había manera de que siguiera el ritmo. <<Flux de Casimir>> Eso de tener “un flux de casimir” – como dije – fue uno de los aspectos que consideró mi maestra Misia Justa Pino para proponerme como <<Rey Momo>> o escolta de la reina. Y a propósito, ella tenía una anécdota parecida a esta y que conocí años después. Me contaron en Miranda que en una oportunidad le preguntó a su vecino y amigo Andrés Colmenares lo siguiente: ¿Andrés, tú tienes flux de casimir? – a lo que un tanto molesto respondió el señor Colmenares, afirmativamente, ¡Claro que si Doña Justa! – y entonces, ella sin inmutarse le respondió: Es que tengo acá las tarjetas de invitación para el matrimonio de mi hija. Los mal hablados del pueblo utilizaban esa pregunta cada vez que querían fastidiar a alguien. Le preguntaban al interpelado ¿Tú tienes flux de casimir? Por cierto esas hijas de doña Justa no eran muy agraciadas que digamos, y los deslenguados del pueblo, considerando el aspecto de su pelo alisado las llamaban las “concha de coco”. OTROS DETALLES SOBRE LOS PATOJOS - O MÁS BIEN - LA <<SONORA MIRANDA>> Este grupo musical fue parte fundamental de la historia de nuestro pueblo de Miranda. Aunque su nombre oficial era el de <<Sonora Miranda>> todo el mundo los conocía con el nombre un tanto despectivo de “los patojos” o “los patojitos”. (Recordemos que patojo era sinónimo de campesino afectado por el paludismo y el hambre que lo hacía ver pálido, flaco y con mal aspecto). Además de los cuatro hermanos Sumoza (recuerdo los nombres de Gregorio y Antonio) que tocaban el bajo, la bandolina, el cuatro y la guitarra (creo que el del bandolín o bandolina era al que llamaban Antonio el Taturo); había en el grupo otros músicos como el célebre Miguel <<El Chivo>> que tocaba el bongó y un raro instrumento (formado por una caja sonora con unas lengüetas metálicas), también su hijo Miguel Ignacio Jiménez ejecutante de un tipo de guitarra denominada Tres o tiple, muy buena para marcar el ritmo. Otros instrumentos eran una batería de tambores, timbales, platillos. Además, maracas y charrasca o güiro, esos últimos casi siempre tocados por los cantantes. Uno de ellos, con muy buena voz pero que por su cara manchada llamaban <<Mortadela>> y otro – de apellido Marvez – pero que todo el mundo llamaba “Pico Mocho”. Durante una época o por poco tiempo, mi buen amigo y contemporáneo Leonte Ortega se incorporó al grupo y tocaba la batería. Casi siempre hacía de presentador del grupo el conocido Jesús Fuentes, pues estaba acostumbrado a recorrer las calles de Miranda anunciando a través de grandes cornetas montadas sobre un vehículo las novedades cinematográficas para cada noche (era lo que llamaban un perifoneador). Jesús Fuentes, como señalamos en otra parte era quien preparaba los rollos de película y las proyectaba en el Cine Principal. Muchas fiestas en el club (Centro Social y Deportivo Miranda), en los carnavales, fiestas patronales y otros eventos eran amenizados por estos músicos que interpretaban ritmos bailables al estilo de las orquestas de Billo, los Melódicos, Orlando y su combo, etc. Igualmente, y ese era su fuerte, tocaban viejos pasodobles, valses, joropos, pasajes. Daba gusto oír los acordes del célebre <<Taturo>> Sumoza con su bandolín (acompañado de sus hermanos con el bajo, la guitarra y el cuatro) cuando interpretaba los viejos valses venezolanos, entre ellos: Conticinio, Adiós a Ocumare, Geranios y él del maestro Carlos Fuentes llamado “Cine Miranda”. A mí y a muchos de esas generaciones pasadas nos parecía que eran grandes músicos y por ello los oíamos con respeto. Nunca aprobé que algunos los tomaran como objeto de burlas, por ser supuestamente algo “pasado de moda”. A pesar de romper un poco el hilo cronológico, al adelantarme varios años, es momento de relatar algo que me pasó con “Los Patojos” durante mi juventud. Tanto los admiraba que estando yo estudiando bachillerato en Valencia (1965-1967) le hablé a mi nuevo amigo y camarada José Vitale, quien trabajaba en Radio Valencia, sobre lo maravilloso que sería darles una oportunidad de presentarse en un programa de esa emisora. Yo conversé con los músicos y quedamos en que yo les avisaría el día y la hora para una presentación en vivo en <<Radio Valencia>>. No obstante, la presentación no pudo hacerse por un malentendido. Un buen día - sin yo haberles confirmado la invitación, con día, hora y programa donde los presentarían – ellos sorpresivamente se “aparecieron” una noche en la emisora. Y por supuesto, como nadie del personal que estaba en ese momento en la estación sabía del asunto, simplemente les dijeron que lo sentían pero que así no podían presentarlos. Todo ese “papelón” produjo un impase conmigo, pues los músicos y – sobre todo – el transportista que los había llevado a Valencia me reclamaban a mí como si yo hubiese sido culpable de algo. En fin, esto me produjo una gran desazón personal, me sentía mal porque ni había logrado presentarlos en la radio (como yo deseaba) y el transportista pretendía que me hiciera responsable de una deuda que ni remotamente podía yo pagar con mi única fuente de ingresos: Mi papá apenas me daba 10 Bs. – para pasar la semana en Valencia, pues según él no requeríamos más, teniendo la cama y la comida asegurada en una residencia estudiantil donde vivíamos de lunes a viernes. EL LICEO Terminados mis estudios en la escuela primaria, y como entonces no había liceo en Miranda, tuve que hacer parte del bachillerato en la cercana ciudad de Nirgua y culminarlo en Valencia. Para inscribirme en el liceo <<Dr. Heriberto Núñez Oliveros>> de Nirgua, estado Yaracuy, un día fui solo en autobús hasta Bejuma y me saqué mis primeras “fotos de estudio”. Para mi sorpresa, durante varios años dejaron una copia de ellas en una vidriera del negocio y mis paisanos y amigos me comentaban siempre: “te vimos en Bejuma” refiriéndose a mi sonriente foto con un gran remolino de amarillo cabello en mi frente. Entonces no sabía si sentirme orgulloso o avergonzado de estar como modelo asomado allí. Otra cosa que está asociada a ese viaje a Bejuma fue mi primera experiencia comiendo solo en un restaurant (el San Rafael). Creo que fue en ese viaje cuando tuve la oportunidad de probar la salsa de tomate (kétchup). No era común usar esa salsa en los hogares mirandinos de entonces. La probé ese día y desde entonces siempre me ha fascinado agregársela a un par de huevos fritos con lo amarillo blandito. Tal vez (aunque no estoy seguro) la había probado antes de esa oportunidad, al consumir “Perros calientes” vendidos durante las fiestas patronales del pueblo. Días después, mi papá fue conmigo hasta Nirgua - sólo la primera vez - a inscribirme en la institución. Desde entonces arregló con su compadre y gran amigo Don Chucho Latouche para que me sirviera de representante ante el liceo. Esa, creo, fue la única vez que mi papá se ocupó directamente de algo en ese sentido. El amable compadre Chucho (era padrino de mi hermana Marina) vivía enfrente de la plaza Bolívar de Nirgua, y su casa de habitación y su farmacia o “Botica” anexa estaban situadas muy cerca del liceo. Don Chucho asistía a las reuniones de padres y representantes y recibía el boletín de calificaciones en cada lapso. Para él ello no implicaba mayor problema, pues sus propios hijos también eran alumnos del mismo liceo. Como estaba “libre y de mi cuenta”, por primera vez solo y en otra ciudad durante todo el día, no me fue muy bien que digamos en ese primer año de bachillerato. Aunque también me reprobaron varias asignaturas en 2º y 3º año. Para ese entonces, y con apenas 13 años de edad, no comprendía del todo la desventaja que significaba estudiar en un liceo donde casi ninguno de los profesores era docente especializado y graduado. Recuerdo que había uno que nos daba matemática y educación física (aunque era muy gordo) de apellido Gil, otro (de apellido Guédez) nos enseñó Historia Universal en 2º año y física y matemática en 3º. El Bachiller Gustavo Gutiérrez, quien era el Director de la Escuela Daniel Mendoza (donde yo estudié mi primaria) fue nuestro profesor de Geografía de Venezuela en 3º. Y un ex sacerdote - Guillermo Parra Lares (antiguo párroco del pueblo de Salom y gran amigo de mi papá) fungía de profesor de Historia de Venezuela. Este, además, era el Director del liceo. Había otros que también ofrecían cursos varios, por ejemplo, uno – de apellido Meléndez - que nos enseñaba castellano y literatura y además geografía universal, otro de nombre Gustavo Pernía que nos enseñó y aterrorizó con sus lecciones de inglés (1ro – 2do y 3er año) y al mismo tiempo atendía – a los varones – en Educación Física de tercer año. Finalmente, recuerdo a una venerable anciana, Nieves de Entrena, antigua maestra de escuela y dirigente política local. “Misia Nieves” (así la llamaban), que tenía en su haber su participación en la Asamblea Nacional Constituyente de 1947, nos atendía en los cursos de “Formación Social, Moral y Cívica” de 1º y 2º año, así como en el curso denominado Manualidades, donde prácticamente hacíamos lo que nos diera la gana. La pobre viejita se ponía a dictar unas lecciones en el curso de Formación Social, Moral y Cívica a las que nadie parecía prestar atención. Me parece oírla todavía con su voz gangosa: “La familia punalúa es una donde…” (y de inmediato la interrumpían) ¿Cómo dijo misia Nieves? ¿Familia qué? Y ella repetía con mucha paciencia: “familia punalúa…” Me parece mentira, pero todavía recuerdo eso, y al buscarla en Internet aparece toda una extensa explicación sobre esa vaina de la “familia punalúa”. O sea, que Misia Nieves sabía algo. De todos esos profesores que nos atendían sólo había dos que eran señalados como auténticos profesores graduados. Una era una bella profesora de Biología de nombre Aurora Venero, que viajaba casi todos los días desde Valencia en su elegante automóvil Chevrolet Impala 1960. Esta profesora era idolatrada por mi inseparable amigo ya fallecido Freddy Tejeda. Él la devoraba con su mirada cada vez que la veía y hablaba mucho sobre ella. Otro, que si estaba establecido en Nirgua, era un docente de origen panameño. Este último, el brillante, metódico y duro profesor de apellido Calvo nos enseñó en el curso de matemática en 2º año y los Biología y Química en 3º. En cierta manera, como vemos, algunos de mis fracasos iniciales no sólo los causaron mi posible desaplicación para los estudios y la entonces evidente inmadurez. Una parte del problema era el empirismo e improvisación de muchos de nuestros maestros. Hubo otros, como el de Educación Artística de segundo año del que no recuerdo siquiera su apellido, aunque si su aspecto de tipo blanco, alto y con una “bien administrada” cara de bolsa. Creo era maestro en el Grupo Escolar Francisco Javier Ustáriz de Nirgua, pues allí lo vi varias veces cuando íbamos a almorzar en el comedor escolar de esa institución. Después de tener que “reparar” asignaturas reprobadas en primero y segundo año, terminé mi último curso y tuve que hacer planes para continuar en Valencia porque ese modesto liceo de Nirgua sólo ofrecía el primer nivel o ciclo básico de Educación Secundaria: 1ro - 2do y 3ero. Para ir cada día a Nirgua debíamos tomar en Miranda un autobús a las 6,30 de la mañana, ese “Transporte Escolar” (manejado por un señor gordito de apellido Vásquez, al que todos llamaban “el paisa”) era enviado por la gobernación de Yaracuy. Ese transporte nos llevaba a los alumnos del pueblo de Miranda (aunque éramos del estado Carabobo) junto con los de Hato Viejo, Los Manires, El Vigía, Corumbo, Madera, Salom, Talla y otros pueblos y caseríos cercanos del estado Yaracuy. El regreso era hacia las cinco de la tarde, y a veces en la noche. Como debíamos estar demasiado temprano en la ruta del transporte casi siempre desayunábamos por nuestra cuenta en Nirgua. Degustábamos unas ricas arepas rellenas de carne mechada u otro condumio por apenas Bs. 0,50 c/u, y un par de huevos fritos costaba Bs. 1,oo. Como me daban tres bolívares diarios para comer yo pedía - a veces - unos huevos fritos y dos arepas con carne mechada. Procedía a echarle la carne mechada sobre mis huevos fritos, les agregaba kétchup y me daba un banquete. Pedía un café con leche pequeño (0,25), y por todo gastaba apenas bs. 2,25. Y todavía me quedaba plata. ¡Que tiempos aquellos! A veces, aplicaba una viveza de mi parte. Me levantaba más temprano, calentaba algunas sobras de la cena y me las comía como desayuno para así guardar la mayor parte del dinero asignado. Para ganar tiempo, hacía algo que sorprendía mucho a mi mamá: Me sentaba en la poceta del baño a hacer mis primeras “necesidades” de la mañana y comía al mismo tiempo con mi plato de comida recalentada sobre mis piernas. El almuerzo (como ya dije) se nos suministraba gratuitamente en un “Comedor Escolar” oficial junto con los niños del “Grupo Escolar Francisco Javier Ustáriz” de esa población. Muchas veces resultaba una verdadera tortura ingerir ese almuerzo. La comida era abundante y muy bien balanceada, tal como era entonces de rigor. Incluía un bollo de pan de trigo, un vaso de leche, ensaladas, carne de res, pollo o pescado; granos, arroz, frutas, etc. El problema era que tanto yo como la mayoría de mis compañeros no estábamos acostumbrados a esa comida. En los pueblos, y aún en medio de las familias de cierto nivel, se comía un copioso desayuno con arepas acompañadas de algunas o varias de estas cosas: caraotas fritas, huevos, hígado molido, tajadas de plátanos, queso, aguacate, etc. Era lógico que el almuerzo fuese una especie de merienda: Unos plátanos horneados, pan de trigo y café con leche u otra cosa no muy elaborada. Por esa razón la cena era consumida muy temprano hacia las cinco de la tarde - y generalmente era un plato de caraotas negras (u otro grano como frijoles, quinchonchos, caraotas rojas o pintadas) acompañado de arroz blanco y algún “salado”, esto es, un trozo de cochino frito, carne de res, pollo o pescado salado. Entre las actividades interesantes que tuvimos el primer año fue la asistencia de todo el grupo del liceo de Nirgua a un encuentro deportivo en San Felipe, la capital de Yaracuy, ciudad que yo no conocía. Allí se realizó un campeonato y después nos llevaron al Hotel Yurubí, donde nos bañamos en la piscina, almorzamos, etc. Entonces nunca me imaginé que unos veinte y pico años después me mudaría (1984) a un edificio en Caracas con ese mismo nombre: <<Yurubí>>. En Nirgua no sólo estudiábamos, también nos divertíamos mucho haciendo pequeñas excursiones a bañarnos en “La Represa”, un pozo de un río cercano. También reuniéndonos a bochinchear sentados en los bancos de la Plaza Bolívar, observando con pasión los cuerpos de las compañeras de liceo cuando usaban sus pantaloncitos para educación física y deportes, enamorándonos de las muchachas del pueblo, jugando pelota y hasta fugándonos de clases para venirnos “en cola” más temprano y no tener que esperar hasta venir en el transporte escolar empezando la noche. Mis compañeros habituales para venirnos en cola eran Jaime Carrillo y Ángel Augusto León, conocido como “La viga”. A veces, un isleño de nombre Manolo nos traía en su camioneta. Mi amigo Freddy Tejeda (QEPD), se hizo pana de este y otros isleños dueños de negocios en Miranda y Nirgua (Panadería y pastelería Los Canarios). Posteriormente este Manolo trató - sin éxito - de entablar un noviazgo con María Elena mi hermana. APRENDIENDO A BAILAR Una de las cosas más interesantes de nuestra vida estudiantil en el pueblo de Nirgua fue asistir a varias fiestas bailables. Al principio sufrí mucho pero lo fui superando. En una de las primeras fiestas (una de carnaval) me atreví a sacar a bailar a una joven. Antes de hacerlo le pregunté a uno de mis asesores musicales si ese era un bolero para no tener mayor dificultad, contando con la lentitud de ese ritmo. Mi malvado amigo - Leonte Ortega - me entusiasmó diciéndome “aprovecha que ese bolero puedes bailarlo facilito, sólo debes hacer como si estuvieras dando pasitos cortos”. Mi tragedia fue que efectivamente bailé más o menos la parte del bolero, pero lo que ignoraba era que terminado ese fragmento continuaba de repente una súper rápida guaracha, empatada con cumbia, paseíto, porro, chachachá y vainas parecidas. Había pasado por alto que lo que había empezado no era un simple bolero, era lo que se denominaba un “Mosaico” o potpurrí de canciones de la orquesta Billo. Pobre de mí, y de mi pareja. Como decíamos, “sudé tinta” tratando de seguir algunos de los pasos de la pobre muchacha que debió sufrir aquel martirio y los muchos pisotones que le di. Cuando terminó aquel calvario y regresé al lado de mis compañeros, estaban todos, empezando por el malvado Leonte, riéndose y esperándome con gritos. Me decían, ¡¡viste que si puedes!! – y sin embargo - no me atreví a sacar a bailar a más nadie esa noche. Esos traumas logré superarlos practicando con mis hermanas y metiéndome a cuanto baile podía en barrios del pueblo de Miranda. Era un asiduo asistente de los que se denominaban entonces “bailes orilleros”. Tanto buscaba yo la “orilla” (esto es los barrios) que uno de mis primos (Franklin Dorta) me bautizó “Olas del mar”, por aquello de que siempre buscan llegar a la orilla o playa. El origen de ese “chalequeo” o mamadera de gallo de mi primo fue que en unas fiestas de diciembre, una muchacha de servicio que trabajaba en casa de mi tía Checa (madre de Franklin) me delató, cuando a ella le reclamaban haberse perdido por varios días sin cumplir sus obligaciones. La muchachita le dijo, “yo solamente no soy una parrandera, fíjese que su sobrino Napoleón amaneció en el mismo baile donde estábamos anoche.” Casi todos los fines de semana nos íbamos – mi grupo de amigos, entre ellos Leonte Ortega, Jesús Sánchez (el Chácharo), Freddy Tejeda (Mano de tigre) y otros más - y yo (por supuesto) a buscar cualquier fiesta. No importaba que no estuviéramos invitados. Nos parábamos en la puerta de la fiesta, y apenas nos reconocían, de inmediato éramos invitados a pasar adelante. Generalmente en casi todas esas fiestas alguien conocía a nuestros padres y ese era el pasaporte para ser invitado en el acto. No solamente nos hacían pasar adelante, sino que hasta le quitaban la pareja a cualquiera que estuviera bailando para que le hiciéramos “el honor” de bailar con ella. Curiosamente en esas fiestas populares, abiertamente, no se repartía nada (comidas o bebidas) entre la asistencia general. Sólo los escogidos por el dueño de la casa eran “llamados aparte”, generalmente hacia la cocina, a tomarse un trago de licor barato (a veces a “pico de litro”) y en ciertos casos, un plato de sancocho o “hervido” en la madrugada. Esa era la manera como esta gente agasajaba a quienes veían como gente importante y apreciada por ellos. En realidad apreciaban a nuestros padres, pero igual, nos aprovechábamos de ello para bailar hasta la madrugada. Fue así que logré aprender a bailar de manera aceptable. Después continué mi aprendizaje con las muchachas amigas del Club o “Centro Social y Deportivo de Miranda”. Allí logré que me dijeran que bailaba más rápido que una lavadora. EL PRIMO FRANK SE FUE A ESTUDIAR PARA AGUA BLANCA (ACARIGUA, ESTADO PORTUGUESA) Debo recordar que mi entrañable primo y condiscípulo Ángel Francisco Franceschi Montagne (Frank o el Copetón como lo llamaba mi papá) había estudiado conmigo desde el primer grado de primaria. Siempre estaba en la lista antes que yo y me costó entender que ello era sólo por la tiranía del alfabeto: Franceschi, Ángel – y luego, siempre después – Franceschi, Napoleón. Pues bien, cuando estábamos en primer año de bachillerato del liceo Dr. Heriberto Núñez Oliveros de Nirgua, mi querido primo decidió irse a estudiar en la Escuela Práctica de Agricultura en Agua Blanca, cerca de Acarigua, estado Portuguesa. En ese instituto trabajaba un primo nuestro, Herman Olivero Franceschi (hijo de su tía Carola Franceschi Sanguinetti). Él y otros compañeros, como mi amigo Matilde Avelino López (“Tilino”, de Hato viejo) se fueron y se graduaron en tres años con el título de <<Perito agropecuario>>. Extrañamente, mi papá aunque era agricultor y hasta me llevó una vez a visitar ese instituto no me entusiasmó a que me fuera a esa escuela y abandonara el bachillerato. Desde entonces, sólo hubo un Franceschi en la lista de asistencia. Varias bellas muchachas Otra cosa que recuerdo gratamente fue mi embobamiento con varias muchachas del liceo: Las bellas hermanas Granadillo, del pueblo de Salom, (Migdalia y Alba) y María Marinelli, hermana menor de Nelly y Aura Aída (nativas de Miranda). La muy seria Nelly (QEPD) había estudiado conmigo en 5to y 6to grado pero se fue a estudiar a Valencia en un instituto medio de Trabajo Social. Su hermana menor, era lo que se llamaba una catirrueca, esto es, muy catira, delgada y algo pecosa, me atraía mucho. Ella conversaba mucho conmigo pero era inaccesible en lo concerniente a “empatarse” con alguien. Para entonces, estaban de cerrado luto por la muerte de su papá el célebre “catire Marinelli”. A este muy serio señor lo conocí de “lejitos” pues tenía una pequeña finca colindante con El Taque. El papá de este “Catire” era un anciano conocido como Don Pedro Marinelli. Era famoso por su gran fortaleza física, su habilidad como jinete, herrador de bestias, etc. Era muy gentil – especialmente con las damas y le gustaba contar las historias de cuando supuestamente había trabajado en la construcción del canal de Panamá. Era muy afable y conversador, a mi me llamaba “musiuíto” (al igual que lo hacían otras personas del pueblo). Las muchachas Marinelli tenían también unos hermanos varones, uno de ellos se fue a estudiar a Argentina y allí militaba en grupos de izquierda cuando el gobierno dictatorial (eso fue en tiempos cuando yo ya estaba en la UCV, 1968-71) casi lo “desapareció”. Hubo campañas a favor de su libertad y regreso a Venezuela. Y si mal no recuerdo, su vida fue salvada por esas campañas y pudo regresar después. Buena parte de eso lo conocí por quienes en la Universidad de Carabobo (mi hermano Alberto entre ellos) se movilizaron. A María Marinelli no la volví a ver hasta varios años después de esos felices días del liceo de Nirgua. Ya trabajando como Profesor del Instituto Pedagógico, ocurrió que en una oportunidad fui invitado al liceo “José María Vargas” de La Guaira a dar una conferencia sobre la importancia de la “Historia Local y Regional”, y para mi sorpresa, estaba ella entre los asistentes pues trabajaba allí como profesora de historia. Ella era Licenciada en Educación mención Ciencias Sociales egresada de la U. C. – y estaba terminando su maestría en Historia en la USM de Caracas. Pasado cierto tiempo, me visitó en el Pedagógico de Caracas pues fue a darme un pésame. No recuerdo exactamente si fue por la muerte de mi papá (1989) o si fue por el fallecimiento de mamá (1993). Cumplido el deber, conversamos sobre qué habíamos hecho y sobre proyectos futuros, entre otros, me habló de su trabajo de grado en proceso. Después de esa vez no supe más de ella. Además de las muchachas nombradas antes, había otras de Nirgua que me gustaron: Las hermanas Soledad y Maritza Ferrer (hijas del secretario del liceo), Zully Moreno, Omairita (hermana de Ligia una que le gustaba a Leonte) y otras más. Una muy especial fue una de nombre muy sugestivo: Eros Castillo. Eros vivía en Salom cuando empezamos a estudiar en Nirgua. Apenas la conocí mucho me gustó y hablábamos como “amiguitos”. Pero de inmediato se atravesó en mis planes un idiota de Miranda – Alberto Pinto – mucho mayor que yo. Este comenzó un extraño noviazgo que duró muchos años. Creo nunca se casaron. Posteriormente Eros y su familia se mudaron a Miranda y allí la visitaba como amigo de la familia, pues una tía solterona y su mamá me apreciaban y atendían muy bien. Después, se fue a Valencia, terminó su bachillerato y estudió Derecho hasta graduarse de abogado. Tengo entendido que nunca se casó, aunque sí tuvo una hija. La mamá de Eros, una amable señora de nombre Victoria tenía también dos hijos varones, uno bajito al que llamaban Chichí, y otro más blanco y alto al que llamaban Nacho. Este último se graduó como oficial de la Guardia Nacional e hizo su carrera militar. Recuerdo que cuando mis hermanas Carolina y Gisela estudiaban en la ULA de Mérida lo veían a menudo por estar destacado allí para entonces. Casi fui oficial de la GN Cuando ya terminaba el tercer Año de bachillerato hice planes para inscribirme en la Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación (EFOFAC). Para entonces se admitía a los aspirantes con el tercer año de bachillerato aprobado. Me había preinscrito después de escuchar una charla ofrecida por representantes de la Guardia Nacional en nuestro liceo. Ya casi había olvidado el asunto de la EFOFAC cuando un día se apareció en Miranda un grupo de guardias nacionales solicitándome y al verlos me morí del susto creyendo que me buscaban por otra cosa. Me tranquilicé cuando me aclararon que sólo venían a recordarme la fecha del examen de admisión en la escuela de Caracas. En realidad ya había decidido que no iría a esa escuela o a ningún otro instituto militar, alertado - o mejor dicho espantado - por mi hermano Alberto, recién salido de una experiencia – no muy grata – en un liceo militar de Caracas, el denominado Gran Mariscal de Ayacucho. Este hermano mayor, Alberto, siempre experimentó, desde muy joven, cómo era el mundo fuera de Miranda. Apenas era un travieso niño de unos diez años cuando se fue a estudiar el Cuarto Grado de educación primaria en un Seminario católico en Caracas. Mi primer viaje a Caracas fue precisamente con mis hermanas Libia y María Elena a visitar al hermanito que supuestamente vestiría los hábitos religiosos y daría la comunión a sus padres, como decía en sus conmovedoras cartas a la familia. Después nos confesó que eso lo escribió porque las cartas eran revisadas cuidadosamente antes de salir hacia el correo. Pues bien, mi hermano Alberto no sólo pasó un año en el Seminario católico estudiando para ser cura, después de volver a Miranda y cursar su quinto grado, se entusiasmó entonces con la posibilidad de irse interno a una escuela granja en El Mácaro (Turmero, estado Aragua), allí cursó el 6to grado y nos abrumaba después con sus cuentos fantásticos sobre todo tipo de cochinos, aves, cultivos, etc. Pasada esa temporada de entusiasmo agrícola bajo la guía de un profesor y paisano nuestro de Miranda (el Profesor Páez, a quien todos conocían como Chilico) decidió incorporarse a la carrera militar. Con la ayuda de Héctor Franceschi Marcano, oficial del ejército venezolano, casado con nuestra prima Elia Franceschi Dorta y padrino de mi hermano Francisco (QEPD), pudo ingresar al Liceo Militar Gran Mariscal de Ayacucho de Caracas. Allí cursó solamente el primer año de bachillerato pues parece que tampoco ese era su destino. Cuando regresó en sus primeros días libres vestido con su vistoso uniforme militar fue toda una sensación en el pueblo. Hasta hizo que los policías se le cuadraran y saludaran correctamente. Por eso Alberto siempre pudo ser - algo así - como un consejero experimentado, a pesar de sólo llevarme un año y pico de diferencia. Mientras yo vivía y estudiaba tranquilo en Miranda y Nirgua, siempre bajo la tutela de mis padres como niño obediente, y, según él, demasiado consentido por mi mamá, Alberto anduvo por el mundo desde los tiempos del Seminario de Caracas. UNA EXPERIENCIA COMO <<BOY SCOUT>> Para la época en que todavía no me había ido a estudiar a Valencia pude participar en la organización de un grupo de <<Boy Scout>> en Miranda. Llegó a nuestro pueblo un nativo del lugar pero que había vivido fuera cierto tiempo. Vestía el uniforme de “Boy Scout” (camisa y pantaloncitos cortos color kaki, medias largas, sombrero, correaje, cordones, insignias, etc.) y por supuesto fue la gran sensación y envidia para todos nosotros. Este sujeto (recuerdo lo llamaban Joseíto) organizó varias reuniones con el objeto de formar una tropa de jóvenes exploradores en Miranda. Otro muchacho de apellido Ramírez, también de Miranda y amigo mío, vestía también el uniforme y asistía a grupos de Bejuma y Valencia. Todos emocionados nos enrolamos de inmediato y comenzamos a reunir dinero para la compra de los uniformes. El promotor del grupo nos inició en los principios generales de la organización internacional, su historia, reglamentos, etc. De inmediato pusimos manos a la obra y mientras nos traían los ansiados uniformes participamos en varias excursiones a las montañas circunvecinas y a otras más lejanas, como fue una excursión de dos días hacia el pueblo de Temerla en las montañas de Yaracuy. Caminamos desde Miranda hasta el caserío La Guarura, subimos – dejando la carretera - y fuimos por un camino directo hasta vallecito. Nos bañamos en “Chorrerón”, unas bellas cascadas del río y llegamos en la tarde a Temerla. Pudimos dormir en las instalaciones de un trapiche de caña de azúcar en una hacienda cercana al pueblo propiedad de un señor Ojeda que tenía familia en Miranda. Al siguiente día regresamos por la vía de Salom, donde conseguimos “una cola” o transporte hasta Miranda. El final de toda esta historia fue un tanto triste y frustrante. Si bien disfrutamos mucho el aprendizaje sobre los “Boy Scout” y las excursiones, en definitiva, nunca tuvimos nuestros uniformes. Tristemente tuvimos que admitir que fuimos timados por nuestro jefe fundador. Este desapareció con el dinero recolectado y más nunca supimos de él. A pesar de todo no perdimos el gusto por las excursiones y posteriormente continuamos haciéndolas por nuestra cuenta. En una oportunidad, mi primo René Dorta Franceschi, Jaime Carrillo y otros amigos de Miranda, fuimos hasta la cumbre del cerro de “La Pericoca”, dormimos allí y al día siguiente llegamos al cerro La Copa. Desde esa alta cumbre carabobeña bajamos a pie hasta Montalbán. Lógicamente, regresamos en automóvil desde ese pueblo hasta Miranda. Debo recordar que buena parte de mi entusiasmo por los paseos hacia las montañas, se lo debí a las historias que mi padre me había contado. Papá me relató muchas de sus andanzas, desde las que hacía casi todos los domingos cuando era un joven hacendado y se hacía acompañar de uno o dos peones que le cargaban su equipaje: Una “victrola” con un gran set de discos con música bailable, un acordeón, hamaca y mucha comida o “bastimentos”. Él sólo cargaba con su escopeta y una buena provisión de cartuchos aunque en realidad jamás cazaba animales. Esas correrías de fin de semana lo llevaban hacia los caseríos vecinos de la hacienda familiar <<La Concepción>> en Sabana Arriba. Muchas de esas caminatas terminaban en bailes y parrandas animadas por su acordeón o por los discos de su victrola. Además de esas salidas cortas, en una oportunidad, él y un grupo de sus amigos organizaron una expedición mayor. Viajaron por la vía de Temerla, Escondido y otros lugares montañosos (donde consiguieron campesinos enfermos con paludismo y bubas). Después de muchos días de duras caminatas lograron salir a lo que se conocía como los potreros del general gomecista Félix Galaviz, esto era, en las cercanías de Urama y Morón, desde donde emprendieron el regreso en ferrocarril hasta Valencia. Papá siempre detallaba lo terrible que había sido esa travesía por intrincadas montañas hasta salir hacia la zona costera. EN LA ACCIÓN CATÓLICA Y OTRAS ACTIVIDADES (Viajes) Aunque siempre fui católico (al igual que todos en la familia y en nuestro pueblo) me entusiasmé a participar mucho más en las tareas de la iglesia local bajo el liderazgo del Padre Juan Bofelli. Éste revitalizó las actividades religiosas y sociales y nos comprometió en muchas labores, especialmente considerando las nuevas actitudes modernizadoras posteriores al Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). Esa época fue caracterizada por grandes cambios como la misa en idioma castellano y no en latín, con el cura celebrando la misa de frente a los fieles, y además, con una mayor participación de los asistentes contestando las invocaciones del sacerdote y cantando en común. Además, participábamos activamente en las reuniones y tareas de la Juventud Católica: Reparto de comida a los pobres dentro del programa <<Caritas>>, elaboración y reparto del periódico JUVENTUD, organización de peregrinaciones (Guanare, Valencia, Aguirre) y excursiones a varios lugares de Venezuela y del exterior: Maracaibo, Guayana-Caripe, Margarita, Mérida, CúcutaBogotá y otros más. Gracias a esas excursiones tuve la oportunidad de conocer todos los lugares señalados. A la única que no fui, fue a la primera, a Maracaibo, donde todavía no había puente sino unos pequeños ferrys. A Margarita fuimos navegando en un viejo ferry (el <<Virgen del Valle>>, que tardaba más de 6 horas en la travesía desde Puerto La Cruz). Conocimos la laguna de la Restinga, los castillos, la iglesia de la Virgen del Valle y otros sitios de interés. Para ese tiempo no existía zona franca ni puerto libre. La gran atracción comercial era tratar de adquirir algo de contrabando (pantalones, queso, licores, cigarrillos) y algunas perlas de la isla. Igualmente viajé a Ciudad Bolívar y pasamos el río Orinoco en una chalana desde el pueblo de Soledad pues tampoco existía todavía el bello puente colgante. En ese mismo viaje – al regresar de Guayana – aprovechamos para conocer la famosa cueva El Guácharo situada en Caripe, estado Monagas. En otro viaje, también conocí a Mérida pero no subí esa vez al teleférico, por limpio y miedoso. Finalmente, mi debut internacional lo hice con la excursión a Colombia. Fuimos hasta Cúcuta en los tradicionales autobuses contratados en Valencia. Allí se quedó un grupo que aprovechó para hacer compras y conocer ciudades vecinas como Pamplona. Otro grupo, en el que iba mi papá, María Elena y yo, pudo ir en avión hasta Bogotá. Esa fue la primera vez que subía a un aeroplano. Y fue de terror, porque era un cuatrimotor de hélices que a cada momento se elevaba y luego caía en unos tremendos vacíos. Casi vomité del mareo y el miedo. Sólo me contuvo la presencia de una muchachita de Miranda que me gustaba mucho. Ella me consolaba por mi cara verde y algunas veces se agarraba de mí, cosa que me hacía esconder mi pánico. De todas maneras, disfruté ese viaje conociendo la bella Bogotá y sus alrededores (Monserrat, Zipaquirá, quinta de Bolívar, etc.). Hicimos algunas compras, entre otras cosas un excelente traje negro de casimir o lana, muy bonito pero no muy adecuado para bailar en el clima caluroso de nuestros pueblos. En esos años, cuando apenas tenía entre 15 y 17 años, disfrutábamos sanamente de muchas actividades ligadas a la iglesia, y, también, nos enamorábamos. Recuerdo especialmente una dulce muchacha de nombre Flor que participaba del grupo Juventud Católica (femenina) dirigido por mi hermana María Elena. Yo estaba perdidamente enamorado de la niña (aunque apenas la veía a la salida de la misa) pero sufrí la más terrible frustración. Un día – de repente - me enteré que la habían enviado para Caracas. Con temor traté de indagar en la casa del tío (Sr. Linares) donde vivía cerca de la plaza Bolívar. La respuesta fue lacónica: Flor no estará más acá en Miranda, su familia se la llevó a Caracas. Esa noche me senté solitario en uno de los bancos de la plaza Bolívar, en la semi oscuridad, debajo de un inmenso árbol de Rosa-montaña. Casi lloraba desconsolado por haber sido separado de esa manera. Siempre soñé con volverla a ver y preguntarle si ella había sufrido también por esa repentina separación. Pero nunca más supe de ella. ESTUDIANDO EN EL LICEO DE VALENCIA (Estudios de bachillerato, nuevas experiencias y militancia política) Finalmente tuve que salir de la casa, por lo menos durante la semana. Aunque cada sábado y domingo regresaba a buscar ropa limpia y parte de mi mesada, entonces - ya por lo menos - experimenté vivir en una residencia estudiantil en Valencia. Los sábados (y a veces los viernes por la tarde) regresaba a la casa pero teníamos que volver a Valencia el domingo en la tarde. De lo contrario debía uno salir de madrugada y gastar más en el costo del pasaje. En contadas oportunidades lo hacíamos, avisándole a uno de los más veloces choferes de camioneta, para que nos recogieran a las cinco de la mañana. El negro Figueroa (antiguo ciclista de competencia nacional) pasaba por la casa, nos recogía y nos llevaba volando – junto con todos los asustados pasajeros que cabían en su camioneta Ranchera – hasta la propia residencia. Por supuesto, nos trasnochábamos por tener que madrugar, y además, debíamos pagar tres bolívares de pasaje, el doble de lo que se pagaba en el autobús. Por eso, lo más económico era irnos en autobús el domingo en la tarde, pagando sólo Bs. 1,50 hasta la parada de la plaza Candelaria de Valencia, y desde allí, tomar un autobús “de plaza” que costaba una locha (Bs. 0,12 y ½). De esa manera ahorrábamos el escaso dinero que nos asignaban, Bs. 10 para toda la semana. Aunque debo decir que según mi papá no necesitábamos más, pues nos argumentaba, que teníamos habitación y comida pagada. El problema – como siempre - era Alberto. Mientras yo trataba de estirar esos escasos diez bolívares hasta nuestro regreso el sábado, Alberto, en cambio, acababa con todo apenas comenzaba la semana. Su filosofía de vida la resumía en una frase: <<Dios proveerá>>. Y por ello comíamos pizza, tomaba taxis para no llegar tarde al liceo, etc. Eso de llegar tarde al liceo era algo casi permanente en él. Apenas amanecía, yo me despertaba, aseaba, vestía con mi uniforme y tomaba el desayuno servido en la residencia. Alberto, en cambio, seguía durmiendo o respondiendo semi dormido a cada una de mis llamadas con algunas humorísticas salidas. Por ejemplo, decía, estoy esperando una llamada del Papa, avísame cuando lleguen los invitados, y vainas parecidas. Cuando finalmente ya molesto le anunciaba que me iba solo para el liceo, entonces se paraba violentamente, se vestía a la carrera y corría a alcanzarme, no sin antes reclamarme por qué (supuestamente) no lo había llamado. Seguidamente – a su paso por una hedionda pescadería vecina - insultaba a su dueño por haberle hecho revolver su estómago, todavía sin desayuno. Esa historia se repetía casi a diario. Una vez en el liceo, trataba de comer algo en la cantina o cafetín. Yo por mi parte llegaba sin sobresaltos y bien desayunado a mis clases, por tanto sin tener que gastar nada. Ese primer año mío en Valencia sirvió para que Alberto me entrenara en muchas cosas: Tomar autobuses de plaza, comer en restaurantes, ir al cine, y, sobre todo, iniciarme en las actividades políticas en las filas de la Juventud de COPEI. Ese año Alberto participó como candidato a la presidencia del Centro de Estudiantes del Liceo Martín J. Sanabria de Valencia. Con su acostumbrada habilidad logró ser el escogido para encabezar la llamada plancha <<Gremialista y Popular - Demócrata Cristiana>>, cuestión que fue objetada por las autoridades del instituto pues aludía a un partido político y supuestamente ello no estaba permitido. Logramos hacer una excelente campaña pues Alberto era bastante popular y además buen orador. Hasta imitaba muy bien el estilo del Dr. Radomiro Tomic, el notable líder del partido Demócrata Cristiano chileno, cuyos discursos teníamos grabados en discos y oímos con fervor militante. Recuerdo que uno de esos discursos aludía a un diálogo entre un joven y su padre. El muchacho preguntaba varias veces sobre quienes eran lo que venían avanzando y el padre le respondía con los nombres de los grandes combates de la independencia chilena (Maipú, Cancha rayada) y concluía: Ellos son la patria, son la patria joven, gracias a Dios. En fin, aunque no ganamos las elecciones pudimos hacer un papel decoroso (segundo lugar) muy por encima de los adecos y otros grupos menores. Para ese entonces era muy difícil enfrentar y vencer a la alianza de las juventudes de los partidos MIR-PCV (encabezadas por González Padrino y Oswaldo Dilorenzo), mayoritaria en liceos y universidades públicas. En mi segundo y último año en Valencia ya no estaba con Alberto sino que viajaba con María Elena que se había venido a trabajar en una escuela de Valencia y quería seguir estudiando. Cada domingo veníamos desde Miranda en autobús y generalmente no sufríamos mayores contratiempos. No obstante podemos relatar uno entre simpático y desagradable. En una oportunidad viajábamos los dos en el autobús y todo estuvo tranquilo hasta que pasamos por Bejuma, donde había fiestas patronales (San Rafael). Subieron muchos nuevos pasajeros que venían muy alegres después de haber tomado gran cantidad de cervezas en los toros coleados de esa tarde. Además de soportar el escándalo y el bochinche de esa fauna, de repente nos dimos cuenta que todo el piso del autobús estaba inundado de lo que parecía orine y cerveza. De inmediato tuvimos que quitar del suelo todas las cosas que traíamos, pero una bolsa de papel con unos plátanos y otras cosas se había deshecho, y tuvimos que – con gran asco – sacar todo y botar la bolsa. Cuando contábamos ese incidente al primo René Dorta, éste nos contó que en una oportunidad, en esos autobuses de pueblo, sufrió los picotazos de un gallo de pelea que llevaba su vecino de asiento y que éste transportaba en una bolsa de tela con la parte superior abierta, para que el pobre gallo respirara mejor. Ya dije antes que en el liceo de Nirgua no podíamos continuar los estudios de bachillerato. Fue necesario ir a Valencia y allí me inscribí en el Liceo Martín J. Sanabria, otro liceo público que aunque no tenía la nombradía del célebre Liceo Pedro Gual, tenía un moderno edificio recién inaugurado y un excelente plantel de profesores encabezado por su Director el Prof. Gonzalo Jiménez Marrón. Acompañaban a este progresista docente un conjunto de profesores como Raúl Villarroel (nuestro padrino de promoción), los adequísimos Alfonzo Betancourt y Augusto Torrellas (Historia de Venezuela). María Luisa Hernández; quien nos enseñó Psicología, Sociología y Filosofía y era además joven, simpática y gran docente. En Literatura teníamos a Cristina Carvallo (una exquisita dama. Ya pasadita de años, pero llena de sensibilidad literaria y excelente formación en Letras); Monsieur Falcón, un brillante profesor de Latín y su esposa francesa “Madame” Falcón (Docente de los dos cursos de francés), Monsieur Rodríguez (excelente profesor de matemáticas) y finalmente, Eulalio Toledo Tovar en Historia del Arte. Casi todos eran profesores egresados del Instituto Pedagógico Nacional (después Pedagógico de Caracas). Curiosamente, cuando oí eso, no sospechaba que algún día estudiaría y sería profesor de éste. Ese profesor que teníamos en Historia del Arte era el renombrado artista plástico Eulalio Toledo Tovar, para entonces no valoramos la importancia de éste, y mucho menos, todo lo que sabía y enseñaba, paseándose entre nosotros con sus bellas láminas ilustrativas. En algunas oportunidades, hasta nos tomaba el pelo planteándonos falsas o absurdas preguntas para hacernos ver que no debíamos responder como autómatas ante dos alternativas porque, a veces, ello no significaba que una de estas fuese correcta. Curiosamente, eso lo apliqué muchas veces cuando me tocó a mí impartir clases en bachillerato, y cada vez que le jugaba esa mala pasada a los chamos me acordaba del adusto artista valenciano. A diferencia de mis estudios en Nirgua, pude aquí salir airoso de todos mis exámenes finales en julio, tanto en 4to como en 5to año. Me ayudó mucho estar con mejores docentes, tener mayor madurez y, sobre todo, estar dedicado solamente a las Humanidades, lo que realmente me gustaba. Estudiando humanidades en Valencia pude quitarme de encima la negra sombra del profesor Gustavo Pernía y sus clases de inglés, sus terribles interrogatorios y vejatorias “idas a la pizarra”, y por supuesto, ir a exámenes de reparación cada septiembre. Años después, cuando estudiaba mi postgrado en Stockton, California, Estados Unidos de América (1981-1984) y me ponía a leer, escribir o hablar en inglés no podía evitar acordarme de esa sombra del profesor Pernía. Pensaba en una dulce venganza, ir a Nirgua, buscarlo y una vez frente a él lanzarme una conversación en puro inglés recordándole nuestras viejas relaciones. Aunque soñé con ese infantil desquite, una vez que regresé no lo llevé a cabo. Ignoro, si ahora (2013) éste pueda estar vivo y lúcido todavía, como para soportar mi “vengancita”. O yo, no tan oxidado en mi dominio del inglés, después de regresar de Stockton hace casi tres décadas. Pude alejar de mí también la química, física, matemáticas y otros cursos que había que padecer si se continuaba la especialidad “Ciencias”. Terminado mi primer año de Humanidades – el llamado cuarto año de bachillerato – disfruté mis primeras y auténticas vacaciones escolares sin recibir regaños, críticas, burlas y castigos. Fue maravilloso pasar todo el mes de agosto y parte de septiembre esperando solamente cuando empezarían nuevamente las clases para irnos a Valencia. Mis hermanas, especialmente, hacían chistes de mis anteriores pifias cuando yo anunciaba antes de presentar exámenes: “Esa me la lambo” – para decir que eso estaba listo, seguro, etc. Pero después, cuando regresaba con la mala nueva del fracaso, entonces se burlaban: ¡Y entonces, te lambieron otra vez! Desde ese primer año en Valencia viví en la residencia estudiantil o pensión de la señora Celmira Orta. Allí dormíamos y hacíamos las tres comidas por 200 bolívares mensuales. Como éramos dos hermanos y, además, parientes de la dueña de la casa (misia Enriqueta Dorta, la viuda de nuestro tío François Franceschi) teníamos ciertas consideraciones especiales por parte de doña Celmira. Allí en la residencia estábamos Alberto y yo durante ese primer año. Pero como él iba un año adelantado, estaba en quinto cuando yo apenas empezaba el cuarto. Durante ese mi primer año en Valencia Alberto (como ya dije antes) fue mi gran Cicerone. Me enseñó a utilizar los autobuses urbanos, comer pizza con anchoas (en la Pizzería Sorrento) y muchas otras cosas. Era mi “cuasi representante” en el liceo, y lo más importante, me introdujo en el mundo de la política estudiantil. Para ese entonces tenía apenas la experiencia de haber participado en las actividades de la “Juventud Católica” en Miranda y era copeyano por ser parte de una familia copeyana desde los mismos orígenes del partido Social Cristiano. Nuestra familia era visceralmente anti adeca y crecimos oyendo los cuentos de cuando los adecos en 1947 le lanzaron una gran piedra destinada al carro donde viajaba el Dr. Rafael Caldera pero que le destrozó el guardafangos de la motocicleta “Indian” de mi papá. Mi tía Mariucha (QEPD) era una de las principales dirigentes de COPEI y su marido – Antonio Toro – era diputado regional y Secretario General en Carabobo. Por todas esas razones era lógico que militáramos en la JRC o Juventud Revolucionaria Copeyana. Una cosa más sobre esa pensión de la señora Celmira El primer año que viví en esa residencia, esto es, cuando estuve con mi hermano Alberto, ésta funcionó en una casona situada en la avenida Bolívar pero que tenía también una salida hacia la calle paralela que pasaba por su parte de atrás y que tenía muy cerca la vieja iglesia de San José. Cuando quedé solo el año siguiente, la señora Celmira nos avisó que debía mudarse a una casa situada en el casco central (creo era el cruce de la calle Vargas con Av. Boyacá, aunque no lo recuerdo exactamente). Nos pidió que la ayudáramos con la mudanza y así lo hicimos casi todos. Cooperamos desarmando camas, embalando todo, montando muebles, etc. – en fin – hasta fuimos varios en el camión de la mudanza que en sucesivos viajes llevó todo al nuevo emplazamiento de la residencia. Con decir que hasta me tocó ir sosteniendo a los loros que iban dentro de su jaula gritando asustados mientras todos nosotros reíamos bajo las miradas de los que pasaban y nos hacían comentarios sobre esos extraños pasajeros. Una vez instalados en la nueva casa – más pequeña que la anterior constaté que me quedaba igualmente cerca mi ruta hacia el liceo (pasando cerca del famoso botiquín <<Bar Tolo>>). También me quedaba cerca la casa de mi amigo y compañero de estudios Antonio Ecarri, así como las rutas de autobuses, la plaza Bolívar y otros lugares que frecuentaba. La señora Celmira, como ya dije antes, tenía especial consideración conmigo. Hasta me servía raciones extras y me guardaba algunos alimentos (como queso blanco) que yo traía de Miranda. Hasta me perdonó una acción violenta de mi parte. Ocurrió que a mí me molestaba mucho que si ya estaba dormido, entrase un compañero de cuarto a prender la luz y a despertarme con sus movimientos para acostarse. Había un muchacho particularmente molestoso que estudiaba hasta muy tarde y repetidamente nos fastidiaba al resto de los compañeros de habitación. Yo reiteradamente le había advertido que no importunara, que no encendiera la luz, etc., etc. Hasta que una noche....., ya cansado del abuso, salté de mi cama con una escoba en la mano y le caí a palos al bombillo como si fuese una piñata. Por supuesto, el abusador asustado no intentó hacer nada y desde ese día no intentó prender ni siquiera una lamparita que puso sobre su mesa de noche. Le hizo caso a la señora Celmira que simplemente le dijo: es mejor que no moleste de nuevo a Franceschi porque ese como que es loco y hasta te puede caer a palos a ti la próxima vez. En realidad, no recuerdo si le pagué algo por los daños que hice: Un sócate y un bombillo nuevo que le colocó un señor que le hacía trabajitos de mantenimiento en la casa. Salvo ese incidente con ese muchacho guariqueño y estudiante de ingeniería por su manía de prenderme la luz, siempre mantuve las mejores relaciones con estudiantes universitarios que allí vivían. Recuerdo que la única muchacha residente se llamaba Mireya (también guariqueña y estudiante de educación). Ella dormía junto con la señora Celmira y la hija de ésta (que tuvo varios romances secretos). Además, también dormía allí una viejita de nombre Paula que murió poco después. Doña Celmira tenía un hijo casado que vivía aparte. Este era catire y creo abogado, era dirigente de COPEI, bastante reaccionario por cierto. Entre esos varios estudiantes universitarios que recuerdo estaban los siguientes: Uno de apellido Prado que por lo chiquito le decían Pradito (estudiaba medicina), ante los chistes que le hacían, siempre repetía que “en la cama todos somos del mismo tamaño”. Otro de apellido Coronado y de origen coriano era estudiante avanzado de abogacía, otro que estudiaba – o por lo menos estaba inscrito en la facultad de economía – lo recuerdo sólo con su nombre Henry. Era un <<Bon vivant>> siempre en fiestas, parrandas - o todo el día durmiendo o echando chistes en la residencia. Había otro extraño residente de origen coriano que no estudiaba ni trabajaba, solamente pasaba las horas echando cuentos sobre su militancia copeyana, hasta improvisaba discursos donde unos imaginarios dirigentes copeyanos decían cosas sobre él y sus dotes de peleador, con puños que según él eran una “patada de mula”. No recuerdo el nombre de este alocado residente, ni tampoco el de otro copeyano de familia árabe (de apellido Gabache). Este y una hermana eran amigos de doña Celmira y la visitaban. El muchacho – un tanto alocado y reaccionario – se empeñaba en andar detrás mí porque yo era un “dirigente” de la JRC. Por lo demás, era útil a la hora de algún encontronazo como fue el que en otra parte de estas memorias relato, esto es, un choque con fuerzas adecas el día del paro nacional estudiantil en protesta por la reforma universitaria aprobada por el saliente gobierno de Leoni. Alguien parecido a este copeyano antes descrito era uno de apellido Sosa. Era particularmente paranoico y pantallero, y lo demostró ampliamente ese día del comentado “Paro Nacional”, cuando vino a alertarme sobre mi posible arresto, allanamientos, etc. – cosa que por supuesto eran sólo fantasías suyas. FORMACIÓN IDEOLÓGICA Aunque participamos en la juventud de COPEI, en realidad lo hicimos de una manera peculiar. Apenas llegué a Valencia Alberto me puso en contacto con un grupo de formación ideológica. Cada semana fui adentrándome mediante mi participación en un <<Círculo de Estudios>>, era un mundo nuevo. Semanalmente íbamos - Alberto y yo - a la casa de nuestro mentor político-intelectual: José Vitale Hidalgo, antiguo estudiante de arquitectura en la UCV. Este trabajaba diariamente como locutor en Radio Valencia y nos guió en la lectura de la obra filosófica de Maritain y otros sistemáticamente autores una católicos de avanzada. obra fundamental del Después de estudiar filósofo Jacques Maritain, continuamos con otras lecturas: Emmanuel Mounier, el Padre Louis Joseph Lebret, las encíclicas papales (sobre todo las de contenido social) y muchos otros textos que además se distribuían en una librería de Caracas, denominada <<Librería Nuevo Orden>>, ubicada cerca de la esquina de Jesuitas y otra en Valencia, pero especialmente en ventas especiales o ferias de libros en todos los eventos del partido y en la universidad. En Valencia el grupo tenía una pequeña casa que servía de depósito para los libros, para las reuniones y como sede del centro <<Humanismo Integral>>. Toda esa labor no era bien vista por las autoridades de COPEI. Nos consideraban algo así como ilusos, teóricos y sospechosos de izquierdismo. De allí surgió la disidencia expresada en la Juventud del partido con el nombre de grupo “Astronauta”, por aquello de andar por las nubes. Muchos de esos astronautas terminamos militando en la llamada “Izquierda Cristiana” surgida en Caracas cuando ya estudiábamos en la UCV a finales de 1967. Otros grupos relacionados fueron el denominado “Movimiento de Participación Estudiantil”; “Pueblo de Dios en marcha” y otros más, sobre todo, los ligados a la llamada “Teología de la Liberación”. Entre las ideas centrales que asumíamos entonces estaban la defensa de la dignidad de la persona humana y la sociedad comunitaria. Nuestro discurso giraba en torno a una sociedad “personalista” (por lo de la dignidad de la persona), comunitaria (no comunista-colectivista ni capitalista), teísta (centrada en Dios), tomista (por las ideas de Santo Tomás de Aquino) y solidaria. Mientras estudié el primer año de humanidades en el liceo Martín J. Sanabria estuve (como ya adelanté) haciendo mi aprendizaje como dirigente estudiantil al lado de Alberto quien se lanzó como candidato a la presidencia del Centro de Estudiantes. Mi hermano Alberto, ya en su último curso de bachillerato preparó su lanzamiento encabezando – como ya dije - la plancha “Gremialista y Popular - Demócrata Cristiana”. A pesar de mis posibles méritos propios, como hermano del candidato a presidente no era conveniente – políticamente - que ocupara un lugar demasiado cercano al líder o cabeza de plancha. Por esa razón, me colocaron por debajo de otros candidatos. El resultado de la elección no fue malo para nosotros pues aunque ganaron los de la plancha apoyada por el MIR-PCV y otros grupos menores, quedamos en segundo lugar por encima de Acción Democrática. El problema fue que al año siguiente ya Alberto se había graduado de bachiller y viajado a Chile a estudiar sociología y a observar las experiencias del gobierno Demócrata Cristiano de Eduardo Frei Montalba, la llamada “Revolución en Libertad.” El vacío político debí llenarlo de alguna manera. Los representantes electos que estaban de “relleno” en nuestra plancha presentaron su renuncia para que yo pudiera ascender e incorporarme como miembro principal (Secretario General) del Centro de Estudiantes. Fue así que asumí crecientes responsabilidades gremiales y partidistas. El mayor reto tuve que asumirlo cuando se convocó una “Paro Nacional Estudiantil” en protesta por una reforma legal universitaria auspiciada por el saliente gobierno de Raúl Leoni. La protesta, lógicamente, la dirigían fundamentalmente los grupos de Izquierda que entonces lideraban las federaciones de centros universitarios, las federaciones de estudiantes de educación media y otras organizaciones. Los jóvenes copeyanos inicialmente anunciaron que apoyarían el paro nacional pero a última hora se nos llamó a desligarnos totalmente de esa protesta pues COPEI consideraba peligroso, políticamente, hacer causa común con esos grupos de izquierda, tradicionales enemigos del partido. Tuvimos que enfrentarnos a la propia dirección regional copeyana y seguimos adelante con la lucha pues ya habíamos comprometido nuestra palabra. Durante las actividades del paro “me cubrí de gloria”, acompañado de los más importantes líderes estudiantiles del MIR-PCV, hablé en los portones de los principales liceos de Valencia y - ya en la tarde – la FCU y el Centro de Estudiantes de Derecho cuyo presidente era el camarada demócrata cristiano Agustín Pérez Celis me invitaron a dar un discurso en la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo. Allí, con gran audacia, me lancé a hablar en contra del gobierno que pretendía limitar o liquidar la autonomía universitaria con la reforma reglamentaria, le agregué además algunos comentarios contra las dictaduras. Específicamente mencioné el caso de la Junta Militar Argentina que ahogaba en sangre a su pueblo y cerraba las universidades. Culminamos el día visitando las instalaciones del liceo nocturno (José Rafael Pocaterra) que funcionaba en el mismo edificio sede del Liceo Pedro Gual. Allí la cosa estuvo peligrosa porque un grupo violento defensor del gobierno trató de agredirnos cuando pedíamos a los estudiantes que se plegaran a la protesta. Al final, como vieron que no estábamos precisamente huérfanos de apoyo, cambiaron su actitud y solicitaron conversar conmigo. Para mi sorpresa, el jefe juvenil adeco sabía quién era yo y muy amablemente parlamentó para que no ocurriera ningún hecho que lamentar. Pasada esa emergencia del día del paro tuve que pasar el trago amargo de ser llamado a la oficina del director de nuestro liceo. En la reunión el profesor Gonzalo Jiménez Marrón con suaves modales pero muy firme nos amenazó con una expulsión y hacer venir a nuestros representantes debido a los daños causados a casi todas las cerraduras del liceo. Por supuesto que yo nada tenía que ver con ese sabotaje realizado - según había visto - por gente muy curtida en esas tareas, es decir, gente de los grupos de izquierda ligadas a las acciones violentas de todo tipo. Aunque el director sabía muy bien que muchachos “copeyanitos” (como nos llamaban despectivamente) solamente éramos cómplices muy accesorios (o tontos útiles), él debía cumplir con su deber de amonestarnos. Al final, nada pasó de allí. Ya con suficiente pedigrí ganado en esas luchas estudiantiles y con mayor formación ideológica ganada en círculos de estudios y talleres de discusión política se decidió que debía encargarme de la Secretaría Regional de Educación Media. Su anterior titular, Rodrigo Penso (después convertido en dirigente del MAS, de la CTV y recientemente del Fadess o “Frente autónomo en defensa del empleo, el salario y el sindicato”), organizó la respectiva convención para oficializar el cambio. Además fuimos escogidos como delegados para asistir a la Convención Nacional de la juventud copeyana reunida en Mérida. Por primera vez viajé a un congreso de este tipo y participamos en muchas actividades políticas y sociales: Plenarias, grupos de discusión, conferencias y además varias fiestas con bellas estudiantes de la ULA, invitadas especiales para departir con los delegados. Uno de los festejos creo recordar que fue en un hotel llamado Belenzate. Como ese año no pudimos realizar nuevas elecciones para renovar el Centro de Estudiantes del liceo de Valencia me mantuve como parte fundamental de la vieja directiva, apoyada con la elección de nuevos delegados de curso. En mi curso de Humanidades gané la elección como Delegado y derroté a mi único contendor – y gran amigo – Antonio Ecarri. Este (que antes había sido “urredista”) fue apoyado por los pocos estudiantes de izquierda del salón y hasta por los tres adecos de la sección, el jefe Luís Arráez y dos hermanos de apellido Mustafá. Mi fortaleza principal fue el grupo de las mujeres, mayoritario en Humanidades. A pesar de esa “derrota” electoral siempre nos mantuvimos en muy buenas relaciones, estudiábamos juntos para los exámenes, iba a su casa y allí su mamá y una tía me atendían con gran cariño, era invitado a comer, etc. Entre las casas de compañeras de clases que Antonio y yo visitábamos a menudo estaba la de las hermanas Lavite. Allí estudiábamos, nos obsequiaban ricas meriendas y el señor Lavite (su amistoso padre) nos contaba muchas historias y graciosas anécdotas de cuando él había trabajado en la gobernación del Estado Cojedes, en los tiempos del llamado trienio democrático iniciado en 1945. Mucho recuerdo todavía su cuento sobre un ignorante representante de la autoridad que convocó a su despacho a un intelectual y lo acusó de estar conspirando. Supuestamente le dijo: tengo “infórmenes” de eso. A lo que el aludido contestó, eso es falso, esos son “chísmenes” (SIC). Al desmentirlo de esa manera se burló del que hablaba y el infeliz no lo notó. Otro relato gracioso era sobre alguien que fue al despacho de la máxima autoridad regional a solicitarle que “tomara medidas urgentes” puesto que él había “raspado” (sexualmente) a su novia, a la hermana de ella y a la madre de ésta. El gobernador, sin dejarlo seguir con su relato, se levantó violentamente de su asiento y puso el trasero bien pegado hacia la pared, al tiempo que le decía: bueno, ya yo tomé mis medidas, ahora tome usted las suyas porque ese señor lo va a matar. DESCUBRIMIENTO DE MI MIOPÍA EN VALENCIA Mucho antes de caer en cuenta que era miope - cuando ya vivía en Valencia - yo leía mucho y siempre con los ojos pegados al libro, periódico u otra cosa que leyera. En mi casa creían que ello era por mi gran interés en la lectura. El caso fue que descubrí mi creciente miopía cuando fui por vez primera a un “auto-cine” valenciano invitado por mi nuevo amigo José Vitale y acompañado de mi hermano Alberto y otros compañeros. Cuando estacionaron el vehículo para ver la película yo dije que no veía nada, sobre todo los subtítulos. De inmediato mi amigo Pepe Vitale rodó su auto Volkswagen más adelante, pero igualmente dije que todavía no podía leer bien los textos de la película. Una vez más rodaron más adelante – casi frente a la pantalla – y ahí les dije, ahora si veo bien. Todos rieron y dijeron, claro que tienes que ver si es la primera hilera donde nadie se estaciona. Lógicamente, aunque yo me quedé allí viendo mi película, todos los demás se instalaron en unos asientos que había al lado de la sala de proyección. Esa noche, todos me recomendaron que visitara un optometrista de inmediato. Mi papá me llevó a la célebre <<Óptica Alemana>> regentada por Kurt Fellner (creo se escribía así) situada frente a la plaza Bolívar de Valencia y de la cual mi padre era viejo cliente. Allí me hicieron el examen y me dieron mi primer par de lentes. Desde entonces, esa miopía (y también astigmatismo) fue creciendo cada año hasta superar las diez dioptrías. Ese carácter de cegato lo soporté hasta que hace pocos años pude operarme la miopía. Ahora, ya sexagenario sólo me queda el astigmatismo y la inevitable presbicia, esta última moderada. Así terminaron cuatro décadas como miope. De paso, es bueno señalar que mis dos hijos heredaron esa miopía. Usaron lentes de montura y lentes de contacto hasta que se operaron y eliminaron esa mala herencia. Una primera novia juvenil Además de los estudios y las actividades políticas, para entonces también traté de tener una novia. Hasta esos días en Valencia sólo había tenido efímeras “novias” o lo que entonces se llamaba “conquistas”. Allá en Miranda y en Nirgua estuve enamorado de varias muchachas pero nada duró mucho y tampoco fue nada formal. En realidad, cuando uno transita entre los 13 y los 17 años no es mucho lo que puede hacer. Pero cuando era ya un serio estudiante de humanidades y además con inquietudes político-ideológicas sentí que debía tener una novia de verdad. La candidata escogida fue Elena una joven de Miranda, hermana menor de Ninive Rodríguez, la que fue reina de carnaval en 6to grado y después novia de mi hermano Alberto. Aunque el papá de la novia de Alberto, no le simpatizaba para nada que dos hermanos Franceschi anduvieran detrás de sus hijas, nosotros siempre tratábamos de verlas y hablar con ellas en donde fuese posible: En la puerta de la casa, en el liceo, a la salida de la misa del día domingo, y por supuesto, en las fiestas y otras reuniones sociales. Muchas veces, cuando ya estaba “aceptado” como novio, sólo podía verla en los minutos de recreo y a la salida de clases del liceo. Si era posible, la acompañaba a pie hasta la casa de su tío donde se hospedaba en Valencia, en San Blas, a pocas cuadras del “Liceo Martín J. Sanabria” donde estudiábamos juntos. Ella estudiaba en la sección de Ciencias al igual que su inseparable amiga Rosalba y el novio de ésta, Jesús Sánchez, mi gran amigo desde la infancia. Por cierto, estos dos mantuvieron su noviazgo hasta que finalmente se casaron al terminar sus estudios en la universidad. Todavía siguen casados, con tres hijos y varios nietos. El padre de esa noviecita era Luís Vicente Rodríguez (QEPD) y la mamá se llamaba Antonia Cecilia Monsalve de Rodríguez (QEPD), esta última, en su juventud, había sido buena amiga de mi mamá al igual que sus otras hermanas: Célica y Bienvenida, la que fue mi maestra de quinto grado. En mi caso no ocurrió igual que con Rosalba y Jesús. Ese noviazgo de liceo no sobrevivió a la separación por los diferentes destinos universitarios. Mientras Elena se fue a estudiar Arquitectura a la ULA de Mérida, yo decidí estudiar Sociología en la UCV en Caracas. Aunque le escribí varias veces desde Caracas, al poco tiempo me “cortaron las patas”. Sutilmente ella me hizo ver que “lo nuestro no era posible”. En verdad era difícil pretender que esa juvenil y lejana relación durara más. A propósito del teleférico de Mérida y de esa novia, hay un detalle que agregar: Antes conté que en mi primer viaje a Mérida no subí al teleférico (por limpio y miedoso) pero posteriormente, en otros viajes, si subí y lo disfruté. Mi primer ascenso al teleférico lo hice cuando viajé a Mérida poco después de salir de bachillerato e iniciar estudios en la UCV de Caracas. Mi amigo Jesús Sánchez me entusiasmó para que lo acompañara a visitar a su novia Rosalba. Ella estudiaba en la ULA y con ella estaba mi primera novia Elenita. Aunque nos saludamos y hasta fuimos en grupo en el paseo al pico nevado en el teleférico, nada logré con mi “ex” pues ésta ya tenía un nuevo novio, de origen vasco por cierto. Me sentí que había hecho el ridículo al ir a ese viaje y tuve que regresar “despechado” y sin esperanzas. Fue una estupidez de mi parte ir hasta allá a que me dijeran en la cara lo mismo que ya me habían dicho en una única y simple cartita que contestaba a varias que yo envié para seguir con ese “amor de lejos, amor de pendejo”. A mí me dolió que me rechazaran, pero también me molestó que mientras yo le escribí varias largas y sentidas cartas, ella solamente me remitió una sola y escuálida cartita, fría y seca donde me ratificaba que eso no podía seguir. Esas cartas cargadas de fervor juvenil y tal vez ridículas, las destruí una vez que me las devolvió. Hoy en día – a lo mejor – me hubiesen servido como materia prima para escribir otras misivas y así participar en el concurso anual de cartas de amor auspiciado por Mont blanc. OYENDO MÚSICA Y TOMANDO “MELADURA” CON EL CHÁCHARO EN MIRANDA Una actividad típica que hacía con mi amigo, pana o curruña Jesús Sánchez (el chácharo) era reunirnos en ocasiones especiales – casi siempre los sábados - en la casa de su cuñado Ernest Montenegro (QEPD) situada frente a la plaza Bolívar de Miranda. Allí pasábamos horas tomando meladura (Aguardiente Montero con limón, azúcar y bicarbonato) mientras oíamos las románticas canciones de Marco Antonio Muñiz, la Rondalla Venezolana y otros similares. La manía que agarraba mi amigo “Chacharito” era que menos mal que él no tocaba esa bella música porque si no – por el aguardiente - ya le quedaría sólo el ganchito donde colgaba el hígado. La conversación – por supuesto – siempre giraba en relación con las novias existentes o con las que soñábamos tener. PEPE VITALE (Camarada y amigo) Parte muy importante de esa vida en Valencia fue también nuestra relación con José Vitale Hidalgo. Pepe, no solamente fue siempre una especie de mentor político-ideológico, fue igualmente un gran amigo desde que nos conocimos y tratamos por dos años. A pesar de la gran diferencia de edad entre nosotros, conversábamos mucho, lo visitaba en su casa, íbamos a tomar té, a ver películas al cine, salíamos de excursión hacia el lago de Guataparo a remar en sus aguas y merendar en sus orillas. Algunas veces me permitía acompañarlo a los estudios de Radio Valencia donde tenía un programa diario que se transmitía entre las dos y las cinco de la tarde. Allí era el locutor y animador del excelente programa musical Discomanía. Igualmente le acompañaba a cumplir varias de sus actividades profesionales: Grabación de cuñas y microprogramas. Todo ello me dejaba algún aprendizaje valioso. Desdichadamente desde que me trasladé a Caracas a estudiar en la UCV nos fuimos alejando, y ello, no fue causado solamente por la distancia física. La creciente radicalización interna llevó a la juventud demócrata cristiana a romper con viejos planteamientos y determinó separarnos definitivamente de COPEI y enrolarnos en la llamada <<Izquierda Cristiana>>. Muchos de los que como Pepe Vitale no nos acompañaron en esas aventuras sostenían que había que mantener la pelea adentro. Seguir con el lento y sistemático trabajo de formación ideológica a través de los Círculos de Estudio, conferencias, charlas, foros, discusiones, promoción de la venta de libros y otros materiales políticos, publicación de periódicos y revistas; en fin, continuar con la dura tarea de ganar la voluntad consciente de los mejores militantes, comprometerlos para esa cruzada de convertir a un partido electorero (igual que su sección juvenil) en un genuino Partido Demócrata Cristiano para hacer la <<Revolución en Libertad>>, una revolución a la que se soñaba superior al inhumano capitalismo y al no menos inhumano y totalitario comunismo. Armados con la doctrina social de la iglesia católica (incluyendo, sobre todo, las encíclicas de los papas post conciliares), los textos de los más avanzados filósofos, teólogos y políticos católicos, así como de los representantes de los partidos demócrata cristianos de Italia, Chile. Pretendíamos catequizar a esa militancia que nos juzgaba como excesivamente teóricos, idealistas o poco prácticos. Se burlaban de nuestra actitud de vendedores de libros en todos los eventos, nos acusaban de fraccionalistas y finalmente nos enredaban en las luchas grupales entre “araguatos” (la derecha tradicionalista), los “Avanzados” (progresistas que trataban de controlar la JRC - Juventud Revolucionaria Copeyana - y al final lo lograron con Abdón Vivas Terán) y los “Astronautas”, que eran los más cercanos a nosotros, algo así como la izquierda juvenil encabezada por Joaquín Marta Sosa. Esos enfrentamientos se agudizaron cuando yo terminaba mi quinto año de bachillerato en 1967 y me disponía a continuar mis estudios en la UCV. Cuando ya estaba residenciado en Caracas pude conocer de cerca la excitante vida político-estudiantil de la UCV y una de sus más aguerridas escuelas de entonces, la “Escuela de Sociología y Antropología”. Debemos recordar que esa ala progresista copeyana terminó golpeada con la destitución del Secretario de la Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC) Abdón Vivas Terán por parte del jefe máximo Rafael Caldera. Ejecutivamente, Abdón Vivas Terán (del grupo Avanzado) fue echado del cargo y sustituido por el dirigente juvenil zuliano Oswaldo Álvarez Paz (del grupo <<araguato>>). Ese golpe a Vivas Terán estuvo también relacionado con las sanciones que dirigentes como Joaquín Marta Sosa y otros <<astronautas>> recibieron. Esos fueron los días en que Robert Kennedy visitó a Venezuela y Joaquín Marta Sosa le hizo un planteamiento sobre la propiedad comunitaria en un programa de TV. Todo ese proceso lo vivimos o sufrimos en carne propia. Ello nos llevó a alejarnos definitivamente de COPEI. EN LA ESCUELA DE SOCIOLOGÍA - UCV Durante mi estadía en esa escuela, esto es, entre los meses finales de 1967 y mediados de 1971, cursé y aprobé cinco semestres. En realidad, cuando iniciamos la carrera, el plan de estudios era por años, pero como consecuencia del proceso de <<Renovación académica>> la carrera fue “semestralizada”. Además, lógicamente se cambió todo el pensum. Ya inscrito y cursando el 6to semestre, tomé la decisión de irme de la UCV e inscribirme en el Instituto Pedagógico de Caracas. Entre las razones que explican ese cambio estuvieron las siguientes: La UCV estuvo paralizada casi un año debido al allanamiento judicial-militar durante el primer gobierno de Rafael Caldera y la posterior intervención que trajo aparejada la designación de autoridades provisorias, expulsiones de profesores y estudiantes, etc. Cuando al final se reanudaron las actividades académicas, ya la escuela de Sociología no era la misma, y yo tampoco. Me había decepcionado con mi futuro de sociólogo desempleado. Creo que el noviazgo formal con la que posteriormente sería mi esposa, la difícil situación económica personal y, también, los consejos de un nuevo e inseparable amigo maracucho (José Rodríguez Petit) me hicieron ver las cosas desde un ángulo más práctico y ello se convirtió en el acicate necesario para irme al Pedagógico de Caracas y abandonar la UCV y su ambiente políticamente ultroso. VIDA EN CARACAS: En la casa de la tía Carolita Esos primeros años en Caracas fueron realmente intensos e importantes para mi vida. Tuve la gran suerte de ser acogido – como si fuera un hijo – en la casa de nuestra tía Carolita Franceschi Sanguinetti de Olivero (QEPD). Un día (octubre de 1967) llegamos mi hermana María Elena y yo a visitarla y a plantearle que nos quedaríamos unos días en su casa mientras conseguíamos una buena residencia estudiantil para mí y un apartamento donde viviría María Elena una vez que se casara con quien estaba comprometida. Lo cierto fue que nuestra tía Carolita nos dijo que bajo ninguna razón permitiría que nos fuéramos de su casa. Nos dio techo, comida y mucho afecto durante varios años, especialmente a mí, pues María Elena tuvo que regresar a Valencia al suspenderse su proyectado matrimonio, todo ello en medio de una crisis que mucho la afectó. Allí, en la famosa casa-quinta <<Los Hermanos>> de la calle 12 de Los Jardines de El Valle, viví feliz junto con mi tía y mis primos Ofelia y Carlos Enrique. Esa casa no era la primera vez que acogía a miembros de la familia y a los amigos y paisanos de Miranda. Antes que nosotros vivieron otros más que sería largo enumerar y nuestra tía se complacía en recordar sus anécdotas. La generosidad y don de gentes de Carolita la hacían todo un personaje en la familia y en la comunidad. Allí se reunían todos los días muchos jóvenes vecinos a charlar y a divertirse. A ellos les obsequiaba jugos o cualquier cosa disponible en su nevera. Al pasar el acalorado señor que llevaba el correo, los que recogían la basura y muchos otros que se acercaban a saludarla siempre se llevaban unas palabras cariñosas y algún obsequio, aunque fuese un vaso de agua fría para calmar la sed. Tía Carola pasaba el día tejiendo con sus agujas todo tipo de cosas: Manteles, carpetas, bufandas, gorros, ropa de bebés y hasta trajes completos para mujeres. Lo hacía sentada en su mecedora en el porche de la casa o bajo un frondoso árbol del jardín frente a la calle. Muchos que pasaban la saludaban y ella contestaba sin saber exactamente que le decían porque era completamente sorda. Era difícil conversar con ella. Había que hacerlo a gritos pues no le gustaba mucho utilizar un amplificador que colocaba en uno de sus oídos. Viví en esa casa hasta que ésta fue derribada para dar paso a la construcción de apartamentos del INAVI en la zona. Posteriormente viví poco tiempo en el apartamento que – como parte de pago - le asignaron a mí tía en el mismo sector de la urbanización. En realidad mi vieja tía nunca se adaptó a vivir encerrada en un pequeño apartamento, y por ello decidió – como decía jocosamente - <<Coger la calle>>. Prefirió irse a vivir una temporada con algunos de sus hijos en Caracas y en otras ciudades. Pasaba meses con Herman en Acarigua, con Carlitos en Maracay, con Vicentico en Altagracia de Orituco, y con Gustavo, Chela o Mercedita en Caracas. Ida mi tía, ya las cosas no siguieron como antes y tuve que mudarme a vivir en residencias estudiantiles, de las situadas en Los Chaguaramos, muy cerca de la UCV. EL PERRO SULTÁN Así se llamaba el gran perro pastor belga que tenían en casa de mi tía Carola y que bien merece unas líneas de recuerdo. Cuando yo llegué a vivir allí, tenía cierto temor por el aspecto del enorme perro. No obstante, rápidamente me gané la confianza y cariño del can desde que lo empecé a bañar cada semana y a pasearlo casi a diario por todo el vecindario. El agradecido animal saltaba enloquecido de alegría cuando lo bañaba y le ponía la cadena que le compré para su acostumbrada caminata. Cuando me olvidaba de mi tarea se sentaba a ladrar o llorar frente a la pared donde estaba colgada la cadena y echaba carreras hasta la puerta. Esa era su manera de presionarme. A veces mi tía se acercaba a la habitación-biblioteca donde estudiaba o leía en las tardes y me decía: “¿estás esperando a que el pobre animal te hable…?” El gran perro casi me arrastraba y obligaba a caminar muy rápido hasta que se calmaba un poco. La relación de este perro conmigo llegó al extremo que, en las mañanas, al abrirle mi tía la puerta de la parte de atrás donde dormía, él bajaba presuroso y se acostaba al lado de mi cama, y se molestaba si mi tía se acercaba demasiado a despertarme. En una oportunidad le gruñó duro y mi tía le cayó a escobazos gritándole: mal agradecido, yo que te crié desde pequeño y alimenté ahora me has cambiado por un nuevo dueño. Por supuesto eso se lo decía en medio de grandes risas. A la cárcel por culpa del perro Sultán Un incidente un tanto desagradable asociado a este perro fue el siguiente: En una oportunidad estaba yo estudiando en la habitación-biblioteca, cuando mi tía Carola me llamó a gritos para que telefoneara a su hija Ofelia avisándole que el perro había mordido unos muchachos en la calle. La cosa había ocurrido así: Cada día pasaban los traviesos niños y lo molestaban a través de la cerca, pero esa mañana la estúpida muchacha de servicio decidió abrirle la puerta al enfurecido animal, con las obvias consecuencias. Al comunicarle lo ocurrido a mi prima Ofelia, ella me indicó que me fuera de inmediato a llevar al perro al Veterinario (El Dr. Humberto Ceballos, pariente de ellos). El problema fue que cuando iba yo a subir a un taxi acompañado del perro, me detuvo una patrulla policial y me obligaron a acompañarlos, arrestado junto con el animal. Me llevaron a la cercana Jefatura Civil de la parroquia El Valle y allí permanecí “detenido” con mi acompañante canino hasta que dieron la orden de liberarme a mí, pero no a Sultán, que debió permanecer encerrado varias semanas en la perrera municipal. El pobre Sultán aunque estaba vacunado y muy sano, debía permanecer en “observación” para descartar si sufría de mal de rabia u otra enfermedad. En fin, pasados los días de encierro reglamentario, fuimos a buscarlo a la perrera y cuando nos vio casi enloquecía de la alegría. El pobre estaba lleno de todo tipo de suciedad y súper hediondo. Lo trajimos a casa y después de bañarlo muy bien el agradecido animal echaba carreras y ladraba celebrando que ya estaba con nosotros y muy limpio, como para salir a pasear de nuevo. Cada vez que recordaba el incidente me reía mucho rememorando las caras de los asustados policías que volteaban a cada rato para ver al perrote sentado a mi lado en el asiento trasero del automóvil patrullero donde íbamos detenidos. Además, también venía a mi memoria que esa corta prisión junto con Sultán fue la única vez que he estado bajo arresto en mi vida. Después, ya nada fue como antes… No era lo mismo llegar a compartir con una apreciada tía, los primos y amigos; que tener que permanecer en una solitaria habitación de pensión o residencia estudiantil, dormir con extraños, comer en la calle, hacer cola para el baño y sufrir incomodidades de todo tipo. Afortunadamente eso tuvo fin al empezar mis estudios en el Instituto Pedagógico de Caracas, obtener trabajo como profesor en la educación oficial y casarme, por civil el 11 de enero de 1972, y por la iglesia, un mes después, el 11 de febrero. Y de eso celebré en 2012 los primeros cuarenta años o bodas de rubí. DEBO VOLVER ATRÁS, PARA AGREGAR, ALGO MÁS DE MI ETAPA DE LA UCV. Al poco tiempo de iniciar mis estudios en la UCV (Octubre, 1967) hice una estrecha relación con un compañero que iba un año más adelantado que yo; pero pude alcanzarlo, cuando éste debió repetir el año, pues fue aplazado en los cursos de estadística, demografía y Psicología Social. Este compañero se convirtió en uno de mis inseparables amigos. Tito Livio Contreras Reverón, que así se llamaba este paisano de Valencia y además camarada del grupo <<Humanismo Integral>> ya antes citado, andaba junto conmigo para todas partes: Actividades políticas, clases, trabajos de investigación para los respectivos cursos, sesiones de estudio para preparar la presentación de exámenes. Muchas veces se quedaba a dormir en la casa de mi tía Carolita que con gran generosidad lo invitaba a comer y no prohibía que se quedara a dormir algunas veces en nuestro cuarto. Tito tenía que soportar el peculiar estilo de tía Carola para despertarnos en la mañana: Ella abría la puerta, entraba dando gritos al cuarto, prendía la luz y le halaba la cobija hasta dejar descubierto al dormilón. Mi amigo Tito, todo apenado, me decía que se sentía como en la filmación de una película cuando gritaban: “cámara, luz, acción”. Mi paisano de Valencia – al perder el año - había quedado sin la beca que daba entonces la UCV a los estudiantes del interior. La fabulosa suma de 400 bolívares. Como yo si la pude mantener un año más, tuve que compartir con él una parte de mis 400 bolívares: Unos 93 dólares al cambio de la época y con mucho mayor poder adquisitivo. Como yo vivía en la casa de mi tía mi situación era excelente. A tía Carola sólo le daba 100 bolívares mensuales pues ella no aceptaba más, y eso, decía, para que no me sintiera mal, viviendo allí sin hacer algún aporte. Continuamente me recordaba que nada más por ser hijo de Caíco a quien tanto quería - podía vivir tranquilo en su casa. Además, cada semana cuando mi hermano Jesús venía de nuestra hacienda “El Taque” (Miranda, estado Carabobo) con su camión cargado de naranjas, mandarinas, parchitas y otros productos; pasaba a visitarnos y dejaba frutas de todo tipo, hortalizas y de vez en cuando sacos de caraotas u otros granos. Mi hermano pasaba por lo menos una vez por semana y antes de regresar a casa en Miranda debía ingerir un copioso desayuno que le preparaba tía Carola. Ella quedaba feliz de tener noticias cada semana de la familia de Miranda (allí vivían tres de sus hermanos y gran cantidad de sobrinos) y también porque ese abastecimiento - por sacos y huacales - le permitía repartir gran parte de eso que recibía. A cada uno de sus hijos e hijas les entregaba su obsequio – una especie de mercadito – y a todos los visitantes de la casa y a los que se acercaban a ella les obsequiaba vasos de jugos. En verdad, como toda la gente generosa, ella disfrutaba hacer eso. Como tenía suficiente dinero pude iniciar la formación de una buena biblioteca personal, la que no ha parado de crecer hasta ahora. Cada mes al cobrar mi beca, adquiría nuevos libros para todos mis cursos y otros para completar mi educación política. Asimismo, adquiría ropa, zapatos, salía a divertirme con los amigos (cine, restaurantes, cervecerías) y por supuesto le daba sus cien bolívares a mi tía, los que le servían para hacer una gran compra en un cercano supermercado de chinos. Tan grande, que se la traía un empleado en un carrito full de corotos. Debo recordar, asimismo, que los primeros cuatro meses de mi beca (400 Bs.) me los entregaron juntos. Esos 1.600 bolívares representaban una pequeña fortuna para quien nunca antes había recibido algo similar. Con la asesoría de mi amigo Tito Contreras fui al centro de Caracas a comprar suficiente ropa para todo el año: Pantalones y camisas “tornasol” de gran moda entonces, un flux, chaquetas, zapatos, medias, ropa interior, etc. En fin, se compraba mucho con muy poco. HUYENDO DE UNA BALACERA: SIGUIENDO A TITO Ya cuando tenía más de un año en la UCV nos ocurrió algo que nunca he olvidado. Una de las más rápidas carreras que tuve que hacer, casi rompiendo un récord olímpico, cubriendo la distancia entre la puerta de la ciudad universitaria cercana a la plaza de las “Tres Gracias” y las cercanías del célebre reloj de la UCV. Todo ocurrió así: Un día estaba el mundo ucevista conmocionado por la inminente llegada de una anunciada marcha de la juventud copeyana hacia el interior de la ciudad universitaria. La manifestación de los jóvenes socialcristianos (a los cuales ya para entonces no veíamos como compañeros) vino avanzando desde los alrededores de la cercana iglesia de San Pedro en Los Chaguaramos y trató de entrar por la puerta que daba al Hospital Clínico. Cuando éstos trataban de entrar, los esperaban y se les oponían, grandes grupos de estudiantes del MIR-PCV y otros grupos de izquierda. Estos vociferaban consignas y amenazas de “no pasarán”. Fue entonces cuando de repente se oyó una balacera y cayeron varios heridos, entre ellos, el dirigente de la FCU Alexis Adam. Nosotros, esto es, Tito y yo, junto con todo un gran grupo de gente, estábamos como dije antes cerca de la puerta que da a la plaza de Las Tres Gracias, y apenas oímos las detonaciones de armas de fuego, mi amigo Tito, ya veterano en esas actividades me haló por el brazo y me empujó hacia el suelo, y de inmediato echó a correr, y yo detrás de él tratando de darle alcance. Cuando llegamos jadeantes al emblemático reloj ucevista, me dijo Tito algo que nunca olvidé: “Compañero, los héroes hacen la historia pero los que corren la escriben”. Siempre he relatado esa anécdota – un tanto humorística - a mis alumnos de Historia, y les digo que tal vez, por eso fue que me dediqué a escribir libros y a enseñar historia, y no a hacerla, como los héroes que no temieron a las armas. Tristemente, ese día el presidente adjunto de la FCU (Alexis Adam) quedó mal herido con una bala incrustada en el hígado, la que no pudieron extraerle. En adelante, tuvo que vivir sufriendo las consecuencias de esa situación. A mí particularmente me parecía grotesco que después los grupos más ultrosos le atacaran con saña, a pesar de estar muy mal física y psicológicamente. Ese ambiente era producto de las terribles divisiones de la izquierda venezolana de entonces, cuando en su seno se desató el enfrentamiento entre los que defendían el necesario repliegue de la lucha armada (la mayoría del PCV y su Juventud Comunista) que planteaban la vuelta a la lucha de masas y los que persistían en mantenerse a favor de la lucha guerrillera y el abstencionismo electoral, entre ellos el grupo FLN-FALN (seguidores de Douglas Bravo) y el llamado MIR “duro” de los comandantes. Otros grupos menores y “recién llegados” como la Izquierda Cristiana simpatizaban con esas políticas sin haberlo hecho nunca en el pasado o ser parte orgánica de esa situación. Aparte de este comentario sobre mi primera “gran carrera”, hay que aclarar que la justificación de la mencionada marcha de los jóvenes copeyanos hacia la UCV no era otra que, supuestamente, honrar la memoria del joven mártir Jan Palach, un estudiante de Checoslovaquia que se prendió fuego a sí mismo (enero de 1969). Se inmoló en protesta por la invasión de su patria por las tropas soviéticas que pusieron punto final al experimento del “socialismo con rostro humano” o Primavera de Praga de 1968. Ese terrible gesto había impactado a la juventud mundial y ya hasta en el seno del propio PCV existía un debate que se expresó muy claramente en la publicación del libro de Teodoro Petkoff titulado precisamente <<Checoslovaquia, El Socialismo como Problema>>. Y después en la división del partido comunista y la fundación del MAS en 1971. Esa actitud de la izquierda venezolana ante el asunto checoslovaco (y el mártir Jan Palach) retrataba muy bien su carácter atrasado ideológicamente. Para entonces no se debatían (y mucho menos se aceptaban) las ideas de Trotsky, tampoco tuvieron mucha influencia los grupos pro-chinos o maoístas, más allá de un fervor pasajero de algunos universitarios por el librito rojo de Mao Tse Tung. Lo que dominaba ese ambiente era el marxismo soviético (PCV) y el castroguevarismo cubano y “foquista” guerrillero. Reflexionando ahora sobre esos días, siempre recuerdo una frase atribuida a Wiston Churchill: Quien no fue socialista a los dieciocho años, no tuvo corazón; quien lo sigue siendo a los cincuenta, no tiene cerebro. MIS ESTUDIOS EN LA ESCUELA DE SOCIOLOGÍA Mientras estudié Sociología traté de salir adelante con todos mis cursos. Sin embargo pronto me di cuenta que cursos como estadística y demografía no eran precisamente mi fuerte. Tuve aceptable rendimiento en todos los demás, esto es, los cursos de Sociología, antropología, psicología, historia, economía política, teorías sociales, metodología de la investigación y otros similares. En los cursos de Historia fui muy destacado, y por ello, mi profesor Hugo Callelo me incorporó como uno de los preparadores de su cátedra (Historia Económica y Social) con responsabilidades como auxiliar docente coordinando sesiones de discusión en los subgrupos, una especie de grupos prácticos para debatir. Esa experiencia docente fue consecuencia de los cambios curriculares que trajo la <<Renovación Académica>> y la semestralización de la escuela, y de la UCV en general. COMPAÑEROS, COMPAÑERAS, AMIGOS Y AMIGAS En los seis semestres que pasé en esa Escuela de Sociología y Antropología (así se llamaba entonces) hice muchas amistades. Además del inseparable Tito Contreras, recuerdo con gran cariño a nuestra compañera y amiga Zenahil Fermín. Con ella estudiábamos en su casa del sector “Prado de María”. Su familia – de origen margariteño y de Aragua - nos atendía muy bien y hasta nos invitaban a comer algunas veces. El malvado Tito terminó medio empatado con ella durante poco tiempo. Otra amiga que hice en las aulas fue una que conocíamos como “Miñita” (Herminia) y que vivía en Los Jardines de El Valle, no muy lejos de mi casa de entonces. De ella tenemos una graciosa anécdota que todavía recordamos. La cosa fue así: En una oportunidad íbamos caminando por la UCV y una amiga de Miñita la vio conmigo, imaginando - equivocadamente que había “algo” entre nosotros. Pues bien, cuando la vio a solas le dijo: “Miñita, no me lo habías dicho, pero ayer te vi con tremendo Mustang”. Lógicamente, el supuesto Mustang (carro deportivo de moda entonces) no era otro que yo. Otras compañeras que recuerdo: Una llamada María Waleska que apenas me conoció me dijo, tú sabes que Napoleón (Bonaparte) fue el gran amor de la princesa polaca Waleska. Desde entonces, cada vez que leo algo o veo una película donde se habla del tema rememoro la situación, aunque a decir verdad, esa Waleska de la escuela de Sociología no era muy agraciada, de todas maneras, era muy simpática, dulce y buena gente. Había dos grupos entre las muchachas, uno, lo formaban las que evidentemente parecían de extracción popular y en general (con excepciones) no eran muy brillantes que digamos. El otro, lo formaban unas “niñitas bien”, blancas, elegantes, bien vestidas y maquilladas. Eran estudiosas, sacaban buenas notas, no se metían mucho en política. Había una de apellido Cohen, otra de nombre Nahir, una madura señora de apellido Kiser (muy brillante). Todas ellas, especialmente una de nombre Claudett Ordosgoiti Franceschi (que hasta me decía primo) me trataban bien. Igualmente había entre los varones similar distinción. El muy rubio Augusto De Venanzi (hijo del antiguo rector) brillante al igual que otros de su grupo, contrastaban con guaireños morenos como Alfrides Franco, no muy bueno en varias áreas, pero excelente en estadística, y por ello, ingresó como docente en la escuela cuando se graduó. Otros que eran de semestres superiores como Mario Di Polo, Alfredo Caraballo, Rigoberto Lanz (grupo “los intocables”), Gregorio Castro (afrodescendiente y ultroso del FLN), Carlos Febres (andino barbudo copeyano izquierdoso), Alfredo Anzola (cineasta), Juan Luís Hernández, un copeyano de izquierda pero que vivía en el Country Club y hasta me invitó a ir a su casa; Gustavo Martin (de familia francesa, porque lo pronunciaban Marteeen) y otros más. A todos los trataba entonces y después trabajé con algunos de ellos cuando fui preparador. PROFESORES: De mis profesores de entonces recuerdo varios que ya han fallecido, algunos de ellos muy brillantes: Olga Gasparini (Introducción a la Sociología), Jeannette Abuhamad (Sociología II), el poeta Efraín Hurtado (Introducción a la Antropología), el sacerdote Jesuita Manuel Pernaut (Introducción a la Economía), Néstor Gabaldón Mejía (Estadística), Julio Páez Celis (Demografía), Zoila Bayley (Psicología Social). Otros – hasta donde sé - siguen vivos todavía: Benito Velasco (Introducción a la Psicología), Rómulo Henríquez (Economía Política), José “Pepe” Cruz (Metodología de la Investigación), Hugo Callelo (Historia Económica y Social), César Monsonyi (Hermano menor de Esteban Emilio atendía un curso de “Comunicación”), Agustín Blanco Muñoz y Yoston Ferrigni (Seminario de Historia), José Cupertino Rojas (Geografía Humana). Además de estos profesores de planta, recibíamos conferencias o clases magistrales de muchas <<vacas sagradas>>: Domingo Maza Zavala (QEPD), Domingo Alberto Rangel (QEPD) y Héctor Silva Michelena. Un hermano de este último, de nombre José Agustín, brillante investigador, no llegó a darme clases porque murió muy joven en ese tiempo. Entre mis profesores, recuerdo especialmente al Padre Manuel Pernaut (QEPD) – un sacerdote jesuita que me enseñó muy bien en el primer curso de Economía. Venía de la UCAB (donde creo había sido decano de la facultad de Economía) y era un “ave rara” en medio de aquel mundillo marxista de la UCV. Me entusiasmé de tal manera con el curso que hasta pensé estudiar economía como carrera. Fui parte del selecto grupo que logró la máxima calificación y gracias a ello invitado a un almuerzo en un excelente restaurant. Pernaut lo ofreció desde el primer día de clases, y lo cumplió llevándonos a comer, a tres de las chicas estudiosas, a mí, y no recuerdo bien, si a De Venanzi y a alguien más. En las clases del Padre Pernaut yo siempre intervenía y discutía mucho, todavía con el fuerte sarampión marxista. En una oportunidad comencé a discutirle al cura y logré sorprenderlo con un nuevo argumento sobre la famosa tesis marxista de la “tendencia decreciente de la tasa de ganancia” en el capitalismo. Como era su costumbre, de inmediato me emplazó y preguntó por las fuentes para mi interpretación, y yo, muy orondo, le cité la obra que acababa de leer, un Tratado de Economía Marxista de Ernest Mandel (escritor trotskista belga). Seguidamente me replicó qué en dónde había obtenido esa obra, y le dije: está aquí mismo, en una venta de libros en el pasillo vecino. Terminada la clase, el Padre-profesor fue directo al tarantín del Negro Monjes a comprar la obra de Mandel. Y por supuesto, en las clases siguientes siguió revolcándome con sus vastos conocimientos. Era un gran polemista este cura jesuita, famoso entonces por sus clases, su sencillo manual de economía y las entrevistas en televisión discutiendo sobre problemas monetarios internacionales. Entonces hubo una situación de crisis con la devaluación del dólar, la inflación en los Estados Unidos de América, debates sobre cambios de los acuerdos de Breton Woods y el FMI, etc. – todo ello - en medio del desbarajuste económico, social y político causado por la guerra de Vietnam. Una de mis grandes sorpresas, también con el mismo personaje, fue la que tuve poco tiempo después, estando en nuestro pueblo de Miranda. En una misa de la Semana Santa, observé que había otro cura acompañando a nuestro cura regular. El otro oficiante se me parecía mucho al Padre Pernaut, pero me decía: No puede ser él. Pues bien, terminada la misa me acerqué y ambos nos quedamos estupefactos al encontrarnos allí. De inmediato le dije, “yo soy de este pueblito y todavía no puedo creer que usted también oficie la misa”. Me respondió que era su costumbre, irse - cuando su tiempo libre se lo permitiera - a pueblos interioranos a reencontrarse con su misión religiosa. Nos pusimos a conversar y hasta me “confesó” de una manera muy peculiar para que me arrepintiera de mis pecados y comulgara en la siguiente misa. La <<Renovación Académica>> en la UCV y otras luchas Una de las mayores experiencias que vivimos como estudiantes de sociología fue la llamada <<Renovación Académica>>. Toda la UCV – y otras universidades – vivieron intensamente lo que se denominó el proceso de “cuestionamiento” o dura crítica a todo lo establecido. Igual que en el movimiento del “mayo francés” (1968) y las protestas juveniles escenificadas en USA contra la guerra de Vietnam, Camboya y otros frentes; acá en Venezuela hicimos lo propio. Había también un paradójico efecto de la llamada <<Revolución cultural China>> del presidente Mao Tse Tung y su emblemático libro rojo. La mayor parte de las facultades, escuelas y otras dependencias universitarias cayeron en manos de los “comités de toma”. Yo participé en varios de ellos. Además del correspondiente a la “Escuela de Sociología y Antropología”, me incorporé al de la Dirección de Cultura y al del Comedor Universitario. En este último ayudé como operador de los equipos mecanizados para lavar la vajilla, igualmente participaba en la preparación de grandes ollas de comida y otras tareas conexas. El rector Jesús María Bianco no trató de retomar el comedor, simplemente dio instrucciones a los proveedores de suspender los envíos de alimentos a la UCV. Y fue así que a medida que se fueron agotando las reservas de comestibles, se tuvo que ir recortando el servicio hasta que el comité de toma se vio obligado a entregar el comedor a la institución y sus empleados regulares. Ya para esos años de 1969-1970 la UCV parecía una “tierra de nadie”. Las asambleas permanentes de estudiantes, profesores, empleados, y hasta gente extraña invitada, discutían sin parar mientras se trataba de cambiarlo todo: autoridades, planes de estudio y programas de los cursos, etc. Ese movimiento renovador universitario parecía inspirado en la revuelta estudiantil del Mayo Francés, en la Revolución Cultural China y las luchas de los estadounidenses contestatarios, pacifistas, hippies y otros que dieron origen al llamado <<Poder Joven>> acá en Venezuela. En una de las dependencias emblemáticas de la UCV, la “Escuela de Letras”, acuñaron como grito de guerra: <<Cervantes, camarada, tu muerte será vengada>>. Grupos políticos ligados al MIR-PCV además de otros grupos y grupúsculos izquierdistas agitaban a favor o en contra de los cambios. Había muchos enfrentamientos entre los grupos de izquierda más moderados o sensatos encabezados por el PCV y su fracción juvenil (la JC) – por una parte – y los grupos más “ultrosos” encabezados por los disidentes más extremistas del PCV (identificados con la continuación de la lucha armada) así como por sus congéneres del antiguo MIR en proceso de división y subdivisión por la misma razón. A estos se agregaban grupos nuevos como la Izquierda Cristiana donde yo participaba. Allí, militando en ese grupo, profundicé mi formación ideológica marxista mezclando todas esas lecturas ñángaras (Marx, Engels, Lenin, Mao, Fidel, Che Guevara y todo el resto de esa bazofia) con el pensamiento cristiano: Camilo Torres, Ernesto Cardenal, teología de la liberación, curas obreros, etc. En medio de esos debates entre comandantes guerrilleros - o aspirantes a serlo – participaba la <<Izquierda Cristiana>> - cuyos dirigentes fundamentales: Rafael Iribarren, Oliver Belisario, Saúl Rivas, Otto Maduro, Oswaldo Ramírez, Rubén Colina (QEPD), entre otros, solamente habían sido líderes estudiantiles demócratas cristianos progresistas. Además de estos, conocí un dirigente obrero siderúrgico (de Guayana), el llamado “indio” Fernando Eurea. Yo, por supuesto, era parte de esta última organización y por esa vía me vinculé parcialmente a esa variopinta fauna universitaria izquierdosa y ultrosa. Como parte de esa vinculación fui inducido a casi abandonar los estudios para dedicarme a aprender otras cosas. Para empezar, fui entrenado para estampar con la técnica del “silk screen”. Nuestros “profesores” fueron veteranos militantes del MIR muy hábiles en estos métodos y técnicas que permitían elaborar – de manera rápida y barata - miles de afiches, banderines, franelas, boinas y otros estampados para propaganda. Pasé varios meses, metido días y noches, en un taller en la propia UCV, elaborando materiales de propaganda. Junto con otros compañeros también participábamos (como ya expliqué) en los comités de toma por la Renovación académica. Como cierre de todos esos crecientes compromisos se me pidió que me incorporara en un grupo declarado en <<Huelga de Hambre>> a las puertas del rectorado. Menos mal que ya la huelga tenía varios días cuando debí incorporarme “solidariamente” (casi obligado) al ayuno de protesta que solicitaba una solución a la crisis que paralizaba a toda la UCV. Para mi suerte, cuando apenas tenía poco más de 24 horas de ayuno se logró una solución negociada y pude volver a mi casa. De paso, para ese entonces (1969) ya tenía a Beatriz como novia formal (mi actual esposa) y aunque yo nada le había comentado sobre mis intenciones de incorporarme a una huelga de hambre, un amigo común “me delató”. Beatriz se puso furiosa cuando me vio acostado, sobre una colchoneta en el piso, con un cartel sobre mi cabeza indicando el número de horas de ayuno. A ella mucho le preocupaba que su familia se enterara de mis actividades políticas. Afortunadamente nada se supo, y pasados los días, fui “perdonado” después de prometer que no participaría más en actividades similares que - de paso - me distraían de los estudios. Después de normalizarse las clases e iniciarse la aplicación de la reforma curricular pude retomar mis estudios con relativa tranquilidad. Fuimos a cumplir con nuestros primeros trabajos de campo al realizar un “Estudio Integral de Comunidades” (EIC) en las poblaciones del oriente del Guárico. A mí me tocó la hermosa experiencia de pasar 40 días en Valle de la Pascua. Recolectamos datos para nuestro proyecto de investigación bajo la dirección del siempre recordado profesor de Metodología de la Investigación José “Pepe” Cruz, y además, fuimos a fiestas juveniles, fiestas llaneras con carne asada y joropo, etc. Y algo inolvidable, mi novia Beatriz fue junto con su familia a visitarme allá en Valle de la Pascua. Además del grupo que me tocó (Valle de la Pascua), había otros compañeros que debieron hacer su trabajo en El Socorro, Tucupido (famoso por su queso de mano, igualito al de Miranda), Los Robles y Espino, este último el más lejano y rural. En cierta manera, yo salí premiado al quedar en Valle de la Pascua, donde habían mayores comodidades que incluían servicio de restaurante (con la señora Corita), cine, varias casas con muchachas simpáticas. Unas de ellas resultaron parientes de unos amigos – los Tosta - de la calle 11 de Los Jardines de El Valle en Caracas donde yo vivía. Todo ese período de anarquía universitaria y grandes cambios culminó abruptamente con el allanamiento e intervención de la UCV por parte del primer gobierno de Caldera. Casi un año estuvo cerrada la institución, y cuando finalmente fue reabierta, estaba bajo el control de autoridades interinas nombradas por el poder ejecutivo. Uno de los grandes cambios fue la destitución de nuestros más queridos y competentes profesores, entre ellos, Hugo Callelo y José (Pepe) Cruz. Estos eran valiosos intelectuales argentinos exiliados en Venezuela y contratados por la UCV. Esos y otros cambios afectaron profundamente nuestra escuela de sociología. Ello fue determinante para acelerar mi decisión de retirarme de allí. Antes de retirarme de la UCV tuve unas forzadas vacaciones de casi un año. Ese largo período de intervención y paralización me obligó a irme a vivir un tiempo a mi pueblo natal pues mi papá no me iba a mantener en Caracas sabiendo que la universidad estaba paralizada. Claro que yo no quería dejar mi vida citadina y la novia caraqueña, pero no tenía otra alternativa. DEDICADO TEMPORALMENTE AL TRABAJO RURAL: Parte de ese tiempo de obligado retiro rural lo dediqué a trabajar en nuestra hacienda familiar El Taque. Casualmente, mi primo Toussaint Morazzani Franceschi (QEPD) estaba atravesando una difícil situación con su empresa tabacalera en San Francisco de Tiznados, estado Guárico. Él necesitaba que alguien se encargara de recibir el tabaco verde, cosechado y traído en camiones desde los llanos, para ser “empabilado” y secado en nuestra Hacienda El Taque: en los hornos, él de tipo Virginia y en los largos caneyes o cobertizos él de tipo Burley. Para cumplir con mi trabajo, debía dormir en la casa de la hacienda para así poder recibir los camiones de tabaco verde cada noche, buscar gente en Miranda que lo amarrara o empabilara en cujes o cañas, hacer diariamente las listas de trabajadores (casi todos mujeres y muchachos) indicando las tareas cumplidas, transportarlos desde el pueblo a la hacienda, etc. Después de varios meses de trasnochos y angustias atendiendo las tareas agrícolas, casi nada obtuve como retribución monetaria. Me habían prometido una buena gratificación, pero como la cosecha de tabaco fue casi un completo desastre (causado por irregulares e intensas lluvias llaneras y otros factores), al final solamente recibí poco menos de 500 bolívares. Meses después, con ese dinero pagué el valor de los dos anillos de oro blanco 18 quilates con los cuales me casé. Esos son los que todavía usamos mi esposa Beatriz y yo. En cierta manera quedó algo muy bueno y duradero de ese escaso dinero ganado en esos meses de obligado retorno al terruño natal mirandino. VIVIENDO EN PENSIONES O RESIDENCIAS ESTUDIANTILES DE CARACAS: Ya antes había contado que mis primeros años de vida en Caracas los pasé muy confortables en la casa de mi tía Carolita Franceschi de Olivero (la viuda del médico Vicente Olivero Sandoval) en la calle 12 de Los Jardines de El Valle. Pero desde que ella se fue a vivir con sus hijos, rotando su estadía, el apartamento (en la calle 14) que le dieron como parte de pago por su casa expropiada en el mismo sector, sólo sirvió como vivienda para su hija (mi prima) Ofelia y mi primo Carlos Enrique. Como ya la situación no era como antes, decidí irme a vivir a las residencias estudiantiles situadas en la urbanización Los Chaguaramos, muy cerca de la UCV. En la primera que viví era muy costosa y además no ofrecía servicio de comida. En la <<Quinta Edu>> tenía mi habitación exclusiva y la señora y su hija eran muy simpáticas y decentes. De allí me mudé a una macro residencia situada en la avenida principal del mismo sector, operada por una familia española. Allí era más económico pues compartía una habitación y recibía las tres comidas por 360 bolívares mensuales. Lo único malo era que había que dormir con dos o tres compañeros más en cada cuarto y hacer cola para usar el baño. Y otra cosa, soportar el bullicio del gentío que incluía un conjunto de mariachis ¿mejicanos? con ensayos a diario. Cansado de ese ambiente me mudé de allí junto con un compañero de cuarto. Con este nuevo amigo de origen maracucho y de nombre José Rodríguez Petit me instalé en una residencia en la cercana calle Sanz. Pagaba sólo por un cuarto compartido con mi nuevo amigo y comíamos algunas veces en el vecino <<Restaurant Da Nino>>. Para esa época – hace ya más de cuatro décadas había un cubierto o menú completo por el que se pagaba sólo seis bolívares, y que incluía un primer plato (pastas varias, menestrón), un “segundo” que podía ser carne de res, cerdo, pollo o pescado; un contorno: encurtido, ensalada, papas o tajadas de plátano; un sencillo postre (frutas) y un cafecito negro. Podíamos comer todo el pan necesario pero debíamos pagar aparte los refrescos, los ricos postres especiales (manzanas o peras horneadas en almíbar) u otros extras. De las exquisitas comidas que allí degustábamos no puedo olvidar la rica “Berenjena a la parmesana”, las pastas con sabrosas salsas (Nápoli, Boloña, pesto), los envueltillos de ternera, el Polpetone a la romana, el Osobuco, los encurtidos caseros, los postres, etc. Como muchas veces tenía que invitar a comer a mi amigo maracucho que atravesaba por una crisis de ingresos, no podía comer todos los días en ese restaurante y teníamos - a veces – que “resolvernos” con enlatados (atún, diablitos) a los que acompañábamos con arepas compradas en una arepera cercana. El portugués amigo del maracucho debía prestarnos el abrelatas y vernos comer nuestro enlatado, protestando que éramos unos abusadores, por ir a su negocio a comer eso a cambio de comprarles arepas sin relleno que costaban sólo Bs. 0,25 c/u. Mi amigo maracucho, al oír las protestas le decía, tranquilo “portu”, préstame un cuchillo para abrir la arepa. Vivimos en esa residencia hasta que, primero el maracucho, y yo poco después, nos mudamos a nuestros respectivos apartamentos, ya debidamente casados. Resultó muy gracioso que mi amigo maracucho vivía quejándose porque él iba a quedarse solo en la residencia mientras mis planes matrimoniales avanzaban viento en popa desde finales de 1971 (me casé por la iglesia el 11 de Febrero de 1972). No obstante, inesperadamente, fue él quien se me adelantó cuando unos meses antes, yo le avisé de un trabajo docente que lo inició en esa nueva faceta de su vida. Y no solamente dio clases en un centro nocturno de educación media, allí consiguió una novia y se casó primero que yo el 19 de Diciembre de 1971. MI CAMBIO PARA EL INSTITUTO PEDAGÓGICO DE CARACAS (1971) Aunque ya antes habíamos comentado algo sobre esto, lo amplío ahora algo más. Una vez que ya estaba profundamente enamorado y haciendo planes matrimoniales futuros, me empezó a rondar en la cabeza la posibilidad de estudiar otra carrera. Cada día me parecía oír las críticas de mis familiares que me alertaron desde un principio sobre esa escogencia “romántica” de mi carrera en la universidad. Recordaba que mi hermano Jesús siempre me decía en tono burlón: ¿Cuándo has visto tú un aviso solicitando sociólogos para trabajar? Esa terrible verdad no la vi, sino después de varios años de estudios y de infructuosa búsqueda de algún trabajo medianamente relacionado con mi futuro de Sociólogo. Cansado del hacinamiento y otras molestias de la residencia donde vivía, me mudé a otra parte. Me fui a vivir – como ya dije - a una nueva residencia estudiantil y allí hice gran amistad con mi compañero de cuarto, José Rodríguez Petit, amigo y compadre hasta estos días que corren más de cuatro décadas después. Pues bien, este compañero, igual que Tito lo fue antes, se hizo inseparable. E igualmente tuve que compartir también mis escasos recursos con este amigo que estudiaba Biología en la UCV pero que no tenía beca, trabajo estable o alguna ayuda regular de su modesta familia en el Zulia. Cada día debíamos sacar la cuenta para ver dónde y qué comeríamos. El esperado día de la llegada de mi hermano Jesús al mercado mayor de Coche, íbamos hasta allá a recoger el dinero que me había asignado mi papá después que me suspendieron la beca de 400 Bs. En mi caso, perdí la beca porque la UCV comenzó a exigir una copia de la declaración del impuesto sobre la renta. Como mi papá nunca declaraba o pagaba impuestos, me decía - cada vez que le pedía su declaración del ISR - que como agricultor arruinado él estaba exonerado. Yo le argumentaba que aunque estuviera exonerado y/o arruinado nada perdía con simplemente declarar y recibir así su certificación como <<No contribuyente>>, pero el testarudo de mi padre contra argumentaba diciendo que si él hacía eso podían tal vez investigarlo y salir entonces perjudicado. Y cerró la discusión diciendo que prefería darme el dinero de la beca y evitar de esa manera cualquier problema con el gobierno. Obviamente, la UCV no aceptó ese argumento (del padre agricultorexonerado-arruinado) y me quitó la beca. Fue por ello que mi padre se vio obligado a enviarme mi mesada con Jesús. A mi amigo maracucho le encantaba ir cada semana conmigo hasta el “Mercado Mayor” de Coche a buscar mi dinero. Así podía traer muchas frutas regaladas para sus meriendas nocturnas y también porque éramos invitados a un copioso desayuno-almuerzo en el restaurante del mercado. Un simpático y generoso cumanés (Hilario Barrios se llamaba) era uno de los compradores de las frutas que traía de la hacienda mi hermano Jesús. Él hizo buena amistad con nosotros y le encantaba almorzar con dos universitarios que agradecidos degustábamos grandes platos de carne con papas, “Ropa vieja”, cocidos, sancochos o pabellón. Otra cosa. Este amigo maracucho fue quien por vez primera me planteó seriamente abandonar nuestros estudios en la UCV e inscribirnos en el Instituto Pedagógico de Caracas. Me habló de las grandes posibilidades de trabajar aun antes de graduarnos y muchas otras ventajas. Un día nos fuimos a preinscribir, presentamos las pruebas de selección y posteriormente iniciamos clases en 1971. Mi amigo recibió un gran susto cuando el esperado día que publicarían los resultados de los exámenes y pruebas de selección, él no apareció en la lista y yo sí. Ese día después de haber ido juntos a un baile al que yo fui con mi novia Beatriz, apenas salió el periódico en la madrugada lo compramos y revisamos muchas veces, pero a él no lo veíamos entre los admitidos. Pasados varios días, en los cuales protestó y hasta se incorporó a un comité de estudiantes sin cupo, mi amigo averiguó que en realidad si estaba entre los aceptados. Su error era que se había buscado en la lista equivocada. Felices al fin, iniciamos ambos nuestra nueva carrera bajo la figura de ingreso por equivalencia de estudios. Y se cumplió plenamente la predicción de mi amigo, poco después ambos empezamos a trabajar como “docentes no graduados” en instituciones privadas y posteriormente en liceos oficiales. El Instituto Pedagógico fue nuestro pasaporte al empleo y al matrimonio. El primero que obtuvo empleo – como ya dije - fue mi amigo maracucho. Me habían dado “un pitazo” sobre unas horas de clase en un instituto de libre escolaridad en El Paraíso. Cuando solicité mayores datos sobre el cargo me enteré que sólo requerían un docente del área de Biología y otras ciencias afines. Por supuesto les dije que yo tenía el candidato y de inmediato llamé a José para que se presentara. Allí no solamente obtuvo una gran cantidad de horas de clase, también conoció en ese instituto a una joven – casualmente también de nombre Beatriz. De inmediato se enamoraron y a los pocos meses ya estaban haciendo planes de matrimonio. Se casaron el 19 de Diciembre de 1971, menos de dos meses antes que nosotros que lo hicimos el 11 de Febrero de 1972. ESTUDIANDO EN EL PEDAGÓGICO DE CARACAS, 1971-1976: Al ingresar por equivalencia en el instituto, creía que podía graduarme en mucho menos del tiempo regular de la carrera, que para entonces, era normalmente de ocho semestres, para cursar las 120 unidades de crédito y un semestre adicional de práctica administrativa y docente, obligatorio pero sin valor expresado en créditos. El “pequeño inconveniente” fue que cuando finalmente resolvieron sobre mi equivalencia de estudios sólo me aprobaron pocos créditos ya que muchos cursos aprobados en la Escuela de Sociología de la UCV eran cursos de un año y me los convalidaron por cursos de apenas un semestre. Además, varios de ellos eran solamente cursos electivos, y resultó que tenía más cursos electivos aprobados que los necesarios. En fin, mis cinco semestres aprobados de la UCV se convertían en apenas 23 créditos, lo que equivalía – más o menos - a dos semestres con carga mínima. Eso explica que en la práctica estudié los mismos cuatro años que los demás compañeros, con la diferencia que no estaba sobrecargado de cursos y por tanto pude estudiar y trabajar sin problemas desde el principio de la carrera. Y algo más importante todavía. Aunque muchos cursos no me los convalidaron en la equivalencia acordada, eso no significaba que no tuviese la respectiva formación intelectual del caso. En cierta manera, desde un principio me convertí en un muy aventajado estudiante de Geografía e Historia, porque mi formación filosófica, en ciencias sociales, y de tipo teórico en general, adquirida en esa escuela ucevista, me hacía sentir a años luz de muchos de mis compañeros recién salidos del bachillerato o de algunas viejas maestras que jamás habían tenido esa rica experiencia teórica y práctica que yo exhibía, a veces sin mucha modestia. Rápidamente nuestros profesores se dieron cuenta que ese grupo más o menos notable que venía de la UCV y de otros centros educativos, rompía con ciertas tradiciones de la institución que nos acogió. Definitivamente éramos más irreverentes, discutidores y despiertos que la mayoría que sólo iba disciplinadamente a sus clases, trabajaba en una escuela o liceo la mitad del día, y cuando mucho, participaba en la elección del Centro de Estudiantes. En todos mis semestres, no sólo aprobé los cursos sino que lo hacía con las más altas calificaciones, con excepción de algunos cursos de formación pedagógica o general y algunos cursos de Historia ofrecidos por energúmenos (as) que injustamente me pusieron calificaciones muy por debajo de lo que realmente merecía. Esa era su manera de “vengarse” por nuestras actitudes académicamente irreverentes y políticamente contestatarias, marxistoides en cierta manera. Aunque ya no era propiamente un activista político, al estilo como lo había sido en la UCV entre 1967-1970, todavía me quedaban ciertos resabios izquierdosos y participaba – como independiente - junto con grupos identificados con el MAS y el MIR. Algunos profesores de izquierda – o progresistas - se convirtieron en nuestros amigos: el entonces director del IPC Pedro Felipe Ledesma (QEPD) Historia de Venezuela IV, mi asesor académico Rodulfo Pérez G. (Historia de América III), Carlos Arturo Rivas (QEPD) en dos cursos de Culturas Prehispánicas I y II (después denominados Historia de América I); Celia Jiménez - QEPD - (Historia General de la Civilización I), Federico Villalba (no me dio clases), Freddy Domínguez (Historia General de la Civilización IV) y Arístides Medina Rubio, entre otros. De este último, el conocido “Gordo” Medina, recién llegado de su doctorado en México me convertí en Preparador (por concurso) en la cátedra de Historia de Venezuela, hasta que me gradué. Había otros profesores progresistas que recuerdo con afecto, entre ellos: Ramón Tovar López (Geografía de Venezuela I), Héctor Zamora (Geografía de Venezuela II), Maruja Taborda de Cedeño (QEPD) en los dos primeros cursos de Geografía General, Flor Ferrer de Singer (QEPD) la tuve como docente en la práctica de Geografía General junto con la otra instructora Milagros Escalona. Finalmente, recuerdo a Consuelo Escalona (hermana de la anterior) quien nos atendió en el curso de Trabajos prácticos de Historia de Venezuela IV. En general, tuve buenas relaciones con mis profesores, no solamente con los amigos y progresistas. Hasta a algunos que entonces veía como reaccionarios adecos y copeyanos los trataba de manera respetuosa. Entre estos podemos recordar a Miguel Hurtado Leña (Seminario de Historia Venezuela sobre Antonio Guzmán Blanco), Felipe Montilla (Historia de Venezuela III), Edmundo Marcano (Historia de Venezuela I), Felipe Bezara (no me dio clases), Floraligia Jiménez de Arcondo (Historia de América II y Trabajos Prácticos de Historia de Venezuela II), Lourdes Luzón (Historia de América I). Otros profesores que recordamos con afecto: Guillermo Cedeño (Historia de Venezuela II), Manola Dellano (Didáctica de la Historia y prácticas docentes), Luís Acosta Rodríguez - QEPD - (Historia General de la Civilización III), Eduardo Morales Gil (Historia General de la Civilización II), Domingo Irwin G. (Trabajos prácticos de Historia de Venezuela III), Carlos Fermín - QEPD - (Trabajos prácticos de Historia Venezuela I), Eduardo González Reyes (QEPD) en dos cursos de Historia de las Ideas Políticas I y II. El profesor y abogado Félix Lauchez (QEPD) en el curso introducción al Derecho, el profesor Rodríguez Blanco en el curso de Geografía Regional (América) y Víctor Hugo Yáñez en los cursos de francés. Un caso especial que debo destacar es el del Dr. Virgilio Tosta (QEPD). Este - en realidad - nunca me dio clases formalmente pero siempre lo he considerado uno de mis maestros más influyentes, y además siempre me distinguió con su afecto. Otros profesores que tuve en el IPC, fuera del Departamento de Geografía e Historia fueron, entre otros: Juan Carlos Brandt (Filosofía), Alcibíades Rodríguez (Administración escolar), Gladys Naranjo (Psicología de la Educación), Olga Marina – QEPD - (Recursos Audiovisuales), Pedro Luís Díaz García - QEPD (Filosofía de la Educación), Pedro V. Sosa y Luís Ernesto Argüello – ambos QEPD - (Evaluación). Otros cursos de formación general y pedagógica no debí tomarlos porque me los convalidaron por equivalencia de estudios, entre ellos: Introducción a la Psicología, Introducción a la Sociología, Introducción a la Antropología, Estadística general. Igualmente, me convalidaron algunos de nuestro departamento como los de Geografía Humana y Preseminario de Técnicas de Investigación. A pesar de tratar con respeto a mis profesores, por andar yo siempre en compañía de varios compañeros un tanto irreverentes, contestatarios y peleones (como Manuel Perales Ovalles) me “ficharon” como alguien a quien había que “pasarle factura” en el futuro. Fue así que cuando me gradué no me asignaron un cargo docente en algún instituto dependiente del Ministerio de Educación. Por supuesto, a muchos de mis compañeros recién graduados si se los asignaron como era de rigor entonces. Y a varios compañeros de promoción en el IPC – de inmediato - los incorporaron como Instructores en nuestra alma mater. Estudiando en el Instituto Pedagógico de Caracas (1971-1976) y trabajando en educación media como Profesor por horas (Desde el año 1972) Mi única salvación vino por mis propias gestiones personales. Ya desde febrero de 1972 (pocos días antes de casarme y mucho tiempo antes de graduarme) había obtenido un modesto cargo de profesor por horas en un liceo nocturno oficial. Esas horas de clases las obtuve gracias a las gestiones de mi paisano y amigo el profesor Miguel Ángel Pinto Salvatierra, antiguo director de la <<Escuela Normal Miguel Antonio Caro>> de Caracas y ex alto funcionario en el Ministerio de Educación. Pues bien, mi paisano y amigo logró que se me asignaran 12 horas de clases en un liceo oficial y ello me permitió durante una década (1972-1981) tener un ingreso más regular y seguro que lo obtenido dando clases en varios colegios privados. Además, ello me permitió empezar, muy temprano, a acumular antigüedad como trabajador del Estado para mi futura jubilación en 1999. En ese liceo oficial denominado inicialmente “Instituto Nocturno de Comercio del Oeste” y posteriormente Ciclo de Cultura Básica José de Oviedo y Baños (Nocturno) trabajé, como ya dije, desde febrero de 1972 hasta mi viaje de estudios a USA a finales de 1981. Al principio, cuando llegué con mi nombramiento provisional de parte de la oficina regional de educación nocturna, el señor Director, el profesor Piar Martínez Natera, objetó mi incorporación alegando – como era lo correcto – que se estaba sustituyendo el cargo de una profesora graduada que se había retirado con un docente no graduado (estudiante del Pedagógico). Afortunadamente quien me había enviado al liceo le ratificó por teléfono al director que me dejara pues era difícil conseguir un docente graduado a mitad del año escolar y que además le conviniera ese horario específico. Le dije al Director del liceo que era un alumno avanzado en la carrera, pues supuestamente, por haber ingresado por equivalencia desde la UCV al IPC no me faltaría mucho para graduarme. Eso fue una “media verdad” ya que la fulana equivalencia no resultó lo esperado y terminé mis cursos y la respectiva práctica docente en diciembre de 1975, y me gradué formalmente el 12 de marzo de 1976, en un acto solemne celebrado en el auditorio de la <<Casa de Bello>> (al lado del Ministerio de Educación) ya que el auditorio del IPC estaba en ruinas. Nuestra promoción fue denominada <<Gran Mariscal de Ayacucho Nº 2>>. En ese liceo, rápidamente me gané la buena voluntad del Director Prof. Piar Martínez Natera cumpliendo religiosamente con todas mis labores cada noche. Siempre era uno de los que llegaban primero y salía de último. Trabajé como docente de Historia Universal e Historia de Venezuela y a mis clases no sólo asistían mis propios alumnos sino también los de otros colegas que poco le ofrecían a los suyos. Esto se debía a que de acuerdo con él para entonces denominado “Parasistema”, el docente o “facilitador” debía limitarse a orientar a los “participantes” para que estos investigaran y lograran los objetivos previstos en el programa de estudios para esos supuestos adultos, los que con “auto responsabilidad” debían “auto realizarse” a partir de esa búsqueda del saber de manera autónoma. En términos teóricos o ideales eso estaba muy bien. El problema era que muchos de estos supuestos adultos no eran tales. Muchos eran casi adolescentes, algunos con variadas limitaciones o carencias en su formación previa, muchos de ellos eran trabajadores en tareas no muy estimuladoras de su intelecto, que llegaban sumamente cansados, con sueño y con ganas de irse lo más temprano posible hacia sus casas, situadas generalmente en zonas inseguras. A pesar de mi relativa inexperiencia tratamos de ofrecerles la mayor motivación y la mayor cantidad de información y formación posible en las clases presenciales de asistencia voluntaria. Rápidamente uno se daba cuenta que las clases “tradicionales” eran más atractivas y útiles para ellos. Eso explicaba que mi salón se llenaba de atentos alumnos que copiaban mis esquemas de la pizarra y algunas veces recibían materiales de apoyo – las llamadas guías – para complementar lo explicado en los manuales escolares. Pero lo que más los hacía quedarse hasta las once la noche era la explicación detallada del tema de cada día. Eso fue valorado positivamente por el Director que siempre trató de mantenerme y después aumentarme las horas de clase durante esos diez años. Además, poco tiempo después de mi llegada al liceo me recomendó para que me contrataran en dos buenos colegios privados donde él trabajaba en las mañanas. Fue así que, desde 1973 en adelante, fui profesor de Historia Contemporánea de Venezuela y otros cursos en los colegios “San Antonio de la Florida” y en él “San Vicente de Paúl” (sector Prado de María). Además, por mi cuenta, obtuve horas de clases en otros colegios privados: “Instituto San Carlos” (La California Norte) y el “Colegio San Luís” (Urb. San Luís). Es de recordar que antes de ese ingreso a la educación oficial en 1972, ya había tenido dos cortas experiencias como docente: la primera enseñando “Formación social, moral y cívica” en el colegio Nuestra Señora del Valle, en las cercanías del Panteón Nacional (ganaba Bs. 10 la hora). Igualmente di clases de “Educación Artística” en un instituto privado de libre escolaridad de nombre Santiago Mariño, situado en La California norte. MÁS SOBRE LA RELACIÓN CON EL PROFESOR PIAR MARTÍNEZ NATERA: El colega y amigo Piar Martínez Natera siempre me distinguió con su afecto y apoyo. Me tomó bajo su protección y fue así que cuando se inició la enseñanza de la Historia Contemporánea de Venezuela – por vez primera en nuestro país, hacia 1973 – de inmediato me propuso que asumiera esa responsabilidad en los mencionados colegios católicos. Él, con gran honestidad, me dijo: “Profe, Usted puede hacerle frente a ese compromiso. Yo, en realidad, de eso conozco poco, ya que fundamentalmente mi área ha sido la Geografía”. A este respecto había que tomar en cuenta que Piar Martínez Natera era autor de un conocido manual de Geografía Económica de Venezuela y brillante egresado del IPC. En mi caso, aunque para 1973 no estaba graduado todavía, gracias a mi formación en la UCV y la ayuda de mi maestro, colega y amigo Freddy Domínguez ya había podido publicar mi primer libro como coautor, junto con Evelyn Bravo Díaz. Ese librito, cuya primera edición sacó la Editorial Serpentina (Caracas, 1973) se tituló <<Problemas de Historia de Venezuela Contemporánea>>. Ese libro, el primero que contribuí a escribir, fue curiosamente el único libro que tuvo el honor de ser “bautizado” en medio de una emotiva ceremonia en un aula del Departamento de Geografía e Historia del IPC. Todavía conservo un viejo ejemplar firmado por muchos de los asistentes al acto. Al lado de las firmas aparece como fecha, septiembre 1973. Por el contrario, a pesar de haber publicado muchos otros libros después de ese “pinino” o pasito inicial, nunca más he visto un bautizo. Creo que una excepción fue un mini acto – muy íntimo - en la casa de mi hermano Jesús en Puerto Cabello, cuando salió publicado el libro <<LOS FRANCESCHI, La Pequeña Historia de una Familia>> (Caracas, Gráficas Tao, 2003). Hasta ahora, las editoriales u otras instancias no se ocuparon de esta tarea que sirve (como dicen algunos) para “masajearles el ego” a los autores. En nuestro medio, estos actos, en su mayoría, los organizan los mismos autores, que se hacen “autohomenajes” en librerías, salas universitarias u otros espacios apropiados. No sé si esto es una falsa modestia de mi parte, pero hasta ahora he resistido la tentación, y por eso, sigo sin bautizar mí ya numerosa cosecha de libros mayores y menores a lo largo de cuatro décadas. COSA CURIOSA, después que había escrito eso, ocurrió el milagro: El diario El Nacional (Colección Biblioteca Biográfica Venezolana) que publicó una nueva versión de mi libro sobre Feliciano Montenegro Colón, organizó un evento como parte de una Feria del libro en las instalaciones de la UNIMET. Allí, junto con otros autores de esa universidad, donde ahora trabajo, se hizo un bautizo colectivo que incluyó nuestra biografía de Feliciano Montenegro Colón (Volumen Nº 70 de la colección). Igualmente en ese evento pudimos decir algunas palabras sobre cómo fue el proceso de escribirla. Ese libro titulado <<Problemas de Historia de Venezuela Contemporánea>>, después de sus primeras dos reimpresiones, salió corregido y aumentado sustancialmente con el mismo título pero publicado por <<Vadell Hermanos editores>> (tuvo unas seis ediciones o reimpresiones) hasta que su contenido fue aprovechado parcialmente para elaborar un nuevo y más completo manual junto con Freddy Domínguez y publicado desde entonces por Colegial Bolivariana. Esta obra tiene sucesivas ediciones y reimpresiones hasta la actualidad. Debo recordar que la tarea de revisar y ampliar la edición que publicó <<Vadell-Hermanos editores>> la realicé yo solo, pues para entonces la coautora (Evelyn Bravo y su entonces marido, Freddy Domínguez, estaban estudiando sus postgrados en México. Una muestra del respeto que desde entonces tenía por mí el profesor Piar Martínez Natera era que, cada año, me invitaba a ser miembro del jurado en los exámenes de sus alumnos de otros colegios donde laboraba. Especialmente recuerdo uno de monjas donde nos ofrecían los más suculentos desayunos, y éramos atendidos con gran amabilidad por las religiosas. Como algo humorístico, vale la pena recordar la vergüenza que me hizo pasar el colega Piar Martínez cuando le dijo a las solícitas monjitas, así, como quien no quiere la cosa: “¿Sabe hermana?…que el profesor Franceschi me dijo que ustedes le traían muchas <<exquisiteces>> porque un profesor con hambre se torna muy peligroso con las calificaciones de las alumnas…”. Las monjitas rieron mucho con la “ocurrencia” del colega (yo en verdad se lo había dicho como chiste a él) pero me puse rojo al ser “delatado”. Desde entonces, siempre el profesor Piar Martínez se reía de esa broma que me hizo. Al comienzo, nuestra relación con él fue muy fría y profesional, pero a medida que pasaron los años fuimos grandes amigos. Como él no manejaba, algunas veces (si otro colega no lo hacía) me tocaba llevarlo a su casa después de salir de clases en horas de la noche. Disfrutaba mucho ese viaje hacia su casa porque era la oportunidad de conversar animadamente como colegas y amigos. Me daba muchos consejos, siempre estaba pendiente de mis avances académicos, éxitos personales, de mi familia, etc. Todavía seguimos como amigos aunque no nos veamos con la misma regularidad de esa época. Además de esas distinciones, cada vez que se requería la actuación de un orador de orden en los diferentes actos de la institución, el escogido sin discusión era el suscrito. Fue así que tuve que hablar en celebraciones como el Día de la Juventud, el día del trabajador, día del educador, actos de fin de curso, etc. Igualmente me hizo conceder varios reconocimientos públicos con “placas” incluidas. Una Peculiar Paradoja: Algo sorprendente en nuestros destinos, el del profesor Martínez Natera y el mío, fue que él me conoció cuando yo apenas era un estudiante del IPC y trabajaba como docente no graduado. Cuando me gradué formalmente de Profesor se alegró mucho y me entregó un regalo. Varios años después, siendo yo profesor y Jefe del Departamento de Geografía e Historia del IPC, tuve el honor de firmar su título de Profesor de Geografía e Historia, título que, aunque ya lo tenía, solicitó nuevamente para que le fuera otorgado bajo la nueva modalidad o denominación: “Universidad Pedagógica Experimental Libertador - Instituto Pedagógico de Caracas”. No asistió al acto académico donde le llamaron para entregarle su nuevo título pero pocos días después lo retiró por secretaría y me lo hizo llegar con Don Fidel Ferreiro (QEPD) para que se lo firmara como profesor de la UPEL. Sentado en mi despacho de Jefe del Departamento, me dije: ¡Vueltas que da la vida! En el liceo nocturno tuve la oportunidad de trabajar y hasta de hacer amistad con varios colegas. Entre los que más recuerdo estaban los profesores Ramón Girón, Josefa Márquez Pérez (Pepita), María Gloria de Cabrera, Simón Calcaño, José Honorato Guerra, uno de apellido Urrutia, y otros más. Un caso interesante fue el del colega Girón. Este era un Licenciado en Educación egresado de la UCV, sin mucha formación en el área de historia ya que en esa escuela sólo ofrecían una formación muy general. Él, cada vez que podía, se ponía a hablar conmigo y otros profesores. Me pedía recomendaciones de lecturas y conversábamos cada noche sobre variados temas históricos. Además, me pedía que hiciera los exámenes y su respectiva “clave” para corregirlos porque sino – decía – hasta el mismo salía aplazado con mis exámenes “venenosos”, según él. El caso era que le tocaba hacerme una supervisión varias veces en el semestre y el mismo me decía: “¿Cómo voy a decirte algo? Y como con pena, se limitaba a llamarme hacia la puerta para que le firmase la hoja que decía que había observado mis clases y había verificado la calidad de la misma. Y había otro elemento adicional. Cuando yo comencé a trabajar como profesor del Instituto Pedagógico (1976) y tenía libros publicados, él como jefe del Departamento de Sociales del liceo me trataba con gran respeto, al igual que a otros de sus adscritos. UNA VIDA DURA AL COMIENZO Hasta que me pude graduar y obtener mi título oficial de Profesor de Historia en 1976, tuve una vida un tanto dura: Dando clases de historia y geografía en varios colegios privados de Caracas entre las siete de la mañana y el medio día, atender a mis propios estudios en el Instituto Pedagógico de Caracas, entre las dos y las seis de la tarde, y para rematar mi larga jornada, dando clases en un liceo público hasta las once y cuarto de la noche. Llegaba muy cansado a la casa (especialmente mi garganta) y muchas veces pasaba varios días sin ver a mis hijos despiertos. Pues cuando me levantaba a las 5,30 AM y me iba sin desayuno para estar antes de las 7 de la mañana en el colegio San Antonio de La Florida ellos estaban dormidos; luego a medio día – cuando venía corriendo a almorzar - estaban en el Kinder o la escuela y ya en la noche cuando llegaba del liceo estaban ellos dormidos. Varias veces, el mayor, Fernando Augusto, luchaba con el sueño porque quería esperarme despierto. Eso me “partía el alma” y me hizo pensar que no tenía mucho sentido ganar más dinero sino podías ver siquiera a los hijos cada día. Además de trabajar en los colegios católicos “San Antonio de la Florida” y “San Vicente de Paúl” de Prado de María; recomendado en ambos - como ya dije - por el Prof. Piar Martínez Natera; por mi cuenta conseguí otras horas en el Instituto San Carlos (Urb. California Norte) y en el Colegio católico San Luís de la urbanización de igual nombre. Debía hacer maravillas para “cuadrar” los horarios y correr de un lado a otro entre las siete de la mañana y la una y media de la tarde, algunos días. Al San Antonio de la Florida iba a las primeras horas de la mañana y desde allí salía “disparado” hacia el San Vicente de Paúl (dos días a la semana), otros dos días iba a media mañana a la California Norte (vía Cota Mil) para dar clases en el Instituto San Carlos y, finalmente, una mañana completa – la de los viernes – la dedicaba al colegio San Luís para atender dos cursos de Geografía de Venezuela (dos horas c/u) en combinación con otro colega (hijo del Dr. Lorenzo Fernández) que daba la parte de Historia de Venezuela. Cuando obtuve mi título de Profesor de Historia (IPC, 12/03/1976) gradualmente mejoró un poco nuestra situación. Aunque ya había podido comprar mi primer automóvil a mediados de 1972, pues sin él era imposible movilizarme a tantos sitios durante el día y la noche, ahora ya graduado, pude obtener mejores condiciones de trabajo. Después de muchas gestiones gremiales a través del Colegio de Profesores de Venezuela me asignaron 12 horas de clase – en tres tardes - en el liceo oficial <<Gustavo H. Machado>> localizado en el sector de AltaVista, Catia. En ese liceo tuve una excelente acogida por parte del subdirector, el profesor Paúl Rojas, gremialista del CPV, un tanto extraño por sus “salidas” auto calificadas por él como anarquistas. Igualmente tuve buena relación con la jefa del departamento de Sociales, una profesora egresada del IPC en la especialidad de geografía, discípula del Maestro Ramón Tovar y muy amiga del colega Ernesto Martínez Serrano. Supe que después ingresó contratada en la UCV. La compañera que compartía los cursos de Historia Universal conmigo era una estudiante de la UCAB, un tanto asustada cuando supo que era yo quien elaboraría el examen de lapso. Para que dejara su nerviosismo le dije que no se preocupara, que lo revisara y constatara que no había nada del otro mundo que pudiera dejar mal parados a sus alumnos, y a ella por extensión. Además, traté de ser lo más amistoso posible con la joven colega. Allí trabajé apenas dos años ya que después de mi graduación fui incorporado como profesor contratado en el Departamento de Geografía e Historia del IPC y me era difícil “cuadrar” tantos horarios diferentes. Una vez que pasé a la condición de ordinario y clasificado como <<Profesor Asistente>>, también me dieron la categoría administrativa de “Tiempo Completo” hacia 1979. Por consiguiente tuve que renunciar a todas esas horas de clase en colegios privados y las horas de clase del liceo público de Catia. Sólo conservé – además del nuevo cargo universitario - mi más antiguo cargo en el querido liceo nocturno, donde además ya tenía asignadas 18 horas semanales y ello representaba un excelente complemento a mi sueldo diurno del IPC. Ya para ese tiempo mejoró mi situación. Superé mis modestos ingresos iniciales (no llegaba a los 2.000 bolívares) y para eso tenía que trabajar mañana, tarde y noche, corrigiendo exámenes y trabajos los fines de semana y con una continua ronquera de tanto hablar, dando ocho y hasta doce horas diarias de clase. Mi situación mejoró mucho al graduarme y tener esos dos trabajos fijos y relativamente bien pagados: El del IPC y mis horas nocturnas en el liceo, las que sólo dejé cuando me fui a estudiar el postgrado en USA en 1981. LOS SUELDOS DE ENTONCES Y LOS DE AHORA Parece mentira pero los sueldos de ese entonces (lo que yo obtenía como profesor con dos trabajos), unos 6.000 bolívares, eran (al cambio de la época) unos 1.395 dólares mensuales. Ahora, para 2013, recibo nominalmente mucho más con mi jubilación de Profesor de la UPEL, pensión del IVSS y contratación por horas en UNIMET. Si se contabiliza todo con el $ oficial de 6,30 Bs.f. (para agosto de 2013), ello serían unos 3.000 $, pero si considera el dólar libre (ahora entre 30 y 40 Bs.f.) sólo tendríamos unos 700 a 800 dólares. Es decir, nuestros ingresos hoy son muy inferiores a esos años iniciales. Algo así como la mitad de lo recibido décadas atrás. Y hay que tomar en cuenta otros factores: valor de la vivienda, de los automóviles, de los alimentos y medicinas, etc. Como puede verse, no estábamos tan mal cuando uno ganaba sueldos de cinco o seis mil bolívares de los de esa época con dólares a cuatro bolívares con treinta céntimos (Bs. 4,30), sin devaluaciones y muy baja inflación. Para que mis hijos se hagan una idea de los precios de entonces, siempre les cuento de nuestro primer automóvil, un Ford Cortina 1972 comprado al fabuloso precio de 14.000 bolívares y que fue pagado en treinta y seis meses con giros de 430 Bs. Igualmente el primer apartamento comprado en Santa Mónica con la ayuda de los suegros por la suma de 90.000 Bs. Ellos pagaron la cuota inicial (Bs.15.000) y tres anualidades especiales para que nos quedaran las cuotas en Bs. 469, que era lo que al principio, recién casados, podíamos pagar. Para entonces no ganaba ni dos mil bolívares, pero podíamos sobrevivir. El sueldo más importante que recibía en 1972 por mis horas nocturnas en el liceo oficial era de 844 bolívares (o sean 0,84 Bs.F.), algo que ahora no alcanza para comprar ni un caramelo si lo consideramos solamente en términos nominales. Lógicamente, todo esto lo que refleja es el duro proceso combinado de inflación/devaluación, lo que llevó al bolívar de hace más de cuarenta años a “evaporarse”. Fue esto lo que obligó a realizar una reconversión monetaria y establecer una nueva moneda, el Bolívar Fuerte, equivalente a un mil de los viejos bolívares, con la eliminación de tres ceros. Bolívar Fuerte, que ya no es tal cosa, debido a recientes devaluaciones y acelerada inflación indetenible. Mi ingreso como Profesor al IPC: “Algunos” quisieron perjudicarme y más bien me favorecieron. Una de las cosas que ocurrieron cuando me gradué y fui incorporado al IPC fue lo siguiente: Como egresado con un excelente récord académico, que además había sido Preparador (por concurso) de la Cátedra de Historia de Venezuela me correspondía ingresar como Instructor por concurso al IPC, una vez que obtuve mi título en 1976. Sin embargo, el “pase de factura” política lo impidió y quisieron castigarme incorporándome como simple profesor por horas bajo una contratación bastante irregular e inestable. La anécdota de mi ingreso inicial al IPC fue así: En la tarde del 12 de marzo de 1976 (entonces celebrado como Día de la Bandera Nacional), al concluir el acto solemne de grado se me acercó el profesor César Rodríguez Palencia (QEPD), interventor enviado por el Ministerio de Educación, quien para entonces, estaba encargado como Jefe del Departamento de Geografía e Historia. Jovialmente me comunicó que me tenía un buen regalo de graduación y me preguntó si aceptaría un cargo como profesor contratado en la asignatura <<Trabajos Prácticos de Historia de Venezuela I>>. Por supuesto, tuve que aceptar, a pesar de sentir una cierta frustración ante la injusticia que se cometía conmigo, ya que me correspondía ingresar por concurso como Instructor y así ser parte del personal docente ordinario. La proposición que me hicieron se explicaba por haberse producido una inesperada vacante por el traslado del profesor Sancler (un importante militante adeco) hacia el Instituto Pedagógico de Maturín. Por eso, se vieron obligados a buscar una solución urgente al asunto. Como conocía bien mi situación (de “vetado” políticamente), simplemente esperé con paciencia y “bajo perfil” a que finalizara esa condición de contratado, que después pretendieron convertir en una condición de “interino”. Pero igual, esperé a que ese absurdo se corrigiera, pues los interinos legalmente sólo podían serlo durante un lapso corto y eso en sustitución de alguien con permiso temporal. Tuve que trabajar tres años bajo ese limbo legal. Mi premio fue que cuando pasaron tres años dando clases y teniendo las mejores recomendaciones de mis superiores, la Representante de los profesores ante el Consejo Académico (mi antigua profesora Celia Jiménez, QEPD) planteó enérgicamente que se aplicara en mi caso lo pautado en el Reglamento General del IPC, esto era, que los profesores que hubiesen cumplido tres años o más en la condición de contratados podían ingresar como profesores ordinarios y ser debidamente clasificados de acuerdo con la evaluación de sus credenciales académicas. El resultado no pudo ser mejor. A los tres años de haber ingresado fui clasificado como Profesor Asistente considerando que tenía los puntos suficientes para ese escalafón. Debemos recordar que yo venía trabajando en educación oficial desde 1972 y ya tenía publicaciones en mi haber. Ese mismo año de 1979 había publicado mi segundo libro que titulé <<Caudillos y Caudillismo en la Historia de Venezuela>> (Caracas, Eximco, 1979); y recordemos que el primero había sido <<Problemas de Historia de Venezuela Contemporánea>> (Caracas, Editorial Serpentina, 1973) De esa manera, quienes pretendieron perjudicarme manteniéndome en esa inestable condición por tres años (esperando tal vez echarme del IPC si les daba motivos o razones), al final, me favorecieron sin proponérselo conscientemente. Si me hubieran permitido ingresar por concurso como Instructor en 1976 debía esperar cuatro años en ese nivel y, luego presentar y aprobar el trabajo de ascenso, para obtener la ansiada estabilidad que daba el escalafón académico universitario. Además, en el caso que hubiese sido incorporado como Instructor desde un principio, tenía que renunciar a todos mis otros compromisos laborales porque esa condición de Instructor requería la “Dedicación Exclusiva” y el sueldo único a obtener era inferior a lo que ganaba sumando mis otros ingresos. Como se ve, a veces, los que pretenden hacernos algún mal terminan haciéndonos el bien. Tal vez por eso nunca guardé mucho rencor a esos que manejaban el IPC para esa época. El tiempo, la convivencia con los antiguos maestros - después colegas - y otros factores, nos hicieron atemperar el disgusto inicial y la adeco-fobia. En nuestros días, y después de más de catorce años de chavismo, ya casi nos caen simpáticos los adecos y los valoramos positivamente. PARA RELATAR CON MAYORES DETALLES LO DEL MATRIMONIO E HIJOS, VOLVAMOS UN POCO HACIA ATRÁS: Beatriz, la Verdadera Novia Antes de relatar este importante cambio de mi vida recordaremos cómo conocí a Beatriz Helena Díaz Morales. La cosa fue así: Me vine a estudiar a Caracas en octubre de 1967 y viví en la vieja urbanización <<Los Jardines de El Valle>>, en una casa ubicada en el cruce de la calle 12 con la entonces nueva avenida Inter comunal de El Valle. Durante esos primeros años, casi todas las noches nos reuníamos en esa casa de tía Carolita, un grupo de jóvenes a conversar y a buscar en qué divertirnos un rato. Una noche, a comienzos del mes de mayo de 1969, sabíamos que se grabaría un popular programa de televisión en un terreno vacío situado a unas dos cuadras de donde estábamos y decidimos irnos hasta allá. El llamado <<Show del pueblo>> reunía cada semana a los habitantes de cada sector de Caracas a escuchar la música de una orquesta (Los Melódicos), los artistas que cantaban y a los animadores del show. Cuando estábamos entre el público observé y me acerqué a unas señoras que conocía porque las había visto en la casa de mi tía Carola. Con éstas estaban unas jóvenes que me atrajeron de inmediato y entablé conversación con ellas. Una de las simpáticas muchachas era Beatriz, quien resultó nieta de la señora María Mora de Morales (QEPD), allí presente junto con su amiga la señora Mercedes, una española vecina de la calle 8. La conversación se prolongó hasta que terminado el show regresamos caminando hasta que me despedí de ellas en la casa de la calle 12 y las señoras y las chicas siguieron a sus casas. El siguiente paso fue – ya sabiendo que Beatriz vivía en una casa de la cercana calle 8 - pasar “casualmente” por la puerta de esa vivienda acompañado de mis amigos el cercano día domingo. Por suerte, Beatriz estaba en la puerta y nos paramos a saludar. Mis amigos – conociendo mi objetivo - siguieron su paseo pero yo me quedé allí conversando, saludé a la familia y las amigas, y pocos días después, ya estaba invitado a una fiesta bailable en la casa de Marta, una de sus amigas vecinas. La comunicación se facilitó mucho más porque en ese primer año Beatriz trabajaba en una oficina del muy conocido “Edificio Easo” de Chacaíto y viajaba – igual que yo – en unos modernos autobuses Mercedes Benz (brasileños) de una nueva empresa pública llamada EMTSA (El pasaje costaba Bs. 0,50 y en los otros, los viejos autobuses, solamente Bs. 0,25). A mediodía, cuando yo regresaba de la UCV hacia mi casa, esperaba en la parada cercana a la plaza de <<Las Tres Gracias>> hasta que la veía venir y entonces tomaba esa unidad. Conversábamos durante el viaje, especialmente si teníamos la suerte de poder sentarnos juntos en el mismo asiento. Cuando llegaba a la calle 8 me bajaba en su parada y la acompañaba a su casa. Ese trabajo inicial como recepcionista en una oficina de ingenieros lo cambió después por el ejercicio de la docencia con niños del nivel preescolar en el “Colegio Los Jardines”. Dicha ocupación la tuvo hasta que se retiró antes de nuestro matrimonio en 1972. Se quejaba mucho de una crónica afección en las cuerdas vocales por exceso de trabajo en un aula con demasiados niños, y además le pagaban muy poco por ese trabajo de Kindergarterina. Como decía, esos primeros días fueron muy emocionantes. Asistimos a la famosa fiesta varios de mis amigos y mi primo Carlos Enrique quien se empató con Yhajaira Manzo, una de las amigas-vecinas de Beatriz. Posteriormente, mi amigo Tito – paisano de Valencia y compañero de Sociología – se empató un tiempo con Marta Delgado la otra amiga, en cuya casa se hizo la fiesta inicial donde el 18 de mayo de 1969 empezaron mis casi tres años de noviazgo con Beatriz. Tal vez por eso siempre he tenido predilección por el 18 y el 48: Nací un 18 de septiembre de 1948, Beatriz nació un 18 de agosto, nos hicimos novios un 18 de mayo, pude irme a estudiar mi postgrado a USA el año 81 (dieciocho al revés) y regresamos el 84 (cuarenta y ocho al revés). Aunque no soy excesivamente seguidor de esas cosas “de la suerte” no puedo evitar tenerlo presente cuando apuesto o hago algo parecido. El 16 de diciembre de 1969, a poco meses después de iniciado el noviazgo, Beatriz se mudó con su familia a una nueva casa-quinta adquirida por sus padres en la cercana Urbanización Santa Mónica, una zona con mayor categoría social que Los Jardines del Valle. Entonces las cosas se me complicaron un poco en materia de transporte. Ya no podía acercarme algunas tardes hasta la calle 8 con la excusa de pasear nuestro perro Sultán, tampoco podíamos asistir a la misa de los días domingo en la calle 14 de Los Jardines de El Valle y la coincidencia en el autobús ya no fue posible. Los miércoles, sábado y domingo – días de visita autorizados por la familia - debía tomar un autobús hasta la parte baja de Santa Mónica, y luego subir tres cuadras a pie y en subida hasta la calle Lisandro Alvarado, Quinta Feryola. Para el viaje de regreso (sobre todo cuando ya tenía mayor confianza) a veces tenía la suerte de que me dieran “la cola” en el automóvil de la familia, manejado por mi cuñado Fernandito (QEPD). Desde un principio mi relación fue muy formal. Hablé con mi futuro suegro Fernando Díaz Trujillo (QEPD) y le solicité su aprobación para visitar la casa como novio con serias intenciones matrimoniales futuras. Además los invité a visitar a mi familia en Miranda. Allí conocieron a mis padres y hermanos, fueron a nuestra hacienda, etc. Por cierto, ese día mi padre – como siempre – hizo varias bromas a mi futura esposa: Muy serio le dijo que seguramente ella había ido a contar el número de árboles de naranjas de la hacienda para ver así cuánto le tocaba. Naturalmente, Beatriz se puso muy nerviosa con las ocurrencias de mi papá, que sin darle oportunidad de recuperarse me dijo ¿Y esta es otra nueva novia? Para dar a entender que ya le había llevado muchas antes. MATRIMONIO EN 1972 Como ya dije, me casé con Beatriz Helena Díaz Morales en 1972. El matrimonio civil fue el 11 de enero. Un día de semana fuimos (nosotros dos y los padres de Beatriz acompañados de Genaro Paoleti y su señora como testigos) a la oficina del cercano juzgado de parroquia para cumplir las formalidades legales. Después de oír y firmar el acta, Beatriz se fue a su casa y yo tuve que ir a mis clases como estudiante del IPC y mi trabajo de ese día. Un mes después, el 11 de Febrero, celebramos la boda eclesiástica en la santa iglesia de <<Nuestra Señora de la Consolación>> en Santa Mónica, una iglesia situada a pocos metros de la residencia de los padres de la novia: Quinta Feryola, calle Lisandro Alvarado, Urbanización Santa Mónica. La fiesta fue celebrada en el Club de Sub Oficiales de las Fuerzas Armadas. Una maravillosa recepción en la que nos acompañaron nuestras dos familias y muchos amigos. “Escapamos” de la fiesta ayudados por nuestros amigos (recién casados en diciembre) José Rodríguez Petit y su esposa Beatriz Sevillano, ya que ellos tenían su propio auto y nos llevaron desde el club (cercano al hipódromo La Rinconada) hasta el apartamentito que habíamos alquilado en la planta baja del edificio Imán, calle Nicanor Bolet Peraza de Santa Mónica. Pasamos esa primera noche como nuevos esposos en ese modesto apartamento (y no en un hotel de lujo) para así ahorrar nuestros escasos recursos monetarios. A la mañana siguiente, salimos a un corto y muy económico viaje de “Luna de Miel” hacia la Colonia Tovar y allí nos alojamos en una hermosa cabaña del tradicional “Hotel Selva Negra” de esa pintoresca población de estilo alemán. Como no tenía tiempo disponible para salir muchos días, solamente aprovechamos el fin de semana y los dos días de carnaval. Pasados esos felices cuatro días tuve que volver a trabajar al liceo, pues apenas estaba comenzando mis labores allí y no era el momento de estar pidiendo permisos. Además de esa limitación laboral, no podíamos gastar demasiado considerando que teníamos que guardar el dinero que nos obsequiaron en la boda para así comprar algunas cosas necesarias para equipar nuestro nuevo hogar. Para esos días no tenía un automóvil propio y por ello utilizamos un vehículo rústico (Nissan Patrol) que nos prestó el primo Iván Morazzani. Después del regreso devolví el auto del primo Iván y tuvimos que adaptarnos – forzosamente - a la condición de peatones, viajando en autobuses y carritos por puestos. Muchas veces, nuestro cuñado Fernandito (QEPD) nos llevaba en su auto, tal como lo hizo en la época del noviazgo. Mi esposa siempre ha expresado su frustración o inconformidad por no haber podido estar un mayor número de horas en la animada fiesta bailable de su boda, aprovechando mucho más la diversión que ofrecía el conjunto pagado para nuestra fiesta - y además - la que ofrecía una excelente orquesta que animaba otra gran fiesta celebrada en otra sección del club, pero que igual se oía perfectamente en todos sus espacios. Cada vez que este tema sale a relucir, Beatriz me reprocha que ella no disfrutara hasta el final junto con todos los invitados por mi insistencia en irnos a mitad del festejo. Lo otro, y que guarda relación con lo primero, fue tener que pasar esa especial primera noche en esa modesta habitación del apartamento donde viviríamos los primeros seis meses de vida como casados. Y de igual manera, tenernos que conformar entonces con pasar apenas cuatro días en la cercana Colonia Tovar. Tal vez por eso, cada vez que le propongo ir a esa población, ella en vez de considerarlo una oportunidad para rememorar esos placenteros días de Luna de Miel, lo toma más bien como recordar esa situación de estrechez o privaciones. El apartamentito del edificio Imán lo conseguimos al ponernos en contacto con una joven viuda que había vivido allí, pero que al perder su marido en un grave accidente quiso - o tuvo que - mudarse y alquilar su apartamento. Firmamos un contrato de arrendamiento por seis meses (renovable automáticamente si no decidíamos anunciar el retiro con anticipación), además, le compramos algunos muebles (juego de cuarto) y una mini nevera. La cama, la cual tuve que reparar yo mismo porque estaba deteriorada, se la regalé meses después a un primo de Beatriz cuando pudimos comprar un juego de cuarto nuevo pagándolo por cuotas. También con el dinero de los regalos de boda pudimos comprar un refrigerador de mayor tamaño, una cocina a gas, juego de comedor pantry y otras cosas para la casa. NACIMIENTO DE LOS HIJOS Y LA ADQUISICIÓN DE VIVIENDAS Cuando ya teníamos tres años de casados se hizo realidad nuestra meta de tener hijos y así nació el primero de ellos, el 10 de marzo de 1975. Le pusimos los nombres de ambos abuelos: Fernando Augusto. Dos años después, nació la niña el 6 de marzo de 1977. A esta la bautizamos con el nombre de Irene Beatriz. Tenemos que recordar – a propósito del primer embarazo – que este no fue fácil. Beatriz tuvo que someterse a variados tratamientos, algunos muy dolorosos, hasta que finalmente pudimos lograrlo. Una Vivienda: Al principio de nuestra vida matrimonial no teníamos un apartamento propio. Tuvimos que conformarnos con el ya mencionado minúsculo apartamento alquilado. En realidad lo tomamos porque era algo cuyo precio estaba a nuestro modesto alcance, y además, estaba situado a poca distancia de la residencia de los padres de Beatriz. Pasados los primeros 6 meses decidimos que era el momento de mudarnos a un apartamento más grande. Si esperábamos más allá de esa fecha, el contrato de arrendamiento se prorrogaba automáticamente y entonces teníamos que esperar un año para abandonarlo sin sufrir penalizaciones como la pérdida del depósito, etc. Antes de cumplida la fecha, sacamos todos nuestros escasos enseres del mini-apartamento del Edificio Imán. Pero cuando ya estábamos negociando alquilar otro que era más grande en las cercanías, surgió otra solución mucho mejor. Los suegros decidieron ayudarnos mucho más, adquiriendo un apartamento nuevo de dos habitaciones, situado también en la misma urbanización. El apartamento era parte de un conjunto residencial recién construido en la zona de las “Terrazas de Santa Mónica”, todos ellos con nombres de constelaciones estelares. Muchos de esos edificios fueron vendidos a profesores que podían obtener el financiamiento a través del IPAS-ME, que no era mi caso, ya que apenas empezaba a cotizar y el IPAS-ME exigía entonces una antigüedad mínima de ocho años. No obstante, con el espaldarazo o apoyo familiar pudimos mudarnos al edificio Orión, antes de tener conserje asignado y otros requisitos. Una extraña o peculiar Conserje Esa primera “Conserje” del edificio adonde nos mudamos era una anciana y culta señora – de origen uruguayo - madre de unos de uno de los vendedores de la empresa inmobiliaria. La señora Élida Cortázar, pariente, según nos dijo entonces, del famoso escritor de ese mismo apellido. Trabajó poco tiempo hasta que vino a sustituirla una conserje regular, y entonces, ella y su hijo Johnny Gantuz se mudaron a una vieja casona de la urbanización <<El Paraíso>>, donde establecieron una residencia estudiantil. Allí, los visitamos varias veces pues hicimos buena amistad. Posteriormente se mudaron a la Gran Sabana (Santa Helena de Uairén) donde tuvieron un hotel o posada turística. Ambos fallecieron años después, primero la anciana señora y luego nuestro buen amigo, extremadamente gordo y bondadoso. Aunque nos hicieron repetidas invitaciones, no pudimos visitarlos en esa idílica región. En el Edificio Orión Allí vivimos mucho mejor hasta finales de 1981, cuando viajamos a USA. Ese apartamento costó 87.000 bs. – y agregándole el valor del puesto de estacionamiento, bs. 3.000 bs. – daba un total de 90.000 bs. Para pagarlo mis suegros aportaron la cuota inicial exigida entonces: Bs. 15.000, y además tres cuotas especiales anuales de 5.000 bs. – los primeros años. De esa manera nos quedaban unas mensualidades a nuestro alcance. No obstante, aunque podíamos disfrutar del apartamento, éste fue registrado legalmente como propiedad de mi suegra Yolanda. En ese apartamento (el Nº 6-C, torre A, del edificio Orión, situado en la calle Rafael Arvelo), contábamos con dos habitaciones y un baño, sala-comedor, cocina, lavadero, un pequeño estar o pasillo (donde puse mi escritorio y libros) y el balcón. Como sólo teníamos una habitación para nosotros y otra para los dos niños, después decidimos hacer una pequeña habitación, colocando un tabique de madera y su puerta en un espacio que había en el área de la cocina-lavadero. En ese mini-cuarto colocamos la cama y un estante para Fernando Augusto (el varón mayor), espacio que el bautizó como su <<bati-cueva>>. Cuando vivíamos en ese apartamento del edificio Orión ya teníamos nuestro primer automóvil (un Ford Cortina, 1972) Una molesta dificultad de ese apartamento era una casi permanente falta de agua. Por ello nos veíamos obligados a tener varios depósitos de agua como reserva, discretamente disimulados dentro de un gran closet en la cocina. Mientras estuvimos ausentes en el viaje de estudios a USA, ese apartamento del Edificio Orión estuvo alquilado a mi antiguo profesor y ahora colega, amigo y compadre Freddy Domínguez. El dinero del alquiler (restándole la cuota mensual a pagar a la inmobiliaria y lo del condominio) nos ayudó a completar el ingreso familiar allá en Stockton, California. Una vez que regresamos desde USA en 1984 nuestra suegra nuevamente nos ayudó a hacer otro cambio. Se vendió el apartamento del edificio Orión (por Bs. 400.000) y con un aporte adicional de 175.000 Bs. (producto del dinero heredado de Don Fernando Díaz (QEPD) se negoció un apartamento mucho más grande y mejor que costaba 825.000 Bs. El resto de la deuda (250.000 Bs.) - igual que hicimos con el otro apartamento - la fui pagando mensualmente hasta su liquidación en sólo cinco años. En ese nuevo apartamento, igual que en el anterior, mi suegra Yolanda, aparecía como dueña del apartamento adquirido. Posteriormente, como parte de los arreglos correspondientes entre la viuda y sus dos hijas, considerando que Beatriz heredaba parte de los bienes de su difunto padre, el apartamento situado en la torre B del Edificio Yurubí le fue traspasado en propiedad plena a su nombre. Como ya dijimos antes, el precio de ese apartamento fue de 825.000 bolívares (entonces unos 137.500 $). Hoy en día (2013) se les valora entre dos y tres millones de Bs.f., o sea entre 300.000 y 400.000 $ - a dólar oficial a 6,30, pero si es al dólar libre, estarían entre 80.000 y 100.000 $; ello calculado conservadoramente a 30 bs,f por $. Como vemos, las cosas no valen lo mismo. Nuestro actual bolívar, la devaluación de nuestra moneda, la inflación descomunal, etc. – ha alterado toda la economía. EL AÑO 1981 ¿CÓMO CONSEGUÍ UNA BECA DE ESTUDIO PARA ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA? Mientras trabajaba en el IPC me fui entusiasmando con la idea de irme a estudiar al exterior. Varios colegas habían estudiado en países como México, Inglaterra, España y Estados Unidos de América. Así que empecé a gestionar mi posible beca de estudios para hacer mi postgrado. Al principio (estimulado por mi amigo el señor Fidel Ferreiro, QEPD) pensé hacerlo en España pero el coordinador de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho (FGMA) en Madrid (mi antiguo profesor asesor, Rodulfo Pérez G.) me recomendó que ni lo pensara, considerando el alto costo de vida y otros factores que hacían a la fundación no enviar más becarios allá. Además, por mi cuenta, ya había investigado sobre la dificultad que existía en relación con la opción ofrecida a los estudiantes extranjeros. A estos, no le otorgaban un título de Doctor en Historia sino un “Diploma” de Doctor. Tal cosa, no era recomendable para efectos de reconocimientos académicos en nuestras universidades que consideraban esos doctorados españoles – obtenidos sin tener aprobado previamente un Master – como algo inferior al PhD anglosajón. Similar problema se presentaba con los títulos de doctor – de distintos niveles o ciclos – otorgados en Francia. Yo hice todas mis gestiones de manera ordinaria, pero le agregué una carta de recomendación del “tuerto” Miguel Bello (político copeyano de Valencia, muy conocido de Tana) a su amiga María Cristina Osuna de Pérez Díaz, presidenta de la FGMA. Además, entregué todo mi expediente en las propias manos del Director general, el profesor Juan Carlos Brandt, a quien conocía porque había sido mi profesor de Filosofía en el IPC, y por suerte, casualmente, el día que fui a la FGMA pude hablar con él al coincidir con su llegada. Después de esperar muchas semanas indagué y como respuesta sólo me dijeron que esa área (Historia) no estaba entre las prioritarias del programa. Ante eso, envié un largo documento argumentando que consideraba que aunque fuese a estudiar historia, lo haría para ser un mejor docente o un mejor formador de docentes en el IPC, y eso, era prioritario, pues correspondía al área de educación indicada en la lista institucional. Igualmente, me entrevisté con un profesor del IPC cuya función era supuestamente coordinar los acuerdos interinstitucionales (el susodicho era el Prof. Artiles). Cuando fui a su oficina me dio como escueta respuesta que nada podía hacer porque el IPC no tenía convenio firmado con la FGMA. Típica respuesta burocrática y cómoda. Fue en esos días de desesperanza – y sin respuestas positivas - cuando me topé en un pasillo del IPC con mi antiguo profesor de Historia de Venezuela III (siglo XIX) y después compañero de cátedra, Felipe Montilla (QEPD). Este (que era parlamentario y jefe magisterial de COPEI, el partido de gobierno) me preguntó cuándo me iba a estudiar el postgrado. De inmediato le dije que la fundación me había negado la beca, etc., etc. Montilla, con cierta sorpresa, me respondió pidiéndome que le anotara mis datos completos en un papel y prometió ocuparse del asunto. Y fue así que a los pocos días me llamaron de manera urgente de la FGMA a que fuera a firmar la documentación porque debía partir en agosto para iniciar clases en USA. Ese día comprendí que el profesor Montilla, a pesar de muchas diferencias políticas (era un dirigente copeyano muy tradicional) y los encontronazos conceptuales (sólo repetía año tras año, su misma crónica política del XIX) no era mala persona, me respetaba y quería ayudarme. De todas maneras, nunca supe exactamente si fue mi largo documento donde solicitaba la reconsideración ante la primera negativa, si fue la carta inicial a “Mariacri”, si fue que J.C. Brandt, me echó una mano, o si fue un telefonazo del profesor Felipe Montilla lo que hizo el milagro de enviarnos a vivir y estudiar a USA, por tres años, en una excelente, antigua y muy cara universidad de Stockton, California, la UOP o <<University of the Pacific>>. Para todos los efectos, lo importante fue que tuvimos la oportunidad y la aprovechamos ampliamente. Y lo que gastaron en mí, creo no se perdió, porque obtuve mi maestría (Master of Arts) y volví a trabajar en el IPC desde 1984 hasta que me jubilé en 1999. Y todavía lo seguí haciendo como profesor de postgrado y colaborador en tareas diversas. Tres años de vida y estudios en los Estados Unidos de América (19811984) Hice el viaje hacia California con uno de los grupos que firmó contrato con Funda Ayacucho ese mes de agosto de 1981. Salimos en un vuelo directo de VIASA el día 15 hasta la ciudad de Los Ángeles, y desde allí, debíamos tomar un vuelo interno en una pequeña línea aérea de nombre “Golden Gate”, una que volaba hasta Stockton, destino final del grupo de becarios que estudiaría en la <<University of the Pacific>>. Al llegar a Los Ángeles nos enteramos que la línea había quebrado y cumplía sus últimos vuelos antes de cerrar sus actividades. Por esa y otras circunstancias, no se pudo hacer la conexión prevista y tuvimos que pernoctar allí sin nuestro equipaje, pues éste ya había sido trasladado a un depósito para el vuelo del día siguiente. Tuve que comprar – en una tiendita del aeropuerto - unas medias, un interior y una franela para cambiarme esa noche y viajar en la mañana. Felizmente pudimos volar y llegar a nuestro destino final el día 16, pero nuestro equipaje llegó días después a las oficinas de Golden Gate en el mini-aeropuerto de Stockton. De tal manera que entre las primeras cosas que hicimos fue ir a una tienda de la ciudad a comprar algunas mudas de ropa de emergencia. Además, llamé a Beatriz para que gestionara el cambio de pasajes y línea aérea, pues ya sabíamos que ese vuelo hacia Stockton ya no existía. Cuando ella hizo el viaje dos semanas después, para la parte final, la enviaron en un vuelo entre las ciudades de Los Ángeles y Sacramento (esta última, la capital de California a unas 40 millas de Stockton). Para evitarle mayores dificultades a Beatriz que viajaba con varias maletas y dos muchachos chiquitos, la fui a buscar yo mismo a Sacramento en una camioneta que alquilé, suponiendo que un carrito pequeño no era suficiente. Pero tampoco llegaron sus maletas ese día sino varios días después. No obstante, pudimos reunirnos todos y además dormir en el apartamento que ya había alquilado y equipado con lo fundamental. Una explicación del desorden de los vuelos y retardos con los equipajes (apartando lo de la quiebra de Golden Gate) fue que entonces se desarrollaba un terrible conflicto entre un gremio – el que representaba al personal técnico de las torres de control de los aeropuertos - y el gobierno federal encabezado por el republicano Ronald Reagan. La huelga la quebraron botando a miles de estos técnicos y sustituyéndolos temporalmente con personal militar. Muchos de estos servicios fueron después privatizados. Otro detalle fue cómo - de manera asombrosa - sobreviví durante esos días de aviones, aeropuertos y otras actividades durante ese tiempo inicial en USA con mi muy limitado inglés. Claro está, tenía que “Tarzanear” y gesticular mucho. A veces con resultados a medias, como cuando - muerto de hambre en el aeropuerto de Los Ángeles - pedí una hamburguesa pero me entendieron que deseaba un sánduche de jamón. No era eso lo solicitado pero comí algo por lo menos. Entre el verano del año 1981 y la primavera de 1984, vivimos y estudiamos en los Estados Unidos de América (USA). Por recomendación de la FGMA (y el sentido común) me fui unos días antes que viajaran Beatriz y los dos chamos, para así poder gestionar el alquiler de una vivienda, la compra de un automóvil, apertura de cuenta bancaria, etc. Todo lo pude hacer muy rápido con la ayuda de una buena amiga venezolana (Miriam) que nos sirvió de guía en esos críticos primeros días, tanto a mí como a muchos de los recién llegados. Alquilé un buen apartamento, instalé los servicios de teléfono, electricidad y gas, adquirí a crédito un automóvil Toyota (Corolla-tercel) nuevecito, abrí una cuenta bancaria, tramité una tarjeta de identidad que me entregaron de inmediato, compré algunos muebles y utensilios de cocina y formalicé personalmente la inscripción en la universidad (UOP) donde ya estaba asignado y preinscrito por la FGMA. Todo eso lo pude hacer en tiempo récord, en menos de una semana, y antes de que llegara Beatriz con los muchachos. Durante esa semana de “diligencias”, cada vez que completaba con éxito uno o varios de los asuntos pendientes, no podía evitar pensar en el largo tiempo de espera que debíamos soportar en Venezuela por algo parecido. Cuando ya estuvimos juntos e instalados en el apartamento situado en un edificio con esta dirección: “302 West, Benjamin Holt Drive”; inscribimos a Fernando Augusto en una escuela pública del respectivo “Distrito escolar” que nos tocaba. Por cierto ese - de nombre <<Lincoln>> - era el mejor de la ciudad. Para inscribirlo era necesario comprobar el lugar de residencia y así asignarle el cupo en la escuela correspondiente (John R. Williams), ruta de transporte escolar, exoneración del pago de almuerzo, entrega de libros y otros útiles. En ese primer año en USA, tuvimos que inscribir a Irene en un kínder privado (cerquita de nuestra residencia), ya que no tenía la edad reglamentaria para una institución pública. Y allí no hay excepciones. Cuando cumplió los cinco años ingresó al nivel de preescolar y después a la primaria de la misma escuela donde asistía Fernando. Vivimos en ese primer apartamento situado en la calle Benjamin Holt Nº 302 Oeste, durante el primer año de estadía en Stockton. Nos parecían tan cortas esas direcciones gringas porque en Venezuela ignoramos o no utilizamos los números y nombres adecuadamente. Damos direcciones de otra manera. Decimos algo como esto: “un edificio marrón más acaíta de donde está una bomba de gasolina y una quintota blanca de rejas azules y dos matas de mango.” Este edificio en Stockton (igual que casi todos los de allí, era de baja altura y hecho de pura madera) tenía jardines, piscina, estacionamiento techado, etc. Todo muy limpio y seguro en un vecindario agradable, muy cerca de la avenida principal de la ciudad (Pacific), de los centros comerciales, supermercados, escuelas y (relativamente) de mi universidad, la UOP. Allí, en ese mismo edificio, vivían otras familias de becarios venezolanos. Una de ellas, los Zambrano, se relacionaron mucho con nosotros y, como no tenían automóvil, diariamente les “daba la cola” hasta la universidad pues estábamos en los mismos cursos. Ellos – a cambio – me pagaban la gasolina. Jesús (ya fallecido) y su esposa María Elena vivían con sus tres muchachos (dos hembras y un varón) y ambos eran becarios de la FGMA. Estos esposos Zambrano eran andinos y profesores del Instituto Pedagógico de Barquisimeto. Un hermano de Jesús era entonces Vicerrector de la UPEL y cuando regresaron graduados con su Master a Venezuela seguramente los ayudó para quedarse a vivir y trabajar en Caracas: Jesús en el Instituto Pedagógico – J.M. Siso Martínez y María Elena en el IMPM, núcleos de la UPEL. Pasado nuestro primer año de vida en Stockton y completados exitosamente nuestros cursos de inglés, nos mudamos a un conjunto de casitas muy buenas, situadas en el sector de las avenidas Plymouth court/Plymouth circle. La casa era mucho más amplia que el apartamento y por unos 100 $ más, teníamos mayores comodidades y los muchachos, estaban mucho más cerca de su excelente escuela. Allí tenían amigos, andaban en bicicleta y jugaban en la calle sin peligros, ya que esta (Plymouth circle) era la última calle de las que se conectaban a la principal, la Plymouth Court. La callecita final era cerrada y terminaba en una pequeña redoma o “Circle”. Esas casas con tres habitaciones, dos baños, sala-comedor, cocina, garaje, jardín, aire acondicionado central frío en verano y calefacción a gas en invierno; nos costaba apenas 325 $. En Stockton no sólo la vivienda era más económica que en las grandes ciudades de California, también la comida era abundante y a buenos precios, pues esa zona, el gran valle central de San Joaquín-Sacramento es una potencia agrícola. Allí hay de todo: Frutas, hortalizas, ganado y paremos de contar. A Fernando Augusto, lo inscribieron en Primer Grado (aunque ya lo había cursado en Venezuela) y como estudiante extranjero le ofrecieron cursos complementarios de inglés para que no tuviera mayores dificultades. Cada día, al principio, lo llevaban desde su escuela en un transporte especial junto con todos los demás “no gringos” a sus clases extras y luego lo devolvían a los cursos normales en su escuela. Sólo el primer día tuvo un encontronazo pues no entendía eso de ser llevado a otro lugar diferente a su escuela o su casa. Nos llamaron y tuvimos que ir a la escuela para tranquilizar a Nano y después de las explicaciones del caso, ya no hubo más problemas. Tanto él como su hermanita menor se adaptaron de lo mejor en su escuela, muy linda, limpia, bien dotada con instalaciones y equipos, con excelentes maestras y un director súper profesional. En esa escuela (John R. Williams) les daban muy buena formación, almuerzo gratis por ser hijos de personas de bajos ingresos (estudiante extranjero becado) y algo fundamental: Libros y útiles escolares gratuitos, eso para todos. Es bueno aclarar que en California y otros estados progresistas, el estado suministra el material escolar a los niños de las escuelas públicas. Eso sí, los manuales escolares de muy excelente calidad (buen papel, colores, fotografías, con tapa dura y empastados) el niño los utiliza en el aula pero no los lleva a la casa. Eso hace que los libros no se deterioren y duren cinco años, cuando son reemplazados por versiones actualizadas11. El niño sólo lleva a su casa unas secciones de hojas separables de los libros para hacer tareas en el aula. Si no las terminaba las debía completar en su casa y entregarla en la siguiente clase. Esas tareas es lo que llamaban “Home work”. Nosotros al principio, acostumbrados a nuestro país, preguntamos por qué no le asignaban tareas cada día. Nos respondieron que si nos parecía poco todo lo que hacían en clases desde las 8 am hasta las tres o cuatro de la tarde. Entendimos que en verdad no había que mandarle tantas cosas para la casa. Si ellos trabajaban bien en el aula quedaban libres para sus actividades recreativas diarias o el fin de semana. Lo único que a veces les prestaban eran libros de la biblioteca escolar: Cuentos, obras complementarias sobre ciencias naturales, etc. Durante mi primer año en USA, debí tomar obligatoriamente los cursos de inglés en la universidad asignada (UOP). Yo traía una limitada base – y al igual que el resto de los venezolanos – todos becarios de Funda Ayacucho tuvimos que empezar de cero, con el nivel de <<Beginners>> o principiantes. De todas maneras, al comienzo, nos hicieron una completa evaluación diagnóstica para saber exactamente cuál era nuestro verdadero nivel de entrada. Cursé y aprobé muy bien dos semestres completos (Fall & Spring), un curso intensivo de invierno (Winter term) y otro de “verano” (Summer). Estos correspondían a los niveles de principiante, intermedio y avanzado. Allí tuvimos buenos profesores, entre ellos, Mss. Lorie Sierro, Mss. Clark, Mr. Donald Campbell y el excelente profesor de gramática, el Dr. Deckerd. 11 Sobre este tema de los manuales escolares tengo trabajos publicados. Pueden consultarse en mi página WEB – www.nfghistoria.net Diariamente, de lunes a viernes, teníamos clases de escritura, lectura y conversación todas las mañanas y en las tardes, cuando no estábamos en clases nos tocaba la tortura del laboratorio de idiomas (con Mr. Jim Weber) para consolidar lo aprendido en clases, sobre todo, la pronunciación y la audición. Y de ñapa, en las noches teníamos que hacer un cerro de ejercicios o tareas (homeworks) de cada materia y estudiar para las pruebas. Pero estábamos claros que esa era la única manera de aprender, y de verdad que aprendimos a leer, escribir y hablar aceptablemente en inglés. Aunque no tanto como decía un paisano, que decía que se comunicaba “en perfecto inglés”. Cada vez que con todos esos esfuerzos superaba un nuevo nivel, recordaba esos engañosos anuncios publicitarios en Venezuela, donde ofrecían que en tres meses o menos, sin tener que aprender gramática y sin mayores esfuerzos se aprendería inglés con algún milagroso método. Con todo ese esfuerzo, pude aprobar satisfactoriamente los exámenes para el respectivo certificado o diploma ESL (English as a Second Language) otorgado por Elbert Covell College de la UOP, el “Michigan Test” y el temible y exigente TOEFL, tanto el interno, aplicado en UOP, como el externo que había que tomarlo en la Universidad del Estado de California en Sacramento. Además, por consejo de la universidad, tomé un curso de Antropología de la Educación en la escuela de educación (Dr. Fred Muskal) en el verano de 1982 para irme adaptando más a la universidad. Igualmente asistí como oyente a las clases de un profesor de historia general (Historia Universal para pregrado) para acostumbrar más mi oído a la nueva lengua y al vocabulario propio de la Historia. Cada vez que asistía a esas clases como un simple oyente me sentía muy bien, ya que entendía todo lo explicado por el profesor. Obviamente, ello se debía a que lo que oía eran cosas muy conocidas por mí y era sencillo asociar lo que escuchaba en inglés con mi formación de profesor de historia, aunque eso hubiese sido hecho en español. Recordemos que en mis estudios en el Pedagógico yo cursé y aprobé cuatro cursos de Historia General de la Civilización (I-II-III-IV) y un seminario de esa misma área. Además, había enseñado el curso de Historia Universal en educación media durante nueve años. Completados mis cursos de inglés y realizados los trámites del caso, la UOP me aceptó, primero de manera provisional o en período de prueba, y después como estudiante graduado regular para un programa de Master of Arts con mención en Historia Intelectual de USA y Europa, diseñado especialmente para mí. En realidad no era fácil intentar estudiar en otras universidades, considerando que las más cercanas, las de California, estaban situadas en ciudades del área de la bahía de San Francisco o en Los Ángeles, con un costo de vida elevadísimo, determinado especialmente por el monto del alquiler del apartamento, equivalente a todo lo que recibía como beca de la FGMA: 800 $, cuestión determinante a considerar por los estudiantes casados y con hijos. A pesar de todo, hice gestiones en otro campus de la muy grande, extendida y prestigiosa Universidad de California - uno situado en Davis, pequeña ciudad cerca de Sacramento. Allí había un buen programa de Master of Arts (en Historia) y me aceptaban para el semestre que se iniciaba a comienzos de 1983. Pero el problema era que quedaba inactivo durante los últimos meses del año 1982 (semestre de otoño o Fall), cuestión que la FGMA no autorizaba. Además, si mientras tanto pretendía tomar cursos adicionales en la UOP, entonces tenía el problema que los niños debía cambiarlos de escuela y hacer una mudanza hacia Davis en enero de 1982. Todo era complicado y costoso y la FGMA no pagaba eso. Otra alternativa que había pensado era irme a la ciudad de Austin, Texas. Allí había una de las mejores universidades con programas de Historia latinoamericana, pero la FGMA prohibió enviar más estudiantes hacia esa localidad considerando que ya existía una “saturación” de venezolanos en el área y ello (según la fundación) estaba creando dificultades en la comunidad. Fue así que sopesando las dificultades de andar cambiándonos: Mudanzas, costo de vida, nuevas escuelas para los niños, exigencias de TOEFL y otros factores; decidí quedarme en la UOP, una universidad pequeña, acogedora, de aceptable nivel académico (era la más antigua de California), situada en medio de una excelente comunidad urbana (Stockton). Y lo más importante, un querido profesor, el Dr. Walter Payne (QEPD) me aconsejó algo fundamental. Él me dijo: “déjese de tonterías y no siga pensando en eso de venir a USA a estudiar un postgrado en <<Estudios Latinoamericanos>>, como hace la mayoría de los que vienen acá a estudiar. Eso - o ya usted lo sabe mejor que muchos de nuestros especialistas - o tal vez puede usted averiguarlo muy bien en su propio país. (Y agregó seguidamente) Hay algo que a usted si le puede aprovechar mucho más, y eso es, conocer en profundidad la lengua, la historia y otros aspectos de la cultura estadounidense.” Ese día me convencí que ese era mi destino: Estudiar la Historia Intelectual de los Estados Unidos de América y Europa. Y nunca me arrepentí de seguir ese buen consejo del sabio Dr. Payne, un gringo formado en historia latinoamericana en la Universidad de San Carlos en Guatemala, estudioso de las misiones católicas coloniales de California y excelente persona. Por cierto, él, cada año, ofrecía una especie de tour académico que consistía en visitar una cadena de viejas misiones católicas coloniales, emplazadas desde las cercanías de San Diego en el sur de California hasta la zona norte de San Francisco. El viaje de estudio era fascinante pero no lo pude hacer como curso pues era carísimo e incluía, autobuses de lujo, hoteles, comidas, entrada a cada misión y las conferencias del profesor-guía. Aunque mi presupuesto no me permitía hacerlo así, si pude visitar por mi cuenta muchas de esas misiones en diferentes viajes o paseos vacacionales. Durante los dos años de carrera tomé todos los cursos y seminarios que me ofrecieron, ellos fueron: Dos semestres de Historia Intelectual de USA (I y II) con la Doctora Sally M. Miller), con ella misma tomé un curso de Investigación Independiente sobre el Socialismo en USA (Centrado en Daniel De León), esta docente era además mi tutora para el seguimiento de mi programa y la presentación del Trabajo de Grado final. Un semestre de Historia Intelectual de Europa (Dr. Blum), y además, con el mismo, un curso de Investigación Independiente sobre pensamiento político europeo (Karl Kautsky y la Socialdemocracia de la Segunda Internacional); Con el Dr. Ronnald Limbaugh, un curso de Historia regional de USA (énfasis en la “Conquista” del Oeste y ocupación de California). También con este mismo profesor, tomé un curso de “Internado” o práctica de archivos; Antropología de la Educación y Seminario de Ciencias sociales, etc. (Dr. Fred Muskal) Cumplidos todos los requisitos, después de aprobar con buenas calificaciones los exámenes y las monografías (Research papers) pude adelantar mi Trabajo de Grado sobre el <<Pensamiento político de Simón Bolívar y las ideas de la Ilustración>> bajo la dirección de mi tutora la doctora Sally M. Miller. Terminado y defendido exitosamente mi trabajo ante un jurado, me gradué en la UOP como <<Master of Arts>>. Me otorgaron mi título con fecha del 11 de mayo de 1984 en una vistosa ceremonia con desfile académico al aire libre, tal como se acostumbra en las universidades de allá. Terminados mis compromisos académicos tuvimos que regresar a Venezuela pues – a pesar de solicitarlo - la FGMA no se dignó extendernos la beca para hacer el doctorado (PhD), ni tampoco nuestro instituto parecía dispuesto a continuar dándonos el complemento de beca y la respectiva licencia o comisión de estudios. De todas maneras, tuvimos muchos logros: nuestro título de postgrado, el aprendizaje de otro idioma y una completa inmersión en la cultura estadounidense, la educación bilingüe de los muchachos y tres años de buena vida en la tranquila y agradable ciudad de Stockton, más los innumerables paseos y viajes que pudimos hacer a Sacramento, San Francisco, Los Ángeles, San Diego, Santa Cruz, Carmel, valle de Napa y muchos otros lugares de California. A eso se agregan los viajes a Lake Tahoe y Reno (Nevada), Portland (Oregon), Seattle (Washington state) y como cierre, un viaje que nos llevó por tierra desde Miami, Florida, hasta Stockton, de costa a costa, pasando por New Orleáns en Luisiana, varios lugares de Texas, el gran cañón del Colorado, Las Vegas e incontables lugares intermedios. Ese viaje lo hicimos en la camioneta de nuestra suegra Yolanda, acompañados por ella, Beatriz, Carolina, Fernando Augusto e Irene. Antes, habíamos viajado por avión a Miami y después de ayudar a vender el apartamento que tenía la suegra en Miami, enviamos la mudanza en un camión hacia California. Su camioneta la llevé manejándola hasta Stockton. El plan era traer parte de estas cosas en nuestra propia mudanza (exonerada de impuestos) y vender la camioneta antes de nuestro regreso a Venezuela. Debemos recordar que ya para entonces había muerto mi suegro Fernando Díaz Trujillo (5 de febrero de 1979).y mi cuñado Fernandito Díaz Morales (7 de julio de 1982). Mi suegra – ahora viuda – estaba sola pero decidió ayudarnos más. Tenemos que acotar acá que la idea de vender el apartamento que tenían en Miami (así como otro en Tanaguarena, Venezuela) fue determinada por la situación económica de la viuda. Aunque todavía no habían vendido la empresa de fabricación de sillas y camas de aluminio, tenían que aminorar los gastos y ajustarse a las nuevas circunstancias. Algunas anécdotas o detalles de mi vida estudiantil en la UOP. Un joven estudiante estadounidense cursaba junto conmigo la asignatura “Historia Intelectual de los Estados Unidos I”, pero él la tomaba como curso de pregrado, esto es, con otro código y menores exigencias. Por ejemplo, asistía a las mismas clases pero sólo presentaba los dos exámenes escritos y, además, no tenía que presentar la monografía que resumía una investigación (de unas cuarenta-cincuenta páginas). El caso era, que el chamo se empeñaba en que estudiáramos juntos, sobre todo para leer viejos textos escritos en el inglés propio del siglo XVII, los correspondientes a los llamados pensadores puritanos. Él confesaba desesperado: “es que no entiendo qué dicen estos textos religiosos y políticos”. A lo que yo le contesté, si tú que hablas inglés desde niño no entiendes, qué queda para mí que sólo tengo un año de aprendizaje de esa lengua. En otro curso, denominado “Historia Intelectual de Europa”, el profesor – el eminente Dr. Blum – asignó a cada participante un autor o pensador para que lo investigara a través de sus obras fundamentales e hiciera una exposición en clase. A mí me asignó un pensador conservador británico (Edmund Burke). Cada semana, uno por uno fue presentando lo suyo y los demás debíamos discutir sobre lo expuesto, hacer alguna crítica, etc. Ocurrió que en una clase, cuando todavía yo no había hecho mi exposición, una joven estudiante expuso sobre Vladimir Lenin, pero lo hizo con tal deficiencia que no aguanté y “diplomáticamente” le fui señalando todos los errores y barbaridades de su “exposición”. El profesor habló después y agradeció todas mis críticas hechas con mucho tacto, y agregó, que le había ahorrado el trabajo de tener que hacerlo él mismo. Y le dijo a la estudiante que, definitivamente, tenía que preparar otra exposición sobre Lenin pues si no la aplazaría. A mí me daba como “pena ajena” con la muchachita tan pirata. Pero más me sorprendió cuando esta me preguntó que si el autor asignado para mí no era Lenin por qué sabía yo tanto del tema. Y agregó algo más que mostraba su ignorancia. Me preguntó, si mi país (Venezuela) era un país comunista. A ella no le cabía en su cabeza que alguien supiera de algo que no lo tuviese asignado. Me vi obligado a aclararle que Venezuela no era un país de la órbita comunista y que tal vez la cuestión se explicaba por otras razones. En ese punto el profesor me ayudó a lidiar con la boba estudiante y le dijo: Lo que pasa es que Napoleón es profesor de Historia en su país, él enseña en una universidad… y así finalmente la niña entendió porque yo sabía quién era Lenin y que obras había escrito. En una oportunidad conversaba con mi tutora asignada y profesora de “Historia Intelectual de los Estados Unidos” (I y II), la Doctora Sally M. Miller, quien era una experta en Historia del socialismo y movimientos radicales de USA, con varios libros publicados sobre esos temas. Pues bien, hablábamos de un célebre socialista de nombre Daniel de León, y yo de inmediato le afirmé que este era venezolano. La profesora me vio de arriba a abajo y como respuesta sólo mostró una sonrisita en su arrugada cara. Tal gesto no lo entendí entonces. El asunto fue que me lancé a investigar sobre este personaje y aprobé así un curso de Investigación Independiente, cuyo tema era la vida y obra de Daniel de León. Después que me leí los libros de mi profesora, las muchas y variadas obras escritas sobre De León, incluyendo varias biografías, y especialmente los innumerables libros, folletos y artículos salidos de la pluma del propio Daniel De León; me di cuenta que mi afirmación sobre la venezolanidad de este solo tenía una base minúscula: un librito que reseñaba la vida de este notable luchador político-sindical, escrito y publicado en Venezuela por Rodolfo Quintero. Plagado de errores y muy cuestionadas fuentes. Completado y entregado mi trabajo pude entender la razón de la sonrisita de mi vieja profesora. Por cierto, este trabajo mío mereció una buena nota y elogiosos comentarios de la profesora. Años después, lo publiqué como libro en Venezuela hace ya unos años y lo he incorporado entre las publicaciones digitales insertas en mi página web. (www.nfghistoria.net) DE VUELTA EN VENEZUELA (1984) Una vez de regreso en Caracas, en junio de 1984, no nos instalamos en nuestro antiguo apartamento 6-C, torre A, del edificio Orión, calle Rafael Arvelo de Santa Mónica. Pasamos una temporada con la suegra, en la Quinta Feryola de la calle Lisandro Alvarado (Santa Mónica), mientras se tramitaba la compra de un apartamento más grande. Como ya se explica en otra parte de estas Memorias. Una de las ventajas que tuvimos de pasar un tiempo en casa de mi suegra mientras se resolvía lo de la adquisición del nuevo apartamento de la calle Marco Antonio Saluzzo (Edificio Yurubí, torre B, apartamento 102) fue que ello dio tiempo a que llegara nuestra mudanza desde Stockton, directamente a esa residencia. Como becario de Funda Ayacucho tenía el derecho de traer todos mis enseres personales sin pagar impuestos aduaneros y además exonerados del pago de flete en los barcos de la Compañía Venezolana de Navegación. Junto con nuestras cosas venían también muchas pertenecientes a Doña Yolanda, entre ellas un mueble que imitaba una chimenea y que ella tenía en su apartamento de Miami. Ella pagó un dineral para llevar sus queridos objetos desde Miami hasta nuestra casa de Stockton en 1983, y después pagó en parte el gran cajón de madera de pino donde viajó junto con nuestras cosas entre Stockton, California y el puerto de embarque en Texas, de donde lo tomaría el barco de la CVN hasta Puerto Cabello. Desde allí, mi hermano Jesús recogió nuestro cajón y nos lo trajo en uno de sus camiones hasta el nuevo apartamento de Caracas y la Chimenea para la Quinta Feryola.. A Jesús sólo le pagamos los gastos mínimos y le regalamos la madera de la gran caja que mi hermano valoró muchísimo y la utilizó en sus trabajos para su casa. En el nuevo apartamento estábamos más cómodos, cada uno con su amplia habitación y el cuarto de servicio fue destinado para mi biblioteca y oficina. Una vez reincorporado al IPC, a los pocos meses pude ascender nuevamente en el escalafón académico (Profesor Agregado) gracias a mi título de <<Master of Arts>> y el puntaje acumulado. Una de las pocas dificultades que debí enfrentar fue la traducción completa de mi Trabajo de Grado presentado en la UOP sobre <<Simón Bolívar y la Ilustración>>. Puntualicemos aquí, que un idiota – de esos que nunca faltan en las instituciones universitarias venezolanas – impuso en el Consejo Académico el criterio que los trabajos escritos en lengua extranjera debían ser presentados en español para ser así debidamente validados para el ascenso. Para colmo, después que hice el esfuerzo de traducirlo, hubo una contraorden señalando que sólo era necesario anexar un resumen escrito en castellano. En fin, como ya había hecho el trabajo de traducirlo lo entregué completo y posteriormente me sirvió como parte de un ensayo que presenté en un concurso literario sobre el tema <<Bolívar y el carácter hispánico>> (éste fue auspiciado por una fundación cultural del Banco Mercantil). Posteriormente, esas páginas sirvieron como parte de un libro titulado <<Pensamiento Político del Libertador Simón Bolívar>>, publicado por Vadell Hermanos editores, 2001. El mismo, ya cuenta con varias reimpresiones hasta nuestros días. Otro asunto que debí resolver, fue tramitar ante la “Fundación Gran Mariscal de Ayacucho” mi respectivo cierre de contrato, llenando todo el “papeleo” de rigor e indicando mi incorporación al campo laboral venezolano. Ya participando plenamente en mi trabajo del IPC, cooperé con el proceso de implantación de los nuevos programas para la Educación Básica, especialmente el denominado PASIN (Pensamiento, Acción Social e Identidad Nacional). Igualmente participamos en los debates que provocaron tales reformas: Asistimos al programa de televisión: “A puerta Cerrada”, en Radio Caracas TV, con el periodista Nelson Bocaranda Sardi, del que guardé una grabación. Igualmente visitamos la casa del escritor Arturo Uslar Pietri y la del Dr. L. B. Prieto Figueroa, ello acompañando a dirigentes gremiales de SUMA. A propósito del Gran Mariscal de Ayacucho Este nombre ha estado asociado a dos eventos cruciales de mi vida. El primero fue el nombre de la promoción de profesores del Instituto Pedagógico de Caracas en la cual egresé, esta fue la promoción <<Gran Mariscal de Ayacucho Nº 2>>, esto celebraba el sesquicentenario de la batalla de Ayacucho (1824 1974). También ese será el epónimo del programa de Becas (Fundación Gran Mariscal de Ayacucho) que nos permitió formarnos en USA. En fin, el General Sucre nos ha traído suerte en la vida. MIS PRIMEROS CUARENTA AÑOS COMO ESCRITOR (1973-2013) Otra actividad que cumplimos fue la de continuar la escritura y publicación de manuales escolares, ahora bajo el sello de ediciones Cobo. Debemos recordar que desde 1973 había iniciado mis primeros pasos en esta actividad. Ese año, cuando todavía estudiaba en el IPC, publicamos el librito <<Problemas de Historia de Venezuela Contemporánea>>. Esta obra, con la coautoría de Evelyn Bravo Díaz y la generosa asesoría y apoyo del Profesor Freddy Domínguez, pretendió llenar un vacío ante la implantación del programa de Historia de Venezuela para el Ciclo Diversificado de Educación Media durante la primera presidencia del Dr. Rafael Caldera, cambio que provocó un agudo debate entre las posiciones de la Academia Nacional de la Historia, el gobierno nacional y sectores universitarios progresistas. Aunque el programa establecía que debía analizarse el proceso histórico hasta “nuestros días” – y eso significaba para entonces lo correspondiente a la vida política y la Constitución de 1961 – muchos conservadores opinaban que era peligroso abordar cuestiones tan recientes y polémicas como las épocas de Castro y Gómez, los regímenes de López Contreras y Medina Angarita, el golpe de Estado del 18 de octubre y el proceso político 1945-1948, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y el régimen democrático a partir de 1958. Ese librito – del cual ya hemos comentado varios aspectos en diferentes secciones de estas Memorias - causó cierto impacto. Además de esos manuales, ya había publicado en 1979 un libro titulado <<Caudillos y caudillismo en la Historia de Venezuela>>. Recientemente, lo reeditamos corregido en versión digital (en PDF) en nuestra página WEB (www.nfghistoria.net). Ese temprano trabajo de 1979 recogía o agrupaba varios ensayos nuestros sobre el tema, y con su publicación, aumenté el puntaje necesario para el ascenso académico. Uno de los ensayos, reseñaba y ampliaba conceptos básicos sobre el caudillismo tomando como base una obra del Dr. Virgilio Tosta (QEPD). Este buen amigo, colega y maestro revisó mi ensayo y me hizo muy buenas recomendaciones. Junto con esa sección que recogía el debate sobre el caudillismo agregué otros capítulos: Una síntesis de la lucha por el poder político desde 1830, un trabajo sobre las reformas económico-legales de Guzmán Blanco (un caudillo sui generis) y una monografía sobre la oposición caudillista contra Juan Vicente Gómez, destacando el movimiento de Román Delgado Chalbaud en 1929, como la expresión final de esa moribunda oposición. Como no tenía el apoyo de una editorial que publicara mi libro, le pedí a Don Fidel Ferreiro (QEPD) - ilustre librero y amigo - que lo hiciera bajo su empresa EXIMCO. Una nota especial sobre Don Fidel Ferreiro: Durante todos mis años en el Instituto Pedagógico, primero como estudiante (1971-1975) y luego como profesor, tuve una estrecha relación con Don Fidel. Él no sólo fue nuestro librero de confianza que nos traía los encargos o nos ofrecía los libros que él consideraba las mejores opciones para conocer los temas predilectos de cada quien. Tenía una vasta cultura y una memoria prodigiosa para recordar lo que cada uno de sus relacionados pudiera interesarle. Antes de retirarme a mi casa o trasladarme hacia mi otro trabajo en el liceo nocturno (hasta 1981), yo pasaba cada día por su cubículo-librería y conversaba con él sobre variados temas y siempre creo aprendía alguna cosa buena. Era – eso sí – un hombre sumamente religioso y de ideas conservadoras (miembro del Opus Dei). Lo veía en el Instituto Pedagógico y en el liceo nocturno donde trabajé entre 1972 y 1981. Allí también tenía su clientela de profesores a los que suministraba libros. Igualmente tenía un centro de distribución en la Universidad Simón Bolívar. Tristemente, cuando murió de repente, dejó una gran cantidad de dinero en cuentas por cobrar y algunos pillos, no tuvieron la suficiente honradez de ir a pagar sus deudas. En mi caso – haciendo honor a eso que repetía Jorge Olavarría (QEPD) sobre unos hermanos que al enterrar a su padre, dijeron: “¡Que vaina nos echó el viejo, nos dejó limpios y honrados!” – contacté a los hijos del difunto amigo-librero y les dije que aunque no tenía plena seguridad sobre el monto de la posible deuda y ellos tampoco, yo les pagaría una cantidad aproximada de lo debido, dado que las cuentas con este amigo nunca las tenía al día. Cuando años después publiqué mi libro <<El Pensamiento Político del Libertador Simón Bolívar - Formación Intelectual e Ideológica de Simón Bolívar en el Tiempo de la Ilustración, su Relación con el Carácter Hispánico>>. (Caracas, Vadell-Hermanos editores, 2001); tuve la oportunidad de hacerle un reconocimiento público a Don Fidel incluyéndole en la dedicatoria de la obra publicada. Precisamente, muchos de los autores citados – especialmente en la parte correspondiente al estudio del denominado <<carácter hispánico>> - me los suministró, recomendó y hasta conversamos sobre ellos. Cuando el libro salió de la imprenta le llevé un ejemplar del mismo a la familia de Don Fidel Ferreiro que vivía entonces en la vecina urbanización de Cumbres de Curumo. Ellos (la viuda y sus hijos) me agradecieron el gesto, tal vez el único que recibieron de los cientos de profesores conocidos por él. Esos libros que aparecieron para entonces fueron el comienzo de una larga lista de publicaciones que anexaremos al final del cuerpo principal de estas memorias, de manera de no cortar la secuencia del relato12. UNA REFLEXIÓN SOBRE MI FORMACIÓN ACADÉMICA Y APORTES. Aprovecho ahora como insumo parte de unas líneas tituladas <<Notas de Napoleón Franceschi González sobre el Instituto Pedagógico de Caracas, 19362006>>13 Anoto allí que siempre me ha costado definirme como “Historiador” aunque adquirí una buena formación académica en variados cursos como Historia General de las Civilizaciones, Historia de Venezuela, Trabajos Prácticos de Historia de Venezuela, Historia de América y Seminario de Historia (todos ellos 12 13 Nota: Ver anexo sobre mis variados trabajos escritos y publicados. Incluidas en una publicación conmemorativa del IPC constaban de cuatro niveles c/u). Además, dos cursos de Culturas prehispánicas y dos cursos de Historia de las ideas políticas. A estos 24 cursos de historia se agregaban seis cursos geografía y otras cuatro asignaturas de ciencias sociales (Derecho, Sociología, Antropología, estadística). Pudiéramos decir, sin caer esa tradicional visión de “que todo tiempo pasado fue el mejor”, que la formación especializada en el área de Historia era mucho más amplia y completa que la ofrecida en las últimas décadas, especialmente desde la incorporación a la UPEL. Cuando debí enfrentar el reto de cursar una maestría en Historia (Master of Arts, UOP, Stockton, California, 1984) y posteriormente el Doctorado en Historia (UCAB, 1995) sentí que mi formación de pregrado era realmente buena. Considero que la cantidad y calidad de los cursos de Historia y ciencias sociales, así como la excelente formación de muchos de nuestros maestros dejaron una huella positiva en nosotros. Una de las cuestiones que viví con gran intensidad fue el proceso de implementación de la enseñanza de la historia contemporánea de Venezuela, tanto a nivel medio como superior. Desde aquella época - cuando estudiaba los últimos semestres de mi pregrado - tuve la suerte de contar con un maestro excepcional en la temática histórica de la Venezuela contemporánea. Nos referimos al profesor Pedro Felipe Ledezma (QEPD). En efecto, éste nos ofreció un fascinante paseo por los meandros de la historia reciente, una historia donde quien nos hablaba podía dar testimonio personal de los hechos por haberlos vivido o por haber conocido a sus participantes y los documentos. Hacia 1973 (primer gobierno de Rafael Caldera), se hizo realidad el inicio de la enseñanza de la Historia Contemporánea de Venezuela con un programa dirigido a los estudiantes del primer año del ciclo diversificado. Hasta ese entonces, sólo algunos docentes de la Escuela de Historia de la UCV y colegas como el mencionado P. F. Ledezma en su curso de Historia de Venezuela IV, se habían atrevido a incursionar en lo que se consideraba un terreno peligroso. El profesor Freddy Domínguez – nuestro profesor de Historia General de las Civilizaciones – quien era egresado del IPC y de la Escuela de Historia de la UCV organizó un taller o seminario avalado por la seccional Nº 1 del Colegio de Profesores de Venezuela. Ese primer taller abordó en varias sesiones la problemática de la enseñanza de la Historia Contemporánea de Venezuela. Entre los conferencistas fundamentales estuvo el Dr. Germán Carrera Damas, quien después publicó un trabajo pionero en ese campo. Como consecuencia de ese taller y de la asesoría y ayuda del generoso profesor Freddy Domínguez nos atrevimos a publicar nuestro primer trabajo (con Evelyn Bravo Díaz como coautora). El trabajo en cuestión – titulado <<Problemas de Historia de Venezuela Contemporánea>> recogía varios ensayos, documentos, material estadístico, lecturas seleccionadas, etc. – que servirían para abordar la enseñanza del curso que se ofrecía en el ciclo diversificado. Tuve la excelente oportunidad de iniciarme como profesor en Educación Media (aunque todavía no graduado) – precisamente en cursos de esa nueva materia. Mi audacia fue premiada cuando el director de un liceo público donde trabajaba en las noches me ofreció la oportunidad de atender los cursos de Historia Contemporánea de dos colegios privados donde él prestaba sus servicios. Y fue así que pude experimentar desde la primera oportunidad en que se ofrecía ese curso en el país. Lógicamente utilicé como guía el librito <<Problemas de Historia de Venezuela Contemporánea>>. Ese material de apoyo – que no pretendía otra cosa que reunir textos escogidos dispersos (ensayos, lecturas, documentos, etc.) fue bien recibido por muchos colegas de espíritu crítico y progresista. Otros, por el contrario, lo rechazaron y le endilgaban los peores defectos. En todo caso, ese texto circuló ampliamente primero bajo el sello de una pequeña editorial (Serpentina) y posteriormente en una versión corregida y más amplia bajo el sello de Vadell Hermanos editores (seis reimpresiones). Y no sólo lo utilizaban en liceos, también era solicitado por estudiantes de educación superior. En fin, hace ya cuatro décadas asistimos a un proceso de cambio y debates sobre si era válido o debía intentarse el estudio de la historia contemporánea de Venezuela. Para esos ya lejanos días de la década del 70, había sectores muy conservadores que juzgaban como peligroso estudiar y enseñar sobre ese pasado reciente. Hasta entonces, solamente los muy audaces se atrevían a considerar el pasado nacional hasta los años del gomecismo, otros (siguiendo la obra de José Gil Fortoul) cuando más se atrevían a considerar lo relacionado con la Guerra Federal y sus consecuencias. Otra cosa… Siempre he tenido a mucha honra el ser egresado del Instituto Pedagógico de Caracas. Pude comparar la calidad de sus maestros con los que había tenido en la Escuela de Sociología y Antropología de la UCV, donde estudié hasta sexto semestre. Me ocurrió que sufrí las consecuencias del cierre de la UCV durante casi un año y después, además, el grave deterioro académico de la Escuela de Sociología y Antropología debido a que sus mejores profesores fueron retirados como consecuencia de la intervención por parte del poder ejecutivo. De ellos recuerdo con especial respeto y admiración a los profesores de origen argentino Hugo Calelo y José Cruz. Cuando decidí ingresar por equivalencia al IPC tuve la oportunidad de comparar lo que había sido mi formación hasta entonces con la empecé a recibir desde 1971 en el Departamento de Geografía e Historia. Fue evidente que más allá de la cantidad de cursos que finalmente me concedieron como equivalencia, todos los que ingresamos al IPC después de esa pasantía ucevista estábamos en ventaja. Cuando debí seguir los cursos de historia ya conocía los procesos históricos en general gracias a la formación teórica marxista, a cursos y seminarios de Historia económica y social, teorías sociales, etc. Incluso, debo mencionar que ya había tenido la oportunidad de trabajar como Preparador en cursos de historia económica y social en la UCV. Igualmente, cuando me tocó enfrentar la responsabilidad de estudiar la maestría y el doctorado en historia pude constatar de nuevo que lo recibido en el IPC fue fundamental en mi formación. Prácticamente comencé mi carrera docente cuando apenas iniciaba mis estudios en el IPC. Ya desde febrero de 1972 obtuve un cargo de profesor de historia en un liceo público nocturno. Posteriormente, tuve la oportunidad de ganar un concurso de credenciales para ser Preparador en la cátedra de Historia de Venezuela, factor este que consideré determinante para mi incorporación como profesor del Departamento de Geografía e Historia una vez que me gradué como Profesor de Historia. En fin, debo mucho al IPC. Me dio la formación fundamental inicial y luego permitió desarrollarme profesionalmente hasta alcanzar el escalafón de Profesor Titular de la UPEL. UN CAPÍTULO APARTE: MIS LECTURAS. Desde muy joven fui un gran aficionado a la lectura. Ya desde cuando era un muchacho todos los días leía los periódicos, igualmente leía las revistas que mi padre compraba, entre ellas, las revistas Selecciones, La Hacienda, Elite, Momento y otras más. También leía libros de aventuras juveniles que mi padre nos compraba (de los distribuidos por la revista Selecciones) y que nos remitían por correo a nuestro pueblito de Miranda. Pasaba muchas horas del día leyendo obras de la biblioteca de mi papá, sobre todo, las obras de Julio Verne, Alfonso Daudet, y también algunos de literatura rusa: León Tolstoi (Guerra y paz), etc., Dostoievski (Crimen y castigo). A estos últimos los conocí entonces gracias a mis hermanas Marina y María Elena, buenas lectoras también. Una vez que ya estaba de mi cuenta estudiando en Caracas (UCV, Escuela de Sociología) comencé a formar mi propia biblioteca. Adquirí y leí una gran cantidad de obras de ciencias sociales y filosofía (Sociología, antropología, psicología, economía política, textos marxistas de todo tipo, etc.). Después, a partir de mi traslado al Instituto Pedagógico de Caracas (1971), continué ampliando mi biblioteca personal y mis lecturas, especialmente con obras de Historia universal, de América y de Venezuela. Igualmente con obras de geografía, economía, filosofía, ciencias de la educación y literatura. Un salto cualitativo fue, además, la incorporación de toda una sección de obras históricas, literarias y de otros campos similares escritas en idioma inglés, cuestión esta – obviamente – ocurrida a raíz de mis estudios de postgrado en la UOP (Stockton, California, USA: 1981-1984). Finalmente, el enriquecimiento de mi propia biblioteca fue consecuencia de mis estudios de Doctorado en Historia en la UCAB (Escolaridad 1988-90, presentación de tesis 1995). Adquirí una buena cantidad de obras clásicas de la historia y la literatura universal y asimismo de Venezuela. Es de destacar que una vez jubilado (en 1999) pude dedicar mucho mayor interés a las lecturas literarias. Hasta esa fecha - aunque había adquirido y leído una amplia variedad de textos literarios – en realidad no había tenido la oportunidad de meterme de lleno en la lectura sistemática de muchos autores latinoamericanos y de otras latitudes. Como una muestra del pago de esa deuda “literaria” adquirí y leí las obras de varios autores como Mario Vargas Llosa, José Saramago, Alfredo Bryce Echenique, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva y muchos otros más. A algunos los había leído en épocas distintas de mi vida adulta, pero otros los disfruté en estos últimos años14. LOS VIAJES AL EXTERIOR Además del primer viaje a Colombia (Cúcuta-Bogotá) durante nuestra primera juventud (con las excursiones del Padre Juan Bofelli), ya relatado antes, y del realizado para los Estados Unidos de América cuando fuimos a estudiar el 14 Aparte (fuera de este texto principal) tenemos un cuadro de estas lecturas destacando las de 2004-2008. postgrado entre 1981 y 1984 (también ya reseñado), tenemos en haber los siguientes viajes. Recién casado (1972), viajé con mi esposa Beatriz y su familia (Don Fernando y Doña Yolanda), en un recorrido hacia el norte de Colombia. En la temporada navideña fuimos por carretera hasta Maracaibo y desde esa ciudad continuamos hacia Colombia entrando por Maicao. Desde ese pueblo de frontera seguimos viaje a Río de Hacha, Santa Marta, Barranquilla y Cartagena. Ese viaje lo hicimos en el nuevo automóvil de la familia (un Ford Fairlane 1972, creo que el mismo que después le regalaron a Beatriz en 1981). El viaje lo hicimos atravesando carreteras en construcción, solitarias y sin muchos puentes terminados. Viéndolo bien ahora, fue bastante arriesgado hacer esa larga travesía de esa manera, aunque para entonces no había la situación de violencia de nuestros días: Guerrillas, narco-tráfico, delincuencia. En ese tiempo, de lo más que había que cuidarse en Colombia era de los hábiles carteristas y embaucadores, así como de los pedigüeños. NUEVO VIAJE A USA (Del 25-09 al 26-10 de 1986) Hacia 1986, apenas dos años después de nuestro regreso de la temporada de estudios en los Estados Unidos de América (1981-1984), tuvimos la oportunidad de volver a ese país, gracias a una invitación del gobierno de esa gran nación. Ese año recibimos un ofrecimiento de la Agregaduría Cultural de la embajada de USA en Caracas. Allí trabajaba una colega venezolana, profesora de literatura del IPC, (Carmen Rosales) a la que, por cierto, conocía desde cuando trabajamos juntos en el liceo nocturno. Pues bien, al revisar las características del candidato que solicitaban para un evento, pude constatar que coincidían exactamente con mi perfil: Profesor de historia, conocedor de la materia curricular, experiencia en la elaboración de manuales escolares, y algo fundamental, que fuera bilingüe (inglés). Una vez que fui seleccionado, pude asistir a un fascinante seminario de más de un mes en las ciudades de Washington (DC), Lawrence (Kansas), Davis y Sacramento (California), New York, y finalmente, de nuevo a la ciudad de Washington, DC. Durante esas semanas conviví con colegas de medio mundo: Chinos, coreanos, australianos, árabes, africanos, latino americanos, europeos. Mi “room mate” o compañero de habitación en los hoteles fue un turcochipriota. Así ahorramos una buena cantidad de dólares de los viáticos asignados (aunque debía soportar su olor). El colega turco-chipriota era – apartando el detalle de su ácido hedor (una mezcla como de sudor viejo y cebolla podrida) una excelente y culta persona. Hablaba inglés con acento británico y siempre hacía constar sus diferencias con el otro representante chipriota (el de la comunidad griega). Yo le hablaba sobre Venezuela, mis actividades profesionales, la familia, etc. Él, hacía lo propio y se dedicaba diariamente a tratar de comunicarse con su familia, con la particularidad de tener que hacerlo a través de un complicado “puente” telefónico que pasaba por Turquía y desde allí parece que le transferían las llamadas hacia la zona ocupada por los turcos en su isla. El pobre hombre se enfurecía y desesperaba discutiendo con los operadores internacionales que no entendían cómo hacer esas llamadas. Una situación que nos hizo reír muchísimo cuando estábamos hospedados en un hotel de New York fue la siguiente: Habíamos tenido que ir muy temprano en la mañana a una visita a la editorial McGraw Hill, donde por cierto nos dieron un pobre desayuno (naranjada, café y pancitos). Almorzamos al mediodía en un sitio de comida rápida callejera y como estábamos cansados fuimos a la habitación del hotel en pleno centro de Manhattan. Yo le dije que tomaría una siesta y mi compañero dijo que él iría por los alrededores, pero que no me preocupara porque él al regresar me despertaría para no llegar tarde a otro compromiso que debíamos atender en la tarde. El caso fue que me dormí profundamente y cuando efectivamente regresó mi colega turco-chipriota y me despertó, yo, medio aturdido todavía, le contesté en alta voz, “coño de la madre, ya se nos hizo tarde y esa vaina queda bien lejos”, y mientras yo continuaba hablando mientras me vestía rápidamente, mi colega se reía durísimo, y fue cuando caí en cuenta que como un autómata le había estado hablando en español. Cuando mi colega dejó de reír, solamente me dijo (en inglés, por supuesto): Ahora me tienes que explicar todo lo que dijiste antes en español. Y mientras más trataba de explicarle mi casi intraducible perorata venezolana anterior, el hombre se reía más. Y ese fue su tema o chiste durante los días subsiguientes. Esa experiencia, creo que se puede explicar por esos automatismos que tenemos, especialmente los que se adquieren en décadas como hablante de un idioma propio y no con esos aprendizajes de segundas lenguas. Durante todas esas semanas del viaje, asistimos a conferencias, seminarios y talleres en universidades (Kansas y California), visitas a las secretarías de educación de cada estado, sindicatos de maestros, editoriales (Mc Graw Hill en NY), Consejo para los estudios sociales y humanidades (una especie de Cenamec en la ciudad de Washington) y otras actividades. También disfrutamos de paseos (el mejor fue uno a la zona histórica de la bella ciudad de Filadelfia), comidas, teatro, etc. Estando en California, tuve la satisfacción de poder regresar por pocas horas a la ciudad de Stockton, dar una vuelta por la UOP, saludar gente conocida y ver de nuevo los lugares donde vivimos tres años (1981-1984). Ya que conocía muy bien a Sacramento no tenía interés por el programado paseo turístico por la ciudad. De tal manera, que una vez que terminamos la actividad en la Secretaría de Educación del estado, pedí permiso a los organizadores del evento para ausentarme y poder ir a Stockton esa tarde en un carro que alquilé por ese día. Además, esa noche en Sacramento recibí la visita de dos profesores amigos de la UOP, mi instructor de inglés Mr. Donald Campbell y el Dr. Harvey Williams (amigo latinoamericanófilo). Fuimos a comer algo y a recordar los viejos tiempos de nuestros días en la UOP. Otro detalle muy especial y digno de recordar fue que Beatriz había viajado conmigo hasta Washington (su mamá le regaló los pasajes) - y desde allí - ella se fue a visitar a su prima Teresa Gowen en Denver, Colorado. Pasado un mes, nos reencontramos en Washington (D.C.) y nos hospedamos juntos en el bello hotel que nos asignaron allí. Lógicamente, hasta allí dormí con mi “room mate” turcochipriota. Casi todos los colegas me decían sonriendo con malicia que tenía mucha suerte de poder estar con mi esposa. Muy amablemente, los organizadores del seminario incorporaron a Beatriz a una actividad social en la noche: Una cena y obra teatral (el local integraba las dos actividades). Terminados los compromisos del seminario internacional - cambiamos la fecha del vuelo de regreso - y nos quedamos unos días adicionales hospedados en casa de unos buenos amigos de Doña Yolanda que vivían en la elegante zona de Alexandria: Anita y su esposo gringo Ted. Éste (un coronel retirado de las FFAA de USA) me llevó a los otros sitios de la capital federal que deseaba conocer: Biblioteca del Congreso, monumentos, cementerio militar, museos, etc. De ese viaje traje muchas cosas buenas. Aprendí y recogí muchos materiales (folletos, libros, etc.) sobre temas interesantes, conocí colegas de numerosos países con los cuales pude comunicarme en inglés, visité nuevamente ciudades conocidas (las de California) y conocí por primera vez otras como Washington D.C, Lawrence, Kansas, New York, Filadelfia y otras. Viajamos a Filadelfia en un moderno tren rápido, disfruté unas cortas pero bellas vacaciones con Beatriz en Washington, y finalmente, pude traerme de vuelta más de mil dólares que logré ahorrar, sin pasar necesidades o mayores sacrificios. Sobre esos días en Washington. Cuando hacíamos arreglos para que los compañeros de viaje se acomodaran de dos a tres en cada cuarto y así continuar ahorrando $$$$, el invitado chino, un viejo profesor muy “enrollado” o complicado, quiso anotarse para compartir la habitación del hotel. No obstante, se enfureció cuando supo que lo habían ubicado con un africano. En fin, el chino resultó más racista que un blanco de ojos azules. En honor a la verdad, parece que el pobre hombre, además de los evidentes prejuicios, tenía muchas confusiones debidas – sobre todo – a su ignorancia en lo relacionado con los usos y costumbres del mundo exterior. Conmigo hizo muy buena relación desde el primer día, pues yo, con mucha paciencia, le explicaba todo con mi limitado inglés, pero que a él le parecía algo extraordinario. Cada día desayunaba y hacía otras comidas junto conmigo y se hacía explicar todo lo que no sabía. Por ejemplo, no había probado alimentos como pizzas, hamburguesas, perros calientes y muchas cosas más. Yo le servía de Cicerone culinario y de todo lo que sus sorprendidos ojos chino-campesinos ignoraban. OTROS VIAJES A USA: EN 1992, en 1999 y en 2005. Pasados varios años – y ya con mayor holgura económica – pudimos viajar tres veces a Florida utilizando las ventajas del sistema de intercambio de mis semanas de resorts vacacionales. Viajamos a Disney World en Orlando y a otras ciudades como Fort Lauderdale, Weston, Miami, etc. El primero de esos viajes fue en las vacaciones de 1992. Salimos de Venezuela en plena temporada de huracanes, y cuando llegamos a Miami, había allí una situación de emergencia ante la inminente amenaza del huracán “Andrew” (agosto, 1992). Viajamos en una camioneta alquilada, desde Miami hasta Orlando, y fue terrible el tráfico, pues miles de personas huían ante el peligro. Afortunadamente llegamos bien aunque cansados de todo un día y parte de la noche en la congestionada autopista. Nos instalamos en el <<West Gate Resort>>, un bello centro vacacional cerca de Disney World. Visitamos los parques de atracciones, paseamos por toda la zona y disfrutamos de un espectáculo ecuestre estilo medieval que incluía una opípara cena. En el bello <<West Gate>> sólo teníamos una semana reservada, la otra tuvimos que pasarla en otro resort, de inferior calidad, situado en la propia ciudad de Orlando. El problema más serio, además de las interminables lluvias y tormentas eléctricas fue que cuando pretendíamos – tal como lo habíamos planeado – regresar a la ciudad de Miami y pasar unos días adicionales en compras, etc. - tal cosa no era posible porque el hotel reservado – y muchos otros - fue dañado por el huracán y la ciudad toda estaba en crisis por los refugiados que perdieron sus viviendas, y con problemas de semáforos, alumbrado y otros servicios. Así que tuvimos que venirnos sin poder entrar a Miami y quedarnos en un hotelito al norte de la ciudad y aeropuerto de Miami (en Deerfield). Al llegar, nos bañamos en la playa y comimos una pizza y ello parece intoxicó a Fernando Augusto (sospechamos de las dos cosas). Tuvimos que salir en plena noche a una farmacia en busca de ayuda. Afortunadamente un farmaceuta de guardia nos recomendó varias cosas, las compramos y le pasó la crisis al chamo. Al día siguiente de esa mala noche en Deerfield fuimos al aeropuerto y pudimos regresar a Venezuela. El segundo de esos viajes vacacionales a Florida lo hicimos en las vacaciones de 1999. Esa vez nos instalamos en el área de Weston – Fort Laudardale. Pasamos dos semanas en un bello resort de la zona. Todos los días teníamos algún programa hacia los alrededores. Uno de estos fue un maravilloso tour por los canales de la “Venecia de Florida”, Fort Laudardale, en un barquito que llegaba a una isla-restaurante donde se podía comer todo lo que uno quisiera (camarones y otras cosas ricas) y, además, disfrutar de un gran show. También fuimos a las playas, a los centros comerciales (especialmente al célebre Saw Grass), a un tour a los pantanos donde habitaban los indios <<seminoles>>, visitas a amigos (señora Miller) y familiares como las hijas de mi prima Mercedita. UN TERCER VIAJE A USA EN 2005. Esta vez fuimos de vacaciones solamente Beatriz y yo. Pasamos una semana en el resort <<Vacation village>> de Weston, Florida. Además de echar una descansadita de la rutina venezolana, aprovechamos para hacer una cuantas compras con las ventajas del cupo de dólares oficiales o preferenciales (2.150 Bs. = 1 US$) de nuestras tarjetas de crédito. Adquirimos varios equipos, entre ellos: Una computadora laptop HP, cámara filmadora, cámara fotográfica digital, reproductor portátil de DVD y otros equipos electrónicos, Asimismo, conciertos y películas en DVD, discos en CD, ropa, zapatos, etc., etc. Nuestra feliz semana vacacional fue desde el viernes 8 al viernes 15 de abril. Viajamos en American airline, saliendo el viernes de mañana y regresando el viernes en la noche. En Florida el único problema que tuve fue un desarreglo estomacal que me afectó los primeros días. Afortunadamente con algo de dieta (mucho arroz, plátano verde, etc.) Peptobismol y unas pastillas de Amodium me emparejé al final. Nos movilizamos en un excelente automóvil Kia Optima de la compañía Hertz. Con la excelente señalización, los mapas y la ayuda del amigo Alfonso Zerpa Mirabal pudimos salir avante los primeros días, aunque me perdí varias veces y ello traía discusiones a cada momento. El “alto pana” Alfonso nos invitó a desayunar en su casa y nos acompañó a realizar algunas compras los primeros días. Estuvo en nuestro hotel y al final fuimos nosotros a despedirnos de su señora (Janet) y a dejarle algo de comida que nos quedó sin poder consumirla totalmente. El alto pana Alfonso ya se había venido a Venezuela hasta el día sábado 23. Nuestras actividades principales fueron ir a la piscina del resort en dos oportunidades, descansar en nuestro apartamento y salir casi todos los días a las tiendas y centros comerciales de las cercanías: Sawgrass Mill, Plantation y otros. El último día vacacional salimos temprano (10 Am) hacia Miami y aprovechamos para visitar a la sobrina Gaby y el negocio de comida <<El Point Venezolano>>. Fue un tanto accidentado el viaje debido a que me equivoqué y no pude tomar la autopista correcta. Para llegar derechito a Kendall (donde vivía Gaby) debíamos ir por la denominada Turpike, pero caímos accidentalmente en la 95 sur y esta nos llevó a Miami pero por el otro lado. Después de dar unas vueltas por Miami Beach y discutir mucho con Beatriz – quien se negaba a cambiar de planes, debimos ensayar otra vía y llegamos finalmente al dichoso restaurante de Tana para ver a Gaby. Allí tomamos fotos, películas y aprovechamos (pagando) para almorzar con patacones, carne y una lasaña. Cumplida ya la visita nos fuimos por una vía recomendada por la empleada de Gaby hasta las cercanías del aeropuerto. Entregamos el auto, entregamos las maletas y después nos embarcamos hacia Venezuela. Es de recordar que – como siempre – tuvimos un pelón con las maletas. Estas eran demasiado pesadas y por ello debíamos pagar unos 50 $ por el exceso. Afortunadamente se nos sugirió que compráramos una maleta – bolso barato – de 20$ - para colocar allí lo sobrante pues podíamos llevar dos maletas c/u pero no una extra pesada. Por lo demás, no nos hicieron abrir nuevamente las maletas allí en USA ni tampoco acá en Venezuela. Aunque rompemos la secuencia cronológica, volviendo hacia atrás, preferimos relatar los otros viajes – los de Europa y otro a Colombia - en los siguientes apartes. ¡AL FIN! UN VIAJE A EUROPA (1996) Gracias a la celebración de un Congreso internacional de latinoamericanistas en la Universidad de Salamanca (España, 1996), logramos – por vez primera - saltar el “gran charco” hacia el viejo continente. Debo reconocer que fue mi antiguo profesor y ahora estimado colega Domingo Irwin quien me entusiasmó con esa idea. Me suministró los datos sobre el evento, me asesoró, y también acompañó en ese viaje. En efecto, envié una ponencia para participar en el mencionado congreso, y una vez admitida, gestionamos el financiamiento de la Universidad para poder asistir. Hechos los trámites del caso, sólo logramos de la UPEL una ayuda para pagar el pasaje aéreo y la inscripción en el evento. Aun así, costeando yo el resto (comida, hospedaje) y Doña Yolanda el pasaje aéreo de Beatriz, pudimos viajar juntos - Beatriz y yo - a España e Italia. Volamos desde Maiquetía a Madrid, y desde allí, viajamos en un cómodo autobús tipo Pulman hasta la bella y antigua ciudad de Salamanca. Además de participar en el programa del congreso histórico en sí, recibimos las atenciones de la universidad: un gran almuerzo tipo buffet, recital de una “Tuna universitaria” y un tour interno por los tesoros de la vieja universidad, entre otros, la observación de valiosos libros incunables de su biblioteca y salones como el usado por Fray Luís de León. También pudimos pasear por toda la ciudad, visitar varias dependencias de la universidad, bibliotecas, museos, catedrales, comer y beber en restaurantes. Una de las mejores cenas fue una invitación del colega Domingo Irwin, quien – de paso – fue quien, reiteramos, me entusiasmó con ese viaje. Ese gesto y muchos otros me han hecho olvidar algunos encontronazos que tuvimos en el pasado. En verdad, la gente cambia. Un punto a recordar – además – fue que la ponencia que presenté en una de las mesas del evento académico recogía las conclusiones de mi trabajo de tesis doctoral presentado en la UCAB cuyo contenido era <<El Culto a los Héroes y la formación de la nación venezolana, 1830-1883>>. Por supuesto, pude asistir a la presentación de una buena cantidad de otras ponencias, algunas realmente interesantes como la de un colega argentino que analizaba las grandes pinturas murales de carácter patriótico de su país. Lógicamente pensé mucho en lo similar al caso venezolano y las obras de Tovar y Tovar, las de Tito Salas y otros. Acá tengo que acotar que, años después, cuando dirigí un seminario sobre el tema del culto heroico en el Doctorado de Historia de la UCAB, un brillante alumno (Tomás Straka) presentó (a sugerencia mía) un trabajo sobre esta temática, esto es, sobre las pinturas patrióticas. Pasados esos días maravillosos en Salamanca, aprovechamos y conocimos lo esencial de la ciudad de Madrid y también hicimos un corto viaje de fin de semana a Roma, Italia. Gracias a la invitación de Raquel Andrade, antigua amiga maracuchacaraqueña de Beatriz y entonces funcionaria de la embajada de Venezuela en Roma, sólo pagamos un económico vuelo Madrid-Roma-Madrid y ella nos hospedó y atendió muy bien en su apartamento. Igualmente nos llevaron en un apretado recorrido por todo lo que podíamos ver en dos días en la ciudad eterna. Su esposo, el buen amigo holandés Gaspar, nos sirvió de Cicerone y nos hizo salir ampollas en los pies corriendo por calles, plazas, iglesias, museos, el Vaticano, etc. A pie, en autobuses y en tranvías o trolebuses vimos todo lo que humanamente permitió esa corta estadía. Tercer viaje a Colombia (1997) Ya dije que mi primer viaje a “la hermana república” lo hice cuando era un chamo de bachillerato en las célebres excursiones del Padre Juan Bofelli. En ese entonces, fuimos por carretera hasta Cúcuta y desde allí en avión cuatrimotor de hélices, y dando tumbos, hasta Bogotá. Y la segunda vez, por carretera, fue hasta Cartagena con la familia de Beatriz. El tercer viaje lo hice solo. Gracias a una invitación de la <<Organización de Estados Iberoamericanos>> OEI - institución, auspiciada por los gobiernos de España y Portugal – se convocó a representantes de todos los países miembros a la reunión de consulta sobre <<Alternativas para la armonización de la enseñanza de la historia de Iberoamérica>>. Cartagena, 17 y 18 de marzo, 1997. El colega Omar Hurtado R. – entonces alta autoridad académica en la UPEL - propuso que yo asistiera y acepté enviando de inmediato un resumen de una corta ponencia que exigían sobre el tema del encuentro. Por supuesto, la UPEL y la OEI pagaron todos los gastos y disfruté mucho del viaje: Reuniones académicas, eventos sociales, paseos turísticos, etc. Una vez más, la cultura pagó. Y no como el crimen, que no paga. Mucho me gustó apreciar la modernización de la antigua Cartagena de indias. Disfruté de la vieja y bien conservada ciudad colonial, así como de la modernísima urbe con gran cantidad de hoteles, resorts, puerto de cruceros, etc. Daba gusto disfrutar la esmerada y educada atención del personal en el hotel y en los taxis, y en comercios y otros lugares. Es de destacar que mi ponencia, redactada de manera acelerada para poder cumplir con las exigencias de la invitación al evento, resultó de lo mejor. Creo, sin falsa modestia, que fue casi la única que se ceñía a lo pautado para la reunión. Aplicando un poco de sentido común y sobre todo nuestra experiencia formando docentes y escribiendo manuales escolares, pude presentar una síntesis que recogía el tema solicitado, y no como hicieron muchos de los otros, esto es, grandes explicaciones sobre sus hallazgos históricos, que no era el caso citar o comentar. Como me ha pasado otras veces, los “figurones” o vacas sagradas aprovechan los eventos para presentar sus mamotretos históricos, pero no siempre ellos guardan relación con la discusión concreta del tema de la reunión. Algo parecido me ocurrió en otra oportunidad posterior, cuando presenté una ponencia en el foro <<La Enseñanza del Pensamiento Bolivariano>>, parte del III Congreso de Pensamiento Bolivariano. Un evento reunido en la UPEL, del 15 al 17 de noviembre de 2000. Allí, sólo mi modesta ponencia se centraba en el asunto. Hubo algunos que hasta se pusieron a debatir sobre los huesos de Francisco de Miranda y su posible rescate. Si mal no recuerdo ese fue el caso del figurón “historiador” (ya fallecido posteriormente) de nombre Vinicio Romero Martínez. SEGUNDO VIAJE A EUROPA (2001) Ese año, estando ya jubilado de la UPEL desde 1999 y cuando ya había cobrado parte del dinero de mis prestaciones sociales, decidimos que ya era tiempo de realizar el añorado viaje a Europa y conocer así – de verdad, verdad – todas esas cosas que sólo conocía gracias a los libros, el cine, la televisión y los cuentos de los que si habían saltado sobre el océano Atlántico. Las ganas de conocer muchos países se me habían incentivado después de ese “abrebocas” que fue nuestro anterior y corto viaje a España (Madrid-Salamanca) e Italia (Roma). Ese año 2001, contaba ya con los recursos para el viaje y fui estimulado por los consejos de un colega directivo de los jubilados del IMPM-UPEL (Prof. J. Perfetti) cuyo grupo (Las Gaviotas) organizaba viajes todos los años a distintos destinos. Casualmente visité ese instituto para cumplir tareas como jurado de un concurso de ingreso de personal académico (propuesto por mi ahijada universitaria Yhajaira Olmos). Desde ese día aceleré las gestiones para nuestro viaje y finalmente tomamos un extenso tour de más de un mes para recorrer en autobús y tren a Inglaterra (Londres y sus alrededores), Francia (Paris y Versalles, en una primera etapa), Bélgica (Brujas), Holanda (Ámsterdam y alrededores), Alemania (Frankfurt, Múnich), Austria (Innsbruck), Liechtenstein (Vaduz), Suiza (Ginebra, Lucerna, Gruyere, montañas de los Alpes), Italia (Venecia, Florencia, Roma, Pisa), Francia (Niza), Mónaco (Montecarlo); y finalmente, España: Barcelona, Zaragoza, Madrid y un especial recorrido por Andalucía: Córdoba, Sevilla, Jerez, Cádiz, Gibraltar, Costa del Sol y vuelta a Madrid. Aunque fue un viaje “matador” donde había que levantarse desde muy temprano, atravesar largas distancias por carretera y asistir a tours en cada ciudad, visitar museos, palacios, iglesias, catedrales y otros sitios de interés; todo valía la pena. Hasta pudimos hacer varios tours opcionales o adicionales maravillosos: En Inglaterra, además de Londres, fuimos a Hampton court y Winsord; en Francia: Palacio de Versalles y paseo nocturno en Paris (espectáculo en el Lido, barco en el Sena); en Suiza: paseo a los Alpes en teleférico, y lo más notable, una semana recorriendo Andalucía, en España. Haber podido ver las maravillas del Museo Británico en Londres, del Louvre en Paris, del palacio de Versalles, haber podido pasear en las góndolas de Venecia, visto las otras maravillas de Florencia, Roma, Pisa y España (Alhambra de Granada, mezquita de Córdoba, etc.) todo eso valió mil veces lo gastado. Disfrutar todo eso fue y será inolvidable. Creo que de esa manera celebramos muy bien las casi tres décadas de casados que teníamos entonces (1972-2001)15. MATRIMONIO DE FERNANDO AUGUSTO, 6 DE NOVIEMBRE DE 2004 Antes (el 23 de octubre) celebramos el matrimonio civil de nuestro hijo mayor. Fue en una sencilla ceremonia en el apartamento de Santa Mónica con la presencia de la Jefa Civil de la Parroquia San Pedro y acompañados de la familia y amigos más inmediatos: mi suegra Doña Yolanda, Carolina, Félix, Felito, Gracia 15 De todo este viaje tengo escrito un detallado y cronológico relato, producto de la trascripción de una especie de diario que escribí entonces. Elena; mi hermana María Elena y Ricardo; mi sobrina Carolina Sosa Franceschi y su novio Jorge Pérez, Fernando Cherubini Camarillo (entonces novio de Irene), los padres de la novia (Eduardo Santos e Inírida Rivas de Santos), sus amigas, los panas de Nano (Julio Mora, Rancel Barrios, etc.) Allí hicimos el tradicional brindis con champaña. Seguidamente, invitamos a los asistentes a una cena en un excelente restaurante italiano en San Román (el Mezza Note). Allí seguimos con los brindis y degustamos una excelente comida. El matrimonio por la iglesia se celebró en Ciudad Bolívar, residencia de María Virginia y sus padres (los médicos) Eduardo Santos e Inírida Rivas de Santos. La ceremonia fue celebrada en la iglesia de San Francisco (cerca de la casa de la novia y su familia) y la fiesta fue en un salón del <<Hotel Laja Real>>, donde además nos hospedamos muchos de los asistentes. La comida, bebida, obsequios, la hora feliz, etc. – fue maravillosa. Por vez primera me tocó escoltar a la madre de la novia mientras Beatriz llevaba a Fernando Augusto hacia el altar mayor de la iglesia y el Dr. Santos hacía lo mismo con su hija María Virginia. Fuimos vestidos con smoking y todos muy elegantes: Beatriz, Irene, y todos los demás. Nano (vestido con paltó levita) y su bella novia disfrutaron mucho de la fiesta y recibieron muchos regalos en bolívares y en dólares. El lunes siguiente se fueron de luna de miel para Buenos Aires, Argentina. Allí pasaron una semana. Viendo las fotos me empecé a entusiasmar para viajar a ese país con Beatriz en un futuro que espero no sea tan lejano. Ya instalados los recién casados en el apartamento de Valle Abajo, Nano empezó su mudanza de ropas, calzados y otros objetos para su nueva casa. Yo, por mi parte, mudé la computadora, sillón de lectura, etc. – para el cuarto desocupado y así organizarnos mejor en los nuevos espacios. Aunque uno se sienta “un tanto culpable” por pensarlo, hay momentos – como estos – que cuando los hijos se van yendo de la casa uno empieza a ganar algo: Además de esos nuevos espacios, se gana mucha tranquilidad porque ya uno sabe que están bien en su casa, acompañados de su pareja y no en la calle corriendo peligros, y, sobre todo, no haciéndolo trasnochar a uno, esperando oír la llave en la puerta y así saber que ya regresaron al hogar. (+) MUERTE DE DOÑA YOLANDA (11-04-2006) Mi suegra, doña Yolanda Morales de Díaz (QEPD) falleció el 11 de abril cuando regresaba de un corto viaje playero a Higuerote en plena Semana Santa. Estando en el Centro Turístico Higuerote empezó a sentirse mal y por ello Carolina y Félix decidieron regresar a Caracas pero murió mientras viajaba en el auto. Una vez en Caracas, decidieron solicitarle a su médico – el Dr. J. J. Puigbó – que certificara la causa del fallecimiento de su antigua paciente. Debí ir con Félix a realizar las diligencias funerarias y contribuir con la mitad de los gastos. El siguiente día, el 12 en la tarde, dando cumplimiento a la última voluntad de la difunta, se realizó la cremación de sus restos mortales en las instalaciones del cementerio del Este, La Guairita. Vino buena parte de mi familia a acompañar a Beatriz. Entre otros asistieron Domingo y Lorena, Libia, Jesús y Gloria, Marina y Goyo, María Elena y Ricardo, Tana, Mirita, Conchita, etc. Vino mi amigo José Rodríguez (el maracucho) y su esposa Beatriz. Además vinieron primos y primas de Beatriz, algunos pocos familiares de Félix, viejos amigos y amigas como Cuchi (María Chitty de Estacio) y su hermano Guillermito, Milagros y Fabio, las Andrade y otros más. Guardamos sus cenizas en casa de Carolina y días después, el 28 de abril, viajamos a Margarita (puente anterior al 1º de mayo) para terminar de dar cumplimiento a su última voluntad: Ser echadas sus cenizas en el mar desde la cubierta del ferry. Para ello debimos hacer el viaje de ida en el ferry lento, pues desde el nuevo no se puede salir a la cubierta. A pesar de los momentos dolorosos – especialmente para Beatriz - tuve yo que lanzar las cenizas junto con la cajita o urna especial acompañándola con una pesada piedra para que hundiera y dispersara en las aguas del mar situado a medio camino entre Puerto La Cruz y la isla de Margarita (a unas dos horas de navegación). Por casualidad, la hora de cuando echamos al mar sus cenizas, creemos coincidió con la hora de su muerte (3 y 15 PM.) Allí, en la baranda de popa, reunidos Beatriz, Irene, su para entonces novio Fernando “el Joven”, y por supuesto yo, despedimos los restos lanzados al mar - diciendo yo - que así habíamos cumplido su voluntad. Beatriz, muy afectada habló y con llanto dijo: “así lo quisiste.” Cada uno en silencio diría sus propias palabras de oración y guardamos el triste recuerdo en algunas fotografías. Vacaciones en Margarita (Septiembre de 2006). Estuvimos dos semanas en dos Resorts (en el nuestro de Marbellamar y uno por intercambio en Pampatar). La pasamos bien, con mí cuñado Ricardo y María Elena acompañándonos unos tres días. También compartimos con Fabio, Milagros y sus chamos, Fabito e Iván. Cuando ya casi me venía para Caracas me pude comunicar con la UNIMET. Para mi grata sorpresa, me informaron que mantenía mis horas de clases y además me proponían atender “temporalmente” otros tres cursos. Me tocó echarle pichón a varios cursos: dos de Historia Universal Contemporánea I; uno de Historia Universal Contemporánea II y otro de Historia Contemporánea de Venezuela. Aunque debía trabajar como en los viejos tiempos (16 horas de clases semanales regadas) cobré un buen sueldo paralelo a mi jubilación (más de dos millones cuatrocientos cuarenta mil, netos). Ese es el consuelo, ahora que tenemos que hacer frente a la compra del apartamento de Valencia y a la solución del de Irene en Caracas. IRENE Hasta comienzos de 2007, Irene también estaba haciendo planes de casarse. Uno de los problemas era que todavía no terminaba de graduarse como Profesora de Inglés en el Instituto Pedagógico de Caracas, Núcleo de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Todavía, para el semestre que terminaba en marzo de 2007, seguía esperando poder aprobar un curso de literatura que había repetido varias veces. Finalmente, cuando ya estábamos desesperados con esa lucha por obtener su título universitario y cerrar así ese capítulo vital, recibimos la gran noticia el domingo 4 de marzo. El propio profesor (David Durán, quien la torturó todos estos pasados semestres) le envió un correo electrónico anunciándole que finalmente había aprobado el curso de literatura. Único requisito faltante para culminar la carrera. Todos celebramos, y familiares y amigos hicieron repicar muchas veces nuestros teléfonos. Definitivamente, mis hijos no fueron muy estudiosos, pero por lo menos los dos tienen su título universitario. Ahora si podemos decir: <<Misión cumplida>>. De aquí en adelante, ya verán si estudian otra cosa, si así lo quieren. Nuestro deber de llevarlos hasta esa meta, como la mejor herencia que se le puede dejar a un hijo, la hicimos realidad. Ya podemos decir: “mi hijo el arquitecto” graduado en la UCV o “mi hija, la graduada como Profesora de Inglés” en la UPEL. El día 4 de julio de 2007 asistimos con gran alegría al acto de graduación de profesores de la UPEL celebrado en el auditorio del colegio María Auxiliadora en Altamira. Allí pude cumplir el ritual académico de colocarle la medalla de grado antes de que el rector encargado de la UPEL (el Director-Decano del IPC, Dr. Pablo Ojeda) le entregara su título de Profesora de Inglés. Esa misma noche, ofrecimos un brindis a los amigos y familiares de Caracas. Con los de Valencia celebramos días después con una gran parrillada en la casa de Tana situada en Guataparo Country club. Y NANO TAMBIÉN…. Debo agregar acá que - años antes, el 17-11-2000) - igualmente se cumplió ese rito en la graduación de Fernando Augusto en la UCV. En el auditorio de la facultad de arquitectura tuve el honor de colocarle su medalla en acto académico solemne. Como sabemos, en el caso de la UCV ese acto se hace de manera separada. Posteriormente, en otra ceremonia general en el Aula Magna le impusieron su título pero allí nosotros solamente lo podíamos acompañar desde nuestros asientos. Curiosamente, las tres sobrinas Arcila Franceschi: Carolina (odontóloga), Cristina (Licenciada en Educación, Summa cum laude) y finalmente Marielena (Profesora, 2012) me pidieron que las acompañara en su acto de grado en la Universidad de Carabobo (las dos primeras) y la última en la UPEL, núcleo de Valencia. A las tres les puse su respectiva medalla. Me hicieron ese honor aunque hay otros profesores universitarios en la familia. CONTINUAMOS CON IRENE… Un apartamento para Irene: Otro asunto pendiente era el “problema habitacional” de nuestra hija Irene. Esta tardó bastante en graduarse aunque en los últimos semestres en la UPEL solamente inscribía – para repetirlo - el ya mencionado curso de Literatura. También estuvo trabajando en una empresa de material educativo, y era socia – junto con el novio de entonces - de un centro de comunicaciones telefónicas. Por varios años, hasta enero de 2007, estuvo ligada con ese novio. Poco antes de terminar esa larga relación hacían planes para casarse, pero antes había que resolver la cuestión de la vivienda. Creíamos que eso podía solucionarse con el apartamento heredado por Beatriz y su hermana Carolina, pero – al final - ello no fue posible. <<NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA>> Por la venta del apartamento heredado en Caracas, Beatriz recibió su 50%, y esa buena suma sirvió de base para adquirir un apartamento en Valencia. Dicho inmueble (desocupado por décadas) había sido propiedad del señor Fernando Cherubini, quien iba a ser el futuro suegro de Irene. Éste necesitaba con urgencia el dinero a recibir de nosotros (primero 90 millones y 20 después) para resolver un angustiante problema con el apartamento donde esa familia había vivido como inquilinos por varias décadas en la urbanización caraqueña <<Colinas de Bello Monte>>. Primeramente, compramos el apartamento de Valencia a nombre de Irene, para que después ella me lo vendiera a mí, y así poder solicitar yo un crédito de 50 millones en el Fondo de Jubilaciones y Pensiones de la UPEL, ya que eso era lo máximo que prestaban. La suma así obtenida planeábamos dársela a Irene y eso le serviría de inicial para comprar un apartamento en Caracas, a través de un préstamo que ella y su novio pagarían. El 20 de diciembre de 2006 firmamos (Beatriz y yo) el documento de préstamo hipotecario a diez (10) años con Fonjupel, mediante el cual somos propietarios del apartamento 4-A, piso 4, edificio <<Apolo 4>>, urbanización El Trigal, Valencia, estado Carabobo. Una vez medio organizado el perolero acumulado allí (muebles y otros enseres que habían sido de Doña Yolanda) pudimos instalarnos y estrenar sus habitaciones para nuestras vacaciones decembrinas. Claro está, para entonces todavía faltaba hacerle algunos arreglos. Aunque esto signifique romper la secuencia, agregamos ahora, que ya para agosto de 2007 terminamos los principales arreglos, remodelaciones y el equipamiento del apartamento de Valencia. Gastamos hasta el 2008, un total de más de 57 MM. ENERO, 2007: IRENE TERMINÓ CON EL NOVIO (F.Q.C.) Después de pasar unos ocho años de noviazgo con Fernando – a quien llamábamos <<El Joven>> - esta relación llegó abruptamente a su fin. Aunque siempre le insistíamos (sin peleárselo demasiado) que ese “muchacho” no le convenía, ella parecía no prestar oídos. Sin embargo, finalmente se dio cuenta de que “el joven” no le convenía. Comprendió – después de mucho tiempo – que éste tenía un carácter muy complicado. Siempre viví bajo el temor de que se casara con él y que después regresara fracasada – y quién sabe si con un niño - a vivir nuevamente con nosotros. Me aterraba que repitiera duras experiencias que todos conocemos. Por ello teníamos el empeño de buscar la manera de adquirir nosotros un apartamento propio para que ante cualquier eventualidad ella pudiera rehacer su vida de manera independiente. Una consecuencia de la sorpresiva ruptura, fue que hasta los primeros días de enero de ese año 2007 estábamos en buenos términos con el prometido, y hasta nos “embarcamos” adquiriendo el 50% del Centro de Comunicaciones telefónicas que venían operando junto con el otro socio, que se empeñó en vender su parte. Esa compra la hicimos convencidos de que era una vía para asegurar el sustento de los futuros esposos quienes posteriormente continuarían buscando la manera de adquirir un apartamento. Con la ruptura, todo tuvo que deshacerse. Afortunadamente, “el joven” me devolvió 30 de los 50 millones de Bs comprometidos y me aseguró pagar el resto cuando lograra vender el negocio. Esa última parte no se ha cumplido hasta el Sol de hoy, y ya parece que perdimos esos veinte millones, lo que ahora serían 20.000 Bs.f. (más los intereses). Para mi consuelo, siempre me repito: El apartamento de Valencia nos salió veinte “millones” más caro, o también, tuvimos que pagar un “rescate” por nuestra hija, y esa suma es poco para lo mucho que ganamos. Al final, los treinta millones recuperados sirvieron para la remodelación y otros gastos del apartamento de Valencia, y los otros veinte – como dijimos quedaron en el limbo de los bolsillos del “joven”. En fin – además de haberse salvado nuestra hija de caer en las garras de un mal matrimonio – conseguimos una buena suma para arreglar el apartamento de Valencia. El tiempo, que todo lo cura, terminó de sosegar al ex novio que al principio se negaba a aceptar su situación. SOBRE EL APARTAMENTO DE VALENCIA Durante varios meses de 2007 se hizo la remodelación, otros arreglos y equipamiento del apartamento de Valencia. En fin, ya para las vacaciones de agosto pudimos disfrutar de todas las comodidades de nuestro “Resort” privado. Tuvimos, eso sí, que echar innumerables viajes entre Caracas y Valencia y gastar más de 50 millones de bolívares para que este sueño fuera realidad. Ahora tenemos donde pasar los días y noches que queramos en nuestra tierra valenciana. Y además, todo esto es una buena inversión, ya que para hoy vale más de cinco veces su precio original. CON MÁS PLATA EN AGOSTO, 2007 Una buena racha financiera tuvimos entonces. El Estado – finalmente – pagó parte de la deuda por concepto de intereses por mis prestaciones sociales de la UPEL. Para grata sorpresa recibí un “chequecito” de 246 millones de bolívares. Pude (al fin) pagar la ya astronómica deuda en las tarjetas de crédito y otras más. Además adquirimos una camioneta Chevrolet -Trail Blazer (nuevecita, modelo 2007), uno de mis “sueños dorados”, terminamos de arreglar el apartamento de Valencia, etc., etc. Recibí lo correspondiente a capital y parte de los intereses de mis prestaciones sociales como jubilado de la UPEL, pero quedan remanentes de otros “pasivos laborales” no pagados antes, tales como el fideicomiso, etc. Tales pasivos ya los cobraron las cohortes de jubilados anteriores como la de mi compadre Freddy Domínguez. Acá debo acotar que todavía (para agosto de 2013) el Estado no ha terminado de pagarnos ese dinero. Una suma nominalmente muy superior a lo pagado en el 2007. El problema es que esa suma decrece cada vez más en términos reales, como consecuencia de la acelerada inflación y de la devaluación de la moneda nacional. Para ese año 2007, vendí mi anterior camioneta Daewoo Tacuma y adquirí un Renault Clío automático (año 2000), en buenas condiciones, para uso de Beatriz. Posteriormente lo vendí en diciembre e hicimos un negocio para adquirir un Chevrolet Aveo 2008, que venían pagando Ricardo y María Elena dentro del llamado sistema Chevyplan. Ellos me cedieron su derecho o cupo a cambio de reembolsarles sus cuotas pagadas y una suma adicional. Una vez pagado el resto de la deuda y completado el papeleo recibimos un auto nuevecito comprado a buen precio en junio de 2008. El auto AVEO, cuatro puertas, automático, motor 1.600, color gris constelation o gris azulado. Por el auto tuvimos que pagar un gran total de Bs.f. 52.564. De todas maneras, el carro, a ese precio, resultó un buen negocio porque a éstos los estaban ofertando por sumas superiores. Y ahora, mucho más. AÑO 2008 ¡ABUELOS AL FIN!!!! Otra de las buenas cosas del 2007 fue la noticia del embarazo o “encargo” de María Virginia, la esposa de Fernando Augusto. Poco después se confirmó que el nuevo miembro de la familia sería un varón y el nombre escogido Federico Augusto. La fecha esperada para la llegada del nieto era para el mes de febrero de 2008, y desde entonces las abuelas, especialmente Beatriz, trabajaban a toda máquina preparando todo. LLEGÓ EL NIETO En la última hora de la noche del 17 de febrero de 2008, nació Federico Augusto Franceschi Santos, nuestro primer nieto. Esa noche, cuando regresábamos del velorio de la tía Blanca Díaz de Mora (madre de los primos de Beatriz: Ana, Engracia, Flora, Paulina, Pepe, Aníbal y Fernando Mora Díaz), recibimos la llamada de Fernando Augusto avisando que María Virginia ya estaba en la clínica Metropolitana con las contracciones que anuncian el parto. De inmediato nos regresamos desde Las Mercedes y fuimos a la clínica. Allí estaba acompañada de su mamá (Inírida Ribas de Santos). A los pocos minutos llegó su hermana Ana María y su esposo Leo. Igualmente nuestra hija Irene Beatriz. El parto fue sumamente rápido. Bajo el cuidado de su médico-obstetra Carmen Luisa Rosales y demás ayudantes se produjo el parto normal en menos de una hora. En la última media hora de esa noche memorable oímos el llanto de un niño varón que pesó 3,350 Kg. - y midió 553 Cm. Pudimos verlo (además las dos abuelas lo cargaron brevemente) y después ir hacia la habitación asignada – la 543 - en el 5to piso del área materno-infantil de la clínica. Es de destacar que el feliz papá (FAFD) pudo asistir al parto para acompañar a su esposa y tomar fotografías de esos primeros momentos de la vida de nuestro primer nieto FAFS. Durante los siguientes días fuimos a la clínica (en realidad salió a los dos días de hospitalización) y luego fue a su casa acompañada de su bebé. Durante esos dos días en la clínica y luego los siguientes en su apartamento de Valle Abajo se ha recibido la visita de varios familiares y amigos cercanos, y las innumerables llamadas telefónicas y mensajes de correo electrónico. Como una novedad, aprovechamos también de incorporarnos al portal FACE BOOK y colocar allí gran cantidad de fotografías del recién nacido. Durante los primeros meses de vida de nuestro primer nieto (FAFS) este creció y aumentó de peso y longitud. Era todo un muchachote sano aunque muy llorón los primeros días. Pasados los tres meses ya dormía toda la noche y hacía cada día una nueva gracia celebrada por todos y fotografiada a cada momento. Hicimos dos viajes a Valencia y en las dos últimas semanas de mayo lo llevaron a Ciudad Bolívar, a conocer el resto de su familia materna. Entonces, nos preparamos para asumir (especialmente la abuela Beatriz) la tarea de cuidarlo cada día mientras la madre del niño iba a su trabajo. Esa experiencia nos compromete a todos. Ya con cuatro meses de nacido, el nieto estaba de lo más lindo y gorditocachetón. Pasamos el primer “Día del Padre” (para Fernando Augusto) en Tanaguarena, en un Resort playero de la APROUPEL que hasta ese día no habíamos disfrutado. Fuimos todos: Beatriz y yo, Irene, Fernando y María Virginia, y por supuesto, Federico Augusto. La pasamos bien y tomamos buenas y tiernas fotos que Irene colocó en Facebook y provocó una ola de comentarios cuchis. Al día siguiente (16 de junio) se empezó a quedar todo el día en nuestro apartamento mientras su madre va a trabajar a la oficina. Desde esa fecha Federico fue cuidado por nosotros. Al principio lo hacíamos diariamente, mientras su mamá trabajaba en una empresa de mobiliario. Posteriormente, desde que ella decidió retirarse y trabajar en su propia casa solamente algunos días, por ejemplo, los lunes lo buscamos al colegio (Preescolar Pinceladas) y se queda después de almorzar hasta que su mamá viene a recogerlo en la tarde. Otras veces, si tienen algún compromiso social hasta lo dejan a dormir con nosotros ya que Federico está bastante apegado con su abuela a la que llama “Dary”, su manera de pronunciar “Atis” como le insistía Beatriz que la llamara en vez de abuela. EL SEGUNDO NIETO Aunque ahora damos un salto cronológico en el relato, agregamos que nuevamente María Virginia y Nano nos darán un segundo nieto. Ya sabemos que también será varón y cuando nazca en diciembre de este año 2013 tendrá como nombre Simón Augusto. IRENE PROFESORA UNIVERSITARIA Después de esperar inútilmente que la reengancharan en la empresa donde trabajó en tareas de traducción y preparación de software educativo, tuvo que demandarlos - y pasado un lapso - aceptar una indemnización laboral un tanto mísera. Para finales del año 2007 pudo ingresar como profesora de inglés contratada por la Universidad Marítima del Caribe (la antigua Escuela Náutica de Venezuela), la que forma el personal para la marina mercante. Aun considerando la lejana ubicación en Catia la Mar y las malas condiciones de contratación, debió aceptar el trabajo con la esperanza de obtener algo mejor en el futuro. Por lo menos, tres veces a la semana la veíamos salir muy temprano en las mañanas a trabajar, preparando material de apoyo, revisando exámenes, etc. Un cambio laboral positivo… Cuando fue a reportarse a la universidad donde ha estado contratada desde hace un año (Octubre 2008) le dieron la buena nueva que le asignaban un cargo como profesora a dedicación exclusiva. Esto es, aunque todavía no tiene la condición de profesora ordinaria le pagarán cada quincena, le reconocen los beneficios laborales de ley y deberá dar tres cursos de inglés (18 horas docentes) y el resto en tareas de permanencia. Otro cambio positivo: Irene con nuevo “novio oficial”, Darwin Cárdenas (2009) Superada esa “convalecencia” sentimental - dejando atrás ocho años de noviazgo con el “joven” F.Q.C. - comenzó a relacionarse con nuevos amigos, algunos de ellos contactados vía Facebook. Al final, esos prospectos que se asomaron no cuajaron. Visita de Darwin Cárdenas el día de mi cumpleaños del 18 de septiembre del año 2009. Este día de mi cumpleaños, por cierto, coincidente con el suyo también, nos visitó este muchacho que Irene había conocido hacía muchos años atrás cuando ambos estudiaban el bachillerato. Ahora, ya graduado como Licenciado en Estudios Internacionales (UCV), iniciaba una relación con Irene que rápidamente se formalizó y en menos de dos años culminó en matrimonio. Para el 14 de mayo de 2011 se casaron y después de una corta luna de miel en Margarita se instalaron a vivir con nosotros en el apartamento de Santa Mónica, ya que hasta ahora sus ingresos no permiten otra alternativa. EL MATRIMONIO DE IRENE Y DARWIN: La celebración la realizamos en la gran casa valenciana de Tana en Guataparo. La fiesta del matrimonio fue un 14 de mayo de 2011. Celebramos una hermosa boda en la iglesia San Antonio, y esa noche, a pesar de un aguacero, festejamos junto con toda la familia y los amigos más cercanos. Además de ahorrar en gastos al no hacer esa fiesta en Caracas, se facilitó a la mayoría de la familia Franceschi asistir al evento de la iglesia y a la fiesta en casa de Tana. Lógicamente tuve que gastar un realero (sacrifiqué parte de nuestros ahorros en dólares) pero todo salió de lo mejor: Sobró whisky, champaña y vinos, tuvimos pasa-palos y comida de sobra (paella hecha por Tana, etc.). La iglesia fue decorada con bellas flores, tuvimos un hermoso conjunto de música estilo español en la iglesia y otro servicio en la casa. En fin, lo único malo fue la copiosa lluvia que nos fastidió toda esa noche y que gracias al toldo y piso de madera alquilados no fue tan grave. Lo que si celebramos con un modesto brindis y comida en nuestro apartamento de Caracas, fue días antes, el matrimonio civil, realizado en un registro público situado en la avenida Lecuna de Caracas, dada la imposibilidad de que los funcionarios aceptasen la habilitación para una ceremonia privada en nuestra residencia. Acá en Caracas, sólo nos reunimos un grupo íntimo de la familia y amigos más cercanos: La familia inmediata del novio y algunos de sus amigos, y por parte de nosotros, también un reducido grupo. VOLVAMOS OTRA VEZ UNOS AÑOS HACIA ATRÁS: EL 18 DE SEPTIEMBRE DE 2008: CUMPLÍ 60 AÑOS DE VIDA. Aunque - como ya sabemos – según mi partida de nacimiento y cédula de identidad tendré que esperar un año más para poder tenerlos “legalmente” y así tramitar mi pensión de vejez de IVSS. Celebramos reunidos en el apartamento Beatriz y yo, acompañados de Irene, Fernando Augusto, María Virginia y Federico Augusto. Es mi primer cumpleaños como abuelo. Comimos pizza y una tartaleta de frutas. Lo preferí así para evitar complicaciones. Durante todo el día y en la noche me llamaron varios familiares y amigos y recibimos gran cantidad de mensajes por correo electrónico y Facebook. Sin duda alguna, ahora en nuestros días la web sirve para muchas cosas, entre otras, recordarnos los cumpleaños y felicitar a los cumpleañeros sin mucho esfuerzo. 2013: ¿Muerte de Hugo Chávez? Este acontecimiento, del que se tienen serias dudas que haya ocurrido realmente el 5 de marzo de este año, fue anunciado después de una larga enfermedad (cáncer), de la que todavía no se conocen los datos auténticos. Esto dio paso a la agudización de la crisis política y económica del decadente gobierno del “Socialismo del Siglo XXI”, ahora bajo la dirección formal de Nicolás Maduro, un presidente de dudosa legitimidad, por decir lo menos. En fin, estos acontecimientos que sacudieron al país y nos afectaron a todos determinarán también el futuro de nuestras vidas. 2013: SESENTA Y CINCO AÑOS Y CON RENOVADA SALUD A la espera de cumplir mis sesenta y cinco años el próximo 18 de septiembre, me sometí a un procedimiento de cirugía bariátrica o “By Pass” para suprimir, de una vez por todas, mi crónica condición de obesidad. El miércoles 4 de septiembre, en el <<Hospital de Clínicas Caracas>>, el médico cirujano José Isaac López operó mi estómago utilizando laparoscopia, y ello garantiza superar no solamente un problema estético (abdomen de exagerado tamaño), sino varios problemas de salud que cada año se pudieran agravar: Diabetes tipo dos, apnea de sueño, hipertensión arterial, litiasis por ácido úrico, dolores en columna y rodillas, etc. Considerando las experiencias positivas de los ya operados y los innumerables apoyos de familiares, amigos y colegas; pero especialmente de mi esposa Beatriz e hijos, me he entusiasmado para hacer frente a este reto, creo firmemente que esto significará una nueva vida, más sana y plena en todo sentido. La operación fue exitosa y estaba previsto que dos días después me dieran de alta para irnos a casa. No obstante, surgió una imprevista complicación, se produjo un sangramiento y el médico tuvo que aplicar sobre las suturas internas una solución con adrenalina a través de una endoscopia. Afortunadamente, con ese procedimiento realizado bajo sedación al día siguiente de la operación, el sangramiento cesó de inmediato. Posteriormente, un día después, me bajaron a la sala de “Rayos X” y el médico procedió a realizarme una placa de tórax, tomando previamente una solución de yodo para el contraste y así verificar de manera segura que no existía fuga o sangramiento alguno. A consecuencia de esa hemorragia debí permanecer casi una semana en la clínica para que se recuperara el nivel normal de hemoglobina. Esto se logró mediante seis transfusiones de solución globular (sangre sin plasma), así como el suministro de un suero con hierro. Además del problema de la hemoglobina debían normalizarse también los niveles de glicemia. En este sentido, el llamado estrés postquirúrgico y algún otro factor hicieron elevar significativamente el nivel de glicemia (a más de 500). Para normalizarlo debieron aplicarme repetidas y variables inyecciones de insulina, cada vez que el examen con pinchazo en dedos así lo exigía. Junto con todos esos tratamientos indicados para solucionar las dos incidencias antes comentadas, debía seguir en cama, pues me sentía muy debilitado al principio, recibiendo, oxígeno y permanente hidratación con sueros, y además los antibióticos y calmantes acostumbrados en estos casos. Debo decir, que además de la excelente y permanente atención del cirujano Dr. José Isaac López, quien estuvo siempre encima todos los días, recibía atención de mi médico internista Dr. Oscar Varela, los asistentes de cada uno de ellos, la Nutricionista (Lic. Rangel) y un gran equipo de enfermeras que día y noche me tomaban la tensión, muestras de sangre, suministraban sueros, sangre, medicamentos, etc. Y además, nos ayudaban con todas nuestras necesidades fisiológicas y aseo. En verdad, de nada puedo quejarme en ningún sentido. Como una muestra de agradecimiento con las tres enfermeras principales les obsequiamos una prenda de las que elabora Irene, como un detalle de cortesía. Igualmente, le dimos una propina al simpático gordito Julio, que me trasladó en silla de ruedas para los exámenes y, al final, para llegar al estacionamiento e irnos a casa. Pasada una semana de reposo en casa tuvimos que ir al control con el Dr. Isaac y este nos consiguió en buena forma. Aproveché ese día para hacerle una lista de preguntas y él me aclaró todas las dudas. Asimismo, como muestra de agradecimiento por su competencia profesional y también su “Don de Gente” le obsequié una copia del resumen que redacté sobre dietas y By Pass Gástrico, así como dos de mis libros: <<El Culto a los Héroes…>> y <<Los Franceschi...>> Ahora sólo me resta seguir con el riguroso plan de dietas progresivas (primero líquidos, después semi sólidos o cremas, y finalmente sólidos). Todo esto con la invalorable ayuda de mi esposa Beatriz, la que como abnegada enfermera pasó conmigo todos esos días y noches en la clínica, sino ahora también en esta convalecencia en casa. También mi hija Irene, nos ayudó en la logística de los días de clínica y después con las curas del drenaje y el catéter. Lógicamente, la supervisión profesional en cuanto a nutrición seguirá bajo la Lic. Rangel, quien me irá monitoreando el peso y las dietas sucesivas en las semanas y meses futuros. Asimismo, mi médico internista, Dr. Varela, seguirá haciendo el control de todo lo demás. Aunque en estos días de septiembre no he tenido que tomar los antiguos medicamentos, si debo revisar diariamente (dos veces) mi glicemia, la cual se ha mantenido en niveles normales sin necesidad de inyectarme insulina. Otra cosa interesante es que ya se inició la pérdida gradual de peso. La meta es llegar a los setenta kg. El 18 de septiembre cumplí sesenta y cinco años. Junto con mi esposa Beatriz, mis dos hijos Fernando Augusto e Irene, sus respectivos cónyuges María Virginia y Darwin, así como mi nieto Federico Augusto celebramos un añito más de vida. Como Darwin casualmente celebra su cumpleaños este mismo día cantamos cumpleaños feliz para ambos en torno a una sencilla torta que Beatriz preparó, acompañada de gelatinas y flan. Como yo todavía no puedo comer la torta sólo tuve una velita encendida en mi vasito de gelatina dietética. Y sólo eso comí. Napoleón Franceschi González Profesor Titular (J) de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador Doctor en Historia (UCAB, 1995), Master of Arts (UOP, Stockton, California, USA,1984), Profesor de Historia egresado del Instituto Pedagógico de Caracas, 1976 Página web personal: WWW.nfghistoria.net Correos electrónicos: [email protected] [email protected] ANEXO: UNA MUESTRA DE NUESTRO TRABAJO INTELECTUAL HASTA AHORA: PUBLICACIONES DEL AUTOR UNA MUESTRA DE NUESTRO TRABAJO INTELECTUAL HASTA AHORA: PUBLICACIONES DEL AUTOR 1. Libros y otros textos importantes: HISTORIA Caudillos y Caudillismo en la Historia de Venezuela (Ensayos Históricos: Venezuela 1830-1930). Caracas, Eximco, SA, 1979. NOTA; Hay versión revisada publicada en PDF como libro digital en www.nfghistoria.net Vida y Obra del Ilustre Caraqueño Don Feliciano Montenegro Colón (Su Aporte Historiográfico y Contribución al Desarrollo de la Educación Venezolana de la Primera Mitad del Siglo XIX). Caracas, Imprenta Municipal - DGIRP de la Alcaldía de Caracas, 1994 (Hay versión revisada publicada como libro digital en www.nfghistoria.net.). Igualmente puede leerse un resumen de la obra publicado como artículo en la revista TIEMPO Y ESPACIO (Nº 19).Caracas, CIH-MBI/UPEL-IPC, 1993 Venezuela Petrolera. Caracas, Ediciones Piedra Azul, 1998 El Culto a los Héroes y la Formación de la Nación Venezolana 18301883. Caracas, Litho-tip, 1999. NOTA: Un resumen de este libro fue publicado en la revista TIEMPO Y ESPACIO (Nº doble 21 - 22). Caracas, CIH-MBI, UPEL-IPC, 1994 y presentado como ponencia en el Congreso Europeo de Latinoamericanistas, Salamanca (España),1997. Igualmente puede consultarse esquema y partes fundamentales de la obra en la páginawww.nfghistoria.net El Pensamiento Político del Libertador Simón Bolívar (Formación Intelectual e Ideológica de Simón Bolívar en el Tiempo de la Ilustración, su Relación con el Carácter Hispánico). Caracas, Vadell-Hermanos editores, 2001 (hay sucesivas reimpresiones de la obra) El Gobierno de Juan Vicente Gómez 1908 – 1914 (Estructura inicial del régimen, examen de un proceso de consolidación del control <<absolutista>> del poder político nacional). Caracas, Comala.com, 2001 Hay disponible una versión publicada en PDF como libro digital en www.nfghistoria.net Daniel de León, Teórico marxista del movimiento socialista y obrerosindical estadounidense. Caracas, Comala.com, 2002 (Publicado antes, parcialmente, como folleto titulado <<El Socialismo en los Estados Unidos de América, 1890 - 1914. Importancia de Daniel de León como Teórico Socialista>>. Colección Ciencias Sociales, serie monográfica, # 1. Caracas, IPC, CIH-MBI,1988). NOTA: Hay disponible una versión completa de la obra, publicada en PDF como libro digital en www.nfghistoria.net Feliciano Montenegro Colón (Biblioteca Biográfica Venezolana, Vol. 70). Caracas, El Nacional – Bancaribe, 2007 Antología Documental (Fuentes para el estudio de la Historia de Venezuela, 1776-2000). Caracas, UNIMET, 2013 (Coautor, junto con Freddy Domínguez) LITERATURA Tres Cuentos, Tres Generaciones y Un Solo Pueblo: Onoto. Caracas, H. G. Editor, 1999. Hay reedición en Cuadernos Unimetanos Nº 27 (Universidad Metropolitana, Caracas, 2011). Igualmente puede consultarse en nuestra página web. Los Franceschi, La Pequeña Historia de una Familia. Caracas, Gráficas Tao, 2003. De esta misma obra hay disponible una versión en PDF y sin ilustraciones, publicada como libro digital en www.nfghistoria.net . Igualmente, parte de ella fue presentada como ponencia en la <<XI Jornada Anual de Investigación y III Jornada de postgrado, UPEL-IPC, Caracas, 2004>> bajo el título de <<Una reflexión sobre el estudio micro histórico <<Los Franceschi, la pequeña historia de una familia>>. Se puede consultar en la misma página web INCORPORADAS EN ANTOLOGÍAS, OBRAS DE VARIOS AUTORES Y BOLETINES: “Enseñanza de la Historia: Problemas para Reflexionar”. pp. 83-104. MEMORIA DEL III ENCUENTRO DE INSTITUTOS Y CENTROS DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA DE VENEZUELA (...). Caracas, Instituto Pedagógico de Caracas – Centro de Investigaciones Históricas Mario Briceño Iragorry, 1993 “Textos o manuales escolares. Su importancia para la enseñanzaaprendizaje de la Historia” (pp.151-159) en NUEVAS ESTRATEGIAS PARA LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA EN LA EDUCACIÓN BÁSICA (Jorge Bracho – Arístides Medina Rubio, compiladores). Caracas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador – Instituto Pedagógico de Caracas – Fondo Editorial Tropykos, 2000 “Historiografía, Manuales y Enseñanza de la Historia”. (pp.9-21, ponencia) en RETOS Y ALTERNATIVAS DE LA HISTORIA DE HOY. ENSAYOS DE HISTORIOGRAFÍA. (Bracho, Jorge, Luís Rafael García y Marco Tulio Mérida, Editores) Asociación de Historiadores Regionales y Locales del Estado Carabobo, Revista Mañongo, Universidad José Antonio Páez y Asociación de Escritores del Estado Carabobo, (Valencia) 2002. “Mito y Realidad: Bandolerismo en California, Siglo XIX” (pp.127-145) BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA. (Nº 339-340, julio-diciembre de 2002). Caracas, ANH, 2002 2. OTRAS PUBLICACIONES: 2.1. Autor de artículos sobre temas históricos y educativos en en publicaciones periódicas: Revista Dimensión (Valencia); Revista Polémica (Universidad de Carabobo, Valencia); Revista Tamaulipas (México); Revista TIEMPO Y ESPACIO (Centro MBI del IPC); Diario Últimas Noticias (Suplemento Cultural); Diario El Globo; ANUARIO DE ESTUDIOS BOLIVARIANOS (USB, 1996); El Ucabista (UCAB, 1997), VARGAS HOY (Universidad José María Vargas, 2000), Diario EL CARABOBEÑO (Valencia, 2002) y otras publicaciones. 2.2 Sección de Preguntas con sus respectivas respuestas y distractores. Textos interactivos incorporados en DICCIONARIO DE HISTORIA DE VENEZUELA (versión en CD ROM). Caracas, Fundación Polar, 2000 (Varios autores) 2.3. Coautor (junto con Eveling Bravo Díaz) del libro: Problemas de Historia de Venezuela Contemporánea. Caracas, Editorial Serpentina, 1973 - dos ediciones - (seis reimpresiones, Editorial Vadell Hnos) 2.4. Coautor (junto con Freddy Domínguez) de los manuales o textos escolares: Historia de Venezuela Contemporánea (Ciclo Diversificado). Caracas, Ediciones CO-BO, 1980- 2009 Trabajos Prácticos de Historia de Venezuela Contemporánea (ciclo Diversificado). Caracas, Ediciones CO-BO Historia de Venezuela (III año). Caracas, Ediciones CO-BO. (varias ediciones) Historia de Venezuela (Séptimo Grado de Educación Básica). Caracas, Ediciones CO-BO, 1991-2009 Historia de Venezuela (Octavo Grado de Educación Básica). Caracas, Ediciones CO-BO, 1988 -2009 2.5. Autor de los manuales escolares y otros textos: Cátedra Bolivariana (Noveno Grado de Educación Básica). Caracas, Ediciones CO-BO. Existe primera edición (1987) y Segunda Edición con las últimas reformas al programa (1990). Sucesivas reimpresiones hasta 2009 ESTUDIOS SOCIALES (Historia de Venezuela, Geografía de Venezuela, Educación Familiar y Ciudadana). Serie de textos escolares para cada uno de los grados de la primera y la segunda etapa de la Educación Básica: 1ro-2do-3ro-4to-5to y 6to grado. Caracas, ediciones CO-BO. Distrito Federal y Estado Miranda. Geografía, Historia y Folklore. Caracas, Ediciones CO-BO, 1986 CIENCIAS SOCIALES – LIBRO PRÁCTICO (Texto Guía – Educación Básica). Caracas, ediciones CO-BO, 2004 (Serie de tres manuales para la enseñanza en Cuarto, Quinto y Sexto Grado) CIENCIAS SOCIALES (Serie de tres manuales para Cuarto, Quinto y Sexto Grado de Educación Básica destinados al docente). Caracas, ediciones CO-BO CIENCIAS SOCIALES (Libro de Consulta en Disco Compacto) - Cuarto, Quinto y Sexto Grado de Educación Básica. 3. TRADUCCIONES (DEL INGLÉS AL ESPAÑOL) 3.1. Traducciones de artículos, ponencias, etc. 3.2. Traducciones de libros: 1990: Edward Gerald Duffy: POLITICS OF EXPEDIENCY: DIPLOMATIC RELATIONS BETWEEN THE UNITED STATES AND VENEZUELA DURING THE JUAN VICENTE GÓMEZ ERA. (The Pennsylvania State University, 1969). Traducción para la Fundación para el Rescate del Acervo Documental Venezolano – FUNRES. Consulta Disponible en colección de la Biblioteca Nacional. 1999- 2000: Traducción de la obra del autor estadounidense James W. Loewen: LIES MY TEACHER TOLD ME (Everything Your American History Textbook Got Wrong). New York: Simon & Schuster, 1996. 383 p. Esta obra, cuyo título en español sería <<LAS MENTIRAS QUE ME DIJO MI MAESTRO>>, es una brillante investigación sobre los manuales para la enseñanza de la Historia Estadounidense. Su posible publicación espera la respectiva autorización legal del caso. Puede consultarse el esquema y otros aspectos del mismo en nuestra página web. INFORMACIÓN DETALLADA SOBRE PUBLICACIONES DEL AUTOR INCORPORADAS EN REVISTAS, PERIÓDICOS Y EN FOLLETOS ANTOLÓGICOS: Nº 1. En Revistas de Valencia, estado Carabobo: "¿Por qué no hay ferrocarriles en Venezuela?". pp. 4-5 Revista DIMENSIÓN (año 1, # 2) Valencia, 1971 "¿Una reflexión reaccionaria? El problema de la calidad de la educación y su relación con una política de formación docente en la Venezuela de las cuatro últimas décadas" pp.155 - 160. Revista POLÉMICA (# 4, agostooctubre, 1978). Valencia, Universidad de Carabobo, 1978 Nº 2. En la Revista Tamaulipas (Tampico, México) "El hambre en el mundo, responsabilidades y soluciones" (artículo premiado: diploma y medalla). p. 57. Revista TAMAULIPAS (# 320, septiembre, 1982). Tampico, México, 1982 "Henry David Thoreau ,1817-1862, un amigo de la paz y la justicia" .p. 34 Revista TAMAULIPAS (# 324, febrero, 1983). Tampico, México, 1983 "Aniversarios: Carlos Marx e Iván Turgueniev, 1883 - 1983". p.42. Revista TAMAULIPAS (# 328, junio, 1983). Tampico, México, 1983 "¿Quién es americano?" p.28. Revista TAMAULIPAS (# 336, marzo, 1984). Tampico, México, 1984 Nº 3. En la Revista TIEMPO Y ESPACIO (1984 -2001): "Aproximación al Pensamiento Histórico de Don Mario Briceño Iragorry" pp.11-24, Revista TIEMPO Y ESPACIO, Vol. I, # 2 (julio - diciembre, 1984). Caracas, Centro de Investigaciones Históricas Mario Briceño Iragorry, Instituto Pedagógico de Caracas. “Enseñanza de la Geografía y la Historia de Venezuela en la Educación Básica" pp. 137-144. Revista TIEMPO Y ESPACIO, Vol. II, # 4 (juliodiciembre, 1985). Caracas, Centro de Investigaciones Históricas Mario Briceño Iragorry, Instituto Pedagógico de Caracas. "Reseñas y Comentarios: Mario Briceño Iragorry: Su Presidencia del Congreso de la República y otros Testimonios ,1945-1954. (Caracas, Edición Homenaje del Congreso de la República, 1985) pp. 145- 148. Revista TIEMPO Y ESPACIO, Vol. II, # 4 (julio-diciembre, 1985). Caracas, Centro de Investigaciones Históricas Mario Briceño Iragorry, Instituto Pedagógico de Caracas. "Pedro Rodríguez <<Conde de Campomanes>> Ilustrado Español del Tiempo de la Revolución Francesa" pp.69-90. Revista TIEMPO Y ESPACIO, Vol. VI, # 11 (enero-junio, 1989). Caracas, Centro de Investigaciones Históricas Mario Briceño Iragorry, Instituto Pedagógico de Caracas - Universidad Pedagógica Experimental Libertador. "El Culto a los Héroes: Una visión del problema a partir de una muestra de la producción intelectual venezolana del siglo XIX" pp.9-34. Revista TIEMPO Y ESPACIO, Vol. VII, # 14 (julio-diciembre, 1990). Caracas, Centro de Investigaciones Históricas Mario Briceño Iragorry, Instituto Pedagógico de Caracas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador. "Don Feliciano Montenegro Colón, su aporte historiográfico y su contribución al desarrollo de la educación". pp. 29-40. Revista TIEMPO Y ESPACIO, Vol. X, # 19 (Enero-Junio, 1993) .Caracas, Centro de Investigaciones Históricas Mario Briceño Iragorry, Instituto Pedagógico de Caracas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador. “El culto a los Héroes y la Formación de la Nación Venezolana. Una Visión del Problema a Partir del Discurso Historiográfico Venezolano del Período 1 830 - 1883.” pp. 9 - 26. Revista TIEMPO Y ESPACIO, Vol. XI Número doble 21 - 22 (Enero - Junio 1994 / Julio - Diciembre 1994). Caracas, Centro de Investigaciones Históricas <<Mario Briceño Iragorry>>, Instituto Pedagógico de Caracas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador. “El Tiempo Histórico, los Manuales Escolares y la Enseñanza de la Historia” pp. 73-89. Revista TIEMPO Y ESPACIO, número 36 (julio-diciembre 2001, Vol. XVIII). Caracas, Centro de Investigaciones Históricas <<Mario Briceño Iragorry>>, Instituto Pedagógico de Caracas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Nº 4. 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En el diario El CARABOBEÑO (Edición aniversaria del 1º de septiembre de 2002) Cuerpo E, p.9 - “Próceres canonizados” Nº 11. En la revista MAGÍSTER MAGÍSTER (Revista del Educador). Caracas, 1998 (Vol. Nº 12): <<Enseñanza-aprendizaje de la Historia. El Problema del Tiempo Histórico>> MAGÍSTER (Revista del Educador). Caracas, 1998 (Vol. Nº 14): <<Enseñanza-aprendizaje de la Historia>> Nº 12. Publicaciones en revistas la UNIMET <<El abanderado del General Barreto>>; <<La Urna y el piano>>; <<El día que Chilón lanzó la primera bola a diez para las doce>> (Cuentos, pp. 3745) en Cuadernos Unimetanos (Órgano de divulgación académica / Año VI / Nº 27 / julio de 2011 – Vicerrectorado Académico – Decanato de Postgrado e Investigaciones) Universidad Metropolitana, Caracas, 2011 <<Identidad y Globalización>> (Reedición revisada y ampliada de anterior versión digital) en Cuadernos Unimetanos (Órgano de divulgación académica / Año VII / Nº 31 / octubre de 2012 – Vicerrectorado Académico – Decanato de Postgrado e Investigaciones) Universidad Metropolitana, Caracas, 2011 <<Una Reflexión sobre la Historia y otras disciplinas conexas>>. En revista ALMANAQUE (Año 1, Nº 2, octubre 2012) Universidad Metropolitana (Caracas, 2012) FOLLETOS ANTOLÓGICOS Y CD Nº 1. <<Cosmovisión Bolivariana y sus resultados históricos>>. Seminario-taller el Pensamiento de Simón Bolívar (Resúmenes de Exposiciones y Conclusiones). Caracas, UDEBA, 1987 Nº 2. <<El culto a los héroes y la formación de la nación venezolana, una visión del problema a partir del estudio del discurso historiográfico venezolano del período 1830-1883>> TALLER 15 – La formación de héroes nacionales en Hispanoamérica. Publicado en América Latina Realidades y Perspectivas – Congreso Europeo de Latinoamericanistas (Manuel Alcántara, ED.) Salamanca (España). Estudios Científicos – Colección Aquí la fuente Nº 7 – Ediciones Universidad de Salamanca, 1997 (Incluye folleto y CD contentivo de todas las ponencias) Nº 3. <<Algunas notas sobre nuestra gestión como Jefe del Departamento de Geografía e Historia, período 1995-1998>> (Antología de textos de varios autores, edición aniversaria) 60º ANIVERSARIO DEPARTAMENTO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA – INSTITUTO PEDAGÓGICO DE CARACAS (1946-2006). Universidad Pedagógica Experimental Libertador – Vicerrectorado de Investigación y Postgrado, Caracas, 2007 FOROS, CONFERENCIAS, CHARLAS, CONGRESOS, TALLERES, CURSOS Y OTROS EVENTOS Además de dar miles de horas de clase a lo largo de cuatro décadas de mí vida (si tomo el año 1972) he tenido la oportunidad de participar como ponente en innumerables foros, conferencias, charlas, congresos, talleres, cursos y otros eventos. Igualmente, he pronunciado unos cuantos discursos de naturaleza académica, y también algunos de tinte político. Que yo recuerde, Discursos conmemorativos sobre día de la juventud, día del obrero, aniversarios y efemérides varias en el liceo nocturno (1972-1981) Ponente en variados foros y jornadas del IPC. Entre ellas las JAI. Igualmente con el grupo <<Conuco>> Factores de orden geográfico en la batalla de Carabobo (1821) Discursos institucionales como jefe del departamento de Geografía e Historia: Inauguración de la sala Pablo Vila, homenaje al historiador Augusto Mijares, entre otros. Curso sobre educación básica (PASIN) y materias conexas ofrecido a docentes afiliados al sindicato SUMA. Este curso lo llevamos a otros lugares, entre ellos, a los docentes de Valencia y a nuestro pueblo de Miranda. Años después, ofrecí un taller intensivo de todo un día para los docentes municipales de Valencia. (Por gestión de María Cristina Arcila Franceschi). Taller a docentes de Guayana. Patrocinado por COBO y empresas básicas locales. Tema: Cambios en la educación básica, enfoques para enseñar historia, etc. (1984?) Talleres en Auditorio Cobo. Enseñanza de la Historia, bondades, fortalezas de nuestros manuales. Conferencia en UCAB. Graduandos de la especialidad de Ciencias Sociales. Nuestras experiencias como docentes de historia y como autores de manuales. Ponente en el foro sobre Pensamiento Bolivariano y su enseñanza (UPELIPC). Igualmente llevé esos planteamientos al CUAM en Cagua, Aragua. Conferencia sobre Antonio José de Sucre. Sociedad Bolivariana del municipio Miranda (estado Carabobo). 17 de diciembre de 2003. Me otorgaron una placa de reconocimiento. Ponente en unas jornadas organizadas en el Inst. Pedagógico J. M. Siso Martínez (UPEL) Jueves 29-05-2008. Presenté mis reflexiones sobre la obra de James Lowen (Las Mentiras que me dijo mi maestro). Igualmente sobre el tema de los manuales escolares en Venezuela, Europa, Japón. Ponente en una sesión abierta (tipo tertulia) en seminario de la Escuela de Educación de la UCV. (2 de junio, 2008). El tema fue la vida y obra de Feliciano Montenegro Colón abordada en mi recientemente publicado libro sobre este educador e historiador. Ponente - como uno de los conferencistas - en Jornada sobre Enseñanza de la Historia (25 de mayo de 2010) organizada por la Casa de la Historia (Fundación Polar). Tema: Los manuales escolares en Venezuela y el mundo. Esta presentación en Power Point la utilicé para conferencia especial a estudiantes de la Escuela de Educación, UNIMET. Entre las variadas actividades académicas cumplidas en UNIMET (20052013) debo destacar las conferencias dentro del ciclo denominado <<Conversaciones con la Historia>> (Departamento de Humanidades) centradas (en mi caso) en abordar los procesos históricos de la India, China y Japón. Posteriormente, ya en 2013, participé como ponente en un evento organizado por el Departamento de Idiomas Modernos, cuyo tema fue el análisis de la Historia, economía, sociedad y cultura de Corea. Con apoyo de la embajada de esa república en Venezuela. Tal evento dio paso a jornadas sobre cultura e idioma coreano y a una invitación para visitar ese lejano país. De todas estas actividades en UNIMET me ha quedado un conjunto de presentaciones en Power Point que inicialmente iban a ser utilizadas como material de apoyo para un curso de extensión. Participación en Radio y televisión Declaraciones en radio (Programa de Isa Dobles) con motivo de conflicto gremial en IPC. Comisionado por una asamblea y comité de conflicto. (Antes de 1981) Participante (junto con otros colegas y público) en el programa <<A puerta cerrada>> de RCTV con Nelson Bocaranda (1984?) problemática de la reforma de la Educación Básica, PASIN, historia regional, etc. Polémica con la ANH, Arturo Uslar Pietri (estuve en su biblioteca, en su casa de La Florida, con una comisión de SUMA y otros gremios) también en casa de Luís Beltrán Prieto Figueroa. En esa oportunidad aproveché para promocionar mis manuales escolares. Lo hice tan abiertamente que Bocaranda dijo jocosamente que más que profesor de historia parecía profesor de mercadeo. En realidad tuve que sacar mis manuales al ruedo porque varios necios en el programa, decían, que no existían libros que permitieran la enseñanza de la historia de Venezuela, en especial la contemporánea. Entrevistado (junto con Freddy Domínguez) en programa de radio de Guadalupe Polanco en la ciudad de Coro. Tema Historia Local y Regional. Asistíamos como ponentes de un evento sobre esos temas. En plena audición llamó el vicerrector de la Univ. Exp. Francisco de Miranda y de inmediato concertamos una entrevista personal con él. Entrevistas para el programa Biografías (Globo visión, TV): Biografía de Ignacio Andrade elaborada por mi tutorado David Ruiz Chataing. (2007) Biografía de Feliciano Montenegro Colón (mayo, 2008) obra de mi autoría, republicada por la colección del diario EL NACIONAL. Entrevista (junio, 2008) sobre obra dedicada al ex presidente Francisco Linares Alcántara, obra escrita por mi colega David Ruiz Chataing. Entrevistas en radio (varios programas de Gracia Elena Candela) dedicados a diversas efemérides nacionales. Entrevista en Radio Nacional. Problemas de historia de Venezuela, identidad nacional, etc. Entrevista en Radio Universidad (grabación de programa UPEL) dedicado al 12 de octubre. Retransmitido por diversas emisoras en variadas oportunidades como micro. Entrevista en Radio circuito RDV. Manuel Felipe Sierra sobre libro dedicado a Feliciano Montenegro Colón (2008)16 16 En un texto aparte presentamos una amplia lista de obras literarias revisadas recientemente. Entre ellas, todas las de José Saramago (trece obras fundamentales); Mario Vargas Llosa (Once obras).; Gabriel García Márquez (Catorce obras); Alfredo Bryce Echenique. (Nueve obras); Arturo Uslar Pietri; Juan Rulfo;. Ernesto Sábato; Augusto Roa Bastos; Carlos Fuentes; Umberto Eco; Julio Cortázar; J. M. Coetzee; Jorge Luis Borges; Alfonso Daudet; Marcel Proust; Julio Verne; James Clavell; Iván Turgueniev; León Tolstoi; Dostoievski; R. L. Stevenson; Miguel de Cervantes: EL QUIJOTE (Releída completa en 2005, revisión de los estudios introductorios y otros textos por los 400 años 1605-2005) –por cierto participé en un evento como ponente, Univ. Sta. Rosa. Además, leí algo que estaba renuente a hacer: Pablo Coelho (Colección de 10 de sus obras, publicadas por EL NACIONAL). Buena parte de estas obras, las había leído hacía muchos años. A muchas las releí con el deleite que da la experiencia de la edad y la educación. Además de las mencionadas, destaco la lectura de buena parte de la Biblioteca Biográfica Venezolana. Colección Diario EL NACIONAL. Dicha colección alcanzó las cien entregas para el año 2009. Ya para 2012, llegó al número 150.