los tres cerditos / análisis

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Taller
Universidad Nacional del Nordeste
DG1
Carrera de Diseño Gráfico
Facultad de Arquitectura y Urbanismo
T.P.Nº 4
2014
LOS TRES CERDITOS / ANÁLISIS
El Principio Del Placer Frente A Principio De La Realidad
El mito de Hércules trata de la elección entre el principio del placer y el principio de
la realidad. El cuento de “Los tres cerditos” se basa también en el mismo tema.
Historias como la de “Los tres cerditos” son muy apreciadas por los niños por encima
de todos los cuentos “realistas”, especialmente si el narrador las presenta con sentimiento.
Los niños quedan extasiados si se representa ante ellos la escena de los soplidos y resoplidos
del lobo ante la puerta del cerdito. “Los tres cerditos” enseña al niño pequeño, de forma
agradable y dramática a la vez, que no debemos ser perezosos ni tomarnos las cosas a la
ligera, porque, si lo hacemos, podemos perecer. Los planes y previsiones inteligentes
combinados con el arduo trabajo nos harán vencer incluso a nuestro enemigo más feroz: el
lobo. Esta historia nos muestra, también, las ventajas que comporta el crecimiento, puesto
que al tercer cerdito, que es el más listo, lo pintan normalmente como. el mayor y el más
grande.
Las casas que construyen los tres cerditos son símbolos del progreso en la historia del
hombre: desde una choza sin estabilidad alguna, a una de madera, llegando finalmente a
la sólida casa de ladrillos. Desde el punto de vista interno, las acciones de los cerditos
muestran el progreso desde la personalidad dominada por el ello hasta la personalidad
influenciada por el super-yo, pero controlada esencialmente por el yo.
El más pequeño de los tres cerditos construye su casa con paja y sin cuidado alguno; el
segundo utiliza troncos, pero ambos completan su refugio lo más rápido que pueden y sin el
menor esfuerzo, pudiendo así jugar el resto del día.
Al vivir de acuerdo con el principio del placer, los dos cerditos pequeños buscan la
gratificación inmediata sin pensar en absoluto en el futuro ni en los peligros que implica
la realidad, aunque el mediano dé muestras de madurez al intentar construir una casa
algo más sustancial que el pequeño.
De los tres tan sólo el mayor ha aprendido a comportarse según el principio de la
realidad: es capaz de posponer su deseo de jugar, y actúa de acuerdo con su capacidad para
prever lo que puede ocurrir en el futuro. Incluso es capaz de predecir correctamente la
conducta del lobo, del enemigo o extraño que intenta seducirnos y atraparnos; por esta
razón, el tercer cerdito puede vencer a fuerzas mucho más poderosas y feroces que él. El lobo
destructor y salvaje representa las fuerzas asociales, inconscientes y devoradoras contra las
que tenemos que aprender a protegernos, y a las que uno puede derrotar con la energía del
propio yo.
“Los tres cerditos” causa en los niños un impacto mucho mayor que la fábula de Esopo
“La cigarra y la hormiga”, semejante pero claramente moralista. En dicha fábula, una
cigarra, que se está muriendo de hambre en invierno, pide a una hormiga el alimento que,
durante todo el verano, ha estado recogiendo laboriosamente. Ésta pregunta a la cigarra qué
ha hecho durante todo el verano, y al enterarse de que había estado cantando, sin
preocuparse de trabajar, le niega su ayuda, aduciendo: “Ya que pudiste cantar durante todo
el verano, puedes también bailar durante el invierno”.
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Este es un final típico de las fábulas que son, igualmente, cuentos populares que han
ido pasando de generación en generación. “Una fábula es, en su estado original, una
narración en la que, con fines moralistas, unos seres irracionales, y a veces inanimados,
actúan y hablan como si tuvieran intereses y pasiones humanas” (Samuel Johnson). Ya sea
de modo beato o divirtiéndonos, las fábulas afirman siempre, y explícitamente, verdades
morales; no hay ningún significado oculto, no queda nada para nuestra imaginación.
Por el contrario, el cuento de hadas deja cualquier decisión en nuestras manos,
incluso la posibilidad de no tomar decisión alguna. Depende de nosotros si queremos
aplicar algo del cuento a la vida real o, simplemente, regocijarnos con los sucesos fantásticos
que nos relata. Nuestra propia satisfacción es lo que nos lleva a responder, en la diversión, a
los significados ocultos, relacionándolos con nuestra experiencia de la vida y con nuestro
actual estado de desarrollo personal.
La comparación de «Los tres cerditos» con “La cigarra y la hormiga” acentúa las
diferencias entre el cuento de hadas y la fábula. La cigarra, al igual que los cerditos y el
niño mismo, se dedica a jugar sin preocuparse lo más mínimo por el futuro. En ambas
historias, el niño se identifica con los animales (pues sólo un hipócrita podría identificarse
con la odiosa hormiga, del mismo modo que únicamente un niño mentalmente enfermo se
identificaría con el lobo); no obstante, después de proyectarse en la cigarra, no queda ya
ninguna esperanza para el niño, según la fábula. Relegada al principio del placer, la
cigarra no puede esperar más que la perdición; se trata de una situación de “dos
alternativas”, en la que, una vez hecha la elección, las cosas permanecen invariables para
siempre.
Sin embargo, el hecho de identificarse con los cerditos del cuento nos enseña que
existe una evolución; posibilidades de progreso desde el principio del placer hasta el
principio de la realidad, que, después de todo, no es más que una modificación del
primero. La historia de los tres cerditos aconseja una transformación en la que gran parte
del placer permanece reprimida, puesto que ahora la satisfacción se busca respetando las
demandas de la realidad. El tercer cerdito, listo y juguetón, engaña al lobo varias veces:
Primero, cuando éste intenta, en tres ocasiones, atraer al cerdito fuera de la seguridad de su
casa, apelando a sus deseos orales y proponiéndole excursiones en las que ambos
encontrarán deliciosos manjares. El lobo intenta persuadir al cerdito diciéndole que
podrían robar primero nabos, luego manzanas y, más tarde, incluso visitar a un hada.
Sólo después de fracasar en estos intentos, el lobo trata de entrar para matarlo. Pero
para ello ha de penetrar en la casa del cerdito, que vuelve a vencer, pues el lobo se desliza
por la chimenea hasta caer en agua hirviendo y quedar convertido en carne cocida para el
cerdito. Se ha hecho justicia: el lobo, que ha devorado a los otros dos cerditos y quería
devorar también al tercero, termina siendo comida para este último.
Así, además de dar esperanzas al niño, al que durante toda la historia se ha invitado
a identificarse con
uno de los protagonistas, se le muestra que,
desarrollando su
inteligencia, puede vencer a contrincantes mucho más fuertes que él.
De acuerdo con el primitivo (e infantil) sentido de justicia, sólo son destruidos
aquellos que han hecho algo realmente malo, sin embargo, la fábula parece decirnos que es
erróneo disfrutar de la vida cuando resulta satisfactoria, como en verano. Todavía peor, en
esta fábula la hormiga se convierte en un animal odioso, sin ningún tipo de compasión por
el sufrimiento de la cigarra, y aquélla es la figura que el niño debe tomar como ejemplo.
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Por el contrario, el lobo es, evidentemente, un animal malo porque desea destruir. La
maldad del lobo es algo que el niño reconoce en su propio interior: su deseo de devorar, y
sus consecuencias, es decir, la angustia ante la posibilidad de experimentar en sí mismo
igual destino. Así pues, el lobo es una externalización, una proyección de la maldad del
propio niño; y la historia muestra cómo ésta puede manejarse de modo constructivo.
Las distintas excursiones en las que el cerdito mayor obtiene comida de modo honesto
suelen olvidarse fácilmente, pero constituyen una parte importante de la historia, ya que
ponen
de
manifiesto
la
diferencia
existente
entre
comer
y
devorar.
El
niño,
inconscientemente, la asimila como la diferencia que hay entre el principio del placer
descontrolado, cuando uno quiere devorarlo todo enseguida, ignorando las consecuencias, y
el principio de la realidad, según el cual se consiguen alimentos de manera inteligente. El
mayor de los cerditos se levanta temprano para traer a casa los dulces antes de que el lobo
aparezca en escena. ¿Cómo se puede demostrar mejor en qué consiste y cuál es el valor de
actuar según el principio de la realidad, sino presentando al cerdito, que se levanta pronto
por la mañana para asegurarse la deliciosa comida y evita, así, los malvados deseos del
lobo?
Normalmente, en los cuentos de hadas es el niño más pequeño quien al final se alza
victorioso, aunque en un primer momento le creamos insignificante y lo menospreciemos. «
Los tres cerditos» se sale de esta norma, al ser el mayor quien, a lo largo de todo el cuento,
muestra ser superior a los otros dos. Podemos encontrar una explicación al hecho de que los
tres cerditos sean “pequeños” e inmaduros, como lo es el propio niño. Éste se identifica
progresivamente con cada uno de ellos y reconoce la evolución de esta identidad. “Los tres
cerditos” es un cuento de hadas por su final feliz, y porque el lobo recibe lo que se merece.
El sentimiento de la equidad del niño queda satisfecho cuando el lobo recibe su
castigo, pero se ofende su sentido de la justicia al dejar morir de hambre a la cigarra,
aunque ésta no hiciera nada malo. Los tres cerditos representan los distintos estadios del
desarrollo humano, y, por esta razón, la desaparición de los dos primeros cerditos no es
traumática; el niño comprende, inconscientemente, que tenemos que despojarnos de nuestras
primeras formas de existencia si queremos trascender a otras superiores. Al hablar a los
niños del cuento de “Los tres cerditos”, encontramos sólo regocijo en cuanto al merecido
castigo del lobo y la astuta victoria del cerdito mayor; no se manifiesta dolor alguno por el
destino de los dos pequeños. Incluso un niño de corta edad puede comprender que los tres
cerditos no son más que uno solo en sus distintas etapas, cosa que adivinamos por sus
respuestas al lobo, utilizando exactamente las mismas palabras: “No, no, no, que me vas a
comer”, Si sobrevivimos únicamente en una forma superior de identidad, es porque así debe
ser.
“Los tres cerditos” guía el pensamiento del niño en cuanto a su propio desarrollo sin
decirle nunca lo que debería hacer, permitiendo que el niño extraiga sus propias
conclusiones. Este método contribuye a la maduración, mientras que si explicamos al niño
lo que debe hacer lo único que conseguimos es sustituir la esclavitud de su inmadurez por
la servidumbre que implica seguir las órdenes de los adultos.
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