Las bacterias, los hombres y las plantas

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Las bacterias, los hombres y las plantas
Dr. Marcelo Dankert
Los microorganismos, bacterias, microbios, protistas, fueron detectados por primera
vez en 1677, por Antonio van Loewenheck (1652-1725), gracias a un “microscopio” de su
invención. Logró distinguir bacilos de cocos y espirilos. Estos hallazgos fueron casi
olvidados durante dos siglos, hasta que Koch, Pasteur, Hansen y otros, a fines del siglo
pasado, logran asociar a enfermedades conocidas, carbunclo, tuberculosis, lepra, con
bacterias específicas. Desde entonces, las bacterias, para el gran público, están asociadas al
mal. Sin embargo a ellas debemos nuestra existencia y sobrevida.
Los datos más recientes y documentables permiten suponer que nuestro planeta
adquirió, en términos generales, su actual forma y propiedades hace unos 4.500 millones de
años. La composición de la atmósfera era posiblemente diferente: con toda probabilidad
contenía nitrógeno, anhídrido carbónico, óxido de azufre y otros componentes menores.
Los primeros rastros de vida (estromatolitos, posiblemente bacterias), dicen los expertos,
datan de hace unos 3.500 millones de años, lo que permite suponer que la vida en el planeta
se creó en algún momento en esos primeros 1.000 millones de años.
Durante esos 2.000 millones de años las bacterias fueron los únicos seres vivientes
que poblaron el planeta y en cierto modo lo moldearon a su manera. Por ejemplo,
eliminaron un producto muy tóxico y agresivo arrojándolo a la atmósfera circundante: el
oxígeno.
Con el pasar de los siglos el oxígeno comenzó a pertubar las vidas de algunas
bacterias, de tipo anaeróbico. Pero otras aprendieron a utilizarlo en su beneficio, creando la
respiración. Las anaeróbicas se sumergieron en los lechos de lagos y ríos para protegerse y
todavía existen, tanto libres como asociadas a otros organismos.
Hace unos 1.500 millones de años aparecen seres más complejos, los eucariotes,
posiblemente por asociación de las primitivas bacterias, o procariotes.
Surgen así, poco a poco, todas las formas de vida conocidas, algunas ya
desaparecidas, culminando con el Hombre. Pero las bacterias continuaron su camino
evolutivo y extraordinariamente diverso hasta nuestros días, en que siguen creando nuevas
soluciones a los problemas que se les plantea, algunos de ellos creados por el hombre
mismo (antibióticos).
Esto lo logran no sólo debido a su habilidad química sino también en parte gracias a
su mutua conversación. Porque las bacterias se pueden comunicar de varias maneras, sin
hablar. Bacteriofagos (virus), plásmidos, transposones, integrones, llevan información de
una célula a otra, enriqueciendo sus posibilidades, aprendiendo.
Esta información se puede incorporar a su genoma, es decir, no sólo a la capacidad
de hacer cosas que han adquirido con experiencia sino a transmitirla a sus descendientes.
Últimamente, se han descubierto también agentes más sencillos, las feromonas. Estas
substancias les permiten tomar decisiones de conjunto, en el momento adecuado. Muchas
veces su decisión depende de la densidad de población y este proceso se lo ha denominado:
medida de quorum (o quorum sensing, en inglés). Por ejemplo, en determinado momento, y
si cuentan con suficientes candidatos, dejan de ser móviles (pierden flagelos que les
permiten nadar) y se asientan sobre una superficie adecuada. Para mantener la cohesión
comienzan a secretar substancias viscosas (exopolisacáridos) que las agrupan en
microcolonias más o menos compactas. Esto vale en general para especies afines. Cuando
consideran a cierto organismo un rival, lo eliminan o ahuyentan con otra arma, las
microcinas,
bacteriocinas,
lantibióticos,
etc.
Son
como
antibióticos
fabricados
especialmente para eliminarlas.
¿Y al Hombre que le importa todo esto? Ya se dijo que el oxígeno atmosférico,
dador de vida, fue creado por bacterias (posiblemente del tipo de las cianobacterias).
Además el ser humano consta de unos 1013 células, perfectamente integradas en tejidos,
órganos y sistemas, como muy bien lo sabemos. Lo que tal vez no sepamos todos es que
más del doble de ese número de células lo constituyen bacterias que portamos en nuestro
tracto digestivo y en nuestra piel y mucosas. Son bacterias “buenas”, “buenísimas” que nos
fabrican compuestos indispensables para vivir y nos protegen de invasores agresivos,
gracias a la superficie que ocupan y a los antibióticos que fabrican. ¿Es este un privilegio
humano? No. Todos los animales necesitan cierto tipo de flora bacteriana para vivir. Y
también las plantas.
Más del 95% de las plantas está asociado a cierto tipo de hongos, las micorrizas, que
como su nombre lo indica se asocian a las raíces vegetales. Esto les permite, por ejemplo,
recolectar agua y sales minerales en condiciones más eficientes.
Por otra parte la capacidad degradativa de bacterias y hongos mantiene limpio al
planeta, reduciendo cuerpos sin vida, tanto vegetales como animales, a sus constituyentes
primarios. La habilidad química de las bacterias es tal, obtenida en miles de millones de
años de experimentación, que son capaces de extraer energía de compuestos minerales,
neutralizar y domesticar la agresividad del oxígeno, utilizar la energía solar, transformar el
nitrógeno atmosférico en alimentos útiles, pero han tenido también la generosidad de
asociarse a otros seres y a compartir sus habilidades.
Actualmente, se acepta casi sin excepción, que las mitocondrias, los motorcitos que
producen la energía necesaria para mantener la vida y producir el depositario universal de
la energía, el trifosfato de adenosina (ATP), son bacterias aeróbicas que se asociaron a los
actuales eucariotes, tanto animales como vegetales en alguna etapa de la evolución. Otras
bacterias, fotosintéticas, se asociaron además, a los hoy llamados vegetales, que constituyen
uno de los principales productores de oxígeno y fijadores del anhídrido carbónico,
producido por la respiración y las combustiones en general. Otras asociaciones están en una
etapa intermedia. Las bacterias fijadoras de nitrógeno se han ingeniado para, en compleja
conversación, asociarse íntimamente a ciertas plantas, las leguminosas, y así facilitar su
propia existencia asegurándose alimento y protección a cambio de fabricar sales de amonio,
y eventualmente, aminoácidos, constituyentes indispensables de los seres vivos. El
Hombre, con su ingenio, también ha logrado “fijar nitrógeno”, es decir transformar al
nitrógeno atmosférico en amoníaco, pero utilizando catalizadores y altas presiones y
temperaturas. Las bacterias lo logran a presión y temperaturas ambiente.
¿Qué lección nos deja todo esto? Pienso que algo importante es aprender a respetar
y valorar “al otro”, por más humilde e insignificante que parezca. También nos abre los
ojos ante la maravilla de la Naturaleza, sus interacciones, sus equilibrios, sus poderes y sus
limitaciones.
Finalmente pienso que la gran lección, especialmente en ocasión de este Encuentro
de Intelectuales Católicos es aprender a colaborar, a cooperar, a integrarse sin egoísmos por
el bien de todos, con espíritu cristiano.
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