¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia

Anuncio
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
1
Nicolás Lobos
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y
de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
Nicolás Lobos
El problema está en que los hijos se
creen lo que dicen los adultos y,
una vez adultos a su vez, se vengan
engañando a sus propios hijos. “La
vida tiene un sentido que los
adultos conocen” es la mentira
universal que todos creen por
obligación. Cuando, una vez adulto,
uno comprende que no es cierto, ya
es demasiado tarde. Muriel
Barbery. La elegancia del erizo.
Pag. 17.
Según afirma Philippe Ariés en la obra El niño y la vida familiar en el antiguo régimen, la
infancia fue inventada en el siglo XVII. Aries recorre una abundante bibliografía del S XII en adelante
así como la pintura del S XII al S XVIII y descubre que los chiquitines, demasiado frágiles para
mezclarse en la vida de los adultos no contaban. No contaban pues podían morir a cada instante. Los
bebés en cuanto dejaban de mamar, que era bastante tarde por cierto, en cuanto alcanzaban cierta
autonomía, es decir, pasaban los seis, siete años, eran enviados como aprendices a algún taller o para
servir a algún noble. De cualquier manera estos niños convivían con los adultos durante todo el día y
en todas sus acciones. La diferencia con los adultos era exclusivamente de grado. La infancia no tenía
especificidad.
Digamos que no existía el sentimiento de la infancia que desde entonces se extiende por
Occidente, esa especie de cuarentena y moratoria a la vez, cuarentena y moratoria donde los
niños son educados, esperados, vigilados, cuidados, controlados, protegidos, reprimidos,
corrompidos, corregidos, escuchados, consentidos, acompañados, invadidos, sermoneados,
formados, disciplinados, privilegiados, exigidos, pedagogizados, moralizados, entronados,
padecidos, diagnosticados, medicados, en fin, deseados y temidos.
No existía ese sentimiento de infancia ni ninguna de estas prácticas que tanto nos ocupan
y preocupan hoy. Existían, digamos, cachorros humanos, crías de hombres que se iban
asemejando con el correr del tiempo a los hombres y mujeres que trabajaban, luchaban, se
reproducían y morían siempre más pronto que tarde. Esto significa que, para Ariés, los niños vivían
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
2
Nicolás Lobos
una experiencia donde reinaba la libertad, el compartir masivamente el mundo de los adultos, una
experiencia que incluía mezclarse fluidamente con las personas de diversas clases y edades, es
decir experiencias básicamente no moralizantes. Por otro lado no funcionaba lo que hoy
entendemos por educación (típica del S XVIII en adelante) sino el aprendizaje, esto significa que lo
que había que saber se aprendía en la convivencia del niño o joven con los mayores y ayudándoles
en el trabajo. La familia no era el lugar del afecto necesario ni de la socialización. El amor entre
padres e hijos no era frecuente, más aún, la aflicción frente a la muerte de un niño era casi
impensada antes del S XVII. Por ejemplo, por más cristiano que fuera el hogar en cuestión, si un
bebé moría no se lo enterraba en un cementerio, se lo enterraba en el jardín, como una mascota.
Ariés cita a Montagnie en La Malade imaginaire donde dice: “He perdido dos o tres hijos, que se
criaban fuera, no sin dolor, pero sin enfado" (Ariés.1987; 179). En cuanto el niño salvaba ese período
de elevada mortalidad y en donde su supervivencia era improbable, se le ponía entre los adultos. Las
mujeres solían tener entre 10 y 20 partos de los cuales la gran mayoría morían conservando
finalmente sólo 3 o 4. Esto sin considerar la frecuencia del infanticidio, un derecho del padre
durante toda la antigüedad y una práctica muy común aunque oculta hasta el SXVII. Flandrín, otro
gran historiador francés, demostró que en el S XVIII la mortalidad infantil disminuyó no por
razones médicas o higiénicas sino sólo porque los obispos comenzaron a prohibir, con una
vehemencia sorprendente, acostar a los niños en las camas de sus padres, donde, con frecuencia
morían ahogados.
El sentimiento de tristeza y de pesadumbre ante la muerte de un niño fue apareciendo en
el S XVI. Si existía algún sentimiento con respecto a los niños, éste era, para Philippe Aries, lo que
él llama el mimoseo, un primer paso en la construcción social de la infancia. El mimoseo era una
forma de disfrutar del infante como de una cosita graciosa, un juguete, un monito impúdico pero
el niño no salía de una especie de anonimato. Las nodrizas, las madres, las abuelas, empiezan a jugar
con los niños pequeños y encontrar satisfacción en esto. "Surgió un nuevo sentimiento de la infancia
en el que el niño se convierte, por su ingenuidad, su desparpajo y su graceo, en una fuente de diversión
y de esparcimiento para el adulto, lo que se podría llamar el "mimoseo" (Ariés.1987; 180). En lo
sucesivo ya nadie dudará en admitir el encanto que suponen los gestos y monerías de los niños y en
juguetear con ellos. En el S XIV, en las capas superiores de la sociedad se muestra cierta tendencia que
procura expresar en el arte, en la iconografía, en la devoción, la personalidad que se les empiza a
reconocer a los niños. Aparece por ejemplo la vestimenta para niños, una novedad en una sociedad
donde la ropa de los niños era la de los adultos sólo que de menor talle.
El segundo momento de esta construcción social de la infancia es adscribirles como esencia la
posibilidad de corrupción. Hasta el S XVII, como dijimos, los niños convivían con los adultos, y éstos no
tenían ningún reparo en charlar, hacer chistes o juegos sexuales frente a los niños y aún con ellos. Se
jugueteaba al respecto de una manera desenfadada. Las pinturas de la época, las crónicas de crianza
del siglo XIII o XVI muestran niños y adultos mezclados en actitudes sexuales sin pudor alguno, sin
reticencias ni verguenzas. Es bastante después, alrededor del S XVII, cuando surgen una multitud de
los llamados humanistas y moralistas que empiezan a divulgar la idea de que a los niños se los
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
3
Nicolás Lobos
"corrompe" con tales juegos, que hay que mantenerlos apartados, vigilados y que deben educarse
según unas normas estrictas: en definitiva se crea la escuela. Una especie de invernadero donde se
encierra a los niños para prepararlos para la vida excluyéndolos de ella. Se va formando otro
sentimiento sobre la infancia "el cariño por los niños y su singularidad ya no se expresa a través del
entretenimiento y el "mimoseo", sino por el interés psicológico y la preocupación moral" dice Ariès.
Fleury, un humanista y moralista advierte en el Traité des Etudes de 1686: "Cuando se hace caer a los
niños en trampas, cuando dicen una tontería, sacando directamente una consecuencia de un principio
impertinente que se les ha dado, uno se ríe a carcajadas, se triunfa por haberlos engañado, se los besa
y se los acaricia como si hubieran hecho todo bien (es el mimoseo). Pareciera que los pobres niños solo
hubieran sido creados para divertir a las personas mayores, como si fueran perritos o monitos" (citado
en Ariés.1987).
Entonces el niño no era objeto de protección moral en las épocas premodernas, no se
tenía la idea –que nace con los reformadores del S XVIII- de que el niño es algo corrompible. Así
como era frecuente esa cohabitación con la sexualidad de los adultos, eran frecuentes también lo
que hoy llamamos abusos sexuales, los golpes, el terror, el uso y la mutilación de los niños para
mendigar. Sin embargo, a pesar de todo, Philippe Ariès no deja de tener cierta simpatía por la
socialidad no familiar, por la libertad de que disponía el niño en los tiempos medievales y gran
antipatía por la moralización recalcitrante propia de la familia y la escuela burguesa del S XVIII, XIX
y primera mitad del S XX.
Lloyd deMause otro conocido historiador, ha escrito una Historia de la infancia desde una
perspectiva psicoanalítica. Basado en la frase de San Agustín “Dadme otras madres y os daré otro
mundo” el autor sostiene que estas relaciones paterno-filiales determinan los cambios sociales y
éstas determinan el cambio histórico. Observa que mientras más se retrocede en el tiempo menos
eficacia muestran los padres en la satisfacción de las necesidades de desarrollo del niño. Las
prácticas de crianza determinan, para deMause, lo que se puede y no se puede cambiar en una
sociedad.
Lloyd deMause critica la idea de Philippe Ariés de que la infancia en la Edad Media era feliz
porque podía mezclarse libremente con las personas de diversas clases y edades así como critica
también la sugerencia de que en la modernidad se inventó un estado especial llamado infancia
que dio origen a la concepción tiránica de la familia que destruyó la amistad, la sociabilidad y privó
a los niños de la libertad imponiéndoles por primera vez la férula y la celda carcelaria que implica
la familia moderna limitando la libertad del niño y aumentando la severidad de los castigos. Lloyd
de Mause va a sostener lo contrario.
La Historia de la Infancia comienza por identificar las diferentes formas de relacionarse de
un adulto con un niño y las tipifica e historiza. Las primeras formas de relación son la proyección y
la inversión terminando con lo que sería “la verdadera empatía”, es decir la forma correcta de
relacionarse un padre con un niño. Según Lloyd deMause el adulto que se encuentra ante un niño
que necesita algo siente ansiedad y esta ansiedad la puede resolver de tres maneras.
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
4
Nicolás Lobos
Puede proyectar en el niño sus propios contenidos inconscientes (el mecanismo denominado
por Freud proyección). Uno proyecta, deposita, en el niño los propios fantasmas, las propias culpas,
las propias fallas. El pecado original es un ejemplo típico de proyección. Cuando un niño pide, llora,
exige, pone en falta las capacidades del adulto, revela la fragilidad del padre, su debilidad, y éste
responde como un niño. Los niños estaban siempre a punto de convertirse en seres
absolutamente malvados y se les aterrorizaba, ataba o se les fajaba.
Otra forma es utilizar al niño como sustituto de una figura adulta importante (lo que Freud
llamó inversión). Los hijos existen únicamente para satisfacer las necesidades de los padres y es casi
siempre el hecho de que el niño como padre no demuestre cariño lo que provoca la paliza. El caso de
los padres que golpean, se debe, según de Mause a sentirse abandonado, no querido por el hijo. El
sentirse despreciado por el niño es lo que provoca la ira. La necesidad de cariño maternal que sentían
los padres suponía una enorme carga para el infante.
O, por último, el padre o madre puede experimentar empatía respecto de las necesidades del
niño y actuar para satisfacerlas tratando de no proyectar las propias necesidades del padre cuando
niño ni sus contenidos negados.
A partir de estas categorías psicoanalíticas Lloyd deMause interpreta la historia de la
infancia, dice: “Cien generaciones impasibles envolvieron a sus hijos en apretadas fajas y les vieron
impasibles protestar a gritos porque carecían del mecanismo psíquico necesario para sentir
empatía por ellos. Sólo cuando en el lento proceso histórico de la evolución padres-hijos se
adquirió por fin esta facultad, a través de la interacción de sucesivas generaciones de padres e
hijos, se advirtió que la envoltura en fajas era totalmente innecesaria”. (DeMause. 1997; 36)
La periodización de la historia de la infancia que realiza Lloyd deMause es la siguiente:
1. Infanticidio (antigüedad – S IV). Los padres resolvían sus ansiedades acerca del
cuidado de los hijos matándolos y ello influía en los que quedaban vivos. Respecto
de aquellos a los que se les perdonaba la vida, la reacción proyectiva era la
predominante y el carácter concreto de la inversión se manifestaba en la difusión
de la práctica de la sodomía con el niño.
2. Abandono (S IV – XIII) Una vez que los padres empezaron a aceptar al hijo como
poseedor de un alma, la única manera de hurtarse a los peligros de sus propias
proyecciones era el abandono, entregándolo al ama de cría, internándolo en el
monasterio o en el convento, cediéndolo a otras familias de adopción, enviándolo
a casa de otros nobles como criado o como rehén o manteniéndolo en el hogar en
una situación de grave abandono afectivo. La proyección continuaba siendo
prominente, puesto que el niño seguía estando lleno de maldad y era necesario
siempre azotarle, pero como demuestra la reducción de la sodomía practicada
con niños, la inversión disminuyó considerablemente.
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
5
Nicolás Lobos
3. Ambivalencia (S XIV – XVII) Como el niño, cuando se le permitía entrar en la vida
afectiva de los padres, seguía siendo un recipiente de proyecciones peligrosas, la
tarea de éstos era moldearlo. Se lo consideraba como cera blanda, yeso o arcilla a
la que había que dar forma. Este tipo de relación se caracteriza por una enorme
ambivalencia. El período comienza aproximadamente en el siglo XIV, en el que se
observa un aumento del número de manuales de instrucción infantil, la expansión
del culto de la virgen y del niño Jesús y la proliferación en el arte de la imagen de
la madre solícita.
4. Intrusión (siglo XVIII) Una radical reducción de la proyección y la casi desaparición
de la inversión fueron los resultados de la gran transición que en las relaciones
paterno filiales se operó en el S XVIII. El niño ya no estaba tan lleno de
proyecciones peligrosas y en lugar de limitarse a examinar sus entrañas con un
enema, los padres se aproximaban más a él y trataban de dominar su mente a fin
de controlar su interior, sus rabietas, sus necesidades, su masturbación, su
voluntad misma. El niño criado por tales padres era amamantado por la madre, no
llevaba fajas, no se le ponían sistemáticamente enemas, su educación higiénica
comenzaba muy pronto, se rezaba con él pero no se jugaba con él, recibía azotes
pero no sistemáticamente, era castigado por masturbarse y se le hacía obedecer
con prontitud tanto mediante amenazas y acusaciones como por otros métodos
de castigo. Como el niño resultaba mucho menos peligroso, era posible la
verdadera empatía, y nació la pediatría, que junto con la mejora general de los
cuidados por parte de los padres redujo la mortalidad infantil y proporcionó la
base para la transición demográfica del siglo XVIII.
5. Socialización (Siglo XIX mediados del XX) A medida que las proyecciones seguían
disminuyendo, la crianza de un hijo no consistió tanto en dominar su voluntad
como en formarle, guiarle por el buen camino, enseñarle a adaptarse, socializarlo.
El método de la socialización sigue siendo para muchas personas el único modelo
en función del cual puede desarrollarse el debate sobre la crianza de los niños y de
él derivan todos los modelos psicológicos de S XX, desde la canalización de los
impulsos de Freud, hasta la teoría del comportamiento de Skinner. Más
concretamente, es el modelo del funcionalismo sociológico. Asimismo, en el S XIX,
el padre comienza por vez primera a interesarse en forma no meramente
ocasional por el niño, por su educación y a veces incluso ayuda a la madre en los
quehaceres que impone el cuidado de los hijos.
6. Ayuda (comienza a mediados del siglo XX) El método de ayuda se basa en la idea
de que el niño sabe mejor que el padre lo que necesita en cada etapa de su vida e
implica la plena participación de ambos padres en el desarrollo de la vida del niño,
esforzándose por empatizar con él y satisfacer sus necesidades peculiares y
crecientes. No supone intento alguno de corregir o formar hábitos. El niño no
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
6
Nicolás Lobos
recibe golpes ni represiones y sí disculpas cuando se le da un grito motivado por la
fatiga o el nerviosismo. Este periodo exige de ambos padres una enorme cantidad
de tiempo, energía y diálogo, especialmente durante los primeros seis años, pues
ayudar a un niño a alcanzar sus objetivos cotidianos supone responder
continuamente a sus necesidades, jugar con él, tolerar sus regresiones, estar a su
servicio y no a la inversa, interpretar sus conflictos emocionales y proporcionar los
objetos adecuados a sus intereses y evolución.
Es una historia sumamente interesante, muy bien documentada, bastante terrorífica, muy
lineal y que termina con un final feliz. Sin embargo, más allá de la potencia productiva de esta
investigaciòn, nos gustaría hacerle algunas preguntas a Lloyd de Mause como por ejemplo: ¿qué
significa exactamente “empatizar”? ¿Cómo se empatiza concretamente con un niño de uno, dos,
tres años? ¿Qué significa exactamente “ayudar a un niño a alcanzar sus objetivos cotidianos”?
¿Qué significa exactamente “responder continuamente a sus necesidades”? Por último nos
gustarìa saber ¿Quién puede hacer todo eso? ¿En qué condiciones materiales? ¿En qué clases
sociales? ¿En qué momento vital?
Los universales abstractos o significantes puros
La modernidad trae con la burguesía aparte de la racionalidad instrumental, las ciencias y
el liberalismo, nuevos significantes que generan nuevas ideologías. Uno es el de infancia, otro es el
significante de salud (antes teníamos el de salvación del alma), otro el de ciudadanía (antes
teníamos el de súbdito), otros son los significantes democracia, persona, dignidad, derechos
humanos y hasta el de felicidad. Salud e infancia son significantes muy luminosos, como también
lo son ciudadanía, democracia, persona, dignidad, derechos humanos, felicidad, significantes que
brillan, que encandilan y por lo tanto, impiden ver.
Veamos el tema de la felicidad. Concedamos que confrontar eventualmente la propia vida
con la pregunta ¿soy feliz? puede servir para tensar lo vivido y promover, tal vez, un cambio que
suele ser -en principio y casi siempre- revitalizador. Sin embargo, si alguien dirige férreamente su
vida en la búsqueda obstinada de la felicidad es probable que pase varias décadas persiguiendo
una ficción que tiene –sino la finalidad- por lo menos el efecto de producir el desprecio por lo
efectivamente vivido. Comparar la experiencia real y posible con esta ilusión indefinible puede
hacer de la “felicidad” un ideal mortífero. Ésta es, digamos, una de las sombras de la felicidad. Se
le adjudica a Borges -en un poema apócrifo- una frase detestable que dice: “cometí el peor de los
pecados, no fui feliz” -tal vez la hayan escuchado-, una frase que nunca podría haberla escrito
Borges que era un poeta materialista y sabía que los seres humanos no estamos predestinados a
ser felices. Ser feliz no es una obligación ni un destino sino un acontecimiento fruto del azar y, por
lo tanto, no es un pecado no ser feliz y esto por la simple razón de que Dios no existe. Ser feliz no
es un derecho ni es posible establecer un protocolo para lograr la felicidad. Pensar en términos de
“ser feliz”, “sentirse realizado”, pensar la vida en términos de una búsqueda de la felicidad es un
invento de la modernidad tardía. Entonces, cuando alguien afirma que quiere ser feliz, como
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
7
Nicolás Lobos
frente a todo universal abstracto, o frente a todo significante vacío, si quisiéramos hablar en serio,
hay que hacer siempre varias preguntas. La primera pregunta que habría que formular es ¿ser feliz
como quién? La otra sería ¿ser feliz a diferencia de quién? La tercera pregunta debería ser ¿de qué
no queremos hablar cuando hablamos de nuestro deseo de ser felices? Y en última instancia tal vez
lleguemos a la pregunta liberadora ¿¡quién dijo que había que ser feliz!!? Rebelión que puede
conducir a una militancia gótica contra la felicidad o a un tratamiento paradojal o dialéctico de la
cuestión que concluiría en formulaciones al estilo de “sólo puede alcanzar la felicidad aquel que
dejó de buscarla”. Nada mal para empezar. Uno podría avanzar en este tratamiento paradojal de
estos significantes vacios. Como hace Lacan con el significante del amor o como han hecho otros
con el significante de salud, por ejemplo. Frente a la vieja definición de 1947 que nombra a la
salud como el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de
infecciones o enfermedades ligeras, fuertes o graves, definición que –entre nosotros- sólo le falta
prometer “la vida eterna”. Tal vez haya que pensar que esta definición de salud sea causa de
varias enfermedades. En realidad las definiciones más interesantes siempre son las paradojales:
Dice Moshé Feldenkrais "una persona sana es aquella que puede vivir sus sueños no confesados
plenamente". Algo así como decir que la salud mental es la capacidad de poder estar enfermo y
que no se note.
Lo que pasa con el uso de estos significantes, o universales abstractos, es que crean la
ilusión de que hay una esencia detrás de ellos. El razonamiento es así: si hay un concepto que la
nombra, la infancia es, por lo tanto, una, unitaria, completa, con una esencia que permanece
idéntica a sí misma a lo largo del tiempo, lo que implica que hay una forma natural de ser niño, es
decir una forma correcta de ser niño, es decir una forma feliz de ser niño. Al inventar el
significante “infancia”, creamos inmediatamente la falta sobre lo real. La esencia de la infancia
nunca es verificada en los niños concretos y todos los niños realmente existentes están en falta
con respecto a esta esencia imposible de definir. Por otro lado toda definición no paradojal
excluye. Cualquier pretensión de avanzar en este terreno excluiría a una gran cantidad de niños.
No es nada fácil definirlos, por eso todos estos significantes tienden a definirse tautológicamente,
el niño tiene que vivir su infancia, se dice (como si eso aclarara algo). En el momento de máxima
tensión en las películas yanquis cuando el protagonista duda, el protagonista sabio le dice: un
hombre tiene que comportarse como un hombre (¿?). Frente a la mujer angustiada y desbordada
alguna voz pausada recomienda Una madre es una madre (¿?). Y allí se pretende encerrar la
máxima sabiduría. Pero en las tautologías, como sabemos, anidan las ideologías. Obviamente los
esfuerzos de definición no escasean. Se ha tratado de definir a la infancia de muchas maneras. La
etapa de pureza por excelencia, de la inocencia, de la ingenuidad, definiciones sobre las que el
psicoanálisis arremetió en su momento, pero luego vinieron otras a reemplazarla, la etapa de la
creatividad, de la fantasía, etc. En realidad detrás de cada definición se encuentran fuerzas
ideológicas, fuerzas reaccionarias o progresistas, elitistas o populares, que pretenden imponer su
perspectiva, al imponer su perspectiva ganan poder, mercado, auditorio. Las historias de Aries y de
Lloyd de Mause están atravesadas por luchas ideológicas y políticas, son historias que toman
partido.
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
8
Nicolás Lobos
Veamos estos universales abstractos en la misma legislación o en los derechos del niño, allì
comparten la misma dificultad. La ley 26061 señala como funciones de los padres reconocer al
niño, niña y adolescente como un sujeto de derecho; oírlos y tomar en cuenta sus opiniones,
respetarlos teniendo en cuenta su edad, grado de madurez y capacidad de discernimiento (Art. 3);
asegurarles, con apoyo estatal, el disfrute pleno y el efectivo ejercicio de sus derechos y garantías
(Art. 7), compartir entre padre y madre las responsabilidades y obligaciones; respetar la dignidad
de los niños sin someterlos a trato violento, discriminatorio, vejatorio, humillante, intimidatorio ni
a ninguna forma de explotación económica, torturas, abusos o negligencias, explotación sexual
(Art. 9), garantizarles el adecuado uso de los servicios educativos, de salud, recreativos, etc.
Maravilloso!
Lo que a mí me queda claro de esta larga enumeración es la voluntad de romper con un
modelo patriarcal, machista, autoritario y tutelar propio del patronato. Queda tal vez claro qué
significación otorgar a “trato vejatorio, torturas, abusos, explotación sexual”. Sin embargo no
queda igualmente claro qué puede significar en la práctica cotidiana de un padre o una madre
“reconocer al niño, niña y adolescente como sujeto de derecho” o “asegurar el disfrute pleno y el
efectivo ejercicio de sus derechos y garantías” o “tomar en cuenta sus opiniones”. Si nosotros
podemos llenar con algún contenido estas frases lo hacemos desde una cierta ideología. Cada una
de las obligaciones de los artículos enumerados más arriba son –también- significantes vacíos, es
decir que son siempre objeto de lucha ideológica cuando se los trata de aplicar a la realidad. Tal
definición del comportamiento deseable en los padres, de lo que de ellos se espera no es ni
unívoco ni transparente, no es como indicar en una receta “agregue 200 grs. de manteca y 125 grs.
de azúcar”. También los matemas lacanianos, también la formulación de los cuatro discursos son
campo de lucha ideológica, de lucha por el poder. Por eso existe una izquierda y una derecha
lacaniana.
Pero si algunos hilos me gustaría sacar de todo este desvarío para anudar algo al final de
esta charla uno de ellos se podría sintetizar en aquella frase de García Calvo “lo peor de un niño
cualquiera es que sea mío”. Esto cobra sentido cuando tenemos en cuenta todo lo que
depositamos sobre un niño que consideramos “nuestro”, sea hijo biológico, adoptado, alumno o
discípulo, paciente o usuario de políticas sociales, proyectamos sobre ellos nuestros fantasmas y
les pedimos que restauren, reparen nuestra infancia como si fueran nuestros padres.
Por otro lado frente a tantas definiciones, frente a tantos universales abstractos, frente a
tantos diagnósticos, quiero rescatar la importancia de aprender a ignorar. ¡Sabemos tantas cosas!
¡Hemos aprendido tanto! Podemos hacer tantos diagnósticos! Sin embargo tenemos que retrasar
lo más posible el momento del rótulo, de la definición, del juicio moral, del diagnóstico, tenemos
que retrasar el momento de comprender. “Amar sin presentir” dice el Tango Uno de Mariano
Mores, ¿lo recuerdan? “si yo pudiera como ayer, amar sin presentir”. Tal vez así deba ser una
intervención social, psicológica, psicoanalítica. Amar sin presentir significa trabajar sin rotular,
pensar sin diagnosticar, intervenir sin esperar conocer todas las soluciones posibles del caso,
arriesgar sin garantías, con todas las osadías de que somos capaces.
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental y de infancia y de qué –al hablar de ellas- evitamos hablar?
9
Nicolás Lobos
Bibliografía
ARIES, Philippe. El niño y la vida familiar en el antiguo régimen. Madrid, Altea, Taurus, Alfaguara.
1987.
DE MAUSE, Lloyd. Historia de la infancia. Madrid, Alianza, 1994.
Descargar