HISTORIA DE LA REFORMA por TOMAS M. LINDSAY, M. A., D. D. Traducción del inglés por DANIEL E. HALL EDITORIAL ‘LA AURORA” Corrientes 728 -- Buenos Airez Apartado 97 bis --- México D. F. CASA UNIDA DE PUBLICACIONES Título Original A HISTORY OF THE REFORMATION Publicada por Charles Scribner’s Sons – Nueva York, 1926. Traducido por Daniel E. Hall. Hecho el depósito que ordena la ley 11,723 Impreso en Argentina (Printed in Argentina) 2 PREFACIO La Historia de la Reforma ha sido escrita con la intención de describir un gran movimiento religioso dentro de su medio ambiente social. Los tiempos, que eran heroicos, produjeron grandes hombres, de personalidad destacada, que no pueden fácilmente pesarse en la balanza de los conceptos modernos. La época es lo suficientemente remota como para hacernos recordar que, aunque la moralidad de un siglo puede ser juzgada por otro siglo, los hombres que pertenecieron a ese siglo han de serlo por la norma de sus contemporáneos, y no del todo por la nuestra. El avivamiento religioso estuvo colocado dentro de un marco de cambios políticos, intelectuales y económicos, y no puede ser separado del círculo que lo ciñe, sino a riesgo de mutilarlo. Todos estos factores acrecientan la dificultad de la descripción. Nuestra excusa, si es que ella es necesaria, para aventurarnos a emprenderla consiste en que se trata de un período al cual hemos dedicado especial atención durante años, y que hemos leído y vuelto a leer la mayor parte de las fuentes contemporáneas originales de información. Pues si bien hemos aprovechado ampliamente 1os esfuerzos de nuestros predecesores en el mismo campo, no hay ningún capítulo de este volumen, salvo el que trata de las condiciones po1íticas de Europa, que haya sido escrito sin constante referencia a 1as evidencias contemporáneas. Nos parece que, una Historia de la Reforma debe describir cinco factores distintos pero relacionados entre sí: las condiciones sociales y religiosas de la época en que surgió el gran movimiento; la Reforma luterana hasta 1555, cuando fue reconocida legalmente; la Reforma fuera en los países fuera de Alemania que no se sometieron a la dirección de Lutero; la aparición de ciertos aspectos de la vida religiosa de la Edad Media en el anabaptismo, el socinianismo y el antitrinitarianismo; y, finalmente, la Contrarreforma. En sucesión lógica, el segundo sigue al primero; pero el tercero fue casi contemporáneo del segundo. Si la Reforma conquistó el reconocimiento legal más tempranamente en Alemania que en ningún otro país, sus principios ya habían aparecido en Francia, en Inglaterra y quizás en los Países Bajos antes de que Lutero publicara sus Tesis. No nos ha sido posible describir a todos los cinco en orden cronológico. Este volumen describe la víspera de la Reforma y el movimiento mismo dirigido por Lutero. Esperamos tratar, en el segundo volumen, sobre la Reforma fuera de Alemania, el anabaptismo, el socinianismo y otros temas afines cuyas raíces remontan a la Edad Media y la Contrarreforma. La primera parte del presente volumen trata sobre la vida intelectual, social y religiosa de la época que dio nacimiento a la 1a Reforma. La vida intelectual de la época ha sido descrita con frecuencia y sus condiciones económicas empiezan a llamar la atención. Pero muy pocos se han interesado por investigar la vida religiosa popular y familiar de las décadas anteriores al gran movimiento. Sin embargo, no hay nada que pueda tener más importancia para la historia del movimiento de la Reforma. Cuando se lo estudia, puede notarse que el avivamiento evangélico no fue un fenómeno único, enteramente desconectado del pasado inmediato. Hubo continuidad en la vida religiosa de ese período. Después de la Reforma se cantaban, tanto en público como en privado, los mismos himnos que se habían cantado antes de que Lutero levantara el estandarte de la rebelión. Muchas de las oraciones de la liturgia de la Reforma tienen su origen en el Ritual de Cultos de la iglesia medieval. Mucha de la instrucción religiosa que las familias recibían cuando 3 los reformadores eran niños, a su vez éstos la impartieron a las generaciones subsiguientes. La gran Reforma tuvo sus raíces en la piedad evangélica sencilla que nunca desapareció por completo de la iglesia medieval. Millares de personas reconocieron que la enseñanza de Lutero no era ninguna novedad asombrosa, sino que era algo que en el fondo del corazón siempre habían creído, aunque no siempre hubieran podido formularlo. Es cierto que Lutero y sus colegas reformadores enseñaron a su generación que nuestro Señor Jesucristo abarcaba toda la esfera de Dios y que, los otros mediadores e intercesores eran superfluos, y que ellos, los reformadores, los libraron también del miedo de una casta sacerdotal; pero los hombres no recibieron tal enseñanza como enteramente nueva; la aceptaron más bien como algo que siempre habían sentido, aunque no les hubiera sido posible dar a sus sentimientos la expresión debida y completa. Es cierto que esta piedad sencilla se hallaba establecida en un marco de superstición y que generalmente se consideraba a la iglesia como una institución dentro de la cual el clero ejercía una ciencia secreta de redención por medio del poder de que blasonaba, a través de los sacramentos; pero la antigua piedad evangélica existía y pueden encontrarse sus huellas cuando se las busca. Ya ha aparecido en la London Quarterly Review (Revista Trimestral de Londres), del mes de octubre de 1903, una porción del capítulo que describe la vida religiosa popular y familiar que precedió inmediatamente a la Reforma. Al describir los comienzos de la Reforma Luterana hemos tenido que repasar el terreno cubierto sobre “Lutero” que aparece en el tercer volumen, capítulo IV, de la ‘Cambridqe Modern History’‘ 1 y no nos ha sido posible dejar de repetirnos, especialmente en el caso del relato sobre la teoría y práctica de las indulgencias. Sin embargo, debe decirse que en vista del rigor de las críticas suscitadas en el campo católico romano por la obra anterior, hemos vuelto a revisar las declaraciones formuladas acerca de las indulgencias formuladas por los grandes teólogos medievales de los siglos XIII y XV, y no nos ha sido posible cambiar las opiniones previamente expresadas. Queremos expresar nuestro agradecimiento a nuestros colegas el Dr. Denney y a otro amigo por el cuidado con que han revisado las pruebas- de imprenta y por muchas de las valiosas sugestiones a las cuales hemos prestado atención. TOMÁS M. LINDSAY. Marzo de 1906 1 En Castellano la obra fue editada por “La Nación”, de Buenos Aires, Argentina, bajo el nombre de Historia del Mundo en la Edad Moderna., 4 1 LIBRO I. LA VÍSPERA DE LA REFORMA. CAPITULO I EL PAPADO12 § L. SU PRETENSIÓN A LA SUPREMACÍA UNIVERSAL El derrumbe de los Hohenstaufen acaecido en la primera mitad del siglo XIII puso fin a la larga contienda entre la iglesia medieval y el imperio medieval; entre el sacerdote y el guerrero3, y el papado quedó como único heredero de la pretensión de la antigua Roma de ser soberano del mundo civilizado. Roma caput mundi regit orbis frena rotundi. Durante siglos, los papas, poderosos y dominantes, insistieron en ejercer potestades que aseguraban les pertenecían por ser sucesores de San Pedro y los representantes de Cristo en la tierra. Los juristas eclesiásticos habían traducido sus aseveraciones al lenguaje legal y las expresaron en principios romanos de la antigua ley imperial. Los precedentes necesarios para que la mente legal uniera el pasado con el presente se encontraron en una serie de juicios papales imaginarios que cubrían los siglos transcurridos. Las falsas decretales del pseudo Isidoro (utilizadas por el papa Nicolás I en su carta del año 866 después de J. C. a los obispos de la Galia), del grupo de canonistas que apoyaban las pretensiones del papa Gregorio VII (1073-1085) -Anselmo de Lucca, Deusdedit, el Cardenal Bonzio y Gregorio de Pavia-, 2 Fuentes: Apparatus super quinque libris deeretalium (Estrasburgo. 1488): BURCHARD, Diarium (editado por Thuasne. París. 1883-1885). en tres volúmenes); BRAND, Narrenschiff (editado por Simrock. Berlín. 1872): DENZINGE, Enchiridion symbolorum et definitionum, quae de rebus fidel et morum a conciliis aecumenicis et summis pontificibus, emanarunt (Würzburg. 1900), novena edición; ERLER, Der Liber Cancellaraer Apostolicae vom Jahre 1480 (Leipzig. 1888); FABER, Tractatus de Ruine Ecclesie Planctu (Memmingen); MURNER, Schelmenzunft y Narrenbeschwörung (números 85, 119-124 de Neudruke deutschen Litteraturwerke); MIRBT, Quelten zur Geschichte des Papsttums (Friburgo 1. B. 1895); TANGL, Die päpstlichen Kanzleiordnungen von 1200-1500 (Innsbruck, 1894); y Das Taxwessen der päpstlichen Kirche (Mitt. des lnstituts für Österreichische Geschichtsforschung, XIII, 1892). Libros posteriores: "JANUS", The Pope and the Council (Londres. 1869); HARNACK, History of Dogma (Londres, 1899), volúmenes VI, VII; THUDICHEN, Papsttum und Reformation (Leipzig, 1903); HALLER, Papsttum und Kirchen Reform (1903); LEA, Historia del Mundo en la Edad Moderna (Universidad de Cambridge). volumen II del Renacimiento. cap. IX). 3 "In hac (se. ecclesia) ejusque potestate duos esse gladios, spiritualem videlizet et temporalem, evangelicis dictis instruimur. .. Ille sacerdotis, is manuregum et militum, sed ad nutum et patienciam sacerdotis"; Bonifacio VIII en la bula Unam Sanctam. 5 proporcionaron a las pretensiones papales la semblanza de sanción de antigüedad. El Decretum de Graciano, proclamado desde Bolonia en 115O, en aquel entonces la más famosa escuela de leyes de Europa, incorporó todas estas falsificaciones primitivas y le agregó otras nuevas. Desplazó a las más antiguas colecciones de Ley Canónica y llegó a ser el punto de partida de los canonistas que le sucedieron. Ese mosaico de hechos y falsedades formó la base para las teorías de los poderes imperiales y de la jurisdicción universal de los obispos de Roma 4. El pintoresco fondo de este concepto de la iglesia de Cristo como un gran imperio temporal fue provisto por San Agustín, aunque probablemente él hubiera sido el primero en protestar contra el uso que se hizo de su visión de “La Ciudad de Dios”. Su obra maestra inconclusa De Civitate Dei en la que con imaginación devota y ardiente contrastó la Civitas Terrena, o el estado secular fundado sobre la conquista y mantenido por el fraude y la violencia, con el Reino de Dios, que él identificó con la sociedad eclesiástica visible, llenó la imaginación de todos los cristianos en los días que precedieron inmediatamente a la disolución del Imperio Romano Occidental, y contribuyó en grado notable al derrumbe final de los últimos remanentes de un paganismo culto. Llegó a ser el diseño bosquejado que los juristas de la curia romana rellenaron gradualmente con detalles por medio de su pretensión, estrictamente definida y legalmente expresada, de un pontífice romano con jurisdicción universal. Sus ideas vivientes pero poéticamente indefinidas se transformaron en principios legales claramente definidos que se encontraron como hechos a medida en la jurisprudencia que todo lo abarcaba del antiguo imperio, y fueron analizadas y expuestas en el derecho definido de gobernar y juzgar cada departamento de las actividades humanas. Cuando los pensamientos poéticos que por su misma naturaleza se extienden hacia adelante y se confunden en el infinito, se aprisionan dentro de fórmulas legales y se convierten en principios de jurisprudencia práctica, pierden todo su carácter distintivo, y la creación que los corporiza llega a ser muy diferente de lo que se tuvo la intención que fuera. La actividad maliciosa de los canonistas romanos transformó de hecho a la Cívitas Dei de la visión gloriosa de San Agustín en la Civitas Terrena que él reprobaba, y el reino ideal de Dios llegó a ser una vulgar monarquía terrestre con las secuelas de conquista, fraude y violencia que, de acuerdo al gran teólogo del occidente, pertenecían por naturaleza a tal sociedad. Pero el encanto de la Ciudad de Dios por mucho tiempo continuó deslumbrando los ojos de los hombres piadosos y de talento durante los principios de la Edad Media, mientras contemplaban el imperio eclesiástico visible gobernado por el Obispo de Roma. Se creyó que los requisitos de la religión práctica de la vida de cada día estaban también en posesión de esta monarquía eclesiástica que podía otorgar o retener. Porque casi era la creencia universal de la piedad medieval que la mediación del sacerdote era esencial para la salvación; y el sacerdocio era una parte integral de esa monarquía y no existía fuera de sus fronteras. "Ningún buen cristiano católico dudaba que, en las cosas espirituales, el clero Un relato sucinto de estas falsificaciones podrá encontrarse en El Papa y el Concilio, de "JANUS" (Valparaíso. 1877). p. 4 6 estaba ordenado divinamente como superior a los laicos; que ese poder procedía del derecho de los sacerdotes a celebrar los sacramentos; que el Papa era el poseedor real de ese poder y que era por mucho, superior a toda autoridad secular"5. En las décadas inmediatamente anteriores a la Reforma, muchos hombres educados pudieron haber tenido dudas acerca del poder del clero sobre el bienestar espiritual y eterno de los hombres y las mujeres; pero llegado al punto casi nadie se aventuraba a decir que no hubiera nada en ello. Y mientras permanecía el sentimiento de que pudiera haber algo real en ello, las ansiedades, por no decir algo más, que los hombres y las mujeres no podían menos que sentir cuando miraban hacia un futuro desconocido, hizo que los reyes y los pueblos vacilaran antes de oponer resistencia al Papa y al clero. Las potencias espirituales que se creía que provenían exclusivamente de la posesión del sacerdocio y de los sacramentos influyeron mucho, para acrecentar la autoridad del imperio papal y hacer de él un todo compacto. Durante los comienzos de la Edad Media las pretensiones del papado a la supremacía universal habían sido urgidas y defendidas únicamente por los juristas eclesiásticos; pero durante el siglo XIII la teología también empezó a proclamarlas desde su propio punto de vista. Tomás de Aquino se esmeró por comprobar que la sumisión al pontífice romano era necesaria a todo ser humano. Declaró que, bajo la ley del Nuevo Testamento, el rey debe sujetarse al sacerdote hasta el punto de que, si los reyes resultaran ser herejes o cismáticos, el Obispo de Roma estaba autorizado a despojarlos de toda autoridad real, absolviendo a los súbditos de la obediencia ordinaria6. La expresión más completa de la supremacía temporal y espiritual reclamada por el Obispo de Roma, se encuentra en el Comentario sobre las Decretales 7 (1243-1254) del Papa Inocencio IV, y en la bula Unam Sanctam, publicada por el Papa Bonifacio VIII en el año 1302; pero los subsiguientes Obispos de Roma no abatieron de ninguna manera sus pretensiones a la soberanía universal. Formularon las mismas pretensiones durante el exilio de Aviñón y en los días del Gran Cisma. Fueron refirmadas por el Papa Pío II en su bula Execrabilis et pristinis (1459), y por el Papa León X en los mismos umbrales de la Reforma, en su bula Pastor Aeternus (1516); mientras que el Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia), actuando como señor del universo, entregó el Nuevo Mundo a Isabel de Castilla y a Fernando de Aragón, por donación legal en su bula inter caetera divinae (4 de mayo de 1493)8. 5 HARNACK, History of Dogma, VI, 13 2 nota (Trad. inglesa). 6 Compárese con su Opuscula contra errores Graecorum; De regimine principum. Los dos primeros libros fueron escritos por Thomas y los otros dos probablemente por Tolomeo (Ptolomaeus) de Lucca. 7 Apparatus super quinque libris Decretalium (Estrasburgo. 1488). 8 Citas completas de las bulas Sanctam e Inter cretera áivinre, podrán encontrarse en Quellen zur Geschichte des Papsttum de MIRBT (Leipzig, 1895), pp. 88. 107. Las bulas Execrabilis y Pastor Eternus se encuentran en Enchiridion de DENZINGER (Würzburg 1900), novena edición. pp. 172. 174. El título de donación del continente americano a Isabel y Fernando se encuentra en la sexta sección de la bula Inter cretera divinre, como sigue: "Motu proprio ... de Nostra mera liberalitate et ex certa scientia ac de apostolicae potestatis plenitudine omnes insulas et terras firmas inventas et inveniendas, detectas et detegendas versus Occidentem et Meridiem fabricando et construendo unam lineam a Polo Artico scilicet Septentrione et inveniendae sint versus Indiam aut versus aliam quamcumque partem, quae linea distet a qualibet 7 § 2. LA SUPREMACÍA TEMPORAL La primera, declarada en su forma más amplia, consistía en el derecho de deponer a los reyes, absolver a sus súbditos de su lealtad y entregar sus territorios a otro. Esto sólo podía suceder cuando el Papa encontraba a un potentado más poderoso que estuviera dispuesto a obedecer sus órdenes y, naturalmente, se ejercía en muy raras ocasiones. Sin embargo hubo dos ejemplos ocurridos no mucho tiempo antes de la Reforma. Jorge Podiebrod, rey de Bohemia, ofendió al Obispo de Roma por haber insistido en que la sede romana debería mantener el compromiso hecho con los súbditos husitas en el Concilio de Basilea. En el año 1464 el Papa Pío II lo llamó a Roma para ser juzgado como hereje y luego el Papa Paulo II en el año 1465, y el segundo lo declaró depuesto; sus súbditos fueron eximidos de guardarle lealtad y su reino fue ofrecido a Matías Corvino, rey de Hungría, que gustosamente aceptó el ofrecimiento, lo que trajo como consecuencia una guerra prolongada y sangrienta. Más tarde aun, en el año 1511 el Papa Julio II excomulgó al rey de Navarra y concedió poder a cualquier rey de la vecindad para que se apoderara de sus dominios, ofrecimiento que el rey Fernando de Aragón aceptó con prontitud. 9 Sin embargo, fue generalmente en formas más indirectas que se hizo sentir esta pretensión a la supremacía temporal, es decir, a dirigir la política, y a ser el árbitro final en cuanto a las acciones de los soberanos temporales. Un gran potentado, colocado sobre los reinos negligentemente formados de la Edad Media, forzosamente vacilaría antes de provocar una contienda con una autoridad que tenía poder para dar sanción religiosa a la rebelión de los poderosos nobles feudales que buscaban un pretexto legítimo para desafiarlo o que pudiera privar a sus súbditos de los consuelos externos de la religión colocando todo o parte de sus dominios bajo interdicto. No hemos de suponer que el ejercicio de esta pretensión a la supremacía temporal haya sido siempre algo malo. Vez tras vez las acciones y la intervención de papas bien intencionados demostraron que la supremacía temporal del Obispo de Roma significó que las consideraciones morales debían pesar adecuadamente en los asuntos internacionales de Europa; y este hecho que se sentía y reconocía responde ampliamente por medio de la aquiescencia práctica de las pretensiones papales. Pero desde la época en que el papado llegó a ser, desde el punto de vista temporal. una potencia italiana, y insularum, quae vulgariter nuncupantur de los Azores y Cabo Vierde, centum leuois versus Occidentem et Meridiem; ita quod omnes insulae et terrae firmae, repertae et reperiendae, detectae et detegendae, praefeta linea versus Occidentem et Meridiem per alium Regem aut Principem Christianum non fuerint actualiter poséase usque ad diem nativitatis Domini Nostri Jesu Christi proximi praeteritum ... auctoritate omnipotentis Dei nobis ín Beato Petro concessa, ac vicarius Jesu Christi, qua fungimur in terris, cum ómnibus ilIarum dominiis, civitatibus, castris, locis et villis, juribusque et jurisdictionibus ac pertinentiis universis, vobis haeredibusque et successoribus vestris in perpetuum tenore praesentium donamos… Vosque et haeredes ac successores praefatos ilIarum dominos cum plena, libera et omnimoda potestate, auctoritate et jurisdictione facimus, constituimus et deputamus". 9 Esta excomunión, con sus consecuencias, fue usada por el Embajador de Felipe II en 1559 para amenazar a la reina Isabel (Calendar of Letters and State Papers Relating to English Affairs Preserved Principally in the Archives of Simancas, I, 62. Londres, 1892). 8 cuando su política internacional tuvo como motivo principal acrecentar el prestigio político del Obispo de Roma dentro de la península italiana, la norma moral de la corte papal se rebajó desesperadamente y ya no tuvo ni siquiera la pretensión de representar a la moralidad en los asuntos internacionales de Europa. Este cambio puede datarse aproximada- mente desde el pontificado del Papa Sixto IV (1471-1484), o desde el nacimiento de Lutero (l0 de noviembre de 1483). La posesión del papado concedió esta ventaja a Sixto sobre sus contemporáneos de Italia de modo que él "se vio libre de todas las consideraciones ordinarias de la decencia, consistencia o prudencia porque su posición como papa lo salvó de un grave desastre". La autoridad divina que asumieron los papas como representantes de Cristo sobre la tierra, para Sixto y sus sucesores inmediatos, significó que eran superiores a los requerimientos de la moralidad común y que ellos mismos y sus aliados tenían derecho a quebrantar los tratados más solemnes cuando convenía a su política inestable. § 3. LA SUPREMACÍA ESPIRITUAL La supremacía eclesiástica gradualmente llegó a interpretarse como que el Obispo de Roma era el obispo universal en quien se sumaban todos los poderes espirituales y eclesiásticos y que todos los otros miembros de la jerarquía eran simplemente delegados que él escogía con fines administrativos. Basados en esta interpretación, el Obispo de Roma era monarca absoluto de un reino que se llamaba espiritual, pero que era completamente material como eran los de Francia, España o Inglaterra. Porque de acuerdo a las ideas medievales, los hombres eran espirituales si habían tomado las órdenes o hecho votos monásticos: los campos, los desagües y los cercos se constituían en cosas espirituales si eran propiedad de la iglesia: una casa, un granero o las casas de una granja eran cosas espirituales si se hallaban en un terreno perteneciente a la iglesia. Este reino papal, mal llamado espiritual, se encontraba desparramado por Europa en terrenos diocesanos, estados conventuales y tierras beneficiarias, entremezcladas con la urdimbre de los reinos ordinarios y principados de Europa. Parte de la pretensión de la supremacía espiritual del papa consistía en que sus súbditos (el clero) no debían lealtad al monarca dentro de cuyos territorios residían; de que vivían fuera de la esfera de la legislación y de los impuestos civiles; y de que estaban bajo leyes especiales impuestas por su supremo gobernador espiritual y que a él, y sólo a él pagaban impuestos. Por lo tanto, la pretensión de la supremacía espiritual involucraba un sin fin de intrusiones con los derechos del soberano temporal en cada país de Europa, y las cosas civiles y las cosas sagradas estaban tan inextricab1emente mezcladas que es completa-mente imposible hablar de la Reforma como de un movimiento puramente religioso. Fue también un esfuerzo por poner coto a la exención de la iglesia y de sus posesiones de todo contralor secular, y a su constante usurpación en el territorio de lo secular. Para demostrar cómo esta pretensión de supremacía espiritual transgredía continuamente los dominios de la autoridad secular y creaba un espíritu de intranquilidad en toda Europa, sólo es necesario mirar el modo cómo ejercía el patronato en el asunto de los beneficios, a la manera cómo la ley común de la iglesia intervenía en las leyes civiles especiales de los estados europeos y a la carga creciente de los requerimientos de dinero por parte del papa. 9 En el caso de los obispos la teoría era que el deán, el capítulo y el obispo elegidos, tenían que ser confirmados por el papa. Este procedimiento proveía para la elección local de un gobernador espiritual apropiado y también para la supremacía de la cabeza de la iglesia. Sin embargo, los obispos medievales eran señores temporales de gran influencia en los asuntos civiles del reino o principado en que estaba colocada su diócesis, y naturalmente era objeto de interés para los reyes y príncipes el conseguir hombres que les fueran adictos. De allí la tendencia de que las autoridades civiles intervinieran en mayor o menor escala, en los nombramientos episcopales. De esto resultó con frecuencia que las elecciones fueran un asunto de conflicto entre la cabeza de la iglesia que estaba en Roma y la cabeza del estado que estaba en Francia, Inglaterra o Alemania; en cuyo caso los derechos del deán o del capítulo eran comúnmente de poca monta. La contienda, como consecuencia lógica, fue casi inevitable aun cuando los poderes civiles y eclesiásticos actuaban movidos por los mejores sentimientos y cuando ambos procuraban nombrar a hombres competentes para cumplir hábilmente con los deberes de su posición. Pero no siempre privaban los mejores motivos. Las rentas diocesanas eran enormes y los ingresos de los obispos proveyeron excelentemente para los seguidores favoritos de los reyes y los papas y si las entradas de una sede no llegaban a expresar adecuadamente el favor real o papal, el favorito podía ser nombrado para varias sedes al mismo tiempo. El nepotismo papal llegó a ser proverbial; pero también debe recordarse que existía el nepotismo real. El Papa Sixto V insistió en nombrar a un asistente de su sobrino, el Cardenal Giuliano della Rovere, a la sede de Modrus, en Hungría, y después de una contienda de tres años llevó a cabo su propósito en el año 1483; y Matías Corvino, rey de Hungría, concedió el arzobispado de Gran a Hipólito d'Este, un joven menor de edad, y después de una lucha de dos años obligó al papa a confirmar el nombramiento en el año 1487. Durante el siglo XIV el papado trató de obtener un control más completo sobre los nombramientos eclesiásticos por medio de sistema del las Reservas, que jugó un papel tan importante en los asuntos eclesiásticos locales para desacreditar al papado durante los años anteriores a la Reforma. Por lo menos un siglo antes los papas habían acostumbrado a declarar con varios pretextos, que ciertos beneficios eran vacantes apud Sedem Apostolicam, que significa que el Obispo de Roma reservaba el nombramiento para sí mismo. El Papa Juan XXII (1316-1334), fundándose en las prácticas anteriores, estableció una serie de reglas declarando cuáles eran los beneficios que habían de reservarse al patrocinio papal. La razón ostensible de esta legislación era evitar el mal creciente de las pluralidades; pero como en todos los casos de legislación papal, estas Constitutiones Johanninae surtieron el efecto de ligar eclesiásticamente a todos los patronos, menos a los mismos papas. Porque los papas siempre mantuvieron que ellos eran los únicos superiores a las leyes que formulaban. Eran supra legem o, legibus absoluti, y sus dispensaciones podían siempre dejar de lado a las legislaciones cuando convenía a sus propósitos. Bajo estas constituciones del Papa Juan XXII, cuando las sedes quedaban vacantes debido a la invalidez de una elección, quedaban reservadas para el papa. Por eso encontramos que hubo una elección disputada por la sede de Dunkeld en el año 1337 y después de un litigio que duró varios años en Roma, la elección fue anulada y Ricardo de Pilmor fue nombrado obispo autoritate apostolica. Se declaró que la sede de Dunkeld estaba reservada al papa para que él nombrara por lo menos a los dos 10 obispos subsiguientes10. Este sistema de las Reservas se extendió gradualmente bajo los sucesores del Papa Juan XXII y fue aplicado a los beneficios de toda clase por toda Europa hasta que llegó a ser difícil decir cuál era la pieza de preferencia eclesiástica que hubiera escapado de la red papal. En la biblioteca de la ciudad de Tréveris existe un manuscrito de las Reglas de la Cancillería Romana en el que alguien ha bosquejado la cabeza de un papa de cuya boca emerge la leyenda Reservamus omnia, que de un modo crudo representa el contenido del libro. Finalmente se formuló la declaración de que la Santa Sede poseía todos los beneficios y, en la secularización universal de la iglesia que presenció el medio siglo antes de la Reforma, hasta las mismas Reglas de la Cancillería Romana contenían la lista de precios que debían cobrarse por los diversos beneficios, ya fuera sin o con la curación de las almas; y para completar el negocio el comprador podía procurar una cláusula que dejara a un lado los derechos civiles de los patronos. Por otra parte, las preferencias eclesiásticas siempre implicaron que los tenedores eran terratenientes vitalicios y poseedores de dinero y el derecho de donar estas temporalidades estaba protegido por las leyes de la mayor parte de los países europeos. De esa manera las siempre crecientes reservas papales de beneficios acarrearon continuos conflictos entre las leyes de la iglesia -en este caso los últimos Reglamentos de la Cancillería Romana-, y las leyes de los estados europeos. Los gobernantes temporales trataron de protegerse, y a sus súbditos, por medio de estatutos de Praemunire y otros de estilo parecido11, o de lo contrario negociaban con los papas lo que llegó a tener la forma de Concordatos, como el de Bourges (1438) y el de Viena (1448). Ni los estatutos ni las negociaciones fueron de mucho valor en contra de la diplomacia superior del papado y el terror que la supuesta posesión de poderes espirituales inspiraba en todas las clases del pueblo. Los juristas papales siempre hicieron ver que los Concordatos comprometían únicamente durante el tiempo que la buena voluntad del papa los mantuviera, y entre los pueblos de Europa se había arraigado profundamente la idea de que la iglesia era, para usar el lenguaje de los campesinos de Alemania, "la Casa del Papa" y de que él tenía el derecho de manejar libremente las propiedades de la iglesia. Los hombres piadosos y patriotas, como Gascoigne en Inglaterra, deploraban los malos efectos de las reservas papales; pero no les veían remedio a no ser que el Todopoderoso cambiara el corazón del Santo Padre; y después del fracaso de las tentativas conciliares de reforma pareció que se hubiera apoderado de la mente de los hombres un descorazonamiento hosco, hasta que Lutero les enseñó que no había nada de lo que el papa y el clero en lo indefinible de su poder pretendían poseer en cuanto al bienestar espiritual eterno de los hombres y mujeres. Le corresponde al Papa Juan XXII (I 316-1334) el crédito, o descrédito, de haber creado para el papado la maquinaria para recoger el dinero para su mantenimiento. La situación en que se halló hizo que esto fuera casi inevitable. Cuando asumió la silla papal se encontró con una tesorería vacía; tuvo que incurrir en deudas para poder vivir; tuvo que proveer lo necesario Scottish Historical Review, l, 318-320. Los dos estatutos ingleses de Praemunire están impresos en Documents Illustrative of English Church History, de GEE y HARDT (Londres 1896). pp. 103, 122. 10 11 11 para librar una guerra costosa con los Visconti, y tuvo que dejar dinero a fin de que sus sucesores pudieran desarrollar su política temporal. Pocos papas han vivido de un modo tan sencillo; su afán por conseguir dinero no respondía a fines de lujo personal sino a supuestas exigencias de la política papal. Fue el primer papa que hizo de la dispensación de la gracia temporal y eterna una fuente de recursos. Hasta entonces lo que la Cancillería Papal había cobrado era por lo menos ostensiblemente por trabajos actuales realizados: tarifas por trabajos de oficina certificados y cosas por el estilo. Juan cobraba proporciona1mente la gracia dispensada según la potencia monetaria del recipiente. Él y sus sucesores convirtieron en fuentes regulares de recursos, los diezmos, las Anatas, Procuraciones, tarifas para conceder el Pallium,el Medii Fructus, Subsidios y Dispensaciones. El diezmo -la décima parte de las entradas eclesiásticas para el servicio del papado-, se había aplicado ocasionalmente para propósitos extraordinarios, tales como las Cruzadas. Todavía se suponía que se recolectaba sólo para propósitos especiales, pero las ocasiones necesarias llegaron a ser casi continuas y existía un resentimiento feroz contra tales exacciones. Cuando Alejandro VI recolectó el diezmo en el año 1500, se le permitió hacerlo en Inglaterra. Sin embargo el clero francés se negó a pagar; fueron excomulgados; la Universidad de París declaró i1ega1 1a excomunión y el papa tuvo que ceder. Las anatas representaban un emolumento antiguo. Desde el principio del siglo XII el nuevo receptor de un beneficio debía pagar la renta del primer año para los usos locales, ta1es como reparaciones en los edificios eclesiásticos, o como compensación a los herederos del receptor de un beneficio, una vez fallecido. Desde comienzos del siglo XIII los prelados y los príncipes consiguieron algunas veces que el papa les permitiera exigirlas de los nuevos beneficiarios. Uno de los ejemplos más antiguos que se recuerdan fue cuando el Arzobispo de Canterbury consiguió permiso para utilizar las anatas de su provincia durante un período de siete años, desde 1245, con el propósito de liquidar las deudas de su iglesia catedral. El Papa Juan XXII empezó a apropiarse de ellas para los fines del papado. Su predecesor, Clemente V (1305-1314), había demandado todas las anatas de Inglaterra y Escocia durante un período de tres años desde el año 1316. En el año 1316 Juan exigió una demanda mucho mayor y en términos que demostraron que estaba preparado a considerar las anatas como un impuesto permanente para los propósitos genera1es del papado. Es difícil seguir las etapas de la obligación universal gradual de este impuesto, pero durante las décadas anteriores a la Reforma estaba impuesto generalmente y se había calculado el término medio de su monto12. "Consistían de una porción que generalmente se computaba como la mitad de la entrada calculada de todos los edificios ava1uados en más de 25 florines. Por ejemplo, el arzobispado de Rouen tenía un impuesto de 12.000 florines y la pequeña sede de Grenob1e de 300; la gran abadía de St. Denis de 6.000 y la pequeña de San Cipriano de Poitiers de 33; mientras que todos los curatos parroquia1es de Francia estaban calculados uniformemente en 24 ducados, equivalentes a cerca de 3O florines". Los arzobispados estaban sujetos a un impuesto especial como precio del Pallium, que con frecuencia era muy abultado. 12 Para la información acerca de las anatas inglesas y del valor ecclesiasticus referirse a Handbook to the Public Records, de BIRD, pp. 100. 106 12 Las Procuraciones era lo que se cobraba, conmutab1e por pagos en dinero, suma que los obispos y los arcedianos estaban autorizados a utilizar para sus gastos personales mientras hacían las giras de visitación al recorrer sus diócesis. Los papas comenzaron a solicitar una participación y terminaron por reclamar con frecuencia la totalidad de estas sumas. El Papa Juan XXII fue el primero que requirió que las entradas de los beneficios vacantes (medii fructus) se pagaran a la tesorería papa1 mientras durara la vacancia. El ejemplo más lejano data desde 1331 cundo se demandó la renta del arzobispado de Gran en Hungría que se encontraba vacante; y muy pronto se convirtió en costumbre insistir en que los estipendios de todos los beneficios vacantes se pagaran a la tesorería papal. Finalmente, los papas declararon que tenían el derecho de requerir 'subsidios especiales de las provincias eclesiásticas y se ejerció gran presión en el pueblo a fin de que pagaran las así llamadas ofrendas voluntarias. Además de las sumas que se volcaban en la tesorería papal de las fuentes regulares de recursos, las fuentes irregulares proveyeron sumas mucho mayores de dinero. Se concedieron un sin fin de compensaciones pagando las tarifas de toda suerte de violaciones de la ley canónica y moral: dispensas para matrimonios dentro de los grados prohibidos; para mantener pluralidades; para adquirir ganancia ilegítima en el comercio o en otra forma. Este tráfico desmoralizador convirtió a la tesorería romana en socia de toda suerte de acciones inicuas, y Lutero en su discurso A la nobleza de la nación alemana sobre la Reforma del estado cristiano pudo adecuadamente describir la Corte de la Curia Romana como un lugar "donde se anulan los votos, donde el monje adquiere permiso para abandonar su orden, donde los sacerdotes pueden entrar a la vida matrimonial mediante el dinero, donde los bastardos pueden legitimarse y el deshonor y la vergüenza obtener altos honores; donde toda mala reputación y deshonra se ena1tece y ennoblece". "Existe", agrega, "una compra y venta, un intercambio, un regateo tempestuoso, trampas y mentiras, hurtos y robos, libertinajes y villanías y toda suerte de menosprecio a Dios, de modo tal que el anticristo no podría reinar peor". Las grandes sumas de dinero obtenidas en esta forma no representan la totalidad de los fondos que afluían de todas partes de Europa a la tesorería papal. La curia romana era el más alto tribunal de apelación para la totalidad de la iglesia occidental. De cualquier modo, esto representaba una gran cantidad de transacciones legales con los consiguientes gastos legales; pero la curia consiguió atraerse una buena cantidad de negocios que podían haberse solucionado fácilmente en los tribunales episcopales o metropolitanos. Esto se hacía persiguiendo una doble política: la una eclesiástica, y financiera la otra. El medio siglo anterior a la Reforma presenció el derrumbe del feudalismo y la consolidación del absolutismo real y algo similar pudo verse tanto en el papado como entre los principados de Europa. Así como triunfó el absolutismo real cuando los magnates feudales hereditarios perdieron el poder, así también el absolutismo papal sólo pudo conseguirse cuando consiguió pisotear a un episcopado privado de su independencia eclesiástica y los poderes inherentes 13 para gobernar y juzgar. El episcopado se debilitó de muchas maneras: eximiendo a las abadías del contralor episcopal, alentando a los monjes mendicantes para que se convirtieran en rivales de los clérigos parroquiales, y cosas por el estilo, pero la forma más potente para degradarlos era alentando a la gente con querellas eclesiásticas a que pasaran por sobre los tribunales episcopales y presentaran el caso directamente al papa. Se decía a los hombres que la nacionalidad no tenía lugar dentro de la Iglesia Católica. Roma era la madre patria común y el papa el obispo universal y el juez ordinario. Su juicio, que siempre era final, podía conseguirse directamente. De esta manera se alentaba a los hombres para que llevaran sus alegatos directamente al papa. Sin duda alguna esto significaba enviar un mensajero a Italia con una declaración del alegato y un pedido de audiencia; pero no significaba necesariamente que el juicio había de tener lugar en Roma. El poder central podía delegar su autoridad y el juicio tener lugar en cualquier parte que el papa designara. Pero este concepto, no cabe duda, aumentó enormemente el trámite de los pleitos que se verificaban actualmente en Roma y fue motivo para que fluyera gran cantidad de dinero a la ciudad imperial. Los papas también estaban dispuestos a prestar dinero a los litigantes empobrecidos por el pleito que, como es natural, cobraban un alto interés. La gran cantidad de transacciones que de este modo se dirigían a la cancillería papal desde todas partes de Europa, requería una horda de funcionarios, cuyo salario se proveía en parte de los beneficios reservados de toda Europa y en parte de las tarifas y las coímas de los litigantes. Los tribunales papales eran notoriamente dilatorios, rapaces y venales. Cada documento debía pasar por una cantidad increíble de manos y pagar un número correspondiente de tarifas; y el costo de los litigios, que desde ya era bastante subido por los aranceles prescritos por la cancillería, se acrecentaba mucho más allá del costo corriente de otros que no aparecían en los despachos oficiales. Existen anales de casos donde los breves llegaron a costar desde 24 hasta 41 veces la suma de las tarifas oficiales legítimas. La Iglesia Romana se había convertido en un tribunal, no de la más alta reputación --era una arena de litigantes rivales, una cancillería de escribanos, notarios y recaudadores de impuestos-, donde se llevaban a cabo transacciones referentes a privilegios, dispensas, compra de beneficios, etc., y donde los litigantes vagaban con sus peticiones de una oficina a otra. Durante el medio siglo que precedió a la Reforma las cosas fueron de mal en peor. Se habían acallado los temores despertados por las tentativas de reforma por medio de Concilios Generales y la curia no tenía ningún deseo de reformarse. La venalidad y rapacidad crecieron cuando los papas empezaron a vender empleos en la corte papal. Bonifacio IX (1389 -1404) fue el primero en hacer dinero por medio de la venta de estos puestos oficiales al mayor postor. En el año 1483, cuando Sixto IV (1471-1484) quiso redimir su tiara y sus joyas, empeñadas por un préstamo de 100.000 ducados, aumentó sus secretarios de seis a veinticuatro y exigió que cada uno de ellos le pagara 2.600 florines por el puesto. En el año 1503, Alejandro VI (1492-1503) con el fin de levantar fondos para César Borgia creó ochenta puestos nuevos que vendió a 760 ducados cada uno. Julio II estableció un "colegio" de 101 escribientes de breves papales que en retribución le pagaron 74.000 ducados. León X (1513-1521), nombró sesenta chambelanes y ciento cuarenta caballeros, pagando los primeros por el servicio, en concepto de adehalas 90.000 ducados y los segundos 112.000. 14 Los puestos conseguidos por medio de la paga eran propiedad personal, transferibles por venta. Buchardo cuenta que en el año 1483 compró el puesto de maestro de ceremonias de su predecesor Patrizzi por 450 ducados, precio que cubría todos los gastos; que en el año 1505 le ofreció vanamente a Julio II (1503-1513) 2.000 ducados por un puesto vacante de escribiente y que poco tiempo después compró la sucesión a una abreviaduría por 2.040"13. Cuando Adriano VI (1522-1523) trató con toda honradez de limpiar ese Establo Augiano se dio cuenta de que tendría que lanzar al mundo, a navegar solos, a hombres que habían invertido su capital en comprar puestos que deberían ser suprimidos en caso de emprenderse una reforma. Las exacciones papales que se necesitaban para apoyar este lujoso tribunal romano, especialmente las que se habían quitado al clero europeo, eran tan odiosas que con frecuencia era difícil recolectar los fondos, y se utilizaban artimañas que finalmente aumentaban la carga de aquellos de quienes se requería que proveyeran el dinero. El tribunal papal negociaba con los gobernantes temporales para compartir el botín, si ellos permitían que la colecta se hiciera14. Los papas acordaron que los reyes y los príncipes podían apoderarse de los diezmos y las anatas durante un tiempo determinado, siempre que los funcionarios papales tuvieran la autorización de los reyes y los príncipes para recolectarlos, por regla general para el uso de Roma. En las décadas anteriores a la Reforma era práctica común recolectar estos tributos por medio de agentes, frecuentemente banqueros, cuya comisión era enorme, llegando algunas veces al cincuenta por ciento. La recolección de las fuentes extraordinarias de entrada tales como las indulgencias, se destacaba por abusos aún peores, tales como el empleo de vendedores de perdón, que recorrían la Europa cuyas mentiras y extorsiones eran el tema común de las denuncias de los más grandes predicadores y patriotas de la época. El papado sin reformar de las décadas que cerraron el siglo XV y del primer cuarto del siglo XVI, era la gangrena abierta de Europa y el objeto de execraciones por parte de casi todos los escritores contemporáneos. Sus abusos no encontraron defensores, y sus partidarios cuando atacaban a quienes los asediaban, se contentaban con insistir en la necesidad de la supremacía espiritual de los obispos de Roma. H. C. LEA, Historia del Mundo en la Edad Moderna (Universidad de Cambridge), volumen II del Renacimiento, cap. IX. p. 569). 14 HALLER, Papsttum und Kirchen-Reform (1903). l, 116. 117. 13 15 "Sant Peters schifflin ist im schwangk Ich sorge fast den untergangk, Die wallen schlagen allsit dran, Es würt vil sturm und plagen han15" 14. 15 SEBATIÁN BRAND, Das Narrenschiff, cap. CII. 63-66. Barc1ay parafrasea estas líneas así: "Suche counterfayte the kayes that Jesu dydt coomyt Unto Peter: brekynge hís Shyppís takelynge, Subvertynge the fayth, beleuynge theyr owne wyt Against our perfyte fayth in euery thynge, So is our Shyp without gyde wanderynge, By tempest dryuen, and the mayne sayle of torne, That without gyde the Shyp about is borne". La Nave de los Locos, traducción de Alejandro Barc1ay, Il, 225 (Edirnburgo, 1874). 16 17