Lea el discurso de Constanza Hola, mejor alumna de la promoción

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Discurso de Titulación Generación 2006
Por Constanza Hola Chamy
Señor Pedro Pablo Rosso, Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile,
Señora Silvia Pellegrini, decana de la Facultad de Comunicaciones, Señora María Elena
Gronemeyer, directora de la Escuela de Periodismo. Autoridades presentes, profesores,
familiares, alumnos y compañeros:
Si ya es difícil hablar por mí, yo diría que es más bien una tarea titánica representar
a 150 personas tan distintas y diversas como las que estamos acá hoy día.
Pero bueno. Había un profesor en la Facultad que decía que hacer un discurso era
como ser una stripper: hay alguien mirando, hay alguien esperando por el show y uno no
puede partir pidiendo disculpas. “No, es que se me sale un rollito. No me manejo mucho
en la barra así que si me caigo, no se rían”. No. Hay que jugárselas con todo.
Yo me siento aquí, hoy día, un poco como una stripper. Porque somos muchos y
muy distintos. Desde gente que no pisaba la universidad hace años, hasta alumnos de
magíster. Pasando por personas que escogieron el periodismo como segunda carrera y,
por supuesto, por nosotros. Los infaltables, los licenciados en comunicación social con
título de periodista.
Así que voy a tratar brevemente de hablar sobre las cosas que a mí me marcaron y
que podrían ser representativas al común de nosotros.
Para los que no saben, yo soy viñamarina. Vengo de un colegio porteño bastante
normal, promedio, sin absolutamente ninguna gracia. No sale en el ranking SIMCE, no
está dentro de los primeros puntajes de la PSU, no se pagan grandes matrículas y no es
bilingüe, para que se hagan una idea. Yo tuve una educación bastante normal y puedo
decir que cuando entré a la Universidad no era tal vez una “niñita puc”, como muchos
decían. En términos claros, para que me entiendan, no era una “niñita arito de perla”,
como diría un amigo. No.
Era más bien de “arito largo”. Crítica, opinante, lengua suelta. Además, era “de
provincia”, como dicen los santiaguinos. Pero había elegido la Católica, en Santiago,
haciendo un tremendo esfuerzo, porque era la mejor. Y era, finalmente, la que a futuro
podía abrirme más puertas, que es lo que al final uno busca en una universidad.
La universidad no hace a la gente más inteligente. La inteligencia, o el talento, es
algo que uno tiene o no tiene, en distintos grados. Algo que uno trae y con lo que ha
tenido que aprender a vivir / o no vivir.
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Tampoco la Universidad lo hace a uno mejor persona. Yo creo que nadie elige una
Universidad por lo buena persona que quiere llegar a ser. Para eso existen otro tipo de
instituciones.
Los que pudimos elegir en qué universidad estudiar —y ahí sí que creo que englobo
a los 150— elegimos excelencia. La Católica se elige por excelencia. Por las herramientas
que puede entregarle a una persona que ya es inteligente para que maneje lo mejor
posible su talento.
Es una cosa de oportunidad. Porque el talento solo, no sirve. El talento sin ganas…
no existe; el talento sin esfuerzo… se pierde. Y el talento sin oportunidad, que es la que
finalmente da la universidad, nace muerto.
De los que hemos salido al mercado laboral en una carrera tan copada como el
periodismo, probablemente muchos podemos decir que el sello UC se nota. El sello UC
abre puertas. Desde el minuto que uno postula a una práctica y que ve que la gran
mayoría de los altos puestos son ex alumnos UC y prefieren elegir alumnos UC.
Y así yo, que entré sin ser el estereotipo de niñita PUC, salgo con la camiseta
absolutamente puesta y con el sello marcado a fuego. Mi hermana, que es de la Chile,
muchas veces me ha dicho que estoy “insoportablemente ponticuica”. Y es verdad.
Porque ser de la Ponticuica para mí es un orgullo. Porque si estoy donde estoy hoy es por
mis méritos, pero también porque tuve la oportunidad.
Y eso no quiere decir que yo crea que la Universidad ni que la Facultad son
perfectas. Son instituciones que, como todas, tiene sus fallas, sus problemas, sus
desorganizaciones y sus desavenencias.
Y los alumnos tienen el deber de criticar. Y en esto yo quiero poner énfasis. Tienen
el deber de estar ahí. Y —de manera inteligente y responsable— hacer ver las fallas.
Sobre todo los estudiantes de periodismo.
Yo no concibo un alumno de esta
Facultad pasivo. ¡Si tenemos que ser críticos! ¡Tenemos que ser fiscalizadores!. Porque
uno no puede quedarse sólo con los debates externos sobre las cosas que pasan “en el
mundo”. Si el mundo está acá, parte acá, y de ahí hacia adelante.
Y en ese sentido, creo que esta generación puede estar tranquila. Yo siento que
hubo un gran avance. Los alumnos tienen algo más de opinión que antes. Cuando les
molestan las cosas, las dicen. Hicimos un claustro cuyos resultados entregamos a las
autoridades y en algunas cosas fuimos tomados en cuenta.
De que quedan cosas por hacer, quedan cosas. Pero con lo bueno y lo malo, yo
insisto: me siento orgullosa de ser una ex alumna UC. Yo entré siendo ajena, y hoy salgo
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absolutamente propia. Y no me molesta en absoluto cuando en la pega o en la vida me
tildan de “PUC”. ¡Con tonito despectivo! ¡Cómo si fuera una ofensa!
Muchos me pidieron que este no fuera el típico discurso de agradecimiento tipo.
Espero haber cumplido con lo último, pero tuve que agradecer. Tengo que agradecer y
este es el momento de dar las gracias.
Hoy, que en la vida diaria uso más arito de perla que de mostacilla, puedo decir que
salgo con las puertas abiertas de una Universidad donde el mérito cuenta. Aunque me
hicieran trabajar como china, me explotaran y hubiera días de taller en que pasé más de
12 horas en este antro del saber.
Porque salgo de una Universidad donde, aunque no vine a buscarlos, encontré muy
buenos amigos. Con ustedes gané muchas neuronas, y perdí unas cuantas más —entre
otras cosas—. Salgo de una universidad que, aunque no era su deber, me hizo un poco
mejor persona. Y eso es mucho decir.
Prometí que iba a ser breve. Así que lo último que me queda es agradecer a los que
estuvieron detrás todo este tiempo. A los profesores amigos, que más allá de lo
académico se dieron el tiempo para un café conversado. A los compañeros, a los amigos
y a todos quienes nos hicieron la vida un poco más fácil. A Raúl y a la Jeannette, que ya
son del inventario. A las tías del aseo, que mil veces me encontraron desde celulares
hasta agendas de teléfonos que Dios sabe cuán importante son para un periodista.
A Dios, porque personalmente tengo el don de la fe y no puedo titularme sin darle las
gracias por todo lo que me da, día a día. A las familias y a mi familia, particularmente,
porque al final uno es lo que es gracias a ellos.
Y por último —y aquí también creo representar a muchos de los que hoy nos
titulamos—, agradecer a los que algún día estuvieron y ahora no están. A todos los que,
de alguna u otra forma, nos dan la fuerza desde algún universo paralelo.
Personalmente a mi papá que es mi ángel de la guarda y que no puedo dejar de
recordar en este minuto. Básicamente, porque si no me he caído aún con estos tacos es
por sus favores concedidos. Y a todos los que nos gustaría que estuvieran, porque
aunque hayan estado un minuto en nuestra vida, la marcaron y hoy no seríamos lo que
somos sin ese minuto.
Como diría Cerati, gracias totales.
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