AMOR MATERNO - Colegio de Psicólogos de La Pampa

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AMOR MATERNO
El síndrome de Munchausen, que recientemente se ha difundido por los medios, nos
permite contactarnos con un aspecto del vínculo entre madre e hijos que presenta
aspectos paradojales, entre el aparente cuidado y la
voluntad homicida. Cuadro
escandaloso que desconcierta y ante el que asistimos incrédulos, como frente a tantas
otras variantes de los excesos en el rol materno que se nos aparecen como algo
monstruoso, fuera de lo humano. El tema nos lleva a revisar un mito de nuestra cultura
que es el amor o el instinto materno, asociados a imágenes idealizadas que suelen estar
muy lejos de las madres reales y de sus circunstancias.
El vínculo madre-hijo:
Estudios realizados en diferentes culturas señalan diferencias importantes en las
maneras de criar a los bebés, en las prácticas, en los tiempos de cuidado y en los
responsables del mismo. De lo que no puede dudarse es que el recién nacido humano
nace en un estado de prematurez que lo hace altamente dependiente del adulto, con
quien va a establecer una relación de apego de la que dependerá para su subsistencia en
lo biológico y en lo psicológico. En base a los cuidados básicos que hacen a la
nutrición, a la higiene, al abrigo y a la preservación, se va a instaurar otro orden de
vinculación a través de la cualidad y calidad de prácticas, en las que se filtran
significados que los padres y el grupo social dan a ese niño, a través de lo que hacen y
dicen. El deseo de un hijo para una mujer está ligado a los significados sociales ligados
al rol y a su propia persona, incluídas sus expectativas de realización personal. Las
circunstancias de origen del hijo y las condiciones de su gestación, así como la manera
como se desarrolla el vínculo con el hijo concreto, van a ser confrontadas con otras
apetencias. El hijo/a puede confirmarla en el lugar social o avergonzarla, exponerla,
hacer que los otros duden de su capacidad. Entonces, junto a la preocupación por el hijo
el vínculo materno conlleva la preocupación por el propio lugar en el que ese hijo la
coloque, como “buena” o “mala” madre.
Un hijo que no la deja dormir, que llora de hambre o dolor, que la desconcierta, al que
no puede regular de manera previsible, puede llevar a que la madre decodifique sus
mensajes como “desobediencias”, como actos en su contra, sobre todo si no estuviera
en condiciones de responder a las demandas del niño. Puede ser que la tarea
la
sobrepase, que se sienta encerrada, agobiada, cargando en soledad con algo que la
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excede. En muchos casos estas situaciones se resuelven a través de apoyos externos que
contribuyan a dar alivio a la situación permitiendo a la madre reposicionarse y encontrar
soluciones a través del aprendizaje de nuevas formas de hacer, o dando lugar a la
inclusión de figuras alternativas que alivien el malestar, y salven del encierro a madre e
hijo. En situaciones extremas, sin embargo, sin apoyo ni contención, y ante el temor a
ser cuestionada en su función si muestra sus debilidades, el malestar de la madre puede
dar lugar al surgimiento de agresividad manifiesta, a castigos de los que hemos sabido
en todos los tiempos: insultos, los tirones de pelos, de orejas, empujones, golpes,
encierros en lugares de soledad, quemaduras. Hasta la muerte.
El mito de la madre idealizada
El mito de la madre idealizada es una construcción de la cultura occidental asociada al
cristianismo, desde donde una abundante iconografía acuñada por siglos de pintura
religiosa de madonas y vírgenes situadas en paisajes celestes o en espacios idílicos
asocian el rol materno con una figura asexuada, con el cuerpo velado, pendiente en su
mirada y en su gesto del hijo, ab-negada. Imágenes maternas bellas, plácidas, negadas
para una sexualidad propia, caracterizaron durante siglos el arte de la cristiandad, obra
de pintores que a su vez expresaron el lugar asignado por la sociedad a las madres,
confinadas a la intimidad del hogar, sin acceso a poder alguno fuera de ese ámbito. Eran
tiempos en que muchos niños morían misteriosamente en el seno de la vida privada,
privada de la mirada y del control social, podría decirse. Muchos eran criados por
nodrizas, o por familias sustitutas, otros eran francamente abandonados. Es que la vida
real transcurría por carriles separados del mundo ideal: el de la madre negada para sí
misma, santificada en su sacrificio a la hora de la muerte y no en la vida, tenía que
cuidar aun cuando no hubiera sido cuidada, asistir al producto de una sexualidad no
siempre asumida, o hacerse cargo de una responsabilidad inevitable. O elegida por
razones de conveniencia, porque así se aseguraba un lugar socialmente válido a través
del matrimonio. La maternidad ligada al estatus no significaba, ni significa hoy, que se
deseara a los hijos, ni a los esfuerzos que éstos demandan. Esfuerzos agravados con el
cambio en la organización de la familia hacia lo nuclear, privando a la mujer de apoyos
convivientes de parientes cercanos, hizo que la madre fuera quedando como casi única
responsable del hijo y de las vicisitudes de la crianza, que sabemos pueden promover
ansiedades muy primitivas del adulto. Y qué decir de su extrema dependencia de la
presencia o de la ausencia del padre, tendiendo que sobrellevar situaciones a veces
indignas hasta la locura. Entretanto, otros factores complejizaron la situación de la
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mujer, cuando se fueron abriendo otros campos de realización social de los que ellas,
las madres estuvieron excluídas mientras estaban a cargo de la crianza de los hijos. Fue
así como, sin dejar de ser cuestionada como la última responsable de los males de éstos,
su rol se fue haciendo invisible a los ojos de los demás, limitante para trabajar y para
lograr un lugar independiente en el cuerpo social.
Cuando el propio valor depende del hijo
Cuando el poder materno es el único del que estas madres disponen en la vida,
entonces es posible que el hijo pase a ser el intermediario que les permita ser aceptadas
o rechazadas. Antes que ser otro, el hijo funcionará como una parte de ellas mismas,
haciéndole cargo de sus placeres o de sus desdichas, y como tal podrá ser instrumento
de ataque o de seducción, que es otra forma de violencia.
El síndrome de Munchausen describe a madres que aparentan cuidar a sus hijos,
agradar a los médicos, y en pos de ese objetivo llevan a sus hijos con frecuencia a la
consulta provocándoles o fraguando síntomas que a la postre llevan a someter al niño a
ser sometido a estudios y a prácticas médicas agresivas. Madres que cumplen con lo
esperado del cuidado, alienadas en la búsqueda de aprobación y cumplimiento del rol, a
costa de maltratar al hijo y hasta de provocar su muerte. Las mismas que saldrían quizás
a defender a sus hijos como “leonas” si otros les “tocaran”, se permiten transitar por
ese peligroso borde que tan fácilmente puede deslizarse desde el poder absoluto hacia
lo opuesto del amor, a la agresividad más radical, homicida.
Otra mirada:
Va siendo hora de que dejemos de pensar en las madres como si ellas estuvieran
especialmente dotadas para todos los sacrificios, para la entrega y para las mayores
grandezas. Que han existido en abundancia, seguramente, en el marco de una función
que ha sido el único camino para el reconocimiento de la mujer. Pero también ha
habido, seguramente, hechos como los que ahora se conocen, ligados a lo peor de la
condición humana. Hay que saber que los sacrificios y la abnegación van acompañados
siempre de una solicitud de retribución hacia el hijo/a, a quien se reclamará de
diferentes maneras. No hay que olvidar que ser madre es un trabajo de riesgo, de
altísimo compromiso personal a largo plazo, que merece ser sostenido por el grupo
social de manera lúcida, sin temor a ver en ese vínculo, como en otros, los aspectos más
miserables de la condición humana, con todos sus conflictos. Para hacer un abordaje
con más verdad, para dar lugar a un mayor sostenimiento para quienes están a cargo de
esa función social que hace a la supervivencia del grupo social mismo, del cuidado de
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las nuevas generaciones. La posibilidad de una mirada realista sobre esta función y
quienes la desempeñan estará unida a la caída de los prejuicios asociados a los mitos
que han estado unidos a la representación ideal del amor materno, un mito que
sobrecarga
a esa función
con imperativos exigentes, moralizantes. Estas mismas
exigencias, en su distancia sobre las posibilidades reales, seguramente contribuyen a
desencadenar en las madres actitudes de transgresión, de abuso, de desmesura en la
violencia hacia ese hijo, desconociéndolo en su carácter de sujeto. Convertido en objeto
de su posesión absoluta, será posible manipularlo de infinitas maneras, por atajos a
veces evidentes y otros tenebrosos, y sus consecuencias.
LIC. ANA MARIA MARTIN.-
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