Como si de un día cualquiera se tratara, todo estaba tranquilo, la

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AUTORA: Vanesa Herrero Redondo.
CURSO: 1º Ciclo Formativo De Grado Superior
Dirección de Cocina
TIEMPOS VERDES
Como si de un día cualquiera se tratara, todo estaba tranquilo, la ligera brisa matinal
despertaba a los pocos árboles, plantas y arbustos que quedaban.
Con la salida del sol, llegaban los primeros rayos y las gotas del rocío se empezaban a
distinguir entre tantas ramas y hojas secas.
La noche no había sido demasiado fría, algo que se agradecía, ya que la mayoría de los
árboles pasábamos de los ochenta y los que no los tenían, no bajaban de los setenta, la verdad
es que todos éramos muy mayores y tanto el frío, como el calor en exceso, era algo que no
soportábamos bien.
La zona no era mala, pero sí era antigua y nadie había vuelto a repoblar, limpiar o
acondicionar, ni siquiera con una pequeña poda, de esas que permiten el oxigenamiento del
árbol y del suelo, favoreciendo el nacimiento de nuevos retoños y especies, dando longevidad
a la zona, ahora todo se estaba marchitando, los árboles dejaban de florecer y año tras año
iban convirtiéndose en troncos secos, unos por antigüedad, otros por enfermedad, pero lo que
más bajas causó, fue el incendio de hace ocho años.
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No llegó hasta nosotros, no entendemos muy bien el porque, si fue algo premeditado por
su parte, el dejarnos allí solos, esperando que volviéramos a cubrir todo de vegetación o por el
contrario, fue algo malvado y sabía el fin que nos esperaba, pero arrasó con todo lo que había a
nuestro alrededor, dejando una explanada llana e infértil, que no ayudaba a nuestra
regeneración.
Ya no hemos vuelto a ver
ninguna clase de animales, los zorros,
antes hacían
madrigueras bajo nuestros pies, llegaban corriendo, escondiéndose de algún lobo, al cual
habían robado la presa del día, estos a su vez, tras correr detrás del zorro y fallar en el intento
de recuperar la comida del día, marcaban nuestros troncos delimitando el terreno, para que
tanto los zorros, como otros lobos de la zona, supieran en el terreno que se metían.
Tampoco han vuelto por aquí los ciervos, ni corzos que con los picores causados por la
salida de las nuevas cuernas, rasgaban nuestros troncos en busca de alivio y ahora solo les
oímos haya en la lejanía.
Los jabalís se encargaban de limpiarnos el suelo, comiéndose todo lo que encontraban a
su paso, aprovechando hasta el mínimo fruto caído.
Ya no corretean las ardillas por nuestras ramas, traían diferentes semillas y frutos entre
sus pequeños dientes y su descuido, al jugar con otra compañera, hacia que se cayeran al suelo,
dando lugar cada primavera a una flor nueva, ampliando así el número de especies de la zona y
formando parte de nuestra pequeña familia.
Ya no vienen ni gorriones, ni grajos, abubillas, lechuzas o búhos, no vemos pájaros de
ninguna clase sobre nuestras copas, ya no nos deleitan con sus joviales cantos, ni nos protegen
de las tan temibles plagas, parece que el incendio se llevó a todos, a los que no devoró con sus
fieras llamas, les hizo huir para no volver a regresar.
No nos quedan amigos que coman nuestros frutos, habiten nuestras ramas, abonen el
suelo que arraigamos o polinicen nuestras flores, ya somos viejos, con poca savia y escasa
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floración, la tierra que agarra nuestras raíces se empieza a desprender, no nos alimenta y la
humedad es escasa, quedamos en pie tan pocos.
Todo se queda en silencio, no conseguimos crear un pequeño brote que ayude al
resurgir de éste pequeño bosque, ya no quedan matorrales, ni hierba, las zarzas hace más de dos
años que se secaron y sus largos brazos y su amplia frondosidad que cubrían amplias zonas
verdes, ahora han cegado el suelo convirtiéndolo en oscuras camas leñosas, en las cuales no ha
vuelto a florecer nada, ni siquiera el musgo que salía cada invierno, ya que no tenemos zona
sombría y húmeda que facilite su nacimiento.
Perdemos la esperanza y el causante de todo esto, el verdadero culpable de aquel
incidente no se preocupa por nuestro futuro, ni siquiera se acuerda de nosotros, los pocos que
sobrevivimos, menos aún de nuestros hermanos que ardieron y a pocos metros yacen
calcinados, si fuera posible que de este tronco viejo resurgiera un pequeño brote, que de alguna
de mis raíces asomara un pequeño rabito de vida, que alguna rama diera una flor, que alguien,
con un pequeño esfuerzo creara un poco de savia nueva y brotara un esqueje de esperanza y
con él una nueva generación.
Pero estamos cansados y más de la mitad de nuestro cuerpo seco, apenas nos
mantenemos en pie, los pocos que podemos, ya que el resto cayo debido a la falta de agarre, el
agua corre muy deprisa por nuestras raíces, arrastrando todo lo que puede a su paso y antes de
poder hacer nada, se lleva la arena, piedras y tierra, tan necesarias para nosotros, dejando
nuestras raíces al aire, sin nada donde agarrarnos, sin terreno donde alimentarnos y a la
intemperie, sufriendo las inclemencias climatológicas que secan , hieren y estropean nuestras
raíces y favoreciendo nuestra prematura muerte .
Ya no nos queda más tiempo, solo podemos recordar a nuestros amigos y compañeros y
esa frondosidad tan bella que creamos en tiempos pasados, un bosque lleno de vida, un bosque
animado, un bosque majestuoso, lleno de toda la gama de colores y del cual el hombre se
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aprovechaba, recorriéndolo en primavera entre nuestros bellos paisajes, recolectando nuestros
variados y frondosos frutos, disfrutando de nuestra flora y fauna, sirviéndose de nuestra leña
para calentarse en el duro invierno, sabia sacar el mayor partido de nosotros en cada época del
año y ahora nos ha dejado solos.
Él fue el causante de esta situación y él puede ayudarnos, pero nos ha abandonado, ya
no se acuerda de nuestros servicios prestados, de todo lo que nosotros les dimos, de nuestros
frutos, nuestra resina, nuestra madera, ya no quiere pasear por un paisaje desolado por el fuego,
nos ha dejado a un lado, a nuestra suerte, pero esa suerte no nos ha llegado, y no tenemos quien
nos cuide, pode nuestras ramas secas, o desbroce nuestro suelos, estamos solos al amparo del
tiempo, tiempo que llega a su fin, pero siempre cabe la esperanza, esperanza de que alguno de
mis compañeros resurja, que vuelva a retoñar, o que una ardilla vuelva este verano y ayude con
una pequeña semilla, o tal vez una ráfaga de aire traiga una ayuda, aun hay esperanza, pero ya
no para mí.
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