Me hice todo para todos

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INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA
fundado por san Juan Bosco
y por santa María Mazzarello
N. 898
Me hice todo para todos
(1 Cor 9,22b)
Con gozo me dirijo a vosotras, queridas hermanas, para un encuentro mensual que quiere ser
expresión del espíritu de familia que nos hace sentir profundamente unidas.
La carta de sor Emilia que comunica el lema y el lugar elegido para la fiesta de la gratitud, el
próximo 26 de abril de 2009, ya os ha llegado y ahora comparto con vosotras algunas
reflexiones maduradas en la oración. Después de la experiencia del Capítulo General vivida
en el Cenáculo convertido ya en un Cenáculo abierto, me ha parecido significativo señalar la
Inspectoría de Oriente Medio como ambiente para celebrar esta fiesta. Agradezco a la
Inspectora y a las hermanas que han aceptado esta invitación, dando a todo el Instituto la
oportunidad de vivir con ellas este momento.
En el bimilenario del nacimiento de San Pablo se ha privilegiado la ciudad de Damasco, lugar
particularmente indicado para recordar también los caminos de conversión al amor propuestos
en el Capítulo XXII.
El camino de Damasco es la tierra de la conversión de Pablo. El hecho de ser fulminado por
Cristo hizo de él un apóstol de corazón encendido de amor, enteramente dedicado a la misión
de predicar a Jesús crucificado y resucitado.
El eslogan «Me hice todo para todos» (1 Cor 9, 22b), elegido por aquella Inspectoría, nos
ayudará a descubrir la energía que hace posible al Apóstol gastar su vida por la causa, qué
tipo de relación tiene con las personas de distinta procedencia cultural y religiosa, cuál es la
meta hacia donde se dirige.
Con la misma pasión de Pablo, dejémonos atraer de forma irresistible por Jesús para vivir el
evangelio del amor, la llamada a ser juntas signos y expresión de este amor entre los jóvenes.
Un camino de conversión al amor
En la presentación de las Actas del CG XXII se evidencia que este documento, más que una
exposición de conceptos y de ideas pretende favorecer encuentros entre personas. En realidad,
es el encuentro profundo con personas significativas lo que transforma la vida. Los caminos
de conversión al amor que hemos señalado nacen de esta experiencia.
El encuentro decisivo, base de todos, es el encuentro con Cristo: un hecho que inquieta, que
obliga a una opción radical. Así fue para Pablo cuando encontró al Señor resucitado. Cegado
por su luz, los ojos de la carne ya no le servían. Necesitaba una nueva visión, una iluminación
radical; necesitaba una nueva mirada para dar color a las cosas de siempre, un cambio de
perspectiva: todo lo que antes era importante, ahora perdía a sus ojos todo valor; se convertía
en basura (cfr. Fil 3, 7-8).
El encuentro con Jesús transforma su pensamiento, su vida; orienta su pasión: de perseguidor
pasa a ser apóstol incansable para llevar la luz de Jesús incluso a los paganos. La conversión
de Pablo es un hecho de gracia, un don de Dios, una llamada que él acoge con agradecimiento
y vive con un dinamismo de amor siempre nuevo, asumiendo un camino consciente de
libertad en el que incluso sus derechos de apóstol son secundarios. Por esto puede decir:”Aun
estando libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar el mayor número posible».
Toda la vida de Pablo está marcada por el encuentro con Jesús hasta el punto de que ya no
consigue vivir ni pensar más que en Él. Este concentrarse en Jesús no cierra, antes bien, libera
su corazón y lo abre a los otros.
Benedicto XVI pone de relieve que Pablo en Damasco «No perdió nada de cuanto había de
bien y de verdad en su vida, en su herencia, pero comprendió de una nueva manera la
sabiduría, la verdad, la profundidad de la ley y los profetas... Al mismo tiempo, su razón se
abrió a la sabiduría de los paganos; y abriéndose a Cristo con todo el corazón, fue capaz de
tener un diálogo generoso con todos, fue capaz de hacerse todo para todos». (Audiencia
3/09/08).
Sólo quien se confiesa discípulo de Cristo, atrapado por su amor como Pablo, puede decidir
libremente hacerse siervo de todos. Es una actitud que ya hemos contemplado en María de
Nazaret. El sí a Dios la dispuso de manera impensada a acoger la Palabra en su mente y en su
seno y a prestar servicio a quien lo necesitara; dirigió sus pies de misionera hacia Ain Karim,
sin preocuparse por los obstáculos del camino ni por el cansancio a que se exponía.
En el documento capitular hay una afirmación que manifiesta nuestra voluntad de volver a
Jesús, que fue quien impulsó nuestra vocación: «Jesús es el signo más sorprendente del amor
de Dios». «Estamos llamadas a ser memoria viva de su forma de existir y de actuar, de
descubrir el atractivo de la relación radical con Él» (Actas n. 37). La fuerza del cambio y la
energía que lo hace posible está en el reto que supone ser memoria. El camino de conversión
al amor culmina con el deseo de alcanzar la identificación con la persona amada: «Para mí
vivir es Cristo». Si nos dejamos tocar el corazón por Jesús se abrirá a nosotras toda la
sabiduría y la riqueza de la verdad del Evangelio y nuestra vida será transformada por él.
Se hizo débil con los débiles
La libertad de que goza Pablo compenetrándose con el Señor Jesús como único amor, le
permite hacerse siervo de todos, débil con los débiles, judío con los judíos, griego con los
griegos para ganarlos a Cristo. Pablo, intransigente respecto al anuncio fundamental de Jesús
crucificado y resucitado, se adapta a las diversas situaciones, sin preocuparse por su persona
ni por la recompensa que como apóstol se le debe; es flexible con las tradiciones específicas.
Jesús nos ha dado una ley de libertad en el amor. Su mensaje puede encarnarse en cada
cultura, asumiendo sus valores y purificándolos a la luz del nuevo anuncio de salvación.
Universalidad del mensaje e inculturación son los dos polos del programa misionero de Pablo.
Sus palabras nos indican el camino: hacerse todo para todos.
Se trata de despertar en nosotras la pasión educativa de nuestros Fundadores, el ardor del da
mihi animas y la consigna a ti te las confío, para estar total y gratuitamente disponibles al
servicio de esa necesidad de vida que anida en cada persona, especialmente en las y los
jóvenes más pobres, débiles e indefensos.
También nosotras tenemos la experiencia de ser débiles. Sea cual sea esta debilidad y
cualquiera que sea el aspecto que tenga a los ojos de las personas humanas, los débiles tienen
su derecho ante Dios y en la comunidad eclesial. Dios mismo quiso hacerse pequeño en Jesús
para unirse a los más débiles.
Estamos convencidas de que nuestras comunidades están llamadas a realizar un verdadero y
profundo camino de conversión al amor, pero al mismo tiempo reconocemos que no siempre
respondemos a esta llamada (cfr. Actas nn. 33-44). Estamos impacientes por conocer qué
pasos reales se están dando en este camino. Cuando los comparamos con los objetivos, la
sensación de nuestra poquedad puede generar actitudes de desánimo y también de
intransigencia con quienes no mantienen el ritmo y frenan la marcha de la comunidad.
¿Qué hacer? ¿Dejar atrás a las personas débiles y continuar directamente hacia la meta?
¿Reducir los objetivos porque no se consigue alcanzarlos?
La actitud de Pablo es completamente distinta: hacerse débil con los débiles, es decir,
acogerlos, comprenderlos, dar más a quien menos ha recibido, hacer que resplandezca ante
sus ojos el testimonio de la gracia de Dios transformada en compromiso responsable. La
comunidad no se renueva porque cambien algunas situaciones externas, sino porque sus
miembros se acogen mutuamente como único cuerpo de Cristo. Incluso con las inevitables
debilidades. El verdadero amor recibido y dado puede transformar estas debilidades, y puede
también generar vida y esperanza desde la propia pobreza, espacio privilegiado donde Dios
puede manifestarse. Es importante cambiar nuestros razonamientos y creer en ellos.
La apertura a las diversas culturas es una forma de acogida, de atención a los más débiles
representados por las minorías. Cada vez tomamos mayor conciencia de la identidad
internacional del Instituto y de su llamada al diálogo intercultural. De hecho, muchas de
nuestras comunidades ahora ya son multiculturales. No me refiero sólo a las comunidades
FMA, sino al ambiente educativo donde confluyen inmigrantes de toda identidad cultural,
religiosa, lengua, al que llegan prófugos sin patria, a veces sin familia, sin afectos, sin ideales.
Acogerlos es el primer paso del amor preventivo. Comprenderlos como personas y como
riqueza, no como problemas para la colectividad, es cultivar la misma actitud de Pablo.
Llenarlos de aquel amor tan universal y tan personal que Jesús vino a traernos –amor que nos
abre a recibir la vida de ellos, sus valores, sus propuestas en un intercambio fecundo - es el
camino para la verdadera interculturalidad. Se trata de una cuestión de amor.
Para ganar a alguno a cualquier costa
Si el máximo empeño apostólico de Pablo es ganar para Cristo el mayor número posible de
cuantos lo escuchan, las expectativas con respecto al resultado son limitadas: ganar al menos
a alguno. No obstante, nadie como Pablo ha recorrido tantos kilómetros para llevar el
evangelio a todos. Él sabe que su deber es sembrar. Es el Espíritu de Dios el que hace crecer y
da fecundidad.
El recorrido de la Palabra iniciado en Jerusalén también hoy debe poder llegar a los confines
del mundo, al centro de cada corazón. La Palabra de Dios no puede permanecer encadenada.
El reciente Sínodo de los Obispos ha subrayado el compromiso de anunciarla con pasión y
con gozo. El Señor Jesús es plenitud de vida: lo da todo y no quita nada. Debemos escuchar
dentro de nosotras las palabras que Pablo se dirige a sí mismo: «¡Ay de mí, si no
evangelizo!»; hacer latir nuestro corazón con el doble movimiento de sístole y de diástole:
cerca de Jesús para estar junto al mundo, sobre todo con los jóvenes.
En el trabajo de preparación al Capítulo, las inspectorías evidenciaron las antiguas y nuevas
pobrezas que sufren los jóvenes. Son pobres sobre todo de amor. Dando a Jesús, anunciando
su palabra, nosotras – FMA, laicas y laicos – hacemos crecer su alegría porque los
orientamos hacia el amor verdadero, hacia la fuente de la auténtica felicidad.
Estamos convencidas de que una renovada pasión por Cristo nos ayudará a reencontrar el
impulso misionero que ha caracterizado nuestro carisma desde los inicios, generará un soplo
de nueva vida en las comunidades y, quizás, se convertirá en propuesta vocacional.
Nos preguntamos: ¿de qué modo, como comunidad educativa, podemos anunciar a Jesús en
contextos no cristianos, o donde conviven diversas confesiones cristianas? Podemos hacerlo
siempre mediante el respeto y el diálogo, el mutuo intercambio de los dones. No queremos
imponer, pero tampoco ser tímidas en la propuesta. «El amor de Jesús nos empuja». Y
nosotras queremos hacer este servicio al amor con todo nuestro ser, haciéndonos “todas para
todos” de manera que nadie quede excluido del anuncio de la buena noticia, del círculo del
amor. Ser de Jesús lleva el distintivo del amor, se expresa en aquellos signos de amor
preventivo que Pablo describe en el himno a la caridad. Donde existen varias confesiones
cristianas, podemos leer juntas la Palabra; en los lugares donde nos encontramos conviviendo
con religiones distintas, podemos descubrir la sabiduría de vida que hay en ellas. En cualquier
lugar podemos expresar aquella solidaridad que es el signo de Dios-con-nosotros, sin hacer
diferencias entre personas ni procedencias. Nuestros ambientes educativos se convertirán de
esta manera en talleres de educación a la paz, en un modo de vivir juntos bajo el signo del
respeto, la tolerancia, la benevolencia en la propuesta. Es decir, podemos construir puentes
fiables de amor y de solidaridad.
Os agradezco por adelantado, queridas hermanas, el signo concreto de solidaridad que este
año tendrá un doble destino: Cremisán, un lugar de Tierra Santa, y Mornese, la tierra santa
donde floreció el carisma de nuestro Instituto.
Os estoy agradecida por lo que sois y lo que juntas os empeñáis en ser y en construir como
comunidad educativa.
Que el tiempo de Cuaresma que pronto va a comenzar marque un camino más decidido de
conversión al amor y lleve a una renovada aceptación del anuncio claro y transparente de
Jesús, él que “me amó y se entregó por mí “(cfr. Gal. 2,20).
En la Eucaristía diaria, donde nos reencontramos, el gracias recíproco cobra significado y
profundidad. Con Pablo os digo gozosa: «Dios me es testigo del profundo afecto que tengo
por todas vosotras en el amor en Cristo Jesús» (cfr. Fil 1,8).
Roma, 24 febrero 2009
Afma. Madre
Ivonne Rengouat
Nueva Inspectora
Inspectoría Uruguaya “Inmaculada Concepción”
Sor María Inés Wynants
URU
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