Dos dictaduras en el límite de la guerra. El testimonio

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Dos dictaduras en el límite de la guerra. El testimonio
editorial del conflicto del Beagle (1977-1979) 1
César L. Díaz, Mario J. Giménez y María M. Passaro
Universidad Nacional de La Plata
Resumen
En esta oportunidad analizaremos la posición editorial de los
matutinos La Prensa, The Buenos Aires Herald y El Día
frente a uno de los conflictos que casi llevó a la Argentina a
una guerra durante la última dictadura militar. Nos referimos
específicamente a la disputa entablada entre nuestro país y
Chile por la soberanía sobre el canal de Beagle entre el 2 de
mayo de 1977 -cuando ambos países conocieron el resultado
del laudo arbitral comunicado por la corona británica- y el 9 de
enero de 1979 -momento en el cual se firmó entre ambas
representaciones diplomáticas el acuerdo de Montevideo bajo la
observancia del enviado papal, cardenal Antonio Samoré-. Para
comprender más acabadamente el discurso editorial de los
medios propuestos creemos ilustrativo presentar previamente
una breve reseña de la vida institucional de cada uno y los
antecedentes históricos y detonantes del conflicto estudiado,
para luego desarrollar el análisis del corpus, el cual tendrá en
cuenta las estrategias y argumentos esgrimidos por cada
periódico para justificar su posición favorable o desfavorable
frente a la guerra como posible forma de resolución del
conflicto.
A la última dictadura militar instaurada el 24 de marzo de 1976
probablemente le corresponda en la historia institucional de
nuestro país el más triste papel que pueda caberle a gobierno
alguno pues implementó un “plan” que no dejó asunto de
Estado por “subvertir”. En materia económica legó a varias
generaciones una voluminosa deuda externa que aún sigue
siendo una espada de Damocles para los argentinos; en lo
relativo a derechos humanos y libertades civiles la implantación
del terrorismo de Estado arrojó como resultado miles de
desaparecidos, centenares de exiliados, la aplicación de
diversas formas de censura y autocensura en la ciudadanía y
en los medios de comunicación; con respecto al trabajo y la
producción, la destrucción del aparato productivo condujo a la
desocupación a millones de compatriotas; y en lo referido a la
política internacional afrontó, dos graves conflictos “bélicos”
que también significaron cuentas pendientes para futuras
generaciones: el diferendo limítrofe con Chile en la región
austral y la “defensa” de nuestros derechos soberanos en las
Islas Malvinas. Estas últimas cuestiones demostraron que, ni en
la formación militar ni en la diplomacia, la oficialidad argentina
se hallaba a la altura de la responsabilidad que exigían las
obligaciones inherentes a los cargos que ostentaban y a las
querellas que heredaron o promovieron.
En este estudio recorreremos el discurso editorial de tres de los
diarios
de más
antigua trayectoria y reconocimiento
internacional del periodismo gráfico de nuestro país: La
Prensa, The Buenos Aires Herald y El Día sobre una “guerra
que no fue”(2), es decir, el relato de un enfrentamiento que
estuvo a punto de dirimirse por la fuerza. El conflicto referido
consiste en la disputa entablada por nuestro país y Chile por la
soberanía sobre el canal de Beagle entre el 2 de mayo de 1977
-cuando Argentina y Chile conocieron el resultado del laudo
arbitral comunicado por la corona británica- y el 9 de enero de
1979 -momento en el cual se firmó entre ambas
representaciones diplomáticas el acuerdo de Montevideo bajo la
observancia del enviado papal, cardenal Antonio Samoré-.
En referencia al corpus creemos ilustrativo señalar algunas de
las principales características de la vida institucional de los
medios. La Prensa comenzó a circular el 18 de octubre de
1869 y era en la coyuntura analizada uno de los diarios más
prestigiosos en el país y en el exterior. Desde su fundación se
consolidó como una de las primeras empresas periodísticas
modernas de Argentina destacándose por presentar dos
particularidades principales: el espacio de privilegio otorgado a
la superficie publicitaria respecto de la redaccional y la
publicación de avisos de oferta de trabajo de los sectores más
postergados, los que tenían un costo sensiblemente inferior al
resto. Desde 1898 y hasta 1943 estuvo dirigido por Ezequiel
Paz. Entre los colaboradores más destacados podemos
mencionar a Eleodoro Lobos, Estanislao Zeballos, Lamontaigne,
Cosme Mariño, Joaquín V. González y muchos otros. El
crecimiento comercial y periodístico de La Prensa fue
persistente y continuó hasta la primera mitad del siglo XX,
alcanzando en la opinión pública niveles de confiabilidad tan
altos que se popularizó la frase "lo dice La Prensa". En 1951
sufrió un duro golpe cuando fue expropiada, luego de las
investigaciones llevadas a cabo por la comisión Visca, iniciadas
en realidad a partir de un conflicto surgido entre los canillitas y
el medio. El diario no sólo se había opuesto, como la mayoría
de los medios a excepción de La Epoca, a la candidatura a
presidente del coronel Perón, sino que también representaba
para el peronismo el símbolo de la oligarquía argentina
constituyéndose, de esta manera, para el discurso oficial, en el
principal exponente de la "otredad" que permitía identificar,
legitimar y definir al nuevo movimiento en el imaginario
popular, en un "nosotros" peronista. Luego del conflicto con los
vendedores, el diario fue expropiado y entregado a la CGT, que
tuvo a su cargo la dirección hasta 1955 . Después del golpe
militar que derrocó al presidente Perón fue devuelto a sus
antiguos propietarios, la familia Gainza Paz y reapareció
nuevamente, el 3 de febrero de 1956, con una tirada de
350.000 ejemplares. A partir de entonces se publicó una
leyenda en la página editorial que decía: "Diario de la
mañana fundado por José C. Paz el 18 de octubre de
1869. Director desde 1898 a 1943 Ezequiel Paz.
Clausurado y confiscado por defender la libertad el 26-151; reinició sus ediciones el 3-2-56", y que evidenciaba la
adopción de una posición rígida y combativa en esta tercera
etapa del matutino. Sin embargo, el tono opositor del periódico
no se amoldaba a los nuevos tiempos, muy competitivos, por lo
que le resultaba dificultoso recobrar a muchos de sus
avisadores quiénes, a partir de 1951, prefirieron publicar sus
avisos en otros diarios y sobre todo en uno de corta
trayectoria, Clarín(4). En cuanto al posicionamiento editorial
del matutino indicaremos que en la tercera gestión justicialista
retomó su carácter opositor(5) en virtud del cual fue uno de los
“constructores” del golpe de estado de 1976(6) .
The Buenos Aires Herald fue fundado el 15 de septiembre de
1876 y comenzó a circular bajo el nombre de Herald. Escrito
en inglés íntegramente, no se editaba en forma diaria (salía el
1, 5, 9, 15, 25 y 30 de cada mes). En 1877 se convirtió en un
cotidiano y a su denominación original le incorporó las palabras
Buenos Aires. El primer editor responsable fue el escocés Mr.
Williams T. Cathcart. Su aparición procuró proporcionar a la
importante colonia angloparlante, que comenzaba por esos
años a radicarse en nuestro país, fundamentalmente hombres
de negocios, información comercial y marítima. Años después
incorporó la información de carácter general. Asimismo, esta
publicación se distinguió por haber sido la primera en contar
con un servicio cablegráfico regular con Europa, por medio de
la agencia de noticias Havas y uno trasandino de tipo
telegráfico(7). En 1926 pasó a manos de los hermanos
Rugeroni. Durante el gobierno de Juan D. Perón (1946-1955)
comenzó a publicar la sección editorial en castellano en virtud
de un decreto gubernamental aprobado a tal fin. En 1959
emprendió la edición de suplementos los fines de semana. Una
década después la empresa norteamericana Charleston
Publishing Company se convirtió en accionista mayoritaria. En
1966 Robert Cox fue designado director, cargo que mantuvo
hasta el 15 de diciembre de 1979. Algunos de sus principales
colaboradores,
fueron
Andrew
Graham-Yooll
y James
Neilson(8). Este diario sostuvo una línea editorial contraria a
cualquier forma de violencia denunciándola sostenidamente
durante la década del ‘70 y, sobre todo, luego del último golpe
militar(9) al cual, paradójicamente, ayudo a perpetrar(10).
Finalmente sobre El Día consignaremos que fue fundado el 2
de marzo de 1884 por una sociedad formada por Manuel
Láinez, Julio Botet, Arturo Ugalde y Martín Biedma, hombres
vinculados a los ámbitos políticos, empresariales y periodísticos,
que entendieron que la nueva capital de la provincia, a poco
más de un año de su fundación, debía tener un órgano de
prensa que le fuera propio y que supiera combinar el ejercicio
del periodismo con el interés empresarial. Fiel a estas premisas
y desafiando los avatares de la convulsionada historia política
de nuestro país en el siglo XX, mantuvo una coherencia con los
objetivos fundacionales(11). Sin desmedro de esta condición
tuvo en horas de alto dramatismo para la vida institucional del
país, como lo fue el golpe de Estado de 1930, una activa
participación y una real incidencia en la formación de la opinión
pública favorable a un ‘cambio’ que, al igual que los diarios
anteriormente mencionados, no consideraba una ruptura
institucional(12). En 1945 el matutino asumió un discurso
sumamente hostil con el que era secretario de Trabajo y
Previsión, Ministro de Guerra y Vicepresidente de facto, Juan D.
Perón, cuya manifestación más elocuente la constituyó el
incesante toque de la sirena, ubicada en la terraza de su
edificio -situado en la diagonal 80 de la ciudad de La Plata- al
anoticiarse de que el coronel Perón había sido destituido de sus
cargos y confinado a la isla Martín García el 9 de octubre de
1945. Circunstancia que el 17 y 18 de octubre ocasionara,
entre otras cosas, el apedreo de su edificio y medios de
transporte, la quema de gran cantidad de sus ejemplares e,
incluso, el cierre temporario de sus instalaciones(13). A partir
de 1962, El Día fue dirigido por David Kraiselburd hasta el
momento en que fue secuestrado por una organización
guerrillera en 1974, habiendo sido asesinado en confusas
circunstancias. A pesar de ser un periódico atento a las
necesidades de la ciudad capital provincial empleó su espacio
editorial para denunciar las violaciones a los derechos humanos
efectuadas por los grupos armados y autoridades civiles y
militares, en particular contra la libertad de prensa desde
1974(14).
Ahora bien, resulta pertinente destacar que efectuaremos
nuestro análisis considerando el contexto del sistema político
del momento y, en cuanto a los diarios, sin desconocer que
“no ‘copian’ nada (más o menos bien o más o menos mal),
producen realidad social”(15) , a pesar de que la etapa
estudiada (1977-1979) se caracterizaba por el predominio, en
el ámbito político, de los mecanismos de coerción por sobre los
de consenso, circunstancias en las cuales se acrecienta el poder
de los medios de comunicación, pues en una “sociedad en
crisis aparecen los discursos autolegitimadores por parte
del poder político y la comunicación social de masas tiene
una importante misión legitimante”(16) . En tal sentido los
periódicos cumplen la función de “agenda-setting”(17) , pues
no determinan cómo deben pensar las personas, pero sí acerca
de qué deben pensar. Recordemos que entonces no todos los
órganos de prensa asumieron la misma posición con respecto a
la dictadura, pues si bien, de un modo u otro, todos apoyaron
al golpe de estado y los objetivos propuestos por el nuevo
gobierno(18) , en el transcurso de primer año de gestión
algunos comenzaron a virar su posición institucional hacia
formas variadas de crítica, centradas en aspectos económicos,
educativos, y, sobre todo, en el escaso respeto a la libertad de
expresión que observara el régimen.
Por otro lado, nuestra indagación se centrará en la columna
editorial en virtud de que este género posee una estructura
discursiva que lo distingue de otras formas periodísticas de
ejercer tareas “ideológicas”. Su función es informar y encabezar
la opinión pública, cumpliendo una labor directriz que viene a
reforzar el pacto de lectura existente entre el medio y su
público(19) , en particular el denominado “público activo”(20) .
Los prolegómenos y detonantes del conflicto
Los contornos de la geografía nacional han sufrido mutaciones
permanentes desde el movimiento emancipador de 1810. Por
supuesto que no en todos los casos la superficie de nuestro
país fue violentada fruto de la intervención de potencias
extranjeras, pues en numerosas oportunidades las propias
autoridades argentinas convalidaron mecanismos de mediación
para sortear las querellas limítrofes con los países vecinos.
Quizá por ello, acertadamente, el tratadista Domingo Sabaté
Lichtschein haya definido a la Argentina como la “República de
los arbitrajes”(21) .
Los diferendos limítrofes en la frontera sur con la República de
Chile dieron lugar a momentos de negociaciones diplomáticas
intensas así como también a etapas de distensión, que fueron
propiciadas más por la desidia que por el compromiso de
ambos Estados para sostener relaciones armoniosas. En
relación con las primeras, el Tratado de 1881, el Protocolo de
1893 y los Pactos de Mayo de 1902(22) , son los antecedentes
de mayor vigor, en los cuales se fundaron expectativas ciertas
a favor de nuestro país, para la resolución de las cuestiones
limítrofes en la zona austral. Durante la segunda época, entre
1902 y 1977(23) , tuvieron lugar álgidos sucesos que no
siempre fueron resueltos recurriendo a un plan de acción
diplomática coherente a lo largo del tiempo. Por un lado,
mencionaremos la gestión llevada adelante por la Armada
argentina cuando impidió, en 1958, un acto posesorio sobre el
islote Snipe(24) (situado al noroeste de la isla Picton),
“reavivando” la disputa fronteriza. Contrariamente, el reclamo
formulado por los chilenos en 1966 sobre la jurisdicción en el
río Encuentro no fue dirimido entre las partes sino que se
apeló al arbitraje internacional(25) .
El último tramo de la relación bilateral en torno a este tema se
inauguró con el acuerdo celebrado en la provincia de Salta
entre el presidente democrático chileno Salvador Allende y el
mandatario de facto argentino Alejandro Lanusse, quienes
aceptaron someter a arbitraje internacional la cuestión del
límite austral y la soberanía sobre las islas Picton, Nueva y
Lennox. Este pacto allanó el camino del compromiso refrendado
el 22 de julio de 1971 permitiendo la intervención de la Corte
Arbitral presidida por la reina británica Isabel II(26) quien, el 2
de mayo de 1977, dio a conocer su decisión favorable a la
posición chilena. El dictamen encontró a ambos países bajo
sangrientas dictaduras. Argentina, particularmente, padecía un
régimen
castrense
que
profundizó
y
perfeccionó los
mecanismos de coerción que sus antecesores habían esbozado
o puesto en ejecución desde hacía, por lo menos, un par de
décadas, practicando un terrorismo de Estado que ilegalizó las
actividades políticas y sindicales, clausurando sus locales
partidarios y sedes gremiales, además de desplegar un
complejo
dispositivo
censorio
sobre
los
medios de
comunicación(27) .
Apenas repuesto del impacto provocado por el dictamen
internacional, el ánimo militar se vio jaqueado por la emisión
del decreto 416, el 14 de julio de 1977, por el cual Pinochet
aceptaba los límites de la zona en conflicto dispuestos por el
laudo. En agosto el embajador argentino en Chile presentó una
protesta formal pero el 27 de octubre fue rechazada
rotundamente por el ministro de relaciones exteriores
trasandino. En el transcurso de esos cuatro meses se
organizaron dos encuentros infructuosos, entre representantes
de ambos países, con el fin de examinar los problemas
derivados del laudo en el extremo austral del continente. El
último intento fallido de negociación se produjo a finales del
año 1977 cuando Videla envió al almirante Julio Torti a
Santiago, en misión secreta, para hablar con Pinochet. No
obstante ello, el primer mandatario chileno arregló posterior y
secretamente un encuentro con Videla preocupado por la
reacción de los sectores “duros” de las fuerzas armadas
argentinas. La reunión finalmente se concretó en la base militar
El Plumerillo, en la provincia de Mendoza, el 20 de enero de
1978. Allí se designaron sendas comisiones militares que
prepararon el segundo encuentro, realizado en Puerto Montt
(Chile) el 20 de febrero del mismo año. En el interregno entre
las dos reuniones, el 25 de enero de 1978, se hizo efectivo el
público rechazo del laudo por parte del gobierno argentino.
El Acta del Puerto Montt, establecía tres fases para llegar a un
acuerdo, encabezadas cada una de ellas por comisiones
negociadoras(28)
.
La
segunda
comisión
fracasó
estrepitosamente en su misión alcanzándose el clímax bélico a
fines de 1978. A esta altura es importante recordar al lector la
vital importancia de las internas dentro de las fuerzas armadas
para comprender más acabadamente la “lógica” de los
acontecimientos. Videla encabezando “supuestamente” el sector
‘blando’ de las fuerzas armadas se resistía a concretar el
conflicto armado(29) con el país vecino mientras que el bando
de los “duros”, dirigido por Massera(30) y Suarez Mason,
presionaba contrariamente(31) . Por lo tanto en diciembre de
1978 Videla y Pinochet- quien también sufría similares
presiones a las de su par argentino- conversaron en dos
oportunidades telefónicamente para que no feneciera la
posibilidad de negociación. Así fue como el 12 de diciembre de
1978
se celebró
una
reunión
entre
los cancilleres,
proponiéndose varias organizaciones internacionales para la
mediación, las que fueron desechadas optándose finalmente
por la intervención del Vaticano. El Papa designó como su
representante especial al cardenal Antonio Samoré quien llegó
a Buenos Aires el 26 de diciembre de ese año y, luego, partió
hacia Santiago, culminando sus primeras actividades con la
reunión tripartita de Montevideo que tuvo lugar el 8 de enero
de 1979, en la que ambas partes firmaron unas actas en las
que se comprometían a volver la situación militar de 1977. La
dilación en la adopción de un veredicto se hizo notoria y la
propuesta papal definitiva fue rechazada finalmente por Videla
en 1981 pues no respetaba el principio bioceánico. El conflicto
recién sería resuelto definitivamente en 1984 durante el
gobierno democrático del Dr. Raúl Alfonsín.
Primer desencuentro de las dictaduras(32) (2/5/7725/1/78)
Desde la comunicación del fallo del laudo hasta el rechazo
argentino
Una vez conocido el resultado del laudo arbitral, el 2 de mayo
de 1977, el gobierno argentino no efectuó manifestaciones
públicas al respecto. El día después el Herald editorializó en
forma explicativa y crítica presentando el posicionamiento que
sobre el tema mantendría durante el período analizado, es
decir evitar un enfrentamiento armado por todos los medios.
Quizás esta perspectiva pueda comprenderse en virtud del
compromiso que el diario –en particular su director Robert Coxmantuvo con el reclamo por las violaciones de los derechos
humanos y al apreciar sensatamente los problemas que
enfrentaba nuestro país, por lo cual probablemente rechazara
de plano sumar a la conflictividad local una externa(33) .
Entonces, señalaba que habíamos llegado a la instancia del
arbitraje ante la imposibilidad de los dos países de alcanzar un
acuerdo por lo cual prevenía que “si Argentina decide no
aceptar el arbitraje las perspectivas no son muy
prometedoras. En lugar de eliminar la manzana de la
discordia
podrían
crearse
problemas enteramente
nuevos” además de exponer sus dudas frente al incipiente
chauvinismo desatado en el país: “los que se preocupan por
el interés nacional deberían ahora evaluar el rostro que
Argentina presentaría ante el mundo si el arbitraje no se
aceptara” (3/5/77). La Prensa, en cambio, adoptó una
postura activa con el objeto de incorporar y mantener en la
agenda-setting una cuestión que consideraba importante para
el interés nacional en particular ante la falta de declaraciones
oficiales. Ejerciendo el rol de cuarto poder y una declarada
“tesitura republicana”(34) , denunció constantemente la falta de
información sufrida por la
ciudadanía, destacando la
importancia de divulgar los pormenores de la “justa causa”
defendida por las autoridades. En su primer editorial sobre el
tema, a pesar de la escueta información y sin tener en cuenta
la decisión que adoptaría el gobierno argentino, asumió desde
primer momento un posicionamiento contrario al veredicto,
indicándole a su alocutario que “la publicación de los
fundamentos de la decisión arbitral ilustrará a la opinión
pública sobre los aspectos fundamentales de la cuestión”
(5/5/77). Exactamente un mes más tarde, en un segundo
editorial bajo el título “Informaciones pendientes sobre el
laudo del Beagle”, que denotaba la persistencia del reclamo
frente a la notoria ausencia de información oficial, insistía
admonitoriamente sobre la necesidad de que “cualquiera sea
el término que se tome el gobierno de la Nación para el
debido conocimiento de la sentencia en cuestión, ésta no
es susceptible de mantenerse ajena a la información
completa que se le debe a todo el país” (5/6/77). Este
aspecto, recién volvería a ser considerado a fines del año,
cuando se vencía el plazo de nueve meses que tenía el
gobierno argentino para expedirse sobre el laudo arbitral.
El diario El Día, a pesar de no haber reparado en el asunto de
la desinformación oficial respecto a tan delicado tema, no dejó
de expresar en su columna institucional el rechazo que le
provocaba la decisión del tribunal internacional además de
indicar las posibles consecuencias que podría traer aparejadas
“cuando se conoció el laudo arbitral sobre el Beagle, la
casi totalidad de las opiniones vertidas coincidieron en
pronosticar dificultades que excederían el marco de lo
específicamente sujeto al arbitraje y repercutirían sobre
la situación en el Atlántico Sur”. Si bien el principio de
autoridad esgrimido se empleaba de modo impersonal, el
sentido de unanimidad con el que se lo presentaba transmitía
en forma incontrovertible su postura. De los tres medios
estudiados,
fue
quien
con
mayor
prontitud advirtió
editorialmente sobre los pasos que el vecino país daba al
sentirse respaldado por el arbitraje, lamentando que “los
pronósticos, infortunadamente, parecen materializarse, a
través de las decisiones adoptadas por Chile que
equivalen a una autoadjudicación del área, planteando un
nuevo conflicto antes de intentar negociaciones directas
que permitan la fijación de los límites dentro de un marco
de razonabilidad”. Asimismo, también tomó la delantera en
hacer público su apoyo a las autoridades nacionales en la
conducción
de
tan
delicado
tema,
argumentando
apologéticamente que “nuestro gobierno ha expresado
claramente, a partir del momento que se conoció el laudo
arbitral, que sólo admitirá ese dictamen dentro de los
estrictos
límites
sometidos
a
consideración, sin
comprometer su soberanía más allá”. En el mismo sentido
argumental, expuso que “esa decisión, era compartida por
la ciudadanía”, y que en virtud de este apoyo el gobierno
argentino debería encarar negociaciones directas con su par
chileno a los efectos de alcanzar “un entendimiento que
zanje en forma definitiva el problema planteado (...)
eliminando roces que sólo sirven para entorpecer la
búsqueda de vías para canalizar el esfuerzo compartido
de naciones que tienen tantos intereses en común”
(14/8/77). De esta manera expresaba su inequívoca defensa de
la soberanía con el mismo énfasis que la convivencia pacífica
entre las naciones hermanas.
El medio angloparlante, sugestivamente no volvió a editorializar
sobre el tema hasta unos meses después, quizás esperando la
divulgación del posicionamiento oficial. Entonces empleó el
espacio editorial para dejar sentada su perspectiva contraria a
la sanción del tribunal arbitral, aunque sin desconocer que
“nuestro manejo de la disputa sobre el Beagle ha sido
extrañamente inepto”. Similar conducta sostuvo su par
platense, quien complementó la crítica con la advertencia sobre
los potenciales alcances geopolíticos del fallo, explicitando que
él mismo había desatado la “ambición insaciable” chilena que
ya expandía “sus reclamos sobre vastas zonas del
Atlántico Sur, como lo indican los mapas ya publicados en
Chile. También están haciendo lo posible para utilizar el
veredicto de manera de desplazar la frontera chilena en la
Antártida oriental, a costa nuestra” (7/10/77). Dos meses
después, el Herald reafirmaría su frontal rechazo al laudo
insertando en un artículo editorial argumentos explicativos –
aludiendo nuevamente a la impericia con que actuó el gobierno
que aceptó someter el conflicto al arbitraje internacional- y
anticipándose a lo que caracterizaría a la relación entre ambos
“contendientes” durante la mayor parte de 1978. En efecto,
apelaba al principio de autoridad aunque de modo impersonal:
“los numerosos expertos en relaciones exteriores que han
estado argumentado durante años que las fronteras del
Canal de Beagle debieran ser objeto de negociaciones
directas entre este país y Chile, resultaron estar en lo
cierto”, para luego advertir que “la decisión del árbitro al
otorgar a Chile una apertura al Atlántico amenaza con
romper el delicado equilibrio entre los intereses de las
dos naciones en el lejano sur” (10/12/77). A continuación no
descartaba la agudización del conflicto en la zona austral y
proponía la instancia de la negociación en la medida en que
nuestros vecinos estuvieran dispuestos a ello.
Al promediar el año, y al acercarse la fecha límite para la
publicidad de la posición argentina frente al laudo, los medios
dedicaron su espacio institucional para reflexionar acerca del
asunto. Los tres coincidían en la inaceptabilidad del fallo
aunque el tono y argumentos presentaban marcadas
diferencias. El diario dirigido por Cox mantuvo un criterio
realista y conciliador tal como vimos, pues privilegiaba su
posición antibelicista. Por su parte, el matutino de los Gainza
Paz, apelaba a un tono exacerbadamente nacionalista, al
destacar con énfasis la homogeneidad de los distintos sectores
en la Argentina “avalando” la posición nacional de rechazo, y
sin dejar de ‘recordar’ al Poder Ejecutivo su obligación de
informar a la opinión pública. Así en el editorial publicado el 28
de diciembre de 1977, titulado “Opinión pública unificada”,
destacaba que hubiera “tomado cuerpo, en nuestro país, un
vigoroso movimiento de unificación de la opinión pública
nacional en torno del problema en debate. Calificadas
personalidades, múltiples instituciones caracterizadas de
la capital y del interior de la República, órganos de la
prensa
nacional,
agrupaciones
espontáneamente
constituidas para la dilucidación de las cuestiones
político-jurídicas en juego, han ratificado de la manera
más concluyente la posición argentina”(35) . Es decir,
proyectaba la imagen de una masa de la población
encolumnada detrás de la idea que el diario sostenía desde
siete meses atrás. La redundancia en los términos “de la
capital y del interior” era una figura que buscaba completar
la idea de que todos los sectores de la opinión estaban
“unificados”, equiparando esta aquiescencia a la “de otras
instituciones de jerarquía (...) por faltarle en el presente
sus órganos representativos propios”. Para ratificar esta
idea, el remate del artículo remarcaba taxativo: “se ha
pronunciado en forma concluyente el consenso público
argentino”. Aserto que ratificaría a sólo veinticuatro horas El
Día, cuando en su columna institucional refería “el país todo
ha acreditado una cabal inteligencia acerca de la
proyección de las tratativas y no admite otra alternativa
que una definición que signifique el pleno reconocimiento
a nuestros irrenunciables derechos” (29/12/77). Este
argumento parecía estar destinado a fortalecer, como el
anterior, una postura intransigente del régimen ante la
inminencia de la publicidad de su decisión. Recuérdese que a
esta altura de 1978 solamente quedaban los coletazos de los
sentimientos
nacionalistas y patrióticos
exacerbados y
usufructuados por la dictadura con motivo de concretarse en
nuestro país el Mundial de Fútbol ‘78(36) . Por lo cual resulta
más que comprensible la apelación al sentimiento de unidad
que efectuaban estos dos medios.
Los días previos al pronunciamiento de la dictadura videlista en
contra del laudo arbitral, el Herald y La Prensa coincidirían en
explicitar el consenso que lograrían las autoridades nacionales
en caso de decidirse al rechazo del fallo de la Corte Arbitral,
aunque exhibiendo razonamientos diferentes. El medio
angloparlante, mucho más cauto, advertía la “presión” que
ejercía el apoyo ciudadano, en la decisión de las autoridades y,
aunque no dejaba de señalar la “dimensión” del territorio en
disputa, su convicción sobre la soberanía Argentina en la región
era irrevocable: “el gobierno respaldado por la opinión
pública, evidentemente siente muy categóricamente que
si permite que los chilenos tomen las tres islitas en la
boca del canal de Beagle- lo que trasladaría la frontera
marítima de Chile a una considerable distancia hacia el
este- implicaría renunciar a la soberanía, sobre una zona
que ha sido y es y continuará siendo Argentina” (10/1/78).
Pero al mismo tiempo el diario de Cox no dejaba de exhibir sus
temores acerca de la posibilidad de llegar al desenlace de un
conflicto armado en virtud de lo cual demandaba cautela:
“ahora, cuando las primeras planas hablan de guerra, es
el momento para que la Argentina impacte al mundo con
juiciosa madurez y moderación. En esta importantísima
tarea el ministro de relaciones exteriores requiere el
apoyo genuino de la población y no despliegues
exhibicionistas de desenfreno” (12/1/78). En otras palabras,
a entender del periódico la conjunción de las autoridades y la
ciudadanía debía servir para asumir una defensa irrestricta de
los derechos soberanos en la región pero sin conducir al país a
un choque militar.
Por su parte, el diario de la familia Gainza Paz compartía
plenamente el discurso que enfatizaba la unicidad de criterio
entre gobernantes y gobernados a través de una metáfora que
aludía a la “ola de protestas que agitó, a la opinión pública
nacional, en la que se advierte máximo consenso acerca
de la imposibilidad de aceptar que (...) se altere el
principio fundamental de la división oceánica”. Hacia el
final de la nota, se expresaba predictivamente explicitando la
incondicionalidad con que la ciudadanía acompañaría la decisión
oficial -presumiblemente la guerra-: “sobre lo que nadie, ni
dentro ni fuera del país debe abrigar ninguna duda, es
acerca de que la nación está unida para apoyar al
gobierno en una de las situaciones internacionales más
delicadas y complejas que ha debido afrontar desde la
organización nacional” (15/1/78). Evidentemente para el
diario de los Gainza Paz tal era la trascendencia de la decisión
que se retrotraía más de cien años para equiparar la definición
asumida
por
la
dictadura
con
aquellas
medidas
gubernamentales que durante el siglo XIX dieron lugar a la
organización del Estado. El mismo día el editorialista del medio
platense apelaba a una nota admonitoria que particularmente
tenía como alocutario a Pinochet persiguiendo la infructuosa
tarea de conmoverlo para que se aviniera a entablar
negociaciones bilaterales con su par argentino. En esa ocasión
exponía su deseo de que “el gobierno chileno, superando
los intereses subjetivos derivados de cierta euforia
provocada por el fallo, procure un entendimiento, frente a
la apertura honradamente concretada por nuestro país”
(15/1/78).
Resulta evidente que si bien compartían algunos argumentos
similares, la posición más incondicional al rechazo del laudo
“costara lo que costase” era la de La Prensa, mientras que El
Día y el Herald, el más enfático y terminante de los dos,
coincidían en la necesidad de evitar por sobre todas las cosas
un enfrentamiento armado.
Las dictaduras ‘peleando’ al límite de la guerra (25/1/78
– 8/1/79)
Desde el rechazo argentino hasta la aceptación de la
mediación papal
Después de la reunión de El Plumerillo y tras conocerse el
rechazo argentino, La Prensa y el Herald centraron en la
figura de los dictadores sus expectativas para salvaguardar las
relaciones bilaterales, ya que el diario platense curiosamente
casi no editorializó sobre el asunto(37) . Por caso el Herald si
bien lo hacía expresando sus reservas acerca de la “buena
voluntad” con la que podía actuar el tirano chileno, no por ello
desestimaba la posibilidad de arribar a una solución concertada
para, de ese modo, evitar la tan temida guerra: “tal vez los
dos presidentes logren congelar el tema por un tiempo en
la esperanza que pueda dedicarse más concentración y
menos emoción a hallar una solución mutuamente
aceptable. Si no lo logran, entonces puede tornarse
mucho más difícil desacelerar un movimiento hacia una
tragedia completamente innecesaria” (19/1/78). Días
después explicitaría que “luego de una infructuosa, y para la
Argentina perjudicial tentativa de hallar una solución, el
problema ahora está en foja cero” (27/1/78) para
finalmente transmitir su desazón a la opinión pública
advirtiendo: “las esperanzas de que el asunto del Beagle
pudiera acercarse a una
solución mediante las
conversaciones que sostuvieran los presidentes Videla y
Pinochet, han comenzado a desvanecerse. Pese a que
hasta ahora sólo se ha mantenido una ronda de
conversaciones, ésta no ha conducido a nada más que a
una mayor confusión y recelo, en lo que era ya una
complicada disputa diplomática” (4/2/78). Su colega La
Prensa, en cambio, se mostraba más optimista y optaba por
desarrollar una estrategia que le era habitual: buscar en la
historicidad del argumento las razones que explicaran la
posibilidad de un acuerdo entre las dos naciones. De este modo
recordaba a la ciudadanía que “la vinculación tradicional de
ambos países [y] la necesidad y la voluntad de
preservarla y fortalecerla es, precisamente, lo que tan
ejemplarmente procuran los actuales presidentes de la
Argentina y Chile”. Tuvo inclusive en esa misma nota
conceptos laudatorios para Pinochet: “debe reconocerse que
el presidente de Chile ha puesto de manifiesto un espíritu
constructivo inspirado
en la
mejor
tradición de
fraternidad entre ambos pueblos” (16/2/78).
El 20 de febrero de 1978, en la localidad chilena de Puerto
Montt, volvieron a encontrarse los mandatarios para inaugurar
una nueva instancia de negociaciones(38) . En esa oportunidad,
el dictador chileno omitió deliberadamente los aspectos
protocolares y profirió un discurso que contrastaba fuertemente
con los términos del Acta allí suscripta, reafirmando la validez
del laudo arbitral, cuestión que era dejada de lado por el
documento mencionado. En este sentido, resulta elocuente que
mientras La Prensa comunicaba en su sección informativa esos
sucesos, publicara el 22 de febrero un editorial con un título
predictivo e infundadamente auspicioso: “Hacia un acuerdo
con Chile” en cuyo desarrollo no hacía referencia al desplante.
El editorialista sólo daba cuenta de los puntos establecidos en
el arreglo y proponía “confiar sobre todo en el equilibrio y
responsabilidad que los presidentes de Chile y la
Argentina han evidenciado”. El discurso apologético sobre
los dictadores se reiteraría al finalizar la nota, a través de la
importancia que explícitamente asignaba al texto del Acta al
compararla con los Pactos de Mayo de 1902, y mediante una
osada alusión que equiparaba a sus firmantes a los próceres
-“no se han equivocado los presidentes de Chile y la
Argentina al afirmar que al proceder como lo han hecho
en la emergencia interpretaron profundas aspiraciones de
paz, amistad y progreso de ambos pueblos y fueron fieles
al legado de O’Higgins y San Martín”-, otorgándole, de esta
forma, un carácter histórico al evento.
Párrafo aparte merece el desplante protocolar al que Pinochet
sometió a Videla en el encuentro de ambos en Puerto Montt. La
reunión
se
planteaba
como
la
continuidad
de las
conversaciones entabladas el mes previo en Mendoza y su
objetivo, al menos el explicitado, era avanzar en relaciones
bilaterales para arribar a un acuerdo en torno a la disputa de la
soberanía en la región austral. La zancadilla que le jugó el
dictador chileno a su par argentino, no esperó rectificaciones
por parte del Herald, para quien esta actitud era coherente
con otras que la gestión chilena venía desarrollando para
“avanzar” sobre territorios y aguas jurisdiccionales argentinas
por medio de hechos de fuerza. En tal sentido, recordaba a sus
lectores que “la designación de alcaldes marinos con
responsabilidades administrativas sobre territorios aún
en disputa no contribuyeron para nada a convencer a
quienes dudaban de que los chilenos estaban negociando
de buena fe [y que] el desagradable discurso del
presidente Pinochet en Puerto Montt el lunes tuvo un
efecto similar” (22/2/78). Diferenciándose del medio
angloparlante, sus colegas editados en castellano ignoraron
editorialmente esa actitud insolente. El medio porteño aguardó
la explicación oficial para editorializar sobre el “exabrupto
pinochetiano”, gesto que, como sostenía el Herald, se inscribía
en la línea de acción de su gobierno y sería el presagio de una
poco fructífera negociación bilateral que debería desarrollarse
durante el resto del año. Quedó demostrado que la línea
editorial de La Prensa marchaba a la zaga de su colega
angloparlante y del “discurso oficial” cuando recién el 26 de
febrero incluyera una nota para subrayar apologéticamente la
actitud adoptada por el dictador argentino en aquella
circunstancia: “debe destacarse como constructiva y
promisoria, la serenidad y moderación exhibida en el
último informe presidencial frente al discurso del
presidente de Chile, que hubiera sido mejor que nunca se
hubiera pronunciado, tanto por su fondo como por su
forma y su inoportunidad”(39) . De esta manera, la columna
asumía un cariz crítico, aunque llamativamente la persona del
dictador chileno no ocupaba el centro de los ataques, pues
éstos se diluían en generalizaciones sobre las “actitudes y
palabras altamente inconvenientes de miembros del
gobierno de Chile, que esperamos que el tiempo se
encargará de desvanecer”. Diametralmente opuesta era la
visión del Herald, para quien el general chileno estaba a la
vanguardia de su equipo de gobierno. Introducía en su discurso
institucional el principio de la concesión, empleado de tal modo
que parecería incluido para darle la razón a sus oponentes,
pero en realidad explicitado con el objeto de reafirmar su
tesitura: “Pinochet por supuesto, puede haber adoptado
una posición bastante más agresiva que aquellas de su
gobierno en general. Esto no obstante, no es seguro y
seguramente no deberá darse por sentado. Desde el
referéndum la hegemonía de Pinochet sobre el gobierno
de su país parece haberse endurecido, de manera que la
posibilidad de que sus ásperos tonos representan la
auténtica voz de Chile sobre este tema, debe ser
considerada” (22/2/78). Contrastando con la imagen que
transmitía del dictador chileno, el medio se encargaba de
expresarse, como hiciera hasta entonces al referirse a la
gestión del presidente de facto argentino, de modo apologético,
sosteniendo que “la declaración del presidente Jorge Rafael
Videla sobre la posición del país en lo que concierne a las
negociaciones con Chile sobre la demarcación de las
fronteras en el lejano sur, fue clara y digna, enfática pero
no beligerante” (26/2/78).
La estrategia de La Prensa, complementaba la intención
deliberada de no criticar a Pinochet nominalmente con el
mismo trato elogioso que empleaba su colega para aludir al
comportamiento de Videla. Con el propósito de legitimar la
investidura del gobernante argentino y fortalecer su posición
con relación al conflicto, el periódico recurrió como principio de
autoridad a la Carta Magna: “si la Constitución ha atribuido
al presidente de la Nación la facultad [de firmar tratados
sobre límites] ha sido para evitar que las pasiones, por más
nobles que sean, y los impulsos, por más bien inspirados
que estén, dicten las decisiones” (26/2/78). Estas palabras
elogiosas serían retomadas tiempo después, al citarse las
características positivas de los dos gobernantes cuando
reconocía que el malestar provocado en Chile por el rechazo
argentino al laudo “fue conjurado por el esfuerzo
perseverante e inspiración fraterna de los presidentes de
Argentina y de Chile, generales Videla y Pinochet”
(14/4/78). Dicho en otros términos, los presidentes eran
mostrados ante la opinión pública como la representación de la
prudencia necesaria para el atinado manejo de cuestiones tan
delicadas como las que estaban en juego. Apelaciones de esta
naturaleza recién volvieron a incluirse cuando, agotada
oficialmente la instancia de negociación de la segunda comisión
pautada en Puerto Montt, el editorialista afirmara: “lo
ocurrido permite inferir la inutilidad de que la tramitación
pendiente siga confiada a la segunda comisión (...) son
los gobiernos los que tienen que actuar, que ambos jefes
de estado convinieran alguna forma de comunicarse para
procurar un acuerdo que incluya en sus términos a la
delimitación de jurisdicción en la región austral. La
autoridad e influencia de que ellos gozan en sus
respectivos países autorizan a alentar la esperanza de
que de ese modo pueda alcanzarse una solución”
(4/11/78).
Con
respecto al
desenvolvimiento
de las comisiones
diplomáticas, entre marzo y octubre de 1978, indicaremos que
fue analizado por los tres diarios de distinto modo. Durante el
desempeño de la primera, tal como en la etapa previa al
rechazo del laudo, La Prensa fustigó la desinformación
permanente de la que era “víctima” la ciudadanía, recordando
que esta demanda ya había sido manifestada con motivo de la
defensa argentina durante la sustanciación del arbitraje y
dejando en evidencia nuevamente que su alocutario seguían
siendo las autoridades (4/4/78). No obstante ello, realizó una
valoración positiva sobre el desempeño de esta primera
comisión (14/4/78). Este mismo optimismo era compartido por
El Día, para quien después del álgido momento que significó el
rechazo oficial por parte de la dictadura de Videla al laudo
arbitral, las negociaciones bilaterales se desarrollaban “bajo
los auspicios de un clima de armonía refirmado por las
acusaciones cumplidas por el primero de los organismos
mixtos constituidos por la Argentina y Chile, [y ahora] se
apresta a iniciar su cometido la Comisión número 2,
encargada de encontrar definiciones que permitan
posteriormente a ambos gobiernos concretar los acuerdos
finales. El patrocinio para el hallazgo de fórmulas idóneas
para satisfacer los intereses en juego no podría ser más
alentador” (6/5/78). Lamentablemente, estos augurios no se
vieron corroborados por los resultados prácticos del trabajo de
la segunda comisión negociadora, aunque desconocemos el
parecer institucional del matutino platense, en virtud de que no
volvió a expedirse de cara al tema. Actitud que contrastaba con
el medio de los Gainza Paz, el que precisamente durante el
desarrollo de esta segunda comisión negociadora no sólo
seguía cuestionando la ausencia de información oficial por parte
del gobierno argentino, sino que además denunciaba el
perjuicio ocasionado por las declaraciones poco amistosas de
un representante del gobierno chileno: “el enfoque usado por
el embajador [chileno en la Argentina] podría confundir
no sólo a la opinión pública interna insuficientemente
informada sobre la cuestión, sino, lo que es más grave, a
la internacional” (12/5/78). Esta preocupación permanente
por la divulgación de los pormenores de las tratativas, llevó a
La Prensa a destacar críticamente el dispar comportamiento
que asumían los responsables de llevar adelante las
conversaciones en nombre de ambos gobiernos, resaltando el
hermetismo con el que preferían conducirse las autoridades
argentinas: “contrariamente a la reacción de su colega
chileno, en ocasión del discurso oficial de nuestro
ministro de defensa nacional, el canciller argentino, sin
desmedro de la firmeza adecuada, ha comentado
parsimoniosamente al periodismo la iniciativa chilena.
Expresó que no convenía extenderse sobre el tema
porque su análisis ‘podría perjudicar los trámites que
realiza la comisión mixta nº 2’” (19/6/78). Cuando la
segunda comisión se disolvió, sin haber logrado sus objetivos,
el diario reforzó el carácter admonitorio, adoptando un tono
imperativo con el cual exigió la divulgación de los términos de
las negociaciones: “que se sepa con absoluta claridad la
situación en que el pleito de límites se encuentra,
constituye un derecho de la opinión pública que no puede
serle retaceado sin crear dudas y aprensiones que
debilitarán la aptitud de nuestro gobierno para continuar
defendiendo el interés nacional, con la claridad y energía,
no exentos ciertamente de la moderación y prudencia con
que lo ha hecho hasta ahora” (23/11/78). Estas últimas
palabras evocan a las de la nota publicada el 28 de diciembre
de 1977, al vencerse el plazo para que el gobierno argentino
se expidiera sobre el laudo, cuando le llamaba la atención
sobre los beneficios que le podría reportar una opinión pública
homogénea en base a la información oficial.
Asimismo, señalaremos que el cuestionamiento de La Prensa
al gobierno no se limitaba solamente a la reserva que
caracterizó su manejo diplomático sino que, además, en varias
oportunidades, advirtió sobre la falta de autoridad de algunos
de sus integrantes para afrontar los trascendidos y los hechos
de fuerza promovidos por sus pares chilenos. Por ejemplo,
frente a la actitud “parsimoniosa” del canciller argentino ante
un acto de hostilidad por parte de la armada chilena, el diario
sentenció: “es de lamentar, no obstante, la flojedad de su
tono frente al serio agravio al pabellón nacional”
(29/7/78). Actuación que a los ojos de El Día se hacía
merecedora de una crítica de similar factura, en la que si bien
destacaba como “oportuna la reflexión que se formula en
la nota de nuestra Cancillería respecto de que ‘no
armoniza con el espíritu que debe presidir las actuales
negociaciones’”, no dejaba de expresar su desagrado por “la
flojedad de su tono frente al serio agravio al pabellón
nacional” (29/7/78).
Resulta sintomático el contraste que presentaba el discurso de
La Prensa, quien aludía en forma apologética hacia el jefe de
Estado y crítica a los funcionarios que él había elegido para
que lo acompañaran en su gestión. Este rescate, seguramente,
obedecía a la cautela con la que el medio decidió opinar sobre
un tema en el que consideraba que no debía debilitar la
autoridad del presidente ante la opinión pública internacional y
su alocutario. Esta postura, quizá también explique la notoria y
obstinada posición del matutino con el fin de justificar un
excedido, artificioso y “sospechoso” optimismo respecto a la
evolución de la segunda comisión. Más allá de todos los
inconvenientes y contradicciones que se sucedían, el discurso
editorial llegó a decir, con motivo de una significativa ruptura
en las negociaciones promovida por parte de la delegación
trasandina: “queremos pensar, pese a trascendidos
extemporáneos de la Cancillería chilena, que esa
interrupción no ha de ser definitiva. Lo aconseja así el
buen juicio y el espíritu de templanza que debe presidir la
negociación diplomática emprendida. Como es de
práctica,
los
presidentes de ambas delegaciones
emitieron un comunicado conjunto, lacónico y, si se
quiere, impreciso, pero que en manera alguna supone dar
por clausurado el funcionamiento de la Comisión”
(20/8/78).
Bastante menos optimista se revelaba el medio angloparlante
para quien estas negociaciones se desenvolvían, como rezaba
el título de su editorial, a través de “La dinámica
equivocada”, por lo que de forma explicativa intentaba echar
un poco de luz sobre las razones que mediaban para que las
tratativas se volvieran irresolutas “cuanto más tiempo
continúan las conversaciones, es más evidente que no se
realiza ningún progreso en las cuestiones vitales en las
cuales las posiciones de ambos países son incompatibles.
Siempre que se tocan estas cuestiones ambas partes se
muestran intransigentes. No nos sorprende que sea así,
pues cualquier flexibilidad de parte de los negociadores
podría ser considerada como debilidad, por la opinión
pública local”. La interpretación del Herald del conflictivo
momento iba más allá de las emociones y de las ansias por
una resolución pronta, por lo cual presentaba a su alocutario
una perspectiva diametralmente opuesta a la que manejaban
otros medios. Indicaba sagazmente que los representantes de
ambos países podían parecer como prisioneros de ciertos
sectores que a ambos lados de la cordillera impedían que los
integrantes de las comisiones negociadoras pudieran disponer
de cierto margen de acción para avanzar hacia posiciones
consensuadas: “en ambos países, los que llevan la voz
cantante son las camarillas más vociferantes, que están
en contra de toda negociación, porque negociar significa
ceder algo”. Al mismo tiempo se atrevía a ensayar una
predicción partiendo del argumento contrario al que esgrimía
La Prensa: “si esta actitud es mantenida por los gobiernos
interesados porque piensan que tienen el apoyo de la
población en general, entonces la guerra es inevitable”
(27/8/78). Siguiendo su posicionamiento institucional, a menos
de treinta días, acogió positivamente en su columna editorial
una propuesta para retomar el diálogo entre ambos gobiernos
que dio título a su columna “La alternativa de Alsogaray”.
Como era esperable, el líder del liberalismo ortodoxo vernáculo
y ex funcionario de gobiernos civiles no democráticos y
dictaduras militares, exponía un principio de resolución del
diferendo, cuándo no, inspirado en una perspectiva económica.
En efecto, el diario de Cox, paradójicamente el día de la
primavera apelaba al principio de autoridad del capitáningeniero que alguna vez convocó a los argentinos a “pasar el
invierno”, quien ahora proponía el “mantenimiento de un
statu quo durante un periodo indefinido, mientras la
Argentina y Chile se embarcan en un plan de cooperación
económica mediante el establecimiento de la Comunidad
Económica Austral Argentino-Chilena”(40) . El medio
suscribía a las proposiciones concretas que pudieran surgir de
personalidades reconocidas puesto que consideraba que
“esencialmente, lo que se requiere, es no sólo un deseo
de paz sino un plan para la paz que descarte la guerra”
(21/9/78).
A esa altura, también La Prensa no podía dejar de reconocer,
mediante una definición categórica, su pesimismo acerca de la
posible resolución del conflicto por vía diplomática. En un
mensaje que no dejaba lugar a dobles lecturas expresaba: “en
el litigio sobre límites en la región austral que mantienen
la Argentina y Chile el debate ha quedado agotado”(41),
aunque no por ello, dejaría de reafirmar su concepto en torno a
la justicia que avalaba la postura nacional frente al país vecino.
En una evidente búsqueda de lograr la identificación de la
ciudadanía con la dictadura militar en esta cuestión, expresaba
que si bien las tratativas que decidió llevar a cabo la
administración nacional no eran fructíferas, había algo que
debía “comprenderse dentro y fuera de nuestras
fronteras, y es el convencimiento compartido que tienen
todos los argentinos de que su gobierno está defendiendo
una causa justa y de que ninguno de ellos consentirá que
se ceda en nada de lo que ella tiene de esencial e
irrenunciable” (19/10/78). De este modo, presentaba a través
de su posición institucional los argumentos extremos sobre los
que venía alertando el Herald, dando a entender lo que éste
predijera, es decir, el reconocimiento de la legitimidad de la
posible salida bélica. Por otra parte, destacaremos que “dentro
y fuera” deja claramente sentado que el destinatario de su
mensaje no era sólo el público nacional, aunque ciudadanos y
funcionarios argentinos constituyeran el principal receptor del
diario de la familia Paz, pues no perdía oportunidad para
reafirmar su secular trascendencia internacional.
La finalización de esta segunda etapa de negociaciones era
visualizada con suma preocupación por el Herald pues
interpretaba que su agotamiento podía conducir a un desenlace
violento que era imperioso evitar. Su prédica tenía como
cometido que la ciudadanía tomara conciencia de que “a
menos que se verifique algún repentino arrepentimiento
de último momento, transcurrirá la medianoche sin que se
llegue a arreglo satisfactorio alguno para ambas partes.
Esto podría significar una guerra. Ciertamente, ambos
países han estado preparándose para tal eventualidad, y
aunque los preparativos pueden haber tenido por objeto
el ser defensivos, la línea entre la prudencia y la
provocación es delgada y fluctuante” (2/11/78). En el
artículo se puede observar que el periódico, a diferencia de sus
colegas, para tratar un tema de sumo dramatismo no apelaba a
subterfugios o eufemismos sino que, recurría a un lenguaje
directo y contundente: la guerra entre Argentina y Chile era
posible. La seriedad con la que encaraba este álgido asunto se
reafirmó cuando veinticuatro horas después nuevamente
destinara su columna editorial para comunicar a sus lectores
sobre las consecuencias de la conclusión de las comisiones
negociadoras bilaterales: “fue palpable el relajamiento de
tensiones ayer a medida que el plazo decisorio para las
negociaciones relativas al canal de Beagle, pasó sin que
se soltaran los perros de guerra. El comunicado conjunto
emitido por los delegados argentinos y chilenos, que han
estado discutiendo este asunto desde principios de año,
ofrece la esperanza que se logre encontrar una solución
pacífica. Después de la alarma de estas últimas tres
semanas,
al
principio
el
comunicado
parece
particularmente reconfortante”. Seguramente la metáfora
“perros de la guerra” era incluida para descalificar la
contienda bélica como una irracional confrontación entre
animales. La salida ‘racional’ era para el Herald, tal como lo
había afirmado utilizando palabras de Alvaro Alzogaray, la
explotación económica conjunta de la región en virtud de que
“los
destinos
de
ambos
países
tienen
muchas
coincidencias en el sur. Deben unirse si es que se
pretende defender esta zona de enorme importancia y
potencial económico contra terceras potencias. La única
base genuina de cooperación es la confianza y el respeto
mutuo” (3/11/78). Este argumento sería reafirmado al día
siguiente cuando expresara en forma taxativa: “el futuro del
sur en su totalidad, y en gran medida de toda la
Argentina, será decidido por la realidad económica. Es el
poderío económico y no la fuerza de las armas lo que
hace grandes a las naciones en la actualidad” (4/11/78).
No resulta extraño entonces que hacia el final del periodo
abordado en este apartado -luego del fracaso de las comisiones
y frente a la inminencia del inicio del enfrentamiento bélico- el
Herald celebrara la posibilidad de que un tercer actor pudiera
involucrarse en esta disputa en condición de mediador. Sin
lugar a dudas su carácter vanguardista en la intervención de
los asuntos públicos se vería ratificado cuando explicitaba “la
elección del mediador no debiera ser difícil. Lo ideal sería
quien fuera lo más neutral posible” y agregaba a renglón
seguido: “para esta función esencialmente de protección
de la paz, una elección ideal sería la del santo Padre, Juan
Pablo II” (14/11/78). Atrás quedaba su colega capitalino La
Prensa quien tres días después suscribía igualmente a la tesis
del mediador, aunque sin atreverse a proponer a nadie en
particular y reafirmando que en muchos aspectos marchaba a
la zaga del discurso oficial; al adscribir a la posición “del
gobierno argentino sobre la conveniencia a utilizar en
esas negociaciones la ayuda de un gobierno amigo
elegido de común acuerdo” (17/11/78). El diario de Cox
insistía un mes después “El Papa –el único individuo en el
mundo que dispone del respeto de ambos gobiernos y de
sus pueblos- apuntaría hacia la senda que se aleja de la
guerra y señalaría el camino hacia la paz. Su palabra sería
terminante. Su dictamen sería aceptado” (12/12/78).
Luego de intensas deliberaciones(42) , ambas legaciones
coincidieron en que ese rol fuese desempeñado por el Papa
Juan Pablo II, quien designó como representante al cardenal A.
Samoré. Su presencia fue auspiciosa para los tres medios.
Como en otras oportunidades el que tomó la delantera fue el
diario angloparlante, quien celebró su oferta, aunque sin dejar
de hacer la salvedad de que ello “no significa haber ganado
la paz. El Papa no puede hacer milagros con este espinoso
conflicto del canal de Beagle” (23/12/78). Con este mensaje
reafirmaba la idea de que era por la voluntad de las partes que
se podría arribar a una solución del conflicto y por ende eximía
a la máxima autoridad de la Iglesia Católica de posibles
frustraciones en su objetivo de mantener la convivencia pacífica
entre ambos países: “el cardenal Samoré tiene la
posibilidad de aclarar diferencias de interpretación. Pero
no puede ganar la paz por sí solo. Para esto será
necesario que Chile interprete que el principio AtlánticoPacífico –el principio de paz- no puede ser violado”
(27/12/78). Nótese que es en la observancia del principio
bioceánico donde el Herald cifraba las expectativas de una
solución duradera para la región. A su vez, La Prensa, más
que en la posibilidad de comprensión de la dictadura vecina,
cifraba sus esperanzas en las virtudes del mediador:
“satisface destacar la reconocida capacidad y la larga
experiencia del cardenal Antonio Samoré, designado por
el Papa para que intervenga. Posee, en efecto, una
profunda formación teológica y un amplio conocimiento
de la situación mundial y, en especial, de las
características de los países de América Latina (...) Tales
antecedentes confirman que la misión de paz ha sido
encomendada a quien reúne las más relevantes
condiciones para desempeñarla con acierto” (24/12/78).
Por su parte, El Día si bien se tomó un tiempo para expedirse
sobre la participación del alto dignatario de la Iglesia Católica
tampoco escatimó en elogios frente a la decisión de que
interviniera en el conflicto para allanar la posibilidad de una
solución pacífica. En un editorial marcadamente apologético
describía el nuevo ‘clima social’ que trajo aparejado: “el
trascendente anuncio significó una distensión general y
aunque no se registró una manifestación estentórea de
satisfacción, un íntimo regocijo experimentó la población,
que ha visto aventados los riesgos de enfrentamientos
extraños a nuestras tradiciones, pero sin desmedro para
los atributos de la voluntad de soberanía. Una sensación
de alivio y una visión más gratificante del futuro domina
desde anteanoche los espíritus, largamente conturbados
por la perspectiva de una afligente acentuación de los
desacuerdos” (10/1/79). Seguramente, no resultaría sencillo
que el pueblo pudiera superar el orden represivo en el que se
desarrollaba su existencia y se atreviera a ganar las calles para
exhibir su alborozo ante un asunto público que no fuera una
conquista futbolística como la citada del Mundial ’78, optando
por, como dice el matutino platense, festejar con “un íntimo
regocijo”. Por otra parte, nótese el esfuerzo discursivo a que
se obligaba el diario en la construcción de la frase para evitar
siquiera una mínima mención a la posibilidad de que la
presencia de una mediación papal sirviera para evitar la
“guerra”, apelando a una eufemística posible “acentuación de
los desacuerdos”.
Evidentemente esta nueva instancia, vendría quizá a aventar
definitivamente los temores que subyacían en el discurso
periodístico desde el conocimiento del laudo arbitral del 2 de
mayo de 1977, pero sobre todo a partir de su rechazo por
parte del gobierno argentino el 25 de enero de 1978. El
esfuerzo editorial de La Prensa, por caso, alcanzaría su cenit
con la nota incluida el 14 de enero de 1979, cinco días después
de la firma del acuerdo de Montevideo, cuando el matutino
concluía “no es el miedo sino la esperanza lo que debe
inspirarnos después de haber dominado la subversión y
evitado una guerra internacional fraticida”. Por primera
vez en el curso de los veinte meses, ante la certeza de que los
prolegómenos del contrapunto discursivo no conducirían hacia
el enfrentamiento militar aludía sin cortapisas al término
“guerra”. Omitirla fue el objetivo explicitado de su discurso
editorial durante el período y sus alcances eran equiparados al
exterminio que estaban llevando a cabo las Fuerzas Armadas.
Días antes el Herald, que en ningún momento había soslayado
esta posibilidad, también parecía como su colega capitalino
“suspirar aliviado” al expresar “ahora puede contarse cuán
cerca de la guerra estuvieron Argentina y Chile. Es posible
decir con seguridad que, si en ese trascendental día
jueves, antes de Navidad, no hubiera el Papa decidido
enviar su delegado conciliador, hoy los países hermanos,
ambos herederos del legado de San Martín, estarían
luchando en este momento” (9/1/79). Obsérvese que el
ejemplo histórico, en esta ocasión, no corría a cargo de La
Prensa.
Las estrategias del discurso frente al laudo y la temida
guerra
En virtud de lo expuesto previamente, no resulta llamativo que
una de las principales características del discurso editorial de
los matutinos haya sido la descalificación del laudo arbitral, en
razón de que para los tres era un claro resultado de carácter
político y no jurídico. Este tema estuvo presente en los
espacios de opinión como estrategia a fin de mantener la
vigencia del mismo en la opinión pública particularmente entre
mayo de 1977 y enero de 1978. Sin embargo, no se nos
escapan algunas diferencias tanto en las posturas editoriales
como en las estrategias empleadas en las notas. Por cierto, si
bien los tres coincidían en lo injusto que resultaba el fallo,
tanto La Prensa como El Día, en particular el primero,
cargaron las tintas en su contra empleando subjetivemas
negativos que variaron a lo largo del tiempo. Quien más
recurrentemente se expresó fue La Prensa, ya que desde los
primeros editoriales hizo hincapié en que el veredicto “no es
satisfactorio para el interés de la república Argentina”,
reforzando la idea metafóricamente: “ésta ha sido herida en
sus razonables y justas expectativas” (5/5/77); además de
señalar que fue recibido “con justificada sorpresa” (5/6/77).
Dos meses después amplió esta línea argumental al incluir una
serie de descalificaciones que apuntaban a despojarlo de
razonabilidad
mediante
sintagmas
tales
como:
“desconcertante por más de un concepto” (12/8 y
24/11/77), “el fallo ha rechazado [el argumento del ‘uti
posidetis’(43) ] inexplicablemente” (4/12/77), “un fallo que,
para el caso, es confuso” (28/12/77). Al mismo tiempo,
comenzaba a remarcar, ante ciertas actitudes chilenas, que la
decisión no era definitiva pues “no ha sido todavía
consentido por la República Argentina” (12/8/77), “el
laudo no se encuentra firme” (24/11/77), “no se encuentra
todavía consentido por nuestro país” (4/12/77). Sin duda,
todos estos conceptos que aludían al “rol protagónico” del
gobierno estaban dirigidos a “fortalecerlo” ante la inminencia
del pronunciamiento oficial. Precisamente, en ese momento, el
discurso volvió a argumentar críticamente contra la “sinrazón”
del dictamen, aseverando categóricamente que “el absurdo en
que incurre el laudo arbitral” (15/1/78) fundamentaría “la
imposibilidad de darle cumplimiento” (29/1/78). El diario
de Kraiselburd también se manifestó contundente respecto del
fallo “ha venido a alterar condiciones aceptadas por
ambas partes y a generar motivos de fricción donde no
existían hasta el pronunciamiento” (6/12/77), “sólo cabe
el definitivo rechazo para conducir las tratativas
bilaterales” (15/1/78). Por su parte el Herald, descalificaba el
resultado menoscabando el trabajo efectuado por los
especialistas en derecho internacional que tuvieron a su cargo
la formulación del dictamen: “parecería que los juristas
arribaron a su decisión por pura impaciencia, antes que
por un estudio exhaustivo del asunto” (7/10/77), para
sentenciar en el mismo título de su columna editorial “Una
decisión inaceptable” (10/12/77).
Con respecto a los estilos editoriales, indicaremos que los
críticos y explicativos predominaron en el tratamiento del
problema surgido con la resolución del fallo. Los del segundo
grupo tenían como condición permanente respaldar sus
afirmaciones –la crítica a la resolución del laudo- desde
fundamentos históricos, pues era una de las estrategias
preferidas tanto por La Prensa como por El Día. El matutino
de Gainza fue el que sistemáticamente ilustró acerca de los
antecedentes jurídicos, políticos, geográficos e históricos que el
gobierno argentino presentara desde el siglo XIX, recurriendo
con frecuencia, como principio de autoridad, al derecho natural
para sostener que “Chile es un país del Pacífico como la
Argentina lo es del Atlántico” (12/8/77). En este sentido,
conforme se acercaba el vencimiento del plazo para la
pronunciación del gobierno argentino su mensaje se volvía más
explícito al sostener que el derecho positivo no podía violentar
lo establecido por el derecho natural: “en las relaciones
internacionales (…) no todo problema se agota en el
marco jurídico formal del derecho positivo. Cuando este
derecho aplica soluciones injustas o inaceptables,
experimenta la reacción de una justicia que lo trasciende.
En el caso, ésta deriva del reparto geográfico, reconocido
y avalado por el argumento principio del ‘uti possidetis
juris’” (4/12/77). En efecto, el razonamiento de que el
Atlántico era argentino se veía reforzado por la continuidad en
el derecho positivo, fundamentalmente en los acuerdos
firmados por Argentina y Chile en 1881, 1893 y 1902, que
sirvieron para sustentar el posicionamiento de nuestro país
ante el conflicto y que fueron retomados por La Prensa y El
Día a lo largo de todo el período analizado. Además, La
Prensa presentó sostenidamente como “principio de autoridad”
al que consideraba el artífice de pruebas “irrefutables” en favor
de la soberanía argentina en la zona austral: Bernardo de
Irigoyen(44) , a quien calificaba como “estadista argentino
eminente”, “talentoso artífice” y “el gran arquitecto” del
principio bioceánico(45) . Principio que a pié juntillas suscribía
El Día, al explicar que el mismo “se trata, pues, de una
delimitación de derechos que estuvo y sigue estando,
pese a cualquier intento de interpretación extensiva que
se pretenda dar a los términos del Laudo, plenamente
vigente, y consagra un principio básico cuya discusión
nuestro país no puede admitir” (6/12/77 y 29/12/77). En
cuanto, al matutino angloparlante señalaremos que en
ocasiones hizo referencia al derecho bioceánico, pero no saturó
a su discurso con los otros antecedentes históricos como
hiciera particularmente La Prensa.
Mención aparte merecen las variadas estrategias discursivas
del matutino de los Gainza quien de los tres medios fue, sin
lugar a dudas, el que desarrolló un mayor bagaje de recursos
para mantener en vilo a la opinión pública sobre el diferendo
limítrofe con Chile en la segunda instancia de la etapa
analizada (1978/1979). Luego del encuentro entre los
mandatarios en P. Montt, defendió la postura del gobierno
argentino sin agredir al primer mandatario chileno. Así como
oportunamente mencionamos que fustigó las “actitudes y
palabras altamente inconvenientes de miembros del
gobierno de Chile”, también diremos que eligió como
contendores a quienes definió tan sólo como “ciertas
expresiones de la opinión pública chilena”, sin aportar
mayores precisiones, seguramente con la intención de
desmerecer a sus voceros. En tal sentido, resulta importante
señalar que la columna apelaba a las características de
“mesura”, “prudencia”, “sensatez”, “moderación” como
cualidades positivas generalmente asignadas a Videla o
posiciones argentinas que, a su entender, serían garantes de la
“racionalidad” de la relación bilateral, aunque sin dejar de
subrayar la imposibilidad de aceptación del fallo. Nótese que si
bien el Herald incluyó el uso de estos subjetivemas en sus
artículos ya desde mayo de 1978, lo hizo con el fin de
fortalecer su postura antibélica, posición a la que acercaría el
discurso editorial de El Día. Sin embargo, La Prensa fue más
allá pues los complementó con sus correspondientes pares
antagónicos para identificar a las expresiones y actitudes
chilenas con la “irracionalidad”, la “pasión” y el “desatino” que
llegaron a ser calificadas como “mentes afiebradas”. De este
modo,
“la
agresividad
e
intolerancia
de ciertas
expresiones de la opinión pública chilenas” eran
contrapuestas a la opinión argentina la cual “se ha
manifestado con extraordinario vigor y cuidadosa
circunspección” (16/2/78).
Además el diario de los Gainza apeló al recurso de la ironía
para
desautorizar
las
“ambiciones
chilenas”:
“es
insostenible pretender, como se ha intentado en el país
vecino, que el principio de la división oceánica se haya
formulado para hacer olvidar el absurdo mapa de Cano y
Olmedillo por el que toda la Patagonia desde el río
Diamante al sur de Mendoza era chileno. Argumentar así
es evitar, evidentemente, la historia” (7/6/78)(46) . El
rechazo de la aseveración por falta de sustento histórico,
sumado a lo “absurdo” de su fundamento, reforzaban las
evidencias presentadas por el diario desde mayo de 1977, las
cuales reconocían al derecho natural, al positivo y a la historia
común de ambos países como “determinantes” para la
resolución del conflicto.
Por último, destacaremos una estrategia interesante desplegada
por La Prensa y El Día en todo el período: la elisión del
término “guerra” y su reemplazo por una serie de enlaces
positivos tales como: “empañar seriamente la armonía”
(12/8/77), “es insensato pensar en otras vías de solución,
rechazar cualquier hipótesis que no sea la del trato
directo y respetuoso sobre bases de una mutua
comprensión y buena voluntad” (4/12/77), “búsqueda de
soluciones pacíficas y amistosas” (28/12/77), “que la
violencia de las armas no prevalezca sobre la paz”,
(24/12/78), “la situación no cesó de agravarse entonces y
las tensiones aumentaron peligrosamente” (9/1/79). La
ausencia del concepto en el discurso editorial fue una estrategia
coincidente con la voz institucional del matutino platense, el
que utilizó similares eufemismos para explicitar su posición ante
al posible enfrentamiento, esgrimiendo similares argumentos
que su colega: “por eso es impensable cualquier otro
camino para dirimir un entredicho que no sea el de la
negociación encauzada con firmeza, pero con la necesaria
cuota de comprensión y tolerancia, en un mano a mano
cordial y respetuoso donde sólo se escucha la voz de la
razón” (6/12/77). En particular, a fines de 1978, cuando era
evidente que el trabajo de las comisiones había sido
infructuoso, La Prensa presentaba formaciones discursivas que
parecían destinadas a preparar psicológicamente a la
ciudadanía para afrontar un eventual enfrentamiento armado,
aunque explícitamente su discurso expusiera la necesidad de
evitarlo. En tal sentido, desarrolló una serie de construcciones
retóricas de cierta complejidad, a saber: “necesidad de apelar
a todas las fórmulas imaginables para hallar los caminos
que aseguren la presencia de la coincidencia ideológica
sustancial y la paz internacional que caracterizaron a
chilenos y argentinos desde que sus naciones surgieron a
la vida independiente” (28/8/78), “convendría que se
evitara por las partes la realización de movimientos
militares o demostraciones de fuerza que compliquen más
las cosas y provoquen reacciones” (4/11/78), “que la
violencia de las armas no prevalezca sobre la paz”
(24/12/78). ¿Por qué no mencionaron el término guerra? En el
caso de El Día, podría aventurarse que adoptó una posición
distante o prudente con el fin de contribuir a evitarla. En
cambio La Prensa, si bien elidió su mención todas sus
argumentaciones eran irreductibles al momento de no “ceder”.
En este punto, es necesario destacar un notorio contraste con
el discurso del Herald, pues este medio a partir del editorial ya
citado del 10/1/78, en el que prevenía acerca de las posibles
consecuencias
ante
el
rechazo
del
laudo, mencionó
directamente al término guerra en casi todos los editoriales que
dedicó después sobre el conflicto, llegando a presentarlo en un
titular: “Es mejor hablar que hacer la guerra” (2/11/78),
dando cuenta de un estilo más directo y más desinhibido entre
sus colegas.
Conclusiones
La voz institucional de los tres matutinos examinados aludió a
los sucesos acaecidos desde mayo de 1977 hasta enero de
1979, en torno a la cuestión del diferendo sobre el canal de
Beagle y la soberanía de las islas Lennox, Picton y Nueva, de
manera dispar tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo,
pues en lo referente al primer aspecto fue La Prensa quien
analizó la problemática de manera constante durante los dos
años estudiados, mientras que el Herald jerarquizó su
tratamiento en los momentos claves para la resolución del
conflicto y El Día se concentró particularmente en la
problemática en el primer año estudiado. Con respecto al
tratamiento cualitativo, destacaremos que durante la primera
etapa (1977-1978) los tres coincidieron en rechazar el laudo
arbitral pero los argumentos fueron diferentes. El mensaje de
La Prensa y El Día apelaba a un discurso marcadamente
juridicista aunque también se aprecian diferencias. El matutino
platense manifestó su apoyo a la decisión del gobierno aunque
no dejó de prevenir sobre los posibles resultados que
acarrearía una postura intransigente de ambos “bandos”. La
Prensa fue el que propuso la incondicionalidad de su apoyo
ante la posición irreductible de no aceptar el fallo –que
especulaba era la que adoptaría Argentina- pues representaba
permitir la usurpación de la soberanía, por lo cual desde su
columna editorial esgrimió elípticamente el apoyo que darían la
ciudadanía –el público- y el mismo periódico a aquellas
decisiones que tuvieran como fin el defender nuestro territorio.
Otra de las constantes del discurso de este matutino fue la
adopción de rasgos admonitorios cuando se dirigía al gobierno
argentino, para reclamarle en nombre de la ciudadanía mayor
información, pues estimaba que de esta manera se fortalecería
la convicción ciudadana sobre el perjuicio ocasionado a los
intereses nacionales y por ende el apoyo a la decisión de
objetarlo. A diferencia de los dos periódicos mencionados, el
Herald fue el que mantuvo una postura más cuidadosa al
comprender la dimensión que podía adquirir el desencuentro
diplomático, alertando sobre los posibles resultados de un
enfrentamiento y resistiendo tal posibilidad.
En la segunda etapa (1978-1979), una vez concretado el
rechazo argentino al laudo, el mensaje editorial de La Prensa
y el Herald fue apologético hacia los dictadores Videla y
Pinochet pues a ellos “confiaban” la decisión final sobre el
destino de la relación bilateral entre ambas naciones, pero
desde perspectivas diversas. El matutino de los Gainza
complementó esta estrategia argumental con la crítica a los
funcionarios de la cancillería argentina, miembros del gabinete
chileno y a algunos sectores de la opinión pública trasandina. A
éstos últimos los desacreditaba utilizando el recurso de la ironía
y el uso de pares antagónicos que servían para poner de
relieve el contraste entre las “mesuradas” posiciones argentinas
y las “irracionales” posturas chilenas. Mientras que el Herald
apeló a un lenguaje llano para sostener un posicionamiento
editorial que alertaba sobre los peligros y la “locura” que
representaría un conflicto armado y presentando alternativas
concretas de acuerdo, a través, por ejemplo, del principio de
autoridad –en ese caso Alsogaray-. Este medio fue el único que
previno acerca de la presión negativa que representaba para
ambos dictadores el apoyo de la población y sectores
nacionalistas dispuestos a resolver el “avasallamiento” sobre la
soberanía a través de las armas, discurso que podría
relacionarse con el mensaje de La Prensa.
Otra coincidencia que detectamos entre los tres diarios
consistió en la evaluación crítica acerca del desempeño de las
distintas comisiones mixtas que trabajaron durante 1978 y
sobre lo acertado que resultaba la decisión de la mediación
papal, y en particular, de la designación del cardenal Samoré.
Por último, indicaremos que si bien La Prensa y El Día
emplearon como estrategia la omisión sistemática del concepto
guerra en su discurso editorial, el Herald, por el contrario lo
presentó en todas sus notas para contrastar, a la vez que
alertar sobre la irracionalidad de esa medida.
Notas
1- Este trabajo es resultado parcial del proyecto de investigación en curso “La
voz institucional de los ‘no socios’ del proceso militar: Los editoriales de LA
PRENSA, THE BUENOS AIRES HERALD y EL DÍA”. Desarrollado en el marco del
programa de Incentivos de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social,
UNLP. Dirigido por el Lic. César Díaz, integrado por Mario J. Giménez, María M.
Passaro, Martín Oliva, Sebastián Tutino.
2- Un análisis sobre el abordaje editorial del diario La Prensa de este tema puede
verse en C. Díaz, M. Giménez, M. Passaro, Cristian Vázquez, Juan P. Rosello.
“Una guerra que no fue. Los editoriales de La Prensa sobre el conflicto limítrofe
con Chile (1977-1979)”. En: III Congreso de Comunicadores, UCA, 2002.
3- Claudio Panella (comp.). La Prensa y el peronismo. Crítica, conflicto y
expropiación. La Plata, Ediciones de Periodismo y Comunicación, 1999; Pablo
Sirven. Perón y los medios de comunicación (1943 - 1955). Buenos Aires, CEAL,
1986.
4- Julio Ramos. Los cerrojos a la prensa. Buenos Aires, Amfin, 1993, p. 101.
5- Puede consultarse sobre el diario y el período C. Díaz, M. Giménez, M.
Passaro. “¿Republicanos... pero no tanto? El discurso editorial de ‘La Prensa’
sobre la libertad de expresión entre 1974-1977”. En: III Congreso de RedCom
“Periodismo, Política e Investigación”, FPCS, 2001; C. Díaz, M. Passaro. “La
guerra del papel: ‘La Prensa’ y la guerrilla en la dictadura militar 1976-1977”. En:
IV Endicom/Enpecom, UCU, Montevideo, 2001 y “Periodismo y violencia política en
la Argentina. Los grupos armados en los editoriales de La Prensa (1974-1977)”.
En: Signo y Pensamiento. Pontifica Universidad Javeriana, Vol. XXI, año 2002, pp.
105-116.
6- César L. Díaz, Marta Passaro. “Los enemigos de siempre: la oposición
periodística de La Prensa al gobierno peronista en marzo de 1976”. En César
Díaz. La cuenta regresiva. Buenos Aires, La Crujía, 2002, pp. 115-137.
7- C. Galván Moreno. El Periodismo Argentino. Buenos Aires, Claridad, 1944.
8- Carlos Ulanovsky. Paren las rotativas. Buenos Aires, Espasa, 1997.
9- Al respecto puede verse C. Díaz, M. Giménez, M. Passaro. ”The Buenos Aires
Herald luchando contra el miedo y la calumnia 1974-1977”. En: VIII Jornadas
Internacionales de AIJIC, FPCS, UNLP, 2001; C. Díaz, M. Giménez. “Los grupos
armados ‘en la mira’ del Herald 1976-1977". En: IV Endicom/Enpecom, UCU,
Montevideo, 2001 y “The Buenos Aires Herald una trinchera contra la violencia
política (1974-1977)”. En: I Coloquio Historia y Memoria: perspectivas para el
abordaje del pasado reciente”. FH y CE–UNLP y Comisión Provincial por la
Memoria, La Plata, 2002.
10- César Díaz, Marta Passaro. “Editoriales de una muerte anunciada: The Buenos
Aires Herald y el golpe de 1976”. En César Díaz. La cuenta... Op Cit, pp. 215235.
11- César L. Díaz. “El Día, el diario que nació con la ciudad”. En: Oficios
Terrestres. Facultad de Periodismo y Comunicación Social. 1996, Año II, Nº 3, p.
136-141.
12- C. Díaz. “La revolución de 1930 y la opinión pública a través del diarismo
platense”. En: Noveno Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina.
Academia Nacional de la Historia, 1996.
13- César Díaz. “Las movilizaciones callejeras de octubre de 1945: dos sectores
en pugna”. En: XI Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina. Academia
Nacional de la Historia, 2001.
14- C. Díaz, M. Giménez. “El Día bajo el signo de la violencia política 1974-1977”.
En VIII Congreso de Historia de los Pueblos. Archivo Histórico de la Provincia de
Buenos Aires, Luján, 2001; C. Díaz, María Passaro. “La voz institucional de El Día
rompe el ‘círculo del silencio’ (1976-1977. En VIII Congreso de Historia de los
Pueblos de la Provincia de Buenos Aires. Archivo Histórico de la Provincia de
Buenos Aires, Luján, 2001; C. Díaz, M. Passaro. “Un opositor inesperado. El Día y
la libertad de expresión en la última dictadura”. En: IV Congreso RedCom
Argentina, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Córdoba, 2002; C. Díaz, M.
Giménez, M. Passaro. “La intolerancia militar y la problemática comunicacional
desde la perspectiva de El Día”. En: V Congreso Red-Com. La Comunicación, los
Medios y las Nuevas Tecnologías. Universidad de Morón, 2003; C. Díaz, M.
Giménez, M. Passaro. “El Día y las cuentas pendientes con la dictadura: desde
Papel Prensa hasta la Ley de Radiodifusión”. En: IX Congreso de Historia de los
Pueblos de la Provincia de Buenos Aires, Pinamar, 2003.
15- Eliseo Verón. Construir el acontecimiento. Buenos Aires, Gedisa, 1987,
Prefacio a la 2da. edición, p. 2.
16- Miquel Rodrigo Alsina. La construcción de la noticia. Barcelona, Paidós, 1996,
p. 75.
17- Lorenzo Gomis. Teoría del periodismo. Barcelona, Paidós, 1991, p. 157.
18- Para profundizar acerca del rol de los medios gráficos en la construcción
periodística del golpe de Estado véase César Díaz. La cuenta... Op. cit.
19- Walter Miceli (Ed.) ¿Qué es noticia en los diarios nacionales? La Plata, Gittep,
1999, p. 61.
20- Vincent Price. La opinión pública. Esfera pública y comunicación. Barcelona,
Paidós, 1992, p. 60.
21- Domingo Sabaté Lichtschein. Problemas Argentinos de Soberanía Territorial.
Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1985, p. 286, afirma que Argentina aceptó “el
laudo del presidente norteamericano Hayes, en la cuestión del Chaco, en 1878; el
laudo del presidente norteamericano Cleveland, en la cuestión de las Misiones
Orientales, en 1895; la decisión de la comisión mixta presidida por el diplomático
norteamericano Buchanan, en la cuestión de la Puna de Atacama, en 1899; el
laudo del monarca inglés Eduardo VII, en la cuestión de la cordillera de los
Andes, en 1902; el laudo de la reina inglesa Isabel II, en el caso del río
Encuentro, en 1966; todos fueron total o parcialmente desfavorables para la
Argentina”.
22- El Tratado de Límites fue firmado el 23 de julio de 1881 por los cancilleres B.
de Irigoyen en representación de la Argentina y Francisco de B. Echeverría por
Chile; el Protocolo Adicional y Aclaratorio al Tratado de Límites de 1881, acordado
el 1º de mayo de 1893 por el canciller argentino Norberto Quirno Costa y por su
par chileno Isidoro Errazúriz; y los Pactos de Mayo firmados el 28 de mayo de
1902, entre los gobiernos de la Argentina representado por el ministro José
Antonio Terry y el canciller de Chile José F. Vergara Donoso. Los últimos
constaban de tres instrumentos: el Acta Preliminar, el Tratado General de
Arbitraje y la Convención sobre Limitación de Armamentos Navales.
23- Puede consultarse Miguel Angel Scenna. “Argentina-Chile.
diferendo”. En: Todo es Historia, Nº 45 enero de 1971, pp. 66-91.
El secular
24- Véase Ricardo Alberto Paz. El conflicto pendiente. El Beagle y el Cabo de
Hornos. Buenos Aires, EUDEBA, 1981, T. II, pp. 157-158: “el 13 de enero de
1958 (...) la Armada chilena instaló en el Snipe una baliza ciega (...) Era la
ruptura del statu quo, una impertinencia y el anuncio de que seguirían nuevas
acciones en la zona disputada (...) El vicepresidente de la República era el
almirante Isaac Rojas (...) Al hecho consumado opuso poco tiempo después el
hecho deshecho: un patrullero de nuestra Armada retiró la baliza y la reemplazó
con otra luminosa y argentina. (...) Finalmente el 9 de agosto de 1958 el
destructor San Juan pone punto final al incidente en el terreno: desembarca en el
Snipe 80 infantes de marina”.
25- El laudo fue formulado por la reina inglesa Isabel II el 9 de diciembre de
1966. La dictadura del general Juan C. Onganía sancionó el decreto-ley 17.807
aprobando la nueva demarcación. Puede consultarse María Laura San Martino de
Dromi. Argentina Contemporánea de Perón a Menem. Buenos Aires, Ediciones
Ciudad Argentina, 1996, pp. 451-452.
26- La Corte Arbitral estaba conformada por Hardy C. Dillard, de los Estados
Unidos de América; sir Gerald Fitzmaurice, del Reino Unido; André Gros, de
Francia; Charles D. Onyeama, de Nigeria, y Sture Petren, de Suecia.
27- En cuanto a la problemática de la censura véase, entre otros, Andrés
Avellaneda. Censura, autoritarismo y cultura: Argentina 1960-1983. Buenos Aires,
CEAL, 1986; Andrew Graham-Yooll. Memoria del miedo. Buenos Aires, Editorial de
Belgrano, 1999; Eduardo Blaustein, Martín Zubieta. Decíamos ayer. La prensa
argentina bajo el Proceso. Buenos Aires, Colihue, 1998. Entre los resultados
parciales de las investigaciones que desarrollamos en los últimos años al respecto
pueden consultarse artículos de C. Díaz, M. Giménez, M. Passaro. “Una de las
víctimas privilegiadas del ‘proceso’: la libertad de expresión”. En: Anuario de
Investigaciones 2001. La Plata, FPCS, 2002, pp. 18-29; “Las tres columnas que
no pudo avasallar la dictadura militar”. En: Anuario de Investigaciones 2002. La
Plata, FPCS, pp. 163-174 y “Cuando ni los ‘objetivos’ ni los ‘plazos’ respetaron la
libertad de expresión. La legislación entre 1976-1981”. En: Anuario de
Investigaciones 2003. La Plata, FPCS, en prensa.
28- Establecía un sistema de negociaciones desarrolladas en tres fases, por medio
de comisiones integradas por representantes de ambos gobiernos: la primera
funcionaría durante cuarenta y cinco días, la segunda por el lapso de ciento
ochenta días, mientras que la tercera, a la que no se le estipulaba plazo,
finalmente no se concretó.
29- Para Carlos Turolo. De Isabel a Videla. Buenos Aires, Sudamericana, 1996, p.
78-79, este es un ejemplo de la paradójica situación en la que se encontraba
Videla puesto que a pesar de contar con la oposición interna de los ‘duros’ pudo
detener la guerra con Chile cuando ya se habían lanzado las operaciones
militares.
30- Un grupo de secuestrados detenidos en la ESMA, a cargo de Martín Grass,
eran obligados por la Marina a efectuar operaciones de inteligencia sobre los
posibles litigios con Chile y el Reino Unido en el Atlántico Sur. En Horacio
Verbitsky. Malvinas. La última batalla de la tercera guerra mundial. Buenos Aires,
Sudamericana, 2002, pp. 47-48.
31- Coinciden en esta interpretación y plantean un análisis general del período
bajo esta perspectiva Marco Novaro, Vicente Palermo. La Dictadura Militar
1976/1983. Buenos Aires, Paidós, 2003; Maria Seoane, Vicente Muleiro. El
Dictador. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
32- Recuérdese que entre las dictaduras del cono sur existió un acuerdo represivo
denominado Plan Cóndor, por el cual intercambiaban prisioneros políticos, así
como también perseguían, secuestraban y asesinaban exiliados políticos.
33- Al producirse la guerra de Malvinas, R. Cox no era el director del Herald pues
debió exiliarse el 15/12/1979 ante las amenazas que recibían él y su familia de
los grupos de tareas. Al ver el posicionamiento del diario frente al conflicto,
obsecuente con el discurso mesiánico de Galtieri y adscrito a la ceguera general
de los medios, Cox señalaba en mayo de 1982: “el pobre The Buenos Aires
Herald es despreciable. ¿Qué ha sucedido? ¿Ronie está sarcástico cuando escribe
sobre una imaginaria pérdida por parte de los ingleses? (...) ¿Está bromeando?
Temo que no lo esté”. En: David Cox. En honor a la verdad. Buenos Aires,
Colihue, 2002, p. 189.
34- Cabe aclarar que la posición republicana sostenida por La Prensa no mantuvo
coherencia a lo largo de la historia, pues desde sus páginas contribuyó a la
destitución de varios gobiernos democráticos. Puede consultarse César L. Díaz. “El
diario La Prensa: actor político gravitante en el golpe del '30”. 10mo. Congreso
Nacional y Regional de la Academia Nacional de la Historia. La Pampa, 1999; C.
Díaz, M. Giménez, M. Passaro. “¿Republicanos... pero no tanto? El discurso
editorial de La Prensa sobre la libertad de expresión entre 1974-1977”. En: III
Congreso de RedCom “Periodismo, Política e Investigación”, FPCS, La Plata, 2001.
35- Entre los grupos más activos que se manifestaron contrarios al laudo cabe
mencionar al “Movimiento Pro-impugnación del Laudo Arbitral del Beagle”,
integrado entre otros por Isaac Francisco Rojas, Julio Irazusta, Ernesto
Sanmartino, Domingo Sabaté Lichstchein, Alfredo Rizzo Romano, Adolfo María
Holmberg, Federico A. Daus y Ernesto J. Fitte.
36- C. Díaz, M. Passaro. “El amargo sabor del éxito. El mundial 78 a través de
las columnas editoriales no complacientes”. En: Tram(p)as de la Comunicación, La
Plata, FPCS, Nº 22, febrero 2004, pp. 43-57, analizan la posición institucional de
los diarios aquí estudiados, acerca del evento deportivo en los tres primeros años
de la dictadura.
37- Entre enero de 1978 y el mismo mes de 1979 solamente lo haría en cuatro
oportunidades.
38- En virtud de la definición del acontecimiento aquí estudiado, por esos días el
gobierno militar argentino profundizó medidas para el control informativo. Véase
C. Díaz (dir.), M. Giménez, M. Passaro. “El Día y las cuentas pendientes con la
dictadura...” Op. Cit.
39- Nótese que si bien el diario informó sobre lo acontecido el 20 de febrero en
Puerto Montt, esperó el mensaje oficial y lo transcribió el viernes 24, en su
primera plana bajo un título a todo lo ancho en letras de gran porte: “El
presidente explicó las negociaciones con Chile”. Recién dos días después
editorializó al respecto. Algunos atribuyen esta demora adscribiendo a lo que
Isaac Rojas denunció sobre el amordazamiento particular que sufrieron los medios
en las jornadas que sucedieron al encuentro de El Plumerillo y que evidentemente
se prolongaron hasta las postrimerías de Puerto Montt. Véase La Argentina en el
Beagle y Atlántico Sur. Buenos Aires, Editorial Diagraf, p. 229; pero también es
posible pensar en la apelación al silencio editorial del medio sobre ese aspecto.
40- Nótese que la propuesta fue publicada en una nota de opinión en el diario La
Prensa aunque no fue jerarquizada en su espacio editorial.
41- El general Osiris Villegas responsabilizó al gobierno chileno de proclamar
unilateralmente el agotamiento de las negociaciones. Puede consultarse Osiris
Villegas. La propuesta pontificia y el espacio nacional comprometido. Buenos
Aires, Pleamar, 1982, p. 28. Destacaremos que el militar retirado encabezó, entre
julio y octubre de 1977, una primera comisión que en representación de
Argentina buscó un acercamiento de las posiciones de ambos países.
42- “La disponibilidad del gobierno argentino a la intervención del Papa la había
dado Videla con la aquiescencia de la Junta Militar pero –como era inevitable en
los complicados mecanismos que regían el poder en la Argentina- los
comandantes debían comenzar el ritual giro de consultas con los mandos para
lograr el aval a lo que se había hecho”. Puede consultarse Bruno Passarelli. El
delirio armado. Argentina Chile. La guerra que evitó el Papa. Buenos Aires,
Sudamericana, 1998, p. 130.
43- En lo jurídico la división oceánica entre la Argentina y Chile se funda en el
principio de derecho público americano posterior a la emancipación de España
fundado en el “uti possidetis”, en virtud del cual Chile es un país del Pacífico
como la Argentina lo es del Atlántico. Esta regla fue recogida por el Protocolo de
1893, aclaratorio y complementario del Tratado General de límites ArgentinoChileno de 1881.
44- Sobre el diplomático que representó a nuestro país en las negociaciones de
1881 un periodista de La Nueva Provincia, en su campaña en favor de la
declaración de nulidad del laudo arbitral, lo calificó de “negociador sutil, refinado,
sereno y, según se lo propusiera, alternativamente flexible o inquebrantable, por
sagaz y realista”. Puede consultarse Ricardo A. Paz. El conflicto pendiente. Buenos
Aires, EUDEBA, 1980, T. I, p. 42. Contrariamente se ha expresado un colega,
corresponsal de Editorial Atlántida en Italia y el Vaticano en aquellos años: “debe
convenirse en que Bernardo de Irigoyen, firmante del Tratado de 1881 por
Argentina, les había hecho un flaco favor a sus compatriotas que, casi un siglo
después, tratarían de darle un sustento jurídico a aquello que no lo tenía”. Véase
Bruno Passarelli. Op. Cit, p. 55.
45- La Prensa citó cuatro veces durante el período las palabras de Irigoyen ante
la Cámara de Diputados: “Chile no sale al Atlántico” (5/5, 12/8, 4/12/77 y
15/1/78).
46- Otra de las argumentaciones que utilizó para desacreditar a la defensa
chilena fue la de la “costa seca”. Esta tesis, ideada en 1905 por el periodista
chileno Alberto Fagalde, fue publicada en la “Revista Marítima” de Valparaíso. Ella
sostenía que el límite con Chile en la región pasaba por la costa argentina de la
isla Grande de la Tierra del Fuego. Así, la totalidad del control de las aguas del
canal de Beagle quedarían en manos chilenas. Puede consultarse Hugo Álvarez
Natale. Beagle: de brujos y fantasmas a la decisión final. Buenos Aires, Ediciones
Politeia, 1984, p. 224.
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