1 Caldenia Setiembre/2010 Lic. Ana Martín. Después de la jubilación, la vida En el marco del Programa de Adultos Mayores del a Universidad Nacional de La Pampa se realizó el taller titulado “Nadie se jubila de la vida”. Esta nota quiere expresar gratitud hacia quienes formaron parte de esa entrañable experiencia. La siguiente es una elaboración personal de los principales ejes trabajados por el grupo. La jubilación Aun siendo esperada, la noticia de la jubilación impacta, conmueve y va a dar lugar a distintas reacciones. Algunos no querrán saber más nada con lo que los ocupaba, toman distancia y así quedan privados también de las otras cosas que estaban asociadas al trabajo, como son las relaciones con los compañeros, las salidas conjuntas. Otros sienten la falta, extrañan, más aun cuando se han ejercido tareas destinadas a ayudar a los demás. ¿Cómo seguir? Mujeres que vivieron divididas entre el hogar y el empleo se dedican a disfrutar de “un tiempo no apurado”(*1) en su vida familiar. Se apegan a los hijos, disfrutan de cuidar a un nieto. O se buscan nuevas actividades para hacer en pareja o con amigas. Abordan estas propuestas con ánimo distendido: eligen lo que les gusta o lo que siempre quisieron hacer y no pudieron antes. Pueden poner en marcha actividades hacia el cuidado de los otros, o abocarse al cuidado de sí mismas/os. Para algunas se trata de entretenerse, de ocupar las horas tratando de dejar en el pasado los malos recuerdos y de entre-tenerse en el presente. Los dolores vividos se sellan, se viven en soledad, temiendo abrirlos como si la memoria contuviera una suerte Caja de Pandora que si se abriera podría hacer aparecer males infinitos(*2). En otros/as no hay tanta división entre los recuerdos y el presente, de modo que en lo actual se entrecruzan comentarios con matices de alegría y de orgullo por lo hecho, tanto como de conformidad o de queja por los sinsabores. Podría suceder que quienes vivieron experiencias adversas pudieran vivir y descubrir en este momento otras formas de sensibilidad asociadas a relaciones diferentes, más elegidas, menos asociadas al deber. Hay mujeres que recién en este momento de la vida pueden acceder a una posición de autonomía que les permite moverse con libertad, administrarse en sus 2 tiempos, con su dinero y en sus desplazamientos. Sin padres, hermanos ni marido que las controlen. Otro lugar en el mundo social Así como para los jóvenes el eje de su vida pasa por definir el proyecto, haciéndose cargo de las limitaciones pero apuntando sobre todo a los sueños, para las personas mayores que tienen una vida hecha, la cuestión será hacerse cargo de lo logrado en relación a la desmesura de lo esperado. En este balance puede ser de utilidad tener en cuenta el punto de partida, para ver cuánto se pudo avanzar, sea en capacitación, en el armado de vínculos, en el plano laboral. Algunas deudas pendientes podrían repararse ahora en el plano del saber, por ejemplo. Les interesa aprender computación para comunicarse con los códigos actuales, pero también otras cosas, como la jardinería, que deja de ser un gusto o costumbre para convertirse en una práctica con conocimiento. Y danzas, y canto. Escribir y pintar. Y cuántas posibilidades en el plano de lo social: se pueden establecer nuevos vínculos con vecinas, amigas, o compañeras con quienes hacer pie para aventurarse en el afuera, salir. Para avanzar en terrenos de lo público, esos que desde siglos han estado limitados para las mujeres, cuando son jóvenes porque se exponen a la violencia sexual, y cuando son mayores a la amenaza del despojo de su cartera, a la violencia ligada al arrebato. Esto de poder andar por la calle, ir al cine o al teatro, sentarse a tomar algo o salir a cenar con amigas puede convertirse en una aventura estimulante para quienes, afrontando juntas sus temores, se pueden apropiar de manera más amplia de su condición de ciudadanas. Explorando en las relaciones Cuando los hijos se hacen grandes y se hacen cargo de sus familias y de sus vidas los padres pueden llegar a vivir cierta sensación de soledad o de falta de propósito, sin ver que estas sensaciones son la contraparte del deber cumplido. La angustiosa soledad se aliviaría en alguna medida si se pudieran apropiar de la autonomía ganada y también de los recursos que en la empresa de la vida han aprendido a desplegar, habilidades y saberes sobre la vida incrementados, que no siempre son aprovechados. Porque la mirada de los otros hacia la vejez suele desmerecer estas potencialidades, a veces en el afán de cuidar a los mayores. Algunas mujeres dudan de si dar o no la llave de la propia casa a los hijos, una metáfora que expresa la disyuntiva entre querer ser visitadas por la familia, pero que también contiene el deseo de guardar en cierta medida su intimidad. La intimidad compartida por alguien presente, o habitada por recuerdo de los que no están, o por la 3 esperanza de un encuentro posible. El deseo del encuentro con el otro siempre está presente, sea para acompañarse, para compartir, para que el “arreglárselas” pudiera nutrirse de los intercambios posibles. En un tiempo que se sabe transitorio, y quizás por eso mismo se degusta con el deleite de lo efímero. Mientras se cuida la salud para no caer en la temida dependencia asociada al desvalimiento físico o a la pérdida de conciencia. Aparecen imágenes temidas asociadas al asilo o del geriátrico, opciones pensadas para no ser una carga para los hijos. Frente a este temor, sin embargo, algunos del grupo que se ocupan del cuidado de personas mayores o de personas que sufren enfermedades causantes de deterioro ofrecen otra perspectiva: -¿Por qué sería tan malo para los hijos ocuparse de cuidar a los padres ancianos? ¿No podría ser el cuidar a otros una fuente de gratificación y de desarrollo propio? ¿No podría ser que a resultas de estos esfuerzos los hijos resulten mejores personas? Preguntas que llevan a otras: ¿se puede encontrar nuevos sentidos en la relación con los otros, cuando se es mayor? Y los otros: ¿Podrían beneficiarse de algún modo de la relación con quienes se ponen mayores? Entre el pasado y el hoy El dolor no es ajeno al tránsito por la vida, en sus diversos matices. Quienes han hecho una vida no han sido ajenos al sufrimiento, a las pérdidas ni a situaciones de dolor. A los dolores presentes de las enfermedades, y a otros miedos que se acrecientan desde el alerta y la duda acerca de cuánto podrían llegar a afrontar de ahora en más. ¿Qué hacer con los dolores de todos los tiempos? No recordar lo malo y acordarse sólo de lo bueno es la opción de algunas, para otros lo doloroso hace figura, dejando de fondo y en cierta forma empequeñecido el recuerdo de los buenos momentos. Una alternativa distinta se consigue cuando se da una vuelta al dolor para transformarlo en expresión, en un poema a la amiga que ya no está, en pintura de cuadros que muestran lo que no se puede decir con palabras, en conductas solidarias al servicio de los otros. En un libro en memoria de los seres queridos ausentes. Esta posibilidad de generar algo bueno del dolor vivido es quizás la forma más acabada de fecundidad, porque en este caso evidencia un trabajo sobre el dolor para convertirlo en beneficio para otros. La nueva actitud encauza una de las tareas más difíciles para el psiquismo, que es la tramitación de sentimientos hostiles como el rencor y el odio. Lo vivido ya no puede cambiarse, pero sí quizás la mirada hacia ese pasado, y hasta el propio lugar. Esa modificación será posible a través de los otros actuales, de los presentes. Y allí viene la siguiente cuestión, en relación a los presentes: ¿Cuánto permitir el acercamiento del otro/a? Los que dan la oportunidad para 4 intentar establecer relaciones diferentes a los ya vividas, exponiéndose otra vez. Y allí está la posibilidad de cambiar en el ahora, y también el para atrás, superando a la persona atemorizada, gobernada, o controlada por los otros que fueran. El encuentro con el otro permite “salir” de sí misma/os para dejarse afectar, conmoverse, compartir, para ser diferente, siendo el mismo. Abriéndose con menos prejuicios a los otros, desde energía que genera el estar juntos, dicen eso del grupo, podrían ver otras formas de enfrentar las cosas, y ser personas diferentes. Cambiando, a esta altura de la vida, revisando el propio carácter, ese “soy así”, que parece inmutable, para tratar de hacerse más a-mables, más hospitalarias hacia los otros. Para encontrar formas de decir, hasta lo que incomoda. Aprendizajes: cuando lo pequeño hace a lo grande Los vínculos en este momento de la vida presentan desafíos nuevos, porque si no hay obligatoriedad en la relación, hay que hacerse cargo de los malestares que pudieran surgir. La amistad se hace difícil de llevar cuando el otro/la otra invade con relatos infinitos de dolores y de quejas, o ante gestos de la otra persona que generan malestar, como la informalidad en cuanto a las citas convenidas. No es tiempo de rechazar tan fácilmente a la gente, como cuando se era joven, y lo más fácil era alejarse. Pero: ¿Cómo tramitar el malestar que provoca el exceso del otro, o sus actitudes no deseadas? Aquí se plantea el problema de cuánto dejar al otro/a ser como es, o si ponerle límites. Y en ese caso: ¿cómo hacerlo, sin romper la relación? Y entonces:¿Cuánto tolerar? ¿Hasta dónde decir o callar? Si no hay parámetros impuestos desde afuera, si no hay quién defina hasta dónde se llega, entonces se hace necesario apelar al propio criterio, a la propia sensibilidad, para encontrar el punto que indica lo que cada uno/a está dispuesta a tolerar del otro/a. Las respuestas a estas preguntas siempre provisorias, y muy personales. Lo interesante es poder plantearse estas preguntas y darse el tiempo de buscar las respuestas, desde una posición de responsabilidad frente a los vínculos, con lucidez, apropiándose de las opciones posibles, aunque sea ante situaciones de enfermedad o invalidez. Cuando se tiene cerca el final anunciado, paradójicamente, ese final podría dar lugar a una persona más dueña de sí durante lo que queda de la vida. *1. La frase pertenece a la canción Marcha de Osías, de María Elena Walsh. *2. Personaje de la mitología griega, la primera mujer hecha por Zeus a imagen de las diosas, seductora pero avarienta y mentirosa, que guarda en su ánfora (caja) todos los males del mundo.