Artículo de Reflexión

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Artículo de Reflexión
Información de la Revista
Título abreviado: Sophia
ISSN (electrónico): 2346-0806
ISSN (Impreso): 1794-8932
Información del artículo
Fecha de recibido: Agosto20 2013
Fecha de aceptación: Enero 20 2014
El sentido pedagógico de la evaluación del profesorado 1
Pedagogical meaning of teacher’s evaluation
Liliana Saavedra Rey1
Sneider Saavedra Rey1
Mg. En Educación
Universidad Pedagógica Nacional
1
SOFIA - SOPHIA
Saavedra,L.Saavedra,S.(2014). El sentido pedagógico de
la evaluación del profesorado.Sophia vol 10 (1), 24-38
Resumen
El contexto social determinado por las políticas neoliberales ha convertido la evaluación del profesorado en prácticas de medición de
resultados, pago por mérito y rendición de cuentas, ajenas a la complejidad de los procesos educativos. Frente a esta situación, este artículo
de reflexión enfatiza el sentido pedagógico de la evaluación como actividad de comprensión de la labor del profesorado, con el fin de
superar la calificación como mecanismo de exclusión profesional y generar transformaciones que contribuyan al mejoramiento de los
procesos educativos.
Con este propósito, se plantean, en primer lugar, las características del contexto de origen de la evaluación y sus demandas actuales
para la educación. En segundo lugar, se propone un posible sentido pedagógico de dichos procesos, debido a sus repercusiones en la
formación de sujetos. Esto conlleva una discusión sobre las diferencias entre calificar y evaluar, enfatizando en la comprensión referida
a este último ámbito, del cual se derivan diez principios de evaluación pedagógica. Debido a los objetivos de la investigación en que se
basa, esta propuesta es situada en el profesorado con el fin de superar las prácticas de pago por mérito y rendición de cuentas, de acuerdo
con la importancia de su labor educativa. Finalmente, basado en el estudio del marco legislativo colombiano al respecto, se consolida
una evaluación del profesorado que trascienda los intereses técnicos y administrativos. Así, el artículo concluye que, más allá de las
apuestas en que se ha desarrollado la evaluación del profesorado desde la racionalidad técnico-instrumental, tendiente a reajustes salariales
y contractuales, el sentido pedagógico de este proceso implica una realimentación constante que re–configura y es re–configurada por el
mismo acto de formar seres humanos.
Palabras clave: Evaluación docente, evaluación pedagógica, normatividad evaluativa, pago por mérito, rendición de cuentas.
Abstract
The Social Context determined by neoliberal policies has turned teacher´s evaluation in results measurement practices, payments for merits
and delivering reports unrelated to the complexity of the educative processes. To this situation, this reflective article emphasizes on the
pedagogical meaning of teacher´s evaluation as an activity to comprehend teaching work, with the purpose of overcoming grading as a
mechanism of professional exclusion and to create transformations to improve educative processes.
1. Artículo de reflexión derivado de la investigación Sentido de la evaluación docente a partir de la definición de la complejidad de las funciones del profesorado. Una aproximación
a su resignificación pedagógica, presentada para optar al título de Maestría en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional, la cual obtuvo distinción como tesis meritoria y se
desarrolló al interior del grupo de investigación Evaluándo_nos (Categoría C de Colciencias).
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With this purpose in mind, the characteristics of the context, origins of evaluation and the current educational demands are primarily
considered. Secondly, a possible pedagogical meaning for these process is proposed due to the repercussions on the subject formation.
This leads to the discussion on the differences in grading and evaluating, emphasizing on the second one which derives in ten basic
principles of pedagogical evaluation. Due to objectives in which the research is based, this proposal focuses on the teachers according to
the importance of their educative labor so the payment for merit practices and delivering reports can be overcome. Finally, based on the
study of the Colombian legislative framework in regard to this matter, evaluation for teachers transcending administrative and bureaucratic
interests must be avoided. As a conclusion, beyond the techno instrumental rationality of current teachers’ evaluation for salary adjustments,
evaluation implies a constant that re-configures the act of human´s formation.
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Key Words: Teachers’ evaluation – Pedagogic evaluation – Law of evaluation – Merit pay – Accountability.
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Artículo de Reflexión
Introducción
La evaluación en busca de sentido
Transformaciones políticas como la constitución del
Estado neoliberal (Díaz, 2000), sus dinámicas de
privatización del sector público y la racionalización
burocrática en todos los ámbitos sociales (Díaz,
2007), han redirigido el sistema educativo hacia fines
utilitarios, de inserción a ciertos estratos sociales
y proyectos de formación determinados por las
demandas laborales y empresariales (Barnett, 2001;
Laval, 2004). En consecuencia, la constitución
curricular dependiente de direccionamientos políticos
transnacionales ha afectado la autonomía profesional
de los maestros, generando condiciones desfavorables
en su ejercicio profesional. Especialmente a través
del discurso de la calidad educativa, se ubica a la
institución escolar en el lugar de cualquier otra
organización empresarial (Santos, 2003) y se audita
de acuerdo con su rentabilidad económica.
El concepto de evaluación nace a inicios del siglo XX
como un mecanismo de control de comportamientos
y resultados al interior de las organizaciones
empresariales. El apasionamiento por la tecnificación
y la objetividad propias de este período histórico hace
que irrumpa en la educación a mediados de siglo con
Los principios básicos del currículo (Tyler, 1986).
Así, se determina como una estrategia de control
a través de variables medibles y cuantificables;
una técnica que se justifica por su “eficiencia y
objetividad”, lejana a cualquier elemento formador
a través del cual las demás unidades educativas
adquirieran un nuevo sentido para su seguimiento y
mejoramiento paulatinos.
En este contexto, el debate pedagógico sobre la
educación y los procesos de enseñanza–aprendizaje
han reclamado la resigificación de la evaluación
educativa como “componente didáctico” (Litwin,
2001) en cuanto configura “el deber ser” de
las prácticas pedagógicas, los aprendizajes, los
estudiantes, maestros, la escuela y, en general, el
sistema educativo. De hecho, es en el seno de la
evaluación donde se generan las controversias en torno
a los proyectos de formación: sus ideales frente a la
realidad contextual, los propósitos pedagógicos frente
al despliegue administrativo, el imaginario personal
frente a las convenciones sociales, entre otros, pues
la evaluación “determina el comportamiento de los
sujetos, no sólo por los resultados que pueda ofrecer
sino porque ella preestablece qué es lo deseable,
qué es lo valioso, qué es lo que debe ser” (Bretel y
Crespo, 2005: 25).
Por esta razón, urge una resignificación de los
procesos evaluativos en educación que trascienda
su origen administrativo y finalidades económicas
desde el reconocimiento de sus carencias en
cuanto al análisis y la comprensión de los procesos
educativos. En este sentido, este artículo enfatiza el
sentido pedagógico de la evaluación del profesorado,
orientada al desarrollo de sus propósitos formativos
mediante la reflexión de su ejercicio. Esto implica
transformaciones en el proceso de aprendizaje de
los estudiantes y la formación profesional de los
maestros.
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Niño Zafra (2006) evidencia la pervivencia de esta
perspectiva de la evaluación educativa. Atendiendo a
concepciones como los test de rendimiento desde la
psicometría, la Teoría de la Administración Científica
del trabajo de Taylor, los objetivos conductuales de
Bloom, las tecnologías educativas y, en la actualidad,
la racionalidad neoliberal, la educación ha heredado
prácticas que son justificadas e instrumentalizadas
por la evaluación. Sin sentido pedagógico debido a su
contexto de origen y uso estratégico, se circunscribe
la evaluación a la calificación, imponiendo prácticas
que tienen graves implicaciones para la formación:
lo humano ha sido desplazado por el adiestramiento
técnico, la experiencia por la puntuación; los
sujetos son tasados según su rendimiento escolar y
normalizados de acuerdo con criterios estandarizados
que fomentan un currículo y pensamiento únicos.
En otras palabras, el afán de objetividad con sus
directrices de eficiencia y eficacia ha suplido el papel
de la justicia, la participación y la solidaridad en los
encuentros educativos.
Por el contrario, propuestas como la evaluación
iluminativa de Parlett y Hamilton (1977), la artística
de Eisner (1998; 2002), o la formativa y crítica
propuesta por Santos (1998), Álvarez (2005) o, en
el contexto colombiano, Niño (2001, 2006) y su
grupo Evaluándo_nos (2010, 2013), han reorientado
la búsqueda del sentido de la evaluación educativa.
Basados en la observación cualitativa e interpretación
hermenéutica con el fin de explorar la esencia de los
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Precisamente, en el reconocimiento de esta
disyuntiva entre lo educativo y las características y
fines de lo evaluativo – propio de la comprensión de
la pedagogía como ciencia del espíritu o de la cultura
cuyo objeto de estudio es la educación (Spranger,
1935; Dilthey, 1940; Luzuriaga, 1991) –, emerge la
necesidad actual de redefinir este último concepto. En
la actualidad, insuflado por la sociedad de mercado, y
justificado bajo preceptos de medición y calificación,
la evaluación ha generado el resquebrajamiento
del sector educativo a través de la deslegitimación
estandarizada de ciertos saberes, la discriminación de
algunos sectores sociales; la supremacía, en el lugar
opuesto, de quienes cuentan con condiciones socioeconómicas favorables y, en cuanto al profesorado, el
desprestigio y desprofesionalización de su formación
(Imbernón, 1994). Se plantean nuevas exigencias a
los maestros, se controlan los recursos económicos
invertidos de acuerdo con la rentabilidad obtenida
y se exige una rendición de cuentas por parte de
sectores externos al pedagógico.
Así pues, se pretende analizar estas políticas
que han contribuido a estandarizar, bajo la égida
globalizadora, un hecho educativo específico
dependiente de sus características intrínsecas y
sus coordenadas contextuales. De fondo, lo que se
discute es la implementación de los elementos del
sector privado en un derecho público, de las reglas
del mercado en los procesos educativos, de las
organizaciones administrativas en el campo de la
reflexión pedagógica.
De la calificación técnica a la evaluación pedagógica
Dentro del reconocimiento de la evaluación como
“componente didáctico” (Litwin, 2001), resulta
preocupante la manera en que esta práctica se
implementa en el sistema educativo. Como lo expresa
Álvarez (2003), a pesar de que en la actualidad se
promueven los enfoques cognitivos, constructivistas
y hermenéuticos en educación, en la praxis evaluativa
se da continuidad a los enfoques objetivistas, propios
de la racionalidad positivo-conductista en que prima
la memoria, los datos exactos, la reproducción de
los saberes estandarizados y, consecuentemente, el
control, la sanción y la exclusión.
Tanto Álvarez (2005) como Santos (1998) han
diferenciado dos paradigmas en evaluación: el
tradicional, de corte vertical, que atiende a criterios
sumativos y propende por la medición exacta de los
educandos a través de exámenes que se confunden
con la evaluación misma, pues su interés radica en
verificar a través de una instancia final la acumulación
de determinados saberes. En este paradigma, la
evaluación se sustenta en la racionalidad técnico–
instrumental y retoma los postulados de Tyler (1986)
en cuanto la calificación de un objetivo desde la
medición de un rendimiento. Esto repercute en que
el evaluado (estudiante o maestro) llegue a considerar
como fin de la educación la obtención de altas
puntuaciones, calificaciones o certificados, sin hacer
de su formación y aprendizajes un acto significativo.
Por tal razón, no propicia un ambiente de aprendizaje
pertinente sino una orientación con respecto a la
programación de los exámenes.
La evaluación tradicional es antieducativa, está
despojada de todo rasgo formativo y, muy por
el contrario, deja huellas negativas, y a veces
traumáticas. Por otra parte, los resultados de esta
evaluación, al estar descontextualizados, tienen
muy poco uso práctico; no son aplicables al
proceso docente, ni a la superación personal del
alumno, ni al mejoramiento curricular. (Álvarez,
2005. Citado por Bretel y Crespo, 2005: 27)
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procesos de formación, estas perspectivas proponen
desentrañar el significado de la labor educativa,
comprendiéndola en su complejidad y generando
alternativas de mejoramiento de manera simultánea.
Estas propuestas no generan conflicto o distinción
entre la situación de aprendizaje y su evaluación,
como sucede en las de corte instrumental, sino
que erigen la evaluación y las prácticas educativas
como fuentes que se realimentan en beneficio de la
formación y, así, configuran su sentido pedagógico.
Este tipo de evaluación supone eficiencia, objetividad
y eficacia en cuanto a los resultados alcanzados en el
proceso, pero se diluye como un mecanismo seudocientifista en el que solo se logra medir un rendimiento
o calificar un objetivo, sin dar cuenta del proceso en su
totalidad en cuanto acción formativa. Lo que no resulta
pertinente de este enfoque es atender al fenómeno
educativo como un objeto de estudio simple, estable,
que no evoluciona ni depende de múltiples factores
en su compleja concepción; es decir, no comprender
los rasgos específicos de los actos simultáneos de
enseñar y aprender y, contrariamente, continuar con
un tratamiento del hecho educativo en términos de
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proyecciones y logros empresariales. En este tipo de
evaluación, la verticalidad se expresa en la medición
de las conductas observables de los participantes,
potenciando la represión, la discriminación, la
selección y la reproducción social dominante.
Por el contrario, la evaluación basada en la racionalidad
práctica y crítica no precisa una evaluación final, sino
que propende por la formación de los seres humanos
que constituyen los procesos educativos de manera
procesual, continua, reconociendo las subjetividades
que problematizan sus pensamientos en el desarrollo
de una verdadera acción comunicativa. Brown y
Glasner (2003) la definen como “el proceso que
permite definir, seleccionar, diseñar, recoger, analizar,
interpretar y usar la información para incrementar
el aprendizaje” (p. 43). Por consiguiente, esta
evaluación se caracteriza por ser flexible, negociada,
equitativa y justa, orientada a la evolución integral
de todos sus participantes. “La evaluación para
valorar, la evaluación para mejorar el aprendizaje,
la evaluación como contenido a aprender para su
utilización futura” (Bordas y Cabrera, 2001: 26) Así,
resulta también pertinente en la actividad educativa al
respetar su propósito de formación integral, marcando
sus rasgos distintivos con respecto a la medición y la
calificación, las cuales son englobadas y superadas
por el concepto de evaluación pedagógica. Aquí lo
que se evalúa no es el mero rendimiento escolar o
la puntuación en un examen, sino la enseñanza y el
aprendizaje para comprenderlos y, consecuentemente,
corregir falencias y potenciar aciertos.
La evaluación se constituye así en un esfuerzo en
conjunto de diálogo y reflexión que conlleva a la
riqueza última de este encuentro entre educador
y educando: la formación personal de todos los
sujetos y un desarrollo profesional cualificado para
los maestros. “El profesor aprende para conocer y
para mejorar la práctica docente en su complejidad”
(Álvarez, 2005:12), además del reconocimiento de
nuevos horizontes de vida y experiencias encarnados
en los sujetos que lo acompañan, que llegan a
problematizar su propio pensamiento a partir de
nuevos argumentos. Estos estudiantes, por su parte,
aprenden en la acción de corregir sus errores, de la
problematización crítica a través de la cual su maestro
los cuestiona, enfrentándolos, también a ellos, a
nuevos horizontes y perspectivas del mundo. La
evaluación configura, entonces, un tejido horizontal
y humano que conlleva a la comprensión del mismo
proceso evaluativo y, por ende, al mejoramiento de la
educación; esto es, del hombre y de la sociedad que
se están formando.
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Principios para una evaluación pedagógica
Fernández (1994) ha propuesto diez principios para
la evaluación de carácter formativo fundamentales
para cualquier propuesta de evaluación con sentido
pedagógico, pues de manera sucinta rescatan el
propósito de formación, atendiendo a la ética, la
justicia y la comprensión integral de los procesos.
Esta propuesta emerge desde una concepción del ser
humano que se quiere formar, resalta su condición
y desarrollo contextual, potencia la participación de
todos los involucrados en el ejercicio comunicativo,
hasta constituirse en una reflexión–acción de la
educación, sin apuntar al acierto o desacierto de
individualidades, sino a la potenciación del proceso en
conjunto. De manera esquemática, los diez principios
a través de los cuales se erige la evaluación la hacen:
a. Holística e integradora, pues los diversos
elementos de la educación se plantean de manera
global en un proyecto común que evidencia la
complejidad y el carácter sistémico de los procesos
de enseñanza–aprendizaje, en los cuales, obviamente,
se incluye la evaluación.
b. Contextualizada, pues depende de las
peculiaridades del medio en el que se realiza; del
contexto diacrónico (los planteamientos educativos y
evaluativos que se han hecho en el marco espacial –
geográfico) y el contexto sincrónico (las características
político-educativas y sociales del momento).
c. Coherente, de acuerdo con el proyecto educativo
que se evalúa y en términos epistemológicos; es decir,
coherente con la relación entre el cuerpo teóricopedagógico en el que se sustenta y su manera de
llevar la evaluación a la práctica.
d. Formativa, pues su finalidad es comprender y
perfeccionar la enseñanza y sus repercusiones para la
formación de sujetos integrales.
e. Debe surgir y desarrollarse en la negociación y
deliberación; es decir, convertirse en un proceso en
el que participan los diversos involucrados mediados
por la acción comunicativa para acordar los diversos
planteamientos, criterios, propósitos, prácticas e
instrumentos con los que se pretende evaluar.
f. Potencia la participación, no solo con respecto
a la relación estudiantes–profesores, sino con los
diversos estamentos sociales que toman parte en la
acción educadora.
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h. Naturalista y cualitativa, en cuanto a las
perspectivas a través de las cuales se recolectan y
analizan los datos para mejorar la acción educativa.
i. Realiza recolección de datos con múltiples métodos
y fuentes plurales, para poner a discusión diversas
ópticas que realmente evidencien la complejidad del
fenómeno educativo.
j. Ética, pues no se constituye en arma impositiva
para ejercer el control, sino un acto de justicia con
la intención de propiciar una mejor formación de los
sujetos y, por ende, de la sociedad (Fernández, 1994).
Cada uno de estos principios cimientan los
presupuestos distintivos y significativos de toda
evaluación educativa, dentro de la cual la referida
específicamente al profesorado adquiere sentido,
pertinencia e importancia, como parte constitutiva
e integradora que no solo define y resignifica
constantemente la labor de los maestros, sino también
su incidencia en los procesos de aprendizaje de sus
educandos y, por lo tanto, el acto educativo en su
complejidad.
De la rendición de cuentas y el pago por méritos a
la evaluación pedagógica del profesorado
Si bien las prácticas evaluativas han enfatizado en los
aprendizajes de los estudiantes, especialmente en lo
que el mundo anglosajón distingue como assessment
– resultados de los estudiantes que son abordados
para calificar todo el sistema educativo y sus
responsables –, la actualidad del discurso de la calidad
en educación ha instalado nuevos dispositivos y
abordado otros actores y prácticas como las instancias
administrativas, los procedimientos académicos, las
procesos de gestión y, particularmente, el quehacer
de los profesores. En este último ámbito, los sistemas
evaluativos han dado tanta relevancia a los maestros
que en muchos países pervive la relación de réditos
salariales para los docentes – o, apóstol invertido, su
estancamiento o exclusión de determinado ámbito
laboral – de acuerdo con los puntajes o calificaciones
de sus estudiantes o instituciones en procesos de
evaluación, certificación, acreditación o auditoría.
De hecho, la obtención de determinadas etiquetas
que garantizan la “calidad” de las instituciones, se ha
convertido en uno de los indicadores para los reajustes
salariales año tras año, en cuyo empeño muchas veces
se desatiende el propósito fundamental del trabajo de
tales centros: formar seres humanos.
Una razón palmaria para activar estas prácticas es
la incidencia y responsabilidad de los maestros en
el proceso de aprendizaje de sus estudiantes. Sin
embargo, para estos incentivos de corte salarial y
prebendas contractuales, tradicionalmente se han
tenido en cuenta la experiencia, los títulos, los méritos
y las producciones académicas, la actualización
profesional, el ejercicio investigativo, entre otros
aspectos medibles que suponen la puntuación
representada en el escalafón docente. Así, se han
determinado escalas que catalogan al evaluado desde
aspectos que constituyen y caracterizan su accionar,
pero que no exploran la esencia de su labor en tanto
educador que reflexiona su acción y construye
discurso pedagógico (Stenhouse, 1987). Difícilmente
se ha logrado una evaluación del profesorado con
fines educativos, de monitoreo y realimentación,
en cuyo desarrollo se bosqueje un diagnóstico para
potenciar su labor pedagógica. En otras palabras, la
cultura evaluativa de los estudiantes desde el discurso
de la calidad, que deja por fuera los bienes y procesos
simbólicos que más interesan en educación, ha sido
transpuesta a la evaluación del profesorado mediante
consecuencias laborales y salariales inmediatas.
SOFIA - SOPHIA
g. Comprensiva y motivadora, pues no se reduce a
la calificación y medición sino que busca desentrañar
el sentido de la actividad educativa, hasta llegar
al fondo de los éxitos y los fracasos y, desde allí,
motivar el mejoramiento y perfeccionamiento de la
actuación de los participantes.
En este sentido, Niño (2001) ha caracterizado
cuatro tendencias predominantes en la evaluación
docente: su desarrollo como rendición de cuentas y
pago por méritos, en las antípodas de la evaluación
como desarrollo profesional y para la mejora de la
escuela. Las dos primeras, basadas en la racionalidad
técnico-instrumental y la administración empresarial,
imponen un modelo de recolección de evidencias
en torno a ciertas funciones docentes, con el fin de
relacionar el rendimiento estudiantil e institucional
con el desempeño de los profesores para el alcance de
resultados medibles.
En primer lugar, “[…] rendir cuentas corresponde
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a presentar los resultados de la productividad en el
rendimiento de las escuelas a empleadores, directivos
o autoridades locales, distritales, regionales o
nacionales” (Niño, 2001: 47) de acuerdo con el interés
en la inversión económica realizada en la institución.
Así pues, tiene que ver más con un informe que
posibilita la solicitud o continuidad de las inversiones
de acuerdo con los productos presentados ante
evaluadores externos que presionan el alcance de
tales objetivos. Por su parte, la evaluación de pago por
mérito es aún más enfática en este interés económico
pues, de acuerdo con la obtención de ciertos resultados
medibles, el evaluado (profesor) obtiene un beneficio
salarial con todas las implicaciones educativas de este
tipo de políticas.
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Esta valoración del trabajo de los profesores, en
otro aspecto, comporta una forma de injerencia
de los gobiernos al sistema escolar, al ponerlo
a depender directamente de una racionalidad
económica y que sean las exigencias del mercado
las que determinen qué, cómo y para qué enseñar;
qué clase de profesores y cuáles destrezas deben
auspiciarse ayudándose del tipo de exámenes
que se aplican, directamente o a través de los
estudiantes (Niño, 2001: 51).
Este tipo de evaluación impera en el sistema educativo
colombiano con algunas especificidades que
restringen aún más las posibilidades formativas para
los maestros. Entre otras, desde estas tendencias es el
agente evaluador quien unilateralmente determina la
concepción de la evaluación, sus objetivos, intereses
y finalidades; así como estrategias, mecanismos,
herramientas y momentos de ejecución. Igualmente,
la evaluación del profesorado se utiliza como una
estrategia de estímulo–respuesta para los maestros
pues, o encuentran mayor pago por sus resultados de
eficiencia, o son desacreditados por el incumplimiento
de ciertos requerimientos. Su promoción incorporativa,
su desvinculación, la jerarquización de sus puestos
de trabajos de acuerdo con su “competencia”; son
estratagemas de estimulación e intimidación que se
constituyen y justifican como dispositivo regulador y
controlador del sistema, planteando derroteros de muy
diversa índole, que no exploran la esencia de la labor
educativa, sino más bien expresan requerimientos
contractuales, funciones administrativas y gestiones
burocráticas.
Dicha intervención externa suscita múltiples
cuestionamientos desde la reflexión pedagógica:
¿para qué se evalúa?, ¿quién evalúa?, ¿cómo evalúa?,
¿es competente para evaluar?, ¿por qué evalúa?,
¿cuáles son los criterios de la evaluación?, ¿a servicio
de quién o qué se da dicho proceso? y ¿cómo se
evalúa esta práctica (meta-evaluación)? En fin,
diversos interrogantes cuya respuesta develarían el
interés económico y administrativo subyacente.
En respuesta a esta perspectiva, las tendencias
de la evaluación como desarrollo profesional y
la evaluación para mejora de la escuela plantean
un abordaje más complejo, que tiende al ejercicio
reflexivo de los maestros en tanto profesionales
de la educación. En estos procesos evaluativos se
trasciende el enfoque en los rendimientos hacia el
análisis de la planeación, el currículo, la evaluación
y demás procesos pedagógicos que repercuten en la
institución y la sociedad.
Plantear el papel profesional del educador
implica su participación en la construcción
de conocimientos, investigando, examinando
la realidad vivida diariamente en el aula y en
la escuela, comprendiendo lo que pasa en la
educación, en permanente indagación por el
conocimiento pedagógico (Niño, 2001:54).
Esta comprensión supone, tal como lo profundiza
la tendencia de la evaluación para la mejora de la
escuela, un trabajo riguroso, colegiado y sistemático
de los profesores como profesionales, que analizan y
reflexionan su quehacer en un contexto situado con
el fin de forjar transformaciones institucionales de
carácter formativo. Se trata, entonces, de evaluar la
acción del profesor desde un sentido pedagógico, con
fines de comprensión del acto de enseñar. Por ello,
indaga por los esfuerzos, el contexto, los medios
utilizados, los ritmos de aprendizaje, las fortalezas,
las debilidades, las amenazas, las oportunidades, los
mismos fines formativos y sus criterios de valoración
consecuentes.
Resulta imprescindible, entonces, asumir una
postura crítica sobre cada elemento de la evaluación
educativa y, en este caso, del profesorado, con el
fin de desarticular los sistemas universalizados,
controladores, estandarizados, calificativos y
descalificadores. Estos no generan un mejoramiento
de la práctica educativa, sino un ambiente hostil
de señalamientos que incurren en su desprestigio y
debilitamiento paulatino, lo cual fomenta la apatía
frente a cualquier proceso de evaluación que es
visto como mecanismo estratégico de intervención
al sistema o la institución. Por ello, la este proceso
referido a los maestros se da “[...] de un modo
rutinario y que aporta poco a la mejora de la actuación
del profesor” (Root y Querly. Citado por Villa, 2001:
191) Cuestión que se agrava en contextos escolares
como el colombiano en el que la evaluación no solo
es insustancial en el proceso de mejoramiento, sino
que está al servicio de la exclusión de los profesores
del sistema educativo.
Así pues, los intereses creados en torno a la evaluación
omiten el sentido pedagógico que supone cualquier
proceso educativo. Por el contario, se limita a fuerzas
del mercado que, desde el exterior, articulan las
evaluaciones y se constituyen en agentes evaluadores,
lo cual va en detrimento del desarrollo educativo,
pues “ligar la evaluación de profesores a la mejora
de la calidad refuerza los valores conservadores
en educación, traslada a la educación el enfoque
productivista de la empresa, refuerza la racionalidad
técnica, sin plantear una verdadera política de mejora
de la enseñanza”. (Gimeno, 1993: 26) Esto se puede
evidenciar en las políticas educativas colombianas en
torno a estos procesos.
Materiales y métodos
La investigación Sentido de la evaluación docente
a partir de la definición de la complejidad de las
funciones del profesorado. Una aproximación a su
resignificación pedagógica, de la cual deriva este
artículo, propende por construir conocimiento sobre
la interpretación de una realidad social: la labor
del profesorado, su evaluación e implicaciones
educativas. Por ello, se instituye como investigación
cualitativa que configura una imagen de la realidad
mediante la acción comunicativa y la interpretación
de los diversos lenguajes en el entramado complejo
de la vida humana y social.
Así pues, a partir de los datos recolectados y
analizados de manera sistemática, se ha constituido
teoría fundamentada sobre las funciones del profesor
y su evaluación como propuesta pedagógica, de
acuerdo con lo planteado por Corbin y Strauss (2002).
En este proceso, se eliminan las ideas preconcebidas
del fenómeno estudiado, y se encamina el andamiaje
investigativo de acuerdo a la información obtenida,
pues “lo más probable es que la teoría derivada de
los datos se parezca más a la “realidad” (Strauss y
Corbin, 2002: 25) Específicamente, se ha trabajado a
partir de datos sobre la labor docente y su evaluación
(suplantación de conceptos educativos debido a
intereses de otras esferas sociales, lo cual ha generado
pérdida de la identidad educativa, falta de autonomía
de los maestros y, consecuentemente, desprestigio y
proletarización de la profesión) para formular nuevos
elementos y resignificar las teorías existentes de
manera crítica (pedagógica, sin atener a presupuestos
ni intereses de paradigmas externos) gracias a la
interpretación hermeneútica de los datos, entre los
cuales se incluyen, como lo permite y facilita el
enfoque cualitativo de investigación, la discusión de
documentación válida y pertinente e, inclusive, de la
misma experiencia de los investigadores en el campo
educativo.
En primer lugar, se analizaron observaciones y
entrevistas informales, así como cuestionarios de
preguntas abiertas a 88 profesores de las instituciones
educativas hogar infantil Mi dulce refugio, los
colegios I.D.E. Cristóbal Colón (Sede Santa Cecilia),
Liceo Católico y Liceo de Cervantes, y la Universidad
Pedagógica Nacional, pertenecientes a los diferentes
niveles de educación preescolar, básica, media y
superior. Estas herramientas facilitaron, de una
manera más “libre” y espontánea, el acercamiento
a la realidad social del profesorado: la manera en
que ellos perciben sus funciones y el modo en que
se efectúa su evaluación, enfatizando en lo que ellos
consideran que se debería realizar en dichas prácticas,
de acuerdo con su formación pedagógica.
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En segundo lugar, se dio la reflexión crítica sobre
la teoría consultada acerca de las funciones del
profesorado y el modo de ser evaluado, para develar
diversos sentidos, más allá de lo explícito en los
textos teóricos y normativos. Lo que se logró en estos
dos ejercicios fue escudriñar a fondo los imaginarios
que subyacen a la evaluación docente y la estrecha
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Artículo de Reflexión
relación que mantiene con la caracterización de
las labores que cumplen los maestros, en una
determinación y dependencia mutuas.
SOFIA - SOPHIA
La exploración de estos significados proporcionó
la confrontación realidad–teoría que sirvió de
realimentación constante tanto para el cuerpo
teórico como para los contextos de las prácticas
educativas, construyendo una teoría sustantiva,
fundada o fundamentada. Esta producción que
hace parte de las conclusiones de la investigación
se desarrolló mediante las fases de exploración
(lecturas prelimientares de textos y contextos),
descripción (planteamiento inicial de experiencias),
interpretación (de la información recogida y
descrita, explícita e implícitamente); ordenamiento
conceptual (organización y clasificación de los datos
de acuerdo con criterios referentes a sus propiedades
y dimensiones), y teorización (codificación como
marco conceptual de lo abordado).
De las tres categorías generales sobre las cuales se
desarrolló la investigación, el presente artículo refiere
exclusivamente a la segunda, titualda la evaluación
del profesorado. De acuerdo con el análisis de
las experiencias observadas, los textos teóricos y
legislativos, y las respuestas de los maestros en los
cuestionarios, se vio la relevancia de este proceso
desde su articulación al marco normativo de las
políticas de educación en el país. Por esta razón,
como se ve en el siguiente apartado, la teorización
de esta categoría enfatizó la racionalidad técnica que
subyace a las prácticas de evaluación de los maestros
desde la legislación y sus posibilidades formativas de
acuerdo con los marcos conceptual y legal expuestos.
Resultados: teorización de la evaluación docente
en el marco legislativo colombiano
Dentro del marco legislativo, la Ley 115 de 1994 de
Educación Básica y Media, y la Ley 30 de 1992 de
Educación Superior se constituyen en los referentes
de análisis de las políticas educativas en Colombia.
Específicamente, mediante ordenamientos jurídicos
como los decretos 1278 y 1283 de 2002 y la Ley
715 de 2001 se proponen con mayor precisión las
políticas en cuanto a la evaluación que, lejos de ser
concebida como medio de aprendizaje, comprensión
32
y formación, determina un manejo burocrático y
penalizador, que se expresa en mecanismos de control
y seguimiento para la exclusión de los maestros, los
cuales quedan a merced de pruebas institucionales
y del sistema que evalúa la calidad del servicio que
están prestando a sus estudiantes. Como lo plantea
Santos (2003), en este caso la calidad no se asume
con sentido pedagógico, sino como la efectividad y la
eficacia en ejecución de planes y el cumplimiento de
aspectos meramente contractuales y administrativos,
emulando la institución educativa a cualquier otra
organización empresarial. Tal enfoque se complejiza
aún más con la reforma de artículos como el 347,
356 y 357 de la Constitución Política, que repercute
en la disminución de la financiación de la educación
pública.
Evidentemente, en los concursos públicos para
ingresar al sistema, los profesores aspirantes quedan
sometidos a multiplicidad de evaluaciones, las
cuales continuarán después de su nombramiento y
que, en caso desfavorable, pueden repercutir en su
permanencia dentro del sistema. De este modo, tal
evaluación se erige como mecanismo de selección,
discriminación y exclusión (Álvarez, 2001) que se
acentúa con el sistema de información de resultados
que, al publicarlos, crea un estado de calificación de
mayor a menor en cuanto a calidad educativa.
Dicho mecanismo de control, medición y selección
continúa con los mismos estudiantes que tienen que
afrontar diversas pruebas en los grados tercero,
quinto, séptimo y noveno (Pruebas Saber) aplicadas
semestralmente en Educación Básica y Media,
las Pruebas Saber 11 para los bachilleres, y los
Exámenes de Calidad de la Educación Superior,
Pruebas Saber pro, para los estudiantes de últimos
semestres de las carreras universitarias. Esto sin
mencionar los exámenes y pruebas internacionales
que aplican en nuestro país, y los múltiples tests de
simulacro y de rendimiento al cierre de los períodos
y los semestres académicos en las instituciones.
Preocupante situación pues los sujetos quedan a
merced de continuas herramientas de calificación
que no tienen como trasfondo el sentido formativo,
sino que dependen más de intereses comerciales
y competitivos, que intentan definir a través de la
puntuación el mayor rendimiento de las instituciones y
los sistemas educativos para legitimarlos, justificarlos
o desprestigiarlos, del mismo modo que dan cuenta
Sophia, Vol 10 (1) 12014
Ahora bien, enfatizando en la evaluación del
profesorado, vale revisar el capítulo 3 de la Ley
General de Educación que se titula Evaluación.
En él se prescriben los elementos constitutivos de
este proceso para docentes, directivos docentes,
privados y estatales, e instituciones. Este proceso
se justifica dentro del documento en la búsqueda
del “mejoramiento de la calidad educativa que se
imparte” (MEN, 1994:5). Nuevamente, “la calidad”,
un término que, aunque se menciona 27 veces en esta
ley, nunca se define o explica, y solo se justifica “en
términos de ajuste a la Constitución y los mandatos
legales, en abstracto; es decir, no hay un concepto de
formación, de educación, sino un cumplimiento de la
norma” (Bustamante, 2005: 65). En este sentido, sus
objetivos de control, medición y sanción se perciben
con toda claridad en el artículo 81 sobre los exámenes
que cada seis años deben presentar los maestros para
demostrar su “idoneidad académica” y actualización
pedagógica y profesional.
El educador que no obtenga el puntaje requerido
en el examen, tendrá la oportunidad de presentar
un nuevo examen. Si presentando este segundo
examen en tiempo máximo de un año no obtiene
el puntaje exigido, el educador incurrirá en causal
de ineficiencia profesional y será sancionado de
conformidad con el Estatuto Docente. (MEN:
1994: 44)
Se pierde aquí cualquier interés pedagógico cuando
una calificación en un examen expedido por la
reglamentación del Gobierno Nacional (externo,
estandarizado, no pedagógico, no formativo) degenere
en que los profesores puedan ser sancionados y
estigmatizados como “ineficientes” en términos
profesionales.
Si esto no revela mayor gravedad, toma prevalencia
la Ley 715, a través de la cual se crean los decretos
1278 y 1283 para evaluar el desempeño del sistema
educativo con fines controladores y punitivos. De ella
se puede mencionar lo contemplado en el capítulo
cuarto del Decreto 1278, también denominado
Estatuto de profesionalización docente, nombre que
ya denota la discriminación que el sistema político ha
promulgado hacia el profesorado, el cual, de acuerdo
con lo enunciado, se encuentra necesitado de un
estatuto que realmente instituya el profesionalismo de
su labor. En dicho capitulo, artículo 26, se establece
que “el ejercicio de la carrera docente estará ligado a
la evaluación permanente” (MEN, 2002: 25) a cuyos
procesos los maestros están obligados a someterse y
de cuyos resultados dependen sus incentivos laborales
(salariales y de ascenso) y, más preocupante aún, su
permanencia o exclusión del sistema.
La evaluación verificará que en el desempeño de
sus funciones, los servidores docentes y directivos
mantienen de idoneidad, calidad y eficiencia que
justifican la permanencia en el cargo, los ascensos
en el Escalafón y las reubicaciones en los niveles
salariales dentro del mismo grado (MEN, 2002:
26).
Este hecho se problematiza en atención a que las
evaluaciones, además de ser estandarizadas, externas
y sin soporte pedagógico, reciben como criterio
de primera mano la información de los superiores
jerárquicos en la institución, quienes usualmente son
administradores preocupados por la rentabilidad del
servicio que prestan, mas no por la formación humana
que desempeñan los maestros.
Adicionalmente, en el artículo 28 que versa sobre los
objetivos de la evaluación, se menciona “establecer
sobre bases objetivas” los docentes o directivos
que son ascendidos, permanecen en su nivel, son
reubicados o son “separados del servicio, por no
alcanzar los niveles mínimos de calidad exigidos
para el desempeño de las funciones a su cargo”
(MEN, 2002: 28). De nuevo reluce el facilismo con
que se asume la labor del profesorado, lejos de su
complejidad y especificidad. Además, se observa la
manera en que la calificación y la medición toman
el puesto de la justicia, el aprendizaje y la formación,
justificados por la “objetividad”, concepto discutible,
pues todo acercamiento al mundo, inclusive mediante
una simple descripción, convoca la participación de
un observador, quien, quiéralo o no, lo matiza con su
subjetividad, finalidades e intereses (Eisner, 1998).
SOFIA - SOPHIA
de la labor del profesorado. En cuanto a la evaluación
de los aprendizajes, esta situación se ha acentuado
con la implementación del Decreto 1290 de 2009, el
cual, si bien propone la construcción de sistemas de
evaluación institucionales, en su primer artículo ya
puntualiza en el control de tales procesos mediante
pruebas estandarizadas en los ámbitos nacional e
internacional.
Esta realidad se acentúa cuando se enumera
como principio de la evaluación su pertinencia
por considerarse: “distribución razonable de las
calificaciones en diferentes posiciones que permitan
distinguir adecuadamente desempeños inferiores,
medios y superiores” (MEN, 2002: 29) Aquí la
selectividad y discriminación se promulga a través de
porcentajes que pretenden evidenciar la competencia
y el desempeño de los profesionales, pero que por su
carácter cuantitativo no permiten una comprensión
Artículo de Reflexión
33
Artículo de Reflexión
de las prácticas educativas reales que desarrollan los
maestros con el fin de valorar su sentido, pertinencia
o coherencia.
SOFIA - SOPHIA
Esta evaluación se ejecuta a partir de aspectos que
demuestran el desconocimiento de las acciones
formativas desarrolladas por un maestro en su
institución. Como lo afirma el artículo 34, se evalúa,
entre otros aspectos, el dominio de estrategias y
habilidades pedagógicas y de evaluación, nivel de
conocimiento y habilidades relacionadas con el plan
de estudio, actitudes generales hacia los estudiantes,
trato y manejo de la disciplina del grupo, sentido
de compromiso institucional y logro de resultados.
Sin embargo, estos aspectos no son suficientes para
evidenciar la complejidad de la labor de los maestros
de acuerdo con sus fines formativos.
Tampoco el mecanismo utilizado y los criterios
de medición resultan acertados: ¿Cómo calificar o
puntuar las relaciones que el maestro mantiene con
sus estudiantes?, ¿cómo tasar la formación, más allá
de indicadores de aprendizaje?, ¿cómo evidenciar
el manejo didáctico en su área de especificidad, si
tiene que ver con una acción situada, de pertinencia
contextual, a través de una prueba estandarizada,
externa?, ¿cómo medir el compromiso institucional?,
¿cómo supeditar el acto de enseñar al hecho de lograr
unos resultados? Cuestionamientos palmarios sobre
la incomprensión que la legislación ha mantenido con
respecto a los procesos evaluativos, en cuyas entrañas
subyace la incomprensión sobre las acciones del
profesorado. Si no se caracteriza la labor del maestro
desde la reflexión pedagógica, ¿cómo pretender
realizar una evaluación con sentido formativo?
Por su parte, la Educación Superior también depende
de reglamentaciones y estrategias acordes con esta
perspectiva de calificación. La Ley 30 de 1992
establece que el Estatuto del Profesor Universitario
contiene un sistema de evaluación del desempeño de
los maestros, el cual debe ser periódico y de carácter
institucional, por lo que se deben determinar unos
mecanismos adecuados de ejecución por medio de las
instituciones y los programas correspondientes. Esta
tarea termina diluyéndose, en la mayoría de los casos,
en la instrumentalización por medio de documentos
que se responden de manera rutinaria, sin que permita
la realimentación o reorientación del proceso. Así, “la
evaluación se ve reducida a formatos que se llenan
por tiempos específicos, posteriormente archivados,
sin trascendencia alguna en la cotidianidad, el
mejoramiento o el aprendizaje.” (Huertas, 2010: 140)
34
Del mismo modo, el Decreto 1279 de 2002, por el
cual se determinan los salarios y prestaciones de
los docentes universitarios estatales, toma como
criterio principal la puntuación para realizar pagos e
incrementos, los cuales terminan siendo establecidos
por parámetros tales como títulos universitarios,
experiencia, productividad académica e investigativa.
En estos mismos términos de puntuación, se
aplican a los profesores de universidades estatales
evaluaciones semestrales a través de las cuales se
obtiene la liquidación salarial del año y un sistema
de bonificaciones a causa de la productividad
académica desde el Comité Interno de Asignación
y Reconocimiento de Puntaje (CIARP). Esto se
constituye en otro ejemplo contundente de manejo
administrativo y burocrático que desdibuja la labor
formadora, convirtiendo el trabajo del profesorado
en un concurso por “recolectar la mayor cantidad
de puntos” de acuerdo con la tendencia de pago por
méritos. Así, la producción intelectual no se justifica
en sí misma, sino en la acumulación de calificaciones
positivas para acceder a unas mejores condiciones
salariales y en la certificación de su participación en
congresos, conferencias y otros eventos académicos,
o de su publicación en revistas que, en una réplica del
sistema de control que audita la calidad investigativa,
han obtenido su indexación en una categoría
determinada.
En este contexto, se termina reconociendo el manejo
contradictorio que desde la administración se realiza
con respecto a la evaluación del profesorado, la cual
queda determinada por valoraciones cuantitativas
que no representan de manera adecuada su proceder
en tanto educador y pedagogo, sino que simplifican
su actividad a la ejecución y evidencia de unas
acciones observables y determinan rendimientos
bajos, medios o altos. Dentro de este sinsentido desde
lo pedagógico, la calificación remite al descrédito
del trabajo, la exclusión del cargo o, en los casos
positivos, incentivos salariales desde las tendencias
ya comentadas de la rendición de cuentas y el pago por
méritos; en otras palabras, a la dicotomía educativa
tradicional de premio y castigo que nunca presume
la realimentación del proceso ni su consecuente
mejoramiento.
Discusión y conclusiones: la evaluación del
profesorado y sus implicaciones pedagógicas
Como actor fundamental dentro de los procesos de
problematización del pensamiento y construcción y
re-construcción constante de saberes, el mejoramiento
pedagógico del maestro promueve la adecuación y el
Sophia, Vol 10 (1) 12014
En este sentido pedagógico, la evaluación del
profesorado no puede continuar como un apéndice
del proceso educativo ni una rencilla librada desde
la administración para descalificar y realizar
recortes de la planta docente. Aunque así se ha mal
interpretado, la evaluación es, no un epílogo, sino
una realimentación constante que re–configura y es
re–configurada de manera permanente por el mismo
acto de formar seres humanos.
Más allá de las apuestas administrativas y burocráticas
en que se ha desarrollado la evaluación del profesorado
desde la racionalidad técnico-instrumental, tendiente
a reajustes salariales y contractuales, a la pervivencia
o exclusión de las instituciones y los sistemas
desde criterios estandarizados, vale la pena volver
a interrogar a educadores y pedagogos desde la
pregunta que Bain (2007) considera fundamental para
la evaluación en este ámbito: “¿Ayuda y estimula la
docencia a los estudiantes a aprender de manera que se
consiga una diferencia positiva, sustancial y sostenida
en la forma como piensan, actúan o sienten – sin
causarles ningún daño apreciable?” (Bain, 2007: 182)
Pregunta esencial para el profesional de la educación,
quien tiene una formación específica en términos
psicosociales, culturales, políticos, pedagógicos,
didácticos y evaluativos para reflexionar sobre su
ejercicio, autoevaluar y evaluar colegiadamente, más
allá de los mecanismos externos que buscan controlar
su actuación.
La evaluación del profesorado, junto a los demás
ámbitos y sujetos en que se realizan prácticas
valorativas, es parte fundamental de los procesos
de formación, pues a partir de ella y en su constante
reflexión construye y reconstruye la propuesta
educativa, de acuerdo con sus participantes y prácticas
situadas. De esta manera pueden superarse las
prácticas de rendición de cuentas y pago por méritos,
sancionatorias y excluyentes, por una evaluación del
profesorado que, basada en la pedagogía como ciencia
de la educación, propenda por el desarrollo personal,
profesional, institucional y del sistema educativo en
general. Esto deriva en recomendaciones tendientes
a cambiar la cultura educativa con respecto a la
evaluación del profesorado:
a) Un proceso basado en el reconocimiento de la
formación pedagógica de los maestros como estatuto
profesional para su quehacer educativo, “en oposición
a prácticas de desprofesionalización docente, que
consideran que cualquier otro profesional, científico
o técnico puede atender y desarrollar estas cuestiones
educativas” (Saavedra y Saavedra, 2013: 35), o que
cualquier persona, sin la formación o la experiencia
pertinentes, puede decir y decidir cómo enseñar,
cómo educar. Más allá de las dificultades para
actuar autónomamente en educación debido a los
intereses sociales, económicos, culturales y políticos
dominantes, y a la complejidad inherente a esta labor
por abordar al ser humano, el maestro posee un saber
profesional que guía su ejercicio. Por esta razón, la
evaluación de su trabajo comienza con el respeto a su
conocimiento y autonomía profesionales.
b) La evaluación de los maestros involucra los
diversos actores educativos – estudiantes, profesores,
administrativos, familias – unidos por un mismo
horizonte de sentido: la formación humana como
propósito fundamental de la educación, y no solo
la garantía de los aprendizajes evidenciados en
pruebas, títulos, acreditaciones o certificaciones de
los maestros, los estudiantes o las instituciones.
c) Dentro de dicho horizonte, los actores educativos
evidencian fortalezas y debilidades que, una vez
realimentadas, no pueden utilizarse como medio de
comparación, juicio, sanción o exclusión de la labor
de los maestros – mucho menos como incentivos o
represiones salariales o contractuales – sino como
información para comprender los procesos de
formación desarrollados y, en consecuencia, cualificar
su labor profesional desde sus potencialidades y
desaciertos, en el enriquecimiento o la reorientación
de dichos procesos. De hecho, desde el ámbito ético
de la educación, las personas no tienen punto de
comparación, sino que cada quien tiene “cualidades”
que constituyen la “cualificación” de su formación,
al margen del discurso de la calidad y sus exigencias
en términos de rendimientos medibles y controlables.
SOFIA - SOPHIA
perfeccionamiento de las prácticas que realiza con
sus estudiantes, una potenciación de los procesos y
conocimientos que se construyen y reconfiguran en
el aula, así como en los demás contextos sociales y
políticos en los que repercute. En fin, un mejoramiento
integral de los procesos de formación.
Artículo de Reflexión
35
Artículo de Reflexión
SOFIA - SOPHIA
d) Por esta razón, la evaluación del profesorado no
puede constituirse mediante el diligenciamiento de
formatos o pruebas estandarizadas sobre su saber
profesional: pedagógico o disciplinar. Su desarrollo
está anclado en los contextos y las personas con las
cuales comparte la cotidianidad educativa, de acuerdo
con los propósitos formativos de su institución
respectiva. Esto implica el desarrollo de evaluaciones
informales continuas y su formalización mediante
acercamientos cualitativos – diarios de campo,
observaciones, entrevistas a profundidad, trabajo
colegiado, reuniones de expertos – que posibiliten la
cualificación del ejercicio de los profesores, así como
la creación de espacios para continuar su formación
pedagógica que incluya conocimientos disciplinares,
teóricos,
psicopedagógicos,
epistemológicos,
investigativos, didácticos, evaluativos, curriculares,
sociales, políticos y culturales.
36
e) Estas prácticas alternativas de evaluación y
cualificación demandan el trabajo colectivo de
los maestros, en contra de la “cultura de la sala de
profesores” instaurada porque “a los docentes se les
capacita para que trabajen solos, es decir, como el
único adulto entre muchos niños” y no se les alienta
a “observar las clases de sus colegas, ni mucho
menos a embarcarse en discusiones profundas sobre
la enseñanza y el aprendizaje” (Allen, 2004: 33). En
este sentido, la balcanización de las áreas académicas
y sus profesores ha de sustituirse por los encuentros
colegiados y el intercambio de saberes en el horizonte
compartido de educar.
f) No obstante, en la realidad educativa hay un exceso
de funciones para el profesorado que no permite estos
procesos de reflexión sobre las prácticas de enseñanzaaprendizaje mediante la evaluación (Saavedra, 2008).
Por el contrario, su actuación se ha tergiversado
a través de funciones contractuales de gestión y
administración, que sumadas a sus responsabilidades
académicas, políticas, sociales y culturales, lo han
constituido en “maestro de todo, sabio de nada”,
según la célebre expresión de Imbernón (1994) y
ha desatado el malestar docente por una sobrecarga
de obligaciones en el sector educativo. En este
contexto, la evaluación pedagógica amerita tiempos
y espacios amplios de discusión y formación que
deben explicitarse en las funciones contractuales, los
cronogramas académicos y los currículos; no como
tarea adicional a las mencionadas, sino como sustituta
de aquellas pertenecientes a ámbitos distintos al
pedagógico.
En resumen, estas recomendaciones implican un
cambio de la cultura educativa que pasa por los
imaginarios de sus participantes (el maestro es un
profesional, sabe lo que hace de acuerdo con su
formación pedagógica; los padres, administrativos y
estudiantes deben participar en su evaluación desde
tal reconocimiento y compartiendo su horizonte
de sentido formativo, no sus intereses personales o
comodidades para la promoción o la certificación;
la formación humana que provee una institución,
un profesor o un estudiante no se circunscriben a
indicadores de calidad); las prácticas evaluativas
(los acercamientos entre los maestros como grupo
colegiado de expertos, las observaciones, discusiones
y registros cualitativos, procesos auténticos de co,
auto y heteroevaluación), los tiempos tomados para su
desarrollo (no al cierre de un período académico sino
el acercamiento procesual y continuo a las prácticas
educativas) y las transformaciones curriculares y
de responsabilidades laborales, que permitan a los
profesores contar con tiempos y espacios para evaluar
y evaluarse; para apropiarse reflexivamente de su
quehacer como maestros. Pero sobre todo, tiempos y
espacios para que tal evaluación tenga un propósito
realizable, un sentido: enriquecer su formación y
ejercicio profesionales, de acuerdo con el contexto
institucional y la población estudiantil a la que dirigen
su labor.
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