Cómo fomentar la autonomía en las personas mayores

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III Jornadas sobre Calidad de Vida
en Personas Mayores. Intervención
social y educativa
ComuniCaCión: “Cómo fomentar la
autonomía en las personas
mayores”
Sara Gómez Rodríguez
[email protected]
ÍNDICE
0. INTRODUCCIÓN
1. SITUACIÓN ACTUAL EN ESPAÑA
1.1. Análisis demográfico
1.2. Análisis económico y político
2. PROCESO DE ENVEJECIMIENTO FÍSICO, PSICOLÓGICO Y SOCIAL
2.1. Dimensión biológica
2.2. Dimensión psicológica
2.3. Dimensión social
3. MARCO CONCEPTUAL DE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA EN
PERSONAS MAYORES
4. PLANTEAMIENTO PRÁCTICO DE INTERVENCIÓN: CÓMO
FOMENTAR LA AUTONOMÍA PERSONAL Y SOCIAL EN LAS
PERSONAS MAYORES.
4.1. Actividad física
4.2. Actividades básicas e instrumentales de la vida diaria
4.3. Aprendizaje y ocio
4.4. Acondicionamiento del hogar y ayudas técnicas
4.5. La familia
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Sara Gómez Rodríguez
[email protected]
INTRODUCCIÓN
A lo largo de la vida se produce un deterioro progresivo de las capacidades físicas,
psíquicas y sociales, o de relación. Este deterioro tridimensional asociado al envejecimiento
conlleva la pérdida de autonomía personal, y la dependencia aumenta al vivir en un entorno
poco estimulante y carente de oportunidades, situación en la que se encuentran actualmente la
mayoría de las personas a edades avanzadas.
Todas las personas mayores tienen el derecho a disfrutar de unas condiciones de vida que
les permita participar en los diversos entornos sociales. Para ello, es necesario vivir en un
contexto que potencie y facilite su autonomía personal y social, es decir, que les permita
desarrollar su vida de acuerdo a sus potencialidades reales, intereses y de acuerdo a sus propias
decisiones. De lo contrario, la persona mayor entra en una dinámica de deterioro y su vida
comienza a situarse dentro de una problemática de dependencia creciente.
Este estudio pretende ofrecer un análisis de la realidad en la que se encuentran las
personas mayores con el objetivo de presentar el marco teórico-práctico del que se debe partir
para trabajar con personas mayores en el desarrollo de su autonomía personal permitiendo una
buena calidad de vida el mayor tiempo posible. Para ello, realizaremos un análisis
demográfico, político y económico de la sociedad española actual, un estudio del proceso de
envejecimiento asociado a la edad y, por último, unas orientaciones prácticas dirigidas al
fomento de la autonomía en las personas mayores.
1. SITUACIÓN ACTUAL EN ESPAÑA
1.1. Análisis demográfico
En España está teniendo lugar un proceso de envejecimiento de la población debido al
incremento prolongado de personas de edad avanzada. Desde el año 1900 hasta el año 2005 la
población mayor de 65 años y más ha pasado de 967 mil personas hasta 7.332.267 millones de
personas. Este crecimiento del grupo de mayores supone un 16,6% dentro de la población
total. Siguiendo este ritmo, en el año 2050 se calcula que en España vivirán alrededor de 16
millones de personas mayores, cerca del 30% de la población total (IMSERSO, 2004,2006).
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Además, dicho envejecimiento poblacional se está produciendo a tres niveles: en cuanto
al envejecimiento general, es decir, el incremento del porcentaje que representan los mayores
de 65 años en el conjunto de la población; envejecimiento del envejecimiento, que aumenta el
número de personas mayores por encima de los 80 años; y el envejecimiento de la población
activa debido a la disminución de años en activo y la menor tasa de fecundidad que se ha ido
dando desde los años 70 (Sampere, 2005).
Este fenómeno es debido, por un lado, a la disminución de la mortalidad y el aumento de
la esperanza de vida, generado por las mejoras en nutrición, en la medicina y en general en el
desarrollo de la sociedad del bienestar; y, por otro, a la reducción de las tasas de natalidad, que
ha ocasionado una disminución de jóvenes, y un aumento considerable del grupo de personas
de edad dentro de la estructura poblacional (IMSERSO, 2006).
Todos estos cambios originan alteraciones en el mercado de trabajo, en los modelos de
consumo y de salud y en la demanda de bienes y servicios, y las administraciones han de
generar nuevos recursos destinados a defender los derechos de la población mayor. Sin
embargo, la complejidad que posee en sí misma un estado burocrático para responder
rápidamente a las nuevas problemáticas, unido al sistema económico capitalista que define la
sociedad actual dificulta la integración de la persona mayor en la sociedad, limitando sus
oportunidades de participación en la sociedad, con el consiguiente deterioro de su autonomía
personal.
1.2. Análisis económico y político
Actualmente vivimos en un Estado de Bienestar, en el cual se asegura la protección
social de los ciudadanos, en tanto que vela por sus derechos a la sanidad, vivienda, educación,
seguro de desempleo y las pensiones de viudedad y jubilación, considerado, esto último, una
conquista para los mayores. Es el Estado, por tanto el responsable de elaborar políticas sociales
dirigidas a la mejora de las condiciones de vida, facilitar el acceso de todos los recursos y la
integración de clases y grupos sociales, nivelando e igualando --aunque no homogeneizando-sus recursos materiales. Este modelo de organización social se corresponde con un sistema
económico socialista caracterizado por la intervención del Estado en la actividad económica.
Aunque en España, como sabemos, son pocos recursos los que son públicos, como por ejemplo
la educación y la sanidad, ya que dicho sistema económico convive con otro denominado
capitalista, que se caracteriza por la propiedad privada de los recursos y por la toma de
decisiones descentralizada mediante mercados, por lo que a través de la ley de la oferta y la
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demanda organiza la riqueza en función de la capacidad competitiva en el mercado, generando
una desigual distribución del ingreso recompensando a aquellos que poseen mejores
habilidades laborales y que producen mayor rendimiento económico, tratando al trabajador/a
como mercancía (B.Tucker, 2001: 497).
Todos estos aspectos comentados generan unas prácticas sociales que van creando una
cultura determinada caracterizada por valores de juventud, competitividad, innovación,
consumismo, etc., valores opuestos a los de la tercera edad, por lo que estas personas son
infravaloradas. La persona mayor considerada anteriormente, fuente de sabiduría y de
autoridad moral, actualmente es considerada inútil por no responder a las necesidades de la
sociedad actual. Así, la jubilación, etapa de independencia y de júbilo que comienza a partir de
los 65 años, se percibe ahora como una etapa carente de sentido y de estatus socioeconómico,
convirtiéndose en unos años de dificultades y de carencias de diversa índole.
Los jubilados carecen de poder social debido a que constituyen los residuos de un sistema
que valora la rentabilidad del trabajo humano del cual no participan. Esta visión negativa de las
personas fue gestándose desde la Revolución Industrial, época en la que comenzó a valorarse a
la persona por su capacidad de generar renta a través del trabajo. De ahí se deriva el hecho de
que las personas mayores sean consideradas dentro del umbral de pobreza, con un 17% de
pensionistas que cobra por debajo del Salario Mínimo Interprofesional, 450 euros, y un 55%
entre 360 y 600 euros. Al ser unas pensiones tan bajas la mayoría no pueden comprar servicios
asistenciales profesionales, o acceder a recursos socioculturales, y educativos, dependiendo,
por tanto, de la oferta de servicios y recursos de la Administración pública, lo que disminuye
sus oportunidades de acción, influyendo negativamente en su autonomía personal, y, por tanto,
en su calidad de vida. (Casado, 2004: 85-86)
Se crea por tanto una situación de discriminación por edad que genera la exclusión social
de las personas mayores, dificultando su participación en la sociedad y la posibilidad de seguir
aprendiendo y desarrollándose como persona autónoma. Esto es debido a la falta de conciencia
social de la población sobre los derechos de las personas mayores (Moragas, 1998: 179),
siendo olvidados y relegados a un segundo plano.
Aunque actualmente se está impulsando un movimiento en el que diversos profesionales
están desarrollando estudios y programas que abren camino a la idea de que la tercera edad,
como cualquier etapa vital, tiene los mismos derechos a la educación, la cultura, el ocio y el
esparcimiento que otras etapas de la vida, como establece la Constitución Española de 1978
(art. 27; art. 50).
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2. PROCESO DE ENVEJECIMIENTO FÍSICO, PSICOLÓGICO Y SOCIAL
A lo largo de la vida se van produciendo modificaciones en el cuerpo humano que
van provocando un progresivo deterioro de las diversas capacidades de la persona y en sus
relaciones sociales. Este proceso natural se confunde habitualmente con deterioros que pueden
generar enfermedades, lo que supone definir a la tercera edad como una etapa de incapacidad y
enfermedad, siendo esta una concepción errónea, ya que no todas las personas envejecen igual
y no todos los mayores están enfermos, conservando aún sus capacidades. Por ello, es
necesario tener en cuenta el proceso de envejecimiento normal y las problemáticas que se
producen a edades avanzadas.
2.1. Dimensión biológica
El envejecimiento va produciendo cambios en el organismo, hasta los 75 años,
como son alteraciones en los diversos órganos, en los sentidos, en los patrones del sueño, el
sistema inmunitario, etc., que van modificando sus experiencias diarias, y es a partir de los 80
cuando comienzan a sufrir patologías graves que disminuyen considerablemente su nivel de
autonomía, disminuyendo su calidad de vida. Esto significa que a edades avanzadas se
contempla como normal la existencia de enfermedades leves, por lo que se hablaría de una
envejecimiento patológico cuando se dan enfermedades graves como cataratas, sordera senil,
úlceras por presión, osteoporosis y fractura de cadera, reumatismos severos y demencias.
2.2. Dimensión psicológica
La mayoría de los investigadores están de acuerdo en que, por lo que general, el
envejecimiento se acompaña de un cierto declive cognitivo. Se trata de una disminución en la
habilidad para procesar la información fundamentalmente en tres áreas que son
interdependientes entre sí: la atención, el aprendizaje y la memoria. En la vejez estos procesos
se realizan más lentamente, puesto que la percepción, que es la principal fuente de
información, comienza a deteriorarse en mayor grado a estas edades, ocurriendo lo mismo con
la memoria, debido a la pérdida de células cerebrales y a factores ambientales como la falta de
hábito y de motivación. Todo esto supone mayor lentitud en resolución de problemas y mayor
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dificultad para recordar información, por lo que para un aprendizaje efectivo se requerirá
mayor tiempo y unos estímulos motivantes adecuados. Esto es fundamental tenerlo en cuenta,
ya que, al vivir en una sociedad obsesionada con el tiempo de asimilación y con la
maximización del rendimiento, se tiende a considerar que a edades avanzadas ya no se produce
aprendizaje alguno, siendo posible la asimilación de nuevos conceptos y hábitos a cualquier
edad, tan solo hay que modificar las características del aprendizaje.
Como vemos, los procesos cognitivos básicos, conocidos como inteligencia fluida,
disminuyen, sobre todo a partir de los 50 años de edad, apareciendo de una forma más general
a partir de los 70 u 80. Sin embargo, la inteligencia cristalizada, que es aquella que se
desarrolla a través de la experiencia, aumenta con la edad, y las estrategias adquiridas con los
años compensan dicho deterioro cognitivo.
A estos cambios a nivel intelectual se suman otros a nivel afectivo/emocional. A edades
avanzadas la estabilidad se tronca debido a cambios importancias en sus vidas que generan
inestabilidad, como disminución de responsabilidades, disponibilidad de gran cantidad de
tiempo libre, pérdida de seres queridos y amigos, problemas de salud, cambio de residencia,
etc. Esto hace que en la tercera edad la pérdida de autoestima sea un factor común, ya que los
cambios comentados generan pérdida de afecto, sentimientos de tristeza, inseguridad, temor,
amargura, pérdida del sentido de la vida, etc., pudiendo llegar a desarrollar una depresión. Por
lo que se hace necesario facilitar la participación de los mayores en experiencias positivas y
motivantes que generen sentimientos de alegría, satisfacción, disfrute, etc., y les permita
recuperar su autonomía.
2.3. Dimensión social
Desde la sociología la vejez se ve como una etapa de pérdida de status y de cambio de roles y
asunción de otros que van asociados a la edad y que son impuestos por la sociedad. El status es
“el lugar que en la estructura social ocupa una persona” (Ortega, 2002: 51), existiendo un
repertorio múltiple de status: familiares, profesionales, de edad, etc., y cumplen la función de
definir en cada momento la conducta apropiada. De modo que a todo status le corresponde un
repertorio de normas, por el que se fija el papel social o rol, que es el conjunto de derechos y
obligaciones referidos a ese mismo status (Ortega, 2002:54). Así, la posición de las personas
mayores en la estructura social es secundaria, ya que han perdido responsabilidades familiares
y profesionales, y el papel que se espera de ellos es meramente pasivo, disminuyendo, por
tanto, las oportunidades de participación y de relación. Además, como hemos señalado
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anteriormente, el modelo económico actual devalúa los saberes experienciales y valora la
innovación, la formación, el consumismo, la tecnología y la juventud, apareciendo la vejez
como una subcultura dentro del conjunto social carente de derechos.
Para que haya integración y las personas puedan desarrollarse a lo largo de toda la
vida, una sociedad debe acoger y valorar los intereses de todos los que la componen, de tal
forma que la población mayor pueda interrelacionarse y compartir experiencias, teniendo la
posibilidad de dirigir y controlar su vida el mayor tiempo posible. En este sentido, sería
necesario modificar las prácticas sociales actuales para incluir a los mayores en la dinámica
social y evitar la marginación, el aislamiento y la soledad en la que se ven envueltos muchos de
ellos, comenzando desde las instituciones públicas en la instauración de programas
comunitarios de desarrollo personal y social.
3. MARCO CONCEPTUAL DE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA EN PERSONAS
MAYORES
A la hora de trabajar en la mejora de la calidad de vida en la vejez se suele partir del
grado de dependencia de la persona mayor con el objetivo de facilitarle los recursos necesarios
para realizar las Actividades de la Vida Diaria (AVD). Así, dependencia, Según la Ley
39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las
personas en situación de dependencia, es: “el estado de carácter permanente en que se
encuentran las personas que, por razones derivadas de la edad, la enfermedad o la
discapacidad, y ligadas a la falta o a la pérdida de autonomía física, mental, intelectual o
sensorial, precisan de la atención de otra u otras personas o ayudas importantes para realizar
actividades básicas de la vida diaria o, en el caso de las personas con discapacidad intelectual o
enfermedad mental, de otros apoyos para su autonomía personal”. Es decir se trata, por tanto,
de una dependencia funcional, necesitando ayuda para realizar las ABVD, en función del grado
de dependencia adquirido, estructurado en tres niveles por la presente ley:
“a) Grado I. Dependencia moderada: cuando la persona necesita ayuda para
realizar varias actividades básicas de la vida diaria, al menos una vez al día
o tiene necesidades de apoyo intermitente o limitado para su autonomía
personal.
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b) Grado II. Dependencia severa: cuando la persona necesita ayuda para
realizar varias actividades básicas de la vida diaria dos o tres veces al día,
pero no quiere el apoyo permanente de un cuidador o tiene necesidades de
apoyo extenso para su autonomía personal.
c) Grado III. Gran dependencia: cuando la persona necesita ayuda para
realizar varias actividades básicas de la vida diaria varias veces al día y, por
su pérdida total de autonomía física, mental, intelectual o sensorial, necesita
el apoyo indispensable y continuo de otra persona o tiene necesidades de
apoyo generalizado para su autonomía
personal.”
Esta clasificación es utilizada por los profesionales y la administración a la hora de
realizar un diagnóstico del grado de dependencia que ha desarrollado la persona, atendiendo a
las actividades que puede realizar dentro y fuera del hogar. Se trata de estudiar el número de
veces que necesita ser ayudada una persona para realizar sus actividades diarias. En relación a
las personas mayores, dicha perspectiva teórica resulta reduccionista, ya que:
a) por un lado, no aborda todas las dimensiones del ser humano, centrándose en la
dimensión biológica y psíquica, dejando a un lado la dimensión social. Sin embargo, es
fundamental situarse desde una perspectiva multidimensional que contemple todas las
vertientes de desarrollo de la persona, incluyendo la dimensión social. El ser humano durante
toda su vida se encuentra inmerso en un proceso de socialización, en una permanente relación
interpersonal, que le permite estar en constante aprendizaje y desarrollo. Si esta dimensión no
se contempla y, por tanto, no se trabaja, uno se olvida de situaciones muy complejas que
cobran protagonismo a edades avanzadas como son el aislamiento y la soledad, debido a las
características sociales que rodean a la tercera edad, anteriormente comentadas.
También desde el cuidado de la salud, la Organización Mundial de la Salud en 1948
establece como concepto de salud:“Un estado de completo bienestar físico, mental y social, y
no solamente la ausencia de enfermedad o dolencia”. (Gil López, 1998: 10), señalando la
importancia del bienestar en las tres dimensiones mencionadas. Es importante comentar que las
tres están interrelacionadas influyendo una en las demás, de tal forma que si una mejora
también mejoran las demás, y, al revés, si una empeora, también lo hacen las otras dos. Por ello
es fundamental facilitar su desarrollo desde una perspectiva integral.
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En consecuencia, definiremos el concepto de dependencia desde una perspectiva
multidimensional, de modo que se entiende por dependencia la necesidad del individuo de ser
ayudado o apoyado para ajustarse a su medio e interaccionar con él, por lo que se puede
determinar el grado de dependencia de un mayor a partir del ajuste a las demandas de su medio
físico y social. De esta forma, la dependencia puede ser (Hombrados, 2006: 253): económica
(debido a las cuantías reducidas percibidas), mental (debido a la disminución de las
capacidades cognitivas), física (pérdida de control de sus funciones corporales y sensoriales) y
social (pérdida de relaciones sociales significativas para el individuo.
b) y por otro lado, es más positivo enfocar la intervención desde el fomento de la
autonomía personal, lo que permite centrarse en las potencialidades y no en las limitaciones del
anciano, creando una visión positiva de la persona mayor. Así, autonomía (Ley 39/2006, art. 2)
es “la capacidad de controlar, afrontar y tomar, por propia iniciativa, decisiones personales
acerca de cómo vivir de acuerdo con las normas y preferencias propias así como de desarrollar
las actividades básicas de la vida diaria”. Consiste, por un lado, en el control sobre la toma y
ejecución cotidiana de decisiones, y por otro, en el desarrollo de las actividades de la vida
diaria (AVD), que son aquellas que le permiten a la persona valerse por sí misma, como por
ejemplo, actividades de autocuidado, de movilidad funcional, labores del hogar o de relación
con los demás. Cuando la persona va perdiendo la capacidad de dirigir su vida debido al
deterioro progresivo de alguna de sus capacidades, va adquiriendo cierto grado de dependencia
y poco a poco necesitará la ayuda de los demás para realizar ciertas actividades.
En conclusión, potenciando las diversas capacidades de la persona mayor (físicas,
psíquicas/cognitivas y sociales) y proporcionando las ayudas técnicas o humanas necesarias para
realizar las actividades de la vida diaria en función de su grado de dependencia se fomentará la
autonomía personal y por lo tanto, se mejorará su calidad de vida.
4. PLANTEAMIENTO PRÁCTICO DE INTERVENCIÓN: CÓMO FOMENTAR LA
AUTONOMÍA PERSONAL Y SOCIAL EN LAS PERSONAS MAYORES.
Toda intervención con mayores ha de ser dirigida desde tres ejes teóricos fundamentales:
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a) Envejecimiento activo, perspectiva teórico-práctica que trata de que las personas mayores
puedan desarrollar su potencial de bienestar físico, social y mental a lo largo de su vida y
participar en todos los ámbitos de la sociedad, de acuerdo a sus necesidades, deseos y
capacidades, proporcionándoles al mismo tiempo protección, seguridad y cuidados cuando lo
necesiten. Así, La OMS (años 90) define Envejecimiento Activo para incorporar la perspectiva
integral a la vejez y reconocer los derechos de las personas mayores:
“El planteamiento del envejecimiento activo se basa en el reconocimiento de
los derechos humanos de las personas mayores y en los Principios de las Naciones
Unidas de independencia, participación, dignidad, asistencia y realización de los
propios deseos. Sustituye la planificación estratégica desde un planteamiento
basado en las necesidades (que contempla a las personas mayores como objetivos
pasivos) a otro basado en los derechos, que reconoce los derechos de las personas
mayores a la igualdad de oportunidades y de trato en todos los aspectos de la vida
a medida que envejecen. Y respalda su responsabilidad para ejercer su
participación en el proceso político y en otros aspectos de la vida comunitaria”
(OMS, 2002: 79)
En consecuencia, las políticas y los programas que aborden la problemática de las
personas mayores han de reconocer la necesidad de fomentar y equilibrar tres aspectos
fundamentales: la responsabilidad personal (el cuidado de la salud), los entornos adecuados
para las personas de edad y la solidaridad intergeneracional, haciendo del envejecimiento una
experiencia positiva y generando oportunidades de salud, participación y seguridad.
b) La prevención, conjunto de acciones dirigidas a eliminar los factores de riesgo de aparición
de enfermedades o de cualquier tipo de daño en las personas o grupos. Esta perspectiva de
intervención hace hincapié en las causas que generan el daño y se realiza a tres niveles:
prevención primaria, dirigida a aquellas personas mayores consideradas sanas, por lo que
mantienen su autonomía personal para desarrollar su vida sin ningún tipo de ayuda, pero que
corren el riesgo de aparición de alguna situación invalidante; prevención secundaria, dirigida a
las personas de edad que se encuentran en riesgo de pérdida de su autonomía debido a la
aparición de una enfermedad, pérdida de seres queridos o cualquier situación crítica que pueda
desarrollar una dependencia mayor; y prevención terciaria, dirigida a los ancianos que tienen
adquirido un grado de dependencia y necesitan tratamiento para frenar el deterioro y recuperar
parte de su autonomía personal.
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c) La educación, como proceso de aprendizaje permanente orientado a la mejora de las
condiciones de vida. Un proceso que se enmarca dentro de la Educación Permanente, es decir,
la educación a lo largo de toda la vida, una educación que explora el saber hacer y el saber ser,
que pretende dar claridad, libertad y creatividad, y que persigue la dignidad humana, la defensa
de los derechos de la persona como ser autónomo que es capaz de enfrentarse a los avatares de
la vida y lucha contra la exclusión, la soledad, el abandono, la inactividad y la dependencia. A
través de la educación se pretende abandonar la visión asistencial que sigue teniendo la vejez
como única alternativa de mejora para la tercera edad, incidiendo en la importancia de la
responsabilidad personal por parte de los mayores en la defensa de sus derechos.
Bajo los tres ejes planteados se ha de planificar una intervención encaminada a potenciar
las diversas capacidades de la persona mayor, físicas, psíquicas y sociales, y lograr, con ello, el
mantenimiento, desarrollo o recuperación de su autonomía personal. El plan de intervención ha
de ser promovido desde las instituciones públicas, ya que son los responsables de velas por los
derechos de la ciudadanía. Para llevar a cabo las diversas acciones existen recursos,
dispositivos o servicios que establece la Ley de dependencia y que deberían extenderse a todas
las comunidades y a todos los grupos de población, urbana y rural, como son los centros de día,
ayuda a domicilio, teleasistencia, servicios de transporte, centros residenciales o centros
culturales y de ocio. Estos recursos son fundamentales para desarrollar la intervención, y las
administraciones han de promover la participación de los mayores en los diversos servicios.
Las áreas en las que se ha de trabajar son las siguientes: actividad física, actividades de la
vida diaria, aprendizaje y ocio y tiempo libre, acondicionamiento del lugar de residencia y la
familia (formación como cuidadores).
4.1. Actividad física
El ejercicio físico es una actividad que se desarrolla a lo largo de toda la vida, constituye un
derecho de toda persona, aunque se suele pensar que es más propio de edades jóvenes. Este
pensamiento es erróneo, ya que el ejercicio físico genera un beneficio a nivel corporal,
psicológico y social. Las personas mayores que se mantienen activas tienden a presentar menor
deterioro, debido a que el ejercicio físico retrasa los procesos fisiológicos del envejecimiento,
produce relajación psíquica, distensión, euforia y confianza en la persona. Además, agiliza los
procesos del pensamiento y permite el establecimiento de relaciones sociales.
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El ejercicio físico ha de ser adecuada a la capacidad funcional de la persona mayor, por lo
que a la hora de realizarlo, lo primero es un reconocimiento médico completo y la orientación
de la actividad adecuada. De tal forma que la persona participará en un programa en grupo,
individual o a través de la fisioterapia.
4.2. Actividades básicas e instrumentales de la vida diaria
Hay tres actividades fundamentales para la autonomía personal, debido a su valor
preventivo y de mantenimiento de la salud, que son la alimentación, la higiene y el cuidado y
control sanitario.
Las personas mayores que son autónomas para realizar estas actividades de la vida diaria
podrán participar en programas de prevención primaria, sobre el consumo de alimentos, dieta
sana y equilibrada y sobre la importancia de la higiene y el control sanitario. Por otro lado,
aquellas personas que se encuentren en riesgo o hayan adquirido un grado de dependencia que
no les permite ser autónomos en su día a día, podrán participar en programas de desarrollo y
recuperación, a través de la Terapia Ocupacional, orientada a devolver al anciano la mayor
dignidad y autonomía posible valorando la funcionalidad del individuo y del medio en donde
reside, mediante el entrenamiento de las actividades de la vida diaria y la adaptación al
entorno, para aumentar su calidad de vida.
4.3. Aprendizaje y ocio
El ocio es un recurso para aumentar la calidad de vida de cara a conseguir un estado de
bienestar físico, mental y social, y tiene tres objetivos: descanso, disfrute y aprendizaje. Las
tres combinadas complementan el bienestar. Unido a estas características, el ocio se define por
la no obligatoriedad de la actividad que se quiere realizar, habiendo elegido dicha acción en
función de la satisfacción que proporciona. Por ello, el ocio requiere una toma de conciencia.
Una situación de ocio requiere la posesión de una determinada cantidad de tiempo libre
en el cual, se haga lo que se haga, imperen actitudes como la libre elección y realización de la
actividad, el disfrute y la satisfacción de necesidades personales. En la tercera edad el ocio
tiene una función superior a la que tiene en grupos de edades anteriores. Para muchas personas
mayores tener tiempo libre es un problema y aspiran a llenar ese tiempo como sea,
convirtiéndose en una obligación. Pero el ocio es distinto, es hacer lo que no estás obligado,
porque te agrada, porque tiene sentido. El que tiene claro su ocio y lo pone en práctica no desea
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llenar el tiempo, sino vivirlo. Por eso es importante una educación para el ocio desde edades
más jóvenes, con el objetivo de que puedan aprender a utilizar su tiempo libre en desarrollarse
y mejorar su calidad de vida.
A través de la planificación de proyectos de ocio y tiempo libre, se pretende que las
personas mayores puedan seguir desarrollándose, sentirse útiles, satisfechas y adquieran
control sobre su propia vida. Se trata de ofrecer diversas actividades dirigidas a las personas
de edad y adaptadas a sus capacidades físicas, psíquicas y sociales, de tal forma que
cualquier persona a edades avanzadas tenga la oportunidad de participar en estas prácticas,
desde diversos espacios, como hogares y clubes, centros de día o culturales y centros
residenciales.
Un aspecto importante a tener en cuenta es el acceso a estas actividades, ya que hay
personas mayores que han perdido gran parte de su autonomía, y dependen de la ayuda
humana para realizar las AVDD, debido a enfermedades crónicas o degenerativas, como el
parkinson, en el que la estabilidad se va perdiendo poco a poco. En este sentido, sería
necesaria la participación de personas de acompañamiento, voluntarios, transportes, uso de
ayudas técnicas como sillas de ruedas, andadores, etc., que hagan posible la participación de
estas personas en las diversas actividades de ocio. Con ello se persigue la integración del
anciano/a en la comunidad, favoreciendo el contacto interpersonal y mejorando con ello su
autonomía. Lo fundamental es que todas las personas de edad puedan salir de sus casas y
relacionarse, y cambiar su soledad y aislamiento por la compañía y la experiencia
compartida.
4.4. Acondicionamiento del hogar y ayudas técnicas
Hoy sabemos que lo mejor es que el anciano viva el mayor tiempo posible en forma
autónoma, socialmente integrado, en su barrio y en su casa si es posible, ya que a medida que
envejece le es cada vez más traumático mudarse. Se debe tener en cuenta que en esta etapa de
la vida , como hemos señalado en puntos anteriores, se presentan disminuciones en las
capacidades del anciano como disminución de la visión, disminución de la audición y
disminución de la capacidad física, fundamentalmente dificultades en la marcha y torpeza en
los movimientos.
Se trata de que la vivienda se adecue a las necesidades de la persona mayor y no al revés,
para garantizar la mayor movilidad, seguridad y comodidad al anciano/a, y de facilitarle las
ayudas técnicas necesarias para el mantenimiento y aumento de la actividad. Para ello, habrá
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de realizar un estudio de la casa y sus habitaciones, en cuanto al dormitorio, baño, timbre,
utensilios de cocina, sillas, etc., para buscar cualquier opción que mejore la calidad de vida de
la persona mayor, y un diagnóstico de sus capacidades, es decir, ver si posee algún tipo de
dependencia y el grado de dependencia.
4.5. La familia
La familia juega un papel muy importante en la vida de los mayores, ya que son los
responsables directos de su seguridad, cuidado y protección. Además, a edades avanzadas, el
contacto con amistades se reduce debido a enfermedades o fallecimientos, y la familia suele
cobrar más protagonismo en la mayoría de los hogares. En muchas ocasiones la familia
sustituye en comportamientos lo que puede hacer el anciano/a por sí mismo y no genera
oportunidades de acción, sobreprotegiendo al familiar y facilitando su deterioro.
En este sentido, la familia ha de desempeñar un rol que favorezca la autonomía de sus
mayores, y no provocar situaciones que vayan generando dependencia, como por ejemplo:
-
Ha de tener expectativas positivas sobre la persona mayor, como que puede
aprender
-
Acondicionar el entorno de la persona mayor para facilitar conductas
independientes
-
Potenciar la autoestima del familiar mayor a través del refuerzo positivo de frase
como “sé que puedes hacerlo”, “venga, vamos a probar lo que puedes hacer. Yo te
ayudaré”
-
No sobreproteger a la persona mayor, para fomentar que esté activo
-
No hacer nada por la persona mayor que ésta pueda hacer por sí misma y ayudarla
solo en lo necesario.
-
Motivarle a que realice actividades
15
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(Grupo Anaya)
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