DESIGUALES TAMBIÉN ANTE LA ENFERMEDAD Por Flora Sáez ¿Sabía que la isquemia de corazón es la segunda causa de muerte entre las españolas? ¿Y que, tras un infarto, la mortalidad femenina es 30 veces más elevada? Probablemente no: hasta hace poco se pensaba que los problemas de corazón eran casi exclusivamente masculinos. Lo cierto es que unos y otras tienen una salud diferente y que la de ellas ha sido “invisible” para la Medicina durante mucho tiempo. Ahora se investiga cómo la carga y las condiciones de trabajo les afectan. Nuria Orduña no guarda una buena opinión del que hasta ı999 fue su médico de cabecera. “¿Qué voy a pensar, si se rió de mí?”, argumenta. Al médico en cuestión le costaba admitir que detrás del cansancio permanente, la falta de concentración y el malestar generalizado pero poco definido de aquella mujer de 44 años, camarera de planta del Hotel Hilton de Barcelona, hubiera otra cosa que su propia cabeza. Pero la había: una combinación fatal de sustancias químicas destinadas a matar chinches. “Habían desinsectado el hotel de mala manera, a lo bruto, con unos plazos de seguridad muy justos y, para colmo, era un edificio inteligente”. En un primer momento, cuatro camareras más –a la postre serían un total de ı7 casos– habían resultado afectadas. “Al principio a todas nos pasó lo mismo: nos trataban de histéricas. Menos mal que a través de CCOO nos pusieron en contacto con la doctora Carme Valls, que había tratado poco antes a otras afectadas por un problema similar en el Hospital Vall d’ Hebron y ya conocía muy bien de qué se trataba. En un mes, ya tenía el diagnóstico”. Hoy Nuria –con una invalidez total por accidente laboral (hipersensibilidad a los agentes químicos) y todavía a la espera de juicio– es una de las integrantes más activas de la Asociación de Personas Afectadas por Productos Químicos y Radiaciones Ambientales (Adquira), una entidad que agrupa a algo más de 60 afectados, mujeres en su inmensa mayoría. A Carme Valls, diputada en las Cortes catalanas por el Grupo Parlamentario Socialistas-Ciutadans pel Canvi y directora del Programa Mujer, Salud y Calidad de Vida del Centro de Análisis y Programas Sanitarios (CAPS), la etiqueta de “histéricas” que alguno de sus colegas otorgó a estas pacientes no le cogió por sorpresa. “Ante la enfermedad, las mujeres han sido invisibles a la atención sanitaria, a los procedimientos diagnósticos e incluso a los tratamientos. Se tiende a considerar que sus enfermedades son menores, y se las suele reducir a causas psicológicas. Rara vez se piensa que detrás puede haber cuestiones biológicas o químicas. Es verdad que, en su caso, estos diagnósticos son más sutiles y difíciles. Pero eso ya se sabe”, asegura Valls. Así es que, también en cuestiones de salud, hombres y mujeres son diferentes. A mediados de los 80, el investigador Lois M. Verbrugge, de la Universidad de Michigan (EEUU), fue uno de los primeros en demostrar que unos y otras padecen enfermedades diferentes y que, aunque ellas tienen mayor esperanza de vida, sufren sobre todo males crónicos y hacen mayor uso de los servicios sanitarios. En resumidas cuentas: tienen peor estado de salud. Y señalaba también que todo ello se debe tanto a su propia biología, como a riesgos adquiridos y aspectos psicosociales como el sedentarismo, el paro y el estrés físico y mental. Biológicamente, nuestras diferencias están marcadas por las hormonas, la reproducción y una bioquímica distinta. Esta última sería precisamente la razón que explica por qué más del 90% de los integrantes de una asociación como Adquira son mujeres: ellas tienen una distribución de la grasa corporal que contribuye a que determinadas sustancias químicas se depositen sobre su tejido adiposo y resulten más difíciles de eliminar. Es decir, ellas tienen más riesgo químico. Por el contrario, y dado que el organismo masculino tiene tendencia a acumular colesterol malo, ellos tienen más riesgo cardiovascular. Según el INE, las cinco primeras causas de muerte entre los españoles son las enfermedades isquémicas del corazón, el cáncer de bronquios y pulmón, las enfermedades cerebrovasculares, los problemas crónicos de las vías respiratorias inferiores y las insuficiencias cardiacas, mientras que para las mujeres serían los males cerebrovasculares, las isquemias del corazón, la insuficiencia cardiaca, la demencia y la diabetes. Pero la biología no basta para explicarlo todo. “Es verdad que hombres y mujeres somos diferentes por biología y por fisiología, pero además somos desiguales. Y somos desiguales, sobre todo, por el modo desigual en que está distribuido el trabajo en nuestra sociedad y el impacto tan importante que esto tiene en nosotros y en nuestra salud”, explica la doctora especialista en Salud Pública y Epidemiología Izabella Rohlfs, coordinadora del Grupo de investigación en Género y Salud de la Universidad de Girona. Aunque es generalizado que las mujeres manifiesten tener peor estado de salud que los hombres en todas las edades, en la realidad presentan muchas diferencias entre sí. Diferencias que se fundamentan, sobre todo, en la carga del trabajo doméstico que soportan, en el tipo de trabajo remunerado que realizan y en la clase social a la que pertenecen. Así, las mujeres con trabajo remunerado tienen por lo general mejor salud que las que no lo tienen y, entre ellas, las menos saludables son aquellas cuyos empleos hacen más difícil conciliar la vida familiar y la laboral. La carga familiar también tiene mucho que decir en todo esto. Un estudio realizado en ı999 entre la población de Cataluña demostró que el riesgo de mal estado de salud en las trabajadoras con más de dos hijos era 2,35 veces superior al de las que vivían sólo con su pareja, mientras que para la salud de los hombres tal circunstancia resultaba indiferente. Pero si hubo algo que llamó la atención de los investigadores fue constatar que, entre todas las mujeres, las amas de casa son las que tienen peor estado de salud. ¿Por qué, si ellas no cargan el pesado fardo de la doble jornada? “Porque la dimensión del apoyo social y del reconocimiento influye muchísimo en la salud”, explica Neus Moreno, responsable de Salud Laboral de CCOO de Cataluña y colaboradora del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (Istas). Todos estos hallazgos no tienen más de tres lustros. Hasta los años 70, si exceptuamos el tema de la reproducción, es como si las mujeres no hubieran existido para la investigación médica. La Medicina ha prestado mucha más atención a las enfermedades mortales que a las crónicas – precisamente las que más sufren las mujeres– y su historia se ha elaborado a partir de los signos y síntomas que mostraban los hombres. Por ello muchas de las dolencias femeninas han acabado siendo etiquetadas como “indeterminadas”. Prácticamente hasta comienzos de los años 90 han sido exluidas de los ensayos clínicos (aún hoy sólo están presentes en algo menos de un 25% de las investigaciones), por lo que se desconoce el efecto que muchos medicamentos tienen en ellas. Las enfermedades cardiovasculares son uno de los ejemplos más ilustrativos: hace sólo ı5 años se consideraba que las mujeres no podían sufrirlas, que sus hormonas y su genética las protegía de la posibilidad de que sus arterias coronarias enfermasen. Hoy se sabe, sin embargo, que la realidad es completamente distinta: como ya hemos visto en el caso de España, la segunda causa de mortalidad entre las mujeres –la isquemia de corazón– es de origen cardiovascular. Más aún: se ha comprobado que, después de un infarto, la mortalidad femenina es 30 veces más elevada que la masculina. ¿Cómo ha sido posible que la ciencia cometa semejante metedura de pata? No es difícil de explicar. Porque esa creencia estaba basada en suposiciones y no en datos científicos. Y porque en ninguno de los ensayos clínicos que se habían realizado hasta entonces había participado ninguna mujer. Ninguna. La doctora Izabella Rohlfs, adscrita al servicio de cardiología del hospital Josep Trueta de Girona, explica otras razones: “La idea que se tiene del infarto es la del cuadro típico masculino, el dolor agudo en pecho que se extiende al brazo... Aunque las mujeres también pueden presentar esos síntomas, en ellas el infarto cursa más como una fuerte sensación de opresión en el pecho, casi de angustia, con mareo, sudoración, malestar general... en fin, como un ahogo mal definido. Y el problema es que eso, ni las propias mujeres todavía hoy, ni los médicos hace unos pocos años lo identificaban como un infarto. ¿Qué ocurre entonces? Que llegan tarde al hospital, y la medicación ya no es tan efectiva”. La peripecia vivida en este sentido por Paula Upshaw, una terapeuta de afecciones respiratorias en Laurel (Marylane, Estados Unidos) ocupó un espacio en las páginas de The New York Times Magazine: “Cuando en ı99ı Paula sufrió un ataque al corazón, como profesional de la salud tenía muchos más conocimientos sobre sus síntomas, que eran los denominados clásicos de un ataque al corazón: un dolor torácico, hormigueo en el brazo izquierdo, sudación y nauseas. Paula dijo: “Nunca consideraron que fuera el corazón, siempre estuvieron seguros de que era mi estómago. Gracias a mi insistencia, me hicieron tres electrocardiogramas. Pero los médicos de urgencias dijeron que los síntomas eran los normales en los problemas de estómago”. La enviaron a casa con antiácidos y medicación antiulcerosa. Su problema cardiaco no fue diagnosticado hasta que hizo una tercera visita a urgencias y se negó a volver a casa. Aunque fue admitida en el hospital, nadie pensó en el corazón. Al día siguiente, un cardiólogo del fin de semana estuvo analizando electrocardiogramas, entre ellos el de Paula. Sin hacer caso del sexo que venía consignado, preguntó: ‘¿Quién es el paciente de 36 años con un ataque de corazón masivo?’”. Este marcado sesgo de género que todavía hoy tiene la Medicina no sólo afecta al músculo cardiaco. Explicaría también por qué a las mujeres se les prescribe con mayor frecuencia psicofármaccos sin que exista un diagnóstico previo que así lo indique o por qué en el mundo del trabajo la cultura de la prevención se ha centrado casi exclusivamente en las condiciones de seguridad –que son las que provocan accidentes, mucho más frecuentes entre los varones–, descuidando casi por completo otras condiciones como la ergonomía o la organización del trabajo, que son las que más afectan a las trabajadoras. ¿Supondrá la progresiva equiparación de hábitos entre hombres y mujeres (tabaco, alcohol y sedentarismo) mayor igualdad entre sus enfermedades? Es posible que sea así en algunos casos. El de pulmón, que ha quintuplicado el número de casos, es el tipo de cáncer que más ha crecido entre las mujeres en Europa. “Yo no creo que se estén igualando los problemas de salud, sino que está cambiando el perfil de las enfermedades que sufren las mujeres. Siempre ha habido la creencia de que los hábitos eran los determinantes, pero lo cierto es que en la pérdida de la salud hay factores mucho más influyentes como las condiciones de trabajo, la clase social y el género. Y en esto, las cosas no han cambiado tanto”, sentencia Neus Moreno. Que no piensen los hombres que son ajenos al sesgo de género. Es probable que si alguno de ellos acude a la consulta con cansancio, dolor en las piernas y desgana general su médico no caiga en la cuenta de que puede estar deprimido. Al fin y al cabo, la depresión es una enfermedad femenina. Otras dolencias ESTRÉs. Según las estadísticas de la Unión Europea, entre el total de trabajadores que manifiestan padecer problemas de salud relacionados con el trabajo o con las condiciones en las que éste se realiza, un 17% de hombres y un 20% de mujeres hablan del estrés, de la depresión o de la ansiedad como principal problema. Cada vez se conoce más sobre los efectos de la doble jornada laboral y doméstica. Las mujeres con una posición baja en las escalas de ocupación, y que están más a merced de ritmos que escapan a su control tanto en el trabajo doméstico como en el asalariado corren mayor riesgo de sufrir ansiedad. Una dolencia frecuente, la contractura del músculo trapecio (entre cuello y hombro), está relacionada con el estrés físico y mental. PULMONARES. El cáncer de bronquios y pulmón es la segunda causa de muerte entre los hombres españoles, con 16.234 fallecimientos en 2001, según el INE. Las agrupadas bajo la etiqueta de enfermedades crónicas de las vías respiratorias inferiores, con 11.293 defunciones, fueron la cuarta. Estas mismas dolencias ocupan, sin embargo, los últimos puestos en la escala de la mortalidad femenina: el cáncer pulmonar costó la vida a 1.956 mujeres en 2000. Los diferentes índices de tabaquismo explican esta diferencia, pero la progresiva modificación de los hábitos de consumo está introduciendo algunos cambios significativos: el de pulmón, que ha quintuplicado el número de casos en los últimos años, es el tipo de cáncer que más ha crecido entre las europeas. CARDIOVASCULARES. Son las que, en conjunto, dan lugar a más defunciones en España: un 34,5% del total. Entre las patologías cardiovasculares más frecuentes, las enfermedades isquémicas del corazón (infarto agudo de miocardio, angina de pecho, etcétera) son la primera causa de muerte entre los hombres (22.186 fallecimientos en 2001) y la segunda entre las mujeres (16.602). Sin embargo, las insuficiencias cardiacas resultan mucho más mortales entre ellas que entre ellos, con una diferencia de más del doble de defunciones: 12.519 frente a 6.052. Hasta hace tres lustros se pensaba que las mujeres no sufrían, en general, este tipo de enfermedades porque las hormonas protegían a sus arterias coronarias. DEPRESIÓN. Ser hombre o mujer supone distinto riesgo frente a esta enfermedad. En un ratio de 2:1, ellas tienen más probabilidades de sufrirla. Sin embargo, y aunque se considera una de las principales causas de discapacidad femenina, “su etiología no está claramente comprendida”, afirma la doctora Carme Valls. En estudios realizados entre la población anciana española, se han encontrado síntomas de depresión mayor en el 19,6% de los varones y en el 46% de las mujeres. Pero, según los investigadores, “los factores de riesgo estudiados no justifican esta diferencia de prevalencia”. Por ello, cada vez más se apunta la necesidad de estudiar el efecto conjunto de las características biológicas y las experiencias vividas por razón de género. MUSCULOESQUELÉTICAS... Como refleja Carme Valls en su estudio sobre morbilidad diferencial entre hombres y mujeres, el dolor en todas sus manifestaciones articulares y musculoesqueléticas es la principal causa de limitación crónica de la actividad en España y la primera causa de discapacidad física a largo plazo. El dolor crónico es más prevalente entre el sexo femenino. En estudios desarrollados en Cataluña, un 28,2% de las mujeres dice tener dolor crónico frente a un 17,5% de la población masculina. En la encuesta realizada por la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo en la UE, las mujeres también se mostraban más afectadas por la carga osteomuscular. ...Y LABORALES. Los hombres tienen más riesgo de ser víctimas de accidentes en el trabajo. En 1998, una media de 5.300 varones por cada 100.000 empleados los sufrieron, mientras que la media entre las mujeres fue de 1.900. Sin embargo, ellas tienen más probabilidad (1,5 veces más) de padecer enfermedades o problemas de salud relacionados con el trabajo. Los problemas musculoesqueléticos son los más frecuentes para ambos sexos (más de un 50% del total de víctimas), aunque suelen afectar a distintas zonas corporales: zona baja de la espalda, zona lumbar en los hombres; cuello, zona dorsal y miembros superiores, en las mujeres. Ellas resultan más afectadas, también, por la utilización de sustancias químicas.