TEMA 4 MENSAJE FUNDAMENTAL DE JESÚS Descarga del documento I. OBJETIVOS Reflexionar a partir de las principales claves de interpretación que sobre Jesús se contienen en los Evangelios. Este objetivo será común a los temas 4, 5 y 6. Para el tema 4 proponemos, además, los siguientes Objetivos específicos: Considerar la relación tan específica que Jesús tiene con Dios. Profundizar en su apasionado mensaje sobre la llegada del Reino. II. CONTENIDO En la presenta lección y en cumplimiento de los objetivos que nos hemos propuesto, estructuramos el contenido en dos apartados principales: El primero de los apartados versa sobre la relación tan íntima que Jesús establece con Dios. En una lectura inteligente de los Evangelios podemos descubrir la relación tan especial que Jesús mantiene con Dios. La calidad de esta relación resulta ilustrativa y novedosa en la espiritualidad de la época. Para nosotros será la base necesaria que nos ayude a comprender el mensaje más importante del Evangelio: la llegada del Reino. El segundo de los apartados presenta una reflexión sobre el concepto ‘Reino de Dios’. En este concepto, empleado por los Evangelios, descubrimos la voluntad de Dios expresada en Jesús. Una voluntad llamada a ser adquirida en nuestra conciencia a partir de la voluntad de conversión personal y comunitaria. Todos estos lenguajes serán más plenamente comprendidos desde el desarrollo que te proponemos en la segunda parte de la presente lección. I. La intimidad de Jesús con Dios 1. Jesús y Dios Jesús de Nazaret no escribió nada sobre Dios, ni tampoco dio lecciones teóricas sobre la divinidad. Sencillamente actuó y habló según la experiencia que tenía de Dios; y desde ahí podemos vislumbrar un poco su interioridad religiosa. Lógicamente recibió las distinas percepciones de Dios que hay en la Biblia; pero también aportó una revelación sigular sobre Dios, no tanto con un discurso especulativo muy elaborado, sino manifestando en la conducta de su propia experiencia. 1.1. En la tradición religiosa de su pueblo En los evangelios aparecen distintas imágenes de la divinidad, que ya se encuentran en la tradición bíblica donde sin duda Jesús se inspiró. En la revelación bíblica Dios también es percibido como el Creador providente que cuida de todas sus criaturas, "que hace brotar la hierba para el ganado y las plantas que el hombre cultiva", " que abre su mano y sacia a los vivientes"(Sal 104). Es la tradición sapiencial que se encuentra, por ejemplo en Mt 6, 26 donde se trae como ejemplo las aves del cielo y los lirios del campo, alimentadas y vestidos por la solicitud del Padre celestial. También vemos en los evangelios sinópticos (Mt 24 y Mc 13) la percepción veterotestamentaria del Dios apocalíptico que inesperadamente interviene para destruir toda la maldad del mundo. Pero en la Biblia hay otras dos percepciones de la divinidad que tienen su versión en los evangelios y que muchas veces entran en conflicto. Por una parte, Dios es Liberador que, compadecido ante los sufrimientos de los hombres, interviene para liberarlos y rectificar lo torcido en este mundo: "He visto la aflicción de mi pueblo y voy a bajar para liberarlo de sus opresores" (Ex 3,7) Dios quiere que los hombres hagan "justicia y derecho (Gn 18,19). Jesús interpretó su misión en esta clave liberadora: "El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para liberar a los cautivos" (Lc 4,18). Y el evangelio celebra esta intervención divina, que “defiende a los humillados y derriba a los potentados de sus tronos" (Lc 1,52). Por otro lado, la divinidad del A.T. exige también un culto litúrgico, meticulosamente regulado. Jesús de Nazaret vive también esa dimensión: es un judío piadoso que seguramente hacía sus oraciones tres veces al día, mirando al templo de Jerusalén, y bendecía la mesa, siguiendo la costumbre de sus mayores. Sin embargo, ya en el A.T. hubo conflicto entre la visión de Dios como hacedor de justicia y el culto litúrgico. Sobre todo los profetas de los siglos VII y VIII denunciaron duramente los ritos sacrificiales que, para encubrir las injusticias, celebraban los sacerdotes y potentados en el templo de Jerusalén. En tiempo de Jesús ese ritualismo había llegado a grados insoportables, y ello explica el enfrentamiento con los ortodoxos de su tiempo incapaces de ser humanos y compasivos: "si supierais lo que significa misericordia quiero y no sacrificios`, no condenaríais a los inocentes" (Mt 12,7). 1.2. Novedad de Jesús sobre Dios Motivado por la predicación del Bautista, Jesús escuchó la llamada de conversión, y recibió el bautismo de Juan. Pero el Bautista destacaba mucho el jucio y el castigo de Dios, mientras Jesús experimentaba que Dios era ante todo y sobre todo amor gratuito, misericordia a favor nuestro. Quizás por esa singular experiencia se distanció del Bautista, al que sin embargo siempre valoró mucho. Jesús gustó la cercanía benevolente de Dios como alguien en quien siempre se puede confiar, que nos ama no porque seamos buenos sino porque él es bueno. Las parábolas del hijo pródigo, de la oveja perdida , del acreedor que perdona todas las deudas, del patrono que paga jornal completo también a los que llegaron tarde, revelan esa intimidad de Jesús con Dios, expresada en el símbolo “Padre”, que , dentro de aquella cultura judía, significaba amor, ternura y solicitud de un padre por su hijo. Lógicamente en otras culturas se pueden y deben emplear otros símbolos como madre, esposo, esposa o cualquier otra figura que signifique amor gratuito y cercanía benevolente: Para Jesús, Dios es Alguien en quien siempre se puede confiar.Tiene un proyecto de felicidad para los seres humanos y para toda la creación. A pesar de todo, lo llevará adelante porque Dios se mantiene fiel a su amor. Dios hace suya la causa de los pobres y excluidos. Las parábolas de la misericordia que trae Lc 15 son la demostración más palpable. La razón última que justifica la opción de Jesús, tomando partido por los socialmente marginados e indefensos, sólo encuentra fundamento adecuado en la experiencia que Jesús tiene de Dios. La compasión de Dios y la práctica histórica consiguiente han calado y trasformado el corazón de aquel hombre que, con su forma de actuar, de sufrir y de hablar fue testigo del Padre que a todos ama incondicionalmente. Sin embargo, Dios es inabarcable en su misma cercanía de amor, pues no actúa con la lógica del poder sino con la lógica desconcertante del amor gratuito. En la hora de la prueba, cuando Jesús tiene que soportar el martirio y entra en crisis, experimenta que Dios es amor y pide que le libere del fracaso: “Padre, todo te es posible, que pase de mi este cáliz”. Pero Dios guarda silencio. Un silencio que Jesús tiene que respetar. En su martirio, el Mesías vivió a la vez el gozo de saberse amado por el Padre y el desconcierto ante la manifestaciòn histórica de ese amor. 1.3. Tres rasgos perceptibles de esa intimidad 1. Aquel hombre respira una confianza plena en Dios que es esencialmente bueno. No es poder que se impone por la fuerza ni juez que sentencia con severidad. Su poder y su justicia se manifiestan como amor. Porque Dios es bueno quiere que todos tengan vida; y los mediadores de Dios son todos los que trabajan por la vida. Eso quiso expresar Jesús, dentro de aquella cultura judía con el símbolo "Padre" (Abba), expresión de un niño pequeño que, agarra (Jn 10,10). 2. Jesús de Nazaret tiene conciencia de ser enviado por el Padre para realizar una misión en este mundo: la llegada del reino de Dios, esa fraternidad en que todos puedan ser libres y felices. Lo dice ya en la sinagoga de Nazaret en los inicios de su vida pública (Lc 4,18), lo celebra también Pablo en Ga 4,6, y lo destaca de modo especial el cuarto evangelista (Jn 4,34;7,16; 8,26,29...). 3. Finalmente, Jesús es consciente de que, como expresión del amor experimentado, libremente obedece al Padre. La expresión de Jn 4,34 -"mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado"- manifiesta bien la 2 mística que animó todos los pasos en la vida y en el martirio del Mesías. Por eso cantará la primera comunidad cristiana: "siendo hijo experimentó la obediencia en el sufrimiento" (Hb 5,8). 2. La oración de Jesús: densidad teológica de lo cotidiano Cómo es y cómo actúa Dios lo atismabos, sobre todo, en la oración de Jesús. Nos fijamos sólo en los sinópticos. Jesús nació en el seno de una familia judía sencilla y piadosa. Como los demás correligionarios suyos leyó y comentó la Biblia en la sinagoga y oró tres veces al día mirando hacia el templo de Jerusalén. En una comida y bendiciendo solemnemente la mesa como los judíos solían hacerlo en la cena pascual, instituyó la Eucaristía. Sin embargo, tomó sus distancias e incluso criticó la oración farisaica que trata de manipular a la divinidad, como vemos en la parábola del publicano y del fariseo que suben al tempo para orar (Lc 18,9-14). También la oración de quienes buscan en sus rezos ser admirados y elogiados (Mt 6,5); así como la la oración de “palabrería” que pretende sacudir los tímpanos de la divinidad para que despierte y arrienda las súplicas de sus devotos (Mt 6,7). La oración con injusticia resulta insoportable a los ojos del verdadero Dios (Mt 7,21). Personalmente Jesús hace oración ; con frecuencia “se retiraba en lugares solitarios para orar” (Lc 5,16). Ora en momentos especiales como al recibir el bautismo, cuando elige discípulos, cuando entrega el “padre nuestro”, cuando hace milagros y expulsa demonios, cuando tiene que sufrir el martirio. No lo hace para huir de la historia sino para descubrir en ella la voluntad de Dios y entregarse de lleno al cumplimiento de la misma. Hay dos lugares donde Jesús hace oración que tienen gsrantías de autenticidad histórica, pues en los dos se ha conservado la palabra aramea “Abba” (Padre) quizás por veneración al recuerdo del Maestro: 1º). Ante la oposición ciega de las autoridades religiosas judías, y viéndose incomprendido por el pueblo sencillo, incluso por los mismos discípulos, Jesús entra en crisis, ora: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque hay ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños; sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt 11,25). Se ve que ora dentro de la historia cuando llega una especial dificultad; y dialoga con un Dios que es amor (Padre), que tiene un proyecto para la humanidad y que gratuitamente toma partido a favor de los sencillos, los pobres, los que no tienen ninguna instrucción, “que no conocen la Ley y son unos malditos”(Jn 7,49). 2º). Por fin, cuando llega el momento de la última prueba, Jesús entra en crisis y se pregunta por el sentido que ha tenido su existencia y puede tener su martirio. Entonces ora de nuevo: ”Y decía ¡Padre! todo te es posible; aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mc 14,35). Jesús sigue gustando que Dios es amor, pero no lo entiende, tiene que dejar a Dios ser Dios, y es entonces cuando recibe la fuerza, el Espíritu para morir como testigo del Dios verdadero (Hb 9,14). II. Apasionado por la llegada del reino de Dios "Reino de Dios " o " Reino de los cielos" aparece en los evangelios sinópticos como categoría central. Jesús comienza su vida publica declarando la llegada del reino (Mc 1,15), y poco antes de su martirio sigue apostando por esa causa (Lc 22, 18). El reino de Dios es el "leiv motiv" de todas las actividades mesiánicas que Jesús realiza en su vida pública: "Recorría toda Galilea y enseñaba en sus sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino y curando toda enfermedad" (Mt 4, 23; 9,35). Pero ¿ qué es el reino de Dios? Antes de seguir, aclaremos el vocabulario. En los evangelios se lee unas veces "reino " y otras "reinado". Se refieren a la misma realidad, pues en griego no hay más que un sólo término. Se traduce por "reino" cuando se presenta como un lugar donde se entra y se permanece. Por "reinado" para destacar el ejercicio y el reconocimiento del señorío de Dios. También se dice "reino de Dios " y "reino de los cielos"; la última expresión es un circunloquio para no pronunciar el nombre del Innombrable; seguramente Jesús empleó sobre todo esta segunda expresión, que corresponde a la tendencia de los judíos a no pronunciar el nombre de Dios, fuera de las referencias bíblicas. Jesús anunció la llegada del reino de Dios mediante parábolas o comparaciones de la vida corriente para dar a entender cómo llega esa nueva realidad y cómo deben actuar los hombres ante su llegada y para que llegue. También realizó milagros u obras de liberación -dando vista a los ciegos, curando a los enfermos, 3 especialmente a los leprosos...- sugiriendo que ya llegaba el tiempo de liberación anunciado por los profetas bíblicos. Entre sus milagros, la expulsión de los demonios, como signo de la victoria sobre las fuerzas del mal, era manifestación palpable de la llegada del reino (Mt 12,28). Ahora centramos la atención en la naturaleza del reino de Dios que llega y la conducta que deben adoptar hombres y mujeres ante la buena noticia. 1. El reino de Dios según Jesús. 1.1. Una realidad presente y en tensión hacia su plenitud Es una realidad que está ya aquí, en el corazón de nuestra historia, como un fermento en la masa, como un grano de trigo que puja en las entrañas de la tierra. El tiempo del Reino es el tiempo de salvación, el tiempo de liberación. Con Jesús llega este Reino. Tratemos de aproximarnos a esta realidad. Un dinamismo de liberación. Cuando los enviados del Bautista preguntaron a Jesús quién era, les respondió invitándoles a que constatasen: "los ciegos recobran la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y la buena noticia es anunciada a los pobres" (lc 7,22). Estos hechos que son "las obras buenas de Dios" que abre porvenir, manifiestan que Jesús es el Enviado de Dios. Son las señales de que ya está llegando el Reino. Están diciendo que el Reino de Dios es un dinamismo de liberación del mundo y de la humanidad. Lo que estaba muerto, en la forma que sea, se pone de pie y camina Para describir este dinamismo de liberación Jesús utilizará muchas imágenes, como abundante cosecha (Mc 4,8; Jn 4,35), luz que brilla en medio de la oscuridad y signo de la opresión (Mc 4, 21); "vino nuevo" que no soportan los pellejos picados (Mc 2,22); banquete de fiesta (Lc 15,22; Mt 22, 1 s); paz de Dios ofrecida a los hombres (Mt 10,11-15). Todas estas imágenes y otras muchas que vemos en los evangelios explicitan el rico contenido del símbolo reino de Dios. Es una realidad en tensión hacia su plenitud. Por eso Jesús dice a sus discípulos que piden: “venga tu reino”. (Mt 6,10). El mismo pide esa llegada mientras por última vez sube a Jerusalén donde sufrirá el martirio, y en la última cena piensa que no volverá a beber el fruto de la vid, hasta que llegue el reino con su propia muerte (Lc 22,18) 1.2. Tres rasgos fundamentales del Reino 1º). El reino de Dios es una buena noticia de luz y de vida. Leamos detenidamente Mt 13: el reino es como una semilla, un tesoro escondido, una perla preciosa. Es la plenitud del hombre, término de sus anhelos más profundos, su felicidad. Lo que se promete con entusiasmo en el programa de las Bienaventuranzas (Mt 5,10). 2º). Este reino de Dios está llegando. Está en medio de nosotros (Lc 17, 21). Pero hay que estar esperando su venida, como sugiere la parábola de las diez vírgenes (Mt 25, 1s). El reino es siempre un don de Dios que siempre tiene algo de inesperado. El reino de Dios "se acerca" (Mt 4,17); nosotros pedimos "haz llegar tu reino" (Mt 6,10. No podemos construirlo sólo con nuestras propias manos, pero podemos y debemos trabajar para que agarre en nosotros, en la sociedad y en el mundo. Recordemos las parábolas de la semilla: hay tierra dura y tierra que acoge favorablemente la Palabra (Mc 4,6 s). Según la parábola de los talentos, hay que arriesgar todas nuestras facultades para la llegada del reino (Lc 19,11 s). 3º). El reino de Dios es una realidad colectiva o comunitaria. Así lo evocan las parábolas cuando hablan de la fiesta, banquete de bodas, el campo donde crecen juntos el trigo y la cizaña. Ciertamente la conversión personal es ineludible; la entrada en el reino exige un cambio de corazón. Pero el reino tiene una dimensión comunitaria, pues es la paz de Dios ofrecida a todos, libertad vivida por todos, y amor participado por todos. El reino de Dios sólo puede brotar en nuestra tierra cuando hombres y mujeres, renunciando a su egoísmo, aceptan la solidaridad y el encuentro con los otros sin discriminación de ningún tipo: "amad a vuestros enemigos" (Mt 5,44). Se trata de una solidaridad sin fronteras. Es una buena noticia para todos los hombres: "vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, para sentarse en el festín del reino de Dios" (Lc 13,29). Es el evangelio que debe ser proclamado "en el mundo entero" (Mt 24,14). Luego el reino de Dios no se identifica con un grupo particular. Ni siquiera con la Iglesia que por otra parte es signo y proclamación del reino entre todos los pueblos. Dios es Padre de todos, y no tiene acepción de personas ni de grupos. 4 1.3. Jerarquía de valores en el reino de Dios o nueva sociedad Hay cuatro áreas que vertebran toda la existencia humana: los recursos materiales, las relaciones entre las personas, las relaciones sociales y el ejercicio del poder. En los cuatro ámbitos el Evangelio de reino de Dios establece unos criterios axiológicos o valorativos: En el ámbito de los recursos o bienes materiales. Según el Evangelio, el valor no es “ser rico” ni acaparar riquezas, sino compartir con los demás, especialmente con los mas pobres y desvalidos, todo lo que uno es y posee. Las parábolas del rico Epulón y el pobre Lázaro, la del hacendado que se echó a dormir tranquilo en sus graneros repletos sin preocuparse de los que tenían para comer o la invitación al joven rico para que repartiera sus bienes con los pobres, son bien elocuentes. En las relaciones interpersonales, según el evangelio, las personas valen por lo que son, no por lo que tienen o aparentan. Por eso Jesús puso como centro de su conducta moral la dignidad de la persona, compartió con todos, dispensó atención especial a los pobres y desvalidos, a aquellos que no tenían ni podían tener dignidad en aquella sociedad palestinense. En cuanto a la organización social, Jesús propone como valor la solidaridad sin fronteras. No la falsa solidaridad “grupal”, cuando uno sólo es solidario con los de su grupo, en el fondo, sólo busca su propia seguridad. Sino una actitud y una conducta del que piensa no sólo qué será de mí, sino qué será de los demás, especialmente de los excluidos e indefensos. En el ejercicio del poder, el criterio es el amor como servicio de gratuidad a los otros. Aunque los cristianos caemos muchas veces en la tentación del poder, creemos que Jesús venció siempre esa idolatría, según vemos en la pieza teológica de las tentaciones. 2. Conversión a la llegada del reino "Se acerca el reino de Dios; convertíos y creed en la buena noticia" (mc 1, 15). Si el reino de Dios es una realidad que está llegando, la conversión evangélica conllevará una disponibilidad y una apertura a lo inesperado y gratuito de Dios. Pero como debe hacerse programa actual de nuestra existencia, esa llegada del reino implica también un cambio actual en nuestra forma de vivir. Sin concretar las distintas facetas que implicaría una existencia cristiana en toda su verdad, hay una ley esencial y general de esta existencia según el reino: un dinamismo pascual, o de paso, "para vivir hay que morir". No se trata de la muerte física, sino de la muerte a nuestra concentración egoísta, a nuestras costumbres de comodidad y a nuestras prácticas individualistas. San Pablo lo decía bien hablando a los neófitos: "consideraos muertos al pecado, y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rm 6,11). No entraremos en el reino de Dios sino por este camino roturado por Jesucristo. Concretando un poco más lo que debe morir en nosotros es "lo carnal", en lenguaje paulino: "no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues si vivís según la carne moriréis; pero si con el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis" (Rm 8,13. Y quede bien claro que "carnal" aquí no es sinónimo de "corporal" o físico; menos aún de "sexual". Designa un estilo de vida curvado sobre sí mismo, un género de existencia narcisista y autosuficiente, que corresponde en el evangelio al término "mundo" en sentido negativo: "concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y jactancia de la vida" (1 Jn 2,16) Siguiendo los tres rasgos del reino a los que antes nos hemos referido, fácilmente vemos: 1º Lo "carnal" que debe morir en nosotros es todo lo que se opone a la vida y verdad de nuestra existencia. Lo que sólo es apariencia, artificio e inconsistencia. Para mantenerse fieles al reino de Dios, personas e instituciones deben emprender el proceso par ser libres de apariencias, de prestigios sociales y de tantas otras esclavitudes que caracterizan a una existencia realizada en superficialidad. 2º El reino que está llegando postula una incondicional apertura o disponibilidad a lo nuevo e inesperado de Dios. Y "lo carnal" es lo que nos cierra las puertas hacia el porvenir; nos curva sobre nosotros mismos, incapacitándonos para trascender y salir de nuestra propia tierra, descubriendo algo trascendente en los demás. Lo carnal cierra nuestros ojos y nuestros oídos para escuchar: "he aquí que hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5). Se trata de superar la ley tiránica de los tradicionalismos, de lo que se ha hecho siempre. La tentación a quedarnos siempre donde estamos e instalarnos en lo conocido sin abrirnos al porvenir, es amenaza continua no sólo para cada uno de nosotros mismos sino también para las instituciones, incluida la misma institución eclesial. No soportamos bien que el Espíritu desmonte nuestro "status", nuestras viejas y cómodas tradiciones, nuestras leyes que dan seguridad. Es verdad que existe "una tradición viva", y que "la tradición apostólica" es criterio de verdad en todas las etapas de la Iglesia y para todos los ministerios de la comunidad cristiana; . Pero esa tradición es "viva", dinámica; se re-crea en cada paso del camino, y por eso 5 cuestiona ineludiblemente a todos los tradicionalismos que pretenden canonizar formas y costumbres del pasado como absolutos. Esos tradicionalismos son obstáculos para la llegada del reino y deben morir como exigencia de la novedad evangélica. Algo similar ocurre con la ley si quiere servir a la llegada del reino: "no recibisteis un espíritu de esclavos para caer en el temor; más bien recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar ¡Abba, Padre!" (Rm 8,15). El Dios del reino, según nos ha manifestado Jesús, no es una divinidad abstracta y terrorífica, sino el Padre que nos sigue amando aún cuando somos pecadores (Rm 5,8). 3º Lo "carnal" que en nosotros debe morir es todo lo que se opone a lo comunitario, a la solidaridad sin discriminación e sin excomuniones. La apertura incondicional a los otros es el precio para que llegue el reino, y al mismo tiempo verificación de esa llegada. Una exigencia para cada bautizado pues, al beber el único Espíritu, todos hemos sido convocados para formar "un solo cuerpo". Y también una exigencia para la vida de la Iglesia que debe superar continuamente la mentalidad de "secta" para ser "católica", una y la misma en las distintas culturas y en los variados contextos históricos. Quizás estos rasgos parezcan abstractos. Pero pueden ser buenos marcos para que analicemos personalmente o en grupos nuestra conducta cristiana. Siendo un dinamismo vivo que nace y crece en la historia, el reino de Dios sólo se percibe mirando a la existencia de las personas y de los grupos humanos. 3. El discernimiento del reino El reino de Dios está llegando continuamente. De ahí la cuestión ineludible: ¿cómo discernir su venida? Sin la pretensión de tener reglas matemáticas, valgan unas sugerencias: 1ª). Según Lc 17,20, "el reino de Dios llega sin dejarse sentir"; no soporta falsas certezas ni seguridades dogmatistas. Pero se pueden vislumbrar sus signos. Jesús indicó los signos más importantes cuando le preguntaron los discípulos del Bautista (Mt 11,5-6). Se trata sólo de "indicativos" que deben ser concretados y discernidos en cada situación personal y social. 2ª). Este discernimiento nos remite a la experiencia espiritual de las personas y de las comunidades encarnadas en una realidad cultural y social. Y aunque todos los análisis sean necesarios, sólo el espíritu de Cristo "que todo lo juzga y a él nadie puede juzgarlo" es recurso ineludible para los cristianos. Sin quitar nada a la experiencia humana, a las ciencias sociales, a exégetas y teólogos, y al ministerio jerárquico de la Iglesia, quienes se dejan alcanzar por este Espíritu son los profetas que saben leer a fondo la realidad y descubrir en ella los signos de Dios. 3ª). Finalmente, la totalidad de la historia no agota el reino de Dios que es centro del mensaje cristiano. Pero todas las realidades alcanzadas y todos los anhelos justamente logrados aquí llegarán a su plenitud en la plena realización del reino de Dios: "los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre, el reino eterno y universal" (Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, nº 39). Prof. Jesús Díaz Sariego Nota: © Orden de Predicadores – PP. Dominicos Se permite la reproducción citando autor y procedencia 6