Connotaciones políticas y económicas de la globalización financiera

Anuncio
VII CONGRESO ESPAÃ OL DE SOCIOLOGÃ A
GRUPO DE TRABAJO N° 9
SociologÃ−a PolÃ−tica
SESIÃ N: Primera
[Perfiles de cambio sociopolÃ−tico en la sociedad del siglo XXI:
procesos de globalización y transformación de las identidades colectivas]
TITULO DE LA COMUNICACIÃ N:
Connotaciones polÃ−tico-económicas de la “globalización” financiera
INSTITUCIÃ N: Universidad de Buenos Aires, Argentina
(Rectorado/Facultad de Ciencias Económicas)
RESUMEN:
El fenómeno denominado «globalización», más allá de sus múltiples -y heterogéneasinterpretaciones, conlleva un cambio trascendente en la polÃ−tica internacional, al haberse reconvertido las
pautas convencionales de su funcionamiento, las cuales giraban en torno al presupuesto acerca de la vigencia
de interrelaciones entre de Estados supuestamente <soberanos>, aunque en la mayorÃ−a de los paÃ−ses
subdesarrollados lo fueran de manera relativa. A partir, sobre todo, del derrumbe de la Unión Soviética,
mediante la hipotética emergencia de un pensamiento único, sustentado en una errática concepción
sobre el “fin de las ideologÃ−as”, se erigió un mercado omnÃ−modo, que traspasó casi todas las barreras
impuestas por las fronteras nacionales. Tal proceso implica una mutación radical en la ejecución de las
polÃ−ticas estatales, que perdieron gran parte de su autonomÃ−a de decisión, dejando el camino llano para
la aplicación de medidas económicas, trazadas por instituciones y organismos financieros “mundiales”, que
presentan graves repercusiones para las sociedades, fundamentalmente para los sectores más carecientes de
la misma
La puesta en práctica de un nuevo paradigma productivo, en el ámbito de las relaciones sociolaborales, se
vinculó con la aparición de formas inéditas de transnacionalización económica, mediante las cuales el
capital dispuso de modalidades alternativas y variables de utilización de mano de obra flexible, dispersa en
todo el orbe. De manera que el nacimiento de la “era informática” fue complementado con el surgimiento de
una esfera mundializada de inversiones, volátiles y especulativas. Puede indicarse que existió una
compenetración recÃ−proca entre el declive del modelo fordista de organización de las relaciones
productivas y la emergencia de un ámbito <global> de movimientos financieros. Tal coyuntura propició el
acceso a la desregulación -y la consiguiente arbitrariedad- en la explotación de la fuerza de trabajo, más
allá de los lÃ−mites divisorios de naciones y continentes.
La economÃ−a-mundo finisecular en el marco de la “aldea global”
Las concepciones acerca de un espacio económico mundializado, hacia fines del milenio, modificaron el
contenido representado convencionalmente por el término economÃ−a internacional. El giro
lingüÃ−stico refleja una conversión profunda de los tipos de vÃ−nculaciones existentes entre diferentes
1
paÃ−ses y regiones. Cabe señalar al respecto que, en épocas anteriores al fenómeno de la
<globalización>, existÃ−an de algún modo fundamentos -polÃ−ticos y territoriales- que permitÃ−an
hablar de Estados relativamente “soberanos”, por lo que (aun subsistiendo dependencias neocoloniales) las
relaciones entre naciones, al menos formalmente, remitÃ−an a contactos entre entidades homogéneas .
Corresponde aclarar, en principio, que el proceso omnicomprensivo -implÃ−cito en el fenómeno
globalizador- fue abordado extensamente, por numerosos autores, en sus aspectos generales, básicamente en
referencia a sus dimensiones cultural, mediática e informacional, conjunto de factores que remiten al
advenimiento de una <civilización mundializada>. No obstante, como consignáramos en la Introducción
de este ensayo, aquÃ− nos limitamos al tratamiento especÃ−fico de sus efectos sobre la economÃ−a,
puntualmente en las áreas financiera y tecnológica, junto a sus repercusiones en el ámbito laboral. Debido
a ello, en muchas ocasiones la emergencia de un “mundo global” tiende a confundirse con la aplicación
irrestricta de polÃ−ticas neoliberales, que sólo representan una manifestación socioeconómica coyuntural,
aunque propiciada -y acentuada- merced a las condiciones objetivas generadas por el ingreso en la nueva era.
Al margen de la anterior precisión, la alusión a la existencia de una economÃ−a globalizada conlleva,
entonces, revisar el núcleo sustancial de la expresión “relaciones internacionales”, teniendo en cuenta que
los lÃ−mites de las acciones realizadas por sectores o grupos, pertenecientes a un paÃ−s determinado, no
coinciden actualmente, en gran parte del planeta, con los espacios productivos y financieros antes vigentes,
imperando en consecuencia las determinaciones de mercados transnacionalizados. Es menester indicar que un
funcionamiento mÃ−nimamente armónico de la globalización requerirÃ−a el accionar de instituciones
sólidas a escala nacional ya que, en ausencia de las mismas, el nuevo escenario mundial tiende a exacerbar
conflictos sociales internos preexistentes.
Para la comunidad del desarrollo, los años ochenta fueron también de vacilación y búsqueda de
nuevos paradigmas. A finales de los setenta, las estrategias de desarrollo estadocéntricas (tanto las
fundadas en el estructuralismo de Prebisch-Singer como en la teorÃ−a de la modernización de Rostow, en
la teorÃ−a de la dependencia o, simplemente, en el marxismo) habÃ−an perdido gran parte de su anterior
crédito intelectual y polÃ−tico. TodavÃ−a se mantendrÃ−an unos años en base a las poderosas
coaliciones de intereses creados. Pero intelectualmente estaban derrotadas. Especialmente tras su
demostrada incapacidad para entender y adaptarse a las crisis y los cambios iniciados en los setenta. Era la
oportunidad para la derecha liberal neoclásica, más comúnmente reconocida como neoliberalismo .
A fines de siglo se han intensificado los intercambios comerciales, junto al flujo constante de capitales que
acompaña los traslados de las radicaciones productivas. Desde la posguerra, el comercio internacional se fue
incrementando en una proporción equivalente al doble del aumento de la producción, acentuándose y
extendiéndose al mismo tiempo el proceso de transnacionalización de las empresas, al comienzo de origen
norteamericano, y luego europeo y japonés. A partir del inicio de los años setenta, las firmas
multinacionales pugnaron por emanciparse de las restricciones impuestas por las fronteras entre paÃ−ses,
procurando socavar las propias bases institucionales soberanas de los Estados-nación. Además, un grupo
considerable de corporaciones empresariales potenció el despliegue de una estrategia planetaria,
adecuándose a las circunstancias cambiantes de un mercado mundializado, bajo las nuevas formas
mencionadas.
Hacia mediados de dicha década, Estados Unidos suprimió las barreras preexistentes, interpuestas a la
libre exportación de capitales; a su vez, Francia y Japón liberaron los obstáculos al flujo monetario,
medida que posibilitó la emigración indiscriminada del ahorro nacional. Este procedimiento queda
demostrado, por ejemplo, a través del hecho de que -durante los años ochenta- la nación nipona
amortizó el déficit presupuestario estadounidense. Es decir que el proceso de globalización financiera
conduce a un quiebre profundo del mecanismo inherente a la “mera” internacionalización, al sustentarse en
un sistema <unificado>, que actúa como eje organizativo de la economÃ−a y la producción, en sociedades
muy distanciadas territorialmente.
2
La idea de “aldea global”, traspolada del campo teórico referido a los medios masivos de comunicación, a
partir de la concepción de Mc Luhan, responde a una lógica especÃ−fica y autónoma, desprendida de su
connotación referida a relaciones económicas entabladas entre Estados autárquicos. Las firmas
transnacionales se independizan de su asentamiento local, los movimientos de capitales eluden las
conveniencias patrióticas y los paÃ−ses abandonan el control de su propio signo monetario. La evolución
del conjunto de ciertas modalidades de transacción, entre distintas regiones, propende también hacia una
unificación de los mercados.
La mundialización del capital [...] deriva en mayor medida del fortalecimiento alcanzado por el capital
privado en los últimos treinta años que del progreso tecnológico. En esta nueva fase económica, el
robustecimiento del capital industrial y el debilitamiento del movimiento obrero operan, al mismo tiempo,
como causa y efecto de las polÃ−ticas de liberalización, privatización, desregulamiento y
desmantelamiento del "Estado de Bienestar", que se vienen implementando desde comienzos de la década
de los ochenta en todo el mundo [...] Este proceso halla su complemento en el creciente predominio y
concentración del capital-dinero y de los mercados financieros, lo que socava la autonomÃ−a de las
economÃ−as nacionales y de los Estados para diseñar polÃ−ticas propias
El régimen de acumulación, caracterÃ−stico del proceso señalado, requiere que todo tipo de actividades
económico-productivas, y de flujos de inversiones, puedan ser velozmente transnacionalizados, mediante
traslados hacia regiones semiperiféricas, dotadas de cierto avance en la producción manufacturera “en
serie”. El mercado financiero opera de manera coordinada y sincrónica, por lo que el grueso de los
movimientos de capital y ahorro internacionales es generado por vÃ−a de intercomunicaciones permanentes y
simultáneas, teniendo en cuenta que, en los años noventa, ya se habÃ−a consolidado una “infraestructura
tecnológica que permite la interconexión instantánea de capitales” .
La afirmación de un ámbito financiero mundializado provocó una transformación de las estructuras
sociales y productivas en la mayorÃ−a de los paÃ−ses de distintos continentes, que condiciona en gran
medida, a veces crucialmente, la independencia de las naciones, en la gestión de sus polÃ−ticas a escala
macroeconómica. En otras palabras, las corporaciones empresarias se aseguran una extraterritorialidad que
arrebata el atributo soberano de ciertos gobiernos nacionales, limitándose este último -sobre todo- a la
relativa, y acotada, facultad de disponer medidas de carácter presupuestario e impositivo de <ajustes>
continuos. El capital industrial, y sobre todo el financiero, devienen proclives a emanciparse de la instancia
polÃ−tica “nacional”, siendo ésta reemplazada por una dirección, omnipresente y supraestatal, ejercida
mediante instituciones, aparatos burocráticos y redes de influencia propias. Entidades como la
Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial
(BIRF) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), entre otras, imponen
reglamentaciones restrictivas en orden a la circulación libre de productos y capitales mientras, por otro lado,
difunden la doctrina neoliberal, que sostiene que el sistema económico opera de manera eficiente cuando las
leyes del mercado se liberan de toda imposición <extramercantil>.
En el citado contexto, Estados Unidos tiende a perder la hegemonÃ−a desde el punto de vista industrial,
aunque esto no suceda con relación a su poderÃ−o militar y al peso decisivo de sus ordenanzas en el campo
financiero mundial. Al respecto, América Latina presenta la desventaja de contar con la “potencia del
norte” como colindante continental, en momentos en que ésta, a partir de la vigencia de los nuevos
paradigmas productivos, continúa desempeñando una función directriz, aunque esencialmente abocada a
la organización económica general, en el marco internacional. Es decir que su aporte en el terreno
especÃ−fico de las nuevas técnicas de fabricación ya no es tan relevante; por ejemplo, en la rama
industrial de la confección prevalecen tecnologÃ−as europeas y asiáticas, de modo que el desarrollo de
maquinarias, correspondientes a las manufacturas textiles, se encuentra centrado en los paÃ−ses
tecnológicos, por ejemplo las naciones avanzadas del <viejo continente> y Japón o Corea, existiendo una
especie de aislamiento de Sudamérica, aunque no asÃ− de México, integrado laboralmente al espacio
norteamericano a través del trabajo “taylorizado” de un sector de su población activa .
3
En la actual coyuntura, marcada por un proceso de transnacionalización económica progresiva, el gran
poder de los mercados obedece a la subordinación de los gobiernos a la égida financiera mundializada, la
que determina el control incondicional del capital sobre el trabajo. Este sometimiento afecta al conjunto de
relaciones sociales, caracterizadas en tanto inherentes a una etapa postindustrial del capitalismo, lo cual
implica la emergencia de un sistema global que selecciona, discrecionalmente, determinadas localizaciones
productivas especializadas, que deben resguardarse, en muchas ocasiones de forma conflictiva, no ya sólo
frente a la inmigración internacional, sino inclusive ante las migraciones internas, los campesinos “sin tierra”
y el continuo éxodo rural. Puede decirse, en términos generales, que la mundialización del capital
provoca necesariamente un acrecentamiento del ataque contra las condiciones de vida de las masas en todo
el planeta .
El conjunto de reformas macroeconómicas neoliberales, que implican ajustes estructurales del sistema
productivo, sobre todo en las zonas periféricas o emergentes, condujo a la readecuación de las polÃ−ticas
comerciales internacionales, los procesos desreguladores y las privatizaciones de empresas públicas. Cabe
destacar que esas medidas no fueron complementadas con otras compensatorias, que reformulasen el accionar
de las instituciones, los aparatos burocráticos estatales, los marcos jurÃ−dicos y el ámbito de la seguridad
social. Teniendo en cuenta los efectos acumulativos de la totalidad de dichos factores articulados, es evidente
que la economÃ−a “global” se ha convertido en un escenario inestable e inseguro para un sector masivo de la
población mundial. En tal sentido, los neoliberales son hostiles al Estado y a los sindicatos y vindican la
privatización, la liberalización, la actividad financiera privada y la desregulación del mercado de trabajo.
El Estado es visto como la fuente de muchos de los problemas de desarrollo de los paÃ−ses del Tercer
Mundo [sosteniendo] que el intervencionismo estatal (o "dirigismo") ha generado distorsiones en los
mecanismos del precio, que han provocado una descolocación de los recursos productivos y, en
consecuencia, tasas más bajas de crecimiento .
En lo que refiere especÃ−ficamente a América Latina, la transición del modelo de desarrollo económico
anterior, basado en el esquema sustitutivo de importaciones, hacia otro caracterizado por el aperturismo
neoliberal, derivó en una crisis profunda de su estructura social. Cuando los sistemas productivos de muchos
paÃ−ses de la región ya no pudieron crecer, asentados en sus respectivos mercados internos (protegidos por
medidas arancelarias y la inversión pública estatal) sus economÃ−as fueron reorientadas, sometiéndose a
los nuevos dictados del mercado internacional. Ello requirió una readaptación que permitiera competir en
un marco mundializado, por lo que se incentivó la inversión privada, local y de capitales extranjeros,
extendiéndose las esferas destinadas a su colocación.
La reconfiguración productiva constituye un proceso derivado de los ajustes económicos, pues en el
contexto latinoamericano debieron reducirse drásticamente las erogaciones empresariales, en la medida en el
producto bruto interno se estancaba. Las reformas tuvieron una fuerte incidencia en la quiebra de empresas,
imposibilitadas de competir con una avalancha de mercancÃ−as extranjeras y, en consecuencia, se
incrementó enormemente el paro, junto a la caÃ−da abrupta de los ingresos laborales y del “gasto social” por
parte del Estado. La resultante de ese deterioro del mercado de trabajo fue un incremento considerable de los
alcances -y los niveles- de pobreza, es decir que la misma tendió a abarcar grupos ampliados de la
población, agravándose además el grado cualitativo de ella .
Cabe indicar que el 5% de la población del subcontinente absorbe la cuarta parte del total de los ingresos
nacionales mientras que, en las antÃ−podas, al 30% de aquélla sólo le corresponde el 7,5% de los mismos,
representando esta situación una de las mayores “brechas sociales” del planeta. El nivel de tal polarización
se aproxima a las cifras alcanzadas en Ôfrica, que registra indicadores del 23,9% y 10,3%, en igual sentido, y
resulta ampliamente superior a la del mundo desarrollado, que detenta el 13% y 12,8%, respectivamente .
Corresponde señalar que la desigualdad en la distribución del ingreso constituye, asimismo, un
impedimento crucial para la evolución económica de los paÃ−ses latinoamericanos, y su elevada marca es
correlativa con altos Ã−ndices de pauperismo en la región. Esto último se corrobora al considerar que, no
obstante sus inmensas potencialidades económicas, cerca del 50% de la población vive por debajo de la
4
lÃ−nea de pobreza, el 60% de los niños es pobre, el habitante promedio no tiene más de 5 años de
escolaridad y el 26% de la población carece de agua potable .
Aunque las causantes de tal situación remiten a una complejidad de factores superpuestos, un elemento
central radica en el aumento de las polarizaciones sociales . Por otro lado, la inequidad social conforma una
traba insalvable en aras del progreso educacional, herramienta imprescindible del avance tecnológico. Al
respecto, un informe elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) durante el año 1998,
señala que en el contexto latinoamericano, de acuerdo a estimaciones recientes, y considerando quince
paÃ−ses del área, los jefes de hogar del 10% de ingresos más altos habÃ−an completado 11,3 años de
educación, en cambio los [correspondientes al] 30% más pobre de la población sólo 4,3 años. [Ello
obedece a que] las tasas de repetición y deserción son mucho mayores entre los desfavorecidos por el
impacto de la pobreza; [además] la calidad de la educación que reciben los diferentes estratos sociales
presenta fuertes desniveles. En estas condiciones buena parte del capital humano de la sociedad se anula y se
crea un cÃ−rculo perverso. Los de menos educación tendrán menos posibilidades de conseguir trabajo, y
si lo consiguen recibirán pagos mucho menores, lo que influirá en que no puedan dar a sus hijos una
educación mejor .
El comando financiero especulativo del sistema económico-productivo mundial
Tal como fue consignado en el apartado precedente, dentro del panorama general de la economÃ−a-mundo
actual, los mercados nacionales tienden a descompartimentarse, sobre la base de la disolución de las barreras
que bloqueaban -en mayor o menor grado- el flujo entre ellos, mediante una nuevo tipo de apertura al exterior.
Se concreta progresivamente, entonces, la unificación de los mercados monetario, financiero, de cambios y
de inversiones a futuro, por lo que la esfera transnacionalizada de las finanzas conforma una especie de
megamercado único de dinero, en la medida en que las distintas plazas bursátiles y crediticias se
encuentran cada vez más interconectadas, debido a la fluidez adquirida por las redes ultramodernas de
comunicación informática. Por otra parte, las autoridades monetarias de las naciones hegemónicas, dentro
de este reordenamiento llevado a cabo a escala planetaria, liberaron gran parte de las reglamentaciones que
obstruÃ−an las operaciones de cambios, a efectos de desreglar la circulación internacional del capital .
Además, las entidades inversionistas de capital variable devinieron organismos importantes, respecto del
funcionamiento general de los mercados, hecho que conlleva una “desintermediación del financiamiento”, en
términos de caÃ−da relativa de la porción del mismo que opera a través del crédito bancario, a favor
del aporte directo de los denominados fondos comunes de inversión. La tendencia hacia esta
mundialización económica, de género inédito, permitió bajar los costos de gestión crediticia en los
ámbitos nacionales, merced al citado predominio de la financiación al margen de los intermediarios, y al
acceso más veloz y simplificado a nuevas fuentes de ahorro, recurriendo a la emisión de tÃ−tulos.
La ventaja de los efectos antedichos para un sector minoritario de la sociedad contrasta con sus consecuencias
negativas en términos del conjunto de la población, al desconectarse la esfera correspondiente a las
finanzas del desenvolvimiento de la economÃ−a real. Al respecto, el tipo de cambio fue “financiarizado” y
emergieron renovadas amenazas al desarrollo de sectores empresariales subalternos, medianos y pequeños,
emanadas del accionar especulativo. Más allá de los mencionados nuevos riesgos de carácter individual,
para cubrirse de los cuales se han creado determinados instrumentos en el mercado financiero, existirÃ−a
cierto “riesgo sistémico global”. Desde esta óptica, los citados contratiempos -de Ã−ndole
microeconómica- eventualmente mutan hacia trastornos macroeconómicos, en la medida en que, por
ejemplo, el sistema bancario puede desestabilizarse debido al incumplimiento de los compromisos
contraÃ−dos, por parte de algunos pocos grandes deudores, o una bancarrota de la plaza bursátil podrÃ−a
entorpecer el funcionamiento de la economÃ−a de un paÃ−s o de un espacio regional subcontinental.
Los riesgos sistémicos, habitualmente, se encuentran vinculados a las prácticas especulativas y a los
precios inestables de los mercados financieros, que responden a los mecanismos inherentes a las operaciones
5
crediticias, y suelen conducir -en algunos casos- al sobreendeudamiento, junto a crisis recesivas, proclives a
una virtual paralización del aparato productivo. También, ocasionalmente, tales consecuencias provienen
de los desfases resultantes de la dinámica de los instrumentos de pago, que con frecuencia provocan quiebres
de instituciones pignoraticias, potencialmente extensibles al sistema bancario en general, e inclusive al
conjunto del sistema económico-financiero.
Un modelo teórico, que refleja las crisis recurrentes acaecidas desde la década de los setenta, concibe que
el sistema mundial de las finanzas atravesó tres etapas sucesivas, consideradas en términos de fases
alternativas, referidas a procedimientos diversos de “regulación económica” . En tal sentido, el periodo
comprendido entre 1973 y los primeros años de los ochenta remite a la existencia de una economÃ−a
internacional marcada por el endeudamiento, a partir del reciclaje de los capitales petroleros, favorecedor de
una elasticidad ilimitada en cuanto a la oferta de fondos prestables. Ello posibilitó que el aumento total
operado por la demanda de capitales pudiera satisfacerse sin un racionamiento correlativo, proporcional a los
incrementos inducidos en las tasas de interés. Cabe consignar que esta etapa quedó emblemáticamente
representada por la crisis de la deuda externa, sobrevenida en los paÃ−ses del sur.
Hacia mediados del último decenio citado, a causa de la instancia crÃ−tica derivada del ensanche del
endeudamiento latinoamericano, sumada a la incidencia de ciertas innovaciones, que permitieron acceder a un
mecanismo redistributivo de riesgos, se produjo el pasaje gradual hacia un sistema económico globalizado y
controlado por el mercado mundial de inversiones. En dicha fase, tal como se apuntó, el financiamiento
directo tiende a desplazar la intermediación convencional, y los entes bancarios ejecutan un renovado
procedimiento de colocación de dinero circulante efectivo de corto plazo, no renovable, destinado a los
prestatarios finales, realizando a su vez operaciones múltiples de fusiones transnacionales. Corresponde
señalar, en ese sentido, que dicha coyuntura desencadenó el llamado <crack bursátil> de 1987.
Finalmente, en una etapa ulterior -iniciada en los noventa- se procede a un nuevo tipo de regulación, tildado
de economÃ−a internacional de especulación, condicionante del “efecto tequila”, desatado en México
hacia mediados de la última década del siglo.
Este último proceso fue impulsado por la elevada vulnerabilidad, impuesta a varias naciones de América
Latina, debido a la presión irresistible de la prominente deuda acumulada, por lo que aquéllas fueron
apremiadas ante la urgencia de acceder al préstamo internacional. Esos paÃ−ses se vieron obligados,
entonces, a reestructurar el conjunto de la deuda, restringir el gasto público y conseguir disciplina y
equilibrio fiscales, bajo el estricto control ejercido por organismos mundiales de crédito. Frente al
panorama descrito, los paÃ−ses de la región no tuvieron otra alternativa que internarse, más tarde o más
temprano, en las procelosas aguas de una profunda reconversión económica. Simultáneamente, sus
Estados Â−otrora multifacéticos e intervencionistasÂ− debieron también orientarse hacia una reforma
que los achicase y redefiniese” .
Más allá de la sensación permanente de fragilidad que pende, cual espada de Damocles, sobre la
estructura económica de muchos paÃ−ses bajo el nuevo régimen mundializado, debe destacarse que un
riesgo esencial, causado por el proceso de unificación de los mercados, radica en que los entes financieros
“globales”, anomizados y desregularizados, incidieron de manera determinante sobre las polÃ−ticas
económicas llevadas a cabo por los Estados nacionales. De este modo, en forma creciente los gobiernos de
numerosos paÃ−ses deben proceder de acuerdo con las necesidades del <mercado único> señalado.
Al respecto, adquiere un significado auténtico -y acotado- la noción de “manejos polÃ−tico-económicos
estatales”, eufemismo bajo el cual subyace el sentido verdadero del término, consistente en que los
diferentes gobiernos nacionales se encuentran coaccionados a subordinarse, al compás trazado por la
dinámica de las finanzas mundiales, brindándoles las máximas garantÃ−as al accionar arbitrario de las
mismas. Dicho condicionamiento coercitivo opera bajo la amenaza de una fuga de capitales o un alza de la
tasa de interés, de manera que la liberalización de los mercados financieros limitó severamente el margen
de autonomÃ−a de los entes estatales. Tal condicionamiento conlleva un obstáculo insalvable, a efectos del
6
ejercicio propio de una verdadera democracia y de la implementación de medidas económicas
independientes, de carácter redistribucionista, que apunten al logro de una menor inequidad social.
La configuración de un escenario mundializado, simultáneamente generador de continuas segmentaciones
sociales, deriva en un complejo entramado, urdido por sectores locales, interpenetrados por intereses
transnacionales. Tres poderosos bloques, bajo la respectiva hegemonÃ−a de loa Estados Unidos, Japón y la
Comunidad Europea, controlan los resortes de la “aldea económica global”. Asimismo, el aumento de la
vinculación internacional recÃ−proca, entablada entre los diferentes paÃ−ses, en los órdenes financiero,
productivo y comercial, determina que los sistemas económicos localizados se imbriquen recÃ−procamente,
pese a que la competencia entre bloques y naciones tiende a aumentar. Corresponde agregar que este mundo
tripolar emergente ha llevado a la marginación del Tercer Mundo y a la desaparición del segundo. Pero
quizá lo peor es que este nuevo sistema no sabe ver los problemas claves de la pobreza y la inequidad .
Los procesos de pauperización económica y desigualdad social se vieron potenciados en las zonas
periféricas del planeta, en referencia al renovado ordenamiento internacional. Por otra parte, el conjunto de
mutaciones señaladas reconvirtió la esencia de las relaciones y tensiones entre regiones y colectivos; al
respecto, se afirma con acierto que ningún paÃ−s con pretensiones de pertenecer al <club de la
globalización> puede darse el lujo de tener comportamientos sospechosos o erráticos .
El desarrollo de la nueva economÃ−a-mundo, motorizada por la expansión de las firmas multinacionales, se
establece -como vimos- más allá de las fronteras interestatales, propiciando una configuración tricéfala.
En ella, los bloques mencionados, liderados respectivamente por los Estados Unidos, Japón y la Comunidad
Europea, consolidan un espacio de intervención que incluye, como vimos, a paÃ−ses y subcontinentes. Esta
circunstancia promueve la generación de antagonismos comerciales, entre los tres polos citados, y la
disminución de las ayudas e inversiones destinadas al mundo subdesarrollado. Pese a ello, el trÃ−o de
potencias económicas se interconecta, a través de flujos y transacciones que entretejen una trama
compleja, por lo que dichos bloques hegemónicos se constituyen en referentes polÃ−tico-institucionales
insoslayables de cara al accionar pleno de las grandes empresas transnacionales.
En virtud de lo expuesto, el mecanismo inherente a la economÃ−a globalizada propende a la estructuración
regional de interbloques, aunque en un sentido diferenciado respecto de la modalidad asumida por ellos
durante la “guerra frÃ−a”. En la actualidad, resulta más nÃ−tido el predominio de intereses
económico-financieros, por encima de los factores polÃ−tico-ideológicos, en torno a dicho mecanismo, en
la medida en que sus metas prioritarias radican en la complementación de polÃ−ticas macroeconómicas,
monetarias, fiscales y comerciales. Una visión panorámica de esta constelación regional remite a la
presencia de áreas donde predominan los intereses de las superpotencias económicas, respectivamente
Norteamérica, la Cuenca del PacÃ−fico y Europa.
Subyacen al concepto de globalización financiera tendencias orientadas a la exacerbación de la
concentración económica y al incremento de la acumulación capitalista en escala mundial, junto a la
implementación de prácticas institucionales, incentivadas a través de medidas polÃ−ticas
gubernamentales, funcionales al desenvolvimiento de tal proceso. En este sentido, la estrategia del capitalismo
se impuso en el espacio planetario, eliminando la dinámica -convencionalmente establecida- de las finanzas
y del intercambio internacionales, junto a la supresión de las barreras locales, con el objeto de implantar una
afluencia de capitales y mercancÃ−as bajo un proceder unificado, regulado primordialmente por la ley de la
maximización del excedente del capital trasnacional.
No puede dejarse de lado la consideración del peso notable ejercido por el derrumbe del “sistema
comunista”, representado por el desmembramiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en
1989, mediante la caÃ−da del muro de BerlÃ−n. Ese hecho alimentó el surgimiento de teorÃ−as referidas a
un supuesto <fin de la historia o de las ideologÃ−as>, el cual remite al hipotético advenimiento de una era
marcada por la vigencia de un “pensamiento único”. à ste, una vez desustanciada la doctrina marxista,
7
expresarÃ−a el nacimiento de una sociedad mundial, regida por los principios económicos del régimen de
producción capitalista y las premisas polÃ−ticas de la democracia representativa, en el contexto emanado de
la caducidad de modelos alternativos.
Hasta comienzos de la década de los ochenta el pensamiento “liberal neoclásico” constituÃ−a sólo una
escuela reconocida en el cÃ−rculo académico formado por las disciplinas económicas. Sin embargo,
desde el decenio anterior habÃ−a logrado afirmarse en el ámbito de los organismos financieros
internacionales (Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, Fondo Monetario Internacional,
etcétera) En el marco del declive de posturas tercermundistas, junto a recurrentes crisis económicas de los
paÃ−ses “del sur” y a la creciente influencia de aquellas entidades en la implementación de los planes de
<ajuste estructural>, surgió el denominado consenso de Washington. à ste predicaba las ventajas de las
recetas neoclásicas, intentando demostrar que los Estados más capaces de crecer económicamente
serÃ−an aquellos fundados en una arquitectura institucional racionalizada, reducida al ejercicio de las
funciones universales y de las polÃ−ticas públicas, que otros actores que no fueran el Estado estarÃ−an en
condiciones de elaborar con la misma eficacia .
En dicho escenario renovado, la concepción neoliberal actúa en función de cimiento teórico-ideológico,
anclado en última instancia en el proyecto de grupos económicos concentrados y hegemónicos, aunque
descentralizados en la faz operativa, impulsores de la implementación de un “Nuevo Orden Internacional”.
La adecuación al <paradigma tecnológico>, asentado en el principio inalienable de la productividad, se
erigió en el objetivo último de las polÃ−ticas económicas de los gobiernos y de la lógica empresarial,
generando como contrapartida una progresiva desigualdad y polarización sociales, antesala de la pobreza y la
indigencia de masas crecientes de la población mundial.
Conviene aclarar el planteo de una controversia, referida a la propuesta anterior en aras de establecer un
"nuevo orden económico internacional" , frente a la corriente teórico-polÃ−tica predominante mencionada,
promotora del "Nuevo Orden Internacional" que, en realidad, serÃ−a un orden mundial neoliberal.
También aquÃ− adquiere relevancia, teniendo en cuenta la presente coyuntura histórica, el debate referido
al rol estatal, en tanto factor activo (o ente pasivo) con respecto al funcionamiento del mercado. Además,
aún subsisten las discusiones acerca de la conveniencia, en vista de los intereses nacionales de determinados
paÃ−ses, de asumir estrategias de desarrollo dirigidas <hacia adentro o afuera>, es decir entre
industrialización sustitutiva de importaciones o producción local exportadora.
La cuestión atinente a los efectos de los sucesivos “ajustes estructurales”, llevados a cabo en el seno de
economÃ−as de distintos continentes y regiones, remite a una circunstancia paradójica, alusiva a que
mientras los Programas de Ajuste Estructural proclaman una drástica reducción del Estado, su
implementación exitosa requiere una intervención estatal aun mayor, para llevar a cabo las reformas
necesarias y para reprimir las protestas sociales que estas reformas provoquen .
En ese sentido, organismos financieros supraestatales, tales como por ejemplo el Banco Mundial, instruyen,
bajo un poder coercitivo directo o latente -dada su condición de acreedores-, acerca de la necesidad de
realizar <cambios estructurales a gran escala>, los que determinan un severo achicamiento del aparato
administrativo de los Estados, restringiendo drásticamente el gasto público, sobre todo aquel destinado a
las polÃ−ticas sociales. Además, se procura la privatización de las empresas pertenecientes al ámbito
estatal y la renuncia a cualquier tipo de proteccionismo comercial, eliminando los subsidios destinados a la
producción autónoma local, junto a la liberalización de los mercados, incluyendo el de trabajo .
De acuerdo a lo expuesto, los planes económicos precitados comprenden entonces medidas de austeridad
fiscal, antiinflacionarias, privatizaciones de las empresas público-estatales, liberalización comercial,
devaluación monetaria y desregulaciones generalizadas del funcionamiento económico, sobre todo en los
mercados financiero y laboral. En otras palabras, estos programas han pretendido también atraer
inversiones extranjeras, incrementar la libertad de los empresarios y de los inversores, mejorar los incentivos
8
pecuniarios y la competencia, reducir los costes, procurar la estabilidad macroeconómica, reducir
cuantitativamente al Estado y reducir también su intervención en la economÃ−a” .
El funcionamiento adecuado del Nuevo Orden Internacional requiere instituciones con alcance universal,
idóneas a efectos de su disciplinamiento, tras la pantalla eufemÃ−stica de una supervisión
hipotéticamente neutral, enfocada desde un supuesto ángulo rigurosamente <técnico>. En este sentido,
el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional actúan en función de organismos directrices del
régimen de acumulación capitalista en todo el orbe, teniendo en cuenta que, bajo sus dictámenes y
recomendaciones, fueron ejecutados los drásticos planes estabilizadores de los paÃ−ses “emergentes” y
subdesarrollados, cuyas economÃ−as experimentaron profundas alteraciones, acicateadas por el enorme peso
de su deuda externa.
Los requisitos demandados a las naciones solicitantes de ayuda financiera consistieron en la adopción de
polÃ−ticas monetarias favorecedoras de las importaciones; reducción salarial en tanto mecanismo tendente a
controlar los procesos inflacionarios e incrementar la productividad laboral, restricción severa del gasto
público-estatal -asignando los recursos disponibles al área del capital privado- y desnormativización en
torno a la fijación de precios, tasas, y subsidios.
El dogmatismo mercantil-liberal continúa rigiendo el devenir de los procesos socioeconómicos en tanto
que, bajo su égida, hombres y recursos naturales en su conjunto resultan evaluados, de hecho, como meras
mercancÃ−as. La idea fetichista, acerca de que la mecánica movida por el comercio internacional promueve
la equiparación del precio de los distintos factores de producción, obliga también a la fuerza de trabajo
escasamente calificada, perteneciente a las sociedades industrialmente avanzadas, a competir con la oferta
laboral de un contingente inagotable de trabajadores de otras partes del mundo, también con baja (o nula)
cualificación, y por ello sus niveles retributivos apuntan a una caÃ−da permanente.
Las firmas transnacionales resultan en definitiva las promotoras, y beneficiarias directas cuasi exclusivas, de
esta renovada mundialización de la economÃ−a. La subordinación del capital productivo al financiero, la
obtención facilitada de réditos prácticamente inmediatos y la subsunción de las medidas estatales, de
Ã−ndole monetarista, a la conveniencia de los grandes capitales privados, representan el componente medular
del modelo de acumulación vigente.
Corresponde subrayar que el poderÃ−o creciente de las empresas transnacionalizadas obedece,
principalmente, al control ejercido por ellas sobre el flujo de capitales, la transacción de productos y la
transferencia de tecnologÃ−a, encontrando sustento en el cumplimiento de las requisitorias en orden a la
reproducción del plusvalor. La actuación protagónica de dichas firmas multinacionales conduce a una
transformación de las tensiones implÃ−citas, preexistentes en las relaciones sociolaborales, partiendo de los
intereses enfrentados correspondientes, en forma respectiva, a las esferas del capital y a las órbitas del
colectivo de trabajadores.
Tal proceso acontece no sólo privilegiando, obviamente, las demandas del sector capitalista, sino también
provocando una potenciación de la competencia entre distintos paÃ−ses, a afectos de captar las inversiones
de las empresas transnacionales. Dicho condicionamiento obliga a ejecutar polÃ−ticas restrictivas del gasto
público y a la ampliación de las facultades empresariales. à stas refieren a la discrecionalidad para
imponer sus exigencias de inversión, enroladas en su poder unilateral, relativo a las condiciones laborales y
salariales de una masa laboral crecientemente desamparada.
La globalización económica, en suma, equivale a un proceso conducido por corporaciones multinacionales,
que han logrado imponer la vigencia de su propio esquema de acumulación en el ámbito mundial. El
modelo desigualitario polarizado, entre sectores sociales ricos y pobres, se ha acentuado durante la década
de los años noventa, quedando demostrado palmariamente que el crecimiento económico no conlleva la
disminución de los altos Ã−ndices de desocupación previgentes. De acuerdo a esta constatación, es
9
refutada la visión parcializada de la ideologÃ−a hegemónica, que dividÃ−a a los distintos paÃ−ses en
“industrializados” por un lado, y “en camino al desarrollo”, por el otro. Además, deviene asimismo obsoleta
la concepción, paralela, en cuanto a que la evolución económica de las primeras promueve el progreso
simultáneo de los paÃ−ses subdesarrollados, cual si se tratara de un <efecto derrame> en el marco
internacional.
El poderoso “Grupo de los Siete”, conformado por las naciones más desarrolladas industrialmente (EE.UU.,
Alemania, Japón, Canadá, Francia, Inglaterra e Italia), a las cuales luego se sumó Rusia, se autoatribuye el
manejo de los resortes económicos mundiales, marcando firmemente el ritmo dinámico de los procesos
polÃ−tico-económicos, sin atenerse a los efectos sociales globales perniciosos, declaradamente <no
deseados>, generados por sus decisiones. De manera que dicho conglomerado reinante toma en cuenta
exclusivamente aquellas medidas coordinadas que afectan especÃ−ficamente el diseño de las propias
estrategias de sus integrantes. Dentro del reseñado esquema internacional distintas sociedades, separadas
por enormes distancias geográficas y culturales, se ven afectadas por la aplicación de programas
globalizadores, que llevan aparejadas una aparentemente ilimitada movilidad de los factores, con lo cual se
obstruye severamente la posibilidad de cualquier tipo de desarrollo económico nacional autosostenido.
Acerca de las implicaciones socioinstitucionales del proceso de mundialización económica, a partir de los
inicios de la década de los noventa, mediante la incidencia creciente del poder financiero internacional y la
vigencia de mercados “globales”, ha cambiado sustancialmente el ordenamiento polÃ−tico-social
preexistente. En nuestros dÃ−as, las lÃ−neas directrices estipuladas por el funcionamiento mercantil
determinan los alcances del espacio atribuible a la acción polÃ−tica, de manera que las naciones son
coaccionadas en el sentido del logro de cierta competitividad, requerida por la transnacionalización de los
procesos económicos, a efectos de incrementar el valor y volumen de sus exportaciones .
Un complejo entramado de inversiones de Ã−ndole meramente especulativa se fue apropiando gradualmente
de los mercados de capitales, a través de múltiples y veloces giros monetarios, dotados de una creciente
autonomÃ−a, respecto de los mecanismos propios de las economÃ−as reales, y portadores del poder de
ejercer, merced a su grandioso volumen financiero, una influencia decisiva sobre la evolución de las
monedas “nacionales”.
En la realidad actual, marcada por una economÃ−a financiera mundializada, las grandes corporaciones
transnacionales toman posesión del capital humano restableciendo relaciones precapitalistas, casi feudales,
de vasallaje y de pertenencia; los paÃ−ses periféricos cuentan actualmente [1998] con 800 millones de
desempleados, totales o parciales, y 1.200 millones de jóvenes llegarán al mercado de trabajo en los
próximos veinticinco años” .
Al interior del escenario abierto por el denominado fenómeno globalizador, comenzado alrededor de los
años ochenta, las mutaciones económicas generales consisten en una vinculación recÃ−proca entre firmas
nacionales y mercados, circuitos y entidades financieras centrales operantes en el terreno mundializado.
Además. las instancias innovadoras del campo tecnológico, junto a los canales de diseminación de las
mismas, se encuentran también ampliamente transnacionalizados. Con este telón de fondo, la
instrumentación de medidas polÃ−tico-económicas dentro de los marcos nacionales contiene un elevado
componente conflictivo. Ello, verbigracia, si se evalúa que la incidencia de cambios pronunciados,
vinculados por caso con la orientación productiva de una provincia o municipio, manifiesta una estrecha
conexión con aquella dinámica transformadora. Las implicaciones centrales de esas mutaciones afectan,
asimismo, otros niveles, o se combinan ineludiblemente con procesos localizados en los ámbitos regional o
sectorial, nacional y en muchas ocasiones, también mundial.
Se afirma, acertadamente, que “en nombre de la modernización y el desarrollo muchas ilusiones y falsas
esperanzas han sido creadas sólo para ser aplastadas más tarde” , debido a lo cual deviene radicalmente
cuestionable aceptar la imposición de una sola concepción axiomática, proclive a derivar en cierta
10
<tiranÃ−a del globalismo>. Resulta inadecuado entonces interpretar las tendencias globalizantes en el
sistema mundial y el colapso del Segundo Mundo como el fin de la historia, que algunos pensadores
neoliberales proclaman confiadamente. Las luchas contra la opresión y por la democratización han
alcanzado éxitos notables en los años recientes, éxitos que han cambiado el curso de la historia. Los
conflictos étnicos y nacionales en Europa del Este son también un recordatorio dramático -si no es que
trágico- de que la historia está viva y patalea. Los nuevos movimientos sociales hacen la historia, asÃ−
como otras fuerzas menos deseables. La historia también está llena de sorpresas como lo muestran los
eventos que llevaron al súbito e inesperado final de la guerra frÃ−a .
Debido a las graves derivaciones sociales de las severas “reformas del Estado”, hasta los mismos organismos
financieros internacionales que las habÃ−an impuesto percibieron sus resultantes concretas, a punto tal que
pasó a ocupar esa problemática crucial un primer plano en las nuevas “agendas del desarrollo”. Las
posturas recientes del propio Banco Mundial tienden a erradicar veleidades al estilo del <Estado mÃ−nimo>,
al afirmar rotundamente que han fracasado los intentos de desarrollo basados en el protagonismo del Estado,
pero también fracasarán los que se quieran realizar a sus espaldas. Sin un Estado eficaz el desarrollo es
imposible .
Dicha eficacia estatal ya no obedecerÃ−a ni al aparato burocrático, sostén de la industrialización
sustitutiva, ni al órgano minimalista propugnado por el ultraliberalismo. En consecuencia, esa nueva
concepción descarta el Estado latinoamericano todavÃ−a existente, el cual más que reformado necesita ser
reconstruido o refundado, sino un Estado a crear, con roles y capacidades nuevos, coherentes con las
exigencias del nuevo modelo de desarrollo .
Los procesos de ajuste y reconversión estructurales devienen continuos, al tiempo que se desvanece,
mediante su aplicación a un segmento crecientemente minoritario de la fuerza laboral, el modelo
tÃ−picamente fordista de relaciones entre capital y trabajo. Este esquema organizacional del empleo es
reemplazado, de manera progresiva, por variantes acordes con la mutación de los vÃ−nculos ocupacionales,
como por ejemplo aquellas expresadas en las versiones toyotista, kalmariana o neotaylorista. Esta
problemática derivarÃ−a hacia el tratamiento de los cambios operados en los modelos “posfordistas” de
organización productiva, en el marco ampliado de la decadencia de los Estados de Bienestar, de cara a la
comprensión integral del tema aquÃ− abordado.
.............................................................................................................................................
VII CONGRESO ESPAÃ OL DE SOCIOLOGÃ A
GRUPO DE TRABAJO N° 9
SociologÃ−a PolÃ−tica
(Coordinadora: Profesora MarÃ−a Jesús Funes)
SESIÃ N: Tercera
[La polÃ−tica y la desigualdad]
TITULO DE LA COMUNICACIÃ N:
Efectos sociolaborales de la aplicación del esquema neoliberal
en América Latina. El caso argentino
11
AUTOR: Juan Labiaguerre
INSTITUCIÃ N: Universidad de Buenos Aires, Argentina
(Rectorado/Facultad de Ciencias Económicas)
RESUMEN:
El neoliberalismo emergió, como corriente teórica hegemónica a nivel internacional, a partir de los años
ochenta, periodo en el que inició su apogeo. En la década subsiguiente, tras la caÃ−da del muro de
BerlÃ−n, se expandió en distintos continentes, aunque a finales del siglo XX comenzó un severo, y
gradualmente extendido, cuestionamiento hacia las resultantes de la aplicación de sus postulados, debido a
las consecuencias perniciosas, en principio de orden socioeconómico, que afectan a una mayorÃ−a absoluta
de la población mundial.
Las polÃ−ticas neoliberales consisten básicamente, sobre la base de un retorno a la “reificación” del
mercado, en dejar allanado el camino al funcionamiento <pleno> del mismo, despejándolo de los
obstáculos extramercantiles, es decir la intervención estatal a través de su intento de regular las «leyes
económicas». Teniendo en cuenta esa premisa elemental, se llevaron a cabo procesos de privatización y
desregulación en casi todas las esferas de las economÃ−as nacionales, se desmantelaron, en cuanto y en
donde fue posible, los Estados del Bienestar y las modalidades de las inserciones laborales resultaron
flexibilizadas progresivamente.
En este ensayo se tratan algunas de las derivaciones, en el campo socio-ocupacional, de la implementación
de las “recetas económicas” de carácter neoliberal en América Latina.
COMUNICACIÃ N
Las diversas concepciones “desarrollistas”, vigentes en los años cincuenta y sesenta en el contexto
latinoamericano, fueron radicalmente cuestionadas durante gran parte de las dos décadas siguientes, por la
doctrina económica neoclásica. à sta renació en el preciso momento en que las diversas teorÃ−as del
desarrollo iniciaron un proceso de revisión interna y de consecuente autocrÃ−tica, en vistas de las resultados
concretos obtenidos mediante sus propuestas. Ya hacia el ocaso del siglo XX, en particular desde el
denominado fin de la guerra frÃ−a, es decir a partir del mismo inicio de los noventa, las visiones teóricas
afines al neoliberalismo concibieron un correlativo <fin de la historia>, representado por la emergencia
“objetiva” de un nuevo ordenamiento mundial, marcado por los designios de la democracia polÃ−tica y de las
leyes universales del mercado .
No obstante, resulta nÃ−tidamente contrastable el postulado axiomático acerca de que el neoliberalismo es
portador de soluciones, respecto de la problemática del “progreso económico-social” de las sociedades
periféricas, en el contexto mundial contemporáneo, en la medida en que interpretemos el desarrollo no
sólo como la eliminación de la pobreza, sino como la construcción de un sistema-mundo más equitativo y
participativo. La brecha de ingresos entre el Norte y el Sur ha seguido ensanchándose, especialmente
durante los ochenta, el <decenio perdido>, agobiado por la deuda.
En ese sentido, han sido muy escasos los paÃ−ses <industrialmente emergentes> que han conseguido
disminuir dicho “abismo” entre los ingresos con relación a las naciones avanzadas, pues los que lograron
hacerlo constituyen casos excepcionales, por lo que la evolución de aquel grupo de naciones no presupone el
fin o desintegración del tercer mundo.
No obstante tal predominio coyuntural, en nuestros dÃ−as la ortodoxia de las posturas neoliberales resulta
-como vimos- ampliamente cuestionada, inclusive por aquellas instituciones financieras internacionales que la
12
habÃ−an apuntalado dos décadas antes del fin del milenio. Esta reacción responde a las consecuencias
evidentes de la aplicación rigurosa de los continuos programas de ajuste estructural, por ejemplo aquellos
llevados a cabo en América Latina, escenario permanente de tensiones sociales derivadas de los efectos
perniciosos de dichas polÃ−ticas para la mayorÃ−a de su población. Al respecto se sostiene acertadamente
que la guerra frÃ−a puede haber terminado, pero no los problemas del desarrollo del sistema-mundo, sin
considerar la periferia y los paÃ−ses pobres .
La puesta en práctica de la doctrina neoliberal, predominante desde los ochenta en paÃ−ses como EE.UU. e
Inglaterra, por parte de los gobiernos latinoamericanos, implicó la renuncia indeclinable a la figura del
Estado Benefactor, en cuanto emblema de construcción polÃ−tico-institucional, orientada hacia el logro de
una “protección social colectiva”, cuestión que se desarrollará más adelante. Las funciones
redistributivas, ejercidas por parte de los gobiernos de la región en forma previa, aunque de manera
restringida, y en muchas ocasiones mediante prácticas esencialmente clientelares, fueron transformadas. Ello
se hizo sobre la base de la implementación de ciertos programas de intervención estatal, dirigidos a
determinados colectivos vulnerables al máximo, de acuerdo a la prédica de realizar ajustes económicos
severos, pero conservando la apariencia de humanitarismo.
Sin embargo, teniendo en cuenta que los sectores desfavorecidos de la población tienden a ampliarse
continuamente, debido a la aplicación del modelo neoliberal, tal como ocurre en muchos paÃ−ses del área
latinoamericana, las consecuencias resultan graves, a partir de los recortes exigidos por los organismos
financieros mundiales. Reduciéndose en extremo el campo abarcado por las polÃ−ticas sociales, la
administración pública es subordinada al proceso <autorregulador> del mercado y a los dictámenes
inclaudicables de las cuentas fiscales, circunstancia que impide reducir el margen inmenso de inequidad
distributiva existente en la zona .
Muchos crÃ−ticos neoclásicos sugerÃ−an (y todavÃ−a lo hacen) que bajo la industrialización sustitutiva
los gobiernos alientan el exceso de gasto público, los capitalistas asumen comportamientos rentistas y los
trabajadores industriales empujan los salarios hacia arriba, generando un desequilibrio macroeconómico
crónico. Esta lÃ−nea de crÃ−tica de la industrialización conducida por el Estado en América Latina
está dirigida no sólo al efecto de los aranceles como tales, sino también a toda intervención del
gobierno para promover la industria más allá de la que inducen naturalmente las fuerzas del mercado.
Esta teorÃ−a del fracaso del Estado sostiene que el gobierno es, en la práctica, incapaz de identificar
exactamente las externalidades, de superar problemas de coordinación o de prever una ventaja comparativa
futura .
En la situación particular argentina, las reconversiones sucesivas del aparato productivo y del mercado
laboral, sumadas a la regresión de las polÃ−ticas distributivas de ingresos y del sistema de seguridad social,
reflejaron las mutaciones de la estructura económica, en forma paralela al declive de las instituciones
estatales de raigambre keynesiana. Puede reconocerse que, a partir de la vigencia del modelo industrialista
sustitutivo, los manejos e instrumentos de la administración pública resultaron, a la postre, ineficientes. No
obstante ello, en contraste radical, posteriormente fueron abandonados los mecanismos <intervencionistas>
del Estado en materia regulatoria, respecto del choque de intereses entre distintos sectores y clases sociales,
sin compensar los desajustes y falencias propios del sistema libre de mercado. De manera que el giro brusco
apuntado se justificó a través del cuestionamiento profundo del accionar estatal intensamente activo e
interventor, razón por la cual -a posteriori- se incurrió en el reverso absoluto de aquella estrategia,
asignándosele toda la responsabilidad de la integración social [a] los supuestos méritos de un arreglo
institucional privado-intensivo .
Pueden rastrearse, de modo parcial, los motivos mediatos de la crisis socioeconómica que atraviesa la
Argentina, actualmente, en la evolución y decadencia de su Estado de Bienestar . Alrededor de mediados de
la década de los setenta, la dinámica del sistema productivo, como asÃ− también -correlativamente- las
polÃ−ticas intervencionistas, evidenciaron lÃ−mites en la continuidad de su desarrollo. A partir del golpe de
13
Estado de 1976, y de la dictadura militar consiguiente, se desató un proceso destructivo de cambio,
expresado en una inestabilidad macroeconómica, dentro de un marco inflacionario, y en la emergencia de
una <cultura económica> meramente “rentÃ−stica” y especulativa.
Se aplicó desde entonces un esquema dualizador, consistente en la transferencia de recursos hacia el sector
moderno, provenientes de los sectores inadaptables a los mecanismos del nuevo modelo impuesto. Como
consecuencia de la aplicación del mismo, se operó un proceso recesivo del aparato económico-productivo,
originado en el creciente déficit fiscal y de la balanza comercial, lo cual redundó -en definitiva- en la
caÃ−da abrupta de los indicadores macroeconómicos de crecimiento. No obstante, tal declive manifestó, a
la vez, una heterogeneidad notable, en cuanto a su grado de afectación sobre distintos segmentos de la
sociedad. En este aspecto, puede sostenerse que mientras caÃ−an abruptamente el ingreso y la inversión, un
reducido grupo de agentes económicos concentró cada vez más capital y poder como resultado de la
caudalosa transferencia de riqueza existente” .
Los instrumentos utilizados, a efectos de implementar dicho régimen de acumulación, remiten a la
estatización de los compromisos privados, incumplidos, externos y a los subsidios hacia ramas seleccionadas
del sector industrial. Simultáneamente, crecieron los niveles de pobreza a escala nacional, mientras los
grupos sociales de ingresos elevados compensaban los efectos negativos mediante una mayor apropiación
relativa. En términos derivados de los sucesivos programas de ajuste, se retroalimentó un fenómeno por
el que la supuesta modernización y crecimiento de algunos sectores lleva implÃ−cita la exclusión de otros.
En lugar de compensar los efectos de estos impactos sobre el bienestar de la población, el sistema de
polÃ−ticas sociales se vio arrastrado por la misma lógica regresiva del sentido impuesto a la
transformación destructiva .
Dentro del contexto formado por un deterioro masivo del nivel de ingresos y de la calidad integral de vida de
amplios colectivos, no se desenvuelve una movilidad social descendente “compacta y ordenada”, sino una
dinámica articulada de transformaciones disolventes dentro de diferentes colectivos . Resultan sÃ−ntomas
claramente indicadores de ese proceso dos mecanismos coexistentes, aparentemente contrapuestos,
expresados en el conjunto de la estructura de la sociedad: la <polarización>, por un lado, junto a la
<heterogeneidad>, por otro. El primer fenómeno citado procede del acrecentamiento de los sectores dotados
de gran poderÃ−o económico, frente a la multiplicación de fragmentos sociales pauperizados. Mientras
tanto, el proceso de heterogeneización estratificacional refiere a la caÃ−da en los ingresos de franjas
considerables de clases medias, configurándose de este modo un cuadro de la pobreza sumamente
diversificado. En otras palabras, el conjunto de fracciones empobrecidas tiende a tornarse complejo, ya que a
los “pobres históricamente estructurales”, que ven potenciada -en algunos casos- su anterior condición
indigente, se agregan colectivos previamente ubicados en posiciones intermedias, aunque económica y
socialmente decadentes, denominados en términos de nuevos pobres, por otra parte de composición
interna disÃ−mil .
Los análisis alternativos de la estructura de la sociedad argentina actual, teniendo en cuenta distintas
interpretaciones acerca de la noción de <pauperización>, derivan -en última instancia- en el grado en que
esta pobreza extendida modifica la posición relativa de las distintas clases y grandes agrupamientos sociales
.
Esta problemática conduce al interrogante acerca de la incidencia de la expansión de los sectores pobres
sobre los fundamentos de identidad social de los grupos sociales afectados o, al menos, tendentes a una
relativa homogeneización de los estratos comprendidos por dicho proceso . En ese orden, puede proyectarse
tal realidad, admitiendo que las <vieja y nueva> pobrezas constituyen un fenómeno claramente perceptible
en naciones periféricas, donde la evolución productiva desequilibrada combina distintos modelos de
acumulación, como asÃ− también en sociedades económicamente desarrolladas, en las que predominan
relaciones capitalistas avanzadas. La Argentina quedarÃ−a gradualmente encuadrada dentro del grupo de
paÃ−ses pobres, aunque su estructura económica expresa un neto predominio de modos productivos propios
14
del capitalismo contemporáneo, aunque con una supervivencia acotada de formaciones socioeconómicas
alternativas o mixtas, concentradas regionalmente.
Asimismo, el universo <pauperizado> se compone de diferentes segmentos ocupacionales y, al margen de su
estructuración socialmente heterogénea, el deterioro de amplias capas de la población [podrÃ−a] actuar
como factor contrarrestante de las tendencias a la heterogeneización y la fragmentación, que varios
autores han subrayado al estudiar la evolución del mundo ocupacional de las últimas décadas .
Respecto de las transformaciones operadas en la estructura de distribución de ingresos en la Argentina, entre
1975 y 1990, corresponde señalar la dimensión creciente de los indicadores de pobreza a partir de la
década de los ochenta. Además, debe señalarse que la anterior relativa equidad del esquema
distributivo, que propició una conformación considerable de estratos sociales medios, dotados de aceptables
estándares de vida, fue revertida en dirección a un modelo progresivamente inequitativo. à ste, al margen
de agravar el deterioro económico de los sectores más carecientes, provoca la pauperización de
fragmentos extendidos de una <clase media> en proceso de extinción. Si se contrastan los datos empÃ−ricos
disponibles de 1988, comparados con los correspondientes a 1974 (año señalado anteriormente como
punto de inflexión hacia la desestructuración del Estado intervencionista de Bienestar), puede verificarse
que son los deciles de menores ingresos los que muestran las reducciones más importantes [generándose
además un] aumento de la concentración del ingreso familiar, [mientras] este crecimiento de la
desigualdad relativa fue acompañado de una pérdida marcada del valor real del ingreso medio .
Mediante el incremento de las ocupaciones no asalariadas, en tanto salida obligada para enfrentar el paro, la
situación laboral argentina tiende progresivamente a compartir ciertos perfiles caracterÃ−sticos de naciones
latinoamericanas históricamente subdesarrolladas. El proceso de creciente inequidad socioeconómica
obedece, más que a la ampliación de la brecha entre ingresos variables, obtenidos por distintas categorÃ−as
ocupacionales, a la progresiva disparidad de las retribuciones salariales de los trabajadores que realizan tareas
afines, empleados por empresas diferentes, aún perteneciendo a la misma rama del sector productivo. Dicha
situación incentiva un mecanismo proclive a la creciente heterogeneidad en la estructura de los ingresos, que
deriva en una <latinoamericanización> del mercado laboral en la Argentina.
Por otro lado, analizando la configuración de los diversos estratos, según niveles de ingreso, se constata que
las profundas mutaciones experimentadas en el espectro ocupacional constituyen las causantes básicas de las
alteraciones de aquella estratificación . Conviene señalar que, en el conjunto de América Latina,
La agudización de las desigualdades ha producido y está produciendo daños de toda Ã−ndole a la
región. Algunos son económicos, como la destrucción de innúmeras pequeñas y medianas empresas,
creadoras de buena parte del empleo de la economÃ−a; otros humanos, como la constitución de vastos
sectores de jóvenes sin educación ni trabajo, y el aumento de la exclusión y la pobreza; otros polÃ−ticos,
como las inmensas tensiones sociales que generan atentatorias contra la estabilidad de la democracia .
Los cambios señalados en el “mundo del trabajo” en la Argentina, durante el último cuarto de siglo,
presentan una interdependencia recÃ−proca con un conjunto de transformaciones sociopolÃ−ticas paralelas.
Tal conexión mutua se asienta en procesos determinantes del <reparto> de la riqueza nacional,
condicionados a su vez por los factores distributivos y por el papel estatal en la regulación de las relaciones
sociales de producción, entabladas entre la fuerza laboral y el sector patronal. Esta readecuación del modelo
económico fue llevado a cabo en un contexto de pérdida de poder negociador y de incidencia
polÃ−tico-institucional de las organizaciones sindicales.
En el transcurso de la década de los noventa, la situación socioeconómica de la amplia mayorÃ−a de los
trabajadores argentinos continuó deteriorándose: la desocupación alcanzó Ã−ndices muy elevados,
aumentando además el subempleo y la sobreocupación de la decreciente mano de obra en actividad regular.
Mientras tanto, la precarización y vulnerabilidad de las inserciones laborales tienden a devenir irreversibles,
15
aún considerando el futuro a mediano plazo. Asimismo, se acentuó la dinámica redistributiva, marcada
por una profunda regresión, polarizándose en extremo las condiciones de vida, debido a que los grupos
sociales con niveles inferiores ven obstaculizados severamente el acceso a un empleo estable y/o mediante un
salario digno. Además, aquellas personas que mantienen una ocupación, asalariada o autónoma, son
acechadas por la amenaza de su pérdida, motivo por el cual deben multiplicar los esfuerzos laborales a
efectos de conservar sus generalmente magros ingresos.
GUILLEN ROMO, Héctor: Globalización financiera y riesgo sistémico: México, revista “Comercio
Exterior”, N° 11, Noviembre de 1997; ver también de este autor, La contrarrevolución neoliberal en
México; México, ERA, 1997
PRATS i CATALÓ, Joan: La reforma del Estado y la polÃ−tica social. Administración pública y
desarrollo en América Latina. Un enfoque neoinstitucionalista; documento presentado al II Congreso
Interamericano del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, celebrado en
Margarita, Venezuela, octubre de 1997.
CAMARERO, Hernán: Presentación del texto “Notas para una caracterización del capitalismo a fines del
siglo XX”, obra de François Chesnais, en la que se alude al libro de este último autor, La Mondialisation
du capital (ParÃ−s, Syros, 1994)
CASTELLS, Manuel: Globalización, tecnologÃ−a, trabajo, empleo y empresa; en Castells, M. y
Esping-Andersen, G., “La transformación del trabajo” (Barcelona, FactorÃ−a, 1999, págs. 26-27)
La dominación polÃ−tica de los Estados Unidos sobre América del Sur no tuvo un correlato palalelo en la
esfera de la preponderancia tecnológica, en la medida en que dicho subcontinente se ha conectado en el
orden económico en proporción mayor con Europa, Japón y Corea, debido a factores de orden técnico.
Por ejemplo, Estados Unidos no requiere de Colombia, a pesar de su relativa cercanÃ−a geográfica, en
términos de la producción de bienes industriales; para ello utiliza a México, pretendiendo cerrar las
puertas a otros paÃ−ses de la zona, por lo que a Colombia le convendrÃ−a unirse económicamente al resto
de América Latina y, a través del MERCOSUR, negociar en forma más equilibrada con la cuenca
asiática del PacÃ−fico y la Comunidad Europea.
CAMARERO, Hernán, ob. cit.
KAY, Cristóbal: Neoliberalismo y estructuralismo. Regreso al futuro; México, revista “Memoria”
(CEMOS) N° 117, 1998.
Considerando que el comienzo de la “neoliberalización” de las economÃ−as latinoamericanas se ubica aproximadamente- hacia fines de los años setenta, puede verse que, entre 1980 y 1990, el nivel de pobreza
en el subcontinente ascendió desde un 35% hasta alcanzar a un 41% de la población total, según datos de
la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Asimismo, en términos absolutos aumentó,
durante el mismo decenio, de 135 a 200 millones de personas, correspondiendo más del 90% de la franja
social de estos “nuevos pobres” a sectores urbanos.
KLIKSBERG, Bernardo: La inequidad. Mitos y realidades; Buenos Aires, revista “La Gaceta”, Facultad de
Ciencias Económicas, UBA, N° 1, 2000. El autor es coordinador del Instituto Interamericano para el
Desarrollo Social, con sede en Washington, EE. UU.
KLIKSBERG, B, Ã−dem
KLIKSBERG, B., Ã−dem. En el mismo texto de agrega que, entre sus numerosas derivaciones, “la inequidad
daña severamente la salud pública. El Informe Mundial sobre la Salud 2000, de la Organización Mundial
16
de la Salud, [señala, por ejemplo que] Brasil, octava potencia industrial del mundo, pero uno de los paÃ−ses
más desiguales, aparece en el <ranking> de paÃ−ses, según su performance total en salud pública, en la
posición [número] 125, [resultando ser] el tercer paÃ−s más inequitativo del planeta en esta materia,
superando incluso a casi toda Ôfrica”.
KLIKSBERG, B., Ã−dem
En este sentido el autor hace hincapié en la apertura del sistema financiero japonés durante la primera
mitad de la década de los años ochenta, impuesta en gran parte por Estados Unidos, y “el
desmantelamiento de los sistemas nacionales de control de cambios de los paÃ−ses europeos en el marco de
la creación del mercado único de capitales en 1990”. Ambos procesos coadyuvaron a incentivar la
movilidad geográfica de los capitales y a promover una mayor sustituibilidad entre los instrumentos
financieros. Al respecto, “la desreglamentación y las innovaciones convergieron para proteger a los
operadores contra la incertidumbre, permitiéndoles fabricar la divisa de su elección teniendo de entrada
una óptica multidivisas que implica justamente la globalización del mercado” (Gorz, A., “Miserias...”, ob.
cit.)
BOURGUINAT, Henri: Finance internationale; ParÃ−s, Presses Universitaires de France, 1992
LOPEZ, Ernesto: Globalización y democracia: esbozos; Buenos Aires, “Documentos: Papeles de
Investigación, Publicaciones”: <Revista de Ciencias Sociales: N° 7/8> (Sección Temática), 1999. Este
autor reseña las caracterÃ−sticas principales que definen el concepto de globalización económica,
considerada en términos de fase expansiva renovada del sistema capitalista: “tendencia a la apertura de los
sistemas económicos nacionales (y de sus espectivos mercados) y, por lo tanto, disminución o cese de
polÃ−ticas estatales reguladoras y/o proteccionistas; notorio aumento del comercio internacional; expansión
de los mercados financieros; reorganización espacial de la producción e interpenetración de las industrias,
[trasvasando] las fronteras nacionales; incremento de la movilidad internacional de los factores de
producción; búsqueda permanente de la ventaja comparativa y de la competitividad; prioridad de la
innovación tecnológica; aparición de elevadas tasas de desempleo; descenso de los niveles históricos de
remuneración de la fuerza de trabajo. Y como resultado de todo lo anterior: aumento de la interdependencia
entre paÃ−ses o economÃ−as diferentes, y consolidación de una definida tendencia a la formación de polos
económicos regionales”.
KAY, C., ob. cit.
LÃ PEZ, E., ob. cit.
PETITEVILLE, Franck: Tres figuras mÃ−ticas del Estado en la teorÃ−a del desarrollo; Revista
Internacional de Ciencias Sociales N° 155, 1998. El autor añade que se trata de “Estados suficientemente
apartados de la sociedad civil y del mercado para dejar que los mecanismos de autorregulación de éstos
produzcan todos sus efectos. Evidentemente, estos Estados funcionan sobre la base de una
institucionalización sólida que se opone a toda forma de corrupción. Se benefician de una legitimidad
democrática encajada en una organización representativa/pluralista del sistema polÃ−tico que permite a los
"mercados polÃ−ticos" funcionar según el principio de una sana competencia entre minorÃ−as polÃ−ticas
apoyadas por ciudadanos que practican el "cálculo de optimización". Por último, para reducir la
jerarquÃ−a vertical entre la decisión polÃ−tica y el ciudadano, estos Estados se apoyan en una
administración mÃ−nima, eficaz (pues está sometida a obligaciones de rentabilidad empresarial) y
descentralizada al máximo”.
En los años sesenta, el economista Raúl Prebisch habÃ−a propuesto la creación de la Conferencia de las
Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), con el objeto de divulgar la idea de un "nuevo
orden internacional", mediante la reforma del sistema económico mundial, a efectos de lograr relaciones
17
más equitativas entre los paÃ−ses del orbe .
KAY, C., ob. cit. El autor añade que “con los Programas de Ajuste Estructural, la intervención de agencias
supranacionales como el Banco Mundial en asuntos nacionales ha alcanzado dimensiones inéditas [...];
neoliberales, neoclásicos y especialmente el Banco Mundial se han vuelto una especie de estructuralistas.
Podemos llamarlos <estructuralistas neoliberales> para distinguirlos de los [...] del sistema-mundo, como
Wallerstein”.
KAY, C., Ã−dem. En última instancia, “el Banco Mundial y la comunidad bancaria internacional esperan
que con este cambio la deuda [externa] sea repagada, al menos parcialmente”.
PRATS i CATALÓ, J., ob. cit. Este autor añade que “en el modelo de desarrollo vislumbrado el papel del
Estado es a veces importante pero complementario y de acompañamiento: los nuevos héroes del
desarrollo económico ya no son los polÃ−ticos ni los funcionarios, sino los empresarios y managers del
sector privado; el Estado es sospechoso, incluso como actor principal del desarrollo social: las organizaciones
no gubernamentales (a veces autoproclamándose como los únicos verdaderos representantes de la sociedad
civil) se afirmarán como los nuevos héroes de la acción social antiburocrática”.
Por otra parte, desajustes severos de orden monetario y fiscal obedecen a un requerimiento de orden
estructural, indicador emergente de las transferencias financieras imprescindibles a fin de cumplir con las
obligaciones de la deuda externa. Asimismo, debe destacarse la dimensión y los procedimientos mediante los
que se endogeiniza la presión exterior, incluyendo la comprensión de la "transferencia financiera neta
negativa", la cual desempeña el rol de un factor poderoso de inestabilidad macroeconómica.
GORZ, André: Miserias del presente, riqueza de lo posible; Buenos Aires, Paidós, 1998, págs. 16-17
KAY, C., ob. cit.
KAY, C., Ã−dem
Informe del Banco Mundial:El Estado en un Mundo en Transición, 1997
PRATS i CATALÓ, J., ob. cit.
A fin del milenio, la corriente económica estructuralista comenzó a insinuar un renacer parcial y
actualizado, en tanto cuestionamiento de la doctrina ortodoxa, especialmente la neoclásica. En parte del
periodo comprendido entre los años 1950 y 1973, aproximadamente, la prédica del estructuralismo
habÃ−a tenido mucho peso en las polÃ−ticas de los gobiernos de América Latina, y en sus estrategias de
desarrollo. Al mismo tiempo, llegó a adquirir un cierto grado de credibilidad en los análisis internacionales
de la economÃ−a polÃ−tica, aunque fue progresivamente desacreditada a partir de la “crisis del populismo y
del desarrollismo” (Kay, Cristóbal: Neoliberalismo y estructuralismo. Regreso al futuro; México, revista
“Memoria” (CEMOS) N° 117, 1998). Dicha circunstancia coadyuvó al resurgimiento de la concepción
liberal, pretendidamente aggiornada a los nuevos tiempos, la cual incidió en la segunda parte de la década
de los setenta, deviniendo claramente hegemónica durante el decenio siguiente en la mayorÃ−a de los
paÃ−ses latinoamericanos, sobre todo aquellos relativamente más avanzados económicamente.
KAY, C., ob. cit.
Retomando el tema de la pobreza en el marco latinoamericano, viene al caso indicar que existen “treinta
millones de niños y adolescentes, de 5 a 17 años de edad, trabajando en la región obligados por las
penurias de sus hogares”. Asimismo, el fenómeno de la inequidad social tiende a restringir “las dimensiones
de los mercados locales, haciendo perder posibles economÃ−as de escala y limitando la existencia de
18
industrias nacionales, [lo cual] atenta contra la productividad laboral y resiente la gobernabilidad” (Kliksberg,
Bernardo: La inequidad. Mitos y realidades; Buenos Aires, revista “La Gaceta”, Facultad de Ciencias
Económicas, UBA, N° 1, 2000)
CEPAL: Revista, N° Extraordinario, ob. cit.
BARBEITO, Alberto y Lo Vuolo, Rubén: La modernización excluyente. Transformación económica y
Estado de Bienestar en Argentina; Bs.As., Losada/UNICEF, 1992. Los autores remarcan que, “tanto bajo el
perÃ−odo de sustitución de importaciones, como en la actual lectura neoliberal de la sociedad, se incurre en
supuestos teóricos mecanicistas basados en el recurrente dualismo modernidad/atraso”.
Desde un enfoque habermasiano, puede decirse que las crisis cÃ−clicas experimentadas en el capitalismo
“tardÃ−o” se originan en en problemas de integración sistémica, los cuales alteran el funcionamiento de
las herramientas estatales tendentes al logro de cierta integración social, provocándose de esta forma una
<pérdida de identidad>. Las coyunturas crÃ−ticas, entonces, se expresan objetivamente, al afectar los
“principios de autogobierno”, como asÃ− también en un sentido subjetivo, incidiendo sobre las identidades
personales. Sólo cuando los individuos adquieren conciencia de la crisis como pérdida de identidad, la
misma deviene sistémica, es decir cristaliza en un estadio de anomia, disgregador de las instituciones
sociales (Habermas, J. , “Problemas...”, ob. cit.)
BARBEITO, A. y Lo Vuolo, R., ob. cit.
à dem
MINUJIN, Alberto: Transformaciones en la estructura social argentina; en Minujin, A. (comp.), “Cuesta
abajo. Los nuevos pobres: efectos de la crisis en la sociedad argentina”; Buenos Aires, Losada/UNICEF,
1992. Cabe explicar que un criterio empÃ−rico-metodológico compartido por esta parte del texto consistió
en recurrir a indicadores oficiales, suministrados por la Encuesta Permanente de Hogares y por los estudios
sobre la pobreza en la Argentina (Instituto Nacional de EstadÃ−sticas y Censos, Ministerio de EconomÃ−a de
la Nación).
El agravamiento de estas condiciones en la argentina, durante el último cuarto de siglo, quedó verificado,
mediante análisis realizados oficialmente por el Instituto Nacional de EstadÃ−sticas y Censos (Ministerio de
EconomÃ−a), los cuales sostienen que “mientras en 1975 el 10% más rico [de la población] recibÃ−a ocho
veces más ingresos que el 10% más pobre, esa cifra subió en 1997 a veintidos veces” (citado por
Kliksberg, B., ob. cit.)
MURMIS, Miguel y FELDMAN, Silvio: De seguir asÃ−; en Beccaria, L. y López, N. [comp.], “Sin trabajo.
Las caracterÃ−sticas del desempleo y sus efectos en la sociedad argentina”; Buenos Aires,
UNICEF/LOSADA, 1996
MURMIS, M. y FELDMAN, S., idem. Al analizar el devenir del concepto sociológico acerca de la pobreza,
vinculado a la evolución capitalista, los autores señalaron su variabilidad histórica, en referencia al “peso
y significación” de aquélla, lo cual hace conveniente diversificar el estudio de “las pobrezas”.
MURMIS, M. y FELDMAN, S., Ã−dem
BECCARIA, Luis: Transformaciones en la estructura social argentina; en Minujin, A. (comp.), ob. cit.
BECCARIA, L.; Ã−dem
KLIKSBERG, B., ob. cit. El autor añade que, en contraste, Amartya Sen (Premio Nobel de EconomÃ−a)
19
sostiene que “la alta equidad y su preservación han estado en el centro de los logros de los paÃ−ses que han
tenido mejor crecimiento sostenido y desarrollo social en los últimos cincuenta años, como Suecia,
Noruega, Dinamarca, Canadá, Holanda y Japón, entre otros”.
14
20
Descargar